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Siete por siete (132): Mi navidad con Hannah




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Compendio I


Nuevamente, este año he vuelto a ser el hazmerreír de mi personal.
Todos saben que durante estos días (las festividades de navidad y año nuevo), tiendo a ponerme mal genio y un poco obsesivo con mi trabajo.
Sin embargo, a Hannah también le molesta que tome esta actitud, más todavía, teniéndola a ella a mi lado. De nada le sirven mis explicaciones que es la segunda navidad que paso sin mis pequeñas y que extraño a mi familia.
Ella quiere que adopte su ambiente festivo y que me sienta plenamente feliz, por tenerla a ella, lo que no es sencillo.
El martes, los diferentes sindicatos convocaron a una reunión con la administración y con los Jefes de Departamentos (entre ellos, Hannah y yo), para solicitar que a la víspera de nochebuena trabajásemos media jornada.
Alrededor del 60% reside en Broken Hill, una ciudad a unos 150 km de distancia de la faena y querían aprovechar la oportunidad para pasarla con sus seres queridos. Hannah y yo, por otra parte, pertenecemos al resto cuyas familias residen a más de 400 km, por lo que para nosotros volver es más inviable, pero aun así, apoyábamos la moción.
Aunque yo no me opuse, solicité autorización para mantenerme en mi puesto, gesto que Hannah repelió con un codazo en mis costillas durante la asamblea y con una sensacional “disculpa oral”, mientras íbamos de inspección.
Por ese motivo, aproveché de redactar la última entrega antes de ir a almorzar, para no obsesionarme con los trabajos pendientes.
El regreso al campamento fue agradable. Nos sacamos los overoles y nos tendimos en la cama, abrazados, como si fuésemos una pareja de enamorados común y corriente.
Yo quedé en ropa interior y una polera manga corta, mientras que ella quedó en sus bermudas deliciosos color caqui y un sweater sin mangas blanco y se tendió sobre mí, para ver las series ochenteras por el portátil.
Me recordaba esos maravillosos domingos de soltero con Marisol, cuando vivíamos solos. Pasábamos esas flojas tardes viendo televisión y conversando.
Pero Hannah tiene un busto más grande que el que tenía Marisol y me gusta posar mis manos sobre él.
Al principio, le resultaba incómodo, porque hasta antes de conocerme, todos quedaban embobados con su hermoso trasero. Pero con el pasar del tiempo y a medida que la relación ha ido mejorando, se ha acostumbrado a mi trato.
Llego a un punto donde poso ambas manos bajo su sweater y sobo sus pechos directamente sobre el sostén.
Su respiración se empieza a acelerar e instintivamente, empieza a menear su colita, buscando mi bulto creciente.
Desliza una mano y lanza un gemido refrescante al palparlo ardiente por ella. Se da vuelta y busca mis ojos, para darme un cálido beso.
Empieza a menear su vientre suavemente, porque desea que la tome en ese mismo lugar. Pero para mí, es un aperitivo.
Con gran desconcierto y una enorme y húmeda mancha en sus bermudas, toma mi mano y me sigue hasta el baño.
Enciendo la ducha y me desvisto desesperado. Remuevo su sweater y sus bermudas y la meto en ropa interior, mientras me sigue contemplando sorprendida y a la vez, emborrachada conmigo.
La clavo a la muralla y beso su delicioso abdomen, haciéndole estremecerse. Deslizo mi lengua por su ombligo y ella clama en éxtasis.
Sujeta mi cabeza, mientras que mi boca lucha con sus pantys blancas, musitando “¡No! ¡No! ¡No!”, constantemente.
Pero cuando su pubis queda expuesta y su aroma a mujer empieza a excitarme, recibe mi lengua sobre su hinchado clítoris con un cálido y tímido gemido de alivio.
Sus “¡Nooo!” comienzan a desvanecerse suavemente, mientras que su cintura se empieza a menear de una manera serpenteante.
Se convulsiona con suavidad, mientras recorro su hendidura con lentitud y paciencia, de arriba abajo, con fatigosos suspiros. A ratos, me quedo en su apertura, degustando la maravillosa miel que emana de su ardiente interior, acompañado con intensos “¡Ahhh!” envueltos de placer y contoneándose con mayor fuerza, para que la invasión de mi lengua sea más profunda.
Tensa sus piernas y trata de contener sus gemidos, a medida que sus orgasmos llegan inevitablemente, pero yo no rompo ni la parsimonia ni el estilo. Aunque no es mi esposa, quiero hacerle disfrutar al máximo de la experiencia.
Me mira con un gozo enorme, mientras mi lengua se infiltra a través de sus labios inferiores y cargo mi cabeza con suficiente fuerza para que ella se ponga de puntillas, arrebatándole grititos tiernos y angelicales.
No se trata que ella me ame más que su marido. En realidad, ella también disfruta con él.
Pero yo estoy dispuesto a hacer cosas que él no le hace y por ese mismo motivo, ella también está dispuesta a atenderme mejor que a él.
Una vez que acabo de complacerla, se arrodilla a contemplar mi falo y lo besa con ternura.
A diferencia del principio del año, ya no le da asco probarlo. Lo mira con deseo y agradecimiento, porque le ha dado placer por tantos meses e intuyo que le gusta probar más la mía que la de su marido, porque ahora le sonríe pícaramente al tenerla a centímetros de sus labios.
Sus ojos celestes se tornan gentiles al besar la punta y mirarme. Lo hace despacio, como si moralmente aun le siguiera incomodando hacerlo conmigo.
Pero una vez que mi glande toca su lengua, ella cierra los ojos y empieza a chuparlo a gusto. Lanza algunos suspiros dulces, contemplando que se pone cada vez más dura y me he dado cuenta que pone una mueca de felicidad al ver mis testículos hinchados.
Va besando suavemente mi falo por los lados y cuando llega a ellos, les da unos chupones maravillosos, mientras sacude mi pene con un ritmo que podría sacarle fuego.
Es tal su soltura, su confianza y su placer por chuparme, que levanta mi glande y lame apetitosamente el espacio que separa mis testículos, amenazándome con hacerme acabar prontamente.
Pero con una mirada maliciosa y lujuriosa, me sonríe, presionando la base de mi glande y nuevamente, coloca su boca para chuparme ansiosa.
Sube y baja rápidamente, cerrando los ojos para concentrarse mejor. Me hace sentir en el séptimo cielo y aunque intento apartarme, para no acabar en su boca, ella persiste siguiéndome, sin dejar de chupar.
No alcanzo a resistirme y como si fuera una manguera, suelto mi descarga en su boca y en su cara. Confundida y con las mejillas embarradas con semen, contempla cómo sigo botando leche, hacia el chorro de la ducha.
Con la agilidad de un gato montés, salta y lo empieza a chupar, cerrando los ojos como si fuera el mejor de los manjares e inspira con tanta potencia al succionar, que me hace quejar de dolor.
Nuevamente, me mira a los ojos. Pero sus ojos celestes tienen un brillo lujurioso y travieso: con su pulgar, remueve los restos que quedan en su rostro y lo chupa, que la hace ver como hembra en celo. Toma su otra mejilla y repite el procedimiento.
No se sorprende cuando la tomo de sus nalgas seductoras. Mi pene está ansioso por gozar de ella y una vez más, la presiono contra la pared.
Apoyo sus piernas sobre mis muslos y la levanto, haciendo que gima de dolor.
Esa es otra diferencia con su marido: él la toma solamente en el dormitorio.
Pero yo estoy casado con una jovencita fogosa, que poca vergüenza tiene al experimentar y que no lo piensa demasiado si le pido que lo hagamos en la ducha.
Es una lástima, eso sí, que en pocas oportunidades lo podemos hacer, porque sus horarios de universitaria y los de nuestras pequeñas nos impiden coincidir demasiado tiempo en el baño.
Mas con Hannah, es distinto: me sigue recordando a Marisol antes de las pequeñas y levantarla y dejarla que se entierre mi virilidad en lo más profundo de su ser aporta un bono adicional.
Me abraza fuertemente y sus piernas me envuelven los muslos, para facilitar la penetración. Hacemos el amor de una manera desenfrenada, sin importarnos que el vapor se apila en el baño o que el chorro de la ducha es lo suficientemente caliente para enrojecer nuestros muslos.
No. Lo único que nos importa es la cabalgata.
Sus gemidos son cada vez más fuertes y estoy muy consciente que soy yo quien libera su lado más desinhibido y seductor, puesto que sus ojos se cierran tiernamente y su abrazo se vuelva más flojo, dejándome embestirla con mayor libertad.
Su cuerpo lanza fuertes suspiros, al sentir cómo el mío desafía la gravedad junto con el suyo, adentrándose mucho más adentro que lo que su esposo ha alcanzado.
No me es difícil hacer florecer su matriz una vez más y sus gritos retumban por las paredes, deseando que no pare.
Fluye profusamente y el deslizamiento de mi cuerpo con el suyo, junto con el de ella y la pared, la tienen emborrachada de gozo, quejándose lastimeramente con orgasmos constantes, implorando que haga mi descarga.
Recibe con gusto mis inconscientes pellizcos en sus nalgas, en momentos que la excitación no me da para más y la rebalso con vehemencia, muriendo en un impetuoso beso, repleto de deseo.
La mirada de sus ojos, como par de diamantes, refleja su completo regocijo de tenerme prisionero una vez más, mientras que volvemos a darnos cuenta que seguimos en la Tierra y que de hecho, el chorro de agua nos está quemando a ambos.
Bajo la potencia del grifo con mi mano, pero nos es imposible separarnos. Ella me mira dichosa, contenta porque mi cuerpo no quiere dejarla y me abraza, suspirando y escuchando mi corazón.
Olisco sus cabellos y me doy cuenta de lo evidente: ella no es mi Marisol. Pero poco me importa, porque Hannah me hace feliz.
Pasa el rato y se me acalambran un poco las piernas. Sus pies, todavía colgando, también se han dormido y nos reímos de ello. Abandonamos la ducha, con mis jugos aun escurriendo entre sus piernas.
Me empiezo a secar el cabello y ella toma su toalla, masajeando los suyos un par de veces. Luego la emplea para envolverse los pechos y cubrirse parte de su cola.
Aun no entiendo qué me pasa, pero mi erección recobra su dureza de combate. Ella la mira y se muerde el labio.
Sabe que no he tenido suficiente…
Me siento en el excusado y ella lo toma ansiosa. Aunque hace pocos minutos, estábamos prisioneros, su rajita ha retomado su tamaño habitual y los 2 sentimos el placer de volver a forzar la entrada.
La diferencia, sin embargo, es que entra con mayor facilidad.
Sé que le gusta más la mía. Ama a su marido y disfruta de hacer el amor. Pero algo en su manera de mirarme me dice lo mucho que la deleita.
Nuevamente, ingresa hasta el fondo y sus caderas se menean alrededor de ella, con ojos cerrados, subiendo y bajando rápidamente.
Le encanta. Está enviciada con la mía y yo la abrazo, enterrándosela más y arrebatándole algunos jadeos libidinosos.
Estoy muy consciente que si en esos minutos, su marido nos viera, no le importaría, porque por su mirada me recuerda la profundidad del mar.
Se siente plena, alojándome maravillosamente en su interior y deseando que no la saque jamás.
Sus movimientos son lentos y me susurra palabras dulces, como “¡Deliciosa!” o “¡Me encanta!”, pero con una tonalidad de mimada que sorprendería a cualquiera de los otros mineros.
“¡Agarra mi culo!” demanda con firmeza, recibiendo un intenso orgasmo al tocarlo.
A pesar que entró con facilidad, el deslizamiento sigue siendo difícil, pero ella lo va disfrutando, con sendos grititos.
“Cuando te sientas caliente… búscame… por favor…” me implora, cediéndome su voluntad completamente.
Se empieza a agitar con mayor violencia. Pienso que podría pedirle que tuviéramos un hijo y ella aceptaría sin mucho reparo.
Sus cabellos rubios se sacuden maravillosamente y sus pequeños pezones están duros y desafiantes.
Deslizo un poco mi lengua, buscando succionarlos y ella nuevamente se vuelve a quejar, con un tímido “¡Nooo!”.
Pero se deja querer y los chupeteo suavemente, mientras que otro flujo de humedad baja por mi estaca.
Pasamos otra hora más. Me duele la espalda y me preocupa haber soltado la tapa del excusado.
Ella se ríe y me mira completamente enamorada. Si fuera por ella, trabajaría todos los días conmigo, a mi lado.
Le propongo que nos bañemos, para limpiarnos. Aunque no estoy interesado en celebrar las fiestas, quiero hacerle una cena.
Pero ella se rehúsa. No le molesta tener mis jugos escurriendo de ella e incluso se arrodilla para limpiar la mezcolanza de jugos que hace brillar a mi pene.
Le pasa la punta de la lengua, mirándome a los ojos como pidiéndome que me corra una vez más en su cara.
Pero me he tomado muchas molestias con la cena. Mientras caliento los preparativos, Hannah se comunica con Douglas.
Habían pensado cenar también, haciendo una video conferencia, pero desde que me lo contó que no estaba muy entusiasmada de hacerlo.
Le dijo que sus compañeros de trabajo asarían carne (lo cual era cierto, ya que solamente un puñado del personal de la casa de huéspedes se mantuvo en su puesto) y que compartiría con ellos, para que no le perjudicara laboralmente.
Escuché la voz decepcionada de su marido mientras calentaba la salsa, pero ella le animó con que para año nuevo estarían juntos y se despidieron con besos tiernos y arrumacos.
Por mi parte, mientras se calentaba la carne, contacté a mi esposa, para contarle parte de lo ocurrido.
Me sentía bastante preocupado, porque a pesar que Marisol también sabe cocinar carne y algunas cosas más complejas, también es capaz de cenar solamente algunos envases de ramen instantáneo.
Me prometió que “comerían algo rico” con Lizzie y me dijo lo de siempre: que me extrañaba y pensaría en mí por la noche, dándome tristeza, porque a pesar que Hannah es muy bonita y tiene cierto parecido físico con mi esposa de soltera, sigue sin ser Marisol.
No hablamos mucho en la cena. Afortunadamente, el cocinero de la casa de huéspedes siguió mi receta al pie de la letra y como mi infalible cocinilla carece de un horno, tuve que pedirle que lo preparara y asara la carne.
No obstante, a pesar que al recalentarlo, el filete perdió parte de su humedad, las cebollas, zanahorias y otras verduras aportaban parte de su sabor original y la salsa de champiñones, otorgaba un placer al paladar.
Pero una vez que comimos, volvimos a la cama. Nos besábamos con la fogosidad de unos novios, sabiendo que nadie más nos interrumpiría.
Desabroché su camisa (se había vestido con la ropa para regresar a la ciudad) y sus Jeans con premura.
Ella también sobaba desesperada mi pantalón, sintiendo el creciente bulto que se formaba por ella.
No teníamos regalos, pero la tanguita de encaje negra que estaba usando, aparte de destacar más su sensualidad, era todo un obsequio para mí.
Y ella, al contemplar mi pene enhiesto, sonreía como si le hubiese entregado un regalo completamente diferente.
La empecé a bombear lentamente, mientras mi cuerpo envolvía por enésima vez su cuerpo. Su mirada resplandeciente de dicha sonreía cada vez más con mis profundas estocadas.
Mordía sus labios y amasaba sus pechos, imaginando bajo la penumbra que estaba con mi antigua Marisol.
Tal vez, sea ese el encanto que tengo por Hannah. He aprendido tantas cosas sobre el sexo, que me encantaría volver un par de años atrás y experimentarlas con Marisol, sin tantas preocupaciones por las pequeñas, mi trabajo y sus estudios.
Y es que me sigue excitando mi esposa: sus generosos pechos, su colita espectacular, sus lindos ojitos verdes y ese lunar que desde el momento que me besó, me puso tan caliente.
Pero con Hannah, puedo vivir esa experiencia. Douglas no es un mal amante ni le falta romanticismo, pero su visión es tan pobre sobre el placer que uno puede obtener con la persona que ama, como lo era yo cuando vivíamos a solas con Marisol.
Y Hannah lo disfruta, tanto o más como lo habría hecho mi mujer. Porque ahora sé qué quiere y cómo dárselo y he ganado la seguridad suficiente para acostarme con ella (la Marisol, de principio de nuestro pololeo, proyectada en Hannah), para despreocuparme de no darle suficiente placer o correrme demasiado rápido, que era una de las cosas que más me mortificaban.
Y es eso lo que ha aprendido conmigo: a disfrutar de su cuerpo en plenitud y no solamente enfocarme en su sensual colita.
Acaricio sus pechos, que si bien no son tan llamativos, también le proporcionan placer. Los chupo y beso, robándole algunos orgasmos, aun recién empezando.
Puedo sentir su rajita contrayéndose, como si no deseara que me marchara, a pesar que recién ha llegado.
Nuevamente, sus gritos placenteros adquieren mayor potencia, pudiendo apreciar parte de la magnitud de gozo que estaba recibiendo.
Incrementé la fuerza y contemplé cómo se cortaba su respiración, seguro que su marido no lo hace de esa manera.
Aunque le dolía un poco, sus gemidos seguían siendo de agrado y a medida que se acomodaba más al ritmo, pedía que no me detuviera.
Su cuerpo se sacudía con violencia y la cama parecía hacer vibrar completamente la habitación. Fluía constante y generosamente, producto de los seguidos orgasmos que estaba sintiendo y una vez más, sentía que alcanzaba la base de su matriz, haciéndola que se irguiera un poco más a causa de la dicha.
De nuevo, pensaba en lo fácil que me sería embarazarla. Ella y Douglas están “intentando”, pero aun así, apenas puede pasar la semana que tenemos libre y aunque le he propuesto que lo hagamos con preservativo, prefiere seguir tomándose la pastilla, ya que los condones le desagradan tanto como a mi esposa.
Finalmente, en una estocada profunda y seca, que casi la deja con los ojos en blanco, eyaculo una vez más, mientras que su garganta hace un gemido extraño y fuerte, como si le faltara el aire y se apoya fuertemente de mi espalda, besando suavemente mi hombro para apabullar su potente clamor.
Puedo sentir su matriz inundándose con mis jugos y ella, volviendo en sus sentidos y mirándome con la belleza de un ángel, me dice.
“¡Te amo!” con una voz tierna y un beso cariñoso y largo en mi mejilla.
Está en paz y se siente plena. Pero sabe que incluso con 3 veces, para mí no es suficiente.
Puede sentir mi vigor latente, de la misma manera que lo hace mi mujer y con una cara muy parecida de preocupación, contempla cómo sale mi pene, inmutable.
Es temprano. Deben ser entre las 10 y las 11 y francamente, ni siquiera estamos pendientes ni de la fecha ni de la hora.
En total, debemos llevar unas 4 horas haciendo el amor y a pesar que está adolorida y fatigada, queda un placer más para obsequiarme.
“¡Por favor! ¡Házmelo!” me ha pedido todas las noches.
Aunque al día siguiente, apenas puede sentarse sin sentir dolor, dice que es una de las cosas que más extraña en la semana libre.
Si bien, su marido le acaricia por la cola, la sola idea de probarla le parece descabellada y se queda con el sexo tradicional.
En cambio yo, apenas lo veo, me acuerdo de la vez que me bañé con Marisol y cómo se asustó sin poder penetrarla, siendo que ahora se ha vuelto una viciosilla para el sexo anal.
Pero es una fecha especial y sé que si hubiese estado con mi esposa, lo más seguro es que se hubiese puesto una cinta de regalo en una de las pompas, por lo que decido darle el tratamiento especial.
Lo gracioso es que no siempre necesita el calentamiento previo, porque si bien Hannah no lo admite, también se ha vuelto una fanática del sexo anal.
Y definitivamente, sólo yo degusto y uso esa zona.
Aprecio sin problemas cómo gotea parte de mis jugos y de los suyos, al sentir mi lengua lamiendo su ojete.
Y sin importar que el dolor y el cansancio ya haya hecho mella en su cuerpo varias veces, lentamente su respiración se transmuta en jadeos de deseo.
Enterré mi lengua en aquella tentación que más de 250 hombres arranca pajas por la noche, sintiendo parte de su volcánico calor.
Su baba de mujer embarraba el cubrecama (menuda sorpresa debieron llevarse las chicas del aseo) y sus brazos, que originalmente estaban extendidos, como si fuera a hacer una flexión de brazos, se encontraban ahora doblados, producto del cansancio y del placer que había recibido, otorgándole la apariencia a su colita de un pavo.
Podía sentir su cuerpo vibrar en anticipación, cuando me puse de pie.
Marisol intuye que lo hago por maldad. Pero una delicia adicional para un hombre que sodomiza a una mujer es que ella misma lo desee.
Y es cierto: me resulta un poco difícil encajarlo la mayoría de las veces. Pero me divierte bastante cómo las mujeres menean sus pompas, siguiendo el tacto de mi glande, como si se tratara de una batuta de una orquesta.
Por ese motivo, rocé lentamente la grieta que separa sus nalgas con la punta de mi glande, sacándole profundos suspiros en el proceso y Hannah, sin darse cuenta, meneaba su cola, aproximándola más a su empalador.
Fue entonces que le presenté la punta de mi glande a su ojete y empecé mi lenta marcha. Al igual que su rajita, sin importar que lo hagamos muy seguido, su culito sigue contrayéndose de manera apretada.
Tanto mi esposa, Lizzie y muchas otras coinciden en que les hago sentir un ardor agudo y punzante cuando la meto.
Pero que a medida que la empiezo a deslizar con mayor facilidad, el dolor se vuelve aguantable y la sensación se torna cada vez más satisfactoria.
Su esfínter de a poco se iba dilatando, permitiendo mayor paso de mi pene. Gratos suspiros recibían mis avances, mientras que mis manos tomaban posesión de esas indomables nalgas.
“Hannah, ¿Te gusta?” le pregunto, preocupado por su placer.
“¡Siii!... ¡Siiiii!... ¡Me encanta!” responde efusivamente, gimiendo sin parar.
Escuchar eso hizo que mis embestidas incrementaran el ritmo.
“¡Ahh!... ¡Marco!... ¡Maaarco!... ¡Te amo!... ¡Te amo!” repetía constantemente, mientras la deslizaba casi completamente, hasta las bolas.
Sus tiernos gemidos se habían tornado en alaridos entusiasmados, que no dejaban lugar a dudas que Hannah estaba disfrutando de lo bueno y me ponía más caliente al pensarlo, porque entre todos los verdaderos mineros (yo no doy ni el físico ni la personalidad dura), era yo el que estaba haciendo gozar indescriptiblemente a Hannah y más encima, a través del mayor objeto de deseo de todos ellos.
“¡Por favor, Marco!... ¡Me rompes!... ¡Me rompes!... ¡Ya no puedo más!” Imploraba ella, para que me corriera.
Y quería complacerla, pero me faltaba un poco. Sus gritos alcanzaban tamaños bestiales, que reverberaban completamente por el dormitorio y que escapaban sin control a través de la ventana, a pesar de estar cerrada.
“¡Ahí viene!... ¡Ahí viene!... ¡Ahí!... ¡Ahí!... ¡Ahhhhhhhhhhh!” exclamó ella, sintiendo otra dosis más de mis candentes jugos.
El cansancio nos afectó a ambos y me acosté a su lado, con mi apéndice aun botando parte de mi relleno.
Hannah lloraba, con la respiración agitada y el corazón latiendo rápidamente.
“¡Te amo! ¡Te amo! ¡Te amo!” repetía sosegada, como si cada vez que lo dijera, se estuviese quedando dormida.
Cuando logré sacarla, contemplé su agujero expandido como la base de un vaso y dado que lo hemos hecho todas estas noches, no ha cerrado del todo.
Pero pienso que fue una de las pocas noches que nos dormimos más temprano de lo habitual, considerando la relevancia de las fiestas.


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