Este relato es ficticio, y nunca ocurrió.
Junio de 2009. En un barrio tranquilo, la gente no se preocupaba por las cosas malas, las dejaba a un lado. Todavía salían a la calle sin pensar que podían no volver, que podían quedarse hasta tarde en la vereda oyendo el profundo silencio de la noche o algún ocasional ruido de auto que por allí pasaba. Un día todo cambió para siempre. Tiros, patrulleros y caños de escape de moto que fácilmente empezaron a ser confundidos con armas, y se transformaron en señal de peligro. Ya para este mes, la ola de inseguridad se propagaba por todo el Gran Buenos Aires, y no era nada nuevo ver a la gente llorando en la televisión pidiendo justicia por sus familiares muertos. En el barrio donde sucedió esta historia (el límite entre Ituzaingó y Morón), al menos tres personas habían perdido la vida al ser blanco de delincuentes brutos, drogadictos, y en algunos casos, menores de edad. La preocupación crecía, y las medidas preventivas, también. La familia Maldini había enrejado su casa, y sus hijos adolescentes, Bruno y Bárbara, no podían salir después de las 8 de la noche, a menos que lo hicieran con una compañía. Bárbara, la mayor, vivía la joda como el momento de la semana en el cual podía mandar a la mierda todas las presiones que le provocaba ser nueva en la universidad, mientras que Bruno odiaba salir a boliches o locales bailables y prefería verse son sus amigos. La chica, insistente y sin oírlo, decide arrastrarlo a uno de ellos para que hable con otras adolescentes. Él fue rígido y se negó, pero si no iba, ella no le iba a dar 200 pesos para ahorrar y comprarse una notebook. Cuando llegaron al boliche, se demostró una vez más qué tanto miedo tenía el chico en hablar con una mujer. Los labios se le sellaban y comenzó a tartamudear, y en la única ocasión que se le había presentado esa noche, lloró casi disimuladamente ante ella, sin importarle que se burlen de él. A pesar de esto, él volvió a su casa pero su hermana se quedó a dormir en la casa de una amiga.
Al día siguiente, una horrenda noticia iba a arruinar el destino de esta familia de clase media. Bruno había sido encontrado muerto en su habitación, con una puñalada en el pecho. Su madre, Claudia, lo supo recién en la mañana. Lo primero en que pensaron es que algún hijo de puta quiso robarle al chico y él se resistió en su cobardía. Llamaron a la ambulancia y a la policía, que trabajaron conjuntamente. Las tareas de ésta última son las que debían dar con el ADN del responsable. Los vecinos se sorprendieron y entregaron un pésame por escrito. En el funeral hubo gritos de dolor, de desconsuelo, situaciones lamentables e inevitables que usted sabe muy bien que ocurren cuando alguien fallece, pero no nos vamos a adentrar en eso ahora.
La policía tomó una declaración voluntaria de Bárbara, que quería informarles lo último que supo de su hermano menor. Dijo: “Habíamos llegado a las 10 y tenía muchas ganas de irse. Una amiga de Sofía, mi mejor amiga, se le acercó, pero él no pudo hablarle porque le tenía miedo. Le tenía miedo a las chicas porque no era valiente para acercárseles o hablarles. Se fue llorando, con los cachetes colorados. Le dije que no puede llorar en público con 18 años, y dijo que no lo podía controlar [...] Para tratar de subsanar su timidez y pánico, hace un año que asistía a terapia. Había mejorado bastante, pero le faltaba.” En cuanto a la última vez que lo vio, señaló: “Lo debo haber visto a las 11 o 12 de la noche. Estaba ansioso por irse. Supo que Pablo, su mejor amigo, estaba ahí y se desesperó por encontrarlo. Cuando lo vio, se sentó a hablar con él y le dijo lo que le ocurrió con esa desconocida. Se dieron un abrazo, como para que se calme. De golpe, la piba apareció otra vez y él casi se cae del sillón. Ella lo toma de una mano y se lo lleva afuera. Después, no lo vi más.”
Luego del servicio religioso, Pablo y Bárbara se encuentran, y hablan sobre esto.
Bárbara: - ¡Qué bueno que te encuentro!
Pablo: - Todavía no lo puedo creer.
Bárbara: - Nadie lo cree. No me va a quedar otra que caer, que mi adorado hermanito ahora está con Dios y no con nosotros.
Ambos: - Dios lo bendiga, esté donde esté.
Bárbara: - Necesito preguntarte algo.
Pablo: - ¿Sobre qué?
Bárbara: - Sobre la noche del viernes, cuando estabas con Bruno.
Pablo: - ¿Específicamente qué?
Bárbara: - Cuando la piba ésta se lo lleva afuera. ¿Sabés qué pasó? Después de ahí le perdí el rastro.
Pablo: - Ella se lo lleva afuera y constantemente se le quiere abalanzar. Él, en su ignorancia, no sabe cómo sacársela de encima. Ella quiere besarlo pero él se pone las manos en la cara y sale corriendo. La piba lo corre y él se encierra en el baño. Entro al baño, le agarra un ataque de llanto y trato de calmarlo…
Bárbara: - Pará, pará, pará… Esto no me lo habías dicho. (Preocupada) ¡Qué cagón que era! ¡Qué adorable cagón, mejor dicho! Seguí. (riéndose pero volviendo a la seriedad)
Pablo: - Era un loco lindo… Bueno, retomo. Entro al baño, lo abrazo otra vez, le digo que se calme, que así no va a salir a la vida, y cuando salimos del baño, viene la piba, muy eufórica, se lo lleva a la fuerza y creo… no estoy muy seguro… que…
Bárbara: - Decilo… ¿Qué?
Pablo: - No sé si fue así. Tengo dudas.
Bárbara: - Decilo Enzo, decilo… (dice entre risas)
Pablo: - Creo que se lo llevó a otro lado, que lo sacó del boliche. (apurado) Listo, lo dije. Perdoname, por favor…
Bárbara: - No me pidas perdón. No fue tu culpa. ¿A dónde mierda habrá ido a parar después del boliche? Porque volvió a casa, y estaba en una circunstancia muy extraña.
Pablo: - ¿Cómo “extraña”?
Bárbara: - Estaba acostado en la cama, y desnudo.
Pablo: - Por ahí duerme así. Hay gente que lo hace.
Bárbara: - Yo creo que fue otra cosa.
Pablo: - ¿Estás segura?
Bárbara: - Sí. Definitivamente. Pudo haber sido ella la que lo mató.
Pablo: - Me dejaste con la duda.
Bárbara: - Acompañame, y vamos a decirle a la policía esto que me contaste.
Pablo: - No sé… Por ahí es para peor.
Bárbara: - No va a ser para peor. Vení. (lo apura)
Baigorria y Peña, los dos oficiales que estaban vigilando la ceremonia, los llevan a un lugar más alejado del cementerio para charlar. Prometieron comenzar a investigar con suma urgencia. La chica forneció a los oficiales una breve descripción física de la sospechosa: de 1,70 cm, castaño claro (rubia natural con cabello oscurecido por el paso del tiempo), alrededor de 20 años, de voz grave y profunda, en ese momento vestía una remera blanca y shorts, y zapatillas largas.
Por dos días, estos oficiales y los otros miembros del equipo de la comisaría elaboraron un identikit. Gracias a una llamada anónima, dieron con la acusada. Se llamaba Érica Sandoval, y al momento de la visita que estos oficiales hicieron a su morada, se encontraba sola. La jovencita habitaba un modesto departamento en pleno Castelar, una zona conocida por ser la más lujosa del partido de Morón. Ella en ningún momento se hizo la desentendida sobre el caso, y manifestó haberse enterado por los informativos de televisión. Los hizo pasar, y aceptó someterse a una interpelación.
Peña: - A ver, díganos que hizo el viernes a las 11 de la noche.
Érica: - Fui a las 10 de la noche a una fiesta en un boliche de la avenida Santa Rosa.
Bebí dos vasos de alcohol, cosa que es poco para mí. Suelo beber hasta embriagarme, pero prometí a mis padres no retornar un fin de semana más en un pésimo estado.
Baigorria: - ¿Da entonces por hecho que se encontró a Bruno Maldini en ese lugar?
Érica: - Estuve con él. Aún no llego a entender cómo murió. Hace tan poco que lo vi. Ni siquiera lo conocía.
Baigorria: - ¿Qué hizo cuando estuvo con él?
Érica: - No pude hablar mucho, pero me pareció muy adorable, tierno. Él no me quería dirigir la palabra, me tenía miedo. Podía verse a leguas que nunca salió o estuvo con una mujer. Sé que eso les pasa a los inseguros.
Baigorria: - Una fuente nos confirma que usted lo perseguía por todos lados.
Érica: - No es tan así… Verá, quería que se suelte, que sea seguro, que enfrente sus miedos. Lloraba como una criatura del pánico que me tenía. Eso no es normal. (algunas lágrimas caen de su rostro) Yo quería estar con él. Me sonaba interesante. Siempre voy al frente. No le tengo miedo a nada ni a nadie, sólo a Dios.
Peña: - Viejo, alcanzale unas carilinas para que se limpie.
No estaba alterada, pero la imagen de la joven con esas pequeñas lágrimas rozando sus ojos les partían el alma. Ellos debían trabajar, pero al mismo tiempo recordaban que eran personas y que tenían sentimientos, y que si decidieron a ser policías era para ayudar al prójimo. Retornaron al cuestionario y le trajeron un vaso de agua para que beba.
Peña: - ¿Ahora se siente mejor?
Érica: - Sí. Muchas gracias. (relajada)
Baigorria: - La última pregunta que le haremos, y luego nos vamos. Por lo que nos refirió una fuente, usted se lo llevó del boliche al adolescente. ¿Qué hizo con él?
Érica: - Bueno… (nerviosa, pero lo disimula) Lo convencí para que camináramos por dicha avenida, pero no me respondía las preguntas. Entonces, se ofreció a pagarme el remis y me acompañó hasta acá. Después se volvió a la suya.
Baigorria: - ¿Supo cómo encontraron el cadáver?
Érica: - Creo que yació en la vereda de su casa cuando entraba y ahí fue cuando los delincuentes le clavaron la faca. Al menos eso oí. (dubitativa)
Baigorria:- Muchas gracias por responder. Su información nos será de utilidad.
Ella los acompaña hasta abajo y se van en silencio. Baigorria se va desentendido con las cosas que le dijo. Le decía a su compañero:
Baigorria: - José, la piba nos mintió.
Peña: - ¿Cuál piba?
Baigorria: - La rubia. Dijo que al pibe lo mataron unos chorros, y nosotros sabemos perfectamente que los pibes no se manejan así.
Peña: - Quizás en la tele dijeron cualquier cosa. A veces lo hacen para tener rating.
Baigorria: - ¿La estás defendiendo? Rectifico: la estás defendiendo. ¿Te gusta, no? ¿Te gusta la pendeja? Ya sé que es un infierno, pero nosotros estamos laburando, y si no laburamos, tenemos que volver al videoclub, y no te olvides que ya no existen.
Peña: - Es hermosa, pero no la defiendo. Debe haber mentido, entonces. Hay que avisarle a la jefa.
Baigorria: - Te conozco, mirá… mejor no digo nada porque se te viene la noche…
Peña: - Silvio, ¿no jodamos? Por favor te lo pido…
Baigorria: - ¡Entonces vos no jodas! (grita furioso) Lo único que falta es que tengamos que volver a ver a la tipa esta. Ahí se pudre todo. Pido mi paso a disponibilidad si llega a pasar.
Pasó una semana, y los padres de Bruno y su hermana seguían pensando cómo iban a seguir su vida sin él. Alfredo, el papá, había sido el que, a modo de homenaje, decida donar los órganos para que los trasplanten a quien lo necesite. Claudia, la madre, estaba más repuesta, pero el dolor la seguía matando. Comenzó una terapia esa semana y la especialista auguraba una salida pronta para ella. Mientras tanto, Bárbara se había unido al grupo de Peña y Baigorria para oponerse a las declaraciones de la acusada. La chica estaba hirviendo en cólera cuando supo lo que había dicho.
Bárbara: - ¡Esto no puede ser, loco! ¡Hagan algo urgente! No voy a dejar de repetírselo: fue ella la que lo mató. (gritando muy fuerte)
Peña: - Tranquila, estamos siguiendo el caso, no te preocupes. (intenta calmarla) Te traigo agua, ya vuelvo. (se apura)
Baigorria: - Bárbara, va a salir todo bien. Ya te dije que estoy seguro de que dijo cualquier sanata para zafar.
Bárbara: - ¿Y cómo te diste cuenta?
Baigorria: - Porque estudié lenguaje corporal, y estaba muy nerviosa, sobre todo cuando le pregunté acerca de lo que hizo con tu hermano al irse del boliche. No le queda mucho tiempo afuera. Vamos a ver si le hacemos un interrogatorio más.
¿Querés acompañarnos?
Bárbara: - Voy, pero no entro. No la quiero ni ver.
Baigorria: - OK. José, ¡mové el culo, que vamos a interrogar a la pendeja!
Peña: - ¡Ahí voy, rompepelotas! (se ríe)
Salen de la comisaría. Mientras Baigorria se sube para manejar, Peña le abre la puerta trasera a Bárbara y ella sube. Él va hacia adelante y sube en el asiento de acompañante. Tardaron 10 minutos en llegar a la casa de la sospechosa.
Llegan, tocan el timbre y les abren la puerta. Suben el ascensor y antes de entrar, verifican que Bárbara siga en el patrullero. No iban a tardar mucho tiempo, al menos eso creían.
Érica: - ¿Ustedes otra vez? ¿Y ahora qué quieren? (dice enojada)
Baigorria: - Queríamos hacerle unas preguntas más que no le hicimos la vez anterior.
Érica: - Bueno… pasen. (decepcionada) Pónganse cómodos. Siéntense en el sillón, que enseguida vuelvo.
Baigorria y Peña se sientan a esperar, y charlan en voz baja.
Peña: - ¿A dónde irá?
Baigorria: - ¡Bajá la voz, boludo, que te va a oir! Tenemos que sacarle la ficha ahora, o nos van a romper el traste a patadas.
Peña: - Va a salir todo bien, va a salir todo bien, va a salir todo bien… (repite desesperado)
Baigorria: - ¡Callate, que parecés un robot! No sé a dónde mierda fue o qué nos va a hacer. (temeroso)
Érica regresa de la misma forma que se fue antes, en silencio, y con la misma vestimenta: un camisón blanco que no era transparente, pero su escote evidenciaba que no tenía puesto, al menos, el corpiño. La diferencia es que ahora quería hacer que se note.
Érica: - Bueno, señores, ¿qué me querían preguntar? (dice con la voz más grave, a propósito)
(Peña se queda atónito, con la boca abierta, casi como una caricatura de Tex Avery, y Baigorria se la cierra con ambas manos)
Baigorria: - Queríamos indagar acerca de la noche en que el chico estuvo con usted, y si cree que él en algún momento se sintió que usted le atraía. (habla girando el cuerpo y la cabeza a 180°, mientras ella se desplaza; él también cayó preso de su belleza y no sabía qué hacer)
Érica: - Yo le gusté mucho, demasiado. No tenía que decírmelo para que lo sepa. Ya lo sabía. Me doy cuenta, no soy estúpida. (dice segura)
Baigorria: -¿Está 100% segura?
Érica: - Sí, por supuesto. No me cuestione, por favor. (dice con una voz lasciva)
Después de oír esto, Peña vuelve a abrir la boca de la misma forma que antes, y se la cierra. A pedido de Baigorria, se va y le dice que espere junto a Bárbara en el móvil.
Peña: - Dale, viejo, no me eches.
Baigorria: - Boludo, dejame que yo me encargo.
Peña: - No seas malo. (con ojos tristes, pero a propósito)
Baigorria: - No me quieras joder… Andá a hablar con la piba, que está sola. ¡Andá, dale! (dice riéndose, y le da un golpecito en la mejilla)
Peña: - Está bien, pero mañana garpás la picada.
Baigorria: - La garpo. Ahora, ¡tomátela! (dándole una patada en el culo)
Baigorria cierra la puerta casi como si estuviese en su casa, y sabía muy bien a qué se exponía. Podía perder su vida y su carrera, y no iba a volver al videoclub, iba a volver al almacén de su padre, ese lugar donde lo han cagado a cintazos cuando les rebajaba los precios a los clientes a escondidas de él. Érica espiaba por la ventana y divisó a Peña subiéndose al patrullero. Eso la dejaba tranquila, porque la próxima fase de su plan iba a completarse. Cuando Baigorria sale del baño encuentra a la joven dejando caer su camisón y exhibiendo su desnudez, y los ojos parecen salírsele de las órbitas, casi como lo que le sucedió a su amigo José. Érica lo llamó y le dijo que se acerque:
Érica: - ¡Venga para acá! (ordena)
Él se acerca despacio y sin creer la situación que observa. Ella le acaricia el rostro, el pelo, le abre la camisa y deja al descubierto un pecho lampiño, suave, de hombre forzudo y bien masculino, de esos que se la saben todas.
Érica: - Usted es un hombre inteligente. Muy inteligente. (merodea exhibiendo toda su piel alrededor de él) Sabía que se iba a dar cuenta.
Baigorria: - Usted es muy sagaz. (rendido)
Érica: - Exacto. Y que se le recuerde esto: yo consigo todo lo que quiero. (grita)
La joven se abalanza sobre el torso del policía y le arranca los pantalones y la ropa interior. Queda desnudo, al igual que ella. Ella lo lleva hasta la habitación y se sube a su torso. Lo besa con locura, fruición, con ganas de convertirlo en su sirviente, cosa que prácticamente estaba resuelta. Después de colocarle el profiláctico con la boca, ella se sienta sobre el miembro del hombre y brinca. Sus gritos desenfrenados estimulan más los pocos movimientos del oficial, que estaba atado de pies y manos en la cama. Ella lo seguía provocando con su arsenal más potente: la mirada endemoniada que ponía al fijar sus objetivos y que siempre causaba algo en su género opuesto. Desde que llegó a su casa, Baigorria sabía que la situación iba a terminar así, por eso pensó en no ir con Peña y Bárbara, pero las sospechas le estaban ganando. Ella le acercó sus pechos para que se los lama, los introdujo completamente uno a la vez en la boca y la mujer estalló en dos orgasmos intensos que no tenían comparación a una cópula convencional. Él acabó luego, y ella le pegó dos cachetadas para que se aleje de su cuerpo. Bajó de la cama, lo desató y lo echó de la propiedad, no sin antes decirle que se vista.
Bajó en el ascensor, salió a la calle y vio los rostros de la chica y su hermano del alma. Le abren la puerta y lo ven raro, sonriendo, despeinado, como si cargara una peluca en vez de pelo.
Bárbara: - ¿Qué te hizo, Silvio? (preocupada)
Baigorria: - No me hizo nada, quédense tranquilos. (dice desorbitado, casi como drogado)
Peña: - Me parece que se fumó un charuto largo. (le dice a Bárbara, riéndose)
Durante el viaje hasta la comisaría, permanecieron todos callados. Cuando llegaron, Peña convenció a Bárbara para llevarla hasta su casa. Baigorria se quedó pensando en esa diosa con la que había tenido una gran aventura, que lo había hecho caer a sus pies, y que le gustaba permanecer en ese papel. Un oficial que pasa por ahí le preguntó si estaba bien, le respondió que sí, pero el tipo seguía volando en las nubes después de semejante coito.
Al día siguiente, Bárbara volvió a darse una vuelta por la sede policial para ver si había novedades. Y las había, eran fresquitas, tal como las definió Peña.
Bárbara: - ¿Qué pasó, chicos?
Peña: - Confesó la piba. Fue ella.
Bárbara: - Me estás jodiendo… Lo sabía. ¡Gracias Dios!, ¡Dios existe!, ¡sabía que Dios existía pero no me imaginaba qué tan existente era! (se lanza al suelo de rodillas con mucha alegría y gritaba como si Argentina hubiese sido campeón de la Copa del Mundo)
Peña: - No estoy en nada sorprendido.
Bárbara: - ¿Y cómo se dieron cuenta? (con algunas lágrimas de emoción)
Baigorria: - Porque lo admitió sin ningún pudor. Aparte, porque ya lo había dado a entender en la entrevista de la semana pasada. Dice que lo hizo porque tu hermano no le daba ni la hora.
Bárbara: - ¡Pero en un día no podés pretender que alguien te de bola! ¡Está loca! (grita, pero se recupera)
Peña: - El mes que viene es el juicio, así que invitamos a tu familia a presenciarlo.
Bárbara: - Gracias, ¡los adoro! (los abraza) Les voy a decir a mis padres.
Peña lleva a Bárbara a la casa para informarle junto a ella la novedad, y Baigorria se queda solo. La jefa le alcanza un sobre, y jodiéndolo, dice:
Jefa: - Eh, Silvito, ¡te ganaste esto!
Baigorria: - ¿Qué es?
Jefa: - Abrilo, ¡ganador! ¿Volvimos a las andanzas, che? (se ríe) Nos vemos.
Baigorria abre el sobre y lee en silencio una carta manuscrita de Érica, en la cual es más explícita en el delito que cometió:
“Estimado Silvio Baigorria:
De mi mayor consideración:
Se nota que es un gran detective, y que su fuerza de trabajo le ha permitido resolver este caso que para algunos, era un misterio gigante. Es un amante pasional, lo que siempre he estado buscando en un hombre. Me ha dejado satisfecha, que no cualquiera lo hace, y sabe qué, voy a decirle otra cosa: yo maté al pibe. Ya sé que usted lo sabe, pero se lo reitero. Fui yo. Lo maté porque él no me quería, porque él me ignoraba, y yo lo quería todo para mí. Sé que mi situación fue enfermiza, pero soy así: cuando quiero algo, lo consigo. No solamente que lo maté, sino que lo llevé hasta su casa, a escondidas de sus padres. Tuvimos sexo, y lo sometí, lo hice mío, tal como quería. El inocente era virgen, y yo fui la primera que poseyó su fragilidad humana. Su virilidad era buena, pero no se compara a la suya, Baigorria. Ahí andamos bien. Maté al pendejo cuando acabó. Me bebí sus fluidos y le clavé la estaca en el corazón, el lugar en el cual él no quiso que yo entrara. Sé que ahora la voy a pasar muy mal, pero espero que me entienda. Si usted lo desea, puede ir a verme a la cárcel, o antes de que me detengan. Espero por usted, que es un animal de los de antes.
Atentamente.
Érica Sandoval, asesina de Bruno Maldini.
Elegí esta canción, que tiene una melodía triste, y una letra triste, para escuchar (si usted lo desea) durante la lectura del relato. Es de la banda Tears for Fears, se llama "Pale Shelter" y es del año 1983.
https://www.youtube.com/watch?v=10FpOTFB5m0
Junio de 2009. En un barrio tranquilo, la gente no se preocupaba por las cosas malas, las dejaba a un lado. Todavía salían a la calle sin pensar que podían no volver, que podían quedarse hasta tarde en la vereda oyendo el profundo silencio de la noche o algún ocasional ruido de auto que por allí pasaba. Un día todo cambió para siempre. Tiros, patrulleros y caños de escape de moto que fácilmente empezaron a ser confundidos con armas, y se transformaron en señal de peligro. Ya para este mes, la ola de inseguridad se propagaba por todo el Gran Buenos Aires, y no era nada nuevo ver a la gente llorando en la televisión pidiendo justicia por sus familiares muertos. En el barrio donde sucedió esta historia (el límite entre Ituzaingó y Morón), al menos tres personas habían perdido la vida al ser blanco de delincuentes brutos, drogadictos, y en algunos casos, menores de edad. La preocupación crecía, y las medidas preventivas, también. La familia Maldini había enrejado su casa, y sus hijos adolescentes, Bruno y Bárbara, no podían salir después de las 8 de la noche, a menos que lo hicieran con una compañía. Bárbara, la mayor, vivía la joda como el momento de la semana en el cual podía mandar a la mierda todas las presiones que le provocaba ser nueva en la universidad, mientras que Bruno odiaba salir a boliches o locales bailables y prefería verse son sus amigos. La chica, insistente y sin oírlo, decide arrastrarlo a uno de ellos para que hable con otras adolescentes. Él fue rígido y se negó, pero si no iba, ella no le iba a dar 200 pesos para ahorrar y comprarse una notebook. Cuando llegaron al boliche, se demostró una vez más qué tanto miedo tenía el chico en hablar con una mujer. Los labios se le sellaban y comenzó a tartamudear, y en la única ocasión que se le había presentado esa noche, lloró casi disimuladamente ante ella, sin importarle que se burlen de él. A pesar de esto, él volvió a su casa pero su hermana se quedó a dormir en la casa de una amiga.
Al día siguiente, una horrenda noticia iba a arruinar el destino de esta familia de clase media. Bruno había sido encontrado muerto en su habitación, con una puñalada en el pecho. Su madre, Claudia, lo supo recién en la mañana. Lo primero en que pensaron es que algún hijo de puta quiso robarle al chico y él se resistió en su cobardía. Llamaron a la ambulancia y a la policía, que trabajaron conjuntamente. Las tareas de ésta última son las que debían dar con el ADN del responsable. Los vecinos se sorprendieron y entregaron un pésame por escrito. En el funeral hubo gritos de dolor, de desconsuelo, situaciones lamentables e inevitables que usted sabe muy bien que ocurren cuando alguien fallece, pero no nos vamos a adentrar en eso ahora.
La policía tomó una declaración voluntaria de Bárbara, que quería informarles lo último que supo de su hermano menor. Dijo: “Habíamos llegado a las 10 y tenía muchas ganas de irse. Una amiga de Sofía, mi mejor amiga, se le acercó, pero él no pudo hablarle porque le tenía miedo. Le tenía miedo a las chicas porque no era valiente para acercárseles o hablarles. Se fue llorando, con los cachetes colorados. Le dije que no puede llorar en público con 18 años, y dijo que no lo podía controlar [...] Para tratar de subsanar su timidez y pánico, hace un año que asistía a terapia. Había mejorado bastante, pero le faltaba.” En cuanto a la última vez que lo vio, señaló: “Lo debo haber visto a las 11 o 12 de la noche. Estaba ansioso por irse. Supo que Pablo, su mejor amigo, estaba ahí y se desesperó por encontrarlo. Cuando lo vio, se sentó a hablar con él y le dijo lo que le ocurrió con esa desconocida. Se dieron un abrazo, como para que se calme. De golpe, la piba apareció otra vez y él casi se cae del sillón. Ella lo toma de una mano y se lo lleva afuera. Después, no lo vi más.”
Luego del servicio religioso, Pablo y Bárbara se encuentran, y hablan sobre esto.
Bárbara: - ¡Qué bueno que te encuentro!
Pablo: - Todavía no lo puedo creer.
Bárbara: - Nadie lo cree. No me va a quedar otra que caer, que mi adorado hermanito ahora está con Dios y no con nosotros.
Ambos: - Dios lo bendiga, esté donde esté.
Bárbara: - Necesito preguntarte algo.
Pablo: - ¿Sobre qué?
Bárbara: - Sobre la noche del viernes, cuando estabas con Bruno.
Pablo: - ¿Específicamente qué?
Bárbara: - Cuando la piba ésta se lo lleva afuera. ¿Sabés qué pasó? Después de ahí le perdí el rastro.
Pablo: - Ella se lo lleva afuera y constantemente se le quiere abalanzar. Él, en su ignorancia, no sabe cómo sacársela de encima. Ella quiere besarlo pero él se pone las manos en la cara y sale corriendo. La piba lo corre y él se encierra en el baño. Entro al baño, le agarra un ataque de llanto y trato de calmarlo…
Bárbara: - Pará, pará, pará… Esto no me lo habías dicho. (Preocupada) ¡Qué cagón que era! ¡Qué adorable cagón, mejor dicho! Seguí. (riéndose pero volviendo a la seriedad)
Pablo: - Era un loco lindo… Bueno, retomo. Entro al baño, lo abrazo otra vez, le digo que se calme, que así no va a salir a la vida, y cuando salimos del baño, viene la piba, muy eufórica, se lo lleva a la fuerza y creo… no estoy muy seguro… que…
Bárbara: - Decilo… ¿Qué?
Pablo: - No sé si fue así. Tengo dudas.
Bárbara: - Decilo Enzo, decilo… (dice entre risas)
Pablo: - Creo que se lo llevó a otro lado, que lo sacó del boliche. (apurado) Listo, lo dije. Perdoname, por favor…
Bárbara: - No me pidas perdón. No fue tu culpa. ¿A dónde mierda habrá ido a parar después del boliche? Porque volvió a casa, y estaba en una circunstancia muy extraña.
Pablo: - ¿Cómo “extraña”?
Bárbara: - Estaba acostado en la cama, y desnudo.
Pablo: - Por ahí duerme así. Hay gente que lo hace.
Bárbara: - Yo creo que fue otra cosa.
Pablo: - ¿Estás segura?
Bárbara: - Sí. Definitivamente. Pudo haber sido ella la que lo mató.
Pablo: - Me dejaste con la duda.
Bárbara: - Acompañame, y vamos a decirle a la policía esto que me contaste.
Pablo: - No sé… Por ahí es para peor.
Bárbara: - No va a ser para peor. Vení. (lo apura)
Baigorria y Peña, los dos oficiales que estaban vigilando la ceremonia, los llevan a un lugar más alejado del cementerio para charlar. Prometieron comenzar a investigar con suma urgencia. La chica forneció a los oficiales una breve descripción física de la sospechosa: de 1,70 cm, castaño claro (rubia natural con cabello oscurecido por el paso del tiempo), alrededor de 20 años, de voz grave y profunda, en ese momento vestía una remera blanca y shorts, y zapatillas largas.
Por dos días, estos oficiales y los otros miembros del equipo de la comisaría elaboraron un identikit. Gracias a una llamada anónima, dieron con la acusada. Se llamaba Érica Sandoval, y al momento de la visita que estos oficiales hicieron a su morada, se encontraba sola. La jovencita habitaba un modesto departamento en pleno Castelar, una zona conocida por ser la más lujosa del partido de Morón. Ella en ningún momento se hizo la desentendida sobre el caso, y manifestó haberse enterado por los informativos de televisión. Los hizo pasar, y aceptó someterse a una interpelación.
Peña: - A ver, díganos que hizo el viernes a las 11 de la noche.
Érica: - Fui a las 10 de la noche a una fiesta en un boliche de la avenida Santa Rosa.
Bebí dos vasos de alcohol, cosa que es poco para mí. Suelo beber hasta embriagarme, pero prometí a mis padres no retornar un fin de semana más en un pésimo estado.
Baigorria: - ¿Da entonces por hecho que se encontró a Bruno Maldini en ese lugar?
Érica: - Estuve con él. Aún no llego a entender cómo murió. Hace tan poco que lo vi. Ni siquiera lo conocía.
Baigorria: - ¿Qué hizo cuando estuvo con él?
Érica: - No pude hablar mucho, pero me pareció muy adorable, tierno. Él no me quería dirigir la palabra, me tenía miedo. Podía verse a leguas que nunca salió o estuvo con una mujer. Sé que eso les pasa a los inseguros.
Baigorria: - Una fuente nos confirma que usted lo perseguía por todos lados.
Érica: - No es tan así… Verá, quería que se suelte, que sea seguro, que enfrente sus miedos. Lloraba como una criatura del pánico que me tenía. Eso no es normal. (algunas lágrimas caen de su rostro) Yo quería estar con él. Me sonaba interesante. Siempre voy al frente. No le tengo miedo a nada ni a nadie, sólo a Dios.
Peña: - Viejo, alcanzale unas carilinas para que se limpie.
No estaba alterada, pero la imagen de la joven con esas pequeñas lágrimas rozando sus ojos les partían el alma. Ellos debían trabajar, pero al mismo tiempo recordaban que eran personas y que tenían sentimientos, y que si decidieron a ser policías era para ayudar al prójimo. Retornaron al cuestionario y le trajeron un vaso de agua para que beba.
Peña: - ¿Ahora se siente mejor?
Érica: - Sí. Muchas gracias. (relajada)
Baigorria: - La última pregunta que le haremos, y luego nos vamos. Por lo que nos refirió una fuente, usted se lo llevó del boliche al adolescente. ¿Qué hizo con él?
Érica: - Bueno… (nerviosa, pero lo disimula) Lo convencí para que camináramos por dicha avenida, pero no me respondía las preguntas. Entonces, se ofreció a pagarme el remis y me acompañó hasta acá. Después se volvió a la suya.
Baigorria: - ¿Supo cómo encontraron el cadáver?
Érica: - Creo que yació en la vereda de su casa cuando entraba y ahí fue cuando los delincuentes le clavaron la faca. Al menos eso oí. (dubitativa)
Baigorria:- Muchas gracias por responder. Su información nos será de utilidad.
Ella los acompaña hasta abajo y se van en silencio. Baigorria se va desentendido con las cosas que le dijo. Le decía a su compañero:
Baigorria: - José, la piba nos mintió.
Peña: - ¿Cuál piba?
Baigorria: - La rubia. Dijo que al pibe lo mataron unos chorros, y nosotros sabemos perfectamente que los pibes no se manejan así.
Peña: - Quizás en la tele dijeron cualquier cosa. A veces lo hacen para tener rating.
Baigorria: - ¿La estás defendiendo? Rectifico: la estás defendiendo. ¿Te gusta, no? ¿Te gusta la pendeja? Ya sé que es un infierno, pero nosotros estamos laburando, y si no laburamos, tenemos que volver al videoclub, y no te olvides que ya no existen.
Peña: - Es hermosa, pero no la defiendo. Debe haber mentido, entonces. Hay que avisarle a la jefa.
Baigorria: - Te conozco, mirá… mejor no digo nada porque se te viene la noche…
Peña: - Silvio, ¿no jodamos? Por favor te lo pido…
Baigorria: - ¡Entonces vos no jodas! (grita furioso) Lo único que falta es que tengamos que volver a ver a la tipa esta. Ahí se pudre todo. Pido mi paso a disponibilidad si llega a pasar.
Pasó una semana, y los padres de Bruno y su hermana seguían pensando cómo iban a seguir su vida sin él. Alfredo, el papá, había sido el que, a modo de homenaje, decida donar los órganos para que los trasplanten a quien lo necesite. Claudia, la madre, estaba más repuesta, pero el dolor la seguía matando. Comenzó una terapia esa semana y la especialista auguraba una salida pronta para ella. Mientras tanto, Bárbara se había unido al grupo de Peña y Baigorria para oponerse a las declaraciones de la acusada. La chica estaba hirviendo en cólera cuando supo lo que había dicho.
Bárbara: - ¡Esto no puede ser, loco! ¡Hagan algo urgente! No voy a dejar de repetírselo: fue ella la que lo mató. (gritando muy fuerte)
Peña: - Tranquila, estamos siguiendo el caso, no te preocupes. (intenta calmarla) Te traigo agua, ya vuelvo. (se apura)
Baigorria: - Bárbara, va a salir todo bien. Ya te dije que estoy seguro de que dijo cualquier sanata para zafar.
Bárbara: - ¿Y cómo te diste cuenta?
Baigorria: - Porque estudié lenguaje corporal, y estaba muy nerviosa, sobre todo cuando le pregunté acerca de lo que hizo con tu hermano al irse del boliche. No le queda mucho tiempo afuera. Vamos a ver si le hacemos un interrogatorio más.
¿Querés acompañarnos?
Bárbara: - Voy, pero no entro. No la quiero ni ver.
Baigorria: - OK. José, ¡mové el culo, que vamos a interrogar a la pendeja!
Peña: - ¡Ahí voy, rompepelotas! (se ríe)
Salen de la comisaría. Mientras Baigorria se sube para manejar, Peña le abre la puerta trasera a Bárbara y ella sube. Él va hacia adelante y sube en el asiento de acompañante. Tardaron 10 minutos en llegar a la casa de la sospechosa.
Llegan, tocan el timbre y les abren la puerta. Suben el ascensor y antes de entrar, verifican que Bárbara siga en el patrullero. No iban a tardar mucho tiempo, al menos eso creían.
Érica: - ¿Ustedes otra vez? ¿Y ahora qué quieren? (dice enojada)
Baigorria: - Queríamos hacerle unas preguntas más que no le hicimos la vez anterior.
Érica: - Bueno… pasen. (decepcionada) Pónganse cómodos. Siéntense en el sillón, que enseguida vuelvo.
Baigorria y Peña se sientan a esperar, y charlan en voz baja.
Peña: - ¿A dónde irá?
Baigorria: - ¡Bajá la voz, boludo, que te va a oir! Tenemos que sacarle la ficha ahora, o nos van a romper el traste a patadas.
Peña: - Va a salir todo bien, va a salir todo bien, va a salir todo bien… (repite desesperado)
Baigorria: - ¡Callate, que parecés un robot! No sé a dónde mierda fue o qué nos va a hacer. (temeroso)
Érica regresa de la misma forma que se fue antes, en silencio, y con la misma vestimenta: un camisón blanco que no era transparente, pero su escote evidenciaba que no tenía puesto, al menos, el corpiño. La diferencia es que ahora quería hacer que se note.
Érica: - Bueno, señores, ¿qué me querían preguntar? (dice con la voz más grave, a propósito)
(Peña se queda atónito, con la boca abierta, casi como una caricatura de Tex Avery, y Baigorria se la cierra con ambas manos)
Baigorria: - Queríamos indagar acerca de la noche en que el chico estuvo con usted, y si cree que él en algún momento se sintió que usted le atraía. (habla girando el cuerpo y la cabeza a 180°, mientras ella se desplaza; él también cayó preso de su belleza y no sabía qué hacer)
Érica: - Yo le gusté mucho, demasiado. No tenía que decírmelo para que lo sepa. Ya lo sabía. Me doy cuenta, no soy estúpida. (dice segura)
Baigorria: -¿Está 100% segura?
Érica: - Sí, por supuesto. No me cuestione, por favor. (dice con una voz lasciva)
Después de oír esto, Peña vuelve a abrir la boca de la misma forma que antes, y se la cierra. A pedido de Baigorria, se va y le dice que espere junto a Bárbara en el móvil.
Peña: - Dale, viejo, no me eches.
Baigorria: - Boludo, dejame que yo me encargo.
Peña: - No seas malo. (con ojos tristes, pero a propósito)
Baigorria: - No me quieras joder… Andá a hablar con la piba, que está sola. ¡Andá, dale! (dice riéndose, y le da un golpecito en la mejilla)
Peña: - Está bien, pero mañana garpás la picada.
Baigorria: - La garpo. Ahora, ¡tomátela! (dándole una patada en el culo)
Baigorria cierra la puerta casi como si estuviese en su casa, y sabía muy bien a qué se exponía. Podía perder su vida y su carrera, y no iba a volver al videoclub, iba a volver al almacén de su padre, ese lugar donde lo han cagado a cintazos cuando les rebajaba los precios a los clientes a escondidas de él. Érica espiaba por la ventana y divisó a Peña subiéndose al patrullero. Eso la dejaba tranquila, porque la próxima fase de su plan iba a completarse. Cuando Baigorria sale del baño encuentra a la joven dejando caer su camisón y exhibiendo su desnudez, y los ojos parecen salírsele de las órbitas, casi como lo que le sucedió a su amigo José. Érica lo llamó y le dijo que se acerque:
Érica: - ¡Venga para acá! (ordena)
Él se acerca despacio y sin creer la situación que observa. Ella le acaricia el rostro, el pelo, le abre la camisa y deja al descubierto un pecho lampiño, suave, de hombre forzudo y bien masculino, de esos que se la saben todas.
Érica: - Usted es un hombre inteligente. Muy inteligente. (merodea exhibiendo toda su piel alrededor de él) Sabía que se iba a dar cuenta.
Baigorria: - Usted es muy sagaz. (rendido)
Érica: - Exacto. Y que se le recuerde esto: yo consigo todo lo que quiero. (grita)
La joven se abalanza sobre el torso del policía y le arranca los pantalones y la ropa interior. Queda desnudo, al igual que ella. Ella lo lleva hasta la habitación y se sube a su torso. Lo besa con locura, fruición, con ganas de convertirlo en su sirviente, cosa que prácticamente estaba resuelta. Después de colocarle el profiláctico con la boca, ella se sienta sobre el miembro del hombre y brinca. Sus gritos desenfrenados estimulan más los pocos movimientos del oficial, que estaba atado de pies y manos en la cama. Ella lo seguía provocando con su arsenal más potente: la mirada endemoniada que ponía al fijar sus objetivos y que siempre causaba algo en su género opuesto. Desde que llegó a su casa, Baigorria sabía que la situación iba a terminar así, por eso pensó en no ir con Peña y Bárbara, pero las sospechas le estaban ganando. Ella le acercó sus pechos para que se los lama, los introdujo completamente uno a la vez en la boca y la mujer estalló en dos orgasmos intensos que no tenían comparación a una cópula convencional. Él acabó luego, y ella le pegó dos cachetadas para que se aleje de su cuerpo. Bajó de la cama, lo desató y lo echó de la propiedad, no sin antes decirle que se vista.
Bajó en el ascensor, salió a la calle y vio los rostros de la chica y su hermano del alma. Le abren la puerta y lo ven raro, sonriendo, despeinado, como si cargara una peluca en vez de pelo.
Bárbara: - ¿Qué te hizo, Silvio? (preocupada)
Baigorria: - No me hizo nada, quédense tranquilos. (dice desorbitado, casi como drogado)
Peña: - Me parece que se fumó un charuto largo. (le dice a Bárbara, riéndose)
Durante el viaje hasta la comisaría, permanecieron todos callados. Cuando llegaron, Peña convenció a Bárbara para llevarla hasta su casa. Baigorria se quedó pensando en esa diosa con la que había tenido una gran aventura, que lo había hecho caer a sus pies, y que le gustaba permanecer en ese papel. Un oficial que pasa por ahí le preguntó si estaba bien, le respondió que sí, pero el tipo seguía volando en las nubes después de semejante coito.
Al día siguiente, Bárbara volvió a darse una vuelta por la sede policial para ver si había novedades. Y las había, eran fresquitas, tal como las definió Peña.
Bárbara: - ¿Qué pasó, chicos?
Peña: - Confesó la piba. Fue ella.
Bárbara: - Me estás jodiendo… Lo sabía. ¡Gracias Dios!, ¡Dios existe!, ¡sabía que Dios existía pero no me imaginaba qué tan existente era! (se lanza al suelo de rodillas con mucha alegría y gritaba como si Argentina hubiese sido campeón de la Copa del Mundo)
Peña: - No estoy en nada sorprendido.
Bárbara: - ¿Y cómo se dieron cuenta? (con algunas lágrimas de emoción)
Baigorria: - Porque lo admitió sin ningún pudor. Aparte, porque ya lo había dado a entender en la entrevista de la semana pasada. Dice que lo hizo porque tu hermano no le daba ni la hora.
Bárbara: - ¡Pero en un día no podés pretender que alguien te de bola! ¡Está loca! (grita, pero se recupera)
Peña: - El mes que viene es el juicio, así que invitamos a tu familia a presenciarlo.
Bárbara: - Gracias, ¡los adoro! (los abraza) Les voy a decir a mis padres.
Peña lleva a Bárbara a la casa para informarle junto a ella la novedad, y Baigorria se queda solo. La jefa le alcanza un sobre, y jodiéndolo, dice:
Jefa: - Eh, Silvito, ¡te ganaste esto!
Baigorria: - ¿Qué es?
Jefa: - Abrilo, ¡ganador! ¿Volvimos a las andanzas, che? (se ríe) Nos vemos.
Baigorria abre el sobre y lee en silencio una carta manuscrita de Érica, en la cual es más explícita en el delito que cometió:
“Estimado Silvio Baigorria:
De mi mayor consideración:
Se nota que es un gran detective, y que su fuerza de trabajo le ha permitido resolver este caso que para algunos, era un misterio gigante. Es un amante pasional, lo que siempre he estado buscando en un hombre. Me ha dejado satisfecha, que no cualquiera lo hace, y sabe qué, voy a decirle otra cosa: yo maté al pibe. Ya sé que usted lo sabe, pero se lo reitero. Fui yo. Lo maté porque él no me quería, porque él me ignoraba, y yo lo quería todo para mí. Sé que mi situación fue enfermiza, pero soy así: cuando quiero algo, lo consigo. No solamente que lo maté, sino que lo llevé hasta su casa, a escondidas de sus padres. Tuvimos sexo, y lo sometí, lo hice mío, tal como quería. El inocente era virgen, y yo fui la primera que poseyó su fragilidad humana. Su virilidad era buena, pero no se compara a la suya, Baigorria. Ahí andamos bien. Maté al pendejo cuando acabó. Me bebí sus fluidos y le clavé la estaca en el corazón, el lugar en el cual él no quiso que yo entrara. Sé que ahora la voy a pasar muy mal, pero espero que me entienda. Si usted lo desea, puede ir a verme a la cárcel, o antes de que me detengan. Espero por usted, que es un animal de los de antes.
Atentamente.
Érica Sandoval, asesina de Bruno Maldini.
Elegí esta canción, que tiene una melodía triste, y una letra triste, para escuchar (si usted lo desea) durante la lectura del relato. Es de la banda Tears for Fears, se llama "Pale Shelter" y es del año 1983.
https://www.youtube.com/watch?v=10FpOTFB5m0
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