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Respiro de una noche infiel

Llevaba semanas planeando ese encuentro, titubeando, dudando, vacilando. El encuentro era inevitable y mis ganas de verla superaban toda línea moral. Llevo en pareja más de 8 años sin ningún desvarío… pero ella era distinta.

Respiro de una noche infiel


Sabemos que su simpatía no era lo que me hacía latir el corazón y pensar en engañar a mi esposa, aunque era una mina genial. Lo que me sacudía todos mis esquemas era su físico. Esas piernas largas, lisas, perfectas, bronceadas en su punto justo, bases de una cola turgente amplia, dura y suave. Dueña de una cintura tan quebrada que a uno le llamaba la atención el ángulo que marcaba y lo hacían pensar que era casi una exquisita deformidad.

Luego las curvas se cerraban en una cintura endiablada, con un arito candente en el ombligo y un tatuaje uniendo los dos pocitos sensuales que se le hacían en la espalda, apenas terminaba la cola. Por lógica, la naturaleza no le había dado tetas naturales, pero si se las había dado un cirujano. ¡Y que par de gomas Dios mío! Dos tetas perfectas, cayendo como gotas, que bamboleaban a cada paso de su dueña. Toda su perfección culminaba en una cara felina, con labios carnosos, deseosos de ser besados, mordidos, lamidos, penetrados y un pelo como manto caoba sobre una espalda tallada como madera. Morena me calentaba, hasta su nombre me hacía vapor en las manos.

El encuentro lo había planeado ella en su totalidad, yo solamente me había dejado llevar, intuyo que mi manera de ser distante y lo difícil que le fue convencerme de verla la calentaba más, creo que era como un trofeo para ella. Todo estaba perfectamente organizado, el día, el supuesto viaje de negocios, el lugar alquilado, la cochera cerrada, la lejanía solitaria y una noche perfecta.

Entré y ahí estaba ella, llevaba puesto un vestido rojo ceñido y corto, terminaba justo cuando empezaba ese culo de otro mundo. El quiebre de la cintura de le marcaba de una manera magistral, parecía como que sacaba cola todo el tiempo y en el escote se apretaba, dejando un surco entre esas dos tetas que daban ganas de encallar el barco para siempre. Se había pintado los labios de rojo fuego y llevaba su extenso pelo atado en un perfecto rodete, que dejaba al descubierto el cuello largo y terso.

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La velada siguió perfecta, yo estaba un poco nervioso, pero el vino y la cena ayudó a que me relajase. De solo mirarla ardía mi piel. Aunque sabía que era lo que iba a pasar esa noche, no sabía como arrancar. En el momento del postre, estábamos los dos sentados en el sillón, Morena trajo frutillas con crema y le quedó un poco de crema en el labio. Le dije y con su lengua repasó parte de su boca, sin quitar la crema. Entonces le arrimé mi dedo para sacársela yo y en ese instante su lengua caliente rozó mi yema. Los pelos de la punta se me erizaron.

Llevándose mi dedo hasta la garganta y sin dejar de mirarme comenzó a acariciarme la entrepierna. La verga se me empezó a parar y al punto de que el jean me hacía doler. Se sentó sobre mí, quitó mi dedo de su boca y me comenzó a besar. Como en una guerra cuerpo a cuerpo nuestras lenguas de entrecruzaron, fundiéndose en un torbellino de saliva ardiente, una sobre otra, Morena mordía mis labios al tiempo que su respiración cálida me arrasaba la boca. Sus manos desprendieron el botón de mi pantalón dejando escapar libremente lo mío, tieso, duro, latente y rojo como el fuego. La palma de su mano me acariciaba la verga al tiempo que con sus dedos jugaba con mis testículos, haciéndome agitar de placer.

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Le baje los breteles del vestido dejando libres esas dos tetas gigantes que ahora caían como cascada sobre mi cara. Con mi lengua las saboree, masticando suavemente sus pezones, al tiempo que sus suspiros se comenzaron a agitar lentamente. Me tiró el pelo hacia atrás y comenzó a besarme la pera, luego mi cuello, mordiendo cada parte. Me desprendió la camisa despacio, sentada sobre mí, sin dejar de subir y bajar, como simulando montarme, eso me ponía más duro lo mío aún. Me saque las zapatillas y de un tirón me sacó el jean y los calzoncillos, me besó la pelvis, el ombligo y comenzó con mi pija. Con sus finas manos me apretó la base, haciendo que se hinchara en un segundo, las venas me explotaban en la cabeza del glande. Como una serpiente lentamente se la metió toda a la boca, mientras me miraba con esa cara de gata viciosa, con esa actitud de puta infernal. Una vez que la tuvo toda adentro, sacó la lengua y me acarició con ella los huevos, mientras que con sus manos me arañaba el pecho. Al cabo de unos segundos la sacó de su boca y la saliva estaba a punto de hervir sobre mi piel. Sin utilizar sus manos se la metía entera a la boca, una y otra vez, luego los huevos, alternando entre la cabeza el palo, gimiendo y quemándome con su respiración, humectando todo lo que pronto tendría enterrado en lo más profundo de ella.

Con mi mano le quité la tanga empapada y comencé a masajearle la concha. Manaba un calor capaz de derretir el hielo. Con mis dedos recorrí sus labios, froté su clítoris y hundí mi índice en busca de su punto exacto. Cuando lo encontré fue tanto el placer que tuvo que dejar de chuparme la verga para cerrar los ojos y suspirar, al tiempo que un gemido me avisaba que iba bien. De la calentura lo mío había agarrado un tamaño envidiable, mi ego estaba por las nubes, como mi calentura. El calor que sentía en las manos me tentó para recostar a Morena e ir directamente a jugar con mi lengua donde segundos antes jugaron mis manos.

Sus piernas comenzaron abiertas de par en par, dejándome todo el camino allanado, con mis manos separé sus labios ampliamente y cuando con la lengua encontré lo que antes con los dedos, Morena apretó mi cabeza entre sus muslos en señal de placer, al tiempo que retorcía con sus finas manos los almohadones del sillón. El sudor de ella y mi saliva se fusionaban en un jugo exquisito, que regaba toda la concha de Morena. Mi lengua arrasaba furiosa de norte a sur, como barriendo su placer. Luego de rasgar los almohadones, Morena tomó mis cabellos. La presión de sus dedos y la fuerza con la que me tiraba el pelo eran indicios de que mi trabajo estaba excelentemente desempeñado. Su respiración se agitaba cada vez más, luego comenzaron los gemidos y sus súplicas para que no parase.

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Cuando sus gemidos se transformaron en gritos y un sabor picante me inundó la boca me di cuenta que mi tarea en esa zona había terminado, Morena me miraba con zozobra, respirando agitada. Entonces avancé sobre ella, besando nuevamente sus tetas, masticando sus pezones y haciéndolos parar como dos dedos meñiques, marcando con mi lengua su cuello, su boca y ahogando sus gemidos en un beso de fuego. Cuando Morena comenzó nuevamente a simular estar cogiendo abajo mío, supe que nuevamente estaba activada. Mi verga seguía tiesa, ardiente, brillante y mojada. Entonces separé sus piernas con mi cadera y lentamente me fui enterrando en ella. Cuando todo estuvo dentro comencé a mecerme suavemente, Morena me mordía las orejas y rasguñaba mi espalda.

Luego de unos minutos supe que iba a acabar, ya no aguantaba más, nunca fui bueno para el primero, sino que mi victoria estaba en el segundo, pero como llevaba “uno” a mi favor estaba sereno, entonces me recosté en el sillón y dejé que Morena me montara. Sin despegar sus tetas de mi cara y agarrándome las dos manos para que solo se mueva ella, la bestia sexual se bamboleaba sobre mi verga como una experta bailarina. Bajaba y subía rítmicamente mientras la penetraba, yo mordía sus pezones y ella gemía y gritaba sin parar, invocando a todos los santos y cerrando los ojos.

El galope se transformó en corrida y Morena se movía como una bestia sobre mí, cuando bajaba se movía de atrás hacia adelante, haciendo que toda mi verga se introdujese en ella. En un momento subió y bajó tan fuerte que creí que iba a explotar… su grito agudo me volvió a marcar que algo había vuelto a estallar dentro de ella. Ahora íbamos dos a cero y venía mi venganza.

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Sin darle respiro la di vuelta, con sus dos rodillas sobre el sillón y sus manos en el piso, dejando al descubierto esa cola redonda, tensa, mundial y esa concha como una semilla jugosa, sin pelos, de un rojo ardiente y una catarata de placer. La tomé por las caderas y le enterré toda mi virilidad, con ánimos de atravesarla, de partirla en dos. Mis movimientos eran agresivos, con una mano le apretaba los pezones y con la otra le daba cachetadas a ese culo glorioso, al tiempo que daba bombeadas violentas y rítmicas. Mi sangre me quemaba la piel, el sudor me bañaba el pecho y la espalda de Morena chorreaba gotas, sus gemidos se fundían con los míos. En un momento Morena llevó sus manos hacia abajo, yo pensé que se iba a tocar mientras la penetraba, entonces me acarició los huevos y todo no pude más. Con un grito de gloria, que duró más tiempo de lo que jamás había imaginado, terminé alevosamente dentro de ella, en un chorro largo y caudaloso de semen, que rebalsó su concha e incendió sus piernas, terminando en sus rodillas, su espalda y el sillón…

Ese fue el primero de los tres encuentros de aquella noche infernal…

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