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Historias Reales - Cap. XVIII

HISTORIAS REALES - CAPÍTULO XVIIi.
Iseúl.

Siendo yo aún muy joven, Carlo, un loquísimo, bohemio y frustrado actor de cine compañero de laburo, aseguraba cuando hablábamos de alguna mina de la oficina que apenas aprobaba con un 4 rasposo un doméstico examen de belleza:
-- “Todas las mujeres son lindas”.
-- Flaco, dejate de joder… ¿Qué mierda le viste de linda a Susana? –por poner un ejemplo-.
-- Todas tienen algo lindo, ergo, son lindas –aseveraba muy convencido-.
-- Pero tiene las tetas que le llegan al ombligo.
-- Porque es una señora algo mayor para nosotros que no tuvo posibilidad de cuidar ese punto. Sin embargo no me van a negar que tenga un muy buen culo…
-- Si, eso es cierto…
-- Y buenas piernas –aumentaba la apuesta-
-- Si, también…
-- Entonces, ponela de espaldas y es linda.
-- Tenés razón, pero no estoy convencido…
-- Ana, por ejemplo –prosiguió-, fijate en Ana: tiene un culo que parecen tres, al reparto de gomas llegó cuando ya no habían más y sin embargo te habla y se te para la pija, ¿o no?
-- Qué se yo… No sé si se me para, pero es cierto, tiene una voz muy linda, sensual, erótica casi.
-- Entonces imaginate el polvo que te echarías con ella en una habitación a oscuras mientras te susurra al oído…
-- Si, a oscuras y en pedo.
-- Okey, a oscuras y en pedo, pero le darías…
-- Si. Y no tan en pedo también…
-- ¿Viste, boludo, que entonces no es tan fea?
Entre otras como ésta, reconozco que Carlo me dejó muchas enseñanzas; y les aseguro que las otras fueron muchísimo más útiles que la que acabo de narrarles, aunque ésta la recuerdo particularmente.

Al poco tiempo de separarme, compré y me mudé a mi nuevo departamento. Era un dos ambientes muy amplio con una cocina muy moderna; el living comedor en “L” había sido dividido improvisando un segundo dormitorio aunque desde el principio supe que esa división algún día la haría desaparecer. Lo conseguí a muy buen precio ya que era una sucesión de un viejo que al morir dejó a sus cuatro hijos cagándose a puteadas y sólo esperaban la guita de la venta para no darse nunca más bola. Cuando lo recibí estaba completamente pelado, obviamente no había un solo mueble y ni siquiera estaban colocados los apliques de luz, las lamparitas colgaban del techo por sus cables y una vez que amanecía se hacía difícil seguir durmiendo porque la ausencia de cortinas invitaba al astro rey a cachetearme todas las mañanas.
Muy de a poco fui comprando o recibiendo donaciones de amigos y familiares de las cosas imprescindibles, tan imprescindibles que por mucho tiempo dormí en un colchón regalado, sobre el piso. Los muebles, vajilla y etcéteras, venían de orígenes tan dispares que no combinaba nada con nada. Era difícil encontrar un cuchillo y un tenedor del mismo juego. Ni hablar de los platos, tenía cuatro, todos distintos. No me quejaba porque sabía que eso era temporal, que una vez que me acomodara económicamente de las erogaciones que implican una separación, sumadas a algunas deudas, todo volvería a la normalidad. Y tenía un muy buen ingreso que me lo permitiría pronto.
Un día se instala en la cuadra de casa, en lo que antiguamente era una concesionara de autos usados, un supermercado chino. Para mí esto era fantástico ya que me evitaba caminar las seis cuadras que me separaban del Coto. Una vez que abrieron iba todos los días a comprar lo necesario: algo para comer, algunas bebidas y los artículos de limpieza que la correntina que laburaba en casa me detallaba perfectamente en una lista que dejaba pegada con un imán en la puerta de la heladera.
Los chinos en realidad no eran chinos sino coreanos. Y eran tres: una señora no muy mayor que no hablaba una sola palabra de castellano pero que manejaba los billetes mejor que el Director del Banco Central y sus dos hijos, un pibe que parecía apenas egresado de la secundaria y su hermana mayor, de unos 23 o 24 años. Los ayudaba un muchacho del barrio que trabajaba con ellos en la reposición, recepción de proveedores y otras yerbas.
A medida que nos fuimos conociendo me di cuenta que la hija era la única de los tres que más o menos se defendía con el idioma, y entrando en confianza supe que la chinita se llamaba Iseúl -que en criollo sería algo así como Rocío-, que efectivamente tenía 23 años y que apenas llegada al país se puso a estudiar Urbanización en la Facultad de Arquitectura.
Iseúl, o Rocío, no era linda, era una típica china: chiquita, menuda, delgada, cara redonda y cabello largo… No tenía ni culo ni tetas, pero cada vez que la veía me acordaba de Carlo porque me calentaba, y mucho. Tenía “ese qué se yo, viste?” como dice la balada de Piazzola que tan bien cantaba el Polaco, algo lindo que no me llegaba a identificar pero que muchísimas fantasías hacía recorrer por mi balero cuando, por ejemplo, me cortaba los 100 gramos de cocido. Más de una vez, muchas más, me masturbé viendo porno oriental y pensando en ella, imaginando que era Rocío la que estaba en la pantalla del monitor…
Con la excusa de que estudiaba en Arquitectura, un día me animé a proponerle que me haga un proyecto para decorar mi departamento, que por supuesto le pagaría. Lo que menos me interesaba era que me decore el bulo, sólo quería tenerla un poquito más cerca que detrás de la caja o del mostrador de fiambres. Muchas veces me habían dicho que solamente se arriman a orientales con billetera muy abultada, que con los de este lado no había chance, pero como el “no” ya lo tenía, no había nada que perder… Y aceptó proponiéndome pasar en algún momento para conocerlo y tomar las medidas. Así fue que quedamos que el sábado por la mañana me tocaría el timbre.
Esa mañana me levanté muy temprano para poder poner todo en orden y cuando llamó a la puerta ya tenía todo impecable. Apareció con un block de hojas cuadriculadas, un puñado de lápices y un aparato que apoyaba en una pared y medía la distancia que había hasta la enfrentada. Mientras recorría cada rincón, intercambiamos unas pocas palabras explicándole qué era básicamente lo que quería y hasta dónde llegaba mi presupuesto. Terminó su croquis y nos despedimos.
Tras algunos días de insistencia, de mostrarle mi necesidad de avanzar con la decoración, una tarde a la vuelta del laburo pasé por el supermercado y me dice que ya tiene algunas ideas y que si me parecía bien, más tarde iría a visitarme para mostrarme el proyecto.
-- Cerramos a las nueve y media y voy, ¿está bien? –me propone-
-- Perfecto. Te espero.
Tenía tiempo para guardar la ropa tirada, acomodar la cama, pegarme una ducha y vestirme cómodo para esperarla con un buen whisky en mano mirando por TV un Independiente-Colón. Estaba sirviéndome el segundo vaso cuando sonó el timbre.
Ese día la vi más linda de lo que realmente era. Tenía el cabello atado a la nuca con un lazo, vestía una camisa blanca que dejaba traslucir su corpiño también blanco, un jean muy ajustado a sus piernas algo chuecas destacando una amplia cajeta, y zapatillas deportivas blancas.
-- Querés tomar algo? –le ofrecí-
-- No, gracias.
Era -y se notaba- extremadamente tímida. Pidió permiso para desplegar una serie de dibujos sobre la mesa, hizo algunos comentarios sobre ellos y volvió a pedir permiso para recorrer el derpa mostrándome sus ideas. Caminaba señalándome qué cambiaría, dónde iría cada mueble nuevo, cómo serían los cortinados… Yo la seguía.
Al salir del improvisado tercer ambiente le crucé un brazo por el vientre empujando su espalda hacia mi pecho, apoyándole el bulto en la cola. Se retorció un poco tratando de evitar el contacto y queriendo quitarme el brazo de la cintura. Nuestra considerable diferencia de estructura física no lo permitió, la abracé más fuerte aún y le besé el cuello. Ella trataba de evitarme pero no le aflojé, siempre por detrás le crucé ambos brazos por la cintura haciéndole sentir mi creciente erección. Ni un sonido emitió pero afortunadamente sentí que comenzaba a entregarse con gusto, me permitió que le acaricie el vientre por sobre su camisa y también sus pechos. Meneaba su culo frotándome la pija hasta que llevó una mano hacia atrás para agarrarla por sobre el pantalón de jogging. Bajé la mano hasta su entrepierna y emitió su primer sonido: un tibio y placentero gemido.
Muy sumisa y completamente entregada era muy poco lo que colaboraba. Muy lentamente fui desvistiéndola besando cada parte del cuerpo que le desnudaba. Al finalizar la alcé en brazos, la llevé al dormitorio y la deposité sobre el colchón. Comencé a desvestirme mientras ella me miraba, completamente desnuda, hecha un ovillo, tratando de ocultar de mi vista sus partes más íntimas.
Me arrimé a ella acercándole el pene a la boca. Retiró la cara fingiendo que no quería. Insistí tomándola de la coleta girándola nuevamente hacia mí. Una nueva negativa y un tercer intento bastó para que tímidamente apoye sus labios en mi glande. Lentamente abrió apenas la boca para asomar la punta de su lengua y apoyarla en el meato. Muy de a poco fue animándose a más, lamiéndola, besándola, hasta finalmente introducirla en su boca propinándome una tibia y suave mamada al tiempo que iba relajando su cuerpo, distendiéndolo en la cama.
Mientras la chupaba, comencé a acariciarle el cuerpo. Su piel era muy suave, como la de un durazno maduro. Sus pechos muy pequeños, apenas abultados, aunque con unos pezones oscuros y duros, muy erguidos. Su entrepierna muy amplia, cobijaba una concha delgada, huesuda, jamás afeitada. Por entre los vellos separé sus labios vaginales descubriendo una vagina rosada, inmaculada, hermosa… Suavemente introduje en ella una falange; se estremeció en una leve contorsión acompañada por un jadeo y sentí una leve resistencia cuando ella intentaba retirar mi mano de allí. Insistí y esta vez no me lo impidió. Más a gusto aún la noté cuando no con facilidad le introduje un segundo dedo intentando provocar su orgasmo encontrándole el punto G.
Con su conchita perfectamente lubricada y mi miembro completamente erecto, me coloqué el condón y la penetré suave y lentamente.
Ella gemía con unos sonidos muy agudos que me cuestan traducir en letras; algo así como “…ih, ih, ih…” acentuando la hache, o “…ay, ay, ay…” con la “a” casi muda con una fonética similar a una jota ahogada…
Con una profunda penetración conseguí su orgasmo que se exteriorizó en violentos movimientos pélvicos, contracciones del vientre y una abundante segregación de jugos vaginales.
-- ¡Ahhh… Ahhhhhh! –gritó, ahora sí-.
Habiendo conseguido que ella tuviera su cuota de placer se la retiré de la concha y alzando sus delgadas piernas intenté penetrarla por el ano, un asterisco diminuto al que al primer amago me di cuenta de que sería imposible abordar, la lastimaría hasta el desgarro, así que aborté la misión y volví a bombear en la concha hasta sentir que yo acababa. Fue ahí que la saqué, rápidamente me quité el forro y expulsé sobre la vellosidad de su pubis abundantes chorros de semen caliente con los que ella delicadamente masajeó su vientre.
Luego, en silencio, se levantó para ir al baño, volvió y nos vestimos. Su sonrisa denotaba felicidad extrema y placer absoluto. Antes de despedirse me dejó una frase contundente:
-- Mañana vuelvo a mostrarte las ideas que tengo para la cocina…

2 comentarios - Historias Reales - Cap. XVIII

viciosomdq
Amigo! P! siempre me depara alguna grata sorpresa. Su relato me pareció excelentemente escrito. Su lenguaje llano no se priva de describir a los personajes con claridad, tanto así como las situaciones.
Y que mas decirle que me calentó su historia con la chinita...
Volveré con sus merecidos puntos, cuando pueda... 😀
JuanBoch +1
Gracias!