Esta historia es algo de lo que jamás voy a poder olvidarme. Estimo que el 90% de las personas, al menos del sexo masculino, han tenido esta fantasía. Cuando pasó, realmente nunca se me hubiese ocurrido cumplirla con esa persona, pero, al final… ¡menos mal que fue con ella!
Estaba a una materia de recibirme de Licenciado en Psicología. Esta misma materia la había rendido unas 7 veces y no podía aprobarla. Todo el mundo me preguntaba cómo, después de haberla estudiado y rendido tantas veces, no lo lograba. Sospechaba que la vieja me tenía bronca por algo (que desconozco cuál podría ser el motivo).
En fin, un día, ya cercano a las fechas, decidí hablar con la mina y preguntarle en qué podía estar fallando, o en qué tenía que reforzar, un poco para demostrarle mi interés, y otro para ver si podía darme cuenta si era algo personal que tenía conmigo, o si realmente estaba fallando yo. Me resultó imposible poder cruzar dos palabras con ella, siempre estaba apurada o no la encontraba. En la facu no me querían dar su número de teléfono tampoco. Dos semanas, dos semanas para definir todo.
Una semana, me dispuse a plantarme en el edificio y no me iba a ir hasta no lograr hablar con ella. Día jueves, la esperé a que termine su clase y la seguí hasta la salida.
-Profesora, ¿cómo le va? buen día… ¿podría hablar un momento con usted?
-Me estoy yendo, no tengo tiempo ahora.
-Pero me urge hablar con usted, ¡es importante! Se acercan las mesas y necesitaría poder hablar con usted antes, ¡por favor!
La mina se detuvo un momento en la vereda y me miró.
-Ok, parece que es algo realmente importante… – y me miró de arriba a abajo – está bien, mirá, en la semana estoy bastante complicada, así que sólo puedo ofrecerte un día del fin de semana, tomalo o dejalo.
-Sí, cuando usted me diga… y sí, es muy importante para mí.
-Bueno, pasame tu número de teléfono y yo te llamo. En serio, es la única oportunidad que te doy.
-Sí, lo sé, y le agradezco muchísimo por la oportunidad.
Le di mi número en un papel y se fue. Por dentro pensé: “esta vieja hija de puta me va a cagar, y me va a dejar colgado”.
Día sábado, ocho de la tarde, 400 horas estudiando, sin comer ni dormir, con mi celular siempre al lado, controlando que tuviese señal, pero no sonaba. Tenía razón, ¡yo sabía… qué vieja de mierda, qué bronca tengo! Me fui a dar una ducha para despabilarme un poco y poder seguir. En el medio del trámite, el celular suena. Me asomo para ver el número y decidir si puedo atender después, y en la pantalla decía: “desconocido”. “Debe ser la mina ésta”, pensé.
-Hola…
-Hola, soy la profesora Natacha Winns.
-Profesora, ¿cómo le va? Estaba esperando su llamado…
-Sí, perdón la hora, pero te comenté que estaba falta de tiempo. ¿Podes esta noche?
-¿Esta noche? – le pregunté algo desconcertado.
-Sí, alumno, le dije que sólo iba a tener una sola oportunidad y que estaba falta de tiempo. Es ahora o nunca.
-Está bien, sí, sí puedo. ¿Dónde tengo que ir?
-Vení a mi casa a las 23 y trae todo lo que necesites que veamos.
-Perfecto, gracias nuevamente.
Me pasó su dirección, la cual traté de memorizar hasta poder encontrar algo en qué anotarla. Terminé de bañarme, acomodé todo lo que me iba a llevar y a las 22.30 hs me subí al auto y me dirigí a su casa. No quería llegar tarde. Era tan forra que, seguro que si llegaba tarde, no me iba ni a abrir la puerta. Once de la noche en punto, toco el timbre del edificio y subo.
Tenía un departamento increíble, muy bien ambientado, un aroma exquisito, super ordenado. Pero esa no fue toda la sorpresa, o al menos no la mayor. La “vieja”, resultó que no era tan vieja, o al menos, fuera de la universidad, no tenía ese aspecto. Pero no sólo eso. Acostumbrado a verla con faldas largas y holgadas, sacones grandes y abultados, siempre con lentes de sol, aún dentro de las aulas, el cabello recogido y una cara de orto que espantaba a cualquiera. Entonces, la sorpresa fue encontrarla con una camisa color celeste, una remera musculosa negra y un short de jean todo deshilachado, con algunos recortes, el pelo suelto, sin nada de maquillaje y descalza.
-Perdón que te reciba así, es que hoy estuve toda la mañana ocupadísima y en la tarde tuve que ponerme a limpiar toda la casa. Al final, el único momento del día que tengo para dedicarle tiempo a mi casa son los sábados por la tarde.
-Sí, profesora, no se disculpe, demasiado que me dedica un tiempo para esto – le respondí, sin poder mirarla.
-No me trates de usted, no estamos en la facultad. Además – decía mientras me acercaba una botella chica de cerveza – no tenemos tanta diferencia de edad, supongo… – y se sentó sobre el sillón, frente a mí -.
-Ja, no sé qué edad tiene usted – dije algo nervioso y titubeando – perdón… qué edad tenés.
-Tengo 45… ¿vos?
-28, el mes que viene cumplo los 29.
-¿Soltero? – me pregunta, bebiendo un sorbo de su botella.
-Sí… bah, me peleé hace 3 semanas con mi novia… ex novia…
-Entiendo… – responde, y sigue bebiendo, mirándome, como si me analizara.
-¿vos…? – dudé en preguntarlo, pero ella estaba haciendo lo mismo conmigo.
-Yo soy divorciada hace 7 años, y nunca más volví a formalizar con nadie.
Se levantó y fue a poner algo de música.
-No te molesta, ¿no?
-Para nada, por favor
-¿Querés comer algo?
-No, estoy bien, gracias
La veía caminar por la casa y me estaba volviendo loco. Yo parecía un pollito asustado, estaba totalmente inhibido. ¡La “vieja” era un minón! Nos dispusimos a comenzar con mis cosas, mientras bebíamos algunas botellas de vino. Eran las casi dos de la mañana y yo seguía ahí.
-La verdad que no entiendo cuál es tu pregunta, o tus dudas, si, al parecer, lo entendés todo.
-Bueno, pero en las mesas no pasa lo mismo. Ya me he cansado de rendir esta materia y no puedo sacarla. Es la única que me queda para recibirme y ¡me voy a volver loco!
-Tranquilo… ja, no sé tu nombre.
-Franco
-Tranquilo Franco, quizás habían cosas que tenían que pasar para que puedas aprobar tu materia… ¿nunca te preguntaste por qué no la aprobabas?
-¡Sí! – dije con énfasis – ¡siempre! pero nunca sé cuál puede ser el motivo, y quería averiguarlo con usted… con vos.
-Y… quizás no quería perderte como alumno… quizás no quería… dejar de verte – y, diciendo esto, unió sus labios a los míos, metiendo su lengua en el interior de mi boca.
Automáticamente, mi miembro se erectó por completo y lo hacía aún más con cada cosquilleo que su lengua provocaba al contacto con la mía. Se paró en el lugar y, sin dejar de besarme, cruzó sus piernas sobre mi cintura, sentándose sobre mis muslos. Estaba nervioso, no quería que notara la excitación en mis pantalones deportivos, lo cual sería muy difícil, pero, por otro lado, pensé que era algo obvio y lógico lo que me pasaba, e incluso ella esperaba eso. Y así fue, comenzó a frotarse contra mí y a despedir de su boca unos jadeos intensos. La situación me había desbordado. Hacía tres semanas que me había peleado con mi novia y casi ese mismo tiempo sin coger con nadie. Temí tener una eyaculación precoz, ¡con justa causa!
La mina se salió de encima de mí, se arrodilló en el piso y se agachó bastante. No sabía bien qué hacía en mis pies. Cuando sube, continúa de rodillas y me pone de pie a mí para bajarme el pantalón, seguido de mi calzoncillo. Admito que estaba entregadísimo y muy regalado. Me siento de nuevo en la silla. Entre sus manos tenía uno de los cordones de mi zapatilla. Lo cruzó por la raíz de mi pene y tiró de sus extremos, bien apretado. Llegué a verla hasta de color violeta. Comenzó a pasarle la lengua despacio por el extremo de mi miembro, untándolo enteramente con su saliva, y luego le tiraba un poco de aire, como secándola. Estaba brillante y la veía más grande que nunca. No podía creer cómo había aumentado mi sensibilidad. En un momento, hasta le dio una leve mordida por el lateral. Cuando creyó que era suficiente, la soltó, le pegó (sí, un golpe), se levantó del lugar y fue hasta la cocina. Volvió con dos hielos, que iban a recorrer mi mastil. El frío de los hielos me estaban haciendo doler mucho, me quemaban. Ella soltó los hielos, se puso de espaldas a mí, se bajó el short, una bombacha muy chiquita blanca, la camisa y la remera. Descubrí un tatuaje muy excitante en la baja espalda. Tomó mi falo con una mano y abriéndose bien los glúteos, se sentó sobre él. Las sensaciones habían aumentado en un 1000%. El frío que me había producido el hielo hizo gran contraste con el calor del interior de su cuerpo. Hacía algunos movimientos raros, como controlando el tracto. Así, mientras bajaba y subía, cada tanto sentía como la funda me apretaba y me hacía gozar. Inclinó el tronco hacia abajo hasta tocar con las manos el suelo. Pude ver como el anillo del ano me rodeaba el pene y cómo se iba hacia adentro cuando la hundía. De nuevo empezó a saltar y a ajustar el ano cada vez que iba para arriba. Cuando bajaba lo relajaba, cuando subía lo apretaba. La excitación aumentaba cada vez más, al punto que no me podía controlar. Le advertí que iba a acabar. Ella se giró y me dijo: “Tratá de aguantarlo hasta que sientas que necesitás aire o te desmayás”, y no entendí de qué me estaba hablando, cuando se apoyó con la espalda en mí y con las dos manos me tapó la boca y la nariz. Lo hizo muy fuerte, pero me imagino que si quería me podía soltar. Le seguí el juego y seguimos cogiendo, mientras me iba quedando sin aire.
Sentí que el semen se me iba y trate de retenerlo lo que más pude. De repente, no aguanté más y comencé a acabar. Primero sentí una explosión de placer en el vientre, como contracciones y relajaciones casi simultáneas, y luego el cosquilleo del semen saliendo, pero triplemente más intenso que lo normal. Fue la acabada más fuerte que tuve. Cuando ella sintió que se le llenó la cola, me soltó y pude respirar, haciéndome revivir el placer.
Ella se levantó, se limpió un poco con su remera, volvió sobre sus rodillas y me limpió con su lengua. Luego se paró y se fue, supongo, al baño.
Cuando volvió, yo ya estaba vestido. Se sentó en la mesa, agarró mis hojas y se puso a mirarlas.
-Bueno, supongo que ya no hay nada más para ver… ¿o sí?
No entendía nada. No sabía si me estaba invitando a retirarme o qué.
-Sí… creo que ya está…
-Bueno, igual me dijiste que querías saber cuál era el motivo de por qué no aprobabas. Supongo que ya conociste, con exactitud, la respuesta. Ahora bien – y se puso de pie y se acercó a mí – de la continuidad… depende la nota final – y guiñándome el ojo, volvió a su silla.
Comprendí que comenzaba una gran aventura con esta MUJER con todas las letras. Y comprendí, también, que siempre sería el alumno.
Aclaración: antes de que salgan algunos (quizás) a darme con un caño, esta historia está inspirada en un relato que leí una vez y quería compartirlo tanto con hombres como con mujeres. Yo, particularmente, quedé muy loca con las técnicas que se usaron, me parecieron increíbles y muy buenas para hacer gozar a alguien (caso mujeres) o mostrárselo a otras mujeres (caso hombres). Si alguien lo experimenta, me encantaría que me cuenten cómo les fue y cuáles fueron las reacciones.
Estaba a una materia de recibirme de Licenciado en Psicología. Esta misma materia la había rendido unas 7 veces y no podía aprobarla. Todo el mundo me preguntaba cómo, después de haberla estudiado y rendido tantas veces, no lo lograba. Sospechaba que la vieja me tenía bronca por algo (que desconozco cuál podría ser el motivo).
En fin, un día, ya cercano a las fechas, decidí hablar con la mina y preguntarle en qué podía estar fallando, o en qué tenía que reforzar, un poco para demostrarle mi interés, y otro para ver si podía darme cuenta si era algo personal que tenía conmigo, o si realmente estaba fallando yo. Me resultó imposible poder cruzar dos palabras con ella, siempre estaba apurada o no la encontraba. En la facu no me querían dar su número de teléfono tampoco. Dos semanas, dos semanas para definir todo.
Una semana, me dispuse a plantarme en el edificio y no me iba a ir hasta no lograr hablar con ella. Día jueves, la esperé a que termine su clase y la seguí hasta la salida.
-Profesora, ¿cómo le va? buen día… ¿podría hablar un momento con usted?
-Me estoy yendo, no tengo tiempo ahora.
-Pero me urge hablar con usted, ¡es importante! Se acercan las mesas y necesitaría poder hablar con usted antes, ¡por favor!
La mina se detuvo un momento en la vereda y me miró.
-Ok, parece que es algo realmente importante… – y me miró de arriba a abajo – está bien, mirá, en la semana estoy bastante complicada, así que sólo puedo ofrecerte un día del fin de semana, tomalo o dejalo.
-Sí, cuando usted me diga… y sí, es muy importante para mí.
-Bueno, pasame tu número de teléfono y yo te llamo. En serio, es la única oportunidad que te doy.
-Sí, lo sé, y le agradezco muchísimo por la oportunidad.
Le di mi número en un papel y se fue. Por dentro pensé: “esta vieja hija de puta me va a cagar, y me va a dejar colgado”.
Día sábado, ocho de la tarde, 400 horas estudiando, sin comer ni dormir, con mi celular siempre al lado, controlando que tuviese señal, pero no sonaba. Tenía razón, ¡yo sabía… qué vieja de mierda, qué bronca tengo! Me fui a dar una ducha para despabilarme un poco y poder seguir. En el medio del trámite, el celular suena. Me asomo para ver el número y decidir si puedo atender después, y en la pantalla decía: “desconocido”. “Debe ser la mina ésta”, pensé.
-Hola…
-Hola, soy la profesora Natacha Winns.
-Profesora, ¿cómo le va? Estaba esperando su llamado…
-Sí, perdón la hora, pero te comenté que estaba falta de tiempo. ¿Podes esta noche?
-¿Esta noche? – le pregunté algo desconcertado.
-Sí, alumno, le dije que sólo iba a tener una sola oportunidad y que estaba falta de tiempo. Es ahora o nunca.
-Está bien, sí, sí puedo. ¿Dónde tengo que ir?
-Vení a mi casa a las 23 y trae todo lo que necesites que veamos.
-Perfecto, gracias nuevamente.
Me pasó su dirección, la cual traté de memorizar hasta poder encontrar algo en qué anotarla. Terminé de bañarme, acomodé todo lo que me iba a llevar y a las 22.30 hs me subí al auto y me dirigí a su casa. No quería llegar tarde. Era tan forra que, seguro que si llegaba tarde, no me iba ni a abrir la puerta. Once de la noche en punto, toco el timbre del edificio y subo.
Tenía un departamento increíble, muy bien ambientado, un aroma exquisito, super ordenado. Pero esa no fue toda la sorpresa, o al menos no la mayor. La “vieja”, resultó que no era tan vieja, o al menos, fuera de la universidad, no tenía ese aspecto. Pero no sólo eso. Acostumbrado a verla con faldas largas y holgadas, sacones grandes y abultados, siempre con lentes de sol, aún dentro de las aulas, el cabello recogido y una cara de orto que espantaba a cualquiera. Entonces, la sorpresa fue encontrarla con una camisa color celeste, una remera musculosa negra y un short de jean todo deshilachado, con algunos recortes, el pelo suelto, sin nada de maquillaje y descalza.
-Perdón que te reciba así, es que hoy estuve toda la mañana ocupadísima y en la tarde tuve que ponerme a limpiar toda la casa. Al final, el único momento del día que tengo para dedicarle tiempo a mi casa son los sábados por la tarde.
-Sí, profesora, no se disculpe, demasiado que me dedica un tiempo para esto – le respondí, sin poder mirarla.
-No me trates de usted, no estamos en la facultad. Además – decía mientras me acercaba una botella chica de cerveza – no tenemos tanta diferencia de edad, supongo… – y se sentó sobre el sillón, frente a mí -.
-Ja, no sé qué edad tiene usted – dije algo nervioso y titubeando – perdón… qué edad tenés.
-Tengo 45… ¿vos?
-28, el mes que viene cumplo los 29.
-¿Soltero? – me pregunta, bebiendo un sorbo de su botella.
-Sí… bah, me peleé hace 3 semanas con mi novia… ex novia…
-Entiendo… – responde, y sigue bebiendo, mirándome, como si me analizara.
-¿vos…? – dudé en preguntarlo, pero ella estaba haciendo lo mismo conmigo.
-Yo soy divorciada hace 7 años, y nunca más volví a formalizar con nadie.
Se levantó y fue a poner algo de música.
-No te molesta, ¿no?
-Para nada, por favor
-¿Querés comer algo?
-No, estoy bien, gracias
La veía caminar por la casa y me estaba volviendo loco. Yo parecía un pollito asustado, estaba totalmente inhibido. ¡La “vieja” era un minón! Nos dispusimos a comenzar con mis cosas, mientras bebíamos algunas botellas de vino. Eran las casi dos de la mañana y yo seguía ahí.
-La verdad que no entiendo cuál es tu pregunta, o tus dudas, si, al parecer, lo entendés todo.
-Bueno, pero en las mesas no pasa lo mismo. Ya me he cansado de rendir esta materia y no puedo sacarla. Es la única que me queda para recibirme y ¡me voy a volver loco!
-Tranquilo… ja, no sé tu nombre.
-Franco
-Tranquilo Franco, quizás habían cosas que tenían que pasar para que puedas aprobar tu materia… ¿nunca te preguntaste por qué no la aprobabas?
-¡Sí! – dije con énfasis – ¡siempre! pero nunca sé cuál puede ser el motivo, y quería averiguarlo con usted… con vos.
-Y… quizás no quería perderte como alumno… quizás no quería… dejar de verte – y, diciendo esto, unió sus labios a los míos, metiendo su lengua en el interior de mi boca.
Automáticamente, mi miembro se erectó por completo y lo hacía aún más con cada cosquilleo que su lengua provocaba al contacto con la mía. Se paró en el lugar y, sin dejar de besarme, cruzó sus piernas sobre mi cintura, sentándose sobre mis muslos. Estaba nervioso, no quería que notara la excitación en mis pantalones deportivos, lo cual sería muy difícil, pero, por otro lado, pensé que era algo obvio y lógico lo que me pasaba, e incluso ella esperaba eso. Y así fue, comenzó a frotarse contra mí y a despedir de su boca unos jadeos intensos. La situación me había desbordado. Hacía tres semanas que me había peleado con mi novia y casi ese mismo tiempo sin coger con nadie. Temí tener una eyaculación precoz, ¡con justa causa!
La mina se salió de encima de mí, se arrodilló en el piso y se agachó bastante. No sabía bien qué hacía en mis pies. Cuando sube, continúa de rodillas y me pone de pie a mí para bajarme el pantalón, seguido de mi calzoncillo. Admito que estaba entregadísimo y muy regalado. Me siento de nuevo en la silla. Entre sus manos tenía uno de los cordones de mi zapatilla. Lo cruzó por la raíz de mi pene y tiró de sus extremos, bien apretado. Llegué a verla hasta de color violeta. Comenzó a pasarle la lengua despacio por el extremo de mi miembro, untándolo enteramente con su saliva, y luego le tiraba un poco de aire, como secándola. Estaba brillante y la veía más grande que nunca. No podía creer cómo había aumentado mi sensibilidad. En un momento, hasta le dio una leve mordida por el lateral. Cuando creyó que era suficiente, la soltó, le pegó (sí, un golpe), se levantó del lugar y fue hasta la cocina. Volvió con dos hielos, que iban a recorrer mi mastil. El frío de los hielos me estaban haciendo doler mucho, me quemaban. Ella soltó los hielos, se puso de espaldas a mí, se bajó el short, una bombacha muy chiquita blanca, la camisa y la remera. Descubrí un tatuaje muy excitante en la baja espalda. Tomó mi falo con una mano y abriéndose bien los glúteos, se sentó sobre él. Las sensaciones habían aumentado en un 1000%. El frío que me había producido el hielo hizo gran contraste con el calor del interior de su cuerpo. Hacía algunos movimientos raros, como controlando el tracto. Así, mientras bajaba y subía, cada tanto sentía como la funda me apretaba y me hacía gozar. Inclinó el tronco hacia abajo hasta tocar con las manos el suelo. Pude ver como el anillo del ano me rodeaba el pene y cómo se iba hacia adentro cuando la hundía. De nuevo empezó a saltar y a ajustar el ano cada vez que iba para arriba. Cuando bajaba lo relajaba, cuando subía lo apretaba. La excitación aumentaba cada vez más, al punto que no me podía controlar. Le advertí que iba a acabar. Ella se giró y me dijo: “Tratá de aguantarlo hasta que sientas que necesitás aire o te desmayás”, y no entendí de qué me estaba hablando, cuando se apoyó con la espalda en mí y con las dos manos me tapó la boca y la nariz. Lo hizo muy fuerte, pero me imagino que si quería me podía soltar. Le seguí el juego y seguimos cogiendo, mientras me iba quedando sin aire.
Sentí que el semen se me iba y trate de retenerlo lo que más pude. De repente, no aguanté más y comencé a acabar. Primero sentí una explosión de placer en el vientre, como contracciones y relajaciones casi simultáneas, y luego el cosquilleo del semen saliendo, pero triplemente más intenso que lo normal. Fue la acabada más fuerte que tuve. Cuando ella sintió que se le llenó la cola, me soltó y pude respirar, haciéndome revivir el placer.
Ella se levantó, se limpió un poco con su remera, volvió sobre sus rodillas y me limpió con su lengua. Luego se paró y se fue, supongo, al baño.
Cuando volvió, yo ya estaba vestido. Se sentó en la mesa, agarró mis hojas y se puso a mirarlas.
-Bueno, supongo que ya no hay nada más para ver… ¿o sí?
No entendía nada. No sabía si me estaba invitando a retirarme o qué.
-Sí… creo que ya está…
-Bueno, igual me dijiste que querías saber cuál era el motivo de por qué no aprobabas. Supongo que ya conociste, con exactitud, la respuesta. Ahora bien – y se puso de pie y se acercó a mí – de la continuidad… depende la nota final – y guiñándome el ojo, volvió a su silla.
Comprendí que comenzaba una gran aventura con esta MUJER con todas las letras. Y comprendí, también, que siempre sería el alumno.
Aclaración: antes de que salgan algunos (quizás) a darme con un caño, esta historia está inspirada en un relato que leí una vez y quería compartirlo tanto con hombres como con mujeres. Yo, particularmente, quedé muy loca con las técnicas que se usaron, me parecieron increíbles y muy buenas para hacer gozar a alguien (caso mujeres) o mostrárselo a otras mujeres (caso hombres). Si alguien lo experimenta, me encantaría que me cuenten cómo les fue y cuáles fueron las reacciones.
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