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El baile de la vida

Este relato es ficticio y nunca ocurrió. El título no está dicho de forma vulgar.

Febrero de 2015. Contados con los dedos de las manos, en realidad no es tan así, pero si usted se fija, las vacaciones se están terminando. Y no queremos volver a nuestras vidas de siempre, donde todo pareciera girar en torno a nuestros trabajos, el estudio; las idas, las corridas, la rapidez con la que a veces vivimos. Lamentablemente, tenemos que trabajar o estudiar, o las dos cosas para tener dinero, sino nos cagamos de hambre. El tiempo sigue fluctuante, pero cada día se aprovecha. Andrés Muñoz es un ya experimentado murguero en su barrio, a pesar de que es un adolescente. Decidió empezar a ir de muy chico, porque lo enloquecía el ritmo de esa música. No había mejor momento que este para hacer estallar sus hormonas de alegría: todo el año pedía que llegue la semana de Carnaval. Cada paso que daba era un latido más en su corazón, y le daban muchas más ganas de seguir adelante con la vida que llevaba. Una vida prácticamente planificada, a pesar de que dicen que no es bueno. Estaba decidido a estudiar música, pero al mismo tiempo, hacer una carrera paralela. Tocaba la guitarra de oído y el piano también. A escondidas de sus padres escuchaba música de los años 60 y 70 y música de orquesta, pero el rock y el pop eran sus preferidos. Le daba lo mismo si era actual o de 1986, ese era su pasatiempo. Quizás piense que él sea una persona dada con los demás, pero no era así. Era tímido, silencioso y sólo se desenvolvía mejor con la gente que ya conocía, con los otros era una tortura. No podía hablar con los demás porque no sabía cómo hacerlo, no tenía la seguridad. Por ello seguía solo, y no estaba desesperado por salir con alguien. El amor estaba lejos de tocar su puerta, pero no necesitaba amor, sólo personas que lo quieran tal cual es.
Un par de semanas después de los feriados de Carnaval, fue a visitar a su amigo Gastón Ferraretto, y se quedó más de lo que había dicho porque el chico estaba solo. Los dos eran dinamita servida, y se pusieron a bailar y a joder con ciertas canciones conocidas por ser de pachanga, usted me entiende. Fueron a la cocina a cantar “Estoy saliendo con un chabón”, y ni siquiera la habían terminado que ya estaban ahogándose en el suelo de carcajadas por sus expresiones faciales extrañas. No podían hablar más, porque tan sólo el mínimo sonido que emitieran los forzaba a reírse sin sentido. Volvieron a la habitación, Andrés se acostó en la cama mientras el otro, un nerd del carajo, se puso a buscar en Internet un programa del Caso Roswell (léase por segundo significado la autopsia trucha a un extraterrestre de Chiche Gelblung) porque no estaba tan convencido de la existencia de otras vidas que no fueran las humanas en este universo. Andrés se cansó de repetirle que no crea en pelotudeces y que se preocupe por lo que vale la pena: que están de vacaciones y que no es momento de estudiar. Sí señora, señor, clasifíquelos como dos “virgos” si quiere, porque tenían posibilidades nulas de despertar el interés de alguna jovencita. Recuperados y con energía adicional (se comieron un paquete entero de 600 gramos de galletitas dulces) decidieron seguir divirtiéndose, pero entrando en un terreno especial, en los campos por donde Andrés se desplazaba. Con el reproductor puesto en “play”, se pararon en el medio del comedor y se movieron al ritmo del mejor clásico de todos los tiempos: “Matador”. Ese tema tiene la particularidad de colocar una especie de vibración (transmitida por la batería y los redoblantes) que nuestros cuerpos no pueden resistir, y por eso los pasos se daban instintivamente. También cambiaron una parte de la letra de la canción para seguir jodiéndose y que diga “que te la den, que te la den, si te la dan, te va a gustar”. Hubo movimientos exagerados, e incluso imitaron el “perreo”, y fue en ese momento, cuando sacudían las pelvis como desquiciados que alguien abrió la puerta. Era la madre del anfitrión, Carola, que llegaba de trabajar. Cuando los vio, se quedó con la boca abierta, pero ellos retornaron súbitamente a su postura normal, por supuesto por el sobresalto.

Carola: - ¿Qué andaban haciendo? (haciéndose la sorprendida, pero no estaba enojada)
Andrés: - Estábamos bailando como en la murga, nada más… (tiembla, mientras Gastón pausa la música a las apuradas)
Carola: - No tenía entendido que en la murga revoleen el culo… Pero creo que debe ser así, supongo. No tengo idea.
Andrés: - En realidad no se baila así, estábamos copiando una partecita del videoclip, y allí si hay eso. (nervioso y titubeante)
Carola: - No me acuerdo mucho, pero si vos lo decís… Gastón, ¿vos todo bien, hijo?
Gastón: - Sí, ma.
Carola: - ¿Qué hiciste hoy, además de recibirlo a él?
Gastón: - Me levanté a las 10, fui a la panadería, compré facturas, después fui al supermercado y traje para hoy y para mañana.
Carola: - ¡Qué lindo que aún hayan chicos obedientes! (tose) Discúlpenme, pero necesito ir a dormir. No doy más. Luego hablamos…
Gastón y Andrés: - Chau, hasta luego.
Gastón: - ¡Qué hincha pelotas! (dice en voz baja) Pero así son los padres, viste como es…
Andrés: - Mis viejos son peores. Hay veces que tengo ganas de darme la cabeza contra la pared porque no se callan más. ¡Dios nos libre! Traé los CDs.
Gastón: OK.

Mientras la señora dormía, ellos se pusieron a jugar con sus consolas porque no tenían nada para hacer y hacía mucho calor afuera como para salir. Se quedaron encerrados hasta que el sol bajó, y salieron nada más para cenar. Cuando Carola dijo que la mesa estaba servida, corrieron y se sentaron muy rápido, pero Andrés casi erra sus piernas y por poco se cae. Tambaleó en la silla pero se ubicó enseguida. Por dos horas se miraron las caras y charlaron de asuntos absolutamente normales, de sus recuerdos, de la universidad, que ya les faltaba menos para ir, de su infancia, y una explicación más extendida de su “coreografía” en la habitación. No se dejaron de reír y terminaron ahogados otra vez porque hubo un momento en que no se podían mirar después de ciertas cosas que se dijeron. Para Andrés había sido una de las mejores noches del mes, y ahora tenía ganas de volverse a su casa. Carola se ofreció a alcanzarlo, y él le dijo que no era necesario, pero aceptó. Cuando llegaron, ambos bajaron y entraron a la casa. No se quería ir sin antes saludar a los padres de él, ellos por supuesto hablaron unos momentos y le agradecieron por traerlo. Cuando se fue, el subió a su habitación, se desvistió (porque dormía desnudo) y se metió en la cama. Abrazó la almohada, sentía como una compañía a pesar de ser un objeto inanimado, y cayó en sueño profundo. Su madre se dio cuenta que transpiraba y le prendió el ventilador de pie. Pasó una semana hasta que volvió a visitar a su amigo. El problema es que no estaba. Lo recibieron y le permitieron pasar.

Carola: - Mirá, Andy, Gastón va a venir pero no sé a qué hora. Dijo que se iba con el padre a ver un partido a la cancha de Atlanta. No sé si después pasará algún tiempo más con él, no me dijo. Por ahí llama.
Andrés: - OK, entonces después vengo.
Carola: - Esperame un segundito, que creo que es él. (atiende el teléfono y reconoce la voz de su hijo, mientras tanto, Andrés se desilusiona por no ver a su “hermano”)
Dice que en media hora viene. ¿Querés ir a su pieza a navegar por Internet?
Andrés: - Bueno, si se puede…
Carola: - Claro que se puede, vos conocés como nos manejamos acá. Cuando venga te aviso.
Andrés: - OK.

De esas últimas palabras ya habían transcurrido unos 60 minutos y Gastón no había vuelto. Andrés seguía entretenido en Internet leyendo sobre las patentes negras que utilizaban los automóviles antes de 1995 (una letra y 6 o 7 números) y se mareó la cabeza haciendo cuentas de cómo uno podía distinguir de qué año era cada vehículo. Estando él concentrado en otros temas que no vienen al caso mencionar, no percibe que Carola se había escabullido a la habitación. Pone un brazo sobre su espalda y le pide por favor que si no van al comedor que tiene algo importante para decirle. Él camina detrás de ella en un silencio que lo aterra, sin pensar en qué tan importante podía o no ser.

Andrés: - ¿Le pasó algo a Gastón?
Carola: - No, está bien. Va a volver a las 11 de la noche. Parece que el padre se lo llevó a pasear por la Costanera y luego iban a cenar en un restaurante.
Andrés: - ¡Qué extraño! Bueno, entonces me voy. Perdón por las molestias… (ella lo interrumpe)
Carola: - No te vayas. Necesito decirte algo.
Andrés: - ¿Qué pasó?

Carola le da un beso en la boca y los ojos se le van para cualquier lado. No lo puede creer, retrocede asustado y tiembla.

Andrés: - Esto no puede ser de verdad. Debo estar soñando. (disgustado)
Carola: - No estás soñando. Es de verdad.
Andrés: - ¿Por qué me besaste? (tiembla más)
Carola: - Porque me agradás mucho, y porque me gustás.
Andrés: - Me voy de acá.
Carola: - No te vayas… Por favor volvé. (lo toma del brazo suavemente, hace que vuelva y lo mira a los ojos) Sé que no debí hacer esto, pero lo hice. No me odies, por favor te lo pido.
Andrés: - No lo puedo creer. ¿Te diste cuenta de que no me siento bien? Esto me ha descolocado, vos sos la madre de mi amigo, sos como una segunda madre para mí. (limpiándose las vastas lágrimas que salían de sus ojos)
Carola: - No te pongas así, por favor. Sé que no lo ibas a tomar de una buena manera, pero en algún momento tenía que decirlo. Andá al baño a lavarte la cara, que la tenés muy colorada.

Va al baño, pero mientras se limpia, se quiebra más y su llanto parece escucharse en toda la casa. Carola oye el ruido y lo abraza muy fuerte. Él no se niega, recibe sus brazos, y no entendía por qué. Es bueno ser consolado, pero aceptó por el hecho de que la quiere a pesar de lo que le ha dicho.

Carola: - Bueno, es hora de que limpiemos esos ojitos tan dulces que tenés, saquemos una sonrisa y pensemos en cosas lindas. ¿Te acordás que yo te decía esto a vos y a Gastón cuando eran chicos?
Andrés: - Si me olvidase de eso, hubiese olvidado media vida. Por supuesto que lo recuerdo. La verdad es que no sé por qué vos y mi mamá decían que yo tenía los ojos lindos, si son marrones convencionales.
Carola: - Porque tus ojos brillan, desde siempre, y sobresalieron. ¿Viste que te podías calmar? Necesitabas un mimo para estar mejor. (sonriendo)
Andrés: - Me parece que sí… Bueno, creo que me voy a ir. Perdón por lo que sucedió.
Carola: - No te tenés que disculpar. Quedate, podés hacerme compañía.
Andrés: - Me quedo.
Carola: - ¿Y qué te hizo cambiar de opinión?
Andrés: - Creo que acá estoy cómodo.

Esa noche la pasaron juntos, pero él tenía un gran cargo de conciencia todavía. Pudieron mirarse a los ojos como dos adultos, pero que sentían algo distinto a esa relación particular que tuvieron por al menos una decena de años. Ya lo dijo él, la miraba de una forma distinta, pero nunca negó que fuese una mujer atractiva. Tuvieron una cena a la luz de las velas y hablaron poco o prácticamente nada a lo que habían hablado la semana anterior con Gastón junto a ellos. Al terminar de cenar, el ambiente estaba muy aburrido y ya parecían estar exhaustos. Cuando él se levantó de la mesa, ella volvió a insistirle para que se quede.

Andrés: - ¿Y ahora qué pasa?
Carola: - Seguime, por favor. (suben las escaleras y van a la habitación de ella)
Andrés: - ¿Por qué vinimos acá?
Carola: - Porque sé que has sido muy bueno conmigo todos estos años, y te tengo fe.
Andrés: - ¿Fe en qué?
Carola: - Creo que podés hacer esto.
Andrés: - ¿Qué? (ella saca una caja del cajón, pero él no se da cuenta)
Carola: - Mirá. (le muestra una caja de preservativos) ¿Nunca viste uno?
Andrés: - Alejá eso de mi vista. Me dan asco.
Carola: - Esto es higiene. Es para la salud.
Andrés: - Ya sé que es para la salud y piripipí, piripipí. No los puedo ver, me hacen sentir mal. (tenso)
Carola: - Te voy a hacer esta pregunta, que es de rigor por tu contestación: ¿tuviste relaciones sexuales alguna vez?
Andrés: - No. Nunca. No puedo, soy muy frágil. (vuelve a llorar)
Carola: - No tenés que ser fuerte para esto. Nunca te vi llorar tanto, ni siquiera cuando eras más chico. ¿Te está pasando algo?
Andrés: - Me siento muy incómodo, nada más. No quiero acostarme con vos ni con nadie. Esto no es para mí.
Carola: - ¿Y por qué esto no es para vos?
Andrés: - Porque no sé hablar, no sé tratar con mujeres, no tengo confianza en mí mismo. (llora más)
Carola: - Pobrecito, no llores más. Ya estamos grandes para llorar tanto. (lo abraza de nuevo, con más fuerza) Esperame un segundo que ya vengo. (suena su celular, es Gastón por SMS, que se queda a dormir en lo del padre y vuelve mañana a la tarde)
Andrés: - Perdón, necesito ir al baño.
Carola: - Andá… Gastón no viene esta noche. Dormí acá. (rogando)
Andrés: - Me convenciste… (respirando algo agitado)

El chico se sentó en la cama a esperar, y cruzaba los dedos de las manos por los nervios. Se había descalzado y rozaba los dedos de los pies en la alfombra casi como los dedos de las manos. Diez minutos después, la señora salió con un camisón puesto y una ropa interior ligera y fina muy elegante. Ella lo empezó a mirar sin ninguna intencionalidad, pero él estaba distraído y trataba de desenfocar su atención. Eso hizo que ella ponga una mano en su rostro y le diga:

Carola: - No te preocupes si no sale como querés. La primera vez suele ser muy accidentada, y no es la mejor.
Andrés: - Está bien.
Carola: - Acá tengo un profiláctico. No le tengas miedo, esto puede salvarte la vida.
Te lo voy a poner, porque me di cuenta que no lo querés ni tocar.

Ella se agacha y lo coloca con ambas manos, mientras él seguía temblando de miedo. Se pone de pie y se saca el camisón. Acerca la cabeza de él a su cuello y él da unos besos prácticamente imperceptibles, y a medida que pasan los segundos, los besos son más fuertes y decididos de su parte. A pesar de demostrar el pánico que le generaba enfrentarse a su primera vez, y encima con la madre de su amigo, trató de hacer lo que pudo. No supo hacer otra cosa que besarla, muy despacio por todo el cuerpo, y ella se sentía halagada, satisfecha, que su meta había sido cumplida. La desnudez ya los estaba uniendo más, y el roce de sus pieles era más evidente cuando él se subía sobre ella para besarla en la boca, arriesgándose por lo que no había conseguido hacer antes. En cuanto al coito, ella sintió que debía ser tolerante; por eso lo acostó boca arriba, mientras se sentaba sobre su pene. No quiso exigirle nada, la pérdida de la virginidad, por lo menos en este caso, era un momento especial, no para criticar la virilidad ni la crudeza de una penetración. Lo que importaba acá era la pasión, los buenos sentimientos, el corazón.
Media mañana. Día domingo. Las 11 de la mañana, y todavía seguían durmiendo. Ella toma el reloj, se fija la hora y lo despierta. Él sigue rezongando en la cama, mientras ella toma su camisón y se lo pone sin vestirse. Antes de que cruce la puerta, Andrés esboza un “gracias por quererme” que hace que ella se sonroje y le dé un beso en la mejilla. Desayunaron juntos y se fue a su casa, mandando por supuesto saludos a sus padres, y antes de que los vieran, fuera de la puerta, se dieron un piquito y un abrazo.

2 comentarios - El baile de la vida

yoyo2121 +1
Por qué no me pasó a mi algo así. Van puntos 6