HISTORIAS REALES - CAPÍTULO XVI.
Cristina (Parte 2).
Desde aquel día del reencuentro, Cristina me llamó por teléfono todos, absolutamente todos los días, hasta que finalmente después de casi diez días de llamados, decidimos volver a vernos.
En aquellas conversaciones telefónicas se abrió completamente dejándome saber una serie de detalles de su vida que no había conocido con precisión. Supe que su peso aumentó en veinte años 23 kilos; su talla de corpiño, aquellos maravillosos 92 centímetros hoy se habían convertido en 110; que le costaba encontrarse cómoda con su nuevo cuerpo y no conseguía ropa adecuada… Lentamente se fue abandonando y esto la llevó a que sus amigas la fueran apartando, y no solo se aisló de ellas sino de todo tipo de relación. Y entró en un círculo vicioso, una cosa traía la otra y así fue que, hasta nuestro último encuentro, llevaba añares sin tener relaciones habiendo perdido la cuenta.
Para esta ocasión la invité a mi departamento. Era el lugar apropiado para tener intimidad, hablar cómodamente, tener una buena cena… y sexo.
-- Te espero el viernes en casa, tengo pensado preparar una cena que no vas a olvidar –le propuse el miércoles por teléfono-.
-- Me fascina la idea, aunque ya tengo varios motivos para no olvidarte.
-- Genial, sumaremos algún otro… Te espero a las nueve. –anotó la dirección y nos despedimos-.
El jueves, durante el almuerzo con mis dos compañeros, conté la historia que habíamos tenido con Cristina y hablé del encuentro que tendríamos al día siguiente, sin ocultar que estaba pidiendo consejos, ideas, para hacer de la del día siguiente una noche especial.
-- Dejate de joder, Juancito –salta Ricardo-, la gorda quiere coger y no le importa más nada. Tené a mano un par de vinos y no gastes más guita en boludeces…
-- Pará, Richard, no seas así, pobre mina –lo interrumpe Manuel-, la mina está mal y se merece lo mejor…
-- Si, claro, la mejor cogida –insiste Ricardo-.
-- Muchachos, -aclarando- si les comento esto es porque me importa. Rara vez les cuento de las minitas que me ando volteando por ahí a menos que haya sido algo muy loco, pero esto me importa en serio…
-- ¿Estás de novio, boludo? –inquirió Ricardo-
-- No, pelotudo. La gordi me calienta, mucho, de ahí a estar de novio hay años luz, pero no voy a negar que a esta mina la quiero… Y si van a seguir pelotudeando la cortamos acá. Quiero escuchar ideas. –fui terminante-
-- Okey –arrancó Ricardo-, hablando en serio, mi consejo es que antes que nada te tomes dos Viagras… No vaya a ser cosa que se te caiga a medianoche…
-- Qué boludo! –siguió Manuel-. En serio, no creo que haya nada nuevo, está todo inventado… Preparale una buena cena, esto a las minas les encanta, poné una linda mesa, con velas, flores, buen vino, poca luz, música suave, ¿y qué más?
-- La puta, qué originales son, eh!
Ese viernes tenía todo listo: la casa en perfecto orden, la mesa prolijísima con mantel y un candelabro con tres velas, la música lista y un salmón que junto al “cosecha tardía” esperaba en la heladera.
Estaba poniendo música mientras espiaba por el ventanal del balcón como la pendeja del edificio de enfrente recibía a su novio cuando sonó el timbre. Era ella. Le pedí al vigilante de la entrada que la dejara pasar y al rato estaba tocando el timbre de arriba. Los nueve pisos que me separan de la planta baja me dieron tiempo para servir un par de copas de champagne para recibirla. Grande fue mi sorpresa al abrir la puerta con las copas en la mano… estaba hermosa; toda de negro con un vestido escotado y faldas hasta las rodillas, unos zapatos muy sencillos con altísimos tacones que mejoraban gratamente la forma de sus robustas piernas enfundadas en medias también negras semitransparentes, poco maquillaje, un peinado espléndido y dos gigantescos aros que colgaban de sus orejas.
Simplemente “hola” nos dijimos antes de besarnos con un pico en los labios.
Entró, dejó descuidadamente su cartera sobre un sillón y sin tomar la copa que le ofrecí quedó como estática, parada en el centro de la sala recorriendo lentamente con su mirada cada rincón, la mesa, los almohadones… Dejé las copas sobre un mueble y me acerqué a ella, que estaba de espaldas. Giró hacia mí y encorvando los hombros me dijo:
-- No esperaba esto… Sos lo más…
La abracé por la cintura y nos dimos un largo beso en los labios.
-- Es mucho menos de lo que te merecés, pero hay más…
-- Realmente tenés un departamento hermoso. Y muy buen gusto. ¿De dónde es eso? –preguntó señalando un gran tapiz colgado en la pared sobre el sillón grande-.
-- Lo traje del sur, lo hacen los mapuches en telar.
-- Está precioso.
-- No es para menos; creo que con lo que lo pagué toda la tribu se fue un mes de vacaciones a París… -y estalló en risas-
-- Qué exagerado…
-- Vení, dale, agarrá las copas y acompañame a la cocina que tengo algo rico para preparar.
Mientras conversábamos y vaciábamos la botella de champagne, preparaba el salmón con una salsa suave de hierbas. Cuando estaba listo le pedí que trajera de la heladera el vino y fuimos a la mesa. Sin entrar en detalles les cuento que la comida le encantó y la decoración de la mesa la apabulló. De postre serví simplemente una copa helada y la invité a tomar el café al balcón. Le pedí que me espere allí mientras lo preparaba. Mientras tanto veía como se sentaba en el sillón-hamaca y cruzada de piernas se mecía suavemente.
Llevé el café y me senté frente a ella. No sé si de hamacarse o intencionalmente, su pollera se había subido considerablemente al punto de que cruzada de piernas podía ver como el elástico de las medias se prendía a sus morrudos muslos, casi donde empieza el culo.
-- No estás cómodo ahí, vení acá al lado mío –me invitó-.
Me senté a su lado y mientras una mano sostenía el pocillo dejó reposar la otra en mi entrepierna. El pantalón de hilo, la ausencia de calzoncillos y sus caricias en el muslo provocaron que comience una incipiente erección. Dejé mi café sobre la mesa, giré un poco hacia ella llevando la mano por debajo de su pollera y nos besamos.
-- Vamos adentro –me pidió-.
-- Vamos.
-- Llevamos los cafés?
-- Prefiero un whisky, vos?
-- Obvio! Yo los sirvo…
Mientras cerraba el ventanal y corría las cortinas ella iba en busca de hielo. Estaba de espaldas a mi llenando los vasos cuando me acerqué por detrás y apoyándole el bulto en el culo la abracé besándole el cuello.
-- Qué lindo sos… -me dijo dándose vuelta, ofreciéndome mi vaso y un beso-
-- Vos también sos linda.
-- Pero gorda –señalándose el cuerpo con ambas manos-
-- No empecemos con pavadas –le pedí-
-- ¿Me vas a invitar a dormir? –preguntó boludamente tirándose en el sillón grande-
-- ¡Por supuesto! Pero tengo otros planes antes… Tomemos este whiskito tranquilos que tenemos toda la noche por delante.
-- Si, pero ojo que no quiero agarrarme la borrachera del otro día, eh?
Estaba sentada en una posición tal que su pierna derecha cruzada sobre la otra dejaba a la vista la mitad de su culo y una teta empezaba asomar por su escote. No pude más y me tiré sobre ella a besarle ese pecho. Se entregó completamente ofreciendo todo su voluminoso cuerpo a mis más bajos instintos. Le acaricié por sobre su vestido todo el contorno de su amplia cintura para avanzar luego por debajo de sus faldas acariciando su entrepierna, sintiendo el calor de su concha. Ella no paraba de acariciarme el miembro por sobre el pantalón. Pude sentir la humedad de su vagina mojando la bombacha. Le pedí que se desnudara mientras yo hacía lo mismo al tiempo que me deleitaba con su gordo cuerpo y sus gigantes tetas, coronadas ellas con un par de enormes aunque tiesos pezones rosados.
Ya completamente desnuda descubrió la erección de mi pene, lo tomó con ambas manos, lo masturbó un poco y poniéndose de rodillas lo introdujo íntegro en la boca, succionando como una ventosa; sentía como con su lengua lo presionaba contra el paladar, luego aflojaba, lo sacaba, lo volvía a comer y repetía…
-- Vení, ponete acá –le pedí señalando el sillón sugiriéndole se ponga en cuatro patas-
-- Cogeme por el culo –me pidió mientras estiraba el brazo alcanzando su cartera y extrayendo de ella un brutal consolador- Mi amigo se ocupa de mi conchita…
Salivó la silicona de ese miembro de caucho para introducirlo en la vagina, al tiempo que yo hacía lo mismo en su culo. Una verdadera sinfonía de suspiros, gritos y exclamaciones de placer armonizaban la escena. Bombeaba con mi chota en su ano con el mismo ritmo con que ella lo hacía con el de plástico en su vagina…
-- Voy a mojarte los almohadones, no puedo detenerlo…
Inmediatamente extrajo el consolador y junto con él una catarata de jugos manó de su vagina regando los sillones. Volvió a penetrarse y tras otra breve masturbación se repitió la situación…
-- Ay, por Dios, qué placer! –dijo gimiendo mientras seguía recibiendo pija por el culo-.
-- Voy a acabar –le alerté-
-- Dejame tomarme la leche…
Rápidamente la retiré del culo, ella se volcó sobre sí misma recostándose de espaldas y le arrimé la poronga a su cara para masturbarme unos segundos, los suficientes para llegar y acabar con un potente chorro de semen espeso y caliente en su boca. Lo saboreó, paladeó, degustó como un somellier de esperma y tragó, mostrándome luego su boca abierta con la lengua afuera limpia de todo rastro de leche…
-- ¿Sabés qué es lo malo de coger? –me preguntó- Es que se acaba –se respondió a sí misma-. Si pudiera estaría cogiendo con vos sin parar el resto de mi vida, es lo más maravilloso del mundo –continuó, elevando mi autoestima-.
-- Si, pero eso que trajiste…
-- Es la única satisfacción que tengo desde hace años, hasta que te volví a encontrar…
-- Jaja! No me imagino a vos entrando a un sex-shop a comprar eso…
-- Estás loco? Jamás lo haría! Lo compré por internet haciéndome pasar por un tipo.
-- Ahora sí me cierra…
Así, desnuda y mojada como estaba alcanzó su vaso y me pidió:
-- Tocame por favor, no dejes de acariciarme…
Accedí gratamente comenzando con sus pechos. Ella dejó el vaso a un costado en el piso y se entregó relajada a mis caricias. Coloqué una manos debajo de su teta para levantarla y apuntar con su pezón a mi boca. Lo lamí, besé y mordisqueé sintiendo cómo se iba endureciendo y erectando. Hubiera tenido para toda la noche entreteniéndome con sus pechos, pero había más. Su vientre blando y rollizo me resultaba muy sensual y allí fui, recorriendo toda su inmensidad con mis caricias, su ombligo era profundo y atraía mis dedos como una agujero negro, pero muy cerca de allí comenzaba a crecer su vello púbico y más abajo su vagina. Por allí continué, ella estaba completamente relajada, parecía dormida si no fuera que al acercarme a su concha separó sus piernas de par en par entregándomela para satisfacer mis deseos. Y los suyos.
Separé sus labios para dejar a la luz una hermosa vagina rosada y húmeda, con una profunda caverna oscura. Mientras con dos dedos le mantenía la puerta abierta, con la otra mano le masajeaba el clítoris, que comenzó a crecer tímidamente al tiempo que la apertura de su vagina latía al ritmo que crecía su excitación… y mi erección.
Fue entonces que apoyé la cabeza del pene erguido sobre su clítoris. Despertando bruscamente de su letargo lo empujó hacia adentro con un suspiro…
-- Ahhhh!!! –gimió-.
Bombeé un rato largo, sentía como mi miembro acariciaba sus zonas más erógenas y profundas del interior de la caverna vaginal; ella acabó un par de veces más sin yo haberla sacado. No quería desperdiciar la ocasión y perderme esa posición que tanto me calentaba así que tomé sus pesadas aunque gráciles piernas por detrás de los muslos, los alcé para tener una mejor penetración anal, y en un abrir y cerrar de ojos la saqué de la concha para penetrarle de una el culo ya muy dilatado por el deseo. Ella ayudaba la penetración separando las nalgas con ambas manos y cuando ya estaba segura de retenerla en el ano, comenzó a masturbarse con frenesí mientras imploraba que no se la saque. Acabó mucho antes que yo entregándome un manantial de cálidos jugos vaginales que empaparon mi vientre. Los fluidos lubricaron aún más la zona haciendo de ésta una suave cogida. Esta vez acabé adentro pero no la saqué, dejé que mi miembro comprimido por el esfínter se relajara dentro de su ano. Cuando finalmente decidí sacarla, su boca fue directamente a mi polla, que más que una pija parecía un gordo trozo de carne, mojado, cremoso y laxo, que con sus labios y lengua procedió a limpiar pulcramente.
Lo poco que quedaba de la noche lo dedicamos a emborracharnos libremente sin la presión de tener que volver a coger, ni manejar, ni viajar, ni nada, y así, completamente embriagados, nos quedamos dormidos en cucharita.
Cristina (Parte 2).
Desde aquel día del reencuentro, Cristina me llamó por teléfono todos, absolutamente todos los días, hasta que finalmente después de casi diez días de llamados, decidimos volver a vernos.
En aquellas conversaciones telefónicas se abrió completamente dejándome saber una serie de detalles de su vida que no había conocido con precisión. Supe que su peso aumentó en veinte años 23 kilos; su talla de corpiño, aquellos maravillosos 92 centímetros hoy se habían convertido en 110; que le costaba encontrarse cómoda con su nuevo cuerpo y no conseguía ropa adecuada… Lentamente se fue abandonando y esto la llevó a que sus amigas la fueran apartando, y no solo se aisló de ellas sino de todo tipo de relación. Y entró en un círculo vicioso, una cosa traía la otra y así fue que, hasta nuestro último encuentro, llevaba añares sin tener relaciones habiendo perdido la cuenta.
Para esta ocasión la invité a mi departamento. Era el lugar apropiado para tener intimidad, hablar cómodamente, tener una buena cena… y sexo.
-- Te espero el viernes en casa, tengo pensado preparar una cena que no vas a olvidar –le propuse el miércoles por teléfono-.
-- Me fascina la idea, aunque ya tengo varios motivos para no olvidarte.
-- Genial, sumaremos algún otro… Te espero a las nueve. –anotó la dirección y nos despedimos-.
El jueves, durante el almuerzo con mis dos compañeros, conté la historia que habíamos tenido con Cristina y hablé del encuentro que tendríamos al día siguiente, sin ocultar que estaba pidiendo consejos, ideas, para hacer de la del día siguiente una noche especial.
-- Dejate de joder, Juancito –salta Ricardo-, la gorda quiere coger y no le importa más nada. Tené a mano un par de vinos y no gastes más guita en boludeces…
-- Pará, Richard, no seas así, pobre mina –lo interrumpe Manuel-, la mina está mal y se merece lo mejor…
-- Si, claro, la mejor cogida –insiste Ricardo-.
-- Muchachos, -aclarando- si les comento esto es porque me importa. Rara vez les cuento de las minitas que me ando volteando por ahí a menos que haya sido algo muy loco, pero esto me importa en serio…
-- ¿Estás de novio, boludo? –inquirió Ricardo-
-- No, pelotudo. La gordi me calienta, mucho, de ahí a estar de novio hay años luz, pero no voy a negar que a esta mina la quiero… Y si van a seguir pelotudeando la cortamos acá. Quiero escuchar ideas. –fui terminante-
-- Okey –arrancó Ricardo-, hablando en serio, mi consejo es que antes que nada te tomes dos Viagras… No vaya a ser cosa que se te caiga a medianoche…
-- Qué boludo! –siguió Manuel-. En serio, no creo que haya nada nuevo, está todo inventado… Preparale una buena cena, esto a las minas les encanta, poné una linda mesa, con velas, flores, buen vino, poca luz, música suave, ¿y qué más?
-- La puta, qué originales son, eh!
Ese viernes tenía todo listo: la casa en perfecto orden, la mesa prolijísima con mantel y un candelabro con tres velas, la música lista y un salmón que junto al “cosecha tardía” esperaba en la heladera.
Estaba poniendo música mientras espiaba por el ventanal del balcón como la pendeja del edificio de enfrente recibía a su novio cuando sonó el timbre. Era ella. Le pedí al vigilante de la entrada que la dejara pasar y al rato estaba tocando el timbre de arriba. Los nueve pisos que me separan de la planta baja me dieron tiempo para servir un par de copas de champagne para recibirla. Grande fue mi sorpresa al abrir la puerta con las copas en la mano… estaba hermosa; toda de negro con un vestido escotado y faldas hasta las rodillas, unos zapatos muy sencillos con altísimos tacones que mejoraban gratamente la forma de sus robustas piernas enfundadas en medias también negras semitransparentes, poco maquillaje, un peinado espléndido y dos gigantescos aros que colgaban de sus orejas.
Simplemente “hola” nos dijimos antes de besarnos con un pico en los labios.
Entró, dejó descuidadamente su cartera sobre un sillón y sin tomar la copa que le ofrecí quedó como estática, parada en el centro de la sala recorriendo lentamente con su mirada cada rincón, la mesa, los almohadones… Dejé las copas sobre un mueble y me acerqué a ella, que estaba de espaldas. Giró hacia mí y encorvando los hombros me dijo:
-- No esperaba esto… Sos lo más…
La abracé por la cintura y nos dimos un largo beso en los labios.
-- Es mucho menos de lo que te merecés, pero hay más…
-- Realmente tenés un departamento hermoso. Y muy buen gusto. ¿De dónde es eso? –preguntó señalando un gran tapiz colgado en la pared sobre el sillón grande-.
-- Lo traje del sur, lo hacen los mapuches en telar.
-- Está precioso.
-- No es para menos; creo que con lo que lo pagué toda la tribu se fue un mes de vacaciones a París… -y estalló en risas-
-- Qué exagerado…
-- Vení, dale, agarrá las copas y acompañame a la cocina que tengo algo rico para preparar.
Mientras conversábamos y vaciábamos la botella de champagne, preparaba el salmón con una salsa suave de hierbas. Cuando estaba listo le pedí que trajera de la heladera el vino y fuimos a la mesa. Sin entrar en detalles les cuento que la comida le encantó y la decoración de la mesa la apabulló. De postre serví simplemente una copa helada y la invité a tomar el café al balcón. Le pedí que me espere allí mientras lo preparaba. Mientras tanto veía como se sentaba en el sillón-hamaca y cruzada de piernas se mecía suavemente.
Llevé el café y me senté frente a ella. No sé si de hamacarse o intencionalmente, su pollera se había subido considerablemente al punto de que cruzada de piernas podía ver como el elástico de las medias se prendía a sus morrudos muslos, casi donde empieza el culo.
-- No estás cómodo ahí, vení acá al lado mío –me invitó-.
Me senté a su lado y mientras una mano sostenía el pocillo dejó reposar la otra en mi entrepierna. El pantalón de hilo, la ausencia de calzoncillos y sus caricias en el muslo provocaron que comience una incipiente erección. Dejé mi café sobre la mesa, giré un poco hacia ella llevando la mano por debajo de su pollera y nos besamos.
-- Vamos adentro –me pidió-.
-- Vamos.
-- Llevamos los cafés?
-- Prefiero un whisky, vos?
-- Obvio! Yo los sirvo…
Mientras cerraba el ventanal y corría las cortinas ella iba en busca de hielo. Estaba de espaldas a mi llenando los vasos cuando me acerqué por detrás y apoyándole el bulto en el culo la abracé besándole el cuello.
-- Qué lindo sos… -me dijo dándose vuelta, ofreciéndome mi vaso y un beso-
-- Vos también sos linda.
-- Pero gorda –señalándose el cuerpo con ambas manos-
-- No empecemos con pavadas –le pedí-
-- ¿Me vas a invitar a dormir? –preguntó boludamente tirándose en el sillón grande-
-- ¡Por supuesto! Pero tengo otros planes antes… Tomemos este whiskito tranquilos que tenemos toda la noche por delante.
-- Si, pero ojo que no quiero agarrarme la borrachera del otro día, eh?
Estaba sentada en una posición tal que su pierna derecha cruzada sobre la otra dejaba a la vista la mitad de su culo y una teta empezaba asomar por su escote. No pude más y me tiré sobre ella a besarle ese pecho. Se entregó completamente ofreciendo todo su voluminoso cuerpo a mis más bajos instintos. Le acaricié por sobre su vestido todo el contorno de su amplia cintura para avanzar luego por debajo de sus faldas acariciando su entrepierna, sintiendo el calor de su concha. Ella no paraba de acariciarme el miembro por sobre el pantalón. Pude sentir la humedad de su vagina mojando la bombacha. Le pedí que se desnudara mientras yo hacía lo mismo al tiempo que me deleitaba con su gordo cuerpo y sus gigantes tetas, coronadas ellas con un par de enormes aunque tiesos pezones rosados.
Ya completamente desnuda descubrió la erección de mi pene, lo tomó con ambas manos, lo masturbó un poco y poniéndose de rodillas lo introdujo íntegro en la boca, succionando como una ventosa; sentía como con su lengua lo presionaba contra el paladar, luego aflojaba, lo sacaba, lo volvía a comer y repetía…
-- Vení, ponete acá –le pedí señalando el sillón sugiriéndole se ponga en cuatro patas-
-- Cogeme por el culo –me pidió mientras estiraba el brazo alcanzando su cartera y extrayendo de ella un brutal consolador- Mi amigo se ocupa de mi conchita…
Salivó la silicona de ese miembro de caucho para introducirlo en la vagina, al tiempo que yo hacía lo mismo en su culo. Una verdadera sinfonía de suspiros, gritos y exclamaciones de placer armonizaban la escena. Bombeaba con mi chota en su ano con el mismo ritmo con que ella lo hacía con el de plástico en su vagina…
-- Voy a mojarte los almohadones, no puedo detenerlo…
Inmediatamente extrajo el consolador y junto con él una catarata de jugos manó de su vagina regando los sillones. Volvió a penetrarse y tras otra breve masturbación se repitió la situación…
-- Ay, por Dios, qué placer! –dijo gimiendo mientras seguía recibiendo pija por el culo-.
-- Voy a acabar –le alerté-
-- Dejame tomarme la leche…
Rápidamente la retiré del culo, ella se volcó sobre sí misma recostándose de espaldas y le arrimé la poronga a su cara para masturbarme unos segundos, los suficientes para llegar y acabar con un potente chorro de semen espeso y caliente en su boca. Lo saboreó, paladeó, degustó como un somellier de esperma y tragó, mostrándome luego su boca abierta con la lengua afuera limpia de todo rastro de leche…
-- ¿Sabés qué es lo malo de coger? –me preguntó- Es que se acaba –se respondió a sí misma-. Si pudiera estaría cogiendo con vos sin parar el resto de mi vida, es lo más maravilloso del mundo –continuó, elevando mi autoestima-.
-- Si, pero eso que trajiste…
-- Es la única satisfacción que tengo desde hace años, hasta que te volví a encontrar…
-- Jaja! No me imagino a vos entrando a un sex-shop a comprar eso…
-- Estás loco? Jamás lo haría! Lo compré por internet haciéndome pasar por un tipo.
-- Ahora sí me cierra…
Así, desnuda y mojada como estaba alcanzó su vaso y me pidió:
-- Tocame por favor, no dejes de acariciarme…
Accedí gratamente comenzando con sus pechos. Ella dejó el vaso a un costado en el piso y se entregó relajada a mis caricias. Coloqué una manos debajo de su teta para levantarla y apuntar con su pezón a mi boca. Lo lamí, besé y mordisqueé sintiendo cómo se iba endureciendo y erectando. Hubiera tenido para toda la noche entreteniéndome con sus pechos, pero había más. Su vientre blando y rollizo me resultaba muy sensual y allí fui, recorriendo toda su inmensidad con mis caricias, su ombligo era profundo y atraía mis dedos como una agujero negro, pero muy cerca de allí comenzaba a crecer su vello púbico y más abajo su vagina. Por allí continué, ella estaba completamente relajada, parecía dormida si no fuera que al acercarme a su concha separó sus piernas de par en par entregándomela para satisfacer mis deseos. Y los suyos.
Separé sus labios para dejar a la luz una hermosa vagina rosada y húmeda, con una profunda caverna oscura. Mientras con dos dedos le mantenía la puerta abierta, con la otra mano le masajeaba el clítoris, que comenzó a crecer tímidamente al tiempo que la apertura de su vagina latía al ritmo que crecía su excitación… y mi erección.
Fue entonces que apoyé la cabeza del pene erguido sobre su clítoris. Despertando bruscamente de su letargo lo empujó hacia adentro con un suspiro…
-- Ahhhh!!! –gimió-.
Bombeé un rato largo, sentía como mi miembro acariciaba sus zonas más erógenas y profundas del interior de la caverna vaginal; ella acabó un par de veces más sin yo haberla sacado. No quería desperdiciar la ocasión y perderme esa posición que tanto me calentaba así que tomé sus pesadas aunque gráciles piernas por detrás de los muslos, los alcé para tener una mejor penetración anal, y en un abrir y cerrar de ojos la saqué de la concha para penetrarle de una el culo ya muy dilatado por el deseo. Ella ayudaba la penetración separando las nalgas con ambas manos y cuando ya estaba segura de retenerla en el ano, comenzó a masturbarse con frenesí mientras imploraba que no se la saque. Acabó mucho antes que yo entregándome un manantial de cálidos jugos vaginales que empaparon mi vientre. Los fluidos lubricaron aún más la zona haciendo de ésta una suave cogida. Esta vez acabé adentro pero no la saqué, dejé que mi miembro comprimido por el esfínter se relajara dentro de su ano. Cuando finalmente decidí sacarla, su boca fue directamente a mi polla, que más que una pija parecía un gordo trozo de carne, mojado, cremoso y laxo, que con sus labios y lengua procedió a limpiar pulcramente.
Lo poco que quedaba de la noche lo dedicamos a emborracharnos libremente sin la presión de tener que volver a coger, ni manejar, ni viajar, ni nada, y así, completamente embriagados, nos quedamos dormidos en cucharita.
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