Nos juntamos el sábado en la casa de un amigo para hacer la previa del boliche. Habíamos quedado a las 12 de la noche y, como hombres que somos, todos llegamos relativamente puntuales, salvo el Fede y el Monito, que siempre llegan tarde y cayeron tipo 1:30. La regla es la de siempre: traer algo para tomar y que sea tomable. Abundaban fernet, Campari, vodka, speed, ron, cocas, entre otras cosas, sumado a las sobras de findes anteriores.
Arranca la previa, un poco de play, música de fondo, charlas de vagos, fotos (sí, también hacemos esas cosas). Entre una cosa y otra se nos hizo muy tarde, así que la noche la terminaríamos en San Martín Sur, que se puede entrar a cualquier hora.
Apenas llegamos me pareció ver a una minita que hacía mucho que no veía, y rápidamente la perdí de vista. Producto de mi inseguridad, le mandé un mensaje para corroborar si era ella o no.
-Si está durmiendo, puede que no me conteste o me putee mal, y si está, puede que no me responda o me confirme la duda – pensé mientras íbamos con los chicos hacia la barra.
Sin respuesta. Pensé “ésta mañana me mata”. A los 10 minutos siento el vibrador del celular, lo miro y tenía un mensaje: “sí, estoy por la barra… ¿vos por dónde andas?”. ¡Buenísimo! No sólo despejó mi duda, sino que además me tiró buena onda. Se lo respondí y salí a buscarla. Al cabo de un rato la veo apoyada sobre la barra, mirando la gente pasar y con un vaso de bebida blanca entre las manos, bebiéndolo con la bombilla. Antes de terminar de acercarme por completo, veo como un flaco se le acerca a hablar, y por su respuesta corporal, lo conocía. Frené y pensé en volverme. ¡Cómo me cagó el pibe este! Y en menos de 10 segundos, el flaco desaparece, dejándola sola nuevamente. Pensé: “-ahora o nunca-”.
-¡Hola Anita! – le dije con una voz de pelotudo atómico.
-¡Ey, hola! ¿Ahora si tenías ganas de saludarme?
-¡Uh, cómo seguís con ese tema querida! Estaba con un mambo bárbaro ese día, y justo vos me hablaste y… bueno… me desquité con vos. ¡Perdón! – le respondí en un tono de “súplica”, pero de harto a la vez.
-No, no, no, mi vida… ningún perdón – y se despegó de la barra, bebió un trago de su bebida y se acercó a mi boca – fue re feo lo que me hiciste, me sentí re mal… vas a tener que hacer algo para resarcir eso… ¡bah! – volvió a separarse de mí –siempre que quieras hacerlo.
-Sí, quiero que quedemos bien. Pero… ¿qué puedo hacer?
-Y, mirá… lo que me hiciste fue re feo, así que si querer retractarte, vas a tener que hacer algo de la misma magnitud con la que me hiciste eso esa vez, pero en versión positiva. O bien, podemos quedar así, como ahora, si lo mismo tenemos buena onda – me respondió volviendo hacia mí y jugando con mis emociones físicas… me provocaba.
La rubia estaba muy buena, era muy linda, tenía un cuerpo menudito pero unas tetas que, si lactaran, podían alimentar un país entero de niños; unos ojos verdes oscuro, cabello ondulado, y una boca que hacía milagros siempre que la movía para ejecutar una acción, acompañada de una voz que podía resucitar hasta al más muerto.
-No, yo quiero hacer las pases, pero me da miedo derrapar – le dije al oído, y acercando mi cuerpo más a ella.
-¿Cómo derrapar? No hay forma que derrapes… creo. Bueno, fijate. ¿Vamos a bailar un poco?
Y dejamos la barra para adentrarnos a la pista central. Yo soy medio madera para los bailes, así que me limito a moverme en el lugar, sin tanto espamento. A diferencia de ella, que se mueve como si nadie la estuviese mirando, que sacude la cadera como si bailase el “hula hula”, gira, gira y gira, y canta, y cierra los ojos, y se ríe. ¡Es tan linda la petiza… y yo tan boludo!
Al cabo de unas horas, después de mucho baile y de mucho alcohol, le propuse irnos a charlar a otro lado.
-Dale, dejame que le pregunte a mi amiga que… – y giró en el lugar y volvió al mismo punto – no, nada… ya estoy viendo que se va con él. ¡Odio que esté con ese tipo! Pero problema de ella.
Volvió a girar, dirigiéndose a su amiga, le dijo algo al oído y volvió hasta mí, me agarró de la mano y enfiló para la salida.
-¿Dónde tenés el auto?
-Acá a la vuelta. Che, y… ¿Dónde vamos? Te llevo a tu casa y charlamos un rato ahí si querés.
Ella me miró, sonrió y me responde: -vamos a donde quieras llevarme-.
La verdad que siempre me confunde con sus caras y sus pedidos. Y como había estado todo mal antes, no sabía si llevármela a un telo, como realmente quería yo, o llevarla a su casa, charlar y arreglar todo. Pero, insisto, sus caras me confunden. Adentro del boliche nos dimos algunos besos, su cara parecía que le pintaba la misma idea que a mí… pero es tan rara.
-Vamos al parque – me dice apenas entramos al auto – así hablamos allá… si es que lo que querés es hablar. Y espero que me lo digas ahora, porque sabes que no me gustan las vueltas.
-No, si vamos a ir a hablar… jajaja ¡qué tonta sos! – le respondí, aunque no era cierto. Realmente quería coger con ella.
-Bueno – me responde, acomodándose en el asiento y poniéndose el cinturón, tapándome la vista tan agradable que había planeado para el viaje – allá iremos a charlar entonces.
Una vez en el parque, estacionamos en la calle que todos usan de telo. Ella me volvió a mirar y a sonreír. ¡Tengo que algún día aprender a leerle los gestos a esta mina! Apago el auto, bajo un poco la música, nos desabrochamos los cinturones y me acerco a ella para besarla. Ella responde con un beso que hizo que automáticamente mi miembro comenzara a crecer. El aro en su lengua se enredaba con la mía, sus manos acariciaban mi cuello y parte de mi pelo.
No quise hacer ningún movimiento, pero pasados unos minutos así, me tenté y llevé una de mis manos hacia su pecho, para poder tocarla. Ella detuvo el beso y apartó mi mano con un “no” cerrado, y volvió a besarme, ahora más apasionadamente. Su mano, antes en mi cuello, ahora acariciaba mi pecho y desabrochaba uno a uno los botones de mi camisa.
-¿Me pensas desnudar?
-No, sólo estoy jugando con tus botones – me responde cuando termina, y su mano ahora se deslizaba por todo mi torso. Volvió a besarme.
En un momento se aleja, apoyándose contra la puerta y me mira. Me acerco a ella, tratando de llegar a su pecho, pero ahora con mi cara, con mi boca. Su mano vuelve a alejarme, y con esa misma, y en colaboración con la otra, sacó uno de sus pechos al aire y luego el otro. Se los acariciaba, apretaba suave. Se metió un dedo de la boca para humectarlo y lo llevó hasta su pezón, que estaba muy erecto, y lo untó completo de saliva. Repitió esa acción dos o tres veces más. Yo quería matarla. Quería acercarme y no me dejaba. Soltaba gotas de saliva desde su boca, mientras con sus dedos seguía jugando con su pezón. Luego, agarró una mano mía, se metió un dedo mío en la boca, lo humectó y repitió la escena. Ahora podía tocarla. Me hacía que la apriete fuerte y despacio. Me agarró del pelo, se acercó a mí, acercó su pecho a mí, a mi boca, y lo metió adentro de ella. Me pedía que la mordiera, la lamiera.
Empecé a sentir su mano derecha desprenderme el pantalón y bajarme el cierre e inmiscuirse por dentro de mi bóxer, rozándome el costado de la pelvis, y teniendo leves contactos con mi miembro, totalmente duro y caliente. Me besaba y pasaba su lengua por mi cara, mi oreja, parte de mi cuello.
-Quiero que te toques para mí – dijo despegándose de mí.
-¿Cómo que me toque?… ¿que me masturbe? – le respondí dudoso y desconcertado.
-Sí… me calienta mucho ver a un hombre masturbarse – me dice relamiéndose los labios y mirando fijo mi entrepierna.
La verdad, no sabía si hacerle caso o no, no sabía por qué tenía que hacerlo o si valía la pena, pero mientras pensaba eso, mi mano ya estaba trabajando.
Ella volvió a acercarse a mí, luego de un minuto, ahora con más ímpetu, con más lujuria, y sin subirse encima mío, podía hacerme pensar que lo estaba. Apoyó su pierna derecha sobre la mía y deslizó su mano sobre su pantalón (desprendido apenas llegamos porque “estaba incómoda”), y empezó a gemir. Se movía muy fuerte. Por supuesto que la escena colaboraba mucho con mi trabajo, por lo que al final no me pareció tan mala idea y me lo facilitó bastante.
A pesar de que era algo diferente, una “previa” diferente, no veía en momento de subírmela encima de mis caderas y poder penetrarla de una vez, de poder sentir sus jugos escurrirse por mi miembro, de verle los pechos moverse al son de los brincos, de escucharla gemir por mis manos, mis besos, mis penetraciones.
Ella volvió a separarse, sacó su mano de donde estaba, se bajó el pantalón, la bombacha, se los sacó de una pierna. Yo pensé: ¡por fin!… Pero no. Se acomodó en su asiento nuevamente, volvió a agarrarme una mano y la llevó hacia ella. Mis dedos iban a hacer lo que mi miembro suplicaba. Mis dedos recorrieron los labios de su vulva, totalmente humectada, su clítoris más duro que una roca, esa zona emanaba un calor muy fuerte.
-¡¿A qué extremo de calentura habría llegado para estar tan caliente?! – me preguntaba, mientras mis dedos entraban y salían de su interior.
Ella me miraba, apretaba mi muñeca y le hacía presión como para que entrara aún más. Gemía mucho y muy fuerte, y cuando cesaban los gemidos, me pedía entre jadeos que lo hiciera más fuerte, que le encantaba, mientras con su mano izquierda me devolvía el favor.
Al cabo de un rato, separa mi mano de su entrepierna, busca su ropa y comienza a vestirse. Yo tenía una cara de póker increíble. No sabía si vestirme o no también, hasta que ella me despeja la duda con palabras.
-¿Me llevas a mi casa?
-¿En serio me estás diciendo? – le respondí con cara de “te mato” y de “decime por favor que me estás jodiendo”.
-No, es tarde, ya es de día y está pasando mucha gente. ¡Ah! Y tengo sueño… – dice, mientras enciende un cigarrillo.
Me visto, enciendo el auto y arrancamos viaje. Ninguno de los dos emitió sonido en todo el camino. Tampoco nos mirábamos.
Llegamos a su casa, agarró alguna de las cosas que había dejado sobre el tablero del auto, me despide con un beso, y dice: te dije que no me gustan las vueltas.
Arranca la previa, un poco de play, música de fondo, charlas de vagos, fotos (sí, también hacemos esas cosas). Entre una cosa y otra se nos hizo muy tarde, así que la noche la terminaríamos en San Martín Sur, que se puede entrar a cualquier hora.
Apenas llegamos me pareció ver a una minita que hacía mucho que no veía, y rápidamente la perdí de vista. Producto de mi inseguridad, le mandé un mensaje para corroborar si era ella o no.
-Si está durmiendo, puede que no me conteste o me putee mal, y si está, puede que no me responda o me confirme la duda – pensé mientras íbamos con los chicos hacia la barra.
Sin respuesta. Pensé “ésta mañana me mata”. A los 10 minutos siento el vibrador del celular, lo miro y tenía un mensaje: “sí, estoy por la barra… ¿vos por dónde andas?”. ¡Buenísimo! No sólo despejó mi duda, sino que además me tiró buena onda. Se lo respondí y salí a buscarla. Al cabo de un rato la veo apoyada sobre la barra, mirando la gente pasar y con un vaso de bebida blanca entre las manos, bebiéndolo con la bombilla. Antes de terminar de acercarme por completo, veo como un flaco se le acerca a hablar, y por su respuesta corporal, lo conocía. Frené y pensé en volverme. ¡Cómo me cagó el pibe este! Y en menos de 10 segundos, el flaco desaparece, dejándola sola nuevamente. Pensé: “-ahora o nunca-”.
-¡Hola Anita! – le dije con una voz de pelotudo atómico.
-¡Ey, hola! ¿Ahora si tenías ganas de saludarme?
-¡Uh, cómo seguís con ese tema querida! Estaba con un mambo bárbaro ese día, y justo vos me hablaste y… bueno… me desquité con vos. ¡Perdón! – le respondí en un tono de “súplica”, pero de harto a la vez.
-No, no, no, mi vida… ningún perdón – y se despegó de la barra, bebió un trago de su bebida y se acercó a mi boca – fue re feo lo que me hiciste, me sentí re mal… vas a tener que hacer algo para resarcir eso… ¡bah! – volvió a separarse de mí –siempre que quieras hacerlo.
-Sí, quiero que quedemos bien. Pero… ¿qué puedo hacer?
-Y, mirá… lo que me hiciste fue re feo, así que si querer retractarte, vas a tener que hacer algo de la misma magnitud con la que me hiciste eso esa vez, pero en versión positiva. O bien, podemos quedar así, como ahora, si lo mismo tenemos buena onda – me respondió volviendo hacia mí y jugando con mis emociones físicas… me provocaba.
La rubia estaba muy buena, era muy linda, tenía un cuerpo menudito pero unas tetas que, si lactaran, podían alimentar un país entero de niños; unos ojos verdes oscuro, cabello ondulado, y una boca que hacía milagros siempre que la movía para ejecutar una acción, acompañada de una voz que podía resucitar hasta al más muerto.
-No, yo quiero hacer las pases, pero me da miedo derrapar – le dije al oído, y acercando mi cuerpo más a ella.
-¿Cómo derrapar? No hay forma que derrapes… creo. Bueno, fijate. ¿Vamos a bailar un poco?
Y dejamos la barra para adentrarnos a la pista central. Yo soy medio madera para los bailes, así que me limito a moverme en el lugar, sin tanto espamento. A diferencia de ella, que se mueve como si nadie la estuviese mirando, que sacude la cadera como si bailase el “hula hula”, gira, gira y gira, y canta, y cierra los ojos, y se ríe. ¡Es tan linda la petiza… y yo tan boludo!
Al cabo de unas horas, después de mucho baile y de mucho alcohol, le propuse irnos a charlar a otro lado.
-Dale, dejame que le pregunte a mi amiga que… – y giró en el lugar y volvió al mismo punto – no, nada… ya estoy viendo que se va con él. ¡Odio que esté con ese tipo! Pero problema de ella.
Volvió a girar, dirigiéndose a su amiga, le dijo algo al oído y volvió hasta mí, me agarró de la mano y enfiló para la salida.
-¿Dónde tenés el auto?
-Acá a la vuelta. Che, y… ¿Dónde vamos? Te llevo a tu casa y charlamos un rato ahí si querés.
Ella me miró, sonrió y me responde: -vamos a donde quieras llevarme-.
La verdad que siempre me confunde con sus caras y sus pedidos. Y como había estado todo mal antes, no sabía si llevármela a un telo, como realmente quería yo, o llevarla a su casa, charlar y arreglar todo. Pero, insisto, sus caras me confunden. Adentro del boliche nos dimos algunos besos, su cara parecía que le pintaba la misma idea que a mí… pero es tan rara.
-Vamos al parque – me dice apenas entramos al auto – así hablamos allá… si es que lo que querés es hablar. Y espero que me lo digas ahora, porque sabes que no me gustan las vueltas.
-No, si vamos a ir a hablar… jajaja ¡qué tonta sos! – le respondí, aunque no era cierto. Realmente quería coger con ella.
-Bueno – me responde, acomodándose en el asiento y poniéndose el cinturón, tapándome la vista tan agradable que había planeado para el viaje – allá iremos a charlar entonces.
Una vez en el parque, estacionamos en la calle que todos usan de telo. Ella me volvió a mirar y a sonreír. ¡Tengo que algún día aprender a leerle los gestos a esta mina! Apago el auto, bajo un poco la música, nos desabrochamos los cinturones y me acerco a ella para besarla. Ella responde con un beso que hizo que automáticamente mi miembro comenzara a crecer. El aro en su lengua se enredaba con la mía, sus manos acariciaban mi cuello y parte de mi pelo.
No quise hacer ningún movimiento, pero pasados unos minutos así, me tenté y llevé una de mis manos hacia su pecho, para poder tocarla. Ella detuvo el beso y apartó mi mano con un “no” cerrado, y volvió a besarme, ahora más apasionadamente. Su mano, antes en mi cuello, ahora acariciaba mi pecho y desabrochaba uno a uno los botones de mi camisa.
-¿Me pensas desnudar?
-No, sólo estoy jugando con tus botones – me responde cuando termina, y su mano ahora se deslizaba por todo mi torso. Volvió a besarme.
En un momento se aleja, apoyándose contra la puerta y me mira. Me acerco a ella, tratando de llegar a su pecho, pero ahora con mi cara, con mi boca. Su mano vuelve a alejarme, y con esa misma, y en colaboración con la otra, sacó uno de sus pechos al aire y luego el otro. Se los acariciaba, apretaba suave. Se metió un dedo de la boca para humectarlo y lo llevó hasta su pezón, que estaba muy erecto, y lo untó completo de saliva. Repitió esa acción dos o tres veces más. Yo quería matarla. Quería acercarme y no me dejaba. Soltaba gotas de saliva desde su boca, mientras con sus dedos seguía jugando con su pezón. Luego, agarró una mano mía, se metió un dedo mío en la boca, lo humectó y repitió la escena. Ahora podía tocarla. Me hacía que la apriete fuerte y despacio. Me agarró del pelo, se acercó a mí, acercó su pecho a mí, a mi boca, y lo metió adentro de ella. Me pedía que la mordiera, la lamiera.
Empecé a sentir su mano derecha desprenderme el pantalón y bajarme el cierre e inmiscuirse por dentro de mi bóxer, rozándome el costado de la pelvis, y teniendo leves contactos con mi miembro, totalmente duro y caliente. Me besaba y pasaba su lengua por mi cara, mi oreja, parte de mi cuello.
-Quiero que te toques para mí – dijo despegándose de mí.
-¿Cómo que me toque?… ¿que me masturbe? – le respondí dudoso y desconcertado.
-Sí… me calienta mucho ver a un hombre masturbarse – me dice relamiéndose los labios y mirando fijo mi entrepierna.
La verdad, no sabía si hacerle caso o no, no sabía por qué tenía que hacerlo o si valía la pena, pero mientras pensaba eso, mi mano ya estaba trabajando.
Ella volvió a acercarse a mí, luego de un minuto, ahora con más ímpetu, con más lujuria, y sin subirse encima mío, podía hacerme pensar que lo estaba. Apoyó su pierna derecha sobre la mía y deslizó su mano sobre su pantalón (desprendido apenas llegamos porque “estaba incómoda”), y empezó a gemir. Se movía muy fuerte. Por supuesto que la escena colaboraba mucho con mi trabajo, por lo que al final no me pareció tan mala idea y me lo facilitó bastante.
A pesar de que era algo diferente, una “previa” diferente, no veía en momento de subírmela encima de mis caderas y poder penetrarla de una vez, de poder sentir sus jugos escurrirse por mi miembro, de verle los pechos moverse al son de los brincos, de escucharla gemir por mis manos, mis besos, mis penetraciones.
Ella volvió a separarse, sacó su mano de donde estaba, se bajó el pantalón, la bombacha, se los sacó de una pierna. Yo pensé: ¡por fin!… Pero no. Se acomodó en su asiento nuevamente, volvió a agarrarme una mano y la llevó hacia ella. Mis dedos iban a hacer lo que mi miembro suplicaba. Mis dedos recorrieron los labios de su vulva, totalmente humectada, su clítoris más duro que una roca, esa zona emanaba un calor muy fuerte.
-¡¿A qué extremo de calentura habría llegado para estar tan caliente?! – me preguntaba, mientras mis dedos entraban y salían de su interior.
Ella me miraba, apretaba mi muñeca y le hacía presión como para que entrara aún más. Gemía mucho y muy fuerte, y cuando cesaban los gemidos, me pedía entre jadeos que lo hiciera más fuerte, que le encantaba, mientras con su mano izquierda me devolvía el favor.
Al cabo de un rato, separa mi mano de su entrepierna, busca su ropa y comienza a vestirse. Yo tenía una cara de póker increíble. No sabía si vestirme o no también, hasta que ella me despeja la duda con palabras.
-¿Me llevas a mi casa?
-¿En serio me estás diciendo? – le respondí con cara de “te mato” y de “decime por favor que me estás jodiendo”.
-No, es tarde, ya es de día y está pasando mucha gente. ¡Ah! Y tengo sueño… – dice, mientras enciende un cigarrillo.
Me visto, enciendo el auto y arrancamos viaje. Ninguno de los dos emitió sonido en todo el camino. Tampoco nos mirábamos.
Llegamos a su casa, agarró alguna de las cosas que había dejado sobre el tablero del auto, me despide con un beso, y dice: te dije que no me gustan las vueltas.
2 comentarios - Pasión de alto kilometraje