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Compendio I
Amelia fingió haberse torcido un tobillo, de manera que pudiésemos regresar abrazados sin levantar demasiadas sospechas.
Nos fuimos bromeando todo el camino, mientras le abrazaba por la cintura. Fue un trayecto agradable, porque sentíamos el mismo deseo de acariciarnos mutuamente, pero debíamos esconder lo que sentíamos en caso que un vecino o un conocido nos viera.
“¡Se demoraron bastante!” nos dijo Marisol, al recibirnos en la puerta.
“Bueno… es que ya sabes. Él corre llega hasta el fondo… y no hay quien lo pare.” Le respondió, mirándome tiernamente a los ojos con una gran sonrisa.
“¡Sí! ¡Se nota!” exclamó Marisol, tomando una espiga de pasto que quedó en el body de Amelia.
Las chicas se reían, mientras Marisol encontraba espigas y tréboles en la ropa de su hermana.
“Pero ¿Lo pasaste bien?” preguntó mi esposa.
“Si, pero el tiempo se nos hizo cortito. Un par de horitas no me habría caído mal…”
Amelia entró a la casa a bañarse, mientras que mi esposa me miró profundamente a los ojos y me dio un delicioso beso.
“¿Viste? ¡Vas a tener que organizarte un tiempo!”
Estaba tranquilo. Había sido un día bueno y pensé que había terminado, pero mientras preparábamos los platos de la once, Verónica me dio una noticia.
“¡Mira, compré este dvd de una película de fantasmas, como a ti te gustan y quería decirte que la viéramos juntos! ¡Incluso, viene subtitulada al español, para que la veamos todos!”
Nos pareció una buena idea y aceptamos. Luego de comer, Amelia y Verónica se encargaron de los platos, Lizzie y Marisol prepararon a las pequeñas para dormir y yo llevé esperé a que Violetita se pusiera pijama, para contarle un cuento para dormir.
Pasada las 10, nos sentamos en el living, con las luces apagadas.
Amelia se excusó, diciendo que se sentía cansada y que la película le daría pesadillas, así que se fue a dormir primero.
Me senté entre Verónica y Marisol y Lizzie se sentó en el sillón.
Cuando vimos el título, ninguno de nosotros tuvo el corazón de decirle a Verónica que esa película ya la habíamos visto un par de meses atrás, puesto que se veía tan ilusionada.
Pero a medida que la trama empezaba a avanzar, nosotros perdíamos entusiasmo. Marisol fue la primera en irse a acostar, diciendo que le preocupaban las pequeñas.
A las 11: 15, Lizzie se despidió, diciendo que se sentía muy cansada y que también se iría a dormir.
“¡Abrázame fuerte, mira que me asusto!” me ordenó Verónica.
Deslicé mi mano sobre su hombro, pero ella misma la tomó para que alcanzara el contorno de su pecho.
Ocasionalmente, la pantalla titilaba, amenazando con un apagón, puesto que en otra población debían estar tirando cadenas al cableado eléctrico.
“¡Qué pesadilla! ¿A quién se le ocurre ir a buscar un demonio a oscuras?” preguntaba Verónica, escudando su cara en mi cuello, mientras que su mano derecha se afirmaba con fuerza de mi muslo.
Alrededor de la medianoche, la película terminó.
Encendí la luz de la lámpara y me asombré al ver el rostro enfadado de mi suegra.
“¡Es el colmo! ¡Son 5 años viviendo aquí!” refunfuñó.
“¿Perdona?” pregunté confundido.
“¡Son 5 años viviendo aquí! ¡Y todos los años, un apagón! ¡Estoy viendo una película y de repente, se corta la luz! Y justo ahora, que quiero que se corte, la muy maldita no se quiere cortar.”
“¿Y por qué quieres que se corte?” le pregunté, riéndome de su enfado.
“¡Porque quiero comerte a besos, cabro!” me respondió y se abalanzó encima.
Sus manos se fueron directo a mi pantalón y lo fueron desabrochando.
“¡Te tengo unas ganas tremendas para comerte!” exclamaba, contemplándola con lujuria.
“¡Espera! ¡Déjame apagar la luz y la tele!” le dije, tanteando la ubicación del control remoto del televisor.
Una vez que lo apagué todo, una de las sensaciones más agradables recorrió mi cuerpo.
“¡Pura carne rosada! ¡Mi favorita!” decía ella, dándome un respiro.
Mi suegra hacía un anillo en la base de mi pene y chupaba como una poseída. Si bien a Marisol y a Amelia les encanta chupar y mantenerla en la boca, el estilo de Verónica parecía que estuviera realmente teniendo sexo desenfrenado con su boca, por la violencia y la succión.
Pero lo que hizo a continuación me borró de la existencia: repentinamente, me detuvo y dejó solamente parte del glande en su boca.
Entonces, empezó a generar un vacío que hacía arder mi carnosidad, como si le estuviera dando un chupón infernal.
Y es que si bien mi querida esposa también chupa como una bomba de vacío, la manera que estaba empleando mi suegra me sometía en una mezcla entre placer y dolor, que no había sentido nunca antes.
Me hacía suspirar, sin saber si quería que parara o lo siguiera haciendo y ella también se erguía, al probarla.
Finalmente la soltó y me sentí aliviado y a la vez confundido.
“¡No hay duda! ¡Lo que más me gusta de la tuya es que siempre la tienes tan limpia!” confesó, a pesar que no podía ver nada.
Y mientras la depositaba nuevamente en su boca y la volvía a succionar, repentinamente se echó para atrás y los pocos segundos de su ausencia se me hicieron eternos, hasta que sentí 2 cuerpos tibios rodeándolos con pleno calor maternal.
“¿Te gustan las mías? ¿Te gustan las mías?” me preguntó, mientras ahogaba mi pene entre sus majestuosos y blandos pechos.
Su boca, por supuesto, no olvidaba mi glande.
“¿Te acuerdas cuando venías a hacerle clases a Marisol? ¿Cuántas veces me quisiste hacer esto?” me hostigaba, mientras que los recuerdos me volvían a la cabeza.
Me volvía loco con sus burlas, que lo único que querían bañarla en un collar de perlas.
“¿Sabes? Si tú me hubieras dicho que querías esto, a cambio de las clases de Marisol, yo te habría pagado… cada… una… de… sus… clases.”
Para cuando fue cortando palabra por palabra, yo ya no daba más. Los estrujaba sobre mi pene, sin piedad ni descanso, con la experiencia que una mujer como ella tiene al momento de satisfacer a un hombre.
Y leyendo perfectamente mis espasmos en la oscuridad, metió mi pene en su boca y me hizo acabar de una manera excepcional.
“¡Ay, chiquillo! ¡Chiquillo!” me decía, limpiándola con la punta de su lengua de una manera delicada y tierna. “Con razón a mis hijas les encanta la tuya… ¡Mírate!... ¡Todavía la tienes dura!”
“Pero Verónica…” le imploraba, al sentir su lengua deslizarse sobre mi glande como si fuera un caracol trazando un camino. “¡Soy tu yerno!”
Y entonces, se volvió a enfadar.
“¡Ay, Marco! ¡No empieces otra vez con eso! ¡Si a todas nos sigues gustando y a Marisol no le molesta! ¿Hasta cuándo te vas a hacer la victima?”
“Pero mi mamá…”
“¡Tu mamá quería criar un hijo bueno y lo tiene, Marco!” me interrumpió, en un susurro enfadado. “¡Sabemos que estás casado y que quieres a Marisol y a tus hijas y que eres bueno, bonito y todo lo demás!... ¡Pero nosotras queremos verga, Marco!… ¡Entiéndenos!... ¡Queremos tu verga!”
Y entonces, sentí el contacto de su falda y el roce de sus pelillos púbicos, mientras que su manantial se ubicaba en mí.
De alguna manera, se había montado sobre mí y yo estaba acostado sobre la alfombra del living, cuando no recuerdo haberme deslizado del sofá.
“La tienes rica… y la usas bien… ¡Te he leído… y esa gringa también sabe… conocer una buena!” me explicaba, mientras se meneaba maravillosamente. “¡Te lo digo!... ¡Hay tipos buenos… otros malos… y otros, nunca los olvidas!... ¡Adivina de cuál eres tú!”
Lo que más me excita de mi suegra es que es una mujer experimentada en hombres, pero también en años.
“¡Espera y date vuelta!” le ordené.
“¡Ay, niño! ¡La quieres meter hasta el fondo!” suspiraba ella, riéndose.
“¡Así es!”
“¡Mhmmm!” exclamaba, al sentirme bombear con mayor fuerza. “¡Bésame, chiquillo!... ¡que lo haces tan rico!”
Y nuevamente, el sabor electrizante a limón o lima de la boca de mi suegra hacia contacto con la mía.
Encuentro que Marisol y su madre tienen un sabor más amargo en su saliva, parecido al limón, a la lima o al de las baterías alcalinas. Aunque parezca desagradable, es todo lo contrario, porque es como cerrar un circuito eléctrico.
No hallo expresiones para detallar mis sentimientos en esos momentos, pero pienso que son reflejos de su fogosidad.
Mis manos tanteaban su cintura y nuevamente, descubrían sus rollitos.
“¡Ya, muchacho!... ¡Déjame los rollos!... ¡Agárrame mejor las pechugas!”
La tenía acostada en la alfombra y la iba penetrando con más fuerza.
“¡Es que me excitan!... ¡Los encuentro tan ricos!”
“¿Cómo… los vas a… encontrar ricos?... ¡Ay!... ¡Si me estoy… poniendo gorda!”
Y me deslicé por su cuello y le susurré al oído.
“Es que me gustan las maduras… como tú…”
Fue como si se derritiera entre mis piernas. Lanzó un suspiro intenso y manchamos la alfombra (a la mañana siguiente, se levantaría temprano para mandarla a la tintorería), pero quería estar dentro de ella.
“¡Chiquillo!... ¡Chiquillo!... ¡Si tuvieras más años!... ¡Si tuvieras más años!... ¡Ahhh!”
Nos besamos y nos volvimos uno.
“¡Ayayai!... ¡Marisol tiene razón!” susurraba con una leve sonrisa. “¡Tiras 3 o 4!... ¡Bien jugosos!”
Acariciaba su rostro sudado.
“¿A qué te refieres con que tuviera más años?”
Suspiraba y sonreía.
“¡No! ¡Yo pensaba que habría sido tan rico cagar a Sergio contigo, en lugar de Diego!” se reía suavemente. “¡Contigo como amante, a lo mejor tendría más hijos!”
Besé su mejilla. Aun le causaba tristeza lo que pasó con el padre de Pamela, pero el dolor era menor.
Todavía Violetita depende de ella y puede disfrutar de nuestras pequeñitas, como si fueran suyos.
Nos vestimos a oscuras y cuando estábamos más decentes, encendí la luz.
“¡Me metí con tu hija también!” le confesé, avergonzado.
Simplemente, puso una cara comprensiva y risueña.
“¡Ya me lo esperaba! Amelia no se tarda 3 horas en correr…”
Eran casi las 2. Antes de abrir la puerta para su dormitorio, llamó mi nombre y me dio un beso.
“¡Gracias!” se despidió, con una mirada bastante serena.
Caminé con bastante sigilo, para no interrumpir el sueño de Marisol.
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2 comentarios - Siete por siete (118): El apagón