Todo parece quedarse en un calentón, en un momento de debilidad de mi madre. Pero que fácil le resulta aprovechar al negro otro de esos, y esta vez las cosas cambian por completo. Mi madre descubre su lado más oscuro y yo también.
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El segundo día de vida de la ONG empezó con mi hermana informándonos de lo que tenía previsto hacer. Mi madre iba esta vez con ropa más cómoda para trabajar, vestía lo mismo que solía llevar al gimnasio, unas mallas, una camiseta de tirantes y unas zapatillas deportivas, todo de marca. Ese día empezaba a llegar el equipamiento, nos contó Liz. Había elaborado un borrador de los estatutos, ella iba a ser la representante legal y demás. También quiso dejar claro cuál era el propósito de la ONG con mi madre. Esta no sabía muy bien que quería hacer, ayudar dijo. A quién, cómo, intentó que puntualizase mi hermana. Yo había desconectado, escuchaba música y seguía atragantado por lo del día anterior.
Para cuando llegamos las cosas estaban más claras, iba a ser una especie de comedor social y albergue en caso de necesidad. La nave presentaba un aspecto completamente diferente tras el paso de la empresa de limpieza. Los cristales de la oficina ya no eran opacos por la suciedad, y el espejo del baño tenía toda su superficie cristalina, no solo donde el cuerpo de mi madre se había deslizado el día anterior.
Al poco de estar allí empezaron a llegar las diferentes entregas. Una serie de bancos y mesas, como los de un parque pero metálicos, desfilaron dentro envueltos en plástico. Mi hermana iba diciendo, a los del reparto, donde depositar cada cosa. Le siguieron estanterías, no tan altas como las que un día había contenido la nave, fueron distribuidas al gusto de mi hermana. Por último llegaron las literas, solo media docena, ocuparon la parte más alejada de las mesas. Mi hermana se mordía las uñas mientras daba órdenes, nunca estaba del todo contenta con el resultado. El mobiliario y la limpieza sirvieron, en mi opinión para que el lugar no pareciese tan abandonado.
Yo no había perdido de vista a mi madre, que parecía entusiasmada con cómo se iba desarrollando todo. Estuve pendiente de que no llamase a nadie, en especial a Abduh. No lo hizo. Juntos nos pusimos a desenvolver los muebles, mi hermana ya buscaba personal y algo con que llenar las estanterías, ropa, comida. Aun no sabía si se iba a cocinar algo allí, yo la dije que no se podría, que el lugar no cumpliría con las condiciones necesarias, no me escuchó y se fue a la oficina. Había encargado un escritorio y una silla, la jefa ya tenía despacho.
El día anterior me empezaba a parecer un mal recuerdo, un sueño. Una parte de mí estaba de acuerdo con la opinión de mi hermana de que había sido un calentón y punto. Me quedé de piedra al ver entrar por el portón de chapa al negro. Mi madre no le había llamado, estaba seguro. La reacción de esta no fue mejor que la mía. Le saludó, nerviosa, ni rastro de la calidez del primer encuentro. Mi hermana salió de la oficina, me miró preocupada. Me señaló y gesticuló en silencio. Me percaté de que yo tenía un rictus de cabreo, con el cuello tenso y mis cejas fruncidas. Lo relajé, lo mejor que pude.
Mi madre se había adelantado al encuentro con el negro. Su actitud no era la del primer día, no era todo risas y cercanía, de hecho guardaba las distancias con él. Mi hermana y yo nos unimos a la pareja y saludamos. Abduh explicó que se había pasado a ayudar, sin que nadie le dijera nada, matizó mi madre.
- Haces bien, yo quiero ayudar.- Intentó coger las manos de mi madre, en un gesto de gratitud, ella las apartó.
Todos nos dimos cuenta de aquello, yo sonreía. Mi hermana cortó la tensión, invitándolo a su despacho.
- Ven conmigo, vamos a ver si te podemos dar un trabajo.- Le indicó el camino. Yo la retuve un momento he hicimos un aparte. Mi madre había regresado a las mesas y limpiaba una lanzando miradas de reojo al negro, que ya había entrado en la oficina.- ¿Qué quieres?
- ¿Qué haces?- La repregunté disgustado.- No ves que mamá ya pasa de él, como dijiste.
- Sí.- Dijo mirando a mi madre.- Pero él no pasa de ella.- Era cierto el tío había aparecido sin ser invitado.- Me voy a intentar librar de él. Y tranquilo, no creo que me lo tire.- La broma no me hizo ninguna gracia.
Mi hermana se sentó tras el escritorio, frente a este había una silla de madrera, que ya estaba ayer en la oficina. Abduh ocupó la silla de madera. Mi madre estaba distraída mirándoles. Sentada en uno de los bancos, fingiendo que restregaba la mesa con un paño. Yo seguí desenvolviendo muebles. Al rato salieron de la oficina y Abduh se nos unió en el trabajo. Se colocó cerca de mi madre, sonriendo. Me fui para mi hermana.
- ¿No le ibas a largar?- Pregunté enfado.
- Nunca he dicho eso.- Respondió tranquila, como de costumbre.- Creo que será útil, para dar buena imagen y eso.- La miré contrariado.- Le he hecho un contrato, lo tiene que aprobar papá, pero bueno ya está hecho.
- Ahora le vas a pagar por follarse a nuestra madre, esto es la leche.- Daba vueltas por el despacho.
- Va a trabajar, y mamá también, hasta tú.- Estaba mirando el ordenador portátil sobre el escritorio.- Hoy me llevo a mamá conmigo, a buscar restaurantes y bares que nos den la comida para servir. Abduh y tú os quedáis aquí, preparando las cosas y recibiendo el resto de entregas. Mañana la llevó a algunos pisos como el de Abduh, buscamos a gente que necesite ayuda. Él y tu de nuevo os quedáis. En un par de días estaremos trabajando y no tendrán tiempo para otra cosa.- Yo seguía su razonamiento con mala cara.- Y después es cuestión de tiempo que se canse de esto. Tú y yo lo dejamos encarrilados, papá lo da el visto bueno y todos felices.
- Espero que tengas razón.- Concedí.
Volví afuera. Mi madre seguía manteniendo la distancia con el chaval, eso me alegró. Cuando hubimos dejado listos los muebles mi hermana cumplió su palabra. Ella y mi madre se fueron a hacer recados. Abduh y yo nos quedamos, no dejaba de sonreír. Llegó mi padre al rato, con su secretaria. Lo que mi hermana había dicho de ella era cierto. Iba detrás de mi padre, parecía una niña perdida. Era guapa al estilo barbie, solo que morena.
El negro y mi padre se estrecharon la mano. Mi padre, cortés, dijo que había oído hablar bien de él. Me dijo, en un aparte, ya estar al corriente de lo de contratarle, había sido idea suya. Traía un cartel, el nombre de la empresa lo presidia, debajo la leyenda "OBRA SOCIAL". Nos indicó que lo colocásemos fuera, en la puerta, donde se viera. Puso su mano en mi hombro y me habló lejos de los otros dos:
- Este sitio fue muy importante para mí.- Miraba todo con un aire nostálgico.- Tu hermana se está implicando mucho, pero por propio interés.- Me miró a mí.- ¿Qué te motiva a ti?
- No sé, la verdad no lo sé.- No le gustó la respuesta, pero no dejó morir el momento padre hijo.
- Eres joven, quizás como tu hermana no quieras trabajar para mí, o no te guste esto de la ONG, pero es importante que te esfuerces. Cuando encuentres lo que quieres hacer no te costará nada.- Nunca me había hablado así, los recuerdos le estaban llevando a un sentimentalismo desconocido.
- Perdón, ¿puedo ir al baño?- Interrumpió la chillona voz de la secretaria.
- Yo enseño.- Dijo Abduh dispuesto.
- ¡No!- Grité y todos me miraron.- Solo tienes que seguir el pasillo de dentro de la oficina.- La señalé el camino, no quería que el otro repitiese lo de ayer.
- Bueno, ese es el de la oficina, pero hay unos baños y vestuarios ahí.- Mi padre señaló hacia una puerta en la que no había reparado el día anterior.- Qué creías que todos los empleados pasaban por el despacho para ir a mear.- Rió a carcajadas.
No había reparado en aquel lugar el día anterior, creo que Liz tampoco, y mi madre y el negro desde luego que no. Había un par de puertas, divididas por sexo, tras la primera. Daban cada una a unos vestuarios, semejantes a los de un gimnasio, con taquillas y duchas. Por suerte el equipo de limpieza si lo había visto y estaba todo bastante limpio. Mi padre nos contaba batallitas al negro y a mí. La atención que prestaba Abduh hizo que mi padre le cogiese cariño al momento. El pobre infeliz hubiera actuado diferente de saber algo.
Cuando regresaron mi madre y mi hermana mi padre aun seguía allí. Era imposible ignorar que él se tensó cuando mi madre saludó a su secretaria. Había algo más que rumores ahí. Mi hermana y mi padre fueron a la oficina para ponerle al día, la secretaria les siguió. El resto volvimos a la tarea de dejar brillantes las mesas, recién salidas de fábrica y con una ligera capa de suciedad. Me percaté entonces de que la cercanía de Abduh ya no molestaba a mi madre, como al principio del día. Este empezó a comentar las historias de mi padre, con cierta emoción. Por último, y con un cierto cambio de tono, habló de los vestuarios, llegó a rozar con su mano el brazo de mi madre de forma que llamó su atención. Estaba insinuándose con mi padre allí, el negro era un cabrón.
La cosa no paso a mayores en ese momento. Mi padre se fue, la despedida con mi madre fue algo fría. Mi hermana me informó de lo que habían hablado, sin duda mi padre la había pedio que me implicase más. Había conseguido que un par de restaurantes les cediesen algo de comida. Habían decidido organizar una colecta de ropa en la empresa, y mi hermana pensó extenderla a nuestra urbanización. Yo me mostré de acuerdo con todo. Por último me dijo que en un par de días estaría todo funcionando.
- Papá me ha dicho que fue idea suya contratar a Abduh.- Dije antes de dejar el despacho.
- Ya los sé, es un cornudo apaleado el pobre. ¿Has visto a la otra?- Respondió a la defensiva.
- Sí, bueno. No quiero discutir.- Estaba más calmado tras mi charla con mi padre.- Vamos a poner en marcha tu plan. Tú eres la lista, seguro que funciona.- La concedí.
- Igual ya ha hecho agua.- Miré detrás de mí, no vi ni a mi madre ni al negro. Salí rápido.
- Los vestuario...- Dije, y me pareció escuchar que mi hermana preguntaba algo.
No me paré a contestarla, estaba llegando ya a la puerta que daba acceso a la división de hombres y mujeres. Escuché con atención buscado cualquier sonido, esta vez estaba dispuesto a entrar con todo. La voz de mi madre llegaba de la puerta a mi izquierda, la de mujeres.
- Lamento mucho lo que ocurrió.- Decía con tono triste y serio.- Fue un error, estoy casada. Acabas de conocer a mi marido.- Respiró hondo.- No quiero que se repita.
- Yo siento.- Era la voz de Abduh.- Culpa mía. Su marido buen hombre, me contrata. Usted buena mujer, me ayuda, mucho...- Esto último sonó un poco raro.
- ¡No! ¡Para!- Exclamó mi madre.- No puede pasar otra vez.
Esa fue mi señal. Hice ruido con la puerta que ya había cruzado. Abrí rápidamente la otra, la de la división masculina. Y por último entré en la zona femenina.
- ¿Mamá?- Dije fingiendo sorpresa.- Te estaba buscando, y a ti Abduh.- Estaban de pie, vestidos y mi madre con los carrillos rojo.
- ¿Qué querías Carlos?- Me preguntó nerviosa.
- Colgar el cartel que ha traído papá. Me ayudas, amigo.- Le hice un gesto al negro mientras me volvía para salir.- Ya le has enseñado los vestuarios a mi madre, ahora necesito que me eches una mano.
Abduh me siguió fuera. Me alegraba saber que mi madre no quería tener nada más que ver con él. Yo me encargaría de que no la molestase, iba a currar, al fin y al cabo estaba en nomina. Como no teníamos herramienta alguna, ni escalera, había pensado en colocarlo sobre el portón, nos fuimos preguntando por los locales cercanos. Fue en el taller, donde el día antes mi madre había ido en busca de ayuda, que nos prestaron una remachadora y una escalera. El tipo que andaba por allí insistió en que con eso serviría, tenían tan poco ajetreo como la primera vez.
Me pareció un gesto importante ser yo el que colocase el cartel. Si bien subido a la escalera, con Abduh sujetando, la idea no me pareció tan buena. No me eché para atrás, pero me costó lo mío. Mientras intentaba dejarlo recto, pensaba que el negro cabreado por mi interrupción movería la escalera y me abriría la cabeza cayendo desde casi cuatro metros. Era una buena forma de justificar que no habían sido mi miedo a las alturas y mi torpeza, las causas del accidente que presentía. No pasó nada. Al bajar pude ver que había quedado un poco torcido. No me importó saqué una foto con el móvil.
El día pasó sin más novedades. Conté a mi hermana la conversación que había espiado entre Abduh y mi madre. Se limitó a decirme "te lo dije". De vuelta en casa me enorgulleció enseñarle a mi padre la foto del cartel ya colocado. Me dio unas palmaditas en la espalda, como he dicho eso era un gran gesto viniendo de mi padre.
Pasaron un par de días más y ya estábamos funcionando. Mi hermana había contratado a varios trabajadores sociales, y madre había convencido a algunas amigas suyas para pasarse como voluntarias. Servimos comidas y se repartió algo de ropa. Los trabajadores sociales llevaban la voz cantante y nos indicaban a mi hermana y a mí que debía mejorarse, por suerte dijeron que para no tener ni idea no lo habíamos hecho tan mal.
Con todo en marcha mi madre y Abduh terminaron de distanciarse. Al principio él siguió intentando tener algo, pero pronto lo dejó estar. Sin embargo yo procuraba no perder de vista a mi madre o al negro. El tipo siempre se quedaba con nosotros hasta tarde. De momento la función de alberge no era necesaria, y a eso de las nueve de la noche cerrábamos.
Abduh siempre se marchaba de los últimos, se había echado una bici y prescindía del autobús. También estaba de los primeros. Conocía a bastantes de las personas que acudían a la ONG. Tenía un grupillo de amigos, pero no remoloneaba con ellos como hubiese hecho yo. A la hora de la comida se sentaban juntos y charlaban.
La rutina hizo que me fuese relajando, acomodando al trabajo. A comienzos de la segunda semana pillé a mis padres discutiendo. Mi padre se iba de viaje un par de días, se llevaba con él a la secretaria. Mi madre pasó el resto del día ausente, profundamente enfadada. No me di cuenta entonces, pero ese día él único que estuvo ahí para ella fue el negro. Supongo que con el modesto ajetreo que teníamos no encontraron como encamarse, y eso desembocó en lo que vino después. Estábamos cerrado, solo quedaban Abduh y dos de sus amigos.
- Señorita Estibaliz, puedo pedirle un favor.- Preguntó Abduh, desde hacía unos días todos se dirigían a mi hermana con el "señorita".
- Sí, claro.- En el fondo la encantaba el tratamiento que la daban.
- Mis amigos se han quedado sin piso, ¿pueden dormir aquí?- Había media docena de literas con ropa de cama listas para un momento de necesidad como aquel.- Yo me quedaré, así vigilo.
- Me parece bien, pero mañana si quieres te tomas el día libre.- Le contestó ella.
Caminamos hacia el coche, ese día yo había llevado el de mi padre, tras dejarle a él y su secretaria en el aeropuerto, les había acompañado para que mi madre viese que no había nada raro. Me gustaba conducir la larga berlina negra de mi padre. Mi madre se detuvo junto al suyo antes de entrar.
- Pero, ¿qué vais a cenar?.- Se volvió a los tres chicos y les miró las caras mostraban incertidumbre exagerada. El sobreactuado paternalismo nos cogió por sorpresa.- Hijos, id vosotros a casa, yo voy a buscarles algo de cena. No me esperéis.
Mi madre estaba librándose de nosotros con las peores intenciones. Intenté ofrecerme para buscarles algo de cenar yo, pero ella insistió. Mi hermana dijo que podía ocuparse, y me hizo subir al coche con ella, me quitó las llaves. Arrancó, el coche de mi madre nos seguía. En un punto del camino hizo un giró y desapareció del retrovisor.
- Ya está. Ha dado la vuelta, esta vuelve para allá, no vaya a ser que pierda tiempo.- Dije mirando nervioso los espejos del coche.
- No seas paranoico, habrá ido a coger algo para que cenen.
- Te digo que vuelve para montárselo con el otro.- Yo seguía en mis trece, todo me olía muy mal.
- O lo mismo con los tres.- Mi hermana se burló.
- No jodas. Da la vuelta.- Intenté agarrar el volante, me dio un golpe en la mano.
- Carlos, ya.- Habló despacio y con tono mandón.- Tú eres el que oyó como pasaba de él, tú les llevas vigilando una semana, y tú sabes que no podían haber estado más fríos el uno con el otro, teniendo en cuenta lo que pasó.
- Ese es el problema, lo que pasó. Puede volver a pasar.- Era un fantasma que iba a seguirme toda la vida.
- Mira, se que crees que todas las mujeres están salidas, pero despierta hermanito, tú sí tienes un problema.- Volvía a bromear.- Vamos a volver a casa, y cuando ella llegué, dentro de diez minutos te vas a tragar tus palabras.
Esperé los diez minutos mirando hacía la entrada desde mi habitación. Cuando el reloj me estaba volviendo loco en la muñeca salí a buscar a mi hermana, la cara con que la encontré no me gusto nada, era cara de derrota.
- Ha llamado mamá, va a cenar con los chicos.- Parecía una niña confesando haber roto un jarrón, no levantó la vista del suelo.
- Me voy a buscarla.- Salí en dirección a la puerta.
- Carlos, es mayorcita...- Me volví enfadado a mirarla.
De vuelta en el coche, desandando el camino. Agarraba el volante con fuerza. En la garita de vigilancia de la urbanización estaban el gordo y el joven. El gordo me despidió jovial, dijo algo sobre lo pronto que me volvía a marchar. Me mantuve en el límite de velocidad tanto como pude, pero no miraba los relojes digitales del salpicadero, tenía la vista clavada más allá. Cuando estaba cerca se me ocurrió hacer tanto ruido como pudiese, sin embargo la calma del polígono me pareció imperturbable. Apagué las luces antes de llegar, en la zona no había muchas farolas encendidas, aun así veía bien el camino.
Aparqué detrás. El coche de mi madre estaba frente al portón, cerrado. Algo de luz escapaba. Si entraba por la portezuela junto a este me verían, y por algún motivo quería evitar ser visto. Me convencí de que si no estaban haciendo nada, sería mejor que ella no supiese que sospechaba. Pero en el fondo quería que estuviesen haciendo algo y que no me pillasen espiando. Durante la visita de mi padre él me había indicado un par de entradas más, que en su día sirvieron como salidas de emergencia. Una daba cerca de la zona de camas, más o menos por donde había aparcado.
Por aquí no se filtraba luz, imagina que parte de los interruptores estaban apagados. Tenía llaves de todas las puertas, como mi hermana, y necesité usarlas para abrir. Procuré que el metal no emitiese ningún chirrido, no cerré un vez dentro por si acaso. Les vi a los cuatro sentados a la mesa. Comían algo de una cadena de comida rápida. Hablaban animadamente. Los tres chicos, a un lado y mi madre enfrente. Cabe decir que uno era negro como Abduh, pero mayor, de unos treinta, el otro de origen árabe, moro, tenía la piel bastante más clara. Entre ellos hablaban en francés, nunca había preguntado de que país era Abduh, en aquella lengua se defendía mejor que en español, aunque cada vez le costaba menos.
No lograba oírles desde donde estaba. Me fijé en que mi madre les escuchaba con atención. Nada parecía indicar que se fuera a desatar la orgía del siglo. La rabia se me fue disipando conforme avanzó la cena. Cuando ya terminaban el móvil me vibró en el bolsillo. Acababa de recibir un mensaje de mi hermana, me preguntaba qué pasaba. "Nada, están cenando" contesté, me respondió con un emoticono que parecía expresar "ya te lo dije", otra vez.
Estaba listo para irme. Los amigos de Abduh recogieron los desperdicios, incluso lo de mi madre. El propio Abduh volvió con un trapo y restregó la mesa. Los dos amigos se encaminaron hacia las literas. Cogieron las dos primeras, quedando a unos seis metros de mí, me encontraba en una zona de oscuridad total. Uno pareció mirar un segundo en mi dirección, pero terminó por acostarse.
Mi madre y Abduh estaban aun sentados a la mesa. Hablaban aun más bajo, apenas me llegaba un murmullo. El mal ánimo de mi madre a lo largo del día se iba disipando. Entonces pasó algo que me gustó muy poco. El negro se cambió y sentó a su lado, miraban hacia la zona de literas. Me acerqué hasta que estaba prácticamente junto a las camas que habían ocupado los otros dos, no parecían dormidos. La oscuridad me seguía sirviendo de amparo, en cuclillas no debía de vérseme.
Presté atención a mi madre y Abduh, estaban pegados, mi madre tenía las manos sobre la mesa y no dejaba de mirar al frente. El negro tenía la derecha debajo de la mesa y la miraba a ella. Mi madre parecía muy nerviosa. Había dejado de hablar, el otro parecía decirla algo al oído. Los ojos de mi madre inquietos buscaban el más mínimo movimiento en las literas. Abduh movía el brazo bajo la mesa, pude distinguir el movimiento en su hombro. Mi madre susurraba, monosílabos, a veces solo movía la cabeza negando y asintiendo. Finalmente con la mano libre, el negro, giró la cabeza de mi madre y la besó en los labios. Bufé, pero de nuevo no hice nada más.
Mi madre se apartó en seguida, miró de nuevo hacia las literas. Los otros dos no estaban dormidos, hablaban entre ellos en francés, no les entendía. Abduh volvió a la carga, esta vez besó a mi madre en el cuello. La magreaba, sobaba sus tetas a través de la camiseta de tirantes que llevaba. No tardó en deshacerse de ella, sacándosela por la cabeza, mi madre quedó en sujetador, rosa. Los amigos hicieron un comentario jocoso. Retomó el magreó. Mi madre echaba la cabeza hacia atrás, pero seguía pendiente de las literas. No oponía resistencia alguna.
- ¡Para, para!- Alzó la voz lo suficiente para que se la oyese.- Que nos van a ver.
Abduh levantó la vista y la dijo algo que no oí. La cara que puso mi madre no me gustó nada. El negro iba bajando con el besuqueo. Su cabeza quedó oculta por la mesa. Mi madre se agarró con fuerza al canto de esta. Estaba sentada con las piernas a ambos lados del banco. Ya no miraba hacía las literas, pero creo que sabía que la observaban. Los espectadores comentaban la jugada, y uno empezó a sobarse el paquete. Mi madre empezaba a sollozar, intentando aguantar, como la primera vez.
La cabeza del negro emergió de nuevo. Se puso de pie e hizo que mi madre lo imitase. Tenía las mallas por las rodillas, las bragas se las había subido al levantarse, el sujetador corrido dejaba el pezón izquierdo al aire. Se fundieron en un morreo, el negro la agarró de las nalgas, los brazos de mi madre quedaron a los lados de su pálido cuerpo. Al separarse la volteó hacía la mesa, mi madre quedó de pie mirando a las literas medio desnuda. Uno de los amigos de Abduh, el moro, ya se masturbaba claramente.
Mi madre no miraba hacia delante, definitivamente sabía que la observaban. No quería, ni podía remediar lo que iba a pasar. Pensé que se la iba a montar allí mismo. El negro hizo uno de los giros de guión a los que aun no me acostumbraba. Se agachó de nuevo, desapareciendo tras mi madre. Su cara, de perfil dejaba claro que de nuevo estaba jugando con su lengua. En efecto las bragas de mi madre se habían unido a sus mallas, las manos del negro se colaban entre sus piernas. Su lengua, bastante larga, no tardo en seguirlas. Mi madre intentaba resistirse a gemir, pero llegó un punto de inflexión en el que no pudo más. Los gemidos nos llegaban con claridad a los de las literas. En un momento dado dejó salir un grito, pero este de dolor, en parte. La cara del negro había desaparecido, lo cual me hizo pensar que la había mordido las nalgas. Con el grito los otros rieron, y el otro negro llegó a aplaudir.
Abduh se levantó. Desde atrás cogió la cabeza de mi madre y la hizo mirar el frente. Ante una pequeña resistencia, por su parte, el negro no dudo en darle un sonoro azote a su culo, ya herido. Con mi madre mirando al frente el negro no dejó de sujetarla la cabeza, la susurraba al oído, una sombra de sonrisa vanidosa se asomó al rostro de ella. Pronto la mano libre empezó a jugar entre las piernas de mi madre. Yo veía su rosado coño abierto, de frente, asomando por encima de la mesa, en la única parte iluminada de la nave. Los dedos del negro, dos de ellos, se clavaban en las entrañas de mi madre. La mano venía desde atrás, desde ese punto de vista, se vería su culo aplastado por el negro antebrazo de su amante. Gemía cada vez más fuerte, la vergüenza se disipaba por el calentón. Mi madre estaba a punto de correrse, cuando el negro alzó la voz.
- ¡Tú gusta!- No era una pregunta, pero iba a tener respuesta. Abduh había asomado la cabeza al lado de la de mi madre y sonreía con sus dientes muy blancos.
- Sí, sí... Me encanta.- Mi madre tenía los ojos cerrados. Él la dijo algo al oído.- ¡Me gusta mucho!- Ella alzó la voz mucho más, querían que se oyese.
Unos últimos movimientos de la mano del negro y mi madre cayó rendida sobre la mesa. Él la sujetó por la cadera hasta que su cuerpo se apoyó sobre la brillante superficie plateada. El otro negro volvió a aplaudir. Abduh saludó con una reverencia teatral, levantó a mi madre, que algo tímida agitó su mano en forma de saludo. Se colocó la ropa de nuevo en su sitio. Abduh había desaparecido y volvió con la silla del despacho de mi hermana.
Las ruedas hacían ruido al desplazarse por la superficie de hormigón. Mi madre no entendió que pretendía el negro. Cogiéndola de la mano, mientras aun empujaba la silla, se dirigió hacia las literas. Mi madre se resistió un poco. Al llegar los otros dos la recibieron con un murmullo de alegría. La timidez volvía a ser dueña de mi madre. El negro se sentó en la silla, colocó a mi madre entre él y sus amigos, y sonrió. Mi madre estaba perdida, dando la espalda a los otros dos. El moro aun se masturbaba, o había empezado otra vez.
- ¿Qué hago?- Preguntó ella a Abduh.
- Quita ropa.- La contestó.
- ¿Aquí?- Lanzó una mirada a su espalda, se fijó en el moro, que estaba en la litera de arriba pajeándose.
- Tu mujer muy guapa. Ellos solo miran. Tu quieres hombre que te quiera, aquí tres.- Trazó un circulo imaginario, donde sin él saberlo también estaba yo.
Por otro lado las palabras de Abduh me dejaron claro porque mi madre había vuelto a caer en sus brazos. La discusión de la mañana, el saber, casi con total certeza, que papá se la pegaba con su secretaria. Qué pobre imbécil engaña a una mujer como ella.
- ¿De verdad les gusto?- Preguntó coqueta. Abduh tradujo, los otros dos asintieron.
A pesar de que aquella zona seguía a oscuras, el tenue brillo de la línea de lámparas bastaba para que los cuatro quedasen a la vista. Mis ojos además se habían acostumbrado a la oscuridad, y la piel de mi madre era bastante clara, a los otros no los veía con tanto detalle.
Mirando a Abduh empezó a desnudarse, un gesto de la mano de este la indicó que fuese despacio. La vergüenza se esfumó en un segundo. Empezó por las mallas, con sus manos a ambos lados de la cadera, las fue deslizando hacia abajo. Sus piernas quedaron a la vista, no me había percatado de que iba descalza, tenía las uñas de los pies pintadas de azul, creo. Le siguió la camiseta de tirantes, en lugar de sacársela por la cabeza se apartó los tirantes a los lados de los hombros. Poco a Poco la fue deslizando hacia abajo, se la terminó quitando por los pies. Hasta ahora el espectáculo estaba gustando a todos. A mí me fastidiaba que volviese a pasar de nuevo, pero estaba atento como el que más. Ahora venía el plato fuerte, mi madre echó sus manos a su espalda, y en un segundo la presión del sujetador desapareció. Sensualmente extendió los brazos hacia delante dejando que la prenda los recorriese hasta caer al suelo. De nuevo un murmullo de satisfacción al ver los pechos de mi madre, llenos, redondos, blancos y con los pezones rosados erectos. A tres metros de distancia mi vista se esforzaba por no perder detalle. Mi madre se detuvo entonces, giró sobre sí misma, pera que los de la litera viesen todo bien, no me pareció que se lo pidiese Abduh. Mirando ahora a los otros se empezó a bajar las bragas, iban a juego con el sujetador. Su coño quedó a la vista, pero esta vez en primer plano.
- Abre.- Dijo Abduh a su espalda. Mi madre lo hizo y pudimos ver su húmedo interior.
- ¿Os gusta?- Preguntó colocando la mano encima y cortándoles la prodigiosa visión.
Al unísono emitieron un "sí". Abduh ya tenía la polla fuera de los pantalones, de hecho estaba totalmente desnudo, como mi madre. Ella entendió sin palabras, pero se aseguró de marcar un límite:
- Ellos solo miran.- Con el pulgar señaló a su espalda.
Abduh concedió e informó a los otros, de nuevo un rumor que no entendí. Mi madre se arrodilló, solo veíamos su espalda. Al darse cuenta del detalle, el negro se deslizó en la silla hasta que ambos estaban de perfil. Allí sentado, en la silla, de imitación de cuero negro, de mi hermana, mi madre le daba una mamada, como hacía una semana. Esta vez no deslizó el miembro de Abduh directamente en su boca. Jugaba, recorría el glande con la lengua como si se tratase de un helado. Lanzaba miradas de reojo a los espectadores y parecía un poco nerviosa, con algo más de luz sus carillos rojos hubiesen resaltado creo. Cuando empezó la mamada le dirigió la perentoria y lasciva mirada a los ojos. Aquello era algo adquirido de antes, desde luego mi madre no había sido una mojigata nunca.
La mamada continuó un rato, subiendo y bajando sus labios por el tronco del negro. Le dedicó más tiempo que la vez anterior, esto propició que superara el límite establecido la otra vez. No se conformo con batir su mejor marca, siguió aun más. Con lágrimas en los ojos, saliva escapándosela por las comisuras de sus labios, avanzó, con el negro empujando con fuerza su nuca, hasta que tocó los huevos. Él bufó, aguantaba la presión con sus manos. Ella le golpeó los muslos con las manos. La sujeción desapareció y mi madre, con un insoportablemente excitante sonido de succión, fue dejando la polla del negro empapada a medida que salía de su boca. La bocanada de aire siguiente, me resultó asimismo excitante.
Hubo unos improvisados vítores, y el otro negro aplaudió como antes. Mi madre estaba colorada y sudando, pero sonreía. Acababa de descubrir que la gustaba el exhibicionismo. Abduh la cogió de la barbilla y la besó en la boca, ella se entregó totalmente, aunque mantuvo los ojos abiertos para contemplar a los espectadores. Lo que vino después me dejó helado.
- Fóllame.- Le dijo a Abduh.- Fóllame bien follada.- Era la primera vez que oía hablar así a mi madre.- Estoy muy cachonda, vamos.- Le apremió.
Abduh se levantó de la silla, de pie frente a mi madre tradujo lo que acababa de decir ella. Rieron los tres. Ella le arañó el pecho, intentó escalarle para volver a besarlo. El negro la levantó, primero agarrándola del culo, quedando su polla atrapada entre los vientres de ambos. Después la cogió de los muslos y la apartó. Mi madre se agarraba a su cuello y se preparaba para lo que venía a continuación. La elevó un poco más y la dejó caer sobre su polla que apuntaba al techo. Entró hasta los huevos y mi madre no pudo reprimirse:
- Joder.- Gritó con una mueca de dolor.- Eres enorme.- Abduh sonrió en silencio, los otros también parecían contentos.
El negó comenzó a balancear a mi madre arriba y abajo. Ella se agarraba con fuerza, mientras gemía, y las pocas carnes que tenían se bamboleaban. Los músculos de Abduh se tensaban a causa del ejercicio. Mi madre empezaba a acostumbrase a tener dentro toda la longitud de su polla. El esfuerzo debió ser demasiado, pues estando mi madre en los albores de un nuevo orgasmo, el negro la bajó.
Respirando con dificultad alcanzó la silla de mi hermana. Mi madre se agarró a los brazos de la misma y paró el culo delante de su amante. La primera embestida hizo que la silla se deslizase, la segunda también. Abduh la agarró por la cadera y fijó su posición. Comenzó a cargar con un ritmo constante, no excesivamente rápido. En aquella postura también debía de llegar a profundidades desconocidas para mi madre, pero esta no tardó en acostumbrase. En cosa de un par de minutos le suplicaba que fuese más rápido. El negro la complació, y al aumentar el ritmo apareció un nuevo sonido. El golpeteó de la carne alcanzó el volumen de los gemidos, e incluso en el fondo se oía un leve chapoteo acuoso.
En un momento dado, después de sacar por completo su polla, Abduh dio una embestida aun más fuerte que la primera. Se detuvo, tras esto, y se inclinó sobre el cuerpo doblado en noventa grados de mi madre. La recogió la melena rubia con la mano izquierda y la dijo algo al oído, los secretitos me mataban. Por suerte no duraban mucho ocultos.
- Me encantan las pollas negras.- Abduh reinició la follada.- Son..., mucho mejores que las blancas..., joder..., dios..., son increíbles.- No hizo falta traducción todos lo habían entendido.
Tan clara quedó la proclamación, que el otro negro, el de la litera de abajo, se levantó nada más callarse mi madre. Follada desde atrás, con el pelo fuertemente agarrado por Abduh, se quedó mirando al otro tío. Este era aun más alto, uno noventa por lo menos. Se colocó frente a mi madre, se puso de puntillas para que su cadera quedase por encima del respaldo de la silla. De golpe se bajó los pantalones, en eso también era más grande que Abduh, aunque la tenía más delgada.
Mi madre miraba alternativamente hacia atrás y hacia delante. Interrogaba con los ojos a Abduh, esperaba una indicación para proceder. Si bien aquello incumplía la regla que mi madre había impuesto al principio, ahora todo parecía más laxo. El rabo del otro colgaba semiduro, él no había hecho ni dicho nada. Dubitativa mi madre extendió su mano derecha, sosteniéndose ahora solo con la izquierda, y agarró la nueva polla.
Al principio solo la masturbó, pero no aguantó demasiado y terminó dándole un lametón. Del lametón pasó a mamársela, y para facilitar la tarea el nuevo negro apartó la silla a un lado. Mi madre se apoyó en su cadera para sostenerse. Esto la obligó a mamársela sin la ayuda de sus manos. Quedó a merced de los dos negros, si alguno empujaba demasiado mi madre terminaría con el nuevo rabo alojado en el esófago. Abduh fue gentil, el otro también. No la dieron mucha caña, y mi madre poco a poco iba tragando más y más por sus dos extremos.
Abduh decidió un nuevo cambio de postura. El otro ya tenía la mitad de la polla bien mojada de saliva. En esta ocasión tumbó a mi madre en la litera, que había quedado libre, boca arriba. Abduh siguió follándosela, el otro dio la vuelta a la cama y se agachó hasta que su polla entró en la boca de mi madre desde arriba. Parecía una tragasables. El nuevo negro me tapó la visión con su espalda. Llegados a ese punto decidí moverme, me escoré hasta que tuve un ángulo aceptable.
En aquella postura mi madre podía ayudarse de las manos para hacer una buena mamada. Además Abduh y su amigo podían jugar con los pechos de ella. Esto les resultó bastante entretenido, cada uno agarró el que pudo. Los amasaban, pellizcaba, incluso azotaron. Los gemidos de mi madre se convertían en gruñidos guturales ahogados por la polla del amigo, o estallaban cuando este la daba un respiro para coger aire. En uno de esos respiros mi madre intentó decir:
- Él no me folla...- Seguía pajeándole.- Solo tú...- Hizo un gesto con la barbilla en dirección a Abduh.
Él asintió y trasladó el mensaje. Al otro no le hizo mucha gracia pero convino en volver a alterar las posturas. Al menos eso hicieron, mi madre se colocó a cuatro patas siguiendo las indicaciones. Esta vez se perdieron las formas. Los dos negros dieron todo lo que tenían en la nueva postura. Mi madre rebotaba de lado a lado. Él moro se había bajado de la litera de arriba, ahora todo temblaba. Esto fue el culmen mi madre estalló. Haciendo fuerza consiguió liberar su cabeza y gritar como una posesa.
- Me voy, me voy...- El conjunto de gemidos que siguió resultó ininteligible.
- Yo falta poco...- Dijo Abduh con gesto torcido y sin bajar el ritmo.
- ¡Para!- Mi madre reaccionó como el rayo. Él la hizo caso y la sacó.
Mi madre cruzó por encima de la litera, con la polla del otro negro aun sujeta. Quedó de rodillas delante de este, seguía moviendo la mano de forma automática.
- Ven para aquí.- Le ordenó a Abduh. El dio toda la vuelta agarrándose la polla.
Nada más llegar junto a mi madre el rabo encontró su boca. Para alegría del otro, mi madre, no se olvidó de él. Pasaba de polla a polla, lamiéndoles la cabeza, masturbándoles a ambos. Abduh fue el primero es correrse, le pilló en mitad de un cambio, los perdigonazos fueron en su mayor parte a caer en la cara girada de mi madre y su pelo. Cuando ella se dio cuenta intentó sin éxito volver a girar. Sin embargo como de nuevo enfrentaba a Abduh decidió darle un lametón y dejarlo bien limpio. Volvió al otro, este aprovechó la exclusiva para darle más trabajo a la garganta de mi madre. Esta no llegó a tragársela entera. Este otro negro se corrió con la polla dentro de la boca de mi madre, pero bastante adentro. La sobrevino un arcada y un hilo blanco se la escurrió por la barbilla. Escupió al suelo cuando fue dueña de sí. A este otro no le hizo limpieza.
Respiraba entrecortada, la sudada que llevaba encima la confería cierto brillo. Tenía los ojos húmedos de lagrimas de puro placer. Miró a los dos sementales y sonrió, triunfante. Imaginé que aquella sonrisa iba dirigida a mi padre, por qué tenían que haber discutido. Mi madre se fijó en el mirón, el moro. Seguía dándole a la zambomba.
- Ven anda.- Hablaba con cierta resignación.- No seas tímido, qué más da uno más.- Mucho, pensé yo, se iba a tragar el setentaicinco por ciento de pollas del edificio.
Él se acercó, en efecto con cierta timidez. Se sacó lo que llevaba meneando la mitad de la noche. No era tan larga como las de sus compañeros, pero era bastante gorda. Esta parecía de chocolate con leche. Con dulzura mi madre le pajeó. Este aguantó poco un par de lamidas y se corrió. Pilló a mi madre con la lengua fuera para lamerle el troco. Los chorretones, poco espeso, debía de haberse corrido ya un par de vez, la cayeron en el ojo y el pelo. Se limpió con la ropa de cama de la litera, recogió sus cosas y exclamó:
- ¿Qué hora es? Seguro que tardísimo. Me voy, esto calladitos.-Se llevó un dedo a los labios, con la otra mano sujetaba la ropa.
Los otros asintieron y corearon un "sí", que me sonó bastante falso. Mi madre se fue hacia los vestuarios, mientras los otros comentaban la jugada y contemplaban su cuerpo desnudo dar saltitos. Yo que llevaba casi todo el rato en cuclillas regresé así hasta la puerta por la que había entrado. Al salir y cerrar, con cuidado de no hacer ruido, me odié a mi mismo por no hacer nada de nuevo. Miré el móvil llevaba allí más de hora y media. Había un montón de mensajes de mi hermana. Me metí en el coche, el motor no hizo apenas ruido, no encendí las luces hasta estar a una distancia prudencial.
En el control de entrada de la urbanización ahora me tocó encarar al guardia joven. "Vaya cara trae, ¿está bien?" preguntó. Sin contestar avancé cuando levantó la barrera. Llegué a casa, mi hermana me esperaba en el salón, me oyó entrar. Vino hacia mí con gesto de preocupación.
- ¿Dónde estabas?, te he llamado, y a mamá, no contestabais.- Era extraño verla sin su absoluto control.- ¿Ha pasado de nuevo?- Me conocía lo suficiente para que no tuviera que contestar.- No has hecho nada. Joder. ¿Otra vez en los baños?
- No.- Respondí seco. Empecé a subir las escaleras en dirección a mi cuarto. Era casi media noche.- Lo han hecho en las literas, y en una de las mesas, y un negro a colocado su polla sobre tu silla.- Hablaba sin mirarla.
- ¿Abduh ha colocado su polla en mi silla?- Parecía que aquello era lo más grave de cuanto había dicho.
- No, el otro, su amigo. La ha plantado en el respaldo, Abduh se ha sentado desnudo mientras mamá hacía un striptease para él y sus amigos.- Ya habíamos llegado a la puerta de mi cuarto.
- ¡Cómo!- Me miró con los ojos muy abiertos.
- No tengo ganas de entrar en detalle, así que escucha.- Cogí aire.- He llegado estaban cenando, todo bien. Pero resulta que no, por lo visto mamá estaba muy disgustada por lo de papá y la secretaria.- Liz asintió.- El otro se las ha apañado para liarla de nuevo. Pero ella se ha puesto como una moto al saber que la observaban los otros y a terminado montándoles un espectáculo a los tres. Y todo ha acabado con ellos corriéndosela encima.- De repente me había quitado un peso de encima.
- No me lo puedo creer.- Su cara era un poema.
- Pues hazlo, porque te has columpiado bien. Y lo que yo he visto esta noche no tiene pinta de ser un desahogo pasajero. Y encima mira como estoy.- Tenía una incipiente erección.- Y tu dijiste que si me callaba me lo compensarías. Hazlo.- La agarré por las muñecas y la empuje en dirección a mi cama.
CONTINUARÁ
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El segundo día de vida de la ONG empezó con mi hermana informándonos de lo que tenía previsto hacer. Mi madre iba esta vez con ropa más cómoda para trabajar, vestía lo mismo que solía llevar al gimnasio, unas mallas, una camiseta de tirantes y unas zapatillas deportivas, todo de marca. Ese día empezaba a llegar el equipamiento, nos contó Liz. Había elaborado un borrador de los estatutos, ella iba a ser la representante legal y demás. También quiso dejar claro cuál era el propósito de la ONG con mi madre. Esta no sabía muy bien que quería hacer, ayudar dijo. A quién, cómo, intentó que puntualizase mi hermana. Yo había desconectado, escuchaba música y seguía atragantado por lo del día anterior.
Para cuando llegamos las cosas estaban más claras, iba a ser una especie de comedor social y albergue en caso de necesidad. La nave presentaba un aspecto completamente diferente tras el paso de la empresa de limpieza. Los cristales de la oficina ya no eran opacos por la suciedad, y el espejo del baño tenía toda su superficie cristalina, no solo donde el cuerpo de mi madre se había deslizado el día anterior.
Al poco de estar allí empezaron a llegar las diferentes entregas. Una serie de bancos y mesas, como los de un parque pero metálicos, desfilaron dentro envueltos en plástico. Mi hermana iba diciendo, a los del reparto, donde depositar cada cosa. Le siguieron estanterías, no tan altas como las que un día había contenido la nave, fueron distribuidas al gusto de mi hermana. Por último llegaron las literas, solo media docena, ocuparon la parte más alejada de las mesas. Mi hermana se mordía las uñas mientras daba órdenes, nunca estaba del todo contenta con el resultado. El mobiliario y la limpieza sirvieron, en mi opinión para que el lugar no pareciese tan abandonado.
Yo no había perdido de vista a mi madre, que parecía entusiasmada con cómo se iba desarrollando todo. Estuve pendiente de que no llamase a nadie, en especial a Abduh. No lo hizo. Juntos nos pusimos a desenvolver los muebles, mi hermana ya buscaba personal y algo con que llenar las estanterías, ropa, comida. Aun no sabía si se iba a cocinar algo allí, yo la dije que no se podría, que el lugar no cumpliría con las condiciones necesarias, no me escuchó y se fue a la oficina. Había encargado un escritorio y una silla, la jefa ya tenía despacho.
El día anterior me empezaba a parecer un mal recuerdo, un sueño. Una parte de mí estaba de acuerdo con la opinión de mi hermana de que había sido un calentón y punto. Me quedé de piedra al ver entrar por el portón de chapa al negro. Mi madre no le había llamado, estaba seguro. La reacción de esta no fue mejor que la mía. Le saludó, nerviosa, ni rastro de la calidez del primer encuentro. Mi hermana salió de la oficina, me miró preocupada. Me señaló y gesticuló en silencio. Me percaté de que yo tenía un rictus de cabreo, con el cuello tenso y mis cejas fruncidas. Lo relajé, lo mejor que pude.
Mi madre se había adelantado al encuentro con el negro. Su actitud no era la del primer día, no era todo risas y cercanía, de hecho guardaba las distancias con él. Mi hermana y yo nos unimos a la pareja y saludamos. Abduh explicó que se había pasado a ayudar, sin que nadie le dijera nada, matizó mi madre.
- Haces bien, yo quiero ayudar.- Intentó coger las manos de mi madre, en un gesto de gratitud, ella las apartó.
Todos nos dimos cuenta de aquello, yo sonreía. Mi hermana cortó la tensión, invitándolo a su despacho.
- Ven conmigo, vamos a ver si te podemos dar un trabajo.- Le indicó el camino. Yo la retuve un momento he hicimos un aparte. Mi madre había regresado a las mesas y limpiaba una lanzando miradas de reojo al negro, que ya había entrado en la oficina.- ¿Qué quieres?
- ¿Qué haces?- La repregunté disgustado.- No ves que mamá ya pasa de él, como dijiste.
- Sí.- Dijo mirando a mi madre.- Pero él no pasa de ella.- Era cierto el tío había aparecido sin ser invitado.- Me voy a intentar librar de él. Y tranquilo, no creo que me lo tire.- La broma no me hizo ninguna gracia.
Mi hermana se sentó tras el escritorio, frente a este había una silla de madrera, que ya estaba ayer en la oficina. Abduh ocupó la silla de madera. Mi madre estaba distraída mirándoles. Sentada en uno de los bancos, fingiendo que restregaba la mesa con un paño. Yo seguí desenvolviendo muebles. Al rato salieron de la oficina y Abduh se nos unió en el trabajo. Se colocó cerca de mi madre, sonriendo. Me fui para mi hermana.
- ¿No le ibas a largar?- Pregunté enfado.
- Nunca he dicho eso.- Respondió tranquila, como de costumbre.- Creo que será útil, para dar buena imagen y eso.- La miré contrariado.- Le he hecho un contrato, lo tiene que aprobar papá, pero bueno ya está hecho.
- Ahora le vas a pagar por follarse a nuestra madre, esto es la leche.- Daba vueltas por el despacho.
- Va a trabajar, y mamá también, hasta tú.- Estaba mirando el ordenador portátil sobre el escritorio.- Hoy me llevo a mamá conmigo, a buscar restaurantes y bares que nos den la comida para servir. Abduh y tú os quedáis aquí, preparando las cosas y recibiendo el resto de entregas. Mañana la llevó a algunos pisos como el de Abduh, buscamos a gente que necesite ayuda. Él y tu de nuevo os quedáis. En un par de días estaremos trabajando y no tendrán tiempo para otra cosa.- Yo seguía su razonamiento con mala cara.- Y después es cuestión de tiempo que se canse de esto. Tú y yo lo dejamos encarrilados, papá lo da el visto bueno y todos felices.
- Espero que tengas razón.- Concedí.
Volví afuera. Mi madre seguía manteniendo la distancia con el chaval, eso me alegró. Cuando hubimos dejado listos los muebles mi hermana cumplió su palabra. Ella y mi madre se fueron a hacer recados. Abduh y yo nos quedamos, no dejaba de sonreír. Llegó mi padre al rato, con su secretaria. Lo que mi hermana había dicho de ella era cierto. Iba detrás de mi padre, parecía una niña perdida. Era guapa al estilo barbie, solo que morena.
El negro y mi padre se estrecharon la mano. Mi padre, cortés, dijo que había oído hablar bien de él. Me dijo, en un aparte, ya estar al corriente de lo de contratarle, había sido idea suya. Traía un cartel, el nombre de la empresa lo presidia, debajo la leyenda "OBRA SOCIAL". Nos indicó que lo colocásemos fuera, en la puerta, donde se viera. Puso su mano en mi hombro y me habló lejos de los otros dos:
- Este sitio fue muy importante para mí.- Miraba todo con un aire nostálgico.- Tu hermana se está implicando mucho, pero por propio interés.- Me miró a mí.- ¿Qué te motiva a ti?
- No sé, la verdad no lo sé.- No le gustó la respuesta, pero no dejó morir el momento padre hijo.
- Eres joven, quizás como tu hermana no quieras trabajar para mí, o no te guste esto de la ONG, pero es importante que te esfuerces. Cuando encuentres lo que quieres hacer no te costará nada.- Nunca me había hablado así, los recuerdos le estaban llevando a un sentimentalismo desconocido.
- Perdón, ¿puedo ir al baño?- Interrumpió la chillona voz de la secretaria.
- Yo enseño.- Dijo Abduh dispuesto.
- ¡No!- Grité y todos me miraron.- Solo tienes que seguir el pasillo de dentro de la oficina.- La señalé el camino, no quería que el otro repitiese lo de ayer.
- Bueno, ese es el de la oficina, pero hay unos baños y vestuarios ahí.- Mi padre señaló hacia una puerta en la que no había reparado el día anterior.- Qué creías que todos los empleados pasaban por el despacho para ir a mear.- Rió a carcajadas.
No había reparado en aquel lugar el día anterior, creo que Liz tampoco, y mi madre y el negro desde luego que no. Había un par de puertas, divididas por sexo, tras la primera. Daban cada una a unos vestuarios, semejantes a los de un gimnasio, con taquillas y duchas. Por suerte el equipo de limpieza si lo había visto y estaba todo bastante limpio. Mi padre nos contaba batallitas al negro y a mí. La atención que prestaba Abduh hizo que mi padre le cogiese cariño al momento. El pobre infeliz hubiera actuado diferente de saber algo.
Cuando regresaron mi madre y mi hermana mi padre aun seguía allí. Era imposible ignorar que él se tensó cuando mi madre saludó a su secretaria. Había algo más que rumores ahí. Mi hermana y mi padre fueron a la oficina para ponerle al día, la secretaria les siguió. El resto volvimos a la tarea de dejar brillantes las mesas, recién salidas de fábrica y con una ligera capa de suciedad. Me percaté entonces de que la cercanía de Abduh ya no molestaba a mi madre, como al principio del día. Este empezó a comentar las historias de mi padre, con cierta emoción. Por último, y con un cierto cambio de tono, habló de los vestuarios, llegó a rozar con su mano el brazo de mi madre de forma que llamó su atención. Estaba insinuándose con mi padre allí, el negro era un cabrón.
La cosa no paso a mayores en ese momento. Mi padre se fue, la despedida con mi madre fue algo fría. Mi hermana me informó de lo que habían hablado, sin duda mi padre la había pedio que me implicase más. Había conseguido que un par de restaurantes les cediesen algo de comida. Habían decidido organizar una colecta de ropa en la empresa, y mi hermana pensó extenderla a nuestra urbanización. Yo me mostré de acuerdo con todo. Por último me dijo que en un par de días estaría todo funcionando.
- Papá me ha dicho que fue idea suya contratar a Abduh.- Dije antes de dejar el despacho.
- Ya los sé, es un cornudo apaleado el pobre. ¿Has visto a la otra?- Respondió a la defensiva.
- Sí, bueno. No quiero discutir.- Estaba más calmado tras mi charla con mi padre.- Vamos a poner en marcha tu plan. Tú eres la lista, seguro que funciona.- La concedí.
- Igual ya ha hecho agua.- Miré detrás de mí, no vi ni a mi madre ni al negro. Salí rápido.
- Los vestuario...- Dije, y me pareció escuchar que mi hermana preguntaba algo.
No me paré a contestarla, estaba llegando ya a la puerta que daba acceso a la división de hombres y mujeres. Escuché con atención buscado cualquier sonido, esta vez estaba dispuesto a entrar con todo. La voz de mi madre llegaba de la puerta a mi izquierda, la de mujeres.
- Lamento mucho lo que ocurrió.- Decía con tono triste y serio.- Fue un error, estoy casada. Acabas de conocer a mi marido.- Respiró hondo.- No quiero que se repita.
- Yo siento.- Era la voz de Abduh.- Culpa mía. Su marido buen hombre, me contrata. Usted buena mujer, me ayuda, mucho...- Esto último sonó un poco raro.
- ¡No! ¡Para!- Exclamó mi madre.- No puede pasar otra vez.
Esa fue mi señal. Hice ruido con la puerta que ya había cruzado. Abrí rápidamente la otra, la de la división masculina. Y por último entré en la zona femenina.
- ¿Mamá?- Dije fingiendo sorpresa.- Te estaba buscando, y a ti Abduh.- Estaban de pie, vestidos y mi madre con los carrillos rojo.
- ¿Qué querías Carlos?- Me preguntó nerviosa.
- Colgar el cartel que ha traído papá. Me ayudas, amigo.- Le hice un gesto al negro mientras me volvía para salir.- Ya le has enseñado los vestuarios a mi madre, ahora necesito que me eches una mano.
Abduh me siguió fuera. Me alegraba saber que mi madre no quería tener nada más que ver con él. Yo me encargaría de que no la molestase, iba a currar, al fin y al cabo estaba en nomina. Como no teníamos herramienta alguna, ni escalera, había pensado en colocarlo sobre el portón, nos fuimos preguntando por los locales cercanos. Fue en el taller, donde el día antes mi madre había ido en busca de ayuda, que nos prestaron una remachadora y una escalera. El tipo que andaba por allí insistió en que con eso serviría, tenían tan poco ajetreo como la primera vez.
Me pareció un gesto importante ser yo el que colocase el cartel. Si bien subido a la escalera, con Abduh sujetando, la idea no me pareció tan buena. No me eché para atrás, pero me costó lo mío. Mientras intentaba dejarlo recto, pensaba que el negro cabreado por mi interrupción movería la escalera y me abriría la cabeza cayendo desde casi cuatro metros. Era una buena forma de justificar que no habían sido mi miedo a las alturas y mi torpeza, las causas del accidente que presentía. No pasó nada. Al bajar pude ver que había quedado un poco torcido. No me importó saqué una foto con el móvil.
El día pasó sin más novedades. Conté a mi hermana la conversación que había espiado entre Abduh y mi madre. Se limitó a decirme "te lo dije". De vuelta en casa me enorgulleció enseñarle a mi padre la foto del cartel ya colocado. Me dio unas palmaditas en la espalda, como he dicho eso era un gran gesto viniendo de mi padre.
Pasaron un par de días más y ya estábamos funcionando. Mi hermana había contratado a varios trabajadores sociales, y madre había convencido a algunas amigas suyas para pasarse como voluntarias. Servimos comidas y se repartió algo de ropa. Los trabajadores sociales llevaban la voz cantante y nos indicaban a mi hermana y a mí que debía mejorarse, por suerte dijeron que para no tener ni idea no lo habíamos hecho tan mal.
Con todo en marcha mi madre y Abduh terminaron de distanciarse. Al principio él siguió intentando tener algo, pero pronto lo dejó estar. Sin embargo yo procuraba no perder de vista a mi madre o al negro. El tipo siempre se quedaba con nosotros hasta tarde. De momento la función de alberge no era necesaria, y a eso de las nueve de la noche cerrábamos.
Abduh siempre se marchaba de los últimos, se había echado una bici y prescindía del autobús. También estaba de los primeros. Conocía a bastantes de las personas que acudían a la ONG. Tenía un grupillo de amigos, pero no remoloneaba con ellos como hubiese hecho yo. A la hora de la comida se sentaban juntos y charlaban.
La rutina hizo que me fuese relajando, acomodando al trabajo. A comienzos de la segunda semana pillé a mis padres discutiendo. Mi padre se iba de viaje un par de días, se llevaba con él a la secretaria. Mi madre pasó el resto del día ausente, profundamente enfadada. No me di cuenta entonces, pero ese día él único que estuvo ahí para ella fue el negro. Supongo que con el modesto ajetreo que teníamos no encontraron como encamarse, y eso desembocó en lo que vino después. Estábamos cerrado, solo quedaban Abduh y dos de sus amigos.
- Señorita Estibaliz, puedo pedirle un favor.- Preguntó Abduh, desde hacía unos días todos se dirigían a mi hermana con el "señorita".
- Sí, claro.- En el fondo la encantaba el tratamiento que la daban.
- Mis amigos se han quedado sin piso, ¿pueden dormir aquí?- Había media docena de literas con ropa de cama listas para un momento de necesidad como aquel.- Yo me quedaré, así vigilo.
- Me parece bien, pero mañana si quieres te tomas el día libre.- Le contestó ella.
Caminamos hacia el coche, ese día yo había llevado el de mi padre, tras dejarle a él y su secretaria en el aeropuerto, les había acompañado para que mi madre viese que no había nada raro. Me gustaba conducir la larga berlina negra de mi padre. Mi madre se detuvo junto al suyo antes de entrar.
- Pero, ¿qué vais a cenar?.- Se volvió a los tres chicos y les miró las caras mostraban incertidumbre exagerada. El sobreactuado paternalismo nos cogió por sorpresa.- Hijos, id vosotros a casa, yo voy a buscarles algo de cena. No me esperéis.
Mi madre estaba librándose de nosotros con las peores intenciones. Intenté ofrecerme para buscarles algo de cenar yo, pero ella insistió. Mi hermana dijo que podía ocuparse, y me hizo subir al coche con ella, me quitó las llaves. Arrancó, el coche de mi madre nos seguía. En un punto del camino hizo un giró y desapareció del retrovisor.
- Ya está. Ha dado la vuelta, esta vuelve para allá, no vaya a ser que pierda tiempo.- Dije mirando nervioso los espejos del coche.
- No seas paranoico, habrá ido a coger algo para que cenen.
- Te digo que vuelve para montárselo con el otro.- Yo seguía en mis trece, todo me olía muy mal.
- O lo mismo con los tres.- Mi hermana se burló.
- No jodas. Da la vuelta.- Intenté agarrar el volante, me dio un golpe en la mano.
- Carlos, ya.- Habló despacio y con tono mandón.- Tú eres el que oyó como pasaba de él, tú les llevas vigilando una semana, y tú sabes que no podían haber estado más fríos el uno con el otro, teniendo en cuenta lo que pasó.
- Ese es el problema, lo que pasó. Puede volver a pasar.- Era un fantasma que iba a seguirme toda la vida.
- Mira, se que crees que todas las mujeres están salidas, pero despierta hermanito, tú sí tienes un problema.- Volvía a bromear.- Vamos a volver a casa, y cuando ella llegué, dentro de diez minutos te vas a tragar tus palabras.
Esperé los diez minutos mirando hacía la entrada desde mi habitación. Cuando el reloj me estaba volviendo loco en la muñeca salí a buscar a mi hermana, la cara con que la encontré no me gusto nada, era cara de derrota.
- Ha llamado mamá, va a cenar con los chicos.- Parecía una niña confesando haber roto un jarrón, no levantó la vista del suelo.
- Me voy a buscarla.- Salí en dirección a la puerta.
- Carlos, es mayorcita...- Me volví enfadado a mirarla.
De vuelta en el coche, desandando el camino. Agarraba el volante con fuerza. En la garita de vigilancia de la urbanización estaban el gordo y el joven. El gordo me despidió jovial, dijo algo sobre lo pronto que me volvía a marchar. Me mantuve en el límite de velocidad tanto como pude, pero no miraba los relojes digitales del salpicadero, tenía la vista clavada más allá. Cuando estaba cerca se me ocurrió hacer tanto ruido como pudiese, sin embargo la calma del polígono me pareció imperturbable. Apagué las luces antes de llegar, en la zona no había muchas farolas encendidas, aun así veía bien el camino.
Aparqué detrás. El coche de mi madre estaba frente al portón, cerrado. Algo de luz escapaba. Si entraba por la portezuela junto a este me verían, y por algún motivo quería evitar ser visto. Me convencí de que si no estaban haciendo nada, sería mejor que ella no supiese que sospechaba. Pero en el fondo quería que estuviesen haciendo algo y que no me pillasen espiando. Durante la visita de mi padre él me había indicado un par de entradas más, que en su día sirvieron como salidas de emergencia. Una daba cerca de la zona de camas, más o menos por donde había aparcado.
Por aquí no se filtraba luz, imagina que parte de los interruptores estaban apagados. Tenía llaves de todas las puertas, como mi hermana, y necesité usarlas para abrir. Procuré que el metal no emitiese ningún chirrido, no cerré un vez dentro por si acaso. Les vi a los cuatro sentados a la mesa. Comían algo de una cadena de comida rápida. Hablaban animadamente. Los tres chicos, a un lado y mi madre enfrente. Cabe decir que uno era negro como Abduh, pero mayor, de unos treinta, el otro de origen árabe, moro, tenía la piel bastante más clara. Entre ellos hablaban en francés, nunca había preguntado de que país era Abduh, en aquella lengua se defendía mejor que en español, aunque cada vez le costaba menos.
No lograba oírles desde donde estaba. Me fijé en que mi madre les escuchaba con atención. Nada parecía indicar que se fuera a desatar la orgía del siglo. La rabia se me fue disipando conforme avanzó la cena. Cuando ya terminaban el móvil me vibró en el bolsillo. Acababa de recibir un mensaje de mi hermana, me preguntaba qué pasaba. "Nada, están cenando" contesté, me respondió con un emoticono que parecía expresar "ya te lo dije", otra vez.
Estaba listo para irme. Los amigos de Abduh recogieron los desperdicios, incluso lo de mi madre. El propio Abduh volvió con un trapo y restregó la mesa. Los dos amigos se encaminaron hacia las literas. Cogieron las dos primeras, quedando a unos seis metros de mí, me encontraba en una zona de oscuridad total. Uno pareció mirar un segundo en mi dirección, pero terminó por acostarse.
Mi madre y Abduh estaban aun sentados a la mesa. Hablaban aun más bajo, apenas me llegaba un murmullo. El mal ánimo de mi madre a lo largo del día se iba disipando. Entonces pasó algo que me gustó muy poco. El negro se cambió y sentó a su lado, miraban hacia la zona de literas. Me acerqué hasta que estaba prácticamente junto a las camas que habían ocupado los otros dos, no parecían dormidos. La oscuridad me seguía sirviendo de amparo, en cuclillas no debía de vérseme.
Presté atención a mi madre y Abduh, estaban pegados, mi madre tenía las manos sobre la mesa y no dejaba de mirar al frente. El negro tenía la derecha debajo de la mesa y la miraba a ella. Mi madre parecía muy nerviosa. Había dejado de hablar, el otro parecía decirla algo al oído. Los ojos de mi madre inquietos buscaban el más mínimo movimiento en las literas. Abduh movía el brazo bajo la mesa, pude distinguir el movimiento en su hombro. Mi madre susurraba, monosílabos, a veces solo movía la cabeza negando y asintiendo. Finalmente con la mano libre, el negro, giró la cabeza de mi madre y la besó en los labios. Bufé, pero de nuevo no hice nada más.
Mi madre se apartó en seguida, miró de nuevo hacia las literas. Los otros dos no estaban dormidos, hablaban entre ellos en francés, no les entendía. Abduh volvió a la carga, esta vez besó a mi madre en el cuello. La magreaba, sobaba sus tetas a través de la camiseta de tirantes que llevaba. No tardó en deshacerse de ella, sacándosela por la cabeza, mi madre quedó en sujetador, rosa. Los amigos hicieron un comentario jocoso. Retomó el magreó. Mi madre echaba la cabeza hacia atrás, pero seguía pendiente de las literas. No oponía resistencia alguna.
- ¡Para, para!- Alzó la voz lo suficiente para que se la oyese.- Que nos van a ver.
Abduh levantó la vista y la dijo algo que no oí. La cara que puso mi madre no me gustó nada. El negro iba bajando con el besuqueo. Su cabeza quedó oculta por la mesa. Mi madre se agarró con fuerza al canto de esta. Estaba sentada con las piernas a ambos lados del banco. Ya no miraba hacía las literas, pero creo que sabía que la observaban. Los espectadores comentaban la jugada, y uno empezó a sobarse el paquete. Mi madre empezaba a sollozar, intentando aguantar, como la primera vez.
La cabeza del negro emergió de nuevo. Se puso de pie e hizo que mi madre lo imitase. Tenía las mallas por las rodillas, las bragas se las había subido al levantarse, el sujetador corrido dejaba el pezón izquierdo al aire. Se fundieron en un morreo, el negro la agarró de las nalgas, los brazos de mi madre quedaron a los lados de su pálido cuerpo. Al separarse la volteó hacía la mesa, mi madre quedó de pie mirando a las literas medio desnuda. Uno de los amigos de Abduh, el moro, ya se masturbaba claramente.
Mi madre no miraba hacia delante, definitivamente sabía que la observaban. No quería, ni podía remediar lo que iba a pasar. Pensé que se la iba a montar allí mismo. El negro hizo uno de los giros de guión a los que aun no me acostumbraba. Se agachó de nuevo, desapareciendo tras mi madre. Su cara, de perfil dejaba claro que de nuevo estaba jugando con su lengua. En efecto las bragas de mi madre se habían unido a sus mallas, las manos del negro se colaban entre sus piernas. Su lengua, bastante larga, no tardo en seguirlas. Mi madre intentaba resistirse a gemir, pero llegó un punto de inflexión en el que no pudo más. Los gemidos nos llegaban con claridad a los de las literas. En un momento dado dejó salir un grito, pero este de dolor, en parte. La cara del negro había desaparecido, lo cual me hizo pensar que la había mordido las nalgas. Con el grito los otros rieron, y el otro negro llegó a aplaudir.
Abduh se levantó. Desde atrás cogió la cabeza de mi madre y la hizo mirar el frente. Ante una pequeña resistencia, por su parte, el negro no dudo en darle un sonoro azote a su culo, ya herido. Con mi madre mirando al frente el negro no dejó de sujetarla la cabeza, la susurraba al oído, una sombra de sonrisa vanidosa se asomó al rostro de ella. Pronto la mano libre empezó a jugar entre las piernas de mi madre. Yo veía su rosado coño abierto, de frente, asomando por encima de la mesa, en la única parte iluminada de la nave. Los dedos del negro, dos de ellos, se clavaban en las entrañas de mi madre. La mano venía desde atrás, desde ese punto de vista, se vería su culo aplastado por el negro antebrazo de su amante. Gemía cada vez más fuerte, la vergüenza se disipaba por el calentón. Mi madre estaba a punto de correrse, cuando el negro alzó la voz.
- ¡Tú gusta!- No era una pregunta, pero iba a tener respuesta. Abduh había asomado la cabeza al lado de la de mi madre y sonreía con sus dientes muy blancos.
- Sí, sí... Me encanta.- Mi madre tenía los ojos cerrados. Él la dijo algo al oído.- ¡Me gusta mucho!- Ella alzó la voz mucho más, querían que se oyese.
Unos últimos movimientos de la mano del negro y mi madre cayó rendida sobre la mesa. Él la sujetó por la cadera hasta que su cuerpo se apoyó sobre la brillante superficie plateada. El otro negro volvió a aplaudir. Abduh saludó con una reverencia teatral, levantó a mi madre, que algo tímida agitó su mano en forma de saludo. Se colocó la ropa de nuevo en su sitio. Abduh había desaparecido y volvió con la silla del despacho de mi hermana.
Las ruedas hacían ruido al desplazarse por la superficie de hormigón. Mi madre no entendió que pretendía el negro. Cogiéndola de la mano, mientras aun empujaba la silla, se dirigió hacia las literas. Mi madre se resistió un poco. Al llegar los otros dos la recibieron con un murmullo de alegría. La timidez volvía a ser dueña de mi madre. El negro se sentó en la silla, colocó a mi madre entre él y sus amigos, y sonrió. Mi madre estaba perdida, dando la espalda a los otros dos. El moro aun se masturbaba, o había empezado otra vez.
- ¿Qué hago?- Preguntó ella a Abduh.
- Quita ropa.- La contestó.
- ¿Aquí?- Lanzó una mirada a su espalda, se fijó en el moro, que estaba en la litera de arriba pajeándose.
- Tu mujer muy guapa. Ellos solo miran. Tu quieres hombre que te quiera, aquí tres.- Trazó un circulo imaginario, donde sin él saberlo también estaba yo.
Por otro lado las palabras de Abduh me dejaron claro porque mi madre había vuelto a caer en sus brazos. La discusión de la mañana, el saber, casi con total certeza, que papá se la pegaba con su secretaria. Qué pobre imbécil engaña a una mujer como ella.
- ¿De verdad les gusto?- Preguntó coqueta. Abduh tradujo, los otros dos asintieron.
A pesar de que aquella zona seguía a oscuras, el tenue brillo de la línea de lámparas bastaba para que los cuatro quedasen a la vista. Mis ojos además se habían acostumbrado a la oscuridad, y la piel de mi madre era bastante clara, a los otros no los veía con tanto detalle.
Mirando a Abduh empezó a desnudarse, un gesto de la mano de este la indicó que fuese despacio. La vergüenza se esfumó en un segundo. Empezó por las mallas, con sus manos a ambos lados de la cadera, las fue deslizando hacia abajo. Sus piernas quedaron a la vista, no me había percatado de que iba descalza, tenía las uñas de los pies pintadas de azul, creo. Le siguió la camiseta de tirantes, en lugar de sacársela por la cabeza se apartó los tirantes a los lados de los hombros. Poco a Poco la fue deslizando hacia abajo, se la terminó quitando por los pies. Hasta ahora el espectáculo estaba gustando a todos. A mí me fastidiaba que volviese a pasar de nuevo, pero estaba atento como el que más. Ahora venía el plato fuerte, mi madre echó sus manos a su espalda, y en un segundo la presión del sujetador desapareció. Sensualmente extendió los brazos hacia delante dejando que la prenda los recorriese hasta caer al suelo. De nuevo un murmullo de satisfacción al ver los pechos de mi madre, llenos, redondos, blancos y con los pezones rosados erectos. A tres metros de distancia mi vista se esforzaba por no perder detalle. Mi madre se detuvo entonces, giró sobre sí misma, pera que los de la litera viesen todo bien, no me pareció que se lo pidiese Abduh. Mirando ahora a los otros se empezó a bajar las bragas, iban a juego con el sujetador. Su coño quedó a la vista, pero esta vez en primer plano.
- Abre.- Dijo Abduh a su espalda. Mi madre lo hizo y pudimos ver su húmedo interior.
- ¿Os gusta?- Preguntó colocando la mano encima y cortándoles la prodigiosa visión.
Al unísono emitieron un "sí". Abduh ya tenía la polla fuera de los pantalones, de hecho estaba totalmente desnudo, como mi madre. Ella entendió sin palabras, pero se aseguró de marcar un límite:
- Ellos solo miran.- Con el pulgar señaló a su espalda.
Abduh concedió e informó a los otros, de nuevo un rumor que no entendí. Mi madre se arrodilló, solo veíamos su espalda. Al darse cuenta del detalle, el negro se deslizó en la silla hasta que ambos estaban de perfil. Allí sentado, en la silla, de imitación de cuero negro, de mi hermana, mi madre le daba una mamada, como hacía una semana. Esta vez no deslizó el miembro de Abduh directamente en su boca. Jugaba, recorría el glande con la lengua como si se tratase de un helado. Lanzaba miradas de reojo a los espectadores y parecía un poco nerviosa, con algo más de luz sus carillos rojos hubiesen resaltado creo. Cuando empezó la mamada le dirigió la perentoria y lasciva mirada a los ojos. Aquello era algo adquirido de antes, desde luego mi madre no había sido una mojigata nunca.
La mamada continuó un rato, subiendo y bajando sus labios por el tronco del negro. Le dedicó más tiempo que la vez anterior, esto propició que superara el límite establecido la otra vez. No se conformo con batir su mejor marca, siguió aun más. Con lágrimas en los ojos, saliva escapándosela por las comisuras de sus labios, avanzó, con el negro empujando con fuerza su nuca, hasta que tocó los huevos. Él bufó, aguantaba la presión con sus manos. Ella le golpeó los muslos con las manos. La sujeción desapareció y mi madre, con un insoportablemente excitante sonido de succión, fue dejando la polla del negro empapada a medida que salía de su boca. La bocanada de aire siguiente, me resultó asimismo excitante.
Hubo unos improvisados vítores, y el otro negro aplaudió como antes. Mi madre estaba colorada y sudando, pero sonreía. Acababa de descubrir que la gustaba el exhibicionismo. Abduh la cogió de la barbilla y la besó en la boca, ella se entregó totalmente, aunque mantuvo los ojos abiertos para contemplar a los espectadores. Lo que vino después me dejó helado.
- Fóllame.- Le dijo a Abduh.- Fóllame bien follada.- Era la primera vez que oía hablar así a mi madre.- Estoy muy cachonda, vamos.- Le apremió.
Abduh se levantó de la silla, de pie frente a mi madre tradujo lo que acababa de decir ella. Rieron los tres. Ella le arañó el pecho, intentó escalarle para volver a besarlo. El negro la levantó, primero agarrándola del culo, quedando su polla atrapada entre los vientres de ambos. Después la cogió de los muslos y la apartó. Mi madre se agarraba a su cuello y se preparaba para lo que venía a continuación. La elevó un poco más y la dejó caer sobre su polla que apuntaba al techo. Entró hasta los huevos y mi madre no pudo reprimirse:
- Joder.- Gritó con una mueca de dolor.- Eres enorme.- Abduh sonrió en silencio, los otros también parecían contentos.
El negó comenzó a balancear a mi madre arriba y abajo. Ella se agarraba con fuerza, mientras gemía, y las pocas carnes que tenían se bamboleaban. Los músculos de Abduh se tensaban a causa del ejercicio. Mi madre empezaba a acostumbrase a tener dentro toda la longitud de su polla. El esfuerzo debió ser demasiado, pues estando mi madre en los albores de un nuevo orgasmo, el negro la bajó.
Respirando con dificultad alcanzó la silla de mi hermana. Mi madre se agarró a los brazos de la misma y paró el culo delante de su amante. La primera embestida hizo que la silla se deslizase, la segunda también. Abduh la agarró por la cadera y fijó su posición. Comenzó a cargar con un ritmo constante, no excesivamente rápido. En aquella postura también debía de llegar a profundidades desconocidas para mi madre, pero esta no tardó en acostumbrase. En cosa de un par de minutos le suplicaba que fuese más rápido. El negro la complació, y al aumentar el ritmo apareció un nuevo sonido. El golpeteó de la carne alcanzó el volumen de los gemidos, e incluso en el fondo se oía un leve chapoteo acuoso.
En un momento dado, después de sacar por completo su polla, Abduh dio una embestida aun más fuerte que la primera. Se detuvo, tras esto, y se inclinó sobre el cuerpo doblado en noventa grados de mi madre. La recogió la melena rubia con la mano izquierda y la dijo algo al oído, los secretitos me mataban. Por suerte no duraban mucho ocultos.
- Me encantan las pollas negras.- Abduh reinició la follada.- Son..., mucho mejores que las blancas..., joder..., dios..., son increíbles.- No hizo falta traducción todos lo habían entendido.
Tan clara quedó la proclamación, que el otro negro, el de la litera de abajo, se levantó nada más callarse mi madre. Follada desde atrás, con el pelo fuertemente agarrado por Abduh, se quedó mirando al otro tío. Este era aun más alto, uno noventa por lo menos. Se colocó frente a mi madre, se puso de puntillas para que su cadera quedase por encima del respaldo de la silla. De golpe se bajó los pantalones, en eso también era más grande que Abduh, aunque la tenía más delgada.
Mi madre miraba alternativamente hacia atrás y hacia delante. Interrogaba con los ojos a Abduh, esperaba una indicación para proceder. Si bien aquello incumplía la regla que mi madre había impuesto al principio, ahora todo parecía más laxo. El rabo del otro colgaba semiduro, él no había hecho ni dicho nada. Dubitativa mi madre extendió su mano derecha, sosteniéndose ahora solo con la izquierda, y agarró la nueva polla.
Al principio solo la masturbó, pero no aguantó demasiado y terminó dándole un lametón. Del lametón pasó a mamársela, y para facilitar la tarea el nuevo negro apartó la silla a un lado. Mi madre se apoyó en su cadera para sostenerse. Esto la obligó a mamársela sin la ayuda de sus manos. Quedó a merced de los dos negros, si alguno empujaba demasiado mi madre terminaría con el nuevo rabo alojado en el esófago. Abduh fue gentil, el otro también. No la dieron mucha caña, y mi madre poco a poco iba tragando más y más por sus dos extremos.
Abduh decidió un nuevo cambio de postura. El otro ya tenía la mitad de la polla bien mojada de saliva. En esta ocasión tumbó a mi madre en la litera, que había quedado libre, boca arriba. Abduh siguió follándosela, el otro dio la vuelta a la cama y se agachó hasta que su polla entró en la boca de mi madre desde arriba. Parecía una tragasables. El nuevo negro me tapó la visión con su espalda. Llegados a ese punto decidí moverme, me escoré hasta que tuve un ángulo aceptable.
En aquella postura mi madre podía ayudarse de las manos para hacer una buena mamada. Además Abduh y su amigo podían jugar con los pechos de ella. Esto les resultó bastante entretenido, cada uno agarró el que pudo. Los amasaban, pellizcaba, incluso azotaron. Los gemidos de mi madre se convertían en gruñidos guturales ahogados por la polla del amigo, o estallaban cuando este la daba un respiro para coger aire. En uno de esos respiros mi madre intentó decir:
- Él no me folla...- Seguía pajeándole.- Solo tú...- Hizo un gesto con la barbilla en dirección a Abduh.
Él asintió y trasladó el mensaje. Al otro no le hizo mucha gracia pero convino en volver a alterar las posturas. Al menos eso hicieron, mi madre se colocó a cuatro patas siguiendo las indicaciones. Esta vez se perdieron las formas. Los dos negros dieron todo lo que tenían en la nueva postura. Mi madre rebotaba de lado a lado. Él moro se había bajado de la litera de arriba, ahora todo temblaba. Esto fue el culmen mi madre estalló. Haciendo fuerza consiguió liberar su cabeza y gritar como una posesa.
- Me voy, me voy...- El conjunto de gemidos que siguió resultó ininteligible.
- Yo falta poco...- Dijo Abduh con gesto torcido y sin bajar el ritmo.
- ¡Para!- Mi madre reaccionó como el rayo. Él la hizo caso y la sacó.
Mi madre cruzó por encima de la litera, con la polla del otro negro aun sujeta. Quedó de rodillas delante de este, seguía moviendo la mano de forma automática.
- Ven para aquí.- Le ordenó a Abduh. El dio toda la vuelta agarrándose la polla.
Nada más llegar junto a mi madre el rabo encontró su boca. Para alegría del otro, mi madre, no se olvidó de él. Pasaba de polla a polla, lamiéndoles la cabeza, masturbándoles a ambos. Abduh fue el primero es correrse, le pilló en mitad de un cambio, los perdigonazos fueron en su mayor parte a caer en la cara girada de mi madre y su pelo. Cuando ella se dio cuenta intentó sin éxito volver a girar. Sin embargo como de nuevo enfrentaba a Abduh decidió darle un lametón y dejarlo bien limpio. Volvió al otro, este aprovechó la exclusiva para darle más trabajo a la garganta de mi madre. Esta no llegó a tragársela entera. Este otro negro se corrió con la polla dentro de la boca de mi madre, pero bastante adentro. La sobrevino un arcada y un hilo blanco se la escurrió por la barbilla. Escupió al suelo cuando fue dueña de sí. A este otro no le hizo limpieza.
Respiraba entrecortada, la sudada que llevaba encima la confería cierto brillo. Tenía los ojos húmedos de lagrimas de puro placer. Miró a los dos sementales y sonrió, triunfante. Imaginé que aquella sonrisa iba dirigida a mi padre, por qué tenían que haber discutido. Mi madre se fijó en el mirón, el moro. Seguía dándole a la zambomba.
- Ven anda.- Hablaba con cierta resignación.- No seas tímido, qué más da uno más.- Mucho, pensé yo, se iba a tragar el setentaicinco por ciento de pollas del edificio.
Él se acercó, en efecto con cierta timidez. Se sacó lo que llevaba meneando la mitad de la noche. No era tan larga como las de sus compañeros, pero era bastante gorda. Esta parecía de chocolate con leche. Con dulzura mi madre le pajeó. Este aguantó poco un par de lamidas y se corrió. Pilló a mi madre con la lengua fuera para lamerle el troco. Los chorretones, poco espeso, debía de haberse corrido ya un par de vez, la cayeron en el ojo y el pelo. Se limpió con la ropa de cama de la litera, recogió sus cosas y exclamó:
- ¿Qué hora es? Seguro que tardísimo. Me voy, esto calladitos.-Se llevó un dedo a los labios, con la otra mano sujetaba la ropa.
Los otros asintieron y corearon un "sí", que me sonó bastante falso. Mi madre se fue hacia los vestuarios, mientras los otros comentaban la jugada y contemplaban su cuerpo desnudo dar saltitos. Yo que llevaba casi todo el rato en cuclillas regresé así hasta la puerta por la que había entrado. Al salir y cerrar, con cuidado de no hacer ruido, me odié a mi mismo por no hacer nada de nuevo. Miré el móvil llevaba allí más de hora y media. Había un montón de mensajes de mi hermana. Me metí en el coche, el motor no hizo apenas ruido, no encendí las luces hasta estar a una distancia prudencial.
En el control de entrada de la urbanización ahora me tocó encarar al guardia joven. "Vaya cara trae, ¿está bien?" preguntó. Sin contestar avancé cuando levantó la barrera. Llegué a casa, mi hermana me esperaba en el salón, me oyó entrar. Vino hacia mí con gesto de preocupación.
- ¿Dónde estabas?, te he llamado, y a mamá, no contestabais.- Era extraño verla sin su absoluto control.- ¿Ha pasado de nuevo?- Me conocía lo suficiente para que no tuviera que contestar.- No has hecho nada. Joder. ¿Otra vez en los baños?
- No.- Respondí seco. Empecé a subir las escaleras en dirección a mi cuarto. Era casi media noche.- Lo han hecho en las literas, y en una de las mesas, y un negro a colocado su polla sobre tu silla.- Hablaba sin mirarla.
- ¿Abduh ha colocado su polla en mi silla?- Parecía que aquello era lo más grave de cuanto había dicho.
- No, el otro, su amigo. La ha plantado en el respaldo, Abduh se ha sentado desnudo mientras mamá hacía un striptease para él y sus amigos.- Ya habíamos llegado a la puerta de mi cuarto.
- ¡Cómo!- Me miró con los ojos muy abiertos.
- No tengo ganas de entrar en detalle, así que escucha.- Cogí aire.- He llegado estaban cenando, todo bien. Pero resulta que no, por lo visto mamá estaba muy disgustada por lo de papá y la secretaria.- Liz asintió.- El otro se las ha apañado para liarla de nuevo. Pero ella se ha puesto como una moto al saber que la observaban los otros y a terminado montándoles un espectáculo a los tres. Y todo ha acabado con ellos corriéndosela encima.- De repente me había quitado un peso de encima.
- No me lo puedo creer.- Su cara era un poema.
- Pues hazlo, porque te has columpiado bien. Y lo que yo he visto esta noche no tiene pinta de ser un desahogo pasajero. Y encima mira como estoy.- Tenía una incipiente erección.- Y tu dijiste que si me callaba me lo compensarías. Hazlo.- La agarré por las muñecas y la empuje en dirección a mi cama.
CONTINUARÁ
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