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Siete por siete (117): Corriendo con Amelia




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Compendio I


Disculpen el atraso. La Administración me ordenó estudiar en un día la propuesta de un proyecto que recibieron en febrero, cuando estuve de vacaciones y que lo habían descartado por problemas de costos.
Me pidieron mi opinión y que hiciera una evaluación “somera, pero entendible para la Administración”. Pero siempre asumo que en Administración son ignorantes y por eso trato de redactar, explicando con peras y manzanas.
Ese viernes, me conmoví al ver a Amelia acostada en el sofá, mirando el televisor muy aburrida.
Estaba molesta y tenía todas las razones, porque durante esos días, si no lo pasábamos con mis padres, recorríamos la ciudad.
La razón de mis prisas se debía a las manifestaciones que podían darse el 11 de septiembre, donde se conmemoraba el golpe militar.
Si queríamos recorrer la ciudad sin tantos turistas ni complicaciones, debíamos hacerlo entre el miércoles y el jueves, dándoles apenas una noche para descansar a Lizzie y Marisol.
El miércoles, mis padres aceptaron de buena gana cuando les pedí que cuidaran a las pequeñas por el día, en vista que mi suegra se encontraba sola por las mañanas, mientras que en casa de ellos hay 3 personas que podían vigilarlas.
Una de las cosas que llamó la atención a Lizzie fue verme besar la mejilla de mi padre, apenas nos recibieron. Ya le habíamos explicado que se daba como un saludo cordial entre un hombre y una mujer, pero nunca pensó que se diera entre 2 hombres adultos.
Pero lo más gracioso fue cuando apareció uno de los perros.
Mis chiquititas nunca habían visto uno y a Marisol le preocupaba que les fuera a morder. Sin embargo, “Moncho” es un perro viejo, lanudo y blanco, que recogí de la calle hace un par de años y aparte de ser un cobarde, es bastante amistoso.
Aun se acordaba de mí y meneaba la cola. Pero mientras Marisol trepaba a mi gordita en sus brazos, el gentil animal rozó a mi flaquita para que le hiciera cariño.
Cuando terminé de despedirme de mis padres, las pequeñas estaban acariciando al manso animal y Marisol y Lizzie me miraban con ojos suplicantes de querer un perrito también.
Nos dirigimos al centro para cambiar unos dólares, comprar ropa (ya que volvimos a aplicar la estrategia para nuestro viaje a Japón: traer principalmente mobiliario para las pequeñas {coches, cunas, pañales, etc.} y el resto, comprarlo en el lugar) y visitar el Palacio de Gobierno, la Plaza de Armas y otras atracciones que a Lizzie podría interesarle.
Debido a que ella destaca tanto entre la multitud como lo hace Marisol cuando está en Adelaide, Marisol decidió que fuera protegiéndola bajo mi brazo, lo que hizo avergonzar a nuestra invitada porque parecíamos una pareja de enamorados.
Pero a pesar que caminamos bastante, las chicas lo disfrutaron mucho.
El único momento desagradable fue cuando Marisol y yo pasamos por fuera de un local donde vendían hot-dogs.
A nosotros se nos hacía agua la boca, ya que extrañábamos el sabor a palta (o aguacate, según otros países), mayonesa, tomate, cebolla picada y todos los otros condimentos con los que se consume.
Lizzie, siempre preocupada de la figura, miraba con cierto desagrado nuestra elección para almorzar. Pero el sabor le convenció, junto con los condimentos naturales con los que se acompañaba a la salchicha.
Para el final del día y tras visitar el lugar donde le pedí a Marisol que se convirtiera en mi esposa, fuimos a un centro comercial y les pasé una de mis tarjetas de crédito, para comprar ropa.
Por la tarde, mis padres estaban contentos con las pequeñas, ya que no les dieron muchos problemas y nos la llevamos a nuestro hogar.
El jueves aprovechamos de salir a primera hora en el metro con las pequeñas y durante esta ocasión, aprovechamos de visitar un par de museos.
Todavía nos sigue impresionando la capacidad de Lizzie para conmoverse ante esculturas y cuadros.
Aunque disfrutó del Museo de Bellas Artes, la visita al Cementerio General la desbordó en asombro.
La gran cantidad de Mausoleos, de distintas culturas y diseños, las hermosas y detalladas estatuas, vitrales, las plazas y los diversos monumentos conmovieron bastante a nuestra querida amiga.
Lo que más le llamó la atención fueron los mausoleos por oficios, particularmente el de suplementeros, donde descansaban los antiguos repartidores de periódicos, las estatuas de los soldados en el mausoleo militar, entre otras tantas edificaciones.
Nos tomó una buena parte del día recorrer parte de él y para cuando regresamos a casa, Violetita estaba muy contenta, porque su “hermanita Pamela” había venido a visitarnos, para discutir un problema relacionado con los estudios de Amelia, que Marisol ya ha narrado.
Finalmente, el día 11 decidí pasarlo en casa de mis padres. Quería que papá me enseñara a instalar enchufes e interruptores, porque una de las tomas de corriente en nuestra casa estaba demasiado baja y el “Espanta-cucos” no iluminaba eficientemente en ese lugar.
Pero antes de volver a casa, busqué algo en el antiguo armario de mi habitación y apenas dejé a las pequeñas para que Marisol las mudara, se lo mostré a Amelia.
“¡Mira lo que encontré, Amelia! ¡Es mi antiguo buzo de la escuela! ¿Qué te parece si salimos a trotar?” le pregunté.
Las esmeraldas de mi cuñada se iluminaron al instante.
“¿De verdad? ¿Quieres trotar conmigo?”
“¡Por supuesto! ¡He estado entrenando por 2 meses y quiero ver si he mejorado!”
Miró a Verónica, pidiendo autorización. Eran pasadas las 6 de la tarde y empezaba a oscurecer. Pero como yo iba a acompañarle, no puso objeciones.
Estuve esperando cerca de 10 minutos y la visión que se me presentó fue maravillosa.
Amelia apareció con unas calzas negras y brillantes, que destacaban bastante bien sus musculosas piernas y muslos.
También llevaba un body rosado semi-reflectante, que a pesar de destacar una parte del busto de mi cuñada, aun parecía un poderoso imán para los hombres.
No obstante, mis intenciones eran solamente competir con ella. Como les he mencionado, estar con mis padres reforzaba mis valores y quería compartir con ella como lo hacía antes, cuando simplemente era la hermana menor de Marisol.
Decidió cambiar el circuito, tomando un sendero iluminado para deportistas bajo la sección aérea del tren metropolitano.
Acordamos que la meta sería donde el metro vuelve a sumergirse y empezamos a correr.
La gran ventaja de Amelia es que mantiene un ritmo constante y que cuando trota, solamente se enfoca en el horizonte, a diferencia mía, que cuando corría con ella podía sentir el peso del cansancio en todo mi cuerpo.
Pero en esta oportunidad, el trote no se me hizo pesado ya que corríamos en un sendero parejo, mientras que en Adelaide debo enfrentar la colina por donde suben los camiones de servicios.
Lo que más me impresionó fue la completa concentración de Amelia. Muchos de los otros corredores se detenían al verla y algunos le decían piropos, pero ella no les prestaba atención y solamente se preocupaba de mantener la respiración y el ritmo.
Faltaban cerca de 100 metros para la meta e íbamos relativamente parejos. Para hacerlo interesante, le propuse que corriéramos a máxima velocidad.
Debido a que soy más alto, llegué primero hasta el final del sendero. Pero Amelia, en lugar de detenerse, se salió del sendero y rodeó la pendiente donde se sumergía el ferrocarril.
Intenté darle alcance, pero la ventaja que me había sacado fue considerable y para cuando la pude alcanzar, ella se había acostado en el pasto.
“¡Ay!... ¡Ay!... ¡Siento haberte hecho trampa!” exclamó ella, sonriendo bien agotada.
“Entonces… ¿Te gané?...”
Me dio una mirada bastante coqueta.
“¡Dejémoslo en un empate!” decidió ella. “Yo te dije hasta “donde se hunde el metro” y aquí se hunde el metro.”
“¡Está bien!” resoplé, aceptando la resolución.
Nos acostamos y miramos el cielo.
“¡Te extrañé bastante!” dijo en un tono cariñoso.
“¡Yo también! ¡Todos los días pensaba en ti!”
Me pegó con el talón de su zapatilla.
“¡Mentiroso!”
“¡Es la verdad!” le respondí, sobándome el hombro adolorido. “¿Piensas que ahora me gusta correr?”
“¡Qué tonto eres!” dijo, arrimándose para mirarme a la cara. “Si me extrañabas, ¿Por qué te fuiste?”
Sus ojitos brillaban con una leve tonalidad de tristeza. Creía que la había abandonado.
“¡Ya lo sabes!... Marisol… su embarazo… mi trabajo…”
“¡Si, si lo sé!” Respondió, resignándose a mis excusas baratas que justificaban mi cobardía.
Se apoyó en mi pecho y escuchó mi corazón.
“¿Y hace cuánto que pololeas con Roberto?”
A diferencia de Toño, Roberto es un joven real. Tiene 18 años y es delgado, de piel morena y parece ser un chico decente, pero no lo conocería en persona hasta el lunes.
“Hace 3 meses. Lo conocí en el preuniversitario.”
“¿Y tú… y él…?” le pregunté, sin atreverme a confirmar mis temores.
“¿Qué?” exclamó molesta.
“¡Ya sabes!…” le respondí, gesticulando con mis manos el acto de penetración.
Amelia se puso nerviosa y posiblemente, más colorada.
“¡No!... ¿Cómo crees eso?”
“¡Qué bueno!” Respondí, aliviado.
Ella sonrío.
“Es que… no es que él no quiera… ¿Sabes?... soy yo, la que no quiere.” Dijo desganada
“¿Por qué? ¿No te gusta?”
“Si… me gusta.” Respondió indecisa. “El problema es que a él… le gustan más estas.”
Señaló sus pechos. Es cierto que son excesivamente llamativos, pero el rostro de Amelia también es hermoso.
Sus ojitos verdes. Sus cejas delgadas y delicadas. Su nariz chiquitita y tierna. Sus labios carnosos e inocentes.
Y Amelia es de esas mujeres hermosas que no están conscientes del total de su belleza, al igual que también mantiene esa aura inocente y pura que tiene Marisol.
“… Y yo estoy más acostumbrada que me miren a los ojos.” Añadió, rozando mi pecho con suavidad.
“Entiendo.” Le dije, acariciando su cabello. “Pero… ¿Cómo lo calmas?”
Ella sonrió.
“¡Te preocupa mucho eso!, ¿No?” respondió, con una mirada coqueta. “Pues… lo dejo toquetear… y le doy sus chupaditas.”
¡Quedé perplejo!
“¿Se la chupas?”
Se rió de buena gana.
“¡Claro!” respondió ella, como si fuera lógico. “¿O prefieres que hagamos lo otro?”
“¡Por supuesto que no!” Respondí exaltado.
Entonces, su semblante cambió drásticamente.
“Pero lo malo es… que no dura… mucho… y bueno… también se le baja… rápido.” Confesó con más vergüenza.
“¡Qué lástima!”
“¡Sí!” confesó ella bien resignada. “En cambio… a mi primer pololo se la podía chupar por horas y horas… y no se le bajaba.”
“¡Amelia!” exclamé, sabiendo lo que quería que hiciéramos.
No quería hacerlo con ella. No lo sentía justo. Ella tenía que olvidarme. Meterse con otros chicos de su edad.
“Y por eso, no quiero hacerlo con él… porque si quiero hacerlo con alguien… quiero hacerlo con alguien que sepa hacerme sentir bien… que sea más maduro… y que me cuide, a mí y a mi familia.”
Y me bajó el pantalón.
Estaba ardiendo en sudor y ni siquiera estaba excitado, pero a Amelia no le importó. Pude haberme resistido, pero la punta de su lengua lo hacía bastante bien y lo más seguro es que se habría entristecido.
Lamía el contorno como si fuera un dulce y poco a poco, fue templándola.
“¿Ves?... yo quiero hacerlo con alguien que quiera salir a correr conmigo.” Dijo, cuando la tenía más erecta.
La deslizó en su boca de la misma manera que lo hace Marisol. Sin embargo, su avance fue más lento ya que había perdido práctica y se sentía maravillosamente la contienda que había en su boca sobre la posición de su lengua y mi pene, en un espacio tan reducido.
“Y lo que más me gusta… son las más gruesas…” dijo, tomado aire y devorándola, como si fuera un tiburón.
Era increíble que a pesar de hacerla de la misma manera, el estilo de las 2 hermanas fuera completamente diferente.
Amelia hacía esfuerzos increíbles por incrustarla entera en su boca, subiendo y bajando ágilmente, casi sin respirar, mientras que su lengua me producía sensaciones maravillosas.
Y es que Amelia, al igual que Marisol, siempre ha disfrutado de darme mamadas. Me acordaba, a medida que subía y bajaba tan rápidamente, de la tarde en que Marisol y yo nos casamos y como mi cuñadita se metió en la habitación donde me estaba cambiando, para darme una despedida.
También recordaba cómo me la chupaba en el vergel y en la casa de mi suegro en el norte.
La frescura y el aroma del pasto en mi cuerpo me hacían sentir como si estuviera en el paraíso y Amelia, un verdadero ángel, se estaba encargando de atenderme.
Aunque se ahogó un poco, logró ubicarla en lo más profundo de su boca y tragar una buena parte de ello, para lamerla y dejarla impecable, al igual que mi esposa lo hace.
“¿Lo ves?... Incluso tiras más que él… y está más parada… ¿Cómo crees que lo voy a hacer?” dijo, lagrimeando levemente y con algunos restos en sus labios, avanzando hasta mi cara.
Me robó un beso espectacular. Aparte de mi propio sabor, el sabor a frutilla de sus labios se hizo presente.
Ya no era mi niña inocente de 2 años atrás. Esta era Amelia adulta y toda una mujer.
Sus ojitos verdes no demostraban inseguridad en lo absoluto. Ella sabía lo que quería y lo que inevitablemente iba a pasar.
Pero nuevamente, mi primera mitad empezaba a ganar la batalla, a medida que cerraba los ojos y sentía entre mis piernas el calor de la piel de mi cuñada, yo intentaba escabullirme y resistirme.
“¡No! ¡Por favor, no te resistas!” escuché su voz.
Abrí los ojos y la encontré llorando.
“¡No lo hagas! ¡De verdad!” volvió a decirme.
“¡Amelia!” exclamé, al ver que ella también conocía mis intenciones.
Pero su mirada se notaba más madura y segura de sí misma.
“¡Yo te amo y te sigo amando y te esperé! ¡Te esperé, hasta que más no pude!”
“¡Lo siento!” me disculpé, sin mirarle.
“¡No! ¿No lo ves?” exclamó, llorando con más intensidad. “¡Marco, yo te amo! ¡Yo te amo y te tengo aquí! ¡Conmigo! ¿Piensas que es fácil para mí saber que estás allá, tan lejos?”
“Pero Amelia. Deberías amar a otro…” traté de insistir.
“¡No! ¿No lo entiendes? ¡Marco, yo te amo y me rehúso a buscar a otro!” me dio otro desenfrenado beso. “¡Serás mi cuñado, el marido de Marisol o todo lo que quieras, pero yo te amo y yo decido amarte!”
“¿Por qué?”
“¿Cómo que “¿Por qué?”? ¡Mírate! ¡Eres lindo, tierno y siempre me has cuidado! ¡Me has enseñado todo y nunca me has olvidado! ¿Cómo no voy a amarte?”
Los 2 exclamamos cuando metió la punta del glande entre sus piernas.
No había vuelta atrás. Haríamos el amor una vez más.
“Si me dices que no te estas cuidando, me voy a matar…” exclamé, al sentir sus suaves movimientos pélvicos.
Su risa volvió a iluminar el ambiente.
“¡Tonto! ¡Desde que mamá avisó que vendrías… empecé a cuidarme!”
La di vuelta y empecé a penetrarla más fuerte.
Amelia es más apretada que mi esposa. Imagino que se debe a su constante ejercicio y a que usa algunos de los juguetes sexuales que mi amiga Sonia le obsequió, antes de marcharse al extranjero.
Suspiraba con mayor intensidad, mordiéndose los labios.
“¡Lo siento! ¿Te estoy lastimando?”
Me dio un beso tierno.
“¡No!... Es que hace tiempo… que quería sentir esto…”
Y empecé a moverme más rápido.
El trasero de Amelia es suave y carnoso. Mis manos lo recorrían en movimientos circulares para abarcar la superficie completa.
Sus gemidos fueron subiendo en intensidad. Intentó levantarse el body, deseando complacerme, pero se lo impedí.
“¡No!... ¡Quiero hacerlo, viendo tus ojos!”
Su interior estaba ardiendo y fluía constantemente. Podía sentir las ramas del pasto rozando mi trasero, pero poco me importaba.
Amelia volvía a ser mía.
“¡Amelia, está oscureciendo!... ¿Te molesta si lo hago… más rápido?”
“Si tú quieres…” susurró en mi oído.
Y empecé a darle con todo, tomándola de la cintura.
El ruido del metro nos interrumpía a ratos, pero nadie nos estaba viendo.
La noche había llegado y éramos 2 sombras, moviéndonos erráticamente, bajo la vaga luz ambiental.
Unos 30 metros a los lados, hileras de vehículos avanzaban a paso lento hacia sus casas, sin sospechar que nosotros nos estábamos volviendo uno.
“¡Ah!... ¡Que rico!... ¡Ah!... ¡Que rico!... ¡Si, Marco!... ¡Si, Marco!... ¡Así!... ¡Así!... ¡Ahh!... ¡No pares!... ¡No pares!... ¡Ahhh!... ¡Ahhh!... ¡Me quemas!... ¡Me quemas!... ¡Así!... ¡Así!... ¡Ahhhh!...”
Eyaculé en su interior y aun así, intentaba meterla más adentro.
Ella sonreía y yo me sentía hinchado y con frio. Me habría gustado hacerle el amor un par de veces más, pero no tenía más tiempo.
Mientras nos vestíamos, reflexionaba muy animada.
“Estaba pensando que… a lo mejor… si hiciéramos esto 4 o 5 veces al día… podría aburrirme o qué sé yo… y ahí, empezar a buscar a otro. ¿No crees?”
“Pues… contigo me encantaría intentarlo…” le respondí honestamente.
Pero si mi experiencia anterior me ha servido de algo, no creo que esa sea la solución.


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2 comentarios - Siete por siete (117): Corriendo con Amelia

pepeluchelopez
Huuuy hasta yo esperaba ese momento! Dice la canción. La vida se hace siempre de momentos.
metalchono
¡Gracias! También te pido disculpas si te agoté un poco con tanta introducción. Lo releí después y hasta yo me cansé, pero este viaje quedó con muchos recuerdos de las cosas que les mostramos a Lizzie. Saludos y nuevamente, gracias.
pepeluchelopez
@metalchono para nada. No te disculpes. Incluso hasta cortos me han parecido los relatos tal vez por la costumbre que tengo de leerte y soy igual de detallado cuando cuento algo así que entiendo perfecto. Un abrazo hermano
metalchono
@pepeluchelopez ¡Gracias! ¡Ahí dejé listo otro! Un saludo y que lo disfrutes.
FranMartinelli
GRACIAS POR EL APORTE POPEYE!
metalchono
¡De nada! Gracias por el apoyo
FranMartinelli
@metalchono SEGUI APORTANDO PAPA!