El bibliotecario

Me presento: soy bibliotecario en una biblioteca pública de un pueblito a las afueras de Buenos Aires. Conseguí el trabajo por un amigo, y la verdad que está muy bueno; si bien son 8 horas diarias, la mayoría del tiempo estoy charlando o acomodando libros, nada que me agote ni me moleste. Además tengo una computadora sólo para mí, y el salario, si bien no es alto, es bastante bueno.
Mi historia comienza cuando Belén llega a la biblioteca. Yo recién comenzaba a trabajar, y estaba empezando a conocer a los lectores, sus gustos, veía qué les podía recomendar, pero Belén leía un único género: policial.
Para que entiendan: yo, de 23 años, intentando entender los gustos de una chica de 21 años que retiraba libros de un solo género. Además debo confesar que la situación de bibliotecario me daba morbo, pero que ese morbo nunca se presentaba dentro del trabajo, sino siempre afuera.
Belén, como ya dije, es una chica de 21 años, alta, rellenita y con mucha cadera y una cola grande. Normalmente no me suelen gustar las mujeres con ese cuerpo, pero cuando llegaba a mi casa alucinaba con cogerme a una mina en el trabajo, y ella era la única que más o menos entraba en mis gustos.
Con el tiempo Belén y yo entablamos una relación bibliotecario-lector que nos permitía charlar de muchos temas, y utilizar argumentos sacados de los libros que leímos. Yo argumentaba en base a novelas, y ella en base a sus policiales. Era divertido, aunque yo me ponía en el rol de bibliotecario oyente más que en el de persona que charla.
Como les dije antes, mi morbosidad siempre desaparecía cuando estaba en el trabajo, además Belén no me gustaba, solo me calentaba pensar que algo pudiera pasar, pero esos pensamientos aparecían siempre fuera del trabajo. Un día empezó a cambiar todo. La parte de policiales ocupa la mitad inferior de un estante, por lo que los últimos libros están al nivel del piso, y para verlos hay que agacharse. Normalmente yo acompañaba a Belén hasta la estantería, me quedaba unos segundos y volvía a mi escritorio. Pero aquella vez tuve que tratar a un señor que entró a la biblioteca un segundo después de Belén, y cuando fui hacia donde estaban los libros de policiales la vi a ella, agachada apoyándose sobre sus piernas y brazos, o "en 4" para decirlo más en criollo, y vi algo que me impactó: su cola grande no me sorprendía, me gustaba pero tampoco me fascinaba; pero cuando vi el detalle de su bombacha: una bombacha blanca con arreglos en rosa y unos dibujitos que no alcanzaba a entender qué eran, pero parecían bastante inocentes. Me quedé petrificado unos segundos y volví a mi escritorio. Una erección monstruosa me impedía levantarme, y Belén siempre antes de sacar un libro que se iba a llevar leía conmigo la sinopsis de la contratapa.
Me llamó varias veces, que yo dije que ya iba pero lo retrasaba para poder calmar mi erección. Como no pude, fui siempre mirando si ella estaba mirando hacia la puerta, pero no: estaba mirando libros y de espalda a la puerta. Cuando la vi en esa situación leyendo una sinopsis me acerqué por detrás y asomé mi cabeza por uno de sus hombros para que no fuese necesario que yo me quedara delante de ella y notara lo que me pasaba. Tenía una carpa en el jean, y la punta de mi pene se lucía sobre la izquierda del pantalón. Unos pequeños roses casuales que ni ella acusó a mí me tenían loco, y más aún cuando se agachó para devolver el libro al estante y retirar otro, ahí volvía a ver esa cola y la bombacha, y además vi el nacimiento de la raya de la cola. La piel tan blanca me exitaba y no podía dejar de mirar.
Belén me anunció que llevaría el libro que acababa de sacar de la estantería y, antes de que ella se diera vuelva, me fui volando a mi escritorio, anoté el libro en cuestión para préstamo y ella se fue, pero cuando me saludó sentí su beso en mi mejilla como nunca antes, y vi un escote de tetas grandes, aumentadas aún por la condición de rellenita de ella.
Cuando llegué a casa no tuve alternativa, y me encerré en el baño para desahogar lo que venía acumulando.

Continuará.