Volviendo de fiesta y, como siempre, a cuestas con Marta. Ya era la tercera vez que se pasaba con el alcohol, y la tercera vez que Sandra -su compañera de piso y amiga desde hacía años-. Se tenía que preocupar de llevarla a casa y, como siempre, no recordaría nada al día siguiente.
Por fin llegan al piso. La chica tumbó a Marta en su respectiva cama, la descalzó y se tomó un descanso sobre el frío suelo de la habitación. Allá donde miraba, la ropa usada por su amiga cubría casi todo el suelo, hasta el punto de haberse sentado sobre unas braguitas usadas de su amiga. A Sandra no pareció importarle. Si dirigía la vista hacia la mesita de noche, podía ver reflejando la luz el pequeño vibrador metálico de Marta , sobre un par de revistas de a saber qué. Sandra comenzó a erguirse cuando dirigió la vista hacia la cama y advirtió algo bajo la corta falda de su amiga. Una fina lencería negra adornaba y cubría su entrepierna al punto que terminaban unas medias bordadas a juego ¡era el conjunto de Sandra! Irritada quizá por el cansancio más que por aquel inocente hurto, saltó sobre la cama sin importarle despertar a Marta y le subió la falda de un tirón. Definitivamente eran sus bragas, pero lo que no recordaba era que estaban hechas con tela transparente, y podía verse perfectamente el sexo de su íntima amiga recién depilado. “Se creería que iba a triunfar o algo”, pensó con un poco de malicia, pero no tardó en invadirle un fuerte impulso de curiosidad.
En todos los años que habían pasado juntas, jamás se habían llegado a ver desnudas, como mucho en ropa interior en los probadores de cualquier tienda del centro comercial, y la actitud de Marta respecto al tema nunca había ayudado. Una vez Sandra volvió la vista a la mesita, las revistas que parecían recoger un compendio de sexo lésbico le dieron la respuesta, pero ahora Sandra podía llevar la iniciativa. Esta vez con cuidado, bajo esas braguitas dejando intactas las medias, y le separo las piernas despacio, el sonido que produjeron sus labios mayores al separarse, como el de una boca abriéndose lentamente, hizo que Sandra se ruborizara aún más. Estaban muy rosados y húmedos, rasurados quizá para lo que pudiera surgir durante aquella noche, iban muy a juego con la apariencia de adolescente de la chica. Esto trajo a la memoria los de Sandra, que aunque más oscuros, parecían ahora tan o más mojados, de una apariencia igualmente virginal.
Una vez visto y revisto el panorama, Sandra se aventuró a inspeccionar la zona superior del vestido de su amiga. Le cerró las piernas, le dio media vuelta sobre la cama y, poniendo sus blancas nalgas contra las de su amiga, comenzó a bajarle la cremallera de la espalda. No llevaba sujetador, “qué sorpresa” volvió a pensar con sarcasmo, esta vez sonriendo. Devuelta a su posición inicial, observó -con más morbo que impresión- que los respingones y pequeños pechos de su amiga eran casi idénticos a los suyos. Más de una vez la había visto transparentando aquellos claros pezones a través de varias de sus camisetas, pero ahora era distinto, estaban allí, desnudos frente a ella, y podía tocarlos, estrujarlos, pellizcarlos, lamerlos, morderlos tanto como quisiera. Ambas mostraban ahora unos pezones duros, y Sandra optó por acabar de desnudarse ella también. A estas alturas ya no se preocupaba lo más mínimo por el estado de sueño de Marta, ni falta que hacía.
Fruto del alcohol que claramente había afectado también a Sandra, su ensañamiento fue desplazándose cada vez más hacia la los labios rojo cereza pintados de su amiga. Empezó con leves mordiscos, pero no tardó en introducirle la lengua tanto como pudo. Un libio sabor a Vodka invadió su sentido del gusto, que lejos de molestarla, la calentó aún más (si es que era posible). A estas alturas los pechos de las dos amigas se rozaban cálidamente, los pequeños pezones de Sandra se hacían uno con los más claros y grandes de Marta. Dios que cachonda estaba… Tenía que dar ya el último paso o se arrepentiría toda su vida.
Sandra se aproximó a la mesita de noche, cogió el vibrador y, entrelazando sus piernas con las de ella, lo encendió y se lo colocó sobre el clítoris. Ya no había marcha atrás. Su respiración comenzó a acelerarse, marcando el ritmo de su cuerpo, acercándose y alejándose a la vagina de su amiga. Juntas, separadas, juntas, separadas… El roce continuado no tardó en acelerar y, con los casi imperceptibles gemidos de Marta disfrutando en sueños, el orgasmo que vivió Sandra esa noche se convirtió en el mejor de su vida. Se dejó caer sobre la cama… Respiró hondo, sonriendo…
Tras un par de minutos recobrando fuerzas y asimilando lo sucedido. Sandra apagó el vibrador que aún hacía temblar la cama y lo devolvió a su sitio. Se aseó a ella misma y a su amiga. Antes de irse a su respectiva habitación a dormir tan profundamente como Marta, le sacó una foto en aquel estado y tomó prestada una de sus revistas guarras, “de recuerdo”. La arropó, le dio un beso de buenas noches y abandonó el cuarto en silencio. Al día siguiente solo ella lo recordaría todo.
Por fin llegan al piso. La chica tumbó a Marta en su respectiva cama, la descalzó y se tomó un descanso sobre el frío suelo de la habitación. Allá donde miraba, la ropa usada por su amiga cubría casi todo el suelo, hasta el punto de haberse sentado sobre unas braguitas usadas de su amiga. A Sandra no pareció importarle. Si dirigía la vista hacia la mesita de noche, podía ver reflejando la luz el pequeño vibrador metálico de Marta , sobre un par de revistas de a saber qué. Sandra comenzó a erguirse cuando dirigió la vista hacia la cama y advirtió algo bajo la corta falda de su amiga. Una fina lencería negra adornaba y cubría su entrepierna al punto que terminaban unas medias bordadas a juego ¡era el conjunto de Sandra! Irritada quizá por el cansancio más que por aquel inocente hurto, saltó sobre la cama sin importarle despertar a Marta y le subió la falda de un tirón. Definitivamente eran sus bragas, pero lo que no recordaba era que estaban hechas con tela transparente, y podía verse perfectamente el sexo de su íntima amiga recién depilado. “Se creería que iba a triunfar o algo”, pensó con un poco de malicia, pero no tardó en invadirle un fuerte impulso de curiosidad.
En todos los años que habían pasado juntas, jamás se habían llegado a ver desnudas, como mucho en ropa interior en los probadores de cualquier tienda del centro comercial, y la actitud de Marta respecto al tema nunca había ayudado. Una vez Sandra volvió la vista a la mesita, las revistas que parecían recoger un compendio de sexo lésbico le dieron la respuesta, pero ahora Sandra podía llevar la iniciativa. Esta vez con cuidado, bajo esas braguitas dejando intactas las medias, y le separo las piernas despacio, el sonido que produjeron sus labios mayores al separarse, como el de una boca abriéndose lentamente, hizo que Sandra se ruborizara aún más. Estaban muy rosados y húmedos, rasurados quizá para lo que pudiera surgir durante aquella noche, iban muy a juego con la apariencia de adolescente de la chica. Esto trajo a la memoria los de Sandra, que aunque más oscuros, parecían ahora tan o más mojados, de una apariencia igualmente virginal.
Una vez visto y revisto el panorama, Sandra se aventuró a inspeccionar la zona superior del vestido de su amiga. Le cerró las piernas, le dio media vuelta sobre la cama y, poniendo sus blancas nalgas contra las de su amiga, comenzó a bajarle la cremallera de la espalda. No llevaba sujetador, “qué sorpresa” volvió a pensar con sarcasmo, esta vez sonriendo. Devuelta a su posición inicial, observó -con más morbo que impresión- que los respingones y pequeños pechos de su amiga eran casi idénticos a los suyos. Más de una vez la había visto transparentando aquellos claros pezones a través de varias de sus camisetas, pero ahora era distinto, estaban allí, desnudos frente a ella, y podía tocarlos, estrujarlos, pellizcarlos, lamerlos, morderlos tanto como quisiera. Ambas mostraban ahora unos pezones duros, y Sandra optó por acabar de desnudarse ella también. A estas alturas ya no se preocupaba lo más mínimo por el estado de sueño de Marta, ni falta que hacía.
Fruto del alcohol que claramente había afectado también a Sandra, su ensañamiento fue desplazándose cada vez más hacia la los labios rojo cereza pintados de su amiga. Empezó con leves mordiscos, pero no tardó en introducirle la lengua tanto como pudo. Un libio sabor a Vodka invadió su sentido del gusto, que lejos de molestarla, la calentó aún más (si es que era posible). A estas alturas los pechos de las dos amigas se rozaban cálidamente, los pequeños pezones de Sandra se hacían uno con los más claros y grandes de Marta. Dios que cachonda estaba… Tenía que dar ya el último paso o se arrepentiría toda su vida.
Sandra se aproximó a la mesita de noche, cogió el vibrador y, entrelazando sus piernas con las de ella, lo encendió y se lo colocó sobre el clítoris. Ya no había marcha atrás. Su respiración comenzó a acelerarse, marcando el ritmo de su cuerpo, acercándose y alejándose a la vagina de su amiga. Juntas, separadas, juntas, separadas… El roce continuado no tardó en acelerar y, con los casi imperceptibles gemidos de Marta disfrutando en sueños, el orgasmo que vivió Sandra esa noche se convirtió en el mejor de su vida. Se dejó caer sobre la cama… Respiró hondo, sonriendo…
Tras un par de minutos recobrando fuerzas y asimilando lo sucedido. Sandra apagó el vibrador que aún hacía temblar la cama y lo devolvió a su sitio. Se aseó a ella misma y a su amiga. Antes de irse a su respectiva habitación a dormir tan profundamente como Marta, le sacó una foto en aquel estado y tomó prestada una de sus revistas guarras, “de recuerdo”. La arropó, le dio un beso de buenas noches y abandonó el cuarto en silencio. Al día siguiente solo ella lo recordaría todo.
1 comentarios - Quid pro quo (primer post)