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Historias Reales - Cap. XIV

HISTORIAS REALES - CAPÍTULO XIV.
Mi Tía Carmen.

La que voy a contarles sea quizás la historia más descabellada que me ha ocurrido.
Cuando era chico, apenas adolescente, hace ya más de 30 años, a mis viejos les pareció prudente que aprendiera inglés. Así fue que muy a mi pesar casi de prepo me mandaron a estudiar con mi tía Carmen, que daba clases particulares en su casa. Una vez por semana, a la salida del colegio, iba a sus clases que compartía con otros dos o tres pibes.
Por entonces yo tendría unos 13 o 14 años y ella andaría por los 30, no llegaba a los 35… En realidad no era tía sanguínea, era la segunda esposa de mi tío, el hermano de mi vieja y como segunda mujer, el lazo familiar era casi nulo. Era una mujer muy interesante, pelirroja de cabello corto, que se mantenía en muy buena forma; a mi edad la veía como una jovata, sin embargo me calentaba mucho cuando se inclinaba frente a mí y podía ver sus tetas por sobre su escote. Recuerdo que tenía el pecho con pecas y también recuerdo que varias de mis primeras pajas encerrado en el baño fueron dedicadas a ella.
Durante casi cuatro años estuve yendo a su casa a estudiar inglés hasta que llegó un momento en que los tiempos no me daban y debí suspender para siempre.
Pasaron los años y junto con ellos se fueron disolviendo muchas relaciones familiares. Mi tío falleció y desde su muerte no tuve más contacto con Carmen. Hasta hace un par de años…
La cosa es que un día me llaman de una multinacional ofreciéndome un trabajo part time. Me dan una fecha para la entrevista -para la que faltaba casi dos semanas- y me advierten que la misma sería vía teleconferencia con la Directora de RRHH de la casa matriz de Chicago, ¡en inglés!. Antes de sentirme totalmente en el horno me acordé de la tía.
Así fue que preguntando a mis hermanos, primos y tíos consigo el teléfono de Carmen a quien llamo pidiéndole una mano. Después de los saludos de rigor y algunos viejos recuerdos le comento cuál era la situación y le pido si puede ayudarme a refrescar mi inglés, sobre todo la conversación. Ella acepta muy amablemente que todos los días hasta que llegue el día de la entrevista pase por su casa a eso de las 8 de la noche para mantener una conversación en inglés y de esa forma practicar un poco.
No voy a negar que esperé ansiosamente que llegue la noche para volver a ver a aquella hermosa mujer que tantos ratones despertaba en mi cabeza sin haber calculado ni tenido en cuenta que si bien es poco cierto que “veinte años no es nada”, la realidad es que treinta es un montón.
Llegué a la puerta de su edificio y mientras esperaba que atendiera el portero eléctrico, bien afeitado y perfumado me acomodé la ropa y el cuello de la camisa como para causarle la mejor impresión. Grande fue mi sorpresa cuando la vi a través del blindex de entrada caminar hacia la puerta… Claro, aquella esbelta mina de 35 hoy era una señora de casi 70 algo pasada de kilos. Sin embargo seguía vistiendo tan elegantemente como cuando joven, bien maquillada y de peluquería, aunque ahora mis ratones dormían plácidamente recostados en mi cabeza.
Todos los días, como soy un obsesivo con el cumplimiento de los horarios, puntualmente a las ocho de la noche estaba tocándole el timbre, ella me recibía y tal como habíamos acordado, desde el momento que cruzábamos la puerta de calle no hablábamos una sola palabra en español, solo en inglés, salvo que no entendiera una goma de lo que me hablaba. Siempre era lo mismo, nos sentábamos en el living y ella traía la bandeja de té que ya tenía preparada con alguna cosita para acompañar. Y hablábamos, en ingles por supuesto, de cualquier huevada: podía ser alguna anécdota, la noticia del día o un simulacro de entrevista laboral. Así más o menos durante una hora y media hasta que cansado y muerto de hambre la saludaba hasta mañana y me iba a casa.
Pero un día me preocupé. Toqué el timbre varias veces y no me atendía. Ella no usaba celular así que la llamé a la casa y nada, contestador. Esperé impaciente en el hall del edificio sin saber qué hacer y cuando estaba a punto de llamar al portero la veo venir caminando rápido desde la esquina.
-Disculpame –me dice cuando se acercó-. Fui a la clase de yoga y me retrasé… Te pido disculpas.
-No es nada, sólo que estaba un poco preocupado.
-Gracias… Vení, pasá, vamos a tomar algo caliente que hace mucho frío…
-Deberías usar un celular –le aconsejé-.
-Ay, querido, los viejos no nos llevamos bien con esos aparatos tecnológicos… No, no.
Subimos al departamento y me ofrecí a preparar el té.
-Si, dale. Ahí en la cocina tenés todo. Yo, mientras, me voy a cambiar esta ropa que no es para estar en casa, acá está más calentito…
Mientras esperaba que se calentara el agua y preparaba la bandeja con las tazas la veo volver del dormitorio, o mejor dicho, la escucho, porque al caminar hacía que con sus muslos se rocen las medias de nylon debajo de su pollera y se produjera un chirrido muy intrigante. Al darme vuelta la veo acercarse, muy apurada, aún abrochando su blusa.
-Dejá, yo sigo, gracias… Un té caliente va a venir muy bien… Si querés sentate en el sofá que yo ya voy.
-Bueno, te espero.
Me acomodé en el sillón y desde allí podía verla de perfil, parada frente a la mesada de la cocina. Convengamos que físicamente no era la misma mina de años atrás pero tampoco estaba tan caída, quizás algunos kilos de más que no le sentaban tan mal. Estirando un poco el cogote podía notar que tenía un culo aún firme y que sus tetas eran bastante más grandes de aquella imagen que tenía de pendejo.
Cuando terminó de poner todo sobre la bandeja vino hacia el living y otra vez ese chirrido… Se sentó como siempre a mi lado, dejó la bandeja sobre la mesa ratona, me acercó mi taza y con las piernas muy juntas apuntando hacia la suya se inclinó hacia la suya para ponerle un terrón de azúcar. En la misma posición, cucharita en mano, sin mirarme me preguntó no se qué cosa (en inglés, obvio, ya había comenzado formalmente el horario de formación) y comenzó a revolver el té.
No sé, no me pregunten que me pasó, pero siguiendo mis instintos en un trance como si viajara hacia atrás en el tiempo y haciendo un movimiento casi de prestidigitador pasé mi mano por debajo de su brazo y dejé que su pecho izquierdo se posara sobre mi palma acomodada como pidiendo una limosna. Tras un breve instante en que ambos nos mantuvimos inmóviles, no con mucho asombro me dijo:
-Juro que sabía que iba a suceder... Sé que siempre te gustaron mis tetas... –en inglés, por supuesto-.
-Si, no lo dudes; pero hablame en castellano, por favor…
-Y admitamos que te siguen gustando… -ya en español-
-Y mucho –confirmé, no solamente rozando sino acariciando ese pecho-.
-Bueno, pero acá estamos para practicar algo de inglés –trataba de explicarme señalando mi mano-.
Retiré la mano. Pensé que lo mejor era parar ahí, darle un corte violento a esa situación y o bien levantarme e irme para siempre o continuar con la conversación en inglés como si nada hubiera pasado… Casi abatido, dudé. Ella no, como autocriticándose, continuó:
-Ay, ay, ay, Juan… ¿qué voy a hacer con vos? –sentí algo extraño en su tono de voz-.
En silencio, la miré a los ojos con asombro. Estaban húmedos, vidriosos.
-Mirá -arremetió-, ¿sabés qué? Voy a sacarme este disfraz de vieja frígida bacana y te voy a hablar de igual a igual.
Se acomodó de forma tal de ponerse bien de frente a mí y salió al ataque confesando:
-Hace casi 10 años que falleció tu tío, le guardé luto un largo tiempo y absoluto respeto hasta hoy, pero ese tiempo que se pierde no se recupera… Sé que los años más que pasarme se me quedaron, pero aún así sigo siendo una mujer, una mujer de 65 años pero una mujer al fin, una mujer que aún hoy siente como una mujer y que en este momento al lado tiene un hombre, no ya aquel púber que se ponía colorado cuando me espiaba las tetas sino un hombre que me provoca cosas que desde hacía muchísimo tiempo no me pasaban. Y quiero decirte…
Mi instinto animal volvió a aflorar y no la dejé continuar partiéndole la boca de un beso enterrándole la lengua hasta la garganta. Sentí que retraía la suya pero no le aflojé y poco a poco fue animándose introduciéndola más y más en mi boca hasta quedar ambas enroscadas. Sin separar los labios volví sobre sus tetas, primero acariciándoselas por sobre la blusa y luego, desprendiendo un par de botones, por debajo, sobre el corpiño. Sentí su mano acariciándome el muslo acercándose peligrosamente a la entrepierna que ya sostenía un pene en casi plena erección. Al notarlo, lo apretó firmemente por sobre el pantalón. Separó su boca de la mía y suspiró… Sentí que sus pezones comenzaban a endurecerse cuando sin apartar la mano de mi miembro preguntó:
-¿Creés que está muy mal lo que estamos haciendo?
-Solo un poco…
Con su beso no me dejó terminar mi opinión, que verdaderamente creo que poco y nada le importaba, sobre todo si tenemos en cuenta que mientras tanto me había desprendido el pantalón y sujetaba mi pija desnuda con su huesuda mano. Una nada de tiempo trascurrió desde que separó sus labios de los míos, se acomodó como un perrito sobre el sofá, me entregó una sonrisa cómplice y dedicó varios minutos a saborear mi pene.
Torpemente pude desprenderle la blusa para quitársela y desabrocharle el corpiño desnudando sus tetas. Ella lamía y fregaba mi glande con sus pezones mientras yo sentado le levantaba la pollera e intentaba romperle los pantys al tiempo que le acariciaba el culo y los muslos que minutos antes me excitaban con sus chirridos. Cuando lo logré deslicé mis dedos por debajo de la bombacha para encontrarme con una concha caliente, carnosa y jugosa. Le introduje dos y hasta tres dedos masturbándola suavemente. Mi pulgar estaba cómodamente alojado en su ano, muy relajado por cierto.
En un momento me percaté de la brutal mamada que me estaba propinando; parecía que me quería comer íntegro empezando por la pija…
Muchos recuerdos vinieron a mi mente de esta mujer que años atrás me provocaba terribles pajas y hoy tenía casi completamente desnuda y entregada ante mí. Cerré los ojos y la imaginé como entonces, con esa cintura estrecha y el pecho pecoso. Entonces la acomodé recostándola de espaldas sobre los almohadones y separándole las piernas me arrodillé frente a ella –que acariciaba sus tetas- apoyándole la pija en el pubis.
-No lo puedo creer… Esto es lo más… -escuché que susurraba-.
Sin ningún esfuerzo le introduje completamente el miembro erecto en su vagina y con movimientos rítmicos que ella perfectamente acompañaba le provoqué sucesivos gemidos. Nunca había estado en esta situación con una mujer de esta edad, sin embargo no me daba cuenta de ello ya que lo que veía con mis ojos cerrados y la colosal cogida que nos estábamos dando parecía un sueño. Al punto tal que en ese sueño imaginé con verdadera envidia a mi tío haciéndole el culo –no dudo de que lo haya hecho infinidad de veces-. Ni lo pensé y arriesgué. La quité de la concha y la deslicé hacia abajo acariciando con la cabeza de la chota su ano. Sin ningún tipo de escrúpulos y sin mediar una sola palabra, giró un cuarto de vuelta sobre sus hombros y recogiendo una pierna sobre su vientre me entregó plenamente su hermoso ojete, que penetré inmediatamente sin el menor trabajo.
Una serie de bombeos y a punto de acabar le pedí hacerlo sobre sus tetas.
-No –me pidió-, no la saques, acabá adentro por favor…
Casi junto con el final de su frase sentí como un caliente chorro de abundante y espeso semen abandonaba mi pene introduciéndose con fuerza el lo más hondo de su recto acompañado con sendos gritos de placer…
Un rato después ambos estábamos limpiando precariamente nuestros fluidos con unas servilletas de papel… Me ofreció pasar al baño a darme una ducha pero preferí terminar allí la noche, vestirme e irme a casa.
-¡Cuánto tiempo hemos desperdiciado! –se quejó con complicidad-
-No importa, tenemos mucho aún para recuperarlo.

Al día siguiente preferí no ir inventando alguna excusa -nada creíble por cierto- y al siguiente tenía la tan esperada audiencia, que superé cómodamente.
Apenas llegué a casa la llamé para darle la buena noticia y me pareció una buena excusa el hecho de que no me haya querido cobrar un solo peso por las “clases” para invitarla a cenar a algún restaurante paquete, de esos caros que seguramente a ella le gustaban. Por supuesto aceptó gustosa y muy feliz.
Esa misma noche la pasé a buscar, cenamos en Palermo en un lugar muy pituco –y muy caro también- de esos de “comida de autor” donde te sirven 10 gramos de comida en un plato cuadrado de medio metro de lado, acompañando la cena con muy buen champagne, la única bebida con alcohol que ella toma. Me causó mucha gracia el comentario que me hizo cuando al borde de la ebriedad me dijo algo así como “¿Qué dirían tus amigotes si te vieran en un lugar así, cenando con velas, acompañado por esta jovata?”. Ella soltó una carcajada ante mi respuesta: “Nada; mis amigos son muy respetuosos de la gente mayor”.
Cuando terminamos la cena, en el auto listos a regresar, me pidió permiso para darme un último beso.
-Conozco un lugar donde podremos darnos muchos más que uno… ¿Vamos? –le propuse con muchísimas ganas de repetir lo de dos noches atrás y subiendo la apuesta-.
-Parece una propuesta indecente para una señora de mi edad. ¿O no?
-No creo. Acordate que el disfraz de “vieja frígida bacana” quedó arrumbado en tu ropero…
-Jajaja! Es cierto!... Vamos entonces! ¿Tu casa o la mía?
-Nada de eso, un hotel.
-¿Un hotel??? ¿Alojamiento??? –gritó azorada-
-Si, con sillones, colchón de agua, luces, música, videos… y mucho champagne…
-No me vas a creer si te digo que jamás fui a uno… ¡Qué buena idea!!!
Le creí.
No voy a entrar en detalles, pero créanme que fue una de las noches de sexo más espectaculares de mi vida. Lo hicimos en la cama, en el potro, en la ducha, en el jacuzzi; bucal, vaginal y anal; usamos juguetes; nos pajeamos uno a otro mirando un video porno –no sabía, descubrió esa noche, que un negro podía portar semejante instrumento-; le acabé en el culo, en las tetas y en la boca; todo, hicimos de todo. Y lo mejor es que no fue la última vez, lo repetimos varias veces hasta que un día, creo que con mucho pesar pero con alegría, me dijo que debíamos terminar porque había conocido a un señor, mayor aún que ella, con quien estaba comenzando una relación de pareja. Aunque no lo crean me puso muy feliz la noticia y aún hoy, aunque evitamos hablarnos, para sus cumpleaños le hago llegar un ramo de rosas.

2 comentarios - Historias Reales - Cap. XIV

Commendatoe
RELATON, un caballero!!! Por relatos asi vale la pena buscar y leer y leer relatos de mierda!!! Finalmente uno encuentra cosas como la tuya, felicitaciones y queremos mas
JuanBoch
Muchas gracias!
kramalo
muy bueno..recontrabien relatado.. van puntos, obvio. saludos...continuá, continuá, continuá.....