HISTORIAS REALES - CAPÍTULO XII (final).
De las casi cincuenta cuadras que separan mi departamento de San Telmo, Adriana dedicó las últimas veinte a amasarme el ganso. Bajé del auto con una brutal erección y deseando no cruzarme con ningún vecino en el ascensor ya que no tenía forma de disimularla.
Apenas cruzamos la puerta de entrada corrió hacia el baño. Aproveché para sacar algo de hielo del freezer, abrir una botella de vino blanco y servirme un brutal whiscazo. Vaso en mano la esperé sentado en el sofá y grande fue mi sorpresa al verla venir del baño casi desnuda, sólo con su ropa interior. Caminaba hacia mí muy provocante, su corpiño de tul trasparentaba unos pequeños, oscuros y puntiagudos pezones, su extremada delgadez marcaba sus huesudas caderas que sostenían los elásticos de la minúscula tanga.
Aún en erección le ofrezco una copa:
-¿Querés un blanquito?
-No, quiero que me cojas.
Apenas terminó la frase se arrodilló entre mis piernas, me abrió el pantalón y desenfundó mi miembro.
-¡Ohh! –exclamó- Con esto me vas a romper toda…
Sus manos eran tan chiquitas que aún agarrando la pija con las dos manos quedaba una buena parte para llevarse a la boca. Comenzó a succionarla ofreciéndome una fellatio como pocas veces había recibido. La tomé de los brazos invitándola a arrodillarse a mi lado sin interrumpir su acción. Así pude deslizar mi mano por debajo de su bombacha para acariciarle las nalgas, duras, firmes. Estiré mis dedos para alcanzar su concha. Sentí una suave vellosidad, cuidada, bien recortada, enmarcando una jugosa aunque muy estrecha vulva. “Acá no entra” pensé. Deslizando su mano por debajo del pubis empujó mis dedos hacia el interior de su vagina pidiéndome que la masturbe.
Primero con uno y luego con dos dedos la penetré haciéndolos entrar y salir rítmicamente de una vagina que a medida que avanzaba se iba dilatando y mojando. Sentía sus contracciones que presionaban mis dedos empujándolos hacia afuera. Entonces hice un movimiento acrobático para ubicarme debajo de ella en posición de “69”. Le corrí la tanga a un costado e introduje mi lengua tan profundo como pude en su vagina. Ella quitó su corpiño sin dejar de pajearme acariciando sus duros pezones con mi glande.
Sentí en la lengua que estaba llegando su primer orgasmo, cuando se aparta pidiéndome:
-Cogeme por favor, cogeme duro…
Se acomodó en cuatro patas sobre la alfombra, apoyando su pecho en el piso y ofreciéndome una jugosa concha que no dudé en penetrar de una. Bastaron un par de bombeos para que un caliente torrente de jugos vaginales corrieran por sus muslos. Tras una breve contracción relajó su cuerpo sin abandonar la posición. Volví a penetrarla pidiéndole:
-Quiero coger tu culo.
-No, no creo tolerar ese tamaño, por favor…
-Dejame y verás que te va a ser muy placentero.
-Que no me duela, por favor…
Salivé abundantemente mis dedos y comencé a lubricarle el ano sin retirar la pija de su concha. Con movimientos circulares intentaba relajar sus músculos anales. Emitía suaves gemidos que denotaban placer. Introduje entonces un dedo, muy suavemente, sin asustarla. Le gustaba. Entonces apoyé la cabeza del pene en su ano e hice una leve fuerza para vencer la resistencia a la entrada; ella ayudaba complacida separando sus cantos con las manos. Un pequeño empujón más y la cabeza estaba dentro.
-Ay, mi amor, me gusta… ¡Dame más!
Lentamente fui introduciendo centímetro a centímetro toda la pija. Para ambos era puro placer. Ya con toda adentro y con plena dilatación comencé a bombear. Sus gritos de satisfacción no dudo que se escuchaban desde la planta baja. Seguí con movimientos suaves un largo rato mientras ella acariciaba su clítoris provocándose un nuevo orgasmo.
El placer era máximo.
-Voy a acabarte adentro –le pedí-
-Dale, por favor, estoy tan entregada como agotada –asintió casi en un suspiro-
Sentí entonces como un brutal torrente de semen me subía desde los huevos para ser expulsado con fuerza dentro de su culo. Saqué la pija lentamente y vi como borbotones de leche brotaban de su ano.
Finalmente aflojó su cuerpo dejándolo caer sobre la alfombra. Su cara de agotamiento me pedía un descanso.
De las casi cincuenta cuadras que separan mi departamento de San Telmo, Adriana dedicó las últimas veinte a amasarme el ganso. Bajé del auto con una brutal erección y deseando no cruzarme con ningún vecino en el ascensor ya que no tenía forma de disimularla.
Apenas cruzamos la puerta de entrada corrió hacia el baño. Aproveché para sacar algo de hielo del freezer, abrir una botella de vino blanco y servirme un brutal whiscazo. Vaso en mano la esperé sentado en el sofá y grande fue mi sorpresa al verla venir del baño casi desnuda, sólo con su ropa interior. Caminaba hacia mí muy provocante, su corpiño de tul trasparentaba unos pequeños, oscuros y puntiagudos pezones, su extremada delgadez marcaba sus huesudas caderas que sostenían los elásticos de la minúscula tanga.
Aún en erección le ofrezco una copa:
-¿Querés un blanquito?
-No, quiero que me cojas.
Apenas terminó la frase se arrodilló entre mis piernas, me abrió el pantalón y desenfundó mi miembro.
-¡Ohh! –exclamó- Con esto me vas a romper toda…
Sus manos eran tan chiquitas que aún agarrando la pija con las dos manos quedaba una buena parte para llevarse a la boca. Comenzó a succionarla ofreciéndome una fellatio como pocas veces había recibido. La tomé de los brazos invitándola a arrodillarse a mi lado sin interrumpir su acción. Así pude deslizar mi mano por debajo de su bombacha para acariciarle las nalgas, duras, firmes. Estiré mis dedos para alcanzar su concha. Sentí una suave vellosidad, cuidada, bien recortada, enmarcando una jugosa aunque muy estrecha vulva. “Acá no entra” pensé. Deslizando su mano por debajo del pubis empujó mis dedos hacia el interior de su vagina pidiéndome que la masturbe.
Primero con uno y luego con dos dedos la penetré haciéndolos entrar y salir rítmicamente de una vagina que a medida que avanzaba se iba dilatando y mojando. Sentía sus contracciones que presionaban mis dedos empujándolos hacia afuera. Entonces hice un movimiento acrobático para ubicarme debajo de ella en posición de “69”. Le corrí la tanga a un costado e introduje mi lengua tan profundo como pude en su vagina. Ella quitó su corpiño sin dejar de pajearme acariciando sus duros pezones con mi glande.
Sentí en la lengua que estaba llegando su primer orgasmo, cuando se aparta pidiéndome:
-Cogeme por favor, cogeme duro…
Se acomodó en cuatro patas sobre la alfombra, apoyando su pecho en el piso y ofreciéndome una jugosa concha que no dudé en penetrar de una. Bastaron un par de bombeos para que un caliente torrente de jugos vaginales corrieran por sus muslos. Tras una breve contracción relajó su cuerpo sin abandonar la posición. Volví a penetrarla pidiéndole:
-Quiero coger tu culo.
-No, no creo tolerar ese tamaño, por favor…
-Dejame y verás que te va a ser muy placentero.
-Que no me duela, por favor…
Salivé abundantemente mis dedos y comencé a lubricarle el ano sin retirar la pija de su concha. Con movimientos circulares intentaba relajar sus músculos anales. Emitía suaves gemidos que denotaban placer. Introduje entonces un dedo, muy suavemente, sin asustarla. Le gustaba. Entonces apoyé la cabeza del pene en su ano e hice una leve fuerza para vencer la resistencia a la entrada; ella ayudaba complacida separando sus cantos con las manos. Un pequeño empujón más y la cabeza estaba dentro.
-Ay, mi amor, me gusta… ¡Dame más!
Lentamente fui introduciendo centímetro a centímetro toda la pija. Para ambos era puro placer. Ya con toda adentro y con plena dilatación comencé a bombear. Sus gritos de satisfacción no dudo que se escuchaban desde la planta baja. Seguí con movimientos suaves un largo rato mientras ella acariciaba su clítoris provocándose un nuevo orgasmo.
El placer era máximo.
-Voy a acabarte adentro –le pedí-
-Dale, por favor, estoy tan entregada como agotada –asintió casi en un suspiro-
Sentí entonces como un brutal torrente de semen me subía desde los huevos para ser expulsado con fuerza dentro de su culo. Saqué la pija lentamente y vi como borbotones de leche brotaban de su ano.
Finalmente aflojó su cuerpo dejándolo caer sobre la alfombra. Su cara de agotamiento me pedía un descanso.
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