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La semilla inutil - Prólogo y capitulo 1: El Cuerpo

Aclaracion: Todos los personajes involucrados en actos sexuales son mayores de edad. Con respecto a los demas, se reserva la informacion.

Prólogo

"Gordo virgo" solían decirme en la secundaria. Y es que, viviendo en un país casi tropical era muy raro que un chico, a mi edad, no hubiera tenido relaciones sexuales. Era objeto de mil burlas por no haber cachado nunca (a diferencia de otros lados en donde el verbo cachar significa atrapar o entender, en mi país significa tener sexo, copular) mientras que los demás presumían de proezas y hazañas sexuales (ciertas o no, pero todos creíamos las historias de los más cacheros). Historias de primas y calzones, de pijas y borracheras, de conchas y fluidos, de semen y placer.
Crecí pues, bajo el viejo adagio de "es triste no cachar" y lo peor de todo es que solía matarme a pajas. Casi todas las noches me masturbaba pensando en tal chica, tal profesora, o hasta tal mujer que veía en la televisión. Llega un momento donde te sientes mal por pajearte... Y lo sigues haciendo.
Pero bueno. Soy Julian, un chico normal que soñaba día y noche con cachar. Debido a mi inseguridad ni siquiera había dado un puto beso a nadie. Solo podía presumir de mi habilidad para tocar guitarra (situación que la mayoría creyó que me ayudaría a cachar: craso error) y, ya fuera de la secundaria, seguía solo y sin plata para ir a un burdel a finalizar esta mala suerte.
Pasaron algunos meses desde que finalice la secundaria y, por aquel entonces mi tío se mudó junto con su hija cerca de casa y solía dejarla para que almorzara con mi familia.
Supongo que están esperando la típica descripción de una mujer monumental (mi prima) y una descripción pormenorizada de un encuentro sexual antológico. Nada más lejos de la realidad. Mi prima era casi de mi edad pero era delgada, de nariz un tanto ornitoforme, un rostro alargado, y con un cuerpo plano, sin cintura. Se llamaba Carla y no. No era una beldad. Cualquiera de las mujeres que conocía hasta entonces era mucho mejor. Pero en fin...
Un día mi tío la dejó en mi casa como siempre y el muy desgraciado ni caso me hizo cuando le dije que no había nadie más que yo y no había cocinado. No le importó y se largó como alma que lleva el diablo.
Carla se sentó en un sofá a ver televisión. La conocía de años así que hice lo propio. Estábamos viendo un reality show, el cual me hacía adormilar. No sé en qué momento le dije si quería ir a la azotea (el lugar donde vivía en aquel tiempo era un último piso, sin edificios cercanos a diez cuadras a la redonda), ella dijo que bueno.
Subimos y había un sol radiante. Le señalé una vieja perezosa, mientras le decía "aquí puedes tomar sol".
Ella se echó en la perezosa y cerró los ojos...
- Julian?
- Dime
- Tu no tomas sol?
- No, porque sol uno toma con ropa ligera.
Ella me miró, muy seria.
- Yo tampoco tengo ropa ligera.
Una idea se me cruzó por la mente. Tenía la pija dura y calculé mis posibilidades. No tenía nada que perder, así que...
- Deberías sacarte la ropa, entonces.
Ella me miró, sorprendida. "Ya la cagué, pensé. Le dirá a mi tío, le dirá a mis padres y, mierda, me hubiese quedado callado."
Carla sujetó el borde de su polo y se lo sacó. Acto seguido sus manos se deslizaron hasta los botones de sus jeans. Los retiró uno a uno y luego deslizó el zipper, estiró una pierna y luego la otra para despojarse de sus pantalones. Tenía un calzón de algodón blanco y un sostén de los llamados "formadores" (además de la descripción anterior, olvidé acotar que casi no tenía pecho).
Me recosté a su lado, alegando que también quería tomar sol. Ella se hizo a un lado para darme espacio. Estaba muy nervioso ya que, obviando las excursiones a playas o piscinas, nunca veía a mujer alguna en prendas íntimas o traje de baño. Fue Carla misma quien me auxilió:
- Tonto. Sácate la ropa.
Así lo hice. Me quedé solo con mis calzoncillos azules. Mi erección ya no se podía negar. Carla me miró entre las piernas, llegué a darme cuenta y, juntando todo mi valor, le hice la pregunta que cambió mi destino:
- Qué miras?
- Nada - dijo Carla, visiblemente nerviosa.
Me iba a quedar callado cuando, como un autómata, le dije:
- Si... Si quieres te lo muestro.
No esperé respuesta. Deslicé mi ropa interior hasta mis rodillas. Mi pija saltó, ansiosa.
Carla la miró, extrañada. No dijo nada. La miró por unos minutos,luego me la guardé.
- Te toca - le dije.
- Me toca que?
- Ya sabes
- Yo no dije nada.
- Ah.
Me quedé pensando. Iba a empezar a insultarme mentalmente cuando escucho un susurro. Era mi prima.
- Sólo un ratito, ya?
Colocó los pulgares de sus manos a los lados de su trusa y tiró de ellos hacia sus rodillas. Mis ojos se dirigieron inmediatamente a su entrepierna. Tenía un vello púbico ralo y su sexo estaba cerrado. Acerqué mi mano hacia su vulva y la toqué. Ella dió un respingo.
- No hagas eso.
- Anda, solo es un juego.
Estaba envalentonado. Ni siquiera media mis palabras. Ella hizo sí con la cabeza.
Mis dedos acariciaban los labios de su intimidad. Trataba de separarlos para ver su vagina, pero no podía. Me saqué la pija nuevamente y le dije "toca". Ella obedeció y empezó a corrermela, aunque lo hacía demasiado mal, yo estaba muy excitado.
Con una mano terminé de sacarle el calzón, con lo que quedó desnuda de la cintura para abajo. Sin siquiera pensarlo un poco, me fui encima de ella, me puse entre sus piernas. Esperaba un rechazo, no cooperación. Carla empezó a buscar el enlace conmigo. "Es el instinto, pensé".
Sentía mi miembro rozando su pubis. Cada vez que la sentía cerca, yo empujaba. Intenté una, dos, tres veces. A la cuarta, empujé mi sexo entre los labios de su concha.
Carla gimió como lo haría quien se clava un alfiler en el dedo. Su vagina estaba caliente y un poco seca. Nuestros movimientos empezaron a hacer que ella lubricase un poco. Medio minuto después sentí un cosquilleo familiar en la punta de mi pene y, sin sacarlo, derramé mi semen dentro de su (hasta hacia poco) virginal vagina.
Nos quedamos un instante lado a lado, recuperando el aliento. Carla me besó: era mi primer beso, pero no me pareció la gran cosa.
Preparé arroz y huevos fritos. Comimos y vimos televisión. Vino mi familia y después mi tío. El resto de la jornada transcurrio sin novedad.
No volví a verla hasta después de 4 años: Carla se había mudado con su novio y ya tenía un hijo. Había desarrollado mucho: iba bien maquillada, tenía unos senos grandes y un hermoso culo. Pero no volvimos a cachar.
Es más, en esos 4 años no volví a cachar.
Recuerda, hipotético lector: peor que no cachar nunca es cachar una vez, y no volver a hacerlo.


Capítulo 1: El cuerpo

Durante ese lapso de 4 años me dediqué a practicar guitarra. Carla me escribió a mi e mail hasta en tres oportunidades. En el primero me confesó que solía masturbarse recordando nuestro (único) encuentro. En el segundo, me prometió que volveríamos a cachar y me hizo una broma (motivada por mi preocupación, al creer que ella estaba embarazada de mí). El tercero llegó a los dos años de los hechos narrados anteriormente: me contaba detalles de su vida y, después de eso, no volvió a escribir (esta vez motivado por la ausencia de mi respuesta: no le respondí ni el segundo ni el tercero).
Así pasaron 4 años. Seguía matándome a pajas, recordando mi único encuentro sexual. No podía dejarlo y, la verdad sea dicha, no se me antojaba hacerlo.
Tuvimos una reunión familiar en casa donde, después de 4 largos años, volví a ver a mi tío y a mi prima, a la cual no reconocí hasta ver sus gestos: de la escuálida muchacha no quedaba más que la nariz. Estaba maquillada, tenía unos senos enormes y mucho culo. Usaba unos jeans entallados y una blusa escotada desde donde se podían apreciar, como en un balcón colonial, sus pechos maravillosos. Venía acompañada de su nueva familia: un tipo medio gordito de ojos vivaces y un bebé, hijo de ambos.
- Pero si eres Julian - me saludó mi prima -: no has cambiado nada.
Quedé sin habla. Si en ese momento ella me hubiese propuesto cachar, lo hubiera aceptado sin pensarlo (antes también, valgan verdades. Pero hubiera sido por arrechura, no por escoger lo mejor). Mis tíos aprovecharon para decirme si estaba estudiando y, para empatar a la concurrencia, admití que me estaba preparando para ingresar a la Universidad De Bellas Artes (lo cual no era cierto, lo tomaba como una posibilidad remota). Todos entonaron un "oooohhh" que me hizo creer hasta a mi mismo que era verdad.
Finalizada la reunión (no. No me volví a cachar a mi prima ni caché con nadie ese día, ni al día siguiente), pensé que sería bueno dejar el trabajo de medio tiempo que tenía en un fast food y dedicarme a la música, como intérprete o profesor particular. Por supuesto lo más sencillo fue lo segundo, así que allá fui, con un simple anuncio en Internet, comencé a ganar el mismo sueldo, trabajando mucho menos.
Era marzo y yo me había olvidado de mi postulación a la Universidad, no así mis padres quienes me lo hicieron recordar todos los días previos al otoño. Harto de tanta insistencia postulé, ingresé y empecé a estudiar, sin dejar, por supuesto, de dictar clases.
La universidad resultó mejor de lo que pensaba, a pesar de los cursos generales. Me gustaba departir con músicos, pintores, escritores, artistas al fin y al cabo. Habían muchas chicas, algunas muy guapas y, entre todas, se destacaba, como un diamante entre un mar de perlas, El Cuerpo.
Cuando la vi por primera vez, ignoraba su nombre. Era una muchacha de ciclo superior pero le calculaba unos ... años. Tenía una cabellera negra con ondas, unos ojos siempre con sombras, una mirada melancolica (de pendeja encubierta, decia Manuel) y una sonrisa de gato enmarcados por una cara ancha. No era bella, pero lo mejor "es del cuello para abajo" decía Luis.
En efecto: El Cuerpo no era muy alta, pero su ídem estaba trabajado por horas de gimnasio. No era tetona, pero sus senos eran redondos y bien formados. Tenía una cintura estrecha y unas nalgas que se adivinaban, debajo de las mallas que solía llevar, tórridas y turgentes. Pero lo mejor eran sus piernas:torneadas y fuertes: una chica fitness, en resumidas cuentas.
Ella era bailarina de danza moderna e integraba el conjunto de zampoñas (instrumento aerofono: de ahi su habilidad, pero no nos adelantemos). La vi unas cuantas veces a la salida. Tenía ella muchos amigos pero, para mi mala suerte, yo no era ninguno de ellos y mis amigos cercanos, tampoco.
Fue Enrique quien nos puso sobre aviso.
- La fiesta de la universidad es el próximo viernes, enfermos. Es nuestro primer año y no debemos faltar. Habrá chela gratis.
Este viernes estuve puntual y, producto de ello, me soplé la misa y el discurso del rector. Luego de un pasacalle "emotivo", fuimos al local donde se desarrollaría la fiesta.
- Donde has estado? - me espetó Manuel -. Íbamos a empezar sin ti.
Me disculpe por la tardanza, pero eso solo sirvió para que se rieran de mí. Dijeron que yo era un cojudo por ir tan temprano. Nos sirvieron un plato de cuy chactado a cada uno y después la cerveza empezó a correr como un río. Vi a El Cuerpo una vez, con los sikuris y luego no la vi mas en el local.
Terminó, para mí, a las diez de la noche. Estaba cerca a la estación del metro, así que decidí tomarlo (rogando que el vigilante no se diera cuenta que andaba medio borracho). Ingresé a la estación, la cual estaba casi vacía. Frente a una de las puertas estaba, como quien piensa en una sola cosa, El Cuerpo.
Me acerqué despacio solo para tener un mejor ángulo de observación de su fantástica anatomía cuando ella posó sus ojos en los míos.
- Vienes de la fiesta, verdad? Eres de la U? - sin esperar mi respuesta, me ordenó -: llévame a mi casa, así no puedo llegar sola.
Por toda respuesta, asentí con la cabeza.
Ya en el metro, en dirección a San Martín de Porres (donde residía mi escultural acompañante), me quedé callado por más de diez minutos. El Cuerpo miraba por la ventanilla mientras dos tipos cincuentones la violaban con los ojos.
- Cómo te llamas? - dijo, sin mirarme siquiera.
- Ju - dije, muy nervioso -, Julian. Y tu?
- Mary Ann - dijo, evitaba el contacto visual.
- Mary Ann?
- No - volteó a mirarme -: como suena.
Bajé los ojos un segundo, pero al instante supe que debía sostener su mirada.
- Merrian?
- Exacto - dijo ella -. Así aparezco en mi DNI.
Empezamos a charlar de trivialidades: sus ojos brillaban y supe que estaba un tanto ebria. Llegamos a su estación y pensé en tomar el bus en dirección al sur, a donde yo vivo. Y así se lo hice saber.
Merrian protestó. Dijo que el camino a su casa era peligroso y que no se atrevía a ir sola. Me negué en redondo, sin mirarla. De pronto siento que dos manos hacen que mi rostro se dirija un poco hacia abajo. Distingo, muy cerca de mí, un rostro desenfocado con sombras en los ojos. Están cerrados. Unos labios se abren junto a los míos. El Cuerpo me estaba besando.
"El Cuerpo me esta besando? Pensé. Que demonios?" Merrian estaba desatada, su lengua entraba en mi boca, catapultandome al segundo beso de mi vida.
No perdí tiempo. El alcohol hizo lo demás. Me las arreglé para pasarle un poco de saliva a su boca. Mis manos recorrieron su cintura, ella se pegaba más a mí. Estaba feliz, imaginaba la cara de mis patas cuando les contara que me había agarrado a El Cuerpo. Lógico que borracha, lógico que solo la mitad me creería (la mitad): daba igual. Esta mujer era magnífica y no iba a desperdiciarla...
- Vamos - me susurro aquel fenómeno de sensualidad - : yo vivo cerca.
No miento cuando digo que no recordé el camino al día siguiente. Su barrio lo vi todo menos peligroso. Llegamos a una simpática casa de dos pisos. Me disponía a dar la media vuelta, pero Merrian hizo caso omiso a mi despedida mientras introducía su llave en la cerradura.
- Entra y sube las escaleras - me dijo -. En el pasillo camina hasta el final, ve a la izquierda y abre la última puerta.
Entré en modo piloto automático e hice lo que me pidió. Me vi entonces en una habitación con un amplio ventanal que apuntaba al este. No entendí qué hacía allí y por un momento creí que esa no era su casa y que era un asalto.
Sentí pasos acercándose y me ubiqué detrás de la puerta abierta.
- Se puede saber que haces? - me dijo El Cuerpo - : hay que encender la lámpara.
Ella se acercó a su cama y ubicó en la penumbra la mencionada fuente de luz. Se acercó a mí y empezamos a besarnos. Merrian respiraba muy fuerte, se dejaba manosear.
- Sácate la ropa - me ordenó.
Me apresuré en complacerla. Me di la vuelta para sacarme todo y quedarme tal cual mi madre me trajo al mundo: mi verga ya estaba bien dura, con el prepucio dejando al descubierto el glande.
Miré hacia la cama. Merrian estaba en ropa interior, sentada al borde mismo. Tenía un sostén verde y un calzón bóxer del mismo color. Sonreía.
- Te voy a chupar la pinga - me dijo, mientras se arrodillaba frente a mi -. Ya te lo han hecho antes?
No esperó mi respuesta. Sentí sus labios envolviendo la cabeza de mi pija y realizando una succión experta, continúa, salival. Se la comía cada vez más. No pude aguantar más y la sujeté de la cabeza, mientras con movimientos pélvicos penetraba su cavidad oral.
Ella se levantó frente a mi. Se quitó el sostén, dejando libres sus senos. Me acerqué a ella y empecé a lamer sus pezones, eran grandes y de color pardo. Mis manos se posaron en sus nalgas y comenzaron el suave y morboso masaje.
Nos echamos en la cama y, mientras yo le comía las tetas, ella me masturbaba suavemente. No podía más, quería meterle mi sexo en la concha, no me importaba nada más. Le bajé el calzón, dejándola hermosamente desnuda.
- Me voy a poner en cuatro y me la metes por detrás, si? - ronroneó Merrian -. Por la vagina, eh. Ni pienses en romperme el poto.
Debí haberme reído, pero no pude. Como si yo fuera un gran cachero, acerqué la cabeza de mi miembro a su sexo depilado, el cual se me antojaba como un tierno melocotón.
Mi verga se alojó en su húmeda vagina, con la misma facilidad con que la pierna entra en la manga del pantalón. Merrian acusó el ataque con un quejido para, acto seguido, empezar a mover sus caderas en un delicioso vaivén de lujuria.
El Cuerpo gemía ante mis embestidas, era delicioso ver su trasero gordo y mi verga entrando y saliendo de su intimidad. Mis ojos se posaron en un radio reloj : eran la una de la mañana y fracción.
Merrian me puso de espaldas en la cama,separó sus piernas a horcajadas sobre mí. Sujetó la base de mi pene con su mano derecha y, mientras se mordía el labio inferior, empezó a introducir mi miembro en su concha, centímetro a centímetro. Al tenerlo todo adentro, lanzó un suspiro y luego gimió, mientras daba leves saltos, controlando la penetración.
Sin saberlo, El Cuerpo me había enseñado la pose que, de ahí hasta la fecha, es mi favorita: la mujer sobre mí, manejando la intensidad del mete y saca, con las manos libres para tocarnos, acariciarnos, explorarnos.
- Ju... Julian - gimió Merrian. - Me vengo, me vengo...
Ignoro si lo hizo o no, puesto que sus orgasmos eran tácitos, normales. A diferencia de Lakshmi, el aspersor humano, mi acompañante tenía venidas sin mucho show.
Supe que era hora de venirme también, el momento tal vez no se repetiría nunca más (estaba equivocado, y por mucho) y sentí el mencionado anteriormente cosquilleo en la punta de mi miembro. Decidí venirme dentro de ella.
Mi semen salió e inundó de material genético su ardiente y cálida matriz. Como impulsada por un mecanismo innato, su vagina se contrajo varias veces y, externamente, Merrian se abrazó a mí, jadeando.
Quedamos unidos hasta que mi miembro perdió su dureza. Estábamos exhaustos pero felices.
- Estuvo delicioso - dijo Merrian -. No te ofendas, no la tienes grande pero la mueves demasiado bien.
Miré el radio reloj: 4 y algo de la mañana. Ignoré la observación de dimensiones y le pregunté si ya lo tenía planeado.
- Planeado no. Es la primera vez que voy a una fiesta de la universidad y se me antojó un polvito.
"Cosa de una noche, pensé". Pero ella se acercó a mí y me dio un beso largo.
- Pero quiero que se repita - ronroneó.

Continuará...

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