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Compendio I
Es curioso que algo tan trivial como la película de los mineros me volviera el centro de atención en la casa de huéspedes.
Empezó como algo casual, con una broma sobre si yo había participado en ella, pero terminó desembocando en una conversación mucho más seria.
Les conté sobre mi experiencia trabajando en los yacimientos hermanos de mi tierra y aclarándoles que lo que aparece en la película (que no están tan interesados en ver, ya que deben ir a un cine a oscuras, para ver la peor combinación de un minero: su mayor pesadilla y la labor de 12 horas diarias) es la realidad de los yacimientos pequeños.
Hannah ya lo sabe, pero yo aporté algunos detalles que vi de primera fuente y que dudo si fueron incluidos en la película, como la desesperada alternativa de los compañeros libres de reabrir la entrada de la mina, siendo que las rocas habían comprometido bastante la estructura, al ver que las sondas de rescate estaban tardando demasiado en encontrarlos; que el rescate se volvió una de las grandes victorias de la administración de Piñera, ya que para todos era un hecho que en un gobierno de izquierda, los trabajadores habrían muerto sin ser rescatados y temas por el estilo.
Durante la noche, Hannah durmió muy abrazada a mi lado, diciéndome que tuve mucha suerte de no verme involucrado en algo así, a lo que le respondí que era mi mayor preocupación al verla entrar en la mina.
Pero retomando temas más alegres, mis ninfas estaban más contentas la tarde del viernes. Salí a trotar, porque el par de músculos que ejercité era distinto. Me di una ducha y cené con ellas.
“Quería preguntarte a quien vamos a invitar para tu cumpleaños.” Consultó mi ruiseñor.
“No, no quiero hacer una fiesta.”
“¿Qué? ¿Por qué?” preguntó con una voz más alterada.
“Porque la gente con la que más me gustaría celebrar está aquí.” Le di una sonrisa humilde.
Pero ella sabe que las personas con las que más me gustaría compartir están en nuestra tierra o en Melbourne.
Además, cualquier día con las pequeñas o con ellas me resultan más atractivos que un cumpleaños.
“Bueno… si no quieres hacer una fiesta, está bien. Total, es tu día.” Agregó Marisol, sonriendo levemente a Lizzie. “Lo que otro que quería preguntarte era… si te interesaría… jugar con nosotras… la noche de la víspera.”
Las 2 me miraban con grandes ojos, más interesadas que yo mismo en participar.
“¿Sería mucha molestia si jugara con ustedes… por separado?”
“¿Qué?” exclamó Marisol, muy sorprendida.
Lizzie estaba colorada hasta las orejas.
“Es que me han estado calentando toda la semana y me gustaría probar a las 2, bastante bien.”
Las 2 se sonreían, porque era lo que buscaban.
“¡Por supuesto!” dijo Marisol, con una sonrisa de oreja a oreja. Al instante agregó. “Pero solamente un par de horas… porque el cumpleaños, lo empezaras conmigo.”
A partir de entonces, fue una cena más silenciosa, con sonrisas entre cada uno de nosotros.
Más tarde, al acostarnos, me vengué de Marisol por sus mañanas de desayuno.
“¡Bien, que descanses!” dije, dándole un beso en la mejilla y durmiendo de cucharita con ella, acariciando sus pechos.
Ella, confundida a más no poder, no podía quedarse dormida.
“¡Uhm!... y esta noche… ¿No jugarás tú conmigo?”
“¡Oh, no ruiseñor! ¡Me siento muy cansado por salir a correr!” le respondí, tratando de sonar serio.
Ella podía sentir mi erección entre sus piernas.
“Pero yo siento que todavía tienes fuerzas…”
Lentamente, empezaba a rozar su rajita con mi pene.
“¡Por favor! ¡Así no me voy a poder dormir!” suplicaba, moviendo su calzoncito ella misma y encajando la puntita.
“¡Vaya, vaya! ¿Te estoy tentando?” le susurré en el oído.
Ella se volteó indignada y montando un puchero.
“¡Qué malo eres! ¡No te veo en una semana!”
Me dio un beso, tratando de convencerme. Pero quería hacerla sufrir, como me lo hizo por las mañanas.
“¡Mala eres tú, que se acuerda de mí, solamente para eso!”
“¡Cállate!” me respondió, pero inmediatamente me dio otro beso.
La ubiqué encima de mí. Quería que me montara.
“¡El día que no queramos jugar juntitos, estaremos en problemas!” Le dije, acariciando su cara, mientras se descubría sus pechos.
Nos dimos otro par de besos.
“¡Que ese día nunca legue!” respondió, encajándola entre sus piernas.
Los 2 suspirábamos, al vernos a los ojos. Acariciaba su cintura y su vientre, cuando ella se empezaba a menear.
A pesar que lo hacemos casi todas las noches, no me canso de hacerle el amor a Marisol.
Sus manos pequeñitas, apoyándose en mi vientre, mientras flecta sus rodillas lentamente, moviendo su cintura de una manera suave y placentera.
Su piel blanca, que destaca sobre la obscuridad del dormitorio como divina luz de las estrellas.
Su espalda derechita y perfecta, la cual arquea ligeramente hacia atrás, con la intención que avance más y más dentro de ella y esos pechos, generosos y humildes, con fresitas apetitosas rellenas de lechecita, con las que alimenta a nuestras pequeñitas y a mí también.
Su mirada es divina, con ojitos entrecerrados y labios sonrientes. Me hace feliz que no se canse de mi personalidad fría y aburrida. Que aunque esté en el pináculo de la juventud, decida compartirla conmigo.
Sus lindos cabellos se alborotan más con cada salto. Pero en el fondo, sigue siendo la misma chica otaku que conocí, que me hablaba sin cesar de sus mangas favoritos y de sus libros y en más de una ocasión me ha sorprendido verla, así, gozando conmigo.
Entrecerrando sus ojitos, mirando hacia el cielo y sonriendo con mucha ternura al sentirme cada vez, más adentro de su apretada, candente y refrescante tesoro.
Sus pechos se sacuden y sus fresitas se distinguen negritas y bien paradas. Contiene cada noche sus gemidos, porque nuestras chiquititas se han puesto más sensibles a los ruidos que hacen papi y mami.
Se sacude frenéticamente y busca mis labios. Siempre la recibo, porque su sabor a limón no lo he encontrado en ninguna otra boca más.
Adoro el aroma de sus cabellos y la mirada de sus ojos me embelesa, me cautiva y me hipnotiza.
Entrecierra sus ojitos cada vez más y me besa en el pecho, porque ya siente lo inevitable. Trato de contenerme, pero mi cuerpo ya no responde.
Me encantaría seguirla viendo divina, como el espíritu de la naturaleza que en el fondo sé muy bien que ella es, pero mi condición de mortal no es tan resistente.
Tengo que dárselo. Es lo único que ella me pide.
Y lo más maravilloso es que ella lo adora.
Colapsa en mi pecho ardiendo en transpiración, sollozando agotada. Pocas veces lo hacemos sin que ella llore.
Me enternece mucho verla llorar, pero con una sonrisa me muestra que son lágrimas de alegría.
Nos besamos una vez más. Nos amamos.
No puedo entenderla cómo puede compartirme, si desde siempre quise ser feliz con ella.
Mi amiga del alma. Mi apoyo infaltable.
No nos hablamos. No hay necesidad.
¿Qué puedo decirle a una niña que en esos momentos se cree una gata y que su pololo/marido/ amigo es también su cojín?
Siento sus labios y me besa el pecho. Es más que un hecho que se acomodará así, más relajada.
A pesar que mi pene sigue atrapado en ella, no tiene suficiente. Simplemente, adora sus cuidados: sus mamadas, su tierno y estrecho trasero y eso también, su matriz de la vida.
Cuando la siento roncar, la muevo suavemente a mi lado. Mi instinto desea aprovecharse. Sus pechos siguen luciendo apetitosos y ese trasero parece no querer perdonar a nadie.
Sin embargo, me amansa la ternura de su carita. Corro algunos de sus cabellos, para apreciar mejor su mejilla y ver ese lunar que me hace feliz, que por esos momentos está relajado y visible para todos. La amo y robándole un beso, le acompaño al país de los sueños.
A la mañana siguiente, despierto y veo sus hermosos ojos mirándome. Ansiosa, quiere darme el buenos días.
Ya ha entendido mi sufrimiento y tras besarnos una vez más, me atiende con sus labios. Se nota que lo ha extrañado tanto como yo la he extrañado a ella.
No puedo contener mis suspiros, porque ella es simplemente increíble con su boca.
Se la mete hasta el fondo. La lame. Besa solamente el glande. Lame los costados y enseñorea su maestría al momento de la felación.
Ya no aguanto más y ella lo sabe. Ansiosa, se concentra en subir y bajar rápidamente, chupeteando a todo pulmón.
No me sirve contenerme. Ella lo quiere todo. Lo ansía. Es su desayuno.
Acabo en su boca y contemplo la hinchazón de sus mejillas. Ella cierra los ojos e incluso, se da el tiempo de degustarla en la lengua.
Una tirita delgada y brillante me conecta a sus labios, pero a ella no le importa. Simplemente suspira y se los bebe todos.
Me sonríe y se ve mucho más alegre. Entonces, se percata de nuestra conexión y rápidamente, limpia los restos, para no perderla.
Me encantaría hacerle el amor, pero ya me comprometí a jugar con ellas por la noche.
El día pasa muy tranquilo. Juego sin cesar con mis chiquititas y finalmente entiendo que cuando mi flaquita dice “Abubu”, tengo que tomarla rápidamente en brazos y preparar el talco y el pañal al instante.
Tal vez, no entienda qué es lo que quiero que haga en la bacinica, pero se pone contenta al ver que puedo entenderla.
A la cena, está esa expectación en sus rostros. Las 2 dan ligeros suspiros al verme. No quiero decir que cuentan los minutos, pero saben que algo diferente va a pasar.
Para mí, en cambio, es un puzzle. Son 2 mujeres que me quieren, pero lejos de estar celosas una de la otra, me desean por igual y para Lizzie y para mí hay mayor expectación, porque es nuestra primera noche en su dormitorio.
Marisol se queda en la nuestra, una vez más cubierta por mi camiseta para correr.
Yo, en cambio, ingreso a la habitación de mi empleada. Mi niñera.
La mujer que contraté para cuidar a mis hijas.
Fue una noche maravillosa desde un comienzo y es que su dormitorio es distinto al de las otras moradoras del hogar.
Como bien saben, me he acostumbrado traer pasteles y helados para mi ruiseñor. Pero pensé que no tenía las mismas atenciones con Lizzie.
Al ser el más viejo, siempre me ha preocupado que mis decisiones no pasen a llevar los deseos de Marisol, ante el temor que la termine manipulando. Por este motivo, le he insistido e insistido que decida algunas cosas, para que ella no se deje absorber por mi personalidad y es por eso que hemos establecido un matrimonio “democrático”.
Sin embargo, con la llegada de Lizzie a nuestro hogar y formar parte activa de la vida familiar, se ha ganado un voto divergente dentro de nuestra pequeña “nación”.
Y es por eso que he llamado estas entregas así, ya que todo esto ha resultado de una simple decisión de cambiar el aire acondicionado.
Pues bien, como Lizzie es un espíritu de la naturaleza, pensé en agradarle con flores. Lamentablemente, ramos y floreros tienen una vida efímera de un par de días, cuando ella necesita algo más permanente. Que trace un paralelo con el rol que cumple con nuestro hogar.
Y ha sido de esta manera que ha terminado con diversas flores en macetas.
Orquídeas, geranios, cerezos…
Como espíritu del bosque, empieza el día abriendo las ventanas para recibir al astro rey y regar sus florecillas que terminan perfumando su habitación.
Por ese motivo, ingresar una vez más al dormitorio de Lizzie era un asalto a los sentidos, porque aparte de su belleza propia, el ambiente también era extremadamente agradable y colorido.
“¡Aun no creo que estés aquí!” me decía ella, sentada en su cama e invitándome a sentarme al lado de ella.
“¡Yo tampoco!”
“¡Hace meses que envidio a Marisol, por tenerte en la noche!... ¡Y ahora, mírate! ¡Aquí estás!” sonreía, sin poder creerlo.
“¡Tú misma dijiste la primera vez que nos vimos, que “los buenos nunca tenemos tiempo”!”
Ella empezó a llorar.
“¡Es verdad!”
“¡Y aquí estoy, compartiendo un poquito de mi tiempo contigo!” le dije, ofreciéndole un pañuelo.
“¡Así es!”
La tomé por la cintura y la miré a los ojos. Se estremeció ligeramente y trató de no mirarme.
Nuevamente, sus mejillas se tornaban coloradas, escondiendo sus pecas y suspiraba lentamente, sabiendo que esa noche sí haríamos el amor.
Empecé a desvestirla lentamente. Desabroché el cinturón de su falda, los botones de su camisa.
La miraba a los ojos y ella se dejaba.
Quería que yo la tomara. Que yo la tratara como se lo merece y que le hicieran el amor debidamente.
Sus dedos estaban tensos y nerviosos y ante mis manos, era un simple maniquí. Había respeto en su mirada, pero a la vez confianza.
Tenía la seguridad que no le haría daño. Que sería una noche inolvidable y que ese complicado individuo casado, que le rompió la rutina de un jueves lento, le haría volar alto, hasta las estrellas.
Finalmente, la dejé a medio vestir. Seguía suspirando, temerosa o ansiosa de lo que iba a acontecer.
No movía musculo alguno. Solamente, sus labios temblaban en anticipación, sabiendo que por ahí empezaría esa mágica noche.
Me deslicé lentamente y ella cerró sus coquetos ojos.
Su boquita se tornaba en un anillo y la calidez de mis labios rozaba los suyos. Mi lengua la buscaba y sus suspiros se hicieron cada vez más intensos.
Mis manos empezaron a abrazarla y ella también, a hacerlo de vuelta.
Quería ser tocada.
Quería que yo la tocara.
Acariciaba suavemente sus pechos, hinchados en excitación. Pero no quería distraerme en ellos.
Quería conocerla más a fondo.
Bajé lamiendo su cintura, con mi ardiente lengua.
Dio un gemido ligero al llegar hasta su pubis.
Su aroma a mujer era evidente.
Me deseaba. Era un invitado grato.
“¡Ohh!... ¡Ohh!... ¡Ahh!” exclamó, al sentir mi lengua, lamiendo sus jugos.
Su cuerpo incluso se irguió al sentirme ahí.
Sus gemidos iban recibiendo cada vez tonalidades más aliviadas. Y sus manos me acariciaban con ternura, estremeciéndose plenamente en el placer.
Hubo otro gemido de sorpresa al sentir mi dedo en su húmedo interior y mayores suspiros, al sentir mis labios en su clítoris hinchado.
Se llevaba dedos a la boca, mordiendo el índice en placer, mientras que con la izquierda se acariciaba su cabellera, pareciendo que no lo pudiera creer.
A ratos, contracciones intensas a la altura de la cintura me avisaban la venida de un orgasmo. Mis labios y mi lengua, prontamente se disponían a lamer y a limpiar, sin dejar que mis manos dejaran de estimular.
Sus piernas, alborotadas, se esforzaban en vano para contener la invasión, porque ni mi boca ni mis dedos perdían enfoque de la operación.
Y luego de un buen rato de lamer y de chupar, me detuve. Lizzie ya estaba exhausta y con el pelo desordenado.
Sus pechos parecían más grandes, dado los enormes suspiros que ella daba.
“Lizzie, la voy a meter…”
“Pleease!” suplicante y ansiosa. Fue su única respuesta.
Y nuevamente, la fui ensanchando lentamente.
Su interior ardía y se quejaba apetitosamente, a medida que ingresaba en su interior.
Hasta el fondo y esperé, hasta que abriera sus ojos.
La empecé a besar, dejándola en una expresión de sorpresa. Por la forma que me miraba, le encantaron mis besos.
Por debajo, mis movimientos empezaban lentos y suaves.
Le tomaba las manos, estirándolas por encima de su cabeza, hacia el respaldo de la cabecera.
Ella no se oponía, concentrada en besarme y en aguantar el movimiento de la cama. El perfume de las flores, mezclado con el sudor de nuestros cuerpos y el cautivador aroma a sexo convergían en mi nariz como una maravillosa cacofonía aromática.
Sus labios besaban cada vez más fuerte, en resonancia con mis movimientos acelerados y sus suspiros ya no eran contenibles por mis besos, sino que ella, al igual que Marisol, tenía la necesidad de besarme el cuello, el pecho y todo lo que tuviera a su alcance.
Llegó a un punto que la bombeaba tan fuerte, que lo único que podía hacer era abrazarme y quejarse al aire libre, entrecerrando los ojos para poder aguantar.
Subía y bajaba rápidamente por su pecho, con una fricción intensa que generaba calor y ella se seguía quejando.
La cama se sacudía intensamente, con el respaldo impactando la pared, de manera periódica y persistente.
Pero yo no podía detenerme. Esa ninfa me estuvo tentando la mitad de la semana con su sensual cuerpo y desde mucho tiempo que quería estar a solas con ella, en una cama.
Sus deliciosos alaridos eran como carbón para la infernal caldera que residía potente en mi cintura y cuyos fuertes embates empezaban a probar la efectiva amortiguación del colchón.
“¡Siii!... ¡Siiii!... ¡No… pares!... ¡Ahhh!... ¡Ahhhh!” se quejaba abiertamente, cuando ya alcanzaba la velocidad máxima.
Hasta yo mismo tenía que cerrar los ojos, si quería mantener el placer. Mis movimientos eran imperantes de su placer y voluntad.
“¡Por favor!... ¡Dámelo ya!... ¡Ahora!... ¡Ahora!... ¡Ahhhh!... ¡Ahhhhh!”
Mi cuerpo se estremeció entero cuando acabé, metiéndolo lo más profundo que pude.
Lizzie se seguía quejando, muy agitada, mientras que yo resoplaba por el esfuerzo.
“¡Minero!... ¡Minero!...” repetía una y otra vez, ya que prefiere decirme así a usar mi nombre.
Cuando pude despegarme, seguía muy erguido.
“¿Quieres… más?” preguntaba con una sonrisa deshecha en cansancio.
La apoyé con manos en la pared y empecé a bombearla a lo perrito.
“¡Sigue así!... ¡Sigue así!... ¡Ahh!... ¡Ahhh!... ¡Eres lo máximo!”
Me afirmaba a su cintura y la sacudía sin descanso, guiando sus movimientos de cadera.
Ella se sujetaba como podía al respaldo de la cama, ya que la pared no podía respaldarla.
Le agarraba los pechos, que bamboleaban a lo loco y empezaba a bombearla cada vez más fuerte, recordando su tentador top.
“¡Lizzie… ya no aguanto más! ¡Me voy a correr!” le dije, cuando sentía que le llegaba hasta el útero.
“¡Guh!... ¡No te aguantes!... ¡Córrete!... ¡Córrete mucho… y adentro!”
Y nos corrimos. Fue como el choque de un tren. Quedamos los 2 agotados y sin fuerzas.
Habíamos estado casi 3 horas sin parar y eran casi las 11.
Incluso, nos faltaba el aire para todo y solamente, nos ocupábamos de respirar.
“¡Bien, Lizzie!... ¡Creo que he tenido suficiente!... ¡Marisol se enojará si no vuelvo!” le avisé, cuando quedé libre
Ella no paraba de sonreír.
“¡Está bien!... ¡Mañana, me tomaré el día libre… para descansar!”
Y mientras marchaba a la habitación, pensaba que decirle a mi esposa, porque ella me estaría esperando con ganas.
No me esperaba que lo que ocurría en mi habitación me devolviera mi vigor.
“¡Sí!... ¡Ahí!... ¡Ahhh!... ¡Más adentro!...” escuchaba la voz de Marisol. “¡Mhm!... ¡Sí!... ¡Ahhh!... ¡Eres tú!... ¡Ahh, que rico!”
Abrí discretamente la puerta de mi habitación.
“¡No, no!... ¡No quiero la puntita en mi colita!... ¡La quiero toda!... ¡Ahhh!... ¡Apúrate, por favor!...”
La escena me empalmó al instante: Marisol estaba de rodillas, con la camisa que salgo a correr, mostrando su trasero hacia la puerta de la habitación.
Pero lo más excitante era que se llevaba algo a la boca, lo chupaba claramente y se lo colocaba en el trasero.
“¡No, no!...” lloraba desconsolada. “¡No es tan rico!... ¡Apresúrate, amor!”
Por el vibrar, pude darme cuenta que era su huevito de las respuestas. Mi pobre ruiseñor intentaba masturbarse por el trasero, empleando ese consolador con forma de huevito.
Nunca pensé que haría algo así. Como les he mencionado, Marisol disfruta más del sexo anal, pero su consolador es para vaginas exclusivamente.
Carece de cintas o cables para liberarlo, ya que el receptor de control remoto está dentro de la carcasa.
Si se lo incrusta demasiado adentro de su ano, podría quedarse atorado y tendría que llevarla al hospital, algo que la mataría de vergüenza.
Pero ahí estaba la pobre: lamiendo el huevo y chupándolo, para lubricar su trasero e intentando torpemente incrustárselo, luego arrepentirse y volver a hacerlo de nuevo.
Lo que más me excitaba es que el trasero de Marisol se veía enorme y cada vez que se arrepentía, olía mi camiseta, como intentando darse valor.
Ni siquiera me di cuenta cuando llegué a centímetros de ese suplicante y níveo trasero, dispuesto para probarlo.
La pobrecita incluso separaba sus cachetes, extendiendo su ano, a un par de dedos de mi cara.
Le puse una suave mano en la nalga.
“¡Marisol! ¡Amor! ¡He vuelto!”
Instantáneamente, se llenó de felicidad.
“¡Marco! ¡Querido! ¡Por fin regresaste!” dijo, con intenciones de darse vuelta, pero cargué mis manos sobre su cintura.
“¡Espera! ¡Quédate así! ¡Es que te ves muy sensual!”
El olor de mi camisa era ofensivo en comparación con el ano de Marisol.
“¡No, amor! ¡No lamas!... ¡Ahhh!”
Pero yo ya metía mi lengua en su trasero sin repulsión.
Ella se empezaba a dejar y sus caderas empezaban a contornearse, deseando que le hiciera la cola una vez más.
Fue un placer para los 2 ir deslizándola a través de su esfínter.
Ella, en 4 patas, con ese monumento de trasero que tiene y mi camiseta olorosa y enorme, me mostraba sugerentemente sus pechos.
“¡No! ¡No me toques así! ¡Hazme la colita!” protestaba ella, con la voz maravillosa que pone cuando algo le gusta demasiado, pero quiere resistirse por el intenso placer.
Por supuesto, eso es una invitación para mí, porque no lo dice en el mismo tono como cuando habla en serio o le molesta.
Este es como una “reprensión dulce” o una “protesta acaramelada”, en comparación con los otros que son más suplicantes.
Por si me quedan dudas, sus suspiros son aclaratorios.
“¡Marisol! ¡Aprovecha de usar tu huevito en tu rajita!”
El huevito empieza a vibrar, pero instantáneamente lo suelta, perdiendo el equilibrio.
“¡No! ¡Así está bien! ¡Sígueme ensanchando!”
Pero en uno de mis movimientos, aprovecho de agarrar el huevo vibrando y lo coloco a la altura del botón de mi ruiseñor.
“¡No! ¡No! ¡Así no!... ¡Ahhhh!”
Su quejido es de placer y la humedad que recibe mi entrepierna es bastante.
“¡Espera un poco! ¡Por favor! ¡Se siente rico! ¡No! ¡No! ¡Suelta mi pechito!” medio protesta, pero ella misma tiene el control remoto de su huevo en su mano.
Empieza a gemir más rico, pero el huevo no es tan efectivo como lo son mis dedos.
Lo termino soltando y empiezo a meter mis dedos, algo que le termina agradando demasiado. Su cadera se menea maravillosamente y sus pechitos están muy excitados y repletos de leche.
Buscamos nuestros labios, porque nos queremos y suelto su rajita para apretar cada pecho con una mano.
Poco le importa, porque ya está sintiendo el golpeteo de su trasero y al poco tiempo empieza a acabar.
Le lleno la cola con mi semen, nos besamos otro poco y empezamos una vez más.
Les pido disculpas por terminar de forma abrupta y sin más detalles de esa experiencia, pero nuevamente llegó la hora de trabajar.
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