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Siete por siete (107): Democracia del termostato (I)




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Compendio I


A veces, pienso que Lizzie y Marisol son ninfas. Pero no malinterpreten mis palabras, tomando la pueril idea que hablo solamente del ámbito sexual.
Ellas son espíritus libres, como los elementales de las culturas griegas o japonesas. Si bien se les reconoce como timadores que seducen a los hombres, yo las imagino como criaturas juguetonas e inocentes.
Para ellas, soy un juguete, un amigo, su cocinero, pololo...
Incluso, también tomo el rol de padre.
Marisol es una Kitsune: una linda zorrita mágica (Un yokai, de la cultura japonesa), que me ha cautivado con el encanto de sus ojos y su tierna sonrisa.
Pero Lizzie es un elemental de los bosques: Una hada que se encarga de traer la primavera, de despertar los botones y a las flores y de teñirlas de sus lindos colores.
Se ha vuelto un miembro más de mi familia: mis pequeñas la adoran y para Marisol, es una nueva amiga.
Durante los primeros días que la traje a casa, fue una gran preocupación. Sabía bastante poco de ella (trabajaba de mesera y nos habíamos visto un par de veces. Incluso tuve sexo casual en uno de esos encuentros) y no sabía si tenía vicios.
Estaba desesperada. No sabía nada de cuidados de niños y cuando la encontré, ella y su novio acababan de romper y necesitaba un lugar dónde quedarse.
Pero no pasó demasiado tiempo para adaptarse a nosotros. Le preocupaba que Marisol descubriera la mentira y le puso mucho énfasis en aprender todo: desde mudar a las pequeñas, hasta prepararles la leche.
Lo hizo tan bien, que mis hijas la quieren casi tanto como a nosotros, porque ha despertado su instinto maternal y es que a pesar de su corta edad, mis chiquititas saben reconocer a las personas que las quieren.
Con Marisol, en cambio, son amigas de verdad. No es como Diana, Pamela o Amelia, que las ve como hermanas de sangre. Ni siquiera se puede comparar con Megan, que durante un tiempo fue una especie de mentora para ella.
Lizzie y Marisol parecen estar en la misma sintonía: como si se entendieran bastante bien como mujeres.
El martes, durante la cena, mi ruiseñor hizo una petición inusual: si podíamos subir un par de grados al termostato.
Dado el tamaño de nuestro hogar, la calefacción y el agua caliente depende del funcionamiento constante de una caldera a gas, que debemos cargar cada 3 meses.
Realmente, no hace una gran diferencia subir un par de grados en el gasto. Pero lo establecimos a 20º, para que el cambio de temperatura no fuera tan brusco cuando saliéramos.
Sin embargo, ellas dijeron que sentían mucho frio.
“Además, podemos mantener un aire… más veraniego.” Añadió mi ruiseñor, sonriendo a Lizzie.
Yo acepté, porque mi esposa seguía confundida con lo ocurrido con su amiga y porque eran 2 votos contra el mío. Además, ellas pasan más tiempo que yo en la casa.
Así que lo fijamos en 25º. No pasó más de una hora y tuvimos que desabrigarnos.
Ellas estaban muy sonrientes y yo no entendía el por qué. Marisol decidió dormir en ropa interior y luego de escribir su historia, me dio una mamada de campeonato.
Pero la mañana siguiente empezó diferente.
El despertador sonó, como todas las mañanas y Marisol me despertó con un beso.
“¿Serías tan lindo para hacerme panqueques? ¡Por favor! ¡Por favor! ¡Por favor!” me suplicó como niña pequeña.
“¡Está bien!... pero ¿Podrías ayudarme?” le pregunté, mostrándole mi erección matinal.
“¡Qué malo eres!... Apuesto que piensas en mí todas las mañanas…” respondió en un tono burlón.
Le sonreí, porque era la verdad. Me he malacostumbrado a sus mamadas matutinas.
“¡Primero, mis panqueques!... y luego… veremos.” Sentenció intransigente.
Ella fue a dar pecho a las pequeñas y cuando empezaba a prepararme en la cocina, entendí la trampa que me habían tendido.
Lizzie también cambió su pijama: venía con un top pequeñito, rosado y de algodón delgado. Mostraba su sensual cintura y su ombligo y concentraba la atención en esos enormes y bamboleantes pechos.
Para empeorar mi condición, también usaba unos calzones de encaje negros, que se transparentaban ligeramente y podía apreciarse el contraste de su piel con la mata de pelos que cubre su pubis.
“¿Tienes que hacer el desayuno?” preguntó, mirándome a los ojos, mientras que la entrepierna parecía que me iba a estallar.
Me concentré en preparar la masa, el sartén y esas cosas, ignorando a la ninfa que tenía delante de mí.
Pero ella me lo hacía imposible: mientras buscaba la fuente para hacer la mezcla, se atravesó.
“¡Permiso! ¡Solamente sacaré una tenedor y me quitaré de tu camino!”
Mientras se doblaba, buscando su tenedor de la cajonera, su hermoso trasero rozaba mi entrepierna.
Estaba tentado de agarrarla de los pechos y de metérsela, pero Marisol quería panqueques.
Al verme suspirando y ojeando levemente cómo estaba el bulto en mi pantalón, me dio una sonrisa traviesa.
Luego tomó su bol y empezó a partir sus plátanos y rebanarlos, como todas las mañanas.
Al poco rato, bajó Marisol, envuelta en un camisón.
“¡Delicioso! ¡Panqueques!” exclamó como una niña y se agachó a buscar en la alacena.
“¡Amor! ¿No has visto la leche condensada?” me preguntó, incitándome también con su trasero.
“¡Busca aquí abajo!” le dije.
Las 2 se rieron.
“¡No busco “esa” leche condensada!” respondió en un tono burlón.
“¡Me refiero que busques acá!”
Sin parar de sonreír, se arrodilló a centímetros de mí y podía ver sus generosos pechos escotados.
“¡Pasas aquí tan poco y siempre sabes dónde está todo!”
Podía notar en sus ojos que se moría por chuparla. Pero más disfrutaba del juego de ponerme caliente.
Al final, fueron saliendo los panqueques y Marisol se encargó de rellenarlos con leche condensada.
Yo me hice un café con tostadas y la tortura proseguía en la mesa.
Una a una, Lizzie iba comiendo sus rodajas de plátano. Lamía sugerentemente con la punta de su lengua y la deslizaba en su mejilla, donde la masticaba.
Del otro extremo, mi esposa devoraba sus panqueques con ansiedad y como siempre le pasa, algunos restos se caían en su busto.
“¡Ay, cielos! ¡No otra vez!” me avisaba, limpiando su resplandeciente pecho con la servilleta.
“¡Se ve rico! ¿Me dejas probar?” preguntó Lizzie.
“¡Por supuesto! Si tú me das un poco de lo tuyo.”
Y se apoyaron en la mesa. Sus generosos pechos colgaban y se sacudían suavemente y con gran sensualidad, metieron los dedos en la boca de su amiga, dejándome muy animado.
Y las 2 me miraban, sonrientes, al ver cómo me tenían.
Finalmente, aguantando como pude su tortura, Marisol anunció que arreglaría la cama y que lavaría a las pequeñas, algo que yo quería hacer, pero quedaba incapacitado por mi erección.
“¡Por favor! ¿Pueden lavar la loza?” nos pidió, aunque por su sonrisa, ya sabía sus intenciones.
En menos de 30 segundos, le estaba suplicando a Lizzie.
“¡Por favor! ¡Tienes que ayudarme! ¡Marisol y tú me están volviendo loco!”
“¡Por supuesto! ¿Qué necesitas? ¿Qué la chupe? ¿Qué te la sobe?”
“En realidad, me gustaría metértela…” respondí con honestidad. “Si no te molesta.”
Ella se avergonzó.
“¿Meterla?... pero si Marisol se entera…”
A pesar de todo lo que hemos vivido, igual le preocupa que Marisol se enteré que me meto con ella a escondidas, ya que según su versión, soy su “Fuck- buddy” y Marisol “me presta” para aliviarle.
Pero Marisol está muy al tanto que ella tiene sentimientos por mí.
“¡Ya la escuchaste! Va a hacer la cama y bañará a las pequeñas. ¡Por favor! ¡Me tienes a punto de estallar!”
Afligida, pero también entusiasmada al ver mi bestia alzada, se sentó en el mueble y abrió sus piernas.
“¡Por favor, tienes que apurarte!” me pidió ella. “Si Marisol se da cuenta…”
Le faltaba un poco de lubricación, así que me metí entre sus piernas para proporcionarla. Le encanta que lo haga y me afirmaba la cabeza con sus manos.
“¡Bien Lizzie, aquí voy!” le avisé, presentando la punta del glande y la fui ensartando, como le gusta a Marisol: sin remover el calzón.
La besé con avidez, porque Liz sigue gimiendo cuando la hago mía.
Sus suspiros son cortos y con un tono de sorpresa, semejantes a un sollozo.
Nos abrazábamos por la espalda, sintiendo sus pechos en mi tórax.
“¡Lizzie, quiero comer tus pechos!” le dije, bombeándola sin parar.
“¿Te gustan? ¡Puedes comerlos!”
Dio otro gemido cuando lo hice y me enterró en ellos. Le encanta amamantarme, aunque no tenga leche como mi ruiseñor.
Cerraba sus ojitos negros, alzando una hermosa sonrisa que escondía sus pecas, porque sus pechos son más sensibles y su rajita apretaba deliciosamente.
“¡Escucha mi corazón! ¡Escúchalo! ¡Así me haces latir por ti!” me ordenaba, enterrándome en el intersticio de sus maravillosos pechos.
“¡Lizzie… te ves tan sensual!”
“¡Lo sé!... ¡Que bueno que te guste!... ¡Tu verga me vuelve loca!...”
Me afirmé de su trasero con mucha fuerza y sellé sus labios con otro beso, mientras que le descargaba todas mis tensiones en ella.
“¡Ahhh!... ¡Fue mucha!... ¡Mucha leche!” decía, restregándose el vientre.
“¡Lo sé! ¡Fue la primera corrida de la mañana!” le avisé.
“¡Ahhh!... ¡Todavía sigue… muy dura!...” me decía, mientras la sentía tratando de soltarse. “¿Quieres más?”
Le sonreí y le di otro beso.
“¡Tenemos que limpiar!”
Pero cuando nos separamos, la contempló impresionada que siguiera tan grande y la empezó a lamer.
Y fue entonces que me di cuenta de su cara.
Tenía una expresión extraña, como de decepción. Estaba seguro que lo había disfrutado y la cantidad de jugo aposado era la prueba.
Hasta lavamos la loza en silencio: yo lavaba y ella secaba y cuando terminamos, me dio una sonrisa fingida.
“Tal vez, quería más, pero ella misma me dijo que le preocupaba Marisol…” reflexionaba, subiendo las escaleras.
Intrigado por todo eso, volví a mi dormitorio, buscando a Marisol. Pero me recibió con una agradable sonrisa, envuelta en su toalla de baño.
“¿Todavía sigues tenso?” preguntó mi mujer, llevándome de la mano al baño para ducharnos, sin darme tiempo de responder.


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1 comentarios - Siete por siete (107): Democracia del termostato (I)

pepeluchelopez
Leche para las dos baja muy bueno
metalchono
jajaja, así es. Saludos