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La segunda función del club

Historia ficticia, nunca real. Es una continuación de este relato
http://www.poringa.net/posts/relatos/2735917/El-club-de-los-tontos.html

Enero de 2011. Las vacaciones se habían convertido en eternas para el mismo y tranquilo Ariel Robledo, que no dejaba de hacer lo mismo de siempre: nada. Convertido en un adulto, le permitían de todo, y podía quedar eximido de lo que sea, como por ejemplo, no irse de vacaciones a ese lugar “pacífico y aislado del mundo” que era la costa bonaerense, definido así por Silvia, su madre. Desde que había enviudado, 16 años atrás, era el destino escogido para refugiarse en el tiempo que no trabajaba, estirando las piernas en la arena o leyendo libros. Al pibe y a su hermano les aburría estar lejos de las pantallas luminosas, de la música a todo volumen, y por supuesto, la gran tragedia era… despedirse de Internet por un mes. Las quejas del menor resonaban al no poder seguir en su casa, mientras que Ariel le sacaba la lengua para forrearlo un poco. Ni bien se fueron, el mayor tomó el control remoto y se puso a mirar un documental de pajaritos en la tele, mientras comía galletitas dulces. Hace unos pocos meses, la “niñera” Marion se había convertido oficialmente en su vecina. Sin decirle a él, Silvia (influenciada por películas adolescentes) le dijo que pase un ratito cada día para ver en qué andaba. Era un viernes a la tarde, y las pilas del control se jodieron. Las cambió por otras, pero el susto le quedó pegado en la mente porque, sin querer, haciendo zapping, cayó en un canal que emitía un filme de terror, los que más odia. Desesperado, apretó un número cualquiera y llenó un vaso de agua que bebió demasiado rápido. Hacían 37 grados, pero la pileta estaba ahí afuera, sucia, y le jodía tener que limpiarla, pero no le quedaba otra opción para que al próximo día esté como corresponde. Esa noche se quedó en la computadora, releyendo algunos artículos para nada importantes y jugando al conocido Counter Strike, que normalmente le permitía “sobrevivir” hasta las 7 u 8 de la mañana, sin importarle las quejas de Silvia.
Llegado el nuevo día, salió corriendo de su cama a las 2 y media de la tarde con mucho esfuerzo al haberse tumbado en la madrugada por el cansancio visual. Tener una pantalla mucho tiempo nos debilita, no sólo en nuestra visión, sino también en la fisiología, como el mal dormir, entre otras cosas que no mencionaré. Tomó una caja de pizza, la cortó al medio y separó 4 porciones que devoraría como un cerdo. Prendió el televisor y sintonizó la tradicional maratón Simpson, la única compañía que iba a tener hasta las 8 de la noche. Bueno, al menos eso se imaginaba. Como las normas lo permiten, esperó hasta pasadas las 16 para entrar a la pileta, muy resplandeciente, y al seguir solo, quedó desnudo. Se desplazaba como un perro, de aquí para allá, descendía hasta el fondo y expandía sus brazos al volver a subir. Adoraba fotografiar los atardeceres y almacenarlos en la computadora; creía que de alguna u otra forma, podían diferenciarse. El tiempo había pasado tan rápido que eran las 20, y vio otro más, con nubes de aditivo y un rayo de sol débil, pero que intentaba atravesar los nimbos y estratos que quedaban en el naciente crepúsculo. Ya no llegaría a capturarlo porque tendría que salir, secarse, tomar la cámara, y eso demandaba. Con la oscuridad toda, llegaron las 21, y ahí salió para no volver a entrar. Agarró sus prendas mojadas y las dejó en el baño. Llenó la bañadera de agua. Quería sumergirse de nuevo y disfrutarlo. No sacó la cuenta de los minutos, pero fueron como 40. Tocaron la puerta y se aferró al borde, y preguntaron en lengua extranjera si estaba ahí. No era previsible. Anteriormente había dicho que él no se imaginaba una visita, una compañía que le borraría del cerebro la soledad, pero se dio. Era Marion, que vestía una bata blanca, y debajo, una bikini negra, que le quedaba muy bien. (¿Cómo entró? La madre del pibe le había hecho una copia de las llaves la primera vez que lo cuidó.) Tenía las cortinas cerradas, pero al percibir el silencio, sabía que tomaba un baño de inmersión, así que sin decir nada, se desvistió y entró. La vio, y se asustó demasiado, y preguntó. Lo calló al ponerle un dedo en los labios y susurrando. Con las manos mojadas, le acarició la cabeza y se la apoyó en los pechos, pero no pensó que Ariel se largaría a llorar, alegando que no toleraba estar lejos de su familia. “Sí, a los 18 años también se extraña, y si uno es pegado como yo, más”, justificaba. Ella seguía calmándolo con los dedos y pidiendo por favor, que sea fuerte y entienda que no todo es color de rosa, que no es una pérdida. Aparte, no iba a estar solo, estaría para hablar y entretenerse. Marion tomó su rostro demacrado y lo tocó, limpió sus lágrimas y le dio un besito en la frente. Él agradeció y ella se puso de espaldas, le besó el cuello y la espalda como retribución por acompañarlo, exprimía la esponja y el agua caía a propósito para generarle más placer. Este encuentro fue como bañarse mutuamente, porque ambos se apoderaron de esa esponja para darse momentos de regocijo, y también para comerse la boca y sentir las manos de uno en la piel del otro. No faltó el abrazo, ni tampoco los chistes o las cargadas que se realizaban. La salida fue definitiva, con ambos envueltos en toallas. Fueron a la habitación, donde se las arrancaron como animales y se dieron una nueva oportunidad de expresarse con el cuerpo y con las palabras, porque le gustaba mucho ser degradado, cosa que generaba mayor excitación. Mencionaba siempre a la “niñera” como una dominatrix, una defensora de la justicia que perseguía zánganos por infringir las leyes, y los hacía sufrir llenándolos de goce y humillación. No le importaba ser destruido a nalgadas o que lo copulen con las manos o con un consolador, precisaba ser poseído por la fuerza de esta mujer, al que le tenía admiración, respeto y confianza plena. Quería pertenecerle, convertirse en una propiedad, y obedecerla. Todo le estaba permitido a esta señorita extranjera de bello rostro, porque siempre sería impune de todo mal en la mente y en el corazón del púber. Compartieron la misma cama esa velada. El compromiso se renovó por esa treintena cada día: pasarían la tarde entre risas y salidas, y en la noche, sus deseos se transformarían en demonios incontrolables que los obligarían a necesitarse, a tenerse cerca, a explorarse y conformarse.

2 comentarios - La segunda función del club

Lady_GodivaII +2
Me gustó mucho toda la descripción del aburrimiento y el estado mental del protagonista, muy lindo
KaluraCD +1
La segunda función del club

Buena historia y muy bien narrada.
Delicada y sobria, un lujito.

Gracias por compartir 👍
Yo comenté tu post, la mejor manera de agradecer es comentando alguno de los míos...