Buenos dias.
Nuevamente traigo un relato que vi en una web y me gusto mucho.
Espero que a ustedes tambien les guste:
Llevábamos toda la vida viviendo las dos solas y mi madre jamás había llevado un hombre a casa. Ahora que yo empezaba a mantener relaciones aquello me parecía sorprendente. Aurora era una mujer imponente y siempre era el centro de atención de todo macho que se cruzaba en nuestro camino, incluyendo a mis amigos. Si yo en apenas unas semanas había logrado seducir a tres chicos distintos, su lista de conquistas debía ser enciclopédica. Pero ella se mantenía discreta y el destino de sus salidas nocturnas era un secreto para mí.
Aquella noche iba a ser la excepción. Después de mucho tiempo íbamos a salir juntas. Estaba emocionada. No sólo por lo que prometía la velada, sino por la identidad de nuestro anfitrión. Días atrás había tenido un encuentro fortuito con León, el dueño de un nuevo local en el centro que dijo conocer a mi madre. Cuando le hablé a Aurora de él ella palideció pero no tardó en llamarle para aceptar su invitación. Sin duda algo había en aquel hombre que la perturbaba.
Nos vestimos juntas ante el espejo jugueteando alegres con nuestra ropa y probándonos decenas de conjuntos distintos. Por fin nos decidimos. Vestidos cortos de noche ceñidísimos a nuestros esculturales cuerpos y que parecían incrementar la longitud de nuestras largas piernas. Ella de negro, yo de gris, ambas rubias y de ojos claros. Para ella era habitual lucir así en sus muchas salidas nocturnas, pero yo pocas veces me había sentido tan sexy y elegante. Hasta ese momento el arte de conseguir semejante efecto con la ropa era exclusiva de mi madre.
Al llegar al local lo encontramos aún en obras. Su entrada seguía siendo el largo pasillo oscuro que encontré en mi primera visita, pero el centro avanzaba a buen ritmo. Allí se estaba construyendo lo que me pareció la pasarela de un desfile de moda, algo inusual para una discoteca de ese tipo. Al subir las escaleras y cruzar una puerta que decía “Dirección” nos mostramos ante nuestro benefactor.
León, como el día que le conocí, vestía con elegancia una ropa hecha a la medida de su cuerpo perfecto. Era altísimo y sus músculos de ébano se marcaban bajo la tela blanca. A pesar de que debía rondar los cuarenta y tantos años, estaba en plena forma. Cruzó la estancia con una grácil seguridad, sujetó a mi madre por la cintura y la dio un breve beso en los labios.
-Aurora… -dijo con su voz grave marcada por un ligero acento.
-León… -respondió mi madre un tanto incómoda. Hizo amago de presentarme, pero él la interrumpió.
-Ya conozco a tu bebé, Aurora. Es una criatura de aspecto delicioso, como tú misma.
Aquel cumplido propio de un depredador apabulló tanto mi ánimo que creí que caería al suelo abatida. No tenía ni idea del motivo por el que aquel hombre hacía tanta mella en mi lujuria. No era capaz de dejar de mirarle, como una niña enamoradiza.
Durante la cena León se mostró simpático y amable. Los dos intercambiaron recuerdos, se pusieron al día y se escucharon como viejos amigos que tras años de separación por fin se reencontraban. Estaba claro que en el pasado su relación había sido muy íntima. Incluso en aquel momento, tras tanto tiempo separados, percibí un sutil flirteo cuando compartían confidencias cuyos secretos solo ellos conocían. Aquello dio paso a un coqueteo más físico. No podían dejar de tocarse. León apoyaba su mano en el muslo de mi madre y ella jugueteaba con los botones de la camisa que daban paso a sus pectorales.
Sentí que sobraba allí hasta que León centró en mí su mirada azulada, aquella que contrastaba de forma imposible con su piel negra.
-Te fuiste de nuestro lado sin despedirte Aurora. Ahora puedo ver el motivo. Qué dulce ejemplar de hembra has creado.
-Lo sé. Pero como comprenderás, León, una chica así necesita un entorno adecuado para crecer y la dedicación completa de su madre.
-Por supuesto, Aurora, no veas en mis palabras más que un halago a tus esfuerzos. El caso es que nunca pensé que tu belleza tuviera rival, pero aquí está ahora ante mí la prueba de que me equivocaba. Tu cría es una versión más joven de ti misma. Verla a ella aquí es como verte a ti entonces y me doy cuenta de que te eché mucho de menos.
Se hizo un incómodo silencio. Era evidente que guardaban muchos secretos y que hablaban en una clave que yo no comprendía.
-Disculpad, debo ir al baño. –Dijo mi madre para huir de aquella situación.
Al cerrar la puerta toda su incomodidad se trasladó a mí. Allí estaba, sola frente al hombre que había llenado mis pensamientos desde la última semana. Supe que debía sacar algún tema de conversación para no quedar como una chiquilla, pero solo se me ocurría preguntarle por mi madre. No quería hablar de ella con él. Quería hablar de mí.
-¿Qué te gustaría ser de mayor, bebé? –Preguntó él por suerte.
-No lo sé… me gustaría ayudar a la gente a mejorar sus vidas. Algo de cooperación, profesora tal vez.
-Vaya. Tienes unos planes que muestran una gran madurez para tu edad. Pero me refería a tus sueños. ¿Qué te gustaría ser en un mundo perfecto?
Pensé durante unos instantes. Me sentí muy avergonzada pero dije la verdad.
-Siempre he querido ser modelo.
-¿En serio? ¿Cómo tú mamá?
Asentí mientras me percataba de que León la había conocido durante aquella misteriosa etapa de su vida a la que ella solo hacía mención de pasada.
-¿Te ha dicho ella a qué me dedico?
-Pensé que el local era tuyo.
-Lo es, pero de algún sitio ha salido el dinero para pagarlo. Mira.
Con un gesto autoritario León me indicó que me acercara. Lo hice sin dudarlo. Me tomó por mi cintura y me guio hasta una sala contigua. Allí había todo un set de fotografía. Cámaras de todo tipo, objetivos, focos y luces. Y también sugerentes imágenes de mujeres de una belleza extraordinaria en unas poses que emanaban sexualidad, lujo y poder.
-Ya no trabajo en esto a nivel profesional. Ahora solo lo hago para amigas muy especiales. Mi plan es usar todas estas fotos para decorar el local… pero no termino de encontrar unas para el pasillo de la entrada…
Miró con descaro mi cuerpo, con una mirada propia de un profesional que cuestionaba mi valía.
-¿Crees que estarías a la altura?
-No lo sé… -dije con falsa modestia.
-Anímate. Quiero que vengas mañana a esta hora. Trabajo mejor de noche, sin nadie que moleste. ¿Vendrás?
-Lo intentaré. –Repuse haciéndome la interesante. Aquello era un sueño hecho realidad.
-Bien… -dijo León.- Ahora debería ir a buscar a tu madre. Da la impresión de que aún no ha logrado encontrar el lavabo. Espera aquí.
Salió y yo me dediqué a cotillear por aquel sitio mágico. No lo podía creer. Iba a ejercer como modelo gracias a aquel imponente hombre. Pasados unos minutos salí del hechizo en el que estaba sumida y me percaté de que llevaba demasiado tiempo sola. Sintiéndome abandonada en aquel lugar extraño me dispuse a buscar a mi madre.
Bajé por las escaleras y crucé el salón principal. Explorando tras las obras encontré un largo pasillo blanco y bien iluminado que conectaba decenas de habitaciones. Supuse que era una zona reservada para algún tipo de oficinas, tal vez un almacén. Del final de aquel corredor llegaba el sonido de unas voces. Caminé despacio, casi de puntillas, como si supiera que no debía llamar demasiado la atención. Mi discreción fue premiada con una imagen que perduraría siempre en mi memoria.
León sujetaba con fuerza el cuello de mi madre. La había empotrado contra una pared, separado sus piernas y levantado su vestido hasta la cintura. Mientras la besaba su otra mano exploraba con brío el interior de sus bragas. Cualquier persona normal, pensé, estaría ahora aterrada con lo que presenciaba. Yo, en cambio, no podía quitar ojo.
-León, por favor… no…
-Calla, Aurora. No quiero que abras más la boca sino es para gemir.
De un manotazo se libró de sus caras braguitas de encaje negro dejando su húmedo coño desvalido. Aplicó sus enormes dedazos a su clítoris y lo estimuló para desesperación de mi madre. Ella se revolvía de placer, pero la otra mano de aquel gigante seguía sujetándola por el cuello. Parecía muy pequeña e indefensa.
Ver a mi madre en aquella situación y la autoridad de las palabras de León hizo mella en mí. Estaba excitadísima, sentía que me sobraba la ropa y que mi cuerpo me pedía con urgencia una dosis de placer. Presenciar cómo aquel enorme macho negro masturbaba brutalmente a mi mamá me había nublado por completo el juicio. Sin poder evitarlo me subí la minifalda, aparté mi tanguita y me empecé a tocar. Estaba ya mojadísima y mis pezones erectos se marcaban bajo la tela del top como si la fueran a rasgar. Acaricié mi clítoris y me esforcé en aplacar mis gemidos. Por un momento pensé en lo que estaba haciendo. ¿Y si me descubrían?
Me sentí cohibida pero supe que no podía parar. Mi cuerpo me lo impedía. Lamí la palma de mi mano, palmeé mi coño y me masturbé con mayor dedicación. León estaba llevando a mi madre a un orgasmo de leyenda. Ella estaba perdida y chorreaba. Por sus muslos se deslizaban torrentes de flujo que llegaban hasta sus zapatos de tacón. Yo, por mi parte, estaba poseída por un demonio que me obligaba a continuar. Emocionada por los chillidos de placer que lanzaba mi madre, me corrí. Con una mesura espartana logré hacerlo en silencio.
Poco a poco recuperé mi cordura. Me arreglé el vestido y me pegué a la pared para evitar ser descubierta. Ahora ya no les veía, pero sí podía escucharles. Estaba claro que mi madre también había recuperado la compostura tras su orgasmo.
-Ya no hago estas cosas, León. –Dijo ella.
-No, ya sé que gratis no.
-¿A qué te refieres?
-¿Crees que no sé que has vuelto a tus viejos hábitos?
-No sé lo que habrás oído, pero ya no hago estas cosas.
-Claro que sí, Aurora. Las zorritas como tú nunca cambian. Solo adquieren nuevas formas y malas costumbres. ¿Me harás pagar la próxima vez?
-No habrá próxima vez, León. Tú tampoco has cambiado nada. Esto ha sido un error.
No podía creer lo que escuchaba. Era incapaz de encontrarle el sentido a aquellas palabras. Regresé a toda prisa al local principal para no ser descubierta y fingí esperar allí. Segundos después mi madre y León aparecieron sonrientes como si hubieran venido de fumarse un cigarrillo.
-Ha sido una noche agradable pero nos vamos a ir ya.
-Qué lástima que no podáis quedaros un rato más. Sería agradable repetir pronto.
-Ha sido bonito volverte a ver, León, pero estoy muy ocupada. –Repuso ella.
-Entiendo. –Aceptó León.
Besó a mi madre a modo de despedida y ella salió como alma que lleva el diablo. Cuando me dispuse a seguirla León me detuvo.
-Y a ti, bebé, ¿podré verte mañana?
Con todo lo que había ocurrido había olvidado por completo su oferta. Asentí con alegría y él me sonrió. Cogió mi mano con aparente dulzura y la llevó a sus labios en un beso que parecía estar cargado de cortesía. Pero cuando se acercaban mis dedos a su boca, me miró a los ojos.
-Qué bien hueles… -Susurró.
¡Había captado el olor de mi coño en mis dedos! Estaba claro que la esencia de mi reciente masturbación no pasaba desaperciba para él. Estaba roja de vergüenza y calentura. Corrí abochornada hacia la salida. No podía creer el estado de mi propio cuerpo en aquel momento. Temblaba tanto que hasta mi madre se percató. Aun así, el silencio entre ambas fue absoluto durante el viaje de vuelta y aquella quietud se prolongó durante el día siguiente, tan solo rota por respuestas evasivas ante mis muchas preguntas sobre León.
No podía dejar de pensar en él. Me maravillaba su físico maduro y su actitud. Se mostraba ante mí cercano, seductor y seguro de sí mismo pero con mi madre era completamente distinto. Parecía que con ella se permitía dar rienda suelta al macho que llevaba dentro. Rememoraba aquella imagen de él tocándola sin pudor alguno, como si aún después de tanto tiempo ella siguiera perteneciéndole y la envidié. Estaba nerviosa ante mi inminente cita con él, pero sentí que de acudir traicionaría a mi madre. Ella parecía estar atribulada por un problema que afectaba a su ánimo. Por primera vez en meses se fue antes que yo a la cama.
Me quedé sola con mi mente inquieta. León ocupaba todos mis pensamientos y mi cuerpo reaccionaba a su recuerdo. Llevé mi mano al interior de mi tanguita y al sentirme ya mojada no pude aguantar más. Necesitaba verle de nuevo. Me vestí para la guerra. Una minifalda diminuta que había llevado siendo niña, un top minúsculo con sugerentes transparencias, los tirantes de mi tanga revelándose traviesos por mis caderas, mis larguísimas piernas culminando en unos vertiginosos tacones…
Me escabullí de casa procurando no despertar a mi madre. Durante el trayecto, primero en bus y luego caminando por la ciudad, llamé la atención de todo macho viviente. Sus miradas lascivas, sus brutales piropos, sus comentarios groseros y sus torpes acercamientos inflaron mi ego. Todo se desvaneció cuando llegué a las puertas del local de León y me adentré en aquel pasillo oscuro y maldito.
Dentro, sobre la pasarela, tres imponentes chicas desfilaban en ropa interior. Posaban con una gracia profesional mientras León pivotaba a su alrededor tomando fotografías. Su sensualidad era tan impactante que me sentí despreciable a su lado. Al descubrirme León paró.
-Señoritas, se ha hecho muy tarde. Seguiremos mañana.
Aquellas ninfas de belleza única abandonaron el lugar dedicándome miradas de displicencia. León al observar mi aspecto le noté frío y un tanto asqueado. Tanto rechazo hundía mi ánimo. Pensaba que estaba irresistible pero había quedado claro que no era así. Entramos en su estudio, me señaló dónde colocarme y él comenzó a preparar su equipo.
-Pensé que esto sería una discoteca. –Dije por romper el hielo.
-¿Lo dices por la pasarela y las modelos? Lo será… pero también algo más exclusivo. ¿Preparada?
-¿Qué tengo que hacer?
-Obedecer.
León comenzó a darme órdenes sobre cómo debía mostrarme ante él. “Mírame”. “Sonríe”. “Abre los labios”. “Las manos en las caderas”, “Las piernas algo más separadas…” Todo aquello se convirtió en un erótico juego para mí. Por algún motivo me excitaba exhibirme ante él a su capricho. Seguir sus órdenes, posar, sentirme capturada por el objetivo me hacía sentir sexy y poderosa. Sin embargo León no parecía demasiado complacido.
-Está bien. Hemos acabado. Esto ha sido un error.
-¿Cuál es el problema?
-El problema es que no eres Aurora. –Dijo sin contemplaciones hundiendo mi mundo por completo.
-¿Qué tiene ella que no tenga yo? –Aquella pregunta resumía la historia de mi vida.
-¿Es que realmente crees estar a su altura?
Aquello hirió mi orgullo. ¿Cómo se atrevía a ningunearme así, como si fuera una versión torpe de mi madre, una falsificación de un producto de lujo? Tomé la iniciativa. No volvería a ser tratada como una niña. Caminé hacia él y pegué mi cuerpo al suyo. Me puse de puntillas y le besé. Por un momento él pareció no querer seguir mi juego, pero el contacto con mi perfecto cuerpo adolescente le encendió. León empezó a regalarme un beso largo y profundo, propio de un hombre maduro, que nada tenía que ver con los de los chicos de mi edad.
Sus manos enormes recorrieron mi espalda y acabaron en mi culito, apenas cubierto por aquella diminuta minifalda. León la levantó y empezó a sobar mis glúteos. Sentía cómo sus manos los masajeaban separándolos. Llevado por la lujuria me dio un sonoro azote que me volvió loca por completo. Llevé mis manos a su bragueta, donde una erección surrealista empezaba a tomar forma. Cuando notó cómo empezaba a bajar la cremallera, me apartó.
-Tranquila perrita. –Dijo para mi estupor. –Ya te he dicho que no estás a su altura.
León se alejó de mí, rio a carcajadas y me dejó al borde del llanto. Agaché la cabeza para no mostrar mi estado de ánimo y le perdí de vista. Un flash me cegó. Había tomado una fotografía de mí y, como por arte de magia, la vi de inmediato proyectada en la pared opuesta. Se acercó a mí para contemplarla, pegándose a mi espalda. A pesar de mi altura, era minúscula frente a su cuerpo.
-Mírate. –Me susurró- ¿Qué ves?
-A mí.
-No, esa no eres tú. Es un personaje que interpretas. Vas disfrazada.
-¿De qué?
-De puta barata. Y esa no eres tú.
Sus palabras y su agresividad, a pesar de su tono calmado, me asustaron.
-Tú debes ir de puta cara, bebé. Como tu mamá.
Tragué saliva e hice lo posible por aguantar las lágrimas.
-Y ahora vete. Vuelve con ella. Déjame.
Salí de allí desolada. Estaba tan abatida que llegué a casa sin sentir haber recorrido la distancia que me separaba de ella. Al día siguiente tanto Aurora como yo parecíamos almas en pena. No dejaba de escuchar una y otra vez las palabras de desprecio que me había dedicado León. Como semanas atrás, antes de empezar a disfrutar del sexo por primera vez en mi vida, me sentía una niña ensombrecida por la belleza de mi madre.
A media tarde llamaron a la puerta con contundencia. En la puerta un chico me entregó un enorme paquete sin decir ni la más mínima palabra. Lo abrí intrigada comprobando antes que estaba a solas. En su interior encontré primero un álbum de fotos. Al hojear su interior encontré lo que esperaba. Eran las fotografías que León me había hecho el día anterior. Para mi desconsuelo todas ellas estaban tachadas por una cruz roja, como simples descartes. Algunas, para mi enorme dolor, incluso llevaban comentarios como “Lamentable” “Qué desperdicio” o simplemente “¡No!”. Hice acopio de todas mis fuerzas para abrir el segundo álbum que contenía el paquete.
Las fotografías mostraban a una mujer de un físico envidiable. Su potente silueta se contorneaba en un ajustado vestido de noche. Toda la fotografía emanaba sofisticación. Las notas escritas al pie de cada foto eran muy diferentes a las mías. “Belleza”, “Elegancia”, “Sensualidad”, “Morbo”, “Poder”. Eran descripciones que me parecieron muy adecuadas. Cada instantánea era más provocativa que la anterior, pero siempre erótica y sugerente. La modelo iba perdiendo ropa con un glamour envidiable. Mostraba poco a poco su vientre plano, sus piernas largas, sus pechos rotundos. Llegué a la última imagen, en la que ella estaba ya del todo desnuda mostrando sus celestiales encantos a la cámara. Aurora, mi madre, miraba al objetivo con una mirada de un azul ardiente. Debía tener más o menos mi edad cuando se las tomaron.
Estuve a punto de lanzar el paquete al jardín y subir a mi habitación para llorar sobre mi cama. Aquella era la enésima humillación que me dedicaba León. En cambio, dejé los álbumes y exploré el interior del paquete. Aparté dos delicadas pieles de envoltorio para develar el vestido que había debajo. Era un impresionante modelo de noche, exactamente el mismo que había vestido mi madre en el set del álbum. Junto a él, los mismos zapatos de tacón y una nota. “Un vestido así se lleva sin ropa interior.”
No pude esperar a probármelo. Me desnudé por completo y me vestí con calma. Ante el espejo me contemplé. Era largo, ajustado y muy sugerente. Se ceñía a mi silueta desvelando partes de mi anatomía que resaltaban aún más mi sensualidad. Nunca había recibido un regalo así pero pronto me di cuenta de que no era un obsequio para mí, sino para él mismo. León quería que acudiera a él así vestida. No lo dudé ni un momento.
La reacción de los hombres que se cruzaron en mi camino aquella noche fue muy diferente a la de la anterior. Me miraban con lujuria, pero también con respeto. A mi alrededor parecía haber una esfera protectora que los alejaba de mí. Supuse que ese era el cometido de aquella ropa, señalar al mundo entero que no me merecía.
Cuando León me vio se mostró complacido del resultado que había logrado. Me había convertido en toda una mujer. La mujer que él siempre había deseado. Me había transformado en Aurora, aquella Aurora joven, tierna y sensual que le había conquistado en su juventud y que él tanto añoraba.
-¿Llevas ropa interior?
-No.
-Has obedecido entonces.
-Sí.
-Bien. Me seguirás obedeciendo, bebé. Posa para mí. Ya sabes cómo.
Lo sabía. Me esmeré en recrear los movimientos con los que, años atrás, mi propia madre había posado para él. Usé todo mi encanto para conquistar a la cámara y al hombre tras ella. Me sentía así sugerente pero no chabacana, provocativa sin caer en el descaro. Tenía el ardor de una cortesana y el aspecto de una princesa. León estaba más que satisfecho. Sudaba, sonreía y en su entrepierna empecé a vislumbrar el efecto de una notable erección. ¡Estaba excitando a aquel hombre! Me doblaba la edad, quien sabe si la triplicaría, y mi cuerpo, mi pose, mi obediencia a sus palabras, estaban volviéndole loco.
-¿Qué quieres de mí, bebé?
-Quiero… -pensé unos momentos- …quiero…
-Quieres que te enseñe a ser tratada como ella, ¿verdad? Provocar el mismo efecto en los hombres que ella. Ser adorada como ella. ¿Cierto?
No tenía secretos para él. Parecía conocerme mejor que yo misma. Me sentía excitada y mi cuerpo empezó a responder. Como si él lo percibiera, se detuvo.
-Dime. ¿Quieres que te trate como a ella?
-Sí.
-Bien. Desnúdate, poco a poco, mirándome.
Empecé a desvestirme pero estaba tan nerviosa y excitada que mis manos temblaban. Era incapaz de coordinar mis movimientos. Estaba fuera de mí. Él, harto, se acercó a mí, se colocó a mi espalda y empezó a bajar lentamente mi vestido. Noté su aliento en mi cuello mientras me libraba de mi ropa. Me contempló desnuda y supe por primera vez de mi poder sobre él. Estaba extasiado con lo que veía, lo noté. Por unos segundos sus ojos se recrearon en mi largo cabello rubio cayendo sobre mis hombros, mis labios gruesos, mis pequeños pechos enhiestos, en mi piel blanca y tersa, mi vientre plano, mi coñito apenas cubierto de vello dorado, mis piernas infinitas… Supe también que no me veía a mí, sino a una versión actualizada de Aurora. No me importó. Estaba a mil.
-¿Has visto cómo estás? –Me preguntó. -Ya estás chorreando, bebé. Presta atención.
No mentía. Estaba mojada y el brillo de mis flujos marcaba la piel de mi pubis. Sacó una nueva fotografía y me vi expuesta en la pared por el proyector. Me contemplé sabiéndome transformada. Ya no era aquella pija disfrazada que León había señalado, sino una belleza implacable, desatada, despiadada. Mi propia imagen logró encenderme aún más.
-Sé que nos viste aquella noche. Y sé que te gustó. Dime por qué.
-Me pareció morboso.
-Eso no es una respuesta. Di la verdad. ¿Te puso cachonda ver cómo usaba a tu mamá?
-Sí.
-Dilo.
-Me puso cachonda ver cómo la usabas.
-Ya lo sé, cielo. Ya sé que no puedes evitar ser tan zorrita. Es hereditario.
Vino por fin a mí aquel hombre maduro, grande, sensual y autoritario. Me atrajo a su cuerpo y me besó. Fue, como la noche anterior, un beso firme, lascivo, húmedo. Sólo aquel contacto con sus labios me producía un placer enorme. Sus manos comenzaron a sobar mi cuerpo, como si intentaran recobrar el contacto perdido horas atrás. Ahí, desnuda y expuesta ante él, intenté recobrar algo de ventaja manoseando la titánica erección que intentaba escapar pulsante de su pantalón.
-De rodillas.
Obedecí de inmediato. Él abandonó mi lado un instante, buscó algo y caminó hacia mí. Era una venda de seda que colocó en mis ojos cegándome por completo. Supuse que lo hacía por motivos artísticos, ya que cegarme a esas alturas no tenía sentido. Pero no pregunté, no rechisté, no me moví ni lo más mínimo. Lo acepté y esperé.
-Abre un poco la boca. Solo separar tus labios.
Lo hice y pude escuchar el click de la cámara captando el momento.
-Un poco más… -Otro click- Saca tu lengua… -Y otro click más.- Y ahora dime. ¿Qué quieres? Sé sincera.
-Quiero tu polla. –Lo dije sin importarme nada más que obtenerla.
-Pídelo.
-Dame tu polla, por favor.
-Saca tu lengua.
No ocurrió lo que esperaba, sino que le escuché escupir y noté cómo al instante su saliva caía en mi lengua. Me sorprendió aguantar aquello sin moverme un ápice. A él le ocurrió lo mismo, ya que no pudo reprimir un gemido de admiración. Escuché el sonido de una bragueta al bajarse y cómo su mano masturbaba unos segundos su polla. Por fin recibí mi premio. Una gigantesca barra de carne chocó con brutalidad contra mi lengua, impregnándose de la saliva de su dueño que allí yacía mezclada con la mía. Escuché cómo en ese momento, otra fotografía era hecha. Todo aquel proceso iba a ser bien documentado. Golpeó mi lengua unas cuantas veces con su capullo y luego poco a poco introdujo su polla en mi boca. Era tan grande que tuve que separar al máximo mis mandíbulas.
-Te voy a dar la oportunidad de demostrar qué sabes hacer, bebé. Tengo la teoría de que chupar pollas es algo natural en ti, como lo era en Aurora. No me decepciones.
Con semejante incentivo añadido a la surreal calentura que me gobernaba, me afané en hacer la primera mamada de mi vida. Con los niñatos que me habían follado jamás había tenido un momento así. Pero ahora estaba con un hombre. Intuí que el uso de mis manos quedaba prohibido y que solo el de mi boca era permitido.
Rodeé aquella inmensa verga con mis labios y empecé a mover mi cabeza. Tenía un sabor infame pero adictivo. La saboreé con cada chupada y mi afán alteró el ritmo respiratorio de León. Notaba cómo aquella gigantesca erección cobraba fuerza y cómo su dueño empezaba a suspirar. El chapoteo de mi saliva era el otro sonido audible para mí.
-Buf, mejor qué tu mamá, bebé. Mucho mejor que tu mamá…
Aquello me volvió loca. No sé qué había en aquella comparación pero oírla salir de su boca aumentó mi espíritu competitivo. Aceleré el ritmo y vi cómo la saliva producida chorreaba por mi barbilla y mi cuello y mis pechos… Estuve a punto de atragantarme por mi propio ímpetu y su enorme tamaño. Él se retiró y me despojó de mi venda. Le vi por fin desnudo ante mí. Era un gigante, tan alto desde mi posición de rodillas ante él, que su rostro parecía lejano. Su cuerpo era un sueño, moldeado por el ejercicio para crear una musculatura escultural. Pero lo que me fascinó fue su polla.
Era un trozo de carne negra más grande que mi antebrazo. Estaba coronada por un enorme glande y de ella pendían dos oscuros huevos gordos. León, satisfecho por mi reacción ante aquella mastodóntica obra de arte, la cogió por la base y me abofeteó con ella. A pesar del pequeño dolor, ver cómo aquella verga era más grande que mi cara me encantó. Volví a meterla en mi boca hambrienta y la chupé lo mejor que pude. Por un momento mientras succionaba, no pude evitar mirar a la cámara.
León castigó entonces mi distracción. Me cogió la cabeza y la apretó contra su erección. Noté cómo aquella impía barra dura se sumía en el fondo de mi garganta y cómo él, a continuación, empezaba a follarse brutalmente mi boca. Solo cuando estuve a punto de vomitar por las arcadas él se detuvo.
-Respira, bebé. Respira. Escupe todo eso, aunque no sé si babeas más por la boca o por el coño.
No me había percatado, concentrada como estaba en aquella mamada, pero estaba tan mojada que había impregnado el suelo con mis flujos formando un fascinante charquito. Ahí fue cuando mi coño se reveló y pidió lo suyo. No deseaba nada más en el mundo que ser penetrada por aquel pollón de ébano. León notó mi ansia y se apiadó de mí.
-A cuatro patas. Culito en pompa.
Obedecí adoptando la postura que me había ordenado. Sabía que aquella pose era una delicia erótica para él. León inmortalizó mi apetecible culito y luego se concentró en masajear mis glúteos usando la enorme cantidad de flujo que había bañado mis muslos.
Así comenzó la tortura. Lejos de penetrarme como ansiaba con locura, León empezó a rozar mi clítoris hinchado con su duro glande. Su capullo se deslizaba por mis labios abiertos y me golpeaba causando oleadas de placer. Me sorprendí ronroneando de deseo, casi suplicando porque me la metiera. León se mostró cruel y mantuvo su castigo durante minutos. La punta de su enorme polla y su tronco casi infinito acariciaban sin descanso la entrada de mi coño ávido por ser follado. Sin embargo, mi anatomía empezó a responder a aquel lúbrico roce y me corrí como nunca antes. No lo entendía, pero toda mi sexualidad no dejaba de proporcionarme placer. Estaba fuera de control y solo sabía que quería más. León rio ante la visión de mi cuerpo convulsionado y derrotado por mi intenso orgasmo.
-¿Te corriste ya, bebé? –Preguntó al cesar mis movimientos involuntarios.
-Siii. –Balbuceé al borde del llanto.
-¿Lo dejamos ya entonces? –Bromeó con crueldad.
-Nooo. Fóllame. ¡Fóllame por favooor! –De repente era una pobre estúpida sobrepasada por sus pulsiones.
-Eso es rubita. Eso es lo que has querido siempre. Bien dicho.
Apoyó entonces su brutal empalmada entre mi culo y lo deslizó por mis glúteos hasta que su glande estuvo a la entrada de mi hambriento chochito. León, para mi sorpresa, no me la metió de una brutal estacada, sino que se tomó su tiempo para dilatar mi vagina para que fuera esta la que se amoldara a su gigantesca polla. En aquella noche de nuevas sensaciones, me sorprendí de cómo mi pequeño sexo recibía sin problemas aquel enorme trozo de carne negra y dura. Cuando me tuvo abierta inició una penetración infinita hasta sumir poco a poco toda su empalmada en mi coño. Noté entonces cómo sus grandes huevos me golpeaban. León, hendido en mí, inició un vaivén delicioso. Comprendí que estaba siendo gentil conmigo, que de algún modo sabía que aquello me estaba provocando un placer incomparable, nunca antes sentido. Gemía sin control por tanto gozo.
Aceleró el ritmo de sus embestidas haciéndolas primero más intensas y luego directamente brutales. El ruido de aquellos golpes de su inmenso cuerpo chocando contra mi pequeña anatomía era una auténtica sinfonía. Me cogió de mi larga melena rubia y tiró de ella, acelerando aún más su follada. Me empecé a correr con intensidad. Aquel sí era un hombre de verdad follándose mi coñito como siempre había soñado, no un estúpido niñato incapaz de controlarse. Chillé de gusto como si me rompieran y rota me sentí al bañar de flujos su polla y ver cómo por fin se retiraba de mí. Estaba abierta y vacía y hasta mi cuerpo quedó así a la espera de ser rellenado de nuevo. Quería más. Era insaciable.
-¿Has visto cómo lo has pringado todo? –Dijo León señalando el charco de flujos sobre el que ahora reposaba mi cuerpo mientras masturbaba su propia erección aún insatisfecha.
-Más... –pedí con la cara más sexy que pude componer.
Tan ardiente era mi expresión que León no se resistió a capturarla con su cámara.
-Más… Quiero más… -repetí.
León no se contuvo y empezó a sobarme con descaro. Masajeó mis pechos y acarició mi coño como si le pertenecieran. Se colocó entre mis piernas y tuve que abrirlas por completo para recibir su enorme cuerpo. Cogió mi cuello, dio dos fuertes palmadas en mi coño y de un empujón me metió su polla. Las dimensiones de León eran incomparables a las de mis anteriores amantes. Su verga era deliciosa. Ahora sin demora, sin preliminares, me empezó a follar con una pericia adquirida por años de experiencia.
Me encantaba cómo me estaba follando, con aquella fortaleza masculina propia de su edad. Apretó mi cuello privándome casi de respiración y adquirió un ritmo casi animal. Me perforaba con fiereza mientras mi oxígeno parecía agotarse. Por fin llegó mi enésimo orgasmo y él, incapaz de contenerse ante las convulsiones de placer que me había provocado, salió rápidamente de mí dispuesto a correrse.
-De rodillas. –Me ordenó mientras se incorporaba.
Aún extasiada por aquella oleada de orgasmos que me había provocado aquel lascivo maduro, me coloqué a sus pies. León apretó su erección intentando posponer su inminente corrida mientras tiraba de mi pelo exponiendo mi cara a su gigantesca polla.
-Voy a llenarte de leche tu cara, putita. Abre la boca.
La abrí todo lo que pude, sacando mi lengua receptiva y abriendo mis ojos para no perder detalle. Sin tan siquiera masturbase el liberó su polla y esta lanzó un enorme y violento chorro contra mi carita, seguido por otros tantos que impregnaron mi rostro de lefa espesa y blanca. León gemía y yo me relamía ante tan suculento manjar deslizándose por mis labios.
León cogió la cámara y se aseguró de captar al detalle aquel momento. Me sentía en aquel momento como una diosa de la sexualidad usada por aquel macho. Cuando por fin posó su cámara y me miró agotado supe que por fin aquella locura había terminado. Al menos por aquella noche.
Me señaló el lugar donde se encontraba su baño privado. Me contemplé a solas frente al espejo. Mi pelo estaba revuelto, sucio y sudado. Mi cara cubierta del semen de aquel gigante negro. Mi coño irritado. Entré en la ducha desprendiéndome de sus fluidos y mi cabeza por fin se serenó lo suficiente como para analizar toda aquella situación. León se había follado a mi madre en el pasado y ahora que ella le había rechazado me había convertido en un simple repuesto de mi progenitora.
Pensé en ella, en lo que pensaría al verme sometida por el mismo hombre que la había domado en su juventud. Me sentí asqueada conmigo misma y mucho más al comprender que no veía el momento de repetir una sesión así. Salí de la ducha, me envolví en una toalla y al no encontrar allí a León me eché en un sofá. Me despertó horas después.
-Un regalo para ti… por tus servicios. –Dijo al tenderme un paquete.
Estaba siendo comprada pero aquello lejos de ofenderme, me excitó. ¿Cómo podía reaccionar así ante semejante ofensa? Lo abrí y me puse el elegante vestido que había dentro. Era un dos piezas de corte ejecutivo, con una blusa ceñida al cuerpo complementada por una falda corta pero sofisticada. Él me contempló.
-Perfecta. Ven. Tengo algo que enseñarte.
Bajé por las escaleras y crucé la sala ante las miradas lujuriosas de los obreros que ya trabajaban allí. En el pasillo me detuvo León. Ahora aquel tenebroso lugar estaba iluminado por una serie de pantallas que mostraban un doble fotomontaje. En un lado se proyectaban las imágenes de un set antiguo, uno que mostraba a la Aurora joven posando desnuda. En el otro lado estaba yo, expuesta a todo detalle en cada imagen.
-He aquí pasado y presente vinculados por la misma transformación. Madre e hija en todo su esplendor. Ambas bellas, putas y mías.
Miré entonces a aquel hombre y supe en ese mismo instante que su intención jamás había sido la de convertirme en Aurora y sustituirla a su lado. La lujuria presente en sus ojos mientras veía aquellas imágenes de su amada, mi madre, años atrás, me hizo consciente de que me había usado como un medio para conquistarla. León no pararía hasta lograrlo.
Nuevamente traigo un relato que vi en una web y me gusto mucho.
Espero que a ustedes tambien les guste:
Llevábamos toda la vida viviendo las dos solas y mi madre jamás había llevado un hombre a casa. Ahora que yo empezaba a mantener relaciones aquello me parecía sorprendente. Aurora era una mujer imponente y siempre era el centro de atención de todo macho que se cruzaba en nuestro camino, incluyendo a mis amigos. Si yo en apenas unas semanas había logrado seducir a tres chicos distintos, su lista de conquistas debía ser enciclopédica. Pero ella se mantenía discreta y el destino de sus salidas nocturnas era un secreto para mí.
Aquella noche iba a ser la excepción. Después de mucho tiempo íbamos a salir juntas. Estaba emocionada. No sólo por lo que prometía la velada, sino por la identidad de nuestro anfitrión. Días atrás había tenido un encuentro fortuito con León, el dueño de un nuevo local en el centro que dijo conocer a mi madre. Cuando le hablé a Aurora de él ella palideció pero no tardó en llamarle para aceptar su invitación. Sin duda algo había en aquel hombre que la perturbaba.
Nos vestimos juntas ante el espejo jugueteando alegres con nuestra ropa y probándonos decenas de conjuntos distintos. Por fin nos decidimos. Vestidos cortos de noche ceñidísimos a nuestros esculturales cuerpos y que parecían incrementar la longitud de nuestras largas piernas. Ella de negro, yo de gris, ambas rubias y de ojos claros. Para ella era habitual lucir así en sus muchas salidas nocturnas, pero yo pocas veces me había sentido tan sexy y elegante. Hasta ese momento el arte de conseguir semejante efecto con la ropa era exclusiva de mi madre.
Al llegar al local lo encontramos aún en obras. Su entrada seguía siendo el largo pasillo oscuro que encontré en mi primera visita, pero el centro avanzaba a buen ritmo. Allí se estaba construyendo lo que me pareció la pasarela de un desfile de moda, algo inusual para una discoteca de ese tipo. Al subir las escaleras y cruzar una puerta que decía “Dirección” nos mostramos ante nuestro benefactor.
León, como el día que le conocí, vestía con elegancia una ropa hecha a la medida de su cuerpo perfecto. Era altísimo y sus músculos de ébano se marcaban bajo la tela blanca. A pesar de que debía rondar los cuarenta y tantos años, estaba en plena forma. Cruzó la estancia con una grácil seguridad, sujetó a mi madre por la cintura y la dio un breve beso en los labios.
-Aurora… -dijo con su voz grave marcada por un ligero acento.
-León… -respondió mi madre un tanto incómoda. Hizo amago de presentarme, pero él la interrumpió.
-Ya conozco a tu bebé, Aurora. Es una criatura de aspecto delicioso, como tú misma.
Aquel cumplido propio de un depredador apabulló tanto mi ánimo que creí que caería al suelo abatida. No tenía ni idea del motivo por el que aquel hombre hacía tanta mella en mi lujuria. No era capaz de dejar de mirarle, como una niña enamoradiza.
Durante la cena León se mostró simpático y amable. Los dos intercambiaron recuerdos, se pusieron al día y se escucharon como viejos amigos que tras años de separación por fin se reencontraban. Estaba claro que en el pasado su relación había sido muy íntima. Incluso en aquel momento, tras tanto tiempo separados, percibí un sutil flirteo cuando compartían confidencias cuyos secretos solo ellos conocían. Aquello dio paso a un coqueteo más físico. No podían dejar de tocarse. León apoyaba su mano en el muslo de mi madre y ella jugueteaba con los botones de la camisa que daban paso a sus pectorales.
Sentí que sobraba allí hasta que León centró en mí su mirada azulada, aquella que contrastaba de forma imposible con su piel negra.
-Te fuiste de nuestro lado sin despedirte Aurora. Ahora puedo ver el motivo. Qué dulce ejemplar de hembra has creado.
-Lo sé. Pero como comprenderás, León, una chica así necesita un entorno adecuado para crecer y la dedicación completa de su madre.
-Por supuesto, Aurora, no veas en mis palabras más que un halago a tus esfuerzos. El caso es que nunca pensé que tu belleza tuviera rival, pero aquí está ahora ante mí la prueba de que me equivocaba. Tu cría es una versión más joven de ti misma. Verla a ella aquí es como verte a ti entonces y me doy cuenta de que te eché mucho de menos.
Se hizo un incómodo silencio. Era evidente que guardaban muchos secretos y que hablaban en una clave que yo no comprendía.
-Disculpad, debo ir al baño. –Dijo mi madre para huir de aquella situación.
Al cerrar la puerta toda su incomodidad se trasladó a mí. Allí estaba, sola frente al hombre que había llenado mis pensamientos desde la última semana. Supe que debía sacar algún tema de conversación para no quedar como una chiquilla, pero solo se me ocurría preguntarle por mi madre. No quería hablar de ella con él. Quería hablar de mí.
-¿Qué te gustaría ser de mayor, bebé? –Preguntó él por suerte.
-No lo sé… me gustaría ayudar a la gente a mejorar sus vidas. Algo de cooperación, profesora tal vez.
-Vaya. Tienes unos planes que muestran una gran madurez para tu edad. Pero me refería a tus sueños. ¿Qué te gustaría ser en un mundo perfecto?
Pensé durante unos instantes. Me sentí muy avergonzada pero dije la verdad.
-Siempre he querido ser modelo.
-¿En serio? ¿Cómo tú mamá?
Asentí mientras me percataba de que León la había conocido durante aquella misteriosa etapa de su vida a la que ella solo hacía mención de pasada.
-¿Te ha dicho ella a qué me dedico?
-Pensé que el local era tuyo.
-Lo es, pero de algún sitio ha salido el dinero para pagarlo. Mira.
Con un gesto autoritario León me indicó que me acercara. Lo hice sin dudarlo. Me tomó por mi cintura y me guio hasta una sala contigua. Allí había todo un set de fotografía. Cámaras de todo tipo, objetivos, focos y luces. Y también sugerentes imágenes de mujeres de una belleza extraordinaria en unas poses que emanaban sexualidad, lujo y poder.
-Ya no trabajo en esto a nivel profesional. Ahora solo lo hago para amigas muy especiales. Mi plan es usar todas estas fotos para decorar el local… pero no termino de encontrar unas para el pasillo de la entrada…
Miró con descaro mi cuerpo, con una mirada propia de un profesional que cuestionaba mi valía.
-¿Crees que estarías a la altura?
-No lo sé… -dije con falsa modestia.
-Anímate. Quiero que vengas mañana a esta hora. Trabajo mejor de noche, sin nadie que moleste. ¿Vendrás?
-Lo intentaré. –Repuse haciéndome la interesante. Aquello era un sueño hecho realidad.
-Bien… -dijo León.- Ahora debería ir a buscar a tu madre. Da la impresión de que aún no ha logrado encontrar el lavabo. Espera aquí.
Salió y yo me dediqué a cotillear por aquel sitio mágico. No lo podía creer. Iba a ejercer como modelo gracias a aquel imponente hombre. Pasados unos minutos salí del hechizo en el que estaba sumida y me percaté de que llevaba demasiado tiempo sola. Sintiéndome abandonada en aquel lugar extraño me dispuse a buscar a mi madre.
Bajé por las escaleras y crucé el salón principal. Explorando tras las obras encontré un largo pasillo blanco y bien iluminado que conectaba decenas de habitaciones. Supuse que era una zona reservada para algún tipo de oficinas, tal vez un almacén. Del final de aquel corredor llegaba el sonido de unas voces. Caminé despacio, casi de puntillas, como si supiera que no debía llamar demasiado la atención. Mi discreción fue premiada con una imagen que perduraría siempre en mi memoria.
León sujetaba con fuerza el cuello de mi madre. La había empotrado contra una pared, separado sus piernas y levantado su vestido hasta la cintura. Mientras la besaba su otra mano exploraba con brío el interior de sus bragas. Cualquier persona normal, pensé, estaría ahora aterrada con lo que presenciaba. Yo, en cambio, no podía quitar ojo.
-León, por favor… no…
-Calla, Aurora. No quiero que abras más la boca sino es para gemir.
De un manotazo se libró de sus caras braguitas de encaje negro dejando su húmedo coño desvalido. Aplicó sus enormes dedazos a su clítoris y lo estimuló para desesperación de mi madre. Ella se revolvía de placer, pero la otra mano de aquel gigante seguía sujetándola por el cuello. Parecía muy pequeña e indefensa.
Ver a mi madre en aquella situación y la autoridad de las palabras de León hizo mella en mí. Estaba excitadísima, sentía que me sobraba la ropa y que mi cuerpo me pedía con urgencia una dosis de placer. Presenciar cómo aquel enorme macho negro masturbaba brutalmente a mi mamá me había nublado por completo el juicio. Sin poder evitarlo me subí la minifalda, aparté mi tanguita y me empecé a tocar. Estaba ya mojadísima y mis pezones erectos se marcaban bajo la tela del top como si la fueran a rasgar. Acaricié mi clítoris y me esforcé en aplacar mis gemidos. Por un momento pensé en lo que estaba haciendo. ¿Y si me descubrían?
Me sentí cohibida pero supe que no podía parar. Mi cuerpo me lo impedía. Lamí la palma de mi mano, palmeé mi coño y me masturbé con mayor dedicación. León estaba llevando a mi madre a un orgasmo de leyenda. Ella estaba perdida y chorreaba. Por sus muslos se deslizaban torrentes de flujo que llegaban hasta sus zapatos de tacón. Yo, por mi parte, estaba poseída por un demonio que me obligaba a continuar. Emocionada por los chillidos de placer que lanzaba mi madre, me corrí. Con una mesura espartana logré hacerlo en silencio.
Poco a poco recuperé mi cordura. Me arreglé el vestido y me pegué a la pared para evitar ser descubierta. Ahora ya no les veía, pero sí podía escucharles. Estaba claro que mi madre también había recuperado la compostura tras su orgasmo.
-Ya no hago estas cosas, León. –Dijo ella.
-No, ya sé que gratis no.
-¿A qué te refieres?
-¿Crees que no sé que has vuelto a tus viejos hábitos?
-No sé lo que habrás oído, pero ya no hago estas cosas.
-Claro que sí, Aurora. Las zorritas como tú nunca cambian. Solo adquieren nuevas formas y malas costumbres. ¿Me harás pagar la próxima vez?
-No habrá próxima vez, León. Tú tampoco has cambiado nada. Esto ha sido un error.
No podía creer lo que escuchaba. Era incapaz de encontrarle el sentido a aquellas palabras. Regresé a toda prisa al local principal para no ser descubierta y fingí esperar allí. Segundos después mi madre y León aparecieron sonrientes como si hubieran venido de fumarse un cigarrillo.
-Ha sido una noche agradable pero nos vamos a ir ya.
-Qué lástima que no podáis quedaros un rato más. Sería agradable repetir pronto.
-Ha sido bonito volverte a ver, León, pero estoy muy ocupada. –Repuso ella.
-Entiendo. –Aceptó León.
Besó a mi madre a modo de despedida y ella salió como alma que lleva el diablo. Cuando me dispuse a seguirla León me detuvo.
-Y a ti, bebé, ¿podré verte mañana?
Con todo lo que había ocurrido había olvidado por completo su oferta. Asentí con alegría y él me sonrió. Cogió mi mano con aparente dulzura y la llevó a sus labios en un beso que parecía estar cargado de cortesía. Pero cuando se acercaban mis dedos a su boca, me miró a los ojos.
-Qué bien hueles… -Susurró.
¡Había captado el olor de mi coño en mis dedos! Estaba claro que la esencia de mi reciente masturbación no pasaba desaperciba para él. Estaba roja de vergüenza y calentura. Corrí abochornada hacia la salida. No podía creer el estado de mi propio cuerpo en aquel momento. Temblaba tanto que hasta mi madre se percató. Aun así, el silencio entre ambas fue absoluto durante el viaje de vuelta y aquella quietud se prolongó durante el día siguiente, tan solo rota por respuestas evasivas ante mis muchas preguntas sobre León.
No podía dejar de pensar en él. Me maravillaba su físico maduro y su actitud. Se mostraba ante mí cercano, seductor y seguro de sí mismo pero con mi madre era completamente distinto. Parecía que con ella se permitía dar rienda suelta al macho que llevaba dentro. Rememoraba aquella imagen de él tocándola sin pudor alguno, como si aún después de tanto tiempo ella siguiera perteneciéndole y la envidié. Estaba nerviosa ante mi inminente cita con él, pero sentí que de acudir traicionaría a mi madre. Ella parecía estar atribulada por un problema que afectaba a su ánimo. Por primera vez en meses se fue antes que yo a la cama.
Me quedé sola con mi mente inquieta. León ocupaba todos mis pensamientos y mi cuerpo reaccionaba a su recuerdo. Llevé mi mano al interior de mi tanguita y al sentirme ya mojada no pude aguantar más. Necesitaba verle de nuevo. Me vestí para la guerra. Una minifalda diminuta que había llevado siendo niña, un top minúsculo con sugerentes transparencias, los tirantes de mi tanga revelándose traviesos por mis caderas, mis larguísimas piernas culminando en unos vertiginosos tacones…
Me escabullí de casa procurando no despertar a mi madre. Durante el trayecto, primero en bus y luego caminando por la ciudad, llamé la atención de todo macho viviente. Sus miradas lascivas, sus brutales piropos, sus comentarios groseros y sus torpes acercamientos inflaron mi ego. Todo se desvaneció cuando llegué a las puertas del local de León y me adentré en aquel pasillo oscuro y maldito.
Dentro, sobre la pasarela, tres imponentes chicas desfilaban en ropa interior. Posaban con una gracia profesional mientras León pivotaba a su alrededor tomando fotografías. Su sensualidad era tan impactante que me sentí despreciable a su lado. Al descubrirme León paró.
-Señoritas, se ha hecho muy tarde. Seguiremos mañana.
Aquellas ninfas de belleza única abandonaron el lugar dedicándome miradas de displicencia. León al observar mi aspecto le noté frío y un tanto asqueado. Tanto rechazo hundía mi ánimo. Pensaba que estaba irresistible pero había quedado claro que no era así. Entramos en su estudio, me señaló dónde colocarme y él comenzó a preparar su equipo.
-Pensé que esto sería una discoteca. –Dije por romper el hielo.
-¿Lo dices por la pasarela y las modelos? Lo será… pero también algo más exclusivo. ¿Preparada?
-¿Qué tengo que hacer?
-Obedecer.
León comenzó a darme órdenes sobre cómo debía mostrarme ante él. “Mírame”. “Sonríe”. “Abre los labios”. “Las manos en las caderas”, “Las piernas algo más separadas…” Todo aquello se convirtió en un erótico juego para mí. Por algún motivo me excitaba exhibirme ante él a su capricho. Seguir sus órdenes, posar, sentirme capturada por el objetivo me hacía sentir sexy y poderosa. Sin embargo León no parecía demasiado complacido.
-Está bien. Hemos acabado. Esto ha sido un error.
-¿Cuál es el problema?
-El problema es que no eres Aurora. –Dijo sin contemplaciones hundiendo mi mundo por completo.
-¿Qué tiene ella que no tenga yo? –Aquella pregunta resumía la historia de mi vida.
-¿Es que realmente crees estar a su altura?
Aquello hirió mi orgullo. ¿Cómo se atrevía a ningunearme así, como si fuera una versión torpe de mi madre, una falsificación de un producto de lujo? Tomé la iniciativa. No volvería a ser tratada como una niña. Caminé hacia él y pegué mi cuerpo al suyo. Me puse de puntillas y le besé. Por un momento él pareció no querer seguir mi juego, pero el contacto con mi perfecto cuerpo adolescente le encendió. León empezó a regalarme un beso largo y profundo, propio de un hombre maduro, que nada tenía que ver con los de los chicos de mi edad.
Sus manos enormes recorrieron mi espalda y acabaron en mi culito, apenas cubierto por aquella diminuta minifalda. León la levantó y empezó a sobar mis glúteos. Sentía cómo sus manos los masajeaban separándolos. Llevado por la lujuria me dio un sonoro azote que me volvió loca por completo. Llevé mis manos a su bragueta, donde una erección surrealista empezaba a tomar forma. Cuando notó cómo empezaba a bajar la cremallera, me apartó.
-Tranquila perrita. –Dijo para mi estupor. –Ya te he dicho que no estás a su altura.
León se alejó de mí, rio a carcajadas y me dejó al borde del llanto. Agaché la cabeza para no mostrar mi estado de ánimo y le perdí de vista. Un flash me cegó. Había tomado una fotografía de mí y, como por arte de magia, la vi de inmediato proyectada en la pared opuesta. Se acercó a mí para contemplarla, pegándose a mi espalda. A pesar de mi altura, era minúscula frente a su cuerpo.
-Mírate. –Me susurró- ¿Qué ves?
-A mí.
-No, esa no eres tú. Es un personaje que interpretas. Vas disfrazada.
-¿De qué?
-De puta barata. Y esa no eres tú.
Sus palabras y su agresividad, a pesar de su tono calmado, me asustaron.
-Tú debes ir de puta cara, bebé. Como tu mamá.
Tragué saliva e hice lo posible por aguantar las lágrimas.
-Y ahora vete. Vuelve con ella. Déjame.
Salí de allí desolada. Estaba tan abatida que llegué a casa sin sentir haber recorrido la distancia que me separaba de ella. Al día siguiente tanto Aurora como yo parecíamos almas en pena. No dejaba de escuchar una y otra vez las palabras de desprecio que me había dedicado León. Como semanas atrás, antes de empezar a disfrutar del sexo por primera vez en mi vida, me sentía una niña ensombrecida por la belleza de mi madre.
A media tarde llamaron a la puerta con contundencia. En la puerta un chico me entregó un enorme paquete sin decir ni la más mínima palabra. Lo abrí intrigada comprobando antes que estaba a solas. En su interior encontré primero un álbum de fotos. Al hojear su interior encontré lo que esperaba. Eran las fotografías que León me había hecho el día anterior. Para mi desconsuelo todas ellas estaban tachadas por una cruz roja, como simples descartes. Algunas, para mi enorme dolor, incluso llevaban comentarios como “Lamentable” “Qué desperdicio” o simplemente “¡No!”. Hice acopio de todas mis fuerzas para abrir el segundo álbum que contenía el paquete.
Las fotografías mostraban a una mujer de un físico envidiable. Su potente silueta se contorneaba en un ajustado vestido de noche. Toda la fotografía emanaba sofisticación. Las notas escritas al pie de cada foto eran muy diferentes a las mías. “Belleza”, “Elegancia”, “Sensualidad”, “Morbo”, “Poder”. Eran descripciones que me parecieron muy adecuadas. Cada instantánea era más provocativa que la anterior, pero siempre erótica y sugerente. La modelo iba perdiendo ropa con un glamour envidiable. Mostraba poco a poco su vientre plano, sus piernas largas, sus pechos rotundos. Llegué a la última imagen, en la que ella estaba ya del todo desnuda mostrando sus celestiales encantos a la cámara. Aurora, mi madre, miraba al objetivo con una mirada de un azul ardiente. Debía tener más o menos mi edad cuando se las tomaron.
Estuve a punto de lanzar el paquete al jardín y subir a mi habitación para llorar sobre mi cama. Aquella era la enésima humillación que me dedicaba León. En cambio, dejé los álbumes y exploré el interior del paquete. Aparté dos delicadas pieles de envoltorio para develar el vestido que había debajo. Era un impresionante modelo de noche, exactamente el mismo que había vestido mi madre en el set del álbum. Junto a él, los mismos zapatos de tacón y una nota. “Un vestido así se lleva sin ropa interior.”
No pude esperar a probármelo. Me desnudé por completo y me vestí con calma. Ante el espejo me contemplé. Era largo, ajustado y muy sugerente. Se ceñía a mi silueta desvelando partes de mi anatomía que resaltaban aún más mi sensualidad. Nunca había recibido un regalo así pero pronto me di cuenta de que no era un obsequio para mí, sino para él mismo. León quería que acudiera a él así vestida. No lo dudé ni un momento.
La reacción de los hombres que se cruzaron en mi camino aquella noche fue muy diferente a la de la anterior. Me miraban con lujuria, pero también con respeto. A mi alrededor parecía haber una esfera protectora que los alejaba de mí. Supuse que ese era el cometido de aquella ropa, señalar al mundo entero que no me merecía.
Cuando León me vio se mostró complacido del resultado que había logrado. Me había convertido en toda una mujer. La mujer que él siempre había deseado. Me había transformado en Aurora, aquella Aurora joven, tierna y sensual que le había conquistado en su juventud y que él tanto añoraba.
-¿Llevas ropa interior?
-No.
-Has obedecido entonces.
-Sí.
-Bien. Me seguirás obedeciendo, bebé. Posa para mí. Ya sabes cómo.
Lo sabía. Me esmeré en recrear los movimientos con los que, años atrás, mi propia madre había posado para él. Usé todo mi encanto para conquistar a la cámara y al hombre tras ella. Me sentía así sugerente pero no chabacana, provocativa sin caer en el descaro. Tenía el ardor de una cortesana y el aspecto de una princesa. León estaba más que satisfecho. Sudaba, sonreía y en su entrepierna empecé a vislumbrar el efecto de una notable erección. ¡Estaba excitando a aquel hombre! Me doblaba la edad, quien sabe si la triplicaría, y mi cuerpo, mi pose, mi obediencia a sus palabras, estaban volviéndole loco.
-¿Qué quieres de mí, bebé?
-Quiero… -pensé unos momentos- …quiero…
-Quieres que te enseñe a ser tratada como ella, ¿verdad? Provocar el mismo efecto en los hombres que ella. Ser adorada como ella. ¿Cierto?
No tenía secretos para él. Parecía conocerme mejor que yo misma. Me sentía excitada y mi cuerpo empezó a responder. Como si él lo percibiera, se detuvo.
-Dime. ¿Quieres que te trate como a ella?
-Sí.
-Bien. Desnúdate, poco a poco, mirándome.
Empecé a desvestirme pero estaba tan nerviosa y excitada que mis manos temblaban. Era incapaz de coordinar mis movimientos. Estaba fuera de mí. Él, harto, se acercó a mí, se colocó a mi espalda y empezó a bajar lentamente mi vestido. Noté su aliento en mi cuello mientras me libraba de mi ropa. Me contempló desnuda y supe por primera vez de mi poder sobre él. Estaba extasiado con lo que veía, lo noté. Por unos segundos sus ojos se recrearon en mi largo cabello rubio cayendo sobre mis hombros, mis labios gruesos, mis pequeños pechos enhiestos, en mi piel blanca y tersa, mi vientre plano, mi coñito apenas cubierto de vello dorado, mis piernas infinitas… Supe también que no me veía a mí, sino a una versión actualizada de Aurora. No me importó. Estaba a mil.
-¿Has visto cómo estás? –Me preguntó. -Ya estás chorreando, bebé. Presta atención.
No mentía. Estaba mojada y el brillo de mis flujos marcaba la piel de mi pubis. Sacó una nueva fotografía y me vi expuesta en la pared por el proyector. Me contemplé sabiéndome transformada. Ya no era aquella pija disfrazada que León había señalado, sino una belleza implacable, desatada, despiadada. Mi propia imagen logró encenderme aún más.
-Sé que nos viste aquella noche. Y sé que te gustó. Dime por qué.
-Me pareció morboso.
-Eso no es una respuesta. Di la verdad. ¿Te puso cachonda ver cómo usaba a tu mamá?
-Sí.
-Dilo.
-Me puso cachonda ver cómo la usabas.
-Ya lo sé, cielo. Ya sé que no puedes evitar ser tan zorrita. Es hereditario.
Vino por fin a mí aquel hombre maduro, grande, sensual y autoritario. Me atrajo a su cuerpo y me besó. Fue, como la noche anterior, un beso firme, lascivo, húmedo. Sólo aquel contacto con sus labios me producía un placer enorme. Sus manos comenzaron a sobar mi cuerpo, como si intentaran recobrar el contacto perdido horas atrás. Ahí, desnuda y expuesta ante él, intenté recobrar algo de ventaja manoseando la titánica erección que intentaba escapar pulsante de su pantalón.
-De rodillas.
Obedecí de inmediato. Él abandonó mi lado un instante, buscó algo y caminó hacia mí. Era una venda de seda que colocó en mis ojos cegándome por completo. Supuse que lo hacía por motivos artísticos, ya que cegarme a esas alturas no tenía sentido. Pero no pregunté, no rechisté, no me moví ni lo más mínimo. Lo acepté y esperé.
-Abre un poco la boca. Solo separar tus labios.
Lo hice y pude escuchar el click de la cámara captando el momento.
-Un poco más… -Otro click- Saca tu lengua… -Y otro click más.- Y ahora dime. ¿Qué quieres? Sé sincera.
-Quiero tu polla. –Lo dije sin importarme nada más que obtenerla.
-Pídelo.
-Dame tu polla, por favor.
-Saca tu lengua.
No ocurrió lo que esperaba, sino que le escuché escupir y noté cómo al instante su saliva caía en mi lengua. Me sorprendió aguantar aquello sin moverme un ápice. A él le ocurrió lo mismo, ya que no pudo reprimir un gemido de admiración. Escuché el sonido de una bragueta al bajarse y cómo su mano masturbaba unos segundos su polla. Por fin recibí mi premio. Una gigantesca barra de carne chocó con brutalidad contra mi lengua, impregnándose de la saliva de su dueño que allí yacía mezclada con la mía. Escuché cómo en ese momento, otra fotografía era hecha. Todo aquel proceso iba a ser bien documentado. Golpeó mi lengua unas cuantas veces con su capullo y luego poco a poco introdujo su polla en mi boca. Era tan grande que tuve que separar al máximo mis mandíbulas.
-Te voy a dar la oportunidad de demostrar qué sabes hacer, bebé. Tengo la teoría de que chupar pollas es algo natural en ti, como lo era en Aurora. No me decepciones.
Con semejante incentivo añadido a la surreal calentura que me gobernaba, me afané en hacer la primera mamada de mi vida. Con los niñatos que me habían follado jamás había tenido un momento así. Pero ahora estaba con un hombre. Intuí que el uso de mis manos quedaba prohibido y que solo el de mi boca era permitido.
Rodeé aquella inmensa verga con mis labios y empecé a mover mi cabeza. Tenía un sabor infame pero adictivo. La saboreé con cada chupada y mi afán alteró el ritmo respiratorio de León. Notaba cómo aquella gigantesca erección cobraba fuerza y cómo su dueño empezaba a suspirar. El chapoteo de mi saliva era el otro sonido audible para mí.
-Buf, mejor qué tu mamá, bebé. Mucho mejor que tu mamá…
Aquello me volvió loca. No sé qué había en aquella comparación pero oírla salir de su boca aumentó mi espíritu competitivo. Aceleré el ritmo y vi cómo la saliva producida chorreaba por mi barbilla y mi cuello y mis pechos… Estuve a punto de atragantarme por mi propio ímpetu y su enorme tamaño. Él se retiró y me despojó de mi venda. Le vi por fin desnudo ante mí. Era un gigante, tan alto desde mi posición de rodillas ante él, que su rostro parecía lejano. Su cuerpo era un sueño, moldeado por el ejercicio para crear una musculatura escultural. Pero lo que me fascinó fue su polla.
Era un trozo de carne negra más grande que mi antebrazo. Estaba coronada por un enorme glande y de ella pendían dos oscuros huevos gordos. León, satisfecho por mi reacción ante aquella mastodóntica obra de arte, la cogió por la base y me abofeteó con ella. A pesar del pequeño dolor, ver cómo aquella verga era más grande que mi cara me encantó. Volví a meterla en mi boca hambrienta y la chupé lo mejor que pude. Por un momento mientras succionaba, no pude evitar mirar a la cámara.
León castigó entonces mi distracción. Me cogió la cabeza y la apretó contra su erección. Noté cómo aquella impía barra dura se sumía en el fondo de mi garganta y cómo él, a continuación, empezaba a follarse brutalmente mi boca. Solo cuando estuve a punto de vomitar por las arcadas él se detuvo.
-Respira, bebé. Respira. Escupe todo eso, aunque no sé si babeas más por la boca o por el coño.
No me había percatado, concentrada como estaba en aquella mamada, pero estaba tan mojada que había impregnado el suelo con mis flujos formando un fascinante charquito. Ahí fue cuando mi coño se reveló y pidió lo suyo. No deseaba nada más en el mundo que ser penetrada por aquel pollón de ébano. León notó mi ansia y se apiadó de mí.
-A cuatro patas. Culito en pompa.
Obedecí adoptando la postura que me había ordenado. Sabía que aquella pose era una delicia erótica para él. León inmortalizó mi apetecible culito y luego se concentró en masajear mis glúteos usando la enorme cantidad de flujo que había bañado mis muslos.
Así comenzó la tortura. Lejos de penetrarme como ansiaba con locura, León empezó a rozar mi clítoris hinchado con su duro glande. Su capullo se deslizaba por mis labios abiertos y me golpeaba causando oleadas de placer. Me sorprendí ronroneando de deseo, casi suplicando porque me la metiera. León se mostró cruel y mantuvo su castigo durante minutos. La punta de su enorme polla y su tronco casi infinito acariciaban sin descanso la entrada de mi coño ávido por ser follado. Sin embargo, mi anatomía empezó a responder a aquel lúbrico roce y me corrí como nunca antes. No lo entendía, pero toda mi sexualidad no dejaba de proporcionarme placer. Estaba fuera de control y solo sabía que quería más. León rio ante la visión de mi cuerpo convulsionado y derrotado por mi intenso orgasmo.
-¿Te corriste ya, bebé? –Preguntó al cesar mis movimientos involuntarios.
-Siii. –Balbuceé al borde del llanto.
-¿Lo dejamos ya entonces? –Bromeó con crueldad.
-Nooo. Fóllame. ¡Fóllame por favooor! –De repente era una pobre estúpida sobrepasada por sus pulsiones.
-Eso es rubita. Eso es lo que has querido siempre. Bien dicho.
Apoyó entonces su brutal empalmada entre mi culo y lo deslizó por mis glúteos hasta que su glande estuvo a la entrada de mi hambriento chochito. León, para mi sorpresa, no me la metió de una brutal estacada, sino que se tomó su tiempo para dilatar mi vagina para que fuera esta la que se amoldara a su gigantesca polla. En aquella noche de nuevas sensaciones, me sorprendí de cómo mi pequeño sexo recibía sin problemas aquel enorme trozo de carne negra y dura. Cuando me tuvo abierta inició una penetración infinita hasta sumir poco a poco toda su empalmada en mi coño. Noté entonces cómo sus grandes huevos me golpeaban. León, hendido en mí, inició un vaivén delicioso. Comprendí que estaba siendo gentil conmigo, que de algún modo sabía que aquello me estaba provocando un placer incomparable, nunca antes sentido. Gemía sin control por tanto gozo.
Aceleró el ritmo de sus embestidas haciéndolas primero más intensas y luego directamente brutales. El ruido de aquellos golpes de su inmenso cuerpo chocando contra mi pequeña anatomía era una auténtica sinfonía. Me cogió de mi larga melena rubia y tiró de ella, acelerando aún más su follada. Me empecé a correr con intensidad. Aquel sí era un hombre de verdad follándose mi coñito como siempre había soñado, no un estúpido niñato incapaz de controlarse. Chillé de gusto como si me rompieran y rota me sentí al bañar de flujos su polla y ver cómo por fin se retiraba de mí. Estaba abierta y vacía y hasta mi cuerpo quedó así a la espera de ser rellenado de nuevo. Quería más. Era insaciable.
-¿Has visto cómo lo has pringado todo? –Dijo León señalando el charco de flujos sobre el que ahora reposaba mi cuerpo mientras masturbaba su propia erección aún insatisfecha.
-Más... –pedí con la cara más sexy que pude componer.
Tan ardiente era mi expresión que León no se resistió a capturarla con su cámara.
-Más… Quiero más… -repetí.
León no se contuvo y empezó a sobarme con descaro. Masajeó mis pechos y acarició mi coño como si le pertenecieran. Se colocó entre mis piernas y tuve que abrirlas por completo para recibir su enorme cuerpo. Cogió mi cuello, dio dos fuertes palmadas en mi coño y de un empujón me metió su polla. Las dimensiones de León eran incomparables a las de mis anteriores amantes. Su verga era deliciosa. Ahora sin demora, sin preliminares, me empezó a follar con una pericia adquirida por años de experiencia.
Me encantaba cómo me estaba follando, con aquella fortaleza masculina propia de su edad. Apretó mi cuello privándome casi de respiración y adquirió un ritmo casi animal. Me perforaba con fiereza mientras mi oxígeno parecía agotarse. Por fin llegó mi enésimo orgasmo y él, incapaz de contenerse ante las convulsiones de placer que me había provocado, salió rápidamente de mí dispuesto a correrse.
-De rodillas. –Me ordenó mientras se incorporaba.
Aún extasiada por aquella oleada de orgasmos que me había provocado aquel lascivo maduro, me coloqué a sus pies. León apretó su erección intentando posponer su inminente corrida mientras tiraba de mi pelo exponiendo mi cara a su gigantesca polla.
-Voy a llenarte de leche tu cara, putita. Abre la boca.
La abrí todo lo que pude, sacando mi lengua receptiva y abriendo mis ojos para no perder detalle. Sin tan siquiera masturbase el liberó su polla y esta lanzó un enorme y violento chorro contra mi carita, seguido por otros tantos que impregnaron mi rostro de lefa espesa y blanca. León gemía y yo me relamía ante tan suculento manjar deslizándose por mis labios.
León cogió la cámara y se aseguró de captar al detalle aquel momento. Me sentía en aquel momento como una diosa de la sexualidad usada por aquel macho. Cuando por fin posó su cámara y me miró agotado supe que por fin aquella locura había terminado. Al menos por aquella noche.
Me señaló el lugar donde se encontraba su baño privado. Me contemplé a solas frente al espejo. Mi pelo estaba revuelto, sucio y sudado. Mi cara cubierta del semen de aquel gigante negro. Mi coño irritado. Entré en la ducha desprendiéndome de sus fluidos y mi cabeza por fin se serenó lo suficiente como para analizar toda aquella situación. León se había follado a mi madre en el pasado y ahora que ella le había rechazado me había convertido en un simple repuesto de mi progenitora.
Pensé en ella, en lo que pensaría al verme sometida por el mismo hombre que la había domado en su juventud. Me sentí asqueada conmigo misma y mucho más al comprender que no veía el momento de repetir una sesión así. Salí de la ducha, me envolví en una toalla y al no encontrar allí a León me eché en un sofá. Me despertó horas después.
-Un regalo para ti… por tus servicios. –Dijo al tenderme un paquete.
Estaba siendo comprada pero aquello lejos de ofenderme, me excitó. ¿Cómo podía reaccionar así ante semejante ofensa? Lo abrí y me puse el elegante vestido que había dentro. Era un dos piezas de corte ejecutivo, con una blusa ceñida al cuerpo complementada por una falda corta pero sofisticada. Él me contempló.
-Perfecta. Ven. Tengo algo que enseñarte.
Bajé por las escaleras y crucé la sala ante las miradas lujuriosas de los obreros que ya trabajaban allí. En el pasillo me detuvo León. Ahora aquel tenebroso lugar estaba iluminado por una serie de pantallas que mostraban un doble fotomontaje. En un lado se proyectaban las imágenes de un set antiguo, uno que mostraba a la Aurora joven posando desnuda. En el otro lado estaba yo, expuesta a todo detalle en cada imagen.
-He aquí pasado y presente vinculados por la misma transformación. Madre e hija en todo su esplendor. Ambas bellas, putas y mías.
Miré entonces a aquel hombre y supe en ese mismo instante que su intención jamás había sido la de convertirme en Aurora y sustituirla a su lado. La lujuria presente en sus ojos mientras veía aquellas imágenes de su amada, mi madre, años atrás, me hizo consciente de que me había usado como un medio para conquistarla. León no pararía hasta lograrlo.
2 comentarios - Sometida por León, el viejo amigo de mi madre I
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