Hola estoy de vuelta para continuar mi relato....ya saben como me llamo y que me gusta... Me gusta gozar la vida Y hacerla lo más divertida posible. Excitarme y excitar. Y los hombres (bueno, también algunas mujeres). Me gusta hacer el amor, pero realmente me gusta más cojer. La diferencia es importante. Por un lado no me quiero atar a nadie todavía. Por otro, hacer el amor está muy bien pero follar es mejor (si te cojen bien, claro) y se sufre menos.
Aunque soy más bien rellenita, no debo estar nada mal porque me miran y me piropean (aunque eso ahora no es políticamente correcto y hasta los albañiles se retraen). Mi vida sexual iba muy bien, pero experimentó un cambio. Espero que a mejor. Descubrí que los hombres maduritos y con experiencia te cojen mejor. No es que con los jóvenes esté mal, pero saben menos y, si se enamoran, te miran con ojos de corderito en el momento en el que tú lo que quieres es “derrapar”. Y si les dices que te la metan por el culito, algunos te miran aterrados.
A esto del sexo se le buscan muchas complicaciones. Yo creo que es más sencillo. Mi abuelo (al que le debo mi vicio de leer) es un admirador de un escritor español, ya fallecido, Manuel Vazquez Montalbán. He leído mucho de él y me encanta. En una novela decía” Un hombre y una mujer se miran, y si se gustan, se van a la cama, el resto es cultura”. (¡Genial!..
Y, además, no es tan complicado, funciona como todo. Por ejemplo, los fontaneros. Tú buscas un fontanero y ves dos anuncios para llamar. En uno se ofrece un fontanero que “lleva poco tiempo en el oficio y no sabe de todo”. En el otro se ofrece “fontanero con gran experiencia y conocedor del oficio”. ¿A quién llamarías?... ¿Lo ves?... Pues para cojer debe ser igual.
A partir de la experiencia que me cambió mi vida sexual, decidí contarlo. En parte para animar a los maduritos para que vean que con algunas jovencitas tienen chance. Y en parte para explicar a las jovencitas que existen hombres que te cojen más tiempo y te atienden mejor, porque saben más y porque no se pasan la mitad del tiempo que están contigo mirando el WhatsApp o la Tablet. Y aconsejarles que cuando vayan a cojerr, olviden la suya y el móvil.
Y empecé a contar mis cosas. Escribí un relato. Me excitaba hacerlo y quería comprobar si le podría excitar a alguien (imaginarme a un hombre masturbándose por mí era muy excitante). Estoy encantada con el resultado. No imaginaba que mis experiencias podían interesar. De hecho, algún lector me ha dicho que no puede ser que gaste una página en contar una follada de un dia con un camarero negro de polla enorme y luego diga que estuve follando con él durante una semana y lo ventile en un párrafo. Que explique detalles (los hombres son así!).
Por eso,, aunque anuncié que contaría mi aventura posterior con un taxista que por fin me la metió por el culito, lo contaré otro día y volveré al negro polludo para dar más detalles. Pido disculpas a mis lectores taxistas que me pedían que pronto les contara como dejó el listón de alto su compañero de gremio, incluso alguno me ha ofrecido llevarme en su taxi gratis.
Si has leído mi anterior relato, sabrás que tres amigas y yo le dimos de propina 60 euros a un camarero negro en un hotel de Mallorca para que a una de nosotras le enseñara la polla que decía que era muy grande. Y para que la follara, claro. Sorteamos y me tocó a mí el premio. Lo que pasó la primera noche ya lo sabes. A mí me tocó pagar 15 euros por aquello. A la vista, sabor y tamaño del premio, el kilo de polla me pareció tirado de precio. Más barato que el buey Kobe.
El camarero me dijo que si quería seguir aprendiendo, mientras estuviera en el hotel me daría clases particulares gratis todas las noches. Eso me parecía enseñanza gratuita y de calidad, como debe ser. Era una oferta irresistible para seguir mi formación. La formación es necesaria.
Pero las clases particulares cambiaron. Todas las mañanas, en el desayuno, mis amigas querían detalles, que les contara. Yo lo hacía, incluso lo adornaba. Y ellas se iban a la playa como perritas en celo y babeando (alguno se aprovecharía de eso). Yo me quedaba en la habitación untándome cremas por la irritación de la noche anterior y en previsión de la siguiente. La formación es muy dura.
Y les conté lo que cambió todo. La segunda o tercera noche que me fui a la habitación con el negro, ya no era la novedad y jugábamos en la cama en los preámbulos. Me tumbé sobre él y me puso la polla entre los muslos, mientras me acariciaba el culo y yo le comía la boca. Nada de particular si no fuera porque la pared de la habitación era de espejo. En un momento que miré, vi que entre mis nalgas, apuntando al techo, asomaba su polla. Soy delgada, pero no anoréxica y tengo un culito pequeño, pero redondito. Pero lo que “asomaba” era más grande que la mayor que yo hubiera visto. Yo eso solo lo había visto en internet y creía que hacían trampa. Es de las pocas veces que he echado de menos mi móvil, para inmortalizar aquél espectáculo.
Cuando, en el desayuno, les conté eso a mis amigas, alguna se comía los donuts de dos en dos y las otras me decían que mentía, que no podía ser. Después de una acalorada tormenta de ideas, no pude evitar que ellas fueran partícipes. Al fin y al cabo eran mis amigas. Le dijimos al camarero si estaba dispuesto a que esa noche nos diera formación a las cuatro, aunque no fuera gratuita. Nos dijo que entonces la propina tenía que ser por cuatro (le dimos 60 euros el primer día, o sea, que quería 240). Mi amiga Ana, como estudia Comercio Exterior, negoció con él y se lo explicó. A mí ya me estaba follando gratis y las tres restantes debían tener una rebaja, los precios al por mayor siempre son menores. Un kit de tres chochitos no pueden valer como tres individuales. Acordamos 120 euros por las cuatro. Pagué mis 30 y seguí pensando que el kilo de polla seguía estando muy bien de precio.
Nos fuimos a mi habitación a esperarlo. Yo ya conocía lo que esperábamos, ellas no. Parecía el dormitorio de un internado de las películas porno. Risitas nerviosas, ojitos de deseo y juegos de calentamiento. Yo las miraba con suficiencia, ya era una “veterana”, aunque la verdad es que estaba deseando que viniera a pesar de que esa noche lo tuviera que compartir. Cuando tocó a la puerta corrieron a abrirle. Él sonreía mientras lo desnudaban, yo esperaba que tuviera otro uniforme de repuesto, aquél no iba a quedar con todos los botones. Cuando lo dejaron desnudo y empezaron a manosearlo, él se reía y decía “Señoritas, no sean alocadas y esperen su turno”. No hacían mucho caso, como cuando se abre la puerta de los grandes almacenes el primer día de rebajas, se lanzaban a ver quién pillaba primero las ofertas.
De tanto manoseo, como pasó el primer día, la polla creció y se puso dura y tiesa. Eso desató la locuacidad de mis amigas (alcanzaron a decir Ah!, Oh! y Jijiji. No mucho más). Yo me incorporé al buffet de polla, por si no dejaban nada, a la vista de cómo se la comían. Como había mucha polla, teníamos espacio para cuatro bocas, dos por cada lado. Nos dejó un rato jugar, hasta que nos levantó y nos dijo que fuéramos para la cama. Como un pastor con sus ovejitas, no balábamos, pero casi, dábamos grititos cuando nos daba palmadas en el culito.
Se tumbó en la cama, con la polla mirando al techo, y dijo: Señoritas, sírvanse!. El negro me encantaba, se iba a follar a cuatro jovencitas, no perdía la calma y, encima, bromeaba. Eso se lo hacemos a un jovencito y acaba llamando a su mamá.
Ya sabíamos lo queríamos ver y hacer. Eso era el número estrella, luego que nos hiciera lo que quisiera. Ellas lo que querían era comprobar lo que les había contado. Me tumbé sobre él y nos pusimos a comernos la boca, ya lo habíamos hecho y sabía que me gustaba mucho besar, y mejor con esos labios tan carnosos y grandes. Como había hecho otras veces, yo separé mis muslos y él metió su polla entre ellos, luego los cerré sobre ella. Cuando mis amigas vieron que lo que les había contado era cierto, emitieron un OOOOHHHH! a tres voces y casi aplaudían.
Yo miré al espejo y aunque ya lo había visto aluciné con la imagen. Entre mis muslos sobresalía más polla que muchas que había visto. Y ellas igual. Cuando reaccionaron, la más rápida se lanzó sobre esa maravilla y la empezó a chupar como una posesa. La lamia, se metía en la boca lo que podía y así estuvo un rato. Luego, se levantó y se clavó en la polla. Subía y bajaba, como si estuviera haciendo flexiones. Yo parecía el relleno de un emparedado, aunque estaba en la gloria. El negro me comía la boca, yo frotaba mi clítoris en la raíz de su polla, y sentía el chochito de mi amiga cuando llegaba a mis nalgas, incluso sentía cosquillitas con sus pelitos. Yo miraba a veces al espejo. Aquello parecía el Circo del Sol. Pero con polla. De aquél circo realizamos tres funciones. Las otras dos amigas hicieron algo parecido a la primera. Las tres se corrieron así, alguna varias veces. Yo las acompañaba, no las iba a dejar solas en un momento así.
Y llegamos al momento cumbre para mí. Ya lo había estado pensando toda la noche. Cuando acabó la última, él ya pedía socorro no porque se quería ir, lo que quería era correrse. Yo ya contaba con eso. Me levanté, puse a una de mis amigas como yo había estado. Cuando apareció la polla entre sus muslos, aunque en principio quería clavarme yo también, lo dejé para otro día. Lo que hice fue cogerla entre mis manos, metérmela en la boca y ponerme a chupar ese tesoro como si no hubiera comido polla hacía meses. Mamaba, lamia, sorbía, me recreaba en su capullo, que era como un fresón delicioso. Las otras dos se acercaron. Querían verlo de cerca, le acariciaban los muslos, le daban besos y mordisquitos a la otra en las nalguitas. Era una locura, pero duró poco. Sentí en mis manos, en mi boca, que el negro ya no aguantaba, su polla se puso más dura si cabe, daba como espasmos. Yo ya sabía que era aquello, ya conocía esos latidos. Y empezó a salir su semen, a chorritos espaciados, tibio, suavecito. Yo bebía, lamía su leche al salir, mis amigas intentaban beber, lamian las gotitas que caían, lamian las gotitas que caían sobre las nalgas de la otra. Nosotras no decíamos nada, teníamos la boca ocupada. El negro jadeaba, casi gemía, mientras se corría. Le salió mucha leche. Yo pensaba que era mucho mejor que la desnatada-calcio que yo tomo y, por supuesto, muchísimo mejor en relación calidad, sabor-precio.
Acabamos todas con la respiración agitada, jadeando como perritas después de una carrera. Pero no queríamos dejarlo así. Queríamos premiarlo. Entre las cuatro, le dimos besitos en todo el cuerpo, no dejamos ni un centímetro sin beso o lamidita. La polla se le había aflojado y estaba muy húmeda. El negro tenía los ojos entornados y sonreía. Le gustaba. Con tanto mimo, la polla se movía a veces, parecía resucitar. Aquel hombre era increíble. Incluso dijo :¡Señoritas, como sigan vamos a tener que hacer un bis! No lo hicimos, me quedé con la duda de si hubiera sido capaz o era otra de sus bromas.
Nos quedamos un rato sobre la cama. Extendió los brazos y nos pusimos dos a cada lado, las de dentro lo acariciaban a él y las de fuera acariciaban a las de dentro. Era una escena muy bucólica y tierna, estábamos como gatitas mimosas, pero con los chochitos chorreando. Le dijimos que se quedara a dormir, la cama era muy grande y nos hubiera encantado dormir así. Pero dijo que no podía, tenía que trabajar al día siguiente.
Al día siguiente quedamos otra vez las cuatro (otros 120 euros, la mejor inversión que he hecho en mi vida). Le propusimos eso porque todas mis amigas querían follar con él, sin números de circo. Nos folló a las cuatro la siguiente noche, cada una eligió cómo. Yo elegí a cuatro patitas comiéndole el chochito a una de mis amigas y con el negro cogiéndome de las caderas. No me entró toda, incluso me dejó dolorida, pero no me di cuenta hasta el día siguiente. Las últimas dos noches estuvimos solos él y yo. Yo había ganado el premio inicial.
Como ya conté, aquella experiencia (que puso el listón muy alto) cambió mis preferencias sexuales. A partir de ella, yo quería maduritos, quería experiencia, quería saber cosas nuevas y aprender, conocer. Buscaría eso, al menos de vez en cuando, no hay que renunciar a nada.
Y me quedó algo sin hacer que tenía que sentirlo cuanto antes. No fue posible que me la metiera por el culito, era demasiado grande. Pero quería sentir eso, con una más pequeña y que supiera hacerlo bien. Con un “experto”. Pronto encontré la oportunidad, una noche con un taxista al volver a casa, pero lo contaré otro día, ya me he extendido demasiado.
Besitos para ti por leerme. Me gusta contar mis cosas. Me excita, incluso. Si te gusta a ti me alegraré. Si consiguiera excitarte un poquito, doble placer. Dímelo si quieres, o en un comentario o a mi correo. Sería un piropo para mí. Que seas feliz. Y haz siempre el sexo divertido, es mucho mejor.
Aunque soy más bien rellenita, no debo estar nada mal porque me miran y me piropean (aunque eso ahora no es políticamente correcto y hasta los albañiles se retraen). Mi vida sexual iba muy bien, pero experimentó un cambio. Espero que a mejor. Descubrí que los hombres maduritos y con experiencia te cojen mejor. No es que con los jóvenes esté mal, pero saben menos y, si se enamoran, te miran con ojos de corderito en el momento en el que tú lo que quieres es “derrapar”. Y si les dices que te la metan por el culito, algunos te miran aterrados.
A esto del sexo se le buscan muchas complicaciones. Yo creo que es más sencillo. Mi abuelo (al que le debo mi vicio de leer) es un admirador de un escritor español, ya fallecido, Manuel Vazquez Montalbán. He leído mucho de él y me encanta. En una novela decía” Un hombre y una mujer se miran, y si se gustan, se van a la cama, el resto es cultura”. (¡Genial!..
Y, además, no es tan complicado, funciona como todo. Por ejemplo, los fontaneros. Tú buscas un fontanero y ves dos anuncios para llamar. En uno se ofrece un fontanero que “lleva poco tiempo en el oficio y no sabe de todo”. En el otro se ofrece “fontanero con gran experiencia y conocedor del oficio”. ¿A quién llamarías?... ¿Lo ves?... Pues para cojer debe ser igual.
A partir de la experiencia que me cambió mi vida sexual, decidí contarlo. En parte para animar a los maduritos para que vean que con algunas jovencitas tienen chance. Y en parte para explicar a las jovencitas que existen hombres que te cojen más tiempo y te atienden mejor, porque saben más y porque no se pasan la mitad del tiempo que están contigo mirando el WhatsApp o la Tablet. Y aconsejarles que cuando vayan a cojerr, olviden la suya y el móvil.
Y empecé a contar mis cosas. Escribí un relato. Me excitaba hacerlo y quería comprobar si le podría excitar a alguien (imaginarme a un hombre masturbándose por mí era muy excitante). Estoy encantada con el resultado. No imaginaba que mis experiencias podían interesar. De hecho, algún lector me ha dicho que no puede ser que gaste una página en contar una follada de un dia con un camarero negro de polla enorme y luego diga que estuve follando con él durante una semana y lo ventile en un párrafo. Que explique detalles (los hombres son así!).
Por eso,, aunque anuncié que contaría mi aventura posterior con un taxista que por fin me la metió por el culito, lo contaré otro día y volveré al negro polludo para dar más detalles. Pido disculpas a mis lectores taxistas que me pedían que pronto les contara como dejó el listón de alto su compañero de gremio, incluso alguno me ha ofrecido llevarme en su taxi gratis.
Si has leído mi anterior relato, sabrás que tres amigas y yo le dimos de propina 60 euros a un camarero negro en un hotel de Mallorca para que a una de nosotras le enseñara la polla que decía que era muy grande. Y para que la follara, claro. Sorteamos y me tocó a mí el premio. Lo que pasó la primera noche ya lo sabes. A mí me tocó pagar 15 euros por aquello. A la vista, sabor y tamaño del premio, el kilo de polla me pareció tirado de precio. Más barato que el buey Kobe.
El camarero me dijo que si quería seguir aprendiendo, mientras estuviera en el hotel me daría clases particulares gratis todas las noches. Eso me parecía enseñanza gratuita y de calidad, como debe ser. Era una oferta irresistible para seguir mi formación. La formación es necesaria.
Pero las clases particulares cambiaron. Todas las mañanas, en el desayuno, mis amigas querían detalles, que les contara. Yo lo hacía, incluso lo adornaba. Y ellas se iban a la playa como perritas en celo y babeando (alguno se aprovecharía de eso). Yo me quedaba en la habitación untándome cremas por la irritación de la noche anterior y en previsión de la siguiente. La formación es muy dura.
Y les conté lo que cambió todo. La segunda o tercera noche que me fui a la habitación con el negro, ya no era la novedad y jugábamos en la cama en los preámbulos. Me tumbé sobre él y me puso la polla entre los muslos, mientras me acariciaba el culo y yo le comía la boca. Nada de particular si no fuera porque la pared de la habitación era de espejo. En un momento que miré, vi que entre mis nalgas, apuntando al techo, asomaba su polla. Soy delgada, pero no anoréxica y tengo un culito pequeño, pero redondito. Pero lo que “asomaba” era más grande que la mayor que yo hubiera visto. Yo eso solo lo había visto en internet y creía que hacían trampa. Es de las pocas veces que he echado de menos mi móvil, para inmortalizar aquél espectáculo.
Cuando, en el desayuno, les conté eso a mis amigas, alguna se comía los donuts de dos en dos y las otras me decían que mentía, que no podía ser. Después de una acalorada tormenta de ideas, no pude evitar que ellas fueran partícipes. Al fin y al cabo eran mis amigas. Le dijimos al camarero si estaba dispuesto a que esa noche nos diera formación a las cuatro, aunque no fuera gratuita. Nos dijo que entonces la propina tenía que ser por cuatro (le dimos 60 euros el primer día, o sea, que quería 240). Mi amiga Ana, como estudia Comercio Exterior, negoció con él y se lo explicó. A mí ya me estaba follando gratis y las tres restantes debían tener una rebaja, los precios al por mayor siempre son menores. Un kit de tres chochitos no pueden valer como tres individuales. Acordamos 120 euros por las cuatro. Pagué mis 30 y seguí pensando que el kilo de polla seguía estando muy bien de precio.
Nos fuimos a mi habitación a esperarlo. Yo ya conocía lo que esperábamos, ellas no. Parecía el dormitorio de un internado de las películas porno. Risitas nerviosas, ojitos de deseo y juegos de calentamiento. Yo las miraba con suficiencia, ya era una “veterana”, aunque la verdad es que estaba deseando que viniera a pesar de que esa noche lo tuviera que compartir. Cuando tocó a la puerta corrieron a abrirle. Él sonreía mientras lo desnudaban, yo esperaba que tuviera otro uniforme de repuesto, aquél no iba a quedar con todos los botones. Cuando lo dejaron desnudo y empezaron a manosearlo, él se reía y decía “Señoritas, no sean alocadas y esperen su turno”. No hacían mucho caso, como cuando se abre la puerta de los grandes almacenes el primer día de rebajas, se lanzaban a ver quién pillaba primero las ofertas.
De tanto manoseo, como pasó el primer día, la polla creció y se puso dura y tiesa. Eso desató la locuacidad de mis amigas (alcanzaron a decir Ah!, Oh! y Jijiji. No mucho más). Yo me incorporé al buffet de polla, por si no dejaban nada, a la vista de cómo se la comían. Como había mucha polla, teníamos espacio para cuatro bocas, dos por cada lado. Nos dejó un rato jugar, hasta que nos levantó y nos dijo que fuéramos para la cama. Como un pastor con sus ovejitas, no balábamos, pero casi, dábamos grititos cuando nos daba palmadas en el culito.
Se tumbó en la cama, con la polla mirando al techo, y dijo: Señoritas, sírvanse!. El negro me encantaba, se iba a follar a cuatro jovencitas, no perdía la calma y, encima, bromeaba. Eso se lo hacemos a un jovencito y acaba llamando a su mamá.
Ya sabíamos lo queríamos ver y hacer. Eso era el número estrella, luego que nos hiciera lo que quisiera. Ellas lo que querían era comprobar lo que les había contado. Me tumbé sobre él y nos pusimos a comernos la boca, ya lo habíamos hecho y sabía que me gustaba mucho besar, y mejor con esos labios tan carnosos y grandes. Como había hecho otras veces, yo separé mis muslos y él metió su polla entre ellos, luego los cerré sobre ella. Cuando mis amigas vieron que lo que les había contado era cierto, emitieron un OOOOHHHH! a tres voces y casi aplaudían.
Yo miré al espejo y aunque ya lo había visto aluciné con la imagen. Entre mis muslos sobresalía más polla que muchas que había visto. Y ellas igual. Cuando reaccionaron, la más rápida se lanzó sobre esa maravilla y la empezó a chupar como una posesa. La lamia, se metía en la boca lo que podía y así estuvo un rato. Luego, se levantó y se clavó en la polla. Subía y bajaba, como si estuviera haciendo flexiones. Yo parecía el relleno de un emparedado, aunque estaba en la gloria. El negro me comía la boca, yo frotaba mi clítoris en la raíz de su polla, y sentía el chochito de mi amiga cuando llegaba a mis nalgas, incluso sentía cosquillitas con sus pelitos. Yo miraba a veces al espejo. Aquello parecía el Circo del Sol. Pero con polla. De aquél circo realizamos tres funciones. Las otras dos amigas hicieron algo parecido a la primera. Las tres se corrieron así, alguna varias veces. Yo las acompañaba, no las iba a dejar solas en un momento así.
Y llegamos al momento cumbre para mí. Ya lo había estado pensando toda la noche. Cuando acabó la última, él ya pedía socorro no porque se quería ir, lo que quería era correrse. Yo ya contaba con eso. Me levanté, puse a una de mis amigas como yo había estado. Cuando apareció la polla entre sus muslos, aunque en principio quería clavarme yo también, lo dejé para otro día. Lo que hice fue cogerla entre mis manos, metérmela en la boca y ponerme a chupar ese tesoro como si no hubiera comido polla hacía meses. Mamaba, lamia, sorbía, me recreaba en su capullo, que era como un fresón delicioso. Las otras dos se acercaron. Querían verlo de cerca, le acariciaban los muslos, le daban besos y mordisquitos a la otra en las nalguitas. Era una locura, pero duró poco. Sentí en mis manos, en mi boca, que el negro ya no aguantaba, su polla se puso más dura si cabe, daba como espasmos. Yo ya sabía que era aquello, ya conocía esos latidos. Y empezó a salir su semen, a chorritos espaciados, tibio, suavecito. Yo bebía, lamía su leche al salir, mis amigas intentaban beber, lamian las gotitas que caían, lamian las gotitas que caían sobre las nalgas de la otra. Nosotras no decíamos nada, teníamos la boca ocupada. El negro jadeaba, casi gemía, mientras se corría. Le salió mucha leche. Yo pensaba que era mucho mejor que la desnatada-calcio que yo tomo y, por supuesto, muchísimo mejor en relación calidad, sabor-precio.
Acabamos todas con la respiración agitada, jadeando como perritas después de una carrera. Pero no queríamos dejarlo así. Queríamos premiarlo. Entre las cuatro, le dimos besitos en todo el cuerpo, no dejamos ni un centímetro sin beso o lamidita. La polla se le había aflojado y estaba muy húmeda. El negro tenía los ojos entornados y sonreía. Le gustaba. Con tanto mimo, la polla se movía a veces, parecía resucitar. Aquel hombre era increíble. Incluso dijo :¡Señoritas, como sigan vamos a tener que hacer un bis! No lo hicimos, me quedé con la duda de si hubiera sido capaz o era otra de sus bromas.
Nos quedamos un rato sobre la cama. Extendió los brazos y nos pusimos dos a cada lado, las de dentro lo acariciaban a él y las de fuera acariciaban a las de dentro. Era una escena muy bucólica y tierna, estábamos como gatitas mimosas, pero con los chochitos chorreando. Le dijimos que se quedara a dormir, la cama era muy grande y nos hubiera encantado dormir así. Pero dijo que no podía, tenía que trabajar al día siguiente.
Al día siguiente quedamos otra vez las cuatro (otros 120 euros, la mejor inversión que he hecho en mi vida). Le propusimos eso porque todas mis amigas querían follar con él, sin números de circo. Nos folló a las cuatro la siguiente noche, cada una eligió cómo. Yo elegí a cuatro patitas comiéndole el chochito a una de mis amigas y con el negro cogiéndome de las caderas. No me entró toda, incluso me dejó dolorida, pero no me di cuenta hasta el día siguiente. Las últimas dos noches estuvimos solos él y yo. Yo había ganado el premio inicial.
Como ya conté, aquella experiencia (que puso el listón muy alto) cambió mis preferencias sexuales. A partir de ella, yo quería maduritos, quería experiencia, quería saber cosas nuevas y aprender, conocer. Buscaría eso, al menos de vez en cuando, no hay que renunciar a nada.
Y me quedó algo sin hacer que tenía que sentirlo cuanto antes. No fue posible que me la metiera por el culito, era demasiado grande. Pero quería sentir eso, con una más pequeña y que supiera hacerlo bien. Con un “experto”. Pronto encontré la oportunidad, una noche con un taxista al volver a casa, pero lo contaré otro día, ya me he extendido demasiado.
Besitos para ti por leerme. Me gusta contar mis cosas. Me excita, incluso. Si te gusta a ti me alegraré. Si consiguiera excitarte un poquito, doble placer. Dímelo si quieres, o en un comentario o a mi correo. Sería un piropo para mí. Que seas feliz. Y haz siempre el sexo divertido, es mucho mejor.
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