Nota: La desilusión frente a la mediocridad propia es algo de lo que no está exento ningún escritor, por más amateur o berreta que fuese. Tuve la mala idea de revisar punto por punto ésta historia, y realmente su prosa ruidosa y desordenada, su trama tonta, sus personajes exagerados y bufonescos me han herido. Sin egocentrismo puedo decir que a día de hoy, sin que alcancen nunca para ser bueno, mis virtudes han mejorado.
Los dejo con ésta tercera entrega, en la cual se aclaran muchas cosas pero la diversión llega con el final.
III
El auto seguía avanzando, imperturbable. Ya estaban cerca del destino. Valeria se despertó muy agitada, completamente transpirada y no hacía tanto calor como para justificarlo.
Luego de pagar tocó timbre en el departamento de su hermana, al cabo de unos momentos estaban saludándose. La hermana de Valeria se llamaba Estefanía y era cinco años mayor. Vivía sola luego de haber sido abandonada por su marido dos años antes. Desde entonces, quizá también durante su matrimonio, su existencia era un sinfín de monotonía y aburrimiento del cual Valeria intentaba rescatarla cada vez que podía. La relación que las unía era irrompible, se amaban profundamente y, a pesar de la distancia que las separaba, se las arreglaban para estar siempre en contacto, para estar constantemente al tanto de lo que acontecía en la vida de la otra.
— Me tenías preocupada ¿venís de tu casa? — le preguntó su hermana.
— Si te contará… — Valeria le hizo un relato detallado de lo que le había pasado, de su amnesia, las circunstancias de su despertar, los datos que le había dado Samanta y las conjeturas que de ellos había hecho.
— No sé qué fue lo que pasó —dijo al terminar su narración — Estuve cogiendo con nueve minas, y antes con una y con un desconocido. ¡Encima me la metió por el culo! — gritó indignada, en el colmo de la impotencia y la ignorancia. — Samanta me dijo que no parecía borracha, y que varias veces me vio rechazar tragos y bebidas. Además no tenía olor a alcohol.
Estefanía trato de calmarla y luego le dijo que el día anterior como a las seis de la tarde ellas se habían visto.
— Venías de la casa de la casa de Juan José y estabas como loca filmando todo lo que pasaba. Me contaste que querías matar al estúpido de Pablo, que seguía molestándote con el tema de la plata y no sé qué otras cosas. Pero, y escuchá bien, me dijiste que Juan José te había dado algo, un medicamento o algo parecido y que por eso estabas alterada.
— ¡Ese hijo de puta me drogó! — gritó indignada. Estefanía se explicó.
— No, vos estuviste de acuerdo. Querías ayudarlo con su trabajo y por eso lo tomaste. Después me dijiste que pasadas doce horas el medicamento dejaba de hacer efecto.
— Dios, debo estar loca para aceptar esas cosas.
— Eso mismo te dije yo, pero me contestaste que era en nombre de la ciencia y no sé qué otras huevadas. Te quedaste conmigo como hasta las ocho o nueve de la noche, y después te fuiste, diciendo que era una noche para volverse loca y aprovechar.
— Sí que me volví loca, pero no creo haber aprovechado nada — comentó, tratando de poner un poco de humor a su desgracia — Tengo serias dudas, me parece que voy a tener que replantearme mi identidad sexual ¿Seré lesbiana, bisexual, o habrá sido efecto de la falopa?
— Eso que decís de que te encamaste con unas minas no me extraña para nada… — Estefanía se dio cuenta muy tarde de lo que había dicho e intentó disimular, pero su hermana la conocía perfectamente, sabía que le estaba ocultando algo.
— Vos sabés algo más —le dijo Valeria en tono inquisidor —Hablá, perra ¿Qué es lo que no me querés contar? ¿Por qué no te extraña mi lesbianismo?
No le costó demasiado arrancarle una confesión.
— ¡Casi me lo hacés a mí! — gritó, casi con alivio. Valeria se sentó del asombro, sus andanzas nocturnas parecían no tener límites.
— ¿Qué fue lo que hice, te ataqué? — preguntó en el ápice de su vergüenza y humillación.
— No, no me atacaste, estúpida — le contestó su hermana, ya más tranquila — Me empezaste a decir que te sentías transgresora, con ganas de romper límites, y que yo vivía siempre lejos de la emoción. Al principio era todo en tono de broma, pero después te pusiste más seria. Yo no sabía qué hacer, estabas tan rara.
Estefanía hizo una pausa para serenarse otro poco y luego continuó.
— No fue nada, estábamos sentadas ahí, en el sofá. Igual está todo filmado por tu camarita. Primero hablamos de hombres, después de sexo. Yo tenía una pollera y me metiste la mano muy despacio. Me acariciaste los muslos, después por arriba de la tanga y, al final, me metiste los dedos — Valeria se lamentaba de forma cada vez más ruidosa — No te pongas así, sólo hiciste eso y me besaste un poco en la boca, sin lengua. Bueno quizá me la metiste un poco… y me chupaste un poquito las tetas. Pero nada más.
Valeria ya estaba a los gritos, completamente escandalizada.
— No te pongas así — su hermana seguía intentado consolarla —tendrías que estar contenta.
— ¡¿Por qué?! — le gritó.
— Porque me hiciste acabar — le contestó en un leve murmullo.
— ¿Pero vos te volviste loca? — rugió en el colmo de su furia — ¿Por qué me dejaste hacer eso? Vos sabías que yo estaba media dopada, tendrías que haberme parado ¿Qué clase de hermana sos? — Estefanía balbuceaba torpes disculpas y justificaciones, pero la pelirroja era una bola de fuego.
Luego de unos momentos el ambiente se tranquilizó, no podía estar enojada con su hermana. Hablaron un poco más, tratando de evitar el encuentro caliente que habían tenido. El sexo orgiástico, lésbico y con desconocidos era una cosas, pero el incesto, por leve que fuese era cosa seria.
— Bueno, me voy — dijo levantándose y yendo hacia la puerta — Tengo mucho que averiguar y a la noche quiero volver a lo de Samanta, para aclarar las cosas.
— Y ¿por dónde vas a empezar? — le preguntó Estefanía, aún avergonzada.
— ¿Por dónde va a ser? Por donde estuve antes de venir a verte, por donde comenzó todo. Lo voy a ver al pelotudo de Juan José para ver qué fue lo que me dio — Mientras se estaba yendo del departamento volvió para agregar — Esto no queda así, mi querida, si me entero que la culpa de todo fue tuya me las vas a pagar. No saldrás impune de esta — agregó con falsa malicia. Luego salió al trote del edificio, caminó hasta la estación y se tomó el tren a las tres y media de la tarde.
Juan José era amigo cercano tanto de Valeria como de su hermana, con quien había compartido todo el secundario. Era una persona muy amigable y brillante, se había recibido en farmacología y en psiquiatría, la cual ejercía desde algún tiempo. Al igual que Valeria tenía una personalidad extravagante y no era raro que experimentara con fármacos en él mismo o, en este caso, en sus amistades. Vivía en Morón y estaba a punto de recibir una visita que quizá no pudiese soportar.
La puerta tembló ante la segunda descarga de golpes que hacían las veces de timbre. Juan José abrió, y de inmediato un pequeño pero poderoso puño lo dejó en el piso, desparramado cuan largo era.
— Vale… yo también estoy contento de verte — dijo mientras se levantaba aturdido y se frotaba la mandíbula — ¿Qué te trae a mi humilde morada?
— Sos un hijo de puta — le dijo la pelirroja luego de cerrar la puerta — ¿Qué fue lo que me diste? No me puedo acordar de nada.
Su amigo la tranquilizó como pudo, la hizo pasar a la cocina y le preguntó si había almorzado. Ante la negativa de la chica le sirvió lo que había quedado de su almuerzo. Luego, mientras ella comía, le explicó con tranquilidad.
— Así que no te acordás de nada, eso quiere decir que funciona. Mirá, te lo voy a contar bien para que no me vuelvas a surtir. Ayer me viniste a ver porque yo te había llamado, quería probar un medicamento en el que estoy trabajando hace algunos meses, pero no lo podía hacer en mí (por obvias razones).
— Eso no me importa, decíme por qué no me acuerdo de nada y por qué anduve entregando el orto por toda Capital. — Juan José se asombró y comenzó a indagar. Un poco sin ganas, Valeria le contó todo lo que había hecho o mejor dicho, le contó todo lo que le dijeron que había hecho.
— Sos el sueño de todo hombre: liberal y bisexual — la pelirroja le pateó las pantorrillas y le torció un brazo.
— Ahora contame vos — le ordenó.
— Bueno, bueno. No te pongas violenta, che — hizo una pausa y prosiguió — El medicamento borra los recuerdos cercanos al momento de su ingesta, pero lo interesante es que lo hace durante el sueño. Si vos te lo tomás y no dormís por dos días o más, no te olvidás de lo que pasó. Ahora, también tiene un efecto psiquiátrico. Se supone que ayuda a manifestar deseos o emociones, incluso pensamientos, muy fuertes que el paciente posee pero inconscientemente, o semiconscientemente. También funciona como un leve energizante, pero no es afrodisíaco, así que las cosas que hiciste fueron por cuenta tuya, no le eches la culpa al medicamento.
— ¿O sea que tengo deseos lésbicos y de sexo desenfrenado en mi inconsciente? Además de algún temita con el sexo anal.
— En realidad todos los tenemos, pero por lo que me contás lo tuyo es más fuerte que en general. Es muy posible que tu identidad sexual, y por favor no te enojes, no sea heterosexual.
— No me enojo por eso. No me molesta que me gusten las mujeres, me hacés quedar como una homofóbica. Lo que me molesta es que pase tan de repente. Y el hecho de no decidirme por las chicas o por los chicos no es precisamente algo lindo. Pero tengo algo más que preguntarte ¿Cómo puedo estar segura de que en realidad no me engañaste para que tomara esa porquería?
— ¡Qué bueno que preguntas! Vení por acá — Juan José la condujo hasta su habitación y se sentaron frente a su computadora.
— Te quiero explicar dos cosas. Primero, para evitar problemas o para tener un registro de lo que hizo, el paciente que consume esto debe documentar todo, lo recomendable es filmar con una cámara. Te lo dije ¿la usaste?
— Sí — le respondió Valeria —, pero quedó en la casa de Samanta perdida entre las minas en pelotas. Me dijo que cuando la encuentre me avisa.
Juan José tragó saliva.
— ¡Ejem! — carraspeó y se aclaró la voz — La otra cosa es que supuestamente, este tipo de amnesia parcial responde ante estímulos visuales. Regresar a algunos lugares visitados durante los efectos del medicamento o, mejor aún, ver las grabaciones que se hicieron deberían regresarte tus recuerdos.
Valeria comenzó a festejar con gritos y saltos.
— Como cuando viniste no tenías una cámara, usamos la mía, no sólo para documentar los primeros efectos de la droga, sino también para tener pruebas de que todo lo hiciste consentidamente.
Juan José buscó un archivo de video en la computadora y lo abrió. En la pantalla apareció la hermosa imagen de Valeria, con sus rizos de fuego y su mirada ruda. Estaba sentada en el sofá del comedor, mostrando tres cuartos del rostro, como en una entrevista. De pronto las imágenes reproducidas comenzaron a fundirse con los recuerdos que se reconstruían dentro de la cabeza de la pelirroja.
La voz de Juan José provenía desde detrás de la cámara y le explicaba las mismas cosas que hacía unos momentos y cada tanto le pedía su aprobación, para dejar en claro que no estaba realizando nada contra su voluntad. Muy claramente vio, o recordó, como tomaba una pequeña pastilla roja mientras su amigo decía:
— Acordate que no podés decir nada sobre esto, tranquilamente me podrían meter preso unos cuantos años.
Luego transcurrieron algunos minutos en los cuales casi ni habló y sólo se limitó a contestar unas preguntas que Juan José le hacía para evaluar los efectos del fármaco. Un rato más tarde se empezó a sentir molesta y enojada. Su amigo le preguntó qué le pasaba. Ella contestó que tenía problemas con el trabajo y con su ex.
— Él me jode porque dice que me prestó plata unos meses antes de que no peleemos. Lo que pasó en realidad fue que yo le había prestado a él, y un tiempo después le pedí que me la devolviera porque estaba endeudada hasta la pera. El muy hijo de puta me devolvió sólo una parte y después nos separamos. Ahora me llama cuatro veces por semana reclamándome. Yo tengo pruebas para demostrar que las cosas sucedieron como yo digo, así que legalmente no puede hacerme nada. Yo creo que lo hace sólo para molestarme.
Estaba realmente agitada y enojada, pero luego se fue tranquilizando poco a poco. Juan José le dio unas últimas recomendaciones y ella comentó que si al otro día no iba a recordar nada era una ocasión ideal para perder la cabeza. Luego se levantó, la cámara se movió un poco y luego se apagó. El monitor se puso negro y apareció el fondo de pantalla.
— ¡Me acuerdo! — gritó Valeria — Me acuerdo de todo eso, y de que después salí de acá y fui a casa a buscar mi cámara y después la visité a Estefanía. Pero ahí ya no sé qué pasó, sólo lo que me contó mi hermana — agregó con algo de desilusión.
— Es normal — le dijo Juan José —, recordaste todos los momentos cercanos a lo que grabamos, pero lo demás sigue perdido. Si querés recuperar esos momentos vas a tener que mirar las fotos o videos que hiciste anoche.
— Bueno, al final tenías razón, no me engañaste con nada — Valeria se acercó a su amigo con ternura — No tendría que haberte pegado ¿Qué puedo hacer para recompensarte?
— Hm… creo que con unas disculpas me conformo — le contestó mientras hacía fuerza para no desmayarse.
— Perdoname — dijo la pelirroja. Luego dio un salto y se sentó en el borde de la cama, mirándolo fijamente mientras se sacaba el calzado.
— ¿Qué hacés? — le preguntó Juan José, paralizado por la curiosidad y el nerviosismo.
— ¿Sabés de lo que me di cuenta? Desde ayer que no me baño. No te importa que use tu ducha ¿no?
Interpretó la petrificación de su amigo como un sí. Muy lentamente se desabotonó el jean, mostrando los bordes negros y finísimos de su ropa interior. Luego se volteó, bajándolo despacio, mostrando poco a poco el angosto triángulo de su tanga. Con cada deslizamiento mostraba un poco más de su piel, de sus muslos, de su ingle. Dejó el pantalón arrugado y con paso lento y gracioso se dirigió al baño, que estaba en la misma habitación. A cada paso sus nalgas pequeñas, firmes, hermosas, temblaban por un segundo, sin perder su forma sublime, enmarcada en ese atrevido hilo dental que apenas si la cubría.
Entró al baño sin cerrar la puerta. Juan José, que la había observado desde la silla de su computadora sin siquiera pestañar, vio aparecer por uno de los costados del umbral un brazo de la pelirroja, que arrojaba primero su remera, y después su tanga. Luego oyó como caía la lluvia de la ducha. Pasaron unos segundos que parecieron eternos y de pronto Valeria asomó su cabeza.
— Sos bastante lerdo para las indirectas ¿no? — le dijo con una gran sonrisa.
Juan José se lanzó de cabeza dentro del baño al tiempo que intentaba desnudarse. Valeria lo recibió con los brazos abiertos, muriéndose de la risa y exhibiendo su bella desnudez. Se trenzaron en un torbellino de besos y caricias casi violentas y se estrellaron contra una de las paredes de la ducha.
Mientras los bañaba una lluvia tibia él abandonó los besos para concentrarse en lamer los pezones de la pelirroja, que gemía y disfrutaba de sólo pensar en lo que estaba haciendo. Sus firmes y enormes tetas recibían lengüetazos y chupones deliciosos. Una de las manos de él descendía por su vientre, buscando su sexo. Lentamente introdujo primero un dedo y luego dos, comenzando un lento masaje en su clítoris y en la entrada de su vagina, completamente depilada.
— Ah… ah… — gemía descontrolada — Chupame, chupame la concha — le dijo frenética.
Juan José se arrodilló y comenzó a lamer, a beber de la lujuria de Valeria, quien de pronto se volteó, apoyándose contra la pared y sacando el culo hacia atrás. Él le separo las nalgas y contempló ese paisaje de desenfreno, miró su labios, rosados y juveniles, pequeños y hermosos, que resguardaban la entrada al mundo del placer. Un poco más arriba, pero casi pegada, estaba la otra entrada, la más pequeña e igual de rosada. Con su lengua recorrió despacio toda la extensión, desde el clítoris hasta el ano, introduciéndose oportunamente en donde era necesario, mientras sus manos, abarcaban todos sus glúteos suaves y firmes. Sólo estuvieron así unos pocos minutos porque el orgasmo de Valeria se presentó rápidamente, convulsionando todo su cuerpo y arrancándole gemidos profundísimos y algunas risas que se le escaparon mientras descansaba su cara contra la pared.
— Me toca a mí — dijo cuando se recuperó y enseguida se arrodilló. Tomó entre sus manos el pene de Juan José, lo miró, lo movió, lo besó. Era de un tamaño considerable, suficiente para divertir a cualquier chica. Muy despacio introdujo el glande en su boca y luego la sacó empapado. Con su lengua recorrió todo su largo y ancho, saboreando cada milímetro, pensando en lo puta que era, y en cómo le gustaba sentirse así. Comenzó a mover su cabeza de adelante hacia atrás, metiendo y sacando ese delicioso pene y mirando a su compañero directo a los ojos, tratando de darle el mayor placer posible. Luego lo comenzó a pajear vigorosamente, con mucha energía, mientras bajaba su cabeza y lamía un poco sus testículos.
— ¿Te gusta? — le decía cada tanto, cuando se desocupaba la boca. Juan José apenas si contestaba con la cabeza, Valeria sabía cómo complacer a sus amantes — ¿Me querés coger, eh? ¿Me querés coger como a una puta cualquiera?
La pelirroja se levantó y volvieron a besarse con pasión desmedida, casi con furia. Ella apoyó sus manos contra la pared, poniendo su cuerpo en noventa grados y moviendo el culo y las caderas, esperando ansiosa que la penetrara.
— Dale — le dijo con una voz increíblemente suave e inocente — Dale que me enfrío.
Sintió como suavemente la verga de su amigo se abría paso por entre las paredes de su vagina y la llevaba de la mano hacia el goce extremo. Lentamente comenzaron a moverse a ritmo de vaivén, gimiendo y gritando como desesperados. En algún momento cerraron la llave de la ducha pero se quedaron ahí. Sus nalgas golpeaban a intervalos cada vez más cortos sobre el pubis de él, quien, muy despacio comenzó a juguetear en su ano con su dedo pulgar.
— Sí que sabes lo que me gusta — dijo ella entre jadeo y jadeo cuando sintió como el dedo comenzaba a forzar la entrada de su culo.
Continuaron culeando frenéticamente en la misma posición durante varios minutos, sin detenerse, sin cansarse. Ella inclinada, sosteniéndose con las manos de la pared que tenía enfrente; las piernas separadas y hacia atrás, haciendo fuerza para mantenerla en pie. Las manos de él le rodeaban casi por completo la pequeña cintura y a veces iban y venían, acariciándole la espalda o las nalgas. De pronto la pelirroja experimentó otro orgasmo, aún más fuerte que el anterior y se detuvo.
— ¿No te gustaría intentarlo por otro lado? — le dijo con una sonrisa producto de su borrachera de placer y movió su culo de un lado para otro, entregándoselo por completo. Juan José también sonrió y, apenas inclinado hacia delante escupió de forma abundante su ano, y luego comenzó a introducir sus dedos. Cuando creyó que era suficiente apoyó su pene en la entrada del culo y comenzó a presionar suavemente.
Al sentir como sus entrañas eran invadidas por aquel miembro, la pelirroja comenzó a gemir más y más fuerte, soltando de vez en cuando una leve y sensual risa producto de la excitación. Al cabo de pocos segundos el pene ya la había penetrado por completo y comenzaron nuevamente con su ritmo alocado y vertiginoso. Valeria estaba convertida en una bola de fuego, de su boca salían suspiros y todo tipo de palabras lujuriosas. “¡Cojeme que me encanta!”; “¡sí, sí!”; “¡más, dame más!”; “¡reventame el orto!”, eran algunas de las cosas que gritaba.
Mientras la penetración continuaba ardiente e imparable, la pelirroja se incorporó, pegando su espalda al pecho de su amante y, sin dejar de recibir por atrás, volteó su cabeza para que pudieran unir sus lenguas, que ansiaban luchar unas con otras. Ambos estaban al borde del orgasmo cuando escucharon unos ruidos. Curiosos, pero sin separarse ni un milímetro, corrieron la cortina de la ducha y asomaron sus cabezas. Parada frente a ellos, con su cartera caída a sus pies estaba Milagros, la novia de Juan José.
Continuará...
Los dejo con ésta tercera entrega, en la cual se aclaran muchas cosas pero la diversión llega con el final.
III
El auto seguía avanzando, imperturbable. Ya estaban cerca del destino. Valeria se despertó muy agitada, completamente transpirada y no hacía tanto calor como para justificarlo.
Luego de pagar tocó timbre en el departamento de su hermana, al cabo de unos momentos estaban saludándose. La hermana de Valeria se llamaba Estefanía y era cinco años mayor. Vivía sola luego de haber sido abandonada por su marido dos años antes. Desde entonces, quizá también durante su matrimonio, su existencia era un sinfín de monotonía y aburrimiento del cual Valeria intentaba rescatarla cada vez que podía. La relación que las unía era irrompible, se amaban profundamente y, a pesar de la distancia que las separaba, se las arreglaban para estar siempre en contacto, para estar constantemente al tanto de lo que acontecía en la vida de la otra.
— Me tenías preocupada ¿venís de tu casa? — le preguntó su hermana.
— Si te contará… — Valeria le hizo un relato detallado de lo que le había pasado, de su amnesia, las circunstancias de su despertar, los datos que le había dado Samanta y las conjeturas que de ellos había hecho.
— No sé qué fue lo que pasó —dijo al terminar su narración — Estuve cogiendo con nueve minas, y antes con una y con un desconocido. ¡Encima me la metió por el culo! — gritó indignada, en el colmo de la impotencia y la ignorancia. — Samanta me dijo que no parecía borracha, y que varias veces me vio rechazar tragos y bebidas. Además no tenía olor a alcohol.
Estefanía trato de calmarla y luego le dijo que el día anterior como a las seis de la tarde ellas se habían visto.
— Venías de la casa de la casa de Juan José y estabas como loca filmando todo lo que pasaba. Me contaste que querías matar al estúpido de Pablo, que seguía molestándote con el tema de la plata y no sé qué otras cosas. Pero, y escuchá bien, me dijiste que Juan José te había dado algo, un medicamento o algo parecido y que por eso estabas alterada.
— ¡Ese hijo de puta me drogó! — gritó indignada. Estefanía se explicó.
— No, vos estuviste de acuerdo. Querías ayudarlo con su trabajo y por eso lo tomaste. Después me dijiste que pasadas doce horas el medicamento dejaba de hacer efecto.
— Dios, debo estar loca para aceptar esas cosas.
— Eso mismo te dije yo, pero me contestaste que era en nombre de la ciencia y no sé qué otras huevadas. Te quedaste conmigo como hasta las ocho o nueve de la noche, y después te fuiste, diciendo que era una noche para volverse loca y aprovechar.
— Sí que me volví loca, pero no creo haber aprovechado nada — comentó, tratando de poner un poco de humor a su desgracia — Tengo serias dudas, me parece que voy a tener que replantearme mi identidad sexual ¿Seré lesbiana, bisexual, o habrá sido efecto de la falopa?
— Eso que decís de que te encamaste con unas minas no me extraña para nada… — Estefanía se dio cuenta muy tarde de lo que había dicho e intentó disimular, pero su hermana la conocía perfectamente, sabía que le estaba ocultando algo.
— Vos sabés algo más —le dijo Valeria en tono inquisidor —Hablá, perra ¿Qué es lo que no me querés contar? ¿Por qué no te extraña mi lesbianismo?
No le costó demasiado arrancarle una confesión.
— ¡Casi me lo hacés a mí! — gritó, casi con alivio. Valeria se sentó del asombro, sus andanzas nocturnas parecían no tener límites.
— ¿Qué fue lo que hice, te ataqué? — preguntó en el ápice de su vergüenza y humillación.
— No, no me atacaste, estúpida — le contestó su hermana, ya más tranquila — Me empezaste a decir que te sentías transgresora, con ganas de romper límites, y que yo vivía siempre lejos de la emoción. Al principio era todo en tono de broma, pero después te pusiste más seria. Yo no sabía qué hacer, estabas tan rara.
Estefanía hizo una pausa para serenarse otro poco y luego continuó.
— No fue nada, estábamos sentadas ahí, en el sofá. Igual está todo filmado por tu camarita. Primero hablamos de hombres, después de sexo. Yo tenía una pollera y me metiste la mano muy despacio. Me acariciaste los muslos, después por arriba de la tanga y, al final, me metiste los dedos — Valeria se lamentaba de forma cada vez más ruidosa — No te pongas así, sólo hiciste eso y me besaste un poco en la boca, sin lengua. Bueno quizá me la metiste un poco… y me chupaste un poquito las tetas. Pero nada más.
Valeria ya estaba a los gritos, completamente escandalizada.
— No te pongas así — su hermana seguía intentado consolarla —tendrías que estar contenta.
— ¡¿Por qué?! — le gritó.
— Porque me hiciste acabar — le contestó en un leve murmullo.
— ¿Pero vos te volviste loca? — rugió en el colmo de su furia — ¿Por qué me dejaste hacer eso? Vos sabías que yo estaba media dopada, tendrías que haberme parado ¿Qué clase de hermana sos? — Estefanía balbuceaba torpes disculpas y justificaciones, pero la pelirroja era una bola de fuego.
Luego de unos momentos el ambiente se tranquilizó, no podía estar enojada con su hermana. Hablaron un poco más, tratando de evitar el encuentro caliente que habían tenido. El sexo orgiástico, lésbico y con desconocidos era una cosas, pero el incesto, por leve que fuese era cosa seria.
— Bueno, me voy — dijo levantándose y yendo hacia la puerta — Tengo mucho que averiguar y a la noche quiero volver a lo de Samanta, para aclarar las cosas.
— Y ¿por dónde vas a empezar? — le preguntó Estefanía, aún avergonzada.
— ¿Por dónde va a ser? Por donde estuve antes de venir a verte, por donde comenzó todo. Lo voy a ver al pelotudo de Juan José para ver qué fue lo que me dio — Mientras se estaba yendo del departamento volvió para agregar — Esto no queda así, mi querida, si me entero que la culpa de todo fue tuya me las vas a pagar. No saldrás impune de esta — agregó con falsa malicia. Luego salió al trote del edificio, caminó hasta la estación y se tomó el tren a las tres y media de la tarde.
Juan José era amigo cercano tanto de Valeria como de su hermana, con quien había compartido todo el secundario. Era una persona muy amigable y brillante, se había recibido en farmacología y en psiquiatría, la cual ejercía desde algún tiempo. Al igual que Valeria tenía una personalidad extravagante y no era raro que experimentara con fármacos en él mismo o, en este caso, en sus amistades. Vivía en Morón y estaba a punto de recibir una visita que quizá no pudiese soportar.
La puerta tembló ante la segunda descarga de golpes que hacían las veces de timbre. Juan José abrió, y de inmediato un pequeño pero poderoso puño lo dejó en el piso, desparramado cuan largo era.
— Vale… yo también estoy contento de verte — dijo mientras se levantaba aturdido y se frotaba la mandíbula — ¿Qué te trae a mi humilde morada?
— Sos un hijo de puta — le dijo la pelirroja luego de cerrar la puerta — ¿Qué fue lo que me diste? No me puedo acordar de nada.
Su amigo la tranquilizó como pudo, la hizo pasar a la cocina y le preguntó si había almorzado. Ante la negativa de la chica le sirvió lo que había quedado de su almuerzo. Luego, mientras ella comía, le explicó con tranquilidad.
— Así que no te acordás de nada, eso quiere decir que funciona. Mirá, te lo voy a contar bien para que no me vuelvas a surtir. Ayer me viniste a ver porque yo te había llamado, quería probar un medicamento en el que estoy trabajando hace algunos meses, pero no lo podía hacer en mí (por obvias razones).
— Eso no me importa, decíme por qué no me acuerdo de nada y por qué anduve entregando el orto por toda Capital. — Juan José se asombró y comenzó a indagar. Un poco sin ganas, Valeria le contó todo lo que había hecho o mejor dicho, le contó todo lo que le dijeron que había hecho.
— Sos el sueño de todo hombre: liberal y bisexual — la pelirroja le pateó las pantorrillas y le torció un brazo.
— Ahora contame vos — le ordenó.
— Bueno, bueno. No te pongas violenta, che — hizo una pausa y prosiguió — El medicamento borra los recuerdos cercanos al momento de su ingesta, pero lo interesante es que lo hace durante el sueño. Si vos te lo tomás y no dormís por dos días o más, no te olvidás de lo que pasó. Ahora, también tiene un efecto psiquiátrico. Se supone que ayuda a manifestar deseos o emociones, incluso pensamientos, muy fuertes que el paciente posee pero inconscientemente, o semiconscientemente. También funciona como un leve energizante, pero no es afrodisíaco, así que las cosas que hiciste fueron por cuenta tuya, no le eches la culpa al medicamento.
— ¿O sea que tengo deseos lésbicos y de sexo desenfrenado en mi inconsciente? Además de algún temita con el sexo anal.
— En realidad todos los tenemos, pero por lo que me contás lo tuyo es más fuerte que en general. Es muy posible que tu identidad sexual, y por favor no te enojes, no sea heterosexual.
— No me enojo por eso. No me molesta que me gusten las mujeres, me hacés quedar como una homofóbica. Lo que me molesta es que pase tan de repente. Y el hecho de no decidirme por las chicas o por los chicos no es precisamente algo lindo. Pero tengo algo más que preguntarte ¿Cómo puedo estar segura de que en realidad no me engañaste para que tomara esa porquería?
— ¡Qué bueno que preguntas! Vení por acá — Juan José la condujo hasta su habitación y se sentaron frente a su computadora.
— Te quiero explicar dos cosas. Primero, para evitar problemas o para tener un registro de lo que hizo, el paciente que consume esto debe documentar todo, lo recomendable es filmar con una cámara. Te lo dije ¿la usaste?
— Sí — le respondió Valeria —, pero quedó en la casa de Samanta perdida entre las minas en pelotas. Me dijo que cuando la encuentre me avisa.
Juan José tragó saliva.
— ¡Ejem! — carraspeó y se aclaró la voz — La otra cosa es que supuestamente, este tipo de amnesia parcial responde ante estímulos visuales. Regresar a algunos lugares visitados durante los efectos del medicamento o, mejor aún, ver las grabaciones que se hicieron deberían regresarte tus recuerdos.
Valeria comenzó a festejar con gritos y saltos.
— Como cuando viniste no tenías una cámara, usamos la mía, no sólo para documentar los primeros efectos de la droga, sino también para tener pruebas de que todo lo hiciste consentidamente.
Juan José buscó un archivo de video en la computadora y lo abrió. En la pantalla apareció la hermosa imagen de Valeria, con sus rizos de fuego y su mirada ruda. Estaba sentada en el sofá del comedor, mostrando tres cuartos del rostro, como en una entrevista. De pronto las imágenes reproducidas comenzaron a fundirse con los recuerdos que se reconstruían dentro de la cabeza de la pelirroja.
La voz de Juan José provenía desde detrás de la cámara y le explicaba las mismas cosas que hacía unos momentos y cada tanto le pedía su aprobación, para dejar en claro que no estaba realizando nada contra su voluntad. Muy claramente vio, o recordó, como tomaba una pequeña pastilla roja mientras su amigo decía:
— Acordate que no podés decir nada sobre esto, tranquilamente me podrían meter preso unos cuantos años.
Luego transcurrieron algunos minutos en los cuales casi ni habló y sólo se limitó a contestar unas preguntas que Juan José le hacía para evaluar los efectos del fármaco. Un rato más tarde se empezó a sentir molesta y enojada. Su amigo le preguntó qué le pasaba. Ella contestó que tenía problemas con el trabajo y con su ex.
— Él me jode porque dice que me prestó plata unos meses antes de que no peleemos. Lo que pasó en realidad fue que yo le había prestado a él, y un tiempo después le pedí que me la devolviera porque estaba endeudada hasta la pera. El muy hijo de puta me devolvió sólo una parte y después nos separamos. Ahora me llama cuatro veces por semana reclamándome. Yo tengo pruebas para demostrar que las cosas sucedieron como yo digo, así que legalmente no puede hacerme nada. Yo creo que lo hace sólo para molestarme.
Estaba realmente agitada y enojada, pero luego se fue tranquilizando poco a poco. Juan José le dio unas últimas recomendaciones y ella comentó que si al otro día no iba a recordar nada era una ocasión ideal para perder la cabeza. Luego se levantó, la cámara se movió un poco y luego se apagó. El monitor se puso negro y apareció el fondo de pantalla.
— ¡Me acuerdo! — gritó Valeria — Me acuerdo de todo eso, y de que después salí de acá y fui a casa a buscar mi cámara y después la visité a Estefanía. Pero ahí ya no sé qué pasó, sólo lo que me contó mi hermana — agregó con algo de desilusión.
— Es normal — le dijo Juan José —, recordaste todos los momentos cercanos a lo que grabamos, pero lo demás sigue perdido. Si querés recuperar esos momentos vas a tener que mirar las fotos o videos que hiciste anoche.
— Bueno, al final tenías razón, no me engañaste con nada — Valeria se acercó a su amigo con ternura — No tendría que haberte pegado ¿Qué puedo hacer para recompensarte?
— Hm… creo que con unas disculpas me conformo — le contestó mientras hacía fuerza para no desmayarse.
— Perdoname — dijo la pelirroja. Luego dio un salto y se sentó en el borde de la cama, mirándolo fijamente mientras se sacaba el calzado.
— ¿Qué hacés? — le preguntó Juan José, paralizado por la curiosidad y el nerviosismo.
— ¿Sabés de lo que me di cuenta? Desde ayer que no me baño. No te importa que use tu ducha ¿no?
Interpretó la petrificación de su amigo como un sí. Muy lentamente se desabotonó el jean, mostrando los bordes negros y finísimos de su ropa interior. Luego se volteó, bajándolo despacio, mostrando poco a poco el angosto triángulo de su tanga. Con cada deslizamiento mostraba un poco más de su piel, de sus muslos, de su ingle. Dejó el pantalón arrugado y con paso lento y gracioso se dirigió al baño, que estaba en la misma habitación. A cada paso sus nalgas pequeñas, firmes, hermosas, temblaban por un segundo, sin perder su forma sublime, enmarcada en ese atrevido hilo dental que apenas si la cubría.
Entró al baño sin cerrar la puerta. Juan José, que la había observado desde la silla de su computadora sin siquiera pestañar, vio aparecer por uno de los costados del umbral un brazo de la pelirroja, que arrojaba primero su remera, y después su tanga. Luego oyó como caía la lluvia de la ducha. Pasaron unos segundos que parecieron eternos y de pronto Valeria asomó su cabeza.
— Sos bastante lerdo para las indirectas ¿no? — le dijo con una gran sonrisa.
Juan José se lanzó de cabeza dentro del baño al tiempo que intentaba desnudarse. Valeria lo recibió con los brazos abiertos, muriéndose de la risa y exhibiendo su bella desnudez. Se trenzaron en un torbellino de besos y caricias casi violentas y se estrellaron contra una de las paredes de la ducha.
Mientras los bañaba una lluvia tibia él abandonó los besos para concentrarse en lamer los pezones de la pelirroja, que gemía y disfrutaba de sólo pensar en lo que estaba haciendo. Sus firmes y enormes tetas recibían lengüetazos y chupones deliciosos. Una de las manos de él descendía por su vientre, buscando su sexo. Lentamente introdujo primero un dedo y luego dos, comenzando un lento masaje en su clítoris y en la entrada de su vagina, completamente depilada.
— Ah… ah… — gemía descontrolada — Chupame, chupame la concha — le dijo frenética.
Juan José se arrodilló y comenzó a lamer, a beber de la lujuria de Valeria, quien de pronto se volteó, apoyándose contra la pared y sacando el culo hacia atrás. Él le separo las nalgas y contempló ese paisaje de desenfreno, miró su labios, rosados y juveniles, pequeños y hermosos, que resguardaban la entrada al mundo del placer. Un poco más arriba, pero casi pegada, estaba la otra entrada, la más pequeña e igual de rosada. Con su lengua recorrió despacio toda la extensión, desde el clítoris hasta el ano, introduciéndose oportunamente en donde era necesario, mientras sus manos, abarcaban todos sus glúteos suaves y firmes. Sólo estuvieron así unos pocos minutos porque el orgasmo de Valeria se presentó rápidamente, convulsionando todo su cuerpo y arrancándole gemidos profundísimos y algunas risas que se le escaparon mientras descansaba su cara contra la pared.
— Me toca a mí — dijo cuando se recuperó y enseguida se arrodilló. Tomó entre sus manos el pene de Juan José, lo miró, lo movió, lo besó. Era de un tamaño considerable, suficiente para divertir a cualquier chica. Muy despacio introdujo el glande en su boca y luego la sacó empapado. Con su lengua recorrió todo su largo y ancho, saboreando cada milímetro, pensando en lo puta que era, y en cómo le gustaba sentirse así. Comenzó a mover su cabeza de adelante hacia atrás, metiendo y sacando ese delicioso pene y mirando a su compañero directo a los ojos, tratando de darle el mayor placer posible. Luego lo comenzó a pajear vigorosamente, con mucha energía, mientras bajaba su cabeza y lamía un poco sus testículos.
— ¿Te gusta? — le decía cada tanto, cuando se desocupaba la boca. Juan José apenas si contestaba con la cabeza, Valeria sabía cómo complacer a sus amantes — ¿Me querés coger, eh? ¿Me querés coger como a una puta cualquiera?
La pelirroja se levantó y volvieron a besarse con pasión desmedida, casi con furia. Ella apoyó sus manos contra la pared, poniendo su cuerpo en noventa grados y moviendo el culo y las caderas, esperando ansiosa que la penetrara.
— Dale — le dijo con una voz increíblemente suave e inocente — Dale que me enfrío.
Sintió como suavemente la verga de su amigo se abría paso por entre las paredes de su vagina y la llevaba de la mano hacia el goce extremo. Lentamente comenzaron a moverse a ritmo de vaivén, gimiendo y gritando como desesperados. En algún momento cerraron la llave de la ducha pero se quedaron ahí. Sus nalgas golpeaban a intervalos cada vez más cortos sobre el pubis de él, quien, muy despacio comenzó a juguetear en su ano con su dedo pulgar.
— Sí que sabes lo que me gusta — dijo ella entre jadeo y jadeo cuando sintió como el dedo comenzaba a forzar la entrada de su culo.
Continuaron culeando frenéticamente en la misma posición durante varios minutos, sin detenerse, sin cansarse. Ella inclinada, sosteniéndose con las manos de la pared que tenía enfrente; las piernas separadas y hacia atrás, haciendo fuerza para mantenerla en pie. Las manos de él le rodeaban casi por completo la pequeña cintura y a veces iban y venían, acariciándole la espalda o las nalgas. De pronto la pelirroja experimentó otro orgasmo, aún más fuerte que el anterior y se detuvo.
— ¿No te gustaría intentarlo por otro lado? — le dijo con una sonrisa producto de su borrachera de placer y movió su culo de un lado para otro, entregándoselo por completo. Juan José también sonrió y, apenas inclinado hacia delante escupió de forma abundante su ano, y luego comenzó a introducir sus dedos. Cuando creyó que era suficiente apoyó su pene en la entrada del culo y comenzó a presionar suavemente.
Al sentir como sus entrañas eran invadidas por aquel miembro, la pelirroja comenzó a gemir más y más fuerte, soltando de vez en cuando una leve y sensual risa producto de la excitación. Al cabo de pocos segundos el pene ya la había penetrado por completo y comenzaron nuevamente con su ritmo alocado y vertiginoso. Valeria estaba convertida en una bola de fuego, de su boca salían suspiros y todo tipo de palabras lujuriosas. “¡Cojeme que me encanta!”; “¡sí, sí!”; “¡más, dame más!”; “¡reventame el orto!”, eran algunas de las cosas que gritaba.
Mientras la penetración continuaba ardiente e imparable, la pelirroja se incorporó, pegando su espalda al pecho de su amante y, sin dejar de recibir por atrás, volteó su cabeza para que pudieran unir sus lenguas, que ansiaban luchar unas con otras. Ambos estaban al borde del orgasmo cuando escucharon unos ruidos. Curiosos, pero sin separarse ni un milímetro, corrieron la cortina de la ducha y asomaron sus cabezas. Parada frente a ellos, con su cartera caída a sus pies estaba Milagros, la novia de Juan José.
Continuará...
1 comentarios - Oblitus III