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Había sido dura la vuelta al trabajo. Era un febrero con mucho calor y si bien los niños no se habían presentado en masa a la semana de orientación, cumplir horario es algo que a mí me rompe mucho las pelotas. De esta manera, al llegar a casa me decidí a pasar las últimas horas del día sumergido en la caldosidad de mi pelopincho. Una buena pipa, un chocolatada con galletas y a disfrutar del atardecer en la terraza. Luego de divagar en variados temas de actualidad, un pensamiento comenzó a crecer dentro de mi cabeza: Era hora de salir y preparar la cena, pero antes, había que regar las plantitas.
Tomé la manguera y comencé la lluvia artificial. El calor que se desprendía de las baldosas llegaba a mi nariz con un olor incomparable que me perseguía desde chico, es inexplicable, creo que el que alguna vez regó en verano, sabe de lo que estoy hablando, el olor a baldosas calientes mojadas, estan en el ranking de aromas que me arrancan una sonrisa. No obstante, dicha mueca se me borró.
A medida que me iba acercando a la mitad de la terraza un ruido me estrujó el estómago; alguién estaba subiendo las escaleras del vecino. Una mirada rápida para descubrir con alegría y miedo que una melena negra asomaba, mucho más no se veía, pero les juró que yo notaba sus hermosos ojos claros. Katrina estaba colgando la ropa. Seguí regando agachado de la vergüenza, muchas veces me la había cruzado, pero teniendo en cuenta los hechos acontecidos la semana anterior, mejor era tener un perfil mas que bajo.
Aproveché para sacar un par de yuyitos de mis plantitas y removerles la tierra. Justo en la medianera compartida estaba la planta a la cual debía prestarle más atención. No pude esperar más tiempo, era bastante obvio que me estaba escondiendo ya que ella estaba allí. Así que luego de sentir el olor a las flores me incorporé. Ella estaba mirando las estrellas. Nos sobresaltamos. De repente, caí que había ejecutado unas palabras:
-No te asustes vivo acá.
Me devolvió una sonrisa. Y una frase con su voz temblorosa y aguda.
-Ya lo sé. Te conozco desde que eras chiquito.
Pude sentir su sonrojamiento y ver el impulso de querer bajar corriendo las escaleras. No obstante, sacando fuerzas desde muy adentro se plantó. Se acercó a la medianera y me dijo, en voz baja y a gran velocidad:
-Quería hablar con vos. La semana pasada mientras rasqueteaba la pared, mi Mama me avisó que se iba y desde ese momento escuché todo lo que pasó después porque no me volví a poner los auriculares. ¿Por qué estoy en las fantasías sexuales tuyas? Escuché como tu amiga te obligaba a decir mi nombre; te sentí espiándome y deseándome. Creo que merezco una explicación. Concluyó en un tono casi inaudible.
-Eso...eh...no sé, disculpame, no va a volver a pasar.
Viendo mi cobardía, Katrina se relajó y tomó la posta. Más tranquila y con voz super provocadora me apuró:
-No quiero tus disculpas, quiero que me digas por qué me deseas tanto. Yo por ejemplo, escucho todas tus cogidas, mi pieza esta justo del otro lado de tu pared. Escucho los gritos, los ayes, los golpes de la cama. Escucho y me mojo, escucho y fantaseo con vos...tus chicas la pasan muy lindo. Yo me masturbo, mido las distancias, lo hago al ritmo de los golpes de tu cama, jadeo en silencio, muerdo la almuhada diciendo tu nombre...
Le conté todo, como me gustaba su pureza, su cuerpo. Le deslice que ese fin de semana estaría sólo, que si quería podía venir y probar, pensé que me había extralimitado una vez más. Pero no, Katrina me lo propuso.
-Hoy a la noche, cuando todos en mi casa se vayan a dormir, voy a salir al patio interno y caminando por el techo del vecino de abajo me voy a acercar a la ventana, espérame.
Ya hacía 4 años que eramos vecinos. Conocía todos los ruiditos de la casa de ella. Por ende, sabía más o menos a que hora vendría. Tipo 12 me acosté desnudo. La luna llena brillaba en la ventana iluminando todo. De repente, un salto y un saludo. La ayudé a trepar mi ventana. Por primera vez nuestras manos se estrechaban, al igual que nuestros corazones. Sentí una especie de magia en nuestras miradas. La tenía cerca mio, delante mio, toda para mí, escuchando su respiración entrecortada. Como para que lo entiendan, sentía lo mismo que sentí cuando dí mi primer beso. Mariposas en la panza.
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Katrina no dejaba nada librado al azar. Estaba preparada para la acción, había venido vestida igual al día en que la ví rasqueteando la pared. Me abrazó y nos fundimos en un beso. Todo fue muy dulce. Nos sentamos sin dejar de babosearnos y luego nos acostamos abrazados, como haciendo cucharita. Piel con Piel al extremo, muchos besos en su cuello, hombros y espalda. Ella movía su cabeza como queriendo capturarlos todos, su perfume alimonado y la transpiración de ambos ayudaban a deslizarnos con perfecta sintonía.
Le bajé el cullote, le saqué la parte superior del bikini. Su piel transpirada y tostada por el sol resaltaba a la luz de la luna. A cada segundo sentía como su calor corporal superaba al del ambiente. Con una mano le sostenía la nalga derecha, con mucha fuerza y con algo de ayuda de ella la empujaba hacía mí. Se estrellaban entre abiertas en la parte de abajo e mi panza. Sus nalgas eran dos grandes masas esponjosas y cálidas que usaba para sofocar mi poronga. Me frotaba de arriba hacia abajo, le pasaba los huevos y luego mi pene erecto. Para completar el recorrido con una vuelta, le apoyaba la vena de mi pene erecto, y luego subía hasta los huevos, clavándole la pija en la espalda e intentando rozar el ano con la bolsita contenedora (empresa imposible por la dimensión de sus posaderas).
-Me vas a romper con ese pito, mira que yo no cogí tanto en mi vida. Mucho dedo, pocas pijas.
No sabía si lo decía para excitarme o era la realidad. Necesitaba confirmarlo. Mi mano derecha, la que me acercaba su cola, pasó a la panza y de ahí se deslizó a la vagina. Ella la acompaño con su mano. Entendí su miedo o vergüenza, dejé que ella guiara mi penetración dactilar. Cerraba su mano a un ritmo lento. Al hacerlo mis dedos entraban en sus labios y se mojaban. Subíamos la mano, recorriéndo la conchita. Este último movimiento, provocaba un jadeo y una refregada en mi pecho. Mi pene, beneficiándose de su calentura, se deslizaba por su espalda. Por otra parte, mis huevos habían quedado atrapado entre sus nalgas. Esto me provocaba una intensa erección, se me había parado hasta el último centímetro.
-Katrina, necesito ponerla.
-No, así me gusta. Seguí así....
Me escapé de su abrazó. Ella quedo de costado temblorosa. Repitiendo que no quería, pero que le gustaría. La puse boca arriba y la besé. Acaricié sus tetitas, repase su vientre y pincelé con dos dedos su clítoris. Los hundí en su concha y comencé a metérselos y sacarlos, con el dedo gordo no dejaba de estimularle la parte superior de la vulva.
Era increíble el poco espacio que tenían los dedos para maniobrar, prácticamente, mis dedos estaban moldeando y profundizando esa concha. Era como una niña de 37 años. Jadeaba y se quejaba del dolor, pero cuando frenaba, era ella la que me besaba, la que me tomaba de la nuca y me obligaba con sus mano a seguir escarbando. Salté encima de ella. Tomé sus manos por detrás de la cabeza, realmente no ofrecía resistencia, así que le introduje el pene, de a poco, hasta donde el dolor le permitió.
Ese umbral que marcamos nos bastó a los dos. Igual no se crean que aguante mucho. Fueron tres minutos de embestidas controladas. Sus tetitas se inflaban con cada penetración, nuestras manos se estrujaban y se soltaban una vez que el pene se retiraba. De tanto en tanto la vocecita de Katrina, rompía el silencio en la oscuridad.
-Ay, no lo puedo creer.
-Ay me encanta.
- Ay seguí así.
Con cada frase yo me acercaba al final. Solté sus manos e hice que abriera bien sus piernas. Me arrodillé y tomé sus nalgas, que las acerqué lo más que pude, apoyándolas en mis pantorrillas. Me tiré hacía adelante dejando mi poronga en la puerta de entrada. La abrazé pasando mis manos por debajo de su espalda. Me aferré de sus hombros y posé mi boca en su cuello. Comencé a penetrar ritmicamente. Mi pija entró un tanto más que antes. Bese sus labios, sus cachetes, y al pasar, como quien no quiere la cosa, dijo cerca de mi oido:
-¿Cómo me llamó?
-Katrina...
La luna llena inundaba con su luz el cuarto. Aceleré, su 1.60 metros no eran impedimento a mi fiereza y calentura. Simplemente, ella estaba decidida a aferrarse a mis hombros y jadear. Intentaba hablar, pero no podía, Katrina estaba en puro éxtasis.
Recordé mi falta de profiláctico. En el segundo final, saqué mi poronga y apretándola por la cabeza, le acabe en la panza. No sé si fui instinto o qué, pero ella me ayudó apretándome los huevos. Caímos rendidos. Entre risas y besos nos quedamos mirando la luna abrazados.
Ya el hecho que lo lean, me hace muy feliz, gracias.
PD: Ah, el relato viene de acá:
http://www.poringa.net/posts/relatos/2736619/Las-Jardineritas.html?notification#last
3 comentarios - La Jardinerita visita al profe.
Gracias por los puntos!!!