Me llamo Liliana. Soy una mujer casada de 36 años con el cuerpo y la apariencia muy sexys: metro setenta de estatura, pecho más bien grande y erguido, cintura estrecha y estupendas caderas.
Llevo nueve años casada y mi esposo y yo siempre hemos tenido la mente muy abierta y nos gusta experimentar en todo lo referente al sexo. Orlando suele comprarme ropa que resalte mi figura, circunstancia que por otra parte, no resulta difícil.
Hace nueve meses el médico le Orlando le recetó una medicación que le ha causado impotencia. Tiene 48 años y siempre había sido muy fogoso. En la actualidad sólo puede satisfacerme a través del sexo oral, del que por cierto, disfruto muchísimo. Sin embargo, como es sabido, una lengua experta no puede igualar el placer que te proporciona una buena polla, vibrante y dura, que te llena con su volumen.
En el gimnasio, al que acudo cinco a seis veces por semana, hay un monitor que está como un tren. En ocasiones me rozaba sutilmente y yo me lo tomaba a la broma. Sin embargo, en las últimas semanas he empezado a rozarlo yo también y hace poco me preguntó si quería posar como modelo para un anuncio publicitario del gimnasio. Se lo comenté a mi marido y me dijo que podía ser divertido y que estaba de acuerdo en que lo hiciera.
Horacio, el monitor, sería el encargado de tomar las fotos en las instalaciones del gimnasio. De hecho, el resto del personal se había marchado temprano aquel día. La sesión de fotos empezó conmigo probándome diferentes atuendos e intentando seguir al pie de la letra las indicaciones de Horacio, que parecía muy concentrado en su tarea. A medida que transcurría la sesión, las prendas se iban haciendo cada vez más pequeñas y empecé a sentirme un poco cachondo. También pude apreciar un extraordinario bulto en la entrepierna del monitor.
Al final de todo, me puse un body tan escotado que mis grandes tetas amenazaban con salirse. Por delante apenas cubría mi coñito y me alegré de llevarlo depilado. Por detrás, la prenda sólo tenía un hilito ridículo y dejaba mi bien formado trasero completamente al descubierto.
Horacio parecía estar muy excitado aunque todavía conservaba el control. Luego de realizar varias tomas, me comentó que quería aceitarme el cuerpo para darle un mayor efecto al acabado de las fotos. Me pidió que me desnudara y me echara boca abajo en una alfombrilla que había colocado en el suelo.
Aunque al principio, dudé, finalmente me deshice de cualquier inhibición. Sin cortarme un pelo, me desnudé por completo y me tumbé boca abajo en la alfombrilla, tal y como Horacio me había indicado. Su paquete ahora parecía todavía más grande y amenazaba con hacer estallar sus shorts.
Horacio empezó a untarme con el aceite. Sus grandes manos resbalaban y presionaban mi espalda, los muslos y mis pantorrillas hasta posarse - después de lo que me pareció una eternidad- en mis nalgas. Apretó mis glúteos con fuerza y les dedico varios minutos mientras yo empezaba a disfrutar de aquel masaje y entrecerraba los ojos. Dejé escapar un gemido cuando sentí que los dedos de Horacio se introdujeron por la raja del culo y este empezó a masajearme el ano a conciencia. Para entonces, mi coño estaba literalmente chorreando.
Al poco rato Horacio me ordenó que me volteara, diciendo que ahora iba a aceitarme las tetas. Obedecí con prisa, ansiosa de probar lo que hiciera falta. Empezó a masajearme las tetas con fruición, tomando mis ardientes pezones entre sus dedos y jugueteando con ellos con maestría. Para entonces, yo ya estaba gimiendo sin reprimirme y mientras tanto Horacio me aceitaba el vientre, las caderas y las piernas. Cuando separó mis piernas y empezó a acariciar la cara interna de mis muslos, di un respingo e intenté cerrarlas instintivamente, pero la suerte ya estaba echada. El monitor empezó a trabajarme el coño a conciencia e introdujo uno y dos dedos en mi concha, que ya estaba chorreando flujos como hace tiempo no me ocurría.
Al ver aquella escena, Horacio se sonrió y me dijo:
- “¿Estás caliente, verdad? ¿Estás caliente y necesitas una buena polla, no es cierto?”-
No se me ocurrió otra cosa que gritar:
- “¡Sí, fóllame, dame tu verga!”-
Horacio se desnudó en un santiamén y pude apreciar su cuerpo musculoso y bien trabajado. Pero lo que realmente me sorprendió fue el tamaño de su miembro. ¡Era la verga más hermosa del mundo! Debía medir alrededor de 24 centímetros de largo por cinco o seis de diámetro. Yo he visto varias, pero la de Horacio era con ventaja la más grande. Él se sentó sobre mis pechos y me pidió que le chupara la punta para ponerla suave y húmeda. No necesité que me animara, porque me encanta chupar pollas y beberme su carga de leche.
Le trabajé un buen rato la polla en aquella posición antes de que Horacio se tumbara sobre la espalda y me dijera que me la tragara entera. Eso hice y mientras le mamaba la verga furiosamente, con una mano le acariciaba el vientre y con la otra le aplicaba un masaje a sus gordos huevos. Al cabo de un rato, él me cogió de los cabellos y empezó a dirigir el ritmo y la profundidad de la mamada. Me la estaba clavando literalmente hasta el fondo de la garganta y por instantes la dejaba allí un rato y me tapaba la nariz con los dedos, para que me atragantara con su portentosa tranca. Su pollaza estaba cubierta por mi saliva que se derramaba por el tronco hasta los huevos, y yo tenía los ojos enrojecidos mientras trataba de recobrar el aliento.
Luego Horacio me colocó a cuatro patas, al estilo perro, y me penetró desde atrás. Al principio lo hizo con penetraciones lentas y profundas, dejándome sentir cada centímetro de aquella enorme barra de carne. Su verga entraba clavándose hasta los huevos y luego salía casi por completo, lo que provocaba que mi cuerpo entero se estremeciera de placer. Poco a poco, fue incrementando la velocidad y la potencia de sus embestidas hasta llegar a un ritmo verdaderamente bestial, en el que el violento sonido de su pelvis chocando contra mis nalgas era increíblemente excitante. De vez en cuando me daba azotes en el culo que me hacían gritar sin ningún control.
En esa posición, tuve un fuerte orgasmo, mientras Horacio no paraba ni un segundo de bombearme el coño con su magnífica herramienta, en el instante en que sus manos me apretaban las tetas con fruición. Me corrí lo que me pareció una eternidad mientras Horacio seguía embistiendo sin darme tregua. Grité y gemí completamente abandonada al placer que me estaba proporcionando aquel semental. En aquel momento, mi esposo ni siquiera existía.
Horacio todavía no se había corrido y luego de hacerme poner de pie, metió sus brazos por debajo de mis muslos, me cargó en vilo y me clavó en su verga de nuevo. Yo me cogí de su cuello desesperadamente mientras él empezaba a hacerme saltar sobre su enorme tranca una y otra vez. Me jodió varios minutos en esa posición e hizo que me corriera tres veces antes de que sintiera la inminencia de un nuevo orgasmo. Entonces, me depositó en el suelo, puso mis piernas en sus hombros y me dio con toda la potencia de la que era capaz. El orgasmo fue brutal, con oleadas de placer recorriéndome entera y haciendo que me retorciera sobre el suelo de la habitación. Horacio sacó su polla instantes antes de correrse, y terminó eyaculando en mis tetas y en mi cara. Fue un polvo monumental.
Descansamos unos instantes tumbados en el suelo, recuperando el aliento. Horacio se recuperó rápido y luego de comerme el coño un buen rato, lo cabalgué como si no hubiera un mañana. Fue un polvo aún más largo e igual de intenso, en el que me regaló dos orgasmos más. Esta vez Horacio se corrió en mi interior y pude sentir los potentes chorros de leche llenándome la vagina por completo.
Cuando regresé a mi casa, ya eran pasadas las ocho y mi esposo acababa de llegar a casa. Le dije que posar como modelo me había excitado y que iba a darme una ducha. Estaba por bañarme cuando de repente, Orlando entró a la ducha y empezó a comerme el coño. Me excitó terriblemente saber que me lo estaba comiendo con los restos de la corrida de Horacio. Orlando me hizo acabar en la ducha y me dijo que le había gustado el sabor de mis jugos y que debía modelar más seguido.
Sólo más tarde empecé a sentirme culpable. Ahora me encuentro en una encrucijada y no sé qué hacer. Horacio y yo follamos prácticamente cinco días a la semana y mi esposo no sospecha nada. No me gusta engañarlo y he pensado en decirle todo. Pero dudo en contárselo a mi marido. He leído que algunos hombres se excitan viendo follar a sus esposas con hombres mejor dotados, pero no sé si sea el caso de Orlando. Tal vez si le cuento se sentiría más tranquilo al saber con quién y cuándo lo hago. O tal vez se excite al ver como Horacio y yo lo hacemos, con auténtica pasión y maestría. Supongo que tendré que decidirlo tarde o temprano.
Llevo nueve años casada y mi esposo y yo siempre hemos tenido la mente muy abierta y nos gusta experimentar en todo lo referente al sexo. Orlando suele comprarme ropa que resalte mi figura, circunstancia que por otra parte, no resulta difícil.
Hace nueve meses el médico le Orlando le recetó una medicación que le ha causado impotencia. Tiene 48 años y siempre había sido muy fogoso. En la actualidad sólo puede satisfacerme a través del sexo oral, del que por cierto, disfruto muchísimo. Sin embargo, como es sabido, una lengua experta no puede igualar el placer que te proporciona una buena polla, vibrante y dura, que te llena con su volumen.
En el gimnasio, al que acudo cinco a seis veces por semana, hay un monitor que está como un tren. En ocasiones me rozaba sutilmente y yo me lo tomaba a la broma. Sin embargo, en las últimas semanas he empezado a rozarlo yo también y hace poco me preguntó si quería posar como modelo para un anuncio publicitario del gimnasio. Se lo comenté a mi marido y me dijo que podía ser divertido y que estaba de acuerdo en que lo hiciera.
Horacio, el monitor, sería el encargado de tomar las fotos en las instalaciones del gimnasio. De hecho, el resto del personal se había marchado temprano aquel día. La sesión de fotos empezó conmigo probándome diferentes atuendos e intentando seguir al pie de la letra las indicaciones de Horacio, que parecía muy concentrado en su tarea. A medida que transcurría la sesión, las prendas se iban haciendo cada vez más pequeñas y empecé a sentirme un poco cachondo. También pude apreciar un extraordinario bulto en la entrepierna del monitor.
Al final de todo, me puse un body tan escotado que mis grandes tetas amenazaban con salirse. Por delante apenas cubría mi coñito y me alegré de llevarlo depilado. Por detrás, la prenda sólo tenía un hilito ridículo y dejaba mi bien formado trasero completamente al descubierto.
Horacio parecía estar muy excitado aunque todavía conservaba el control. Luego de realizar varias tomas, me comentó que quería aceitarme el cuerpo para darle un mayor efecto al acabado de las fotos. Me pidió que me desnudara y me echara boca abajo en una alfombrilla que había colocado en el suelo.
Aunque al principio, dudé, finalmente me deshice de cualquier inhibición. Sin cortarme un pelo, me desnudé por completo y me tumbé boca abajo en la alfombrilla, tal y como Horacio me había indicado. Su paquete ahora parecía todavía más grande y amenazaba con hacer estallar sus shorts.
Horacio empezó a untarme con el aceite. Sus grandes manos resbalaban y presionaban mi espalda, los muslos y mis pantorrillas hasta posarse - después de lo que me pareció una eternidad- en mis nalgas. Apretó mis glúteos con fuerza y les dedico varios minutos mientras yo empezaba a disfrutar de aquel masaje y entrecerraba los ojos. Dejé escapar un gemido cuando sentí que los dedos de Horacio se introdujeron por la raja del culo y este empezó a masajearme el ano a conciencia. Para entonces, mi coño estaba literalmente chorreando.
Al poco rato Horacio me ordenó que me volteara, diciendo que ahora iba a aceitarme las tetas. Obedecí con prisa, ansiosa de probar lo que hiciera falta. Empezó a masajearme las tetas con fruición, tomando mis ardientes pezones entre sus dedos y jugueteando con ellos con maestría. Para entonces, yo ya estaba gimiendo sin reprimirme y mientras tanto Horacio me aceitaba el vientre, las caderas y las piernas. Cuando separó mis piernas y empezó a acariciar la cara interna de mis muslos, di un respingo e intenté cerrarlas instintivamente, pero la suerte ya estaba echada. El monitor empezó a trabajarme el coño a conciencia e introdujo uno y dos dedos en mi concha, que ya estaba chorreando flujos como hace tiempo no me ocurría.
Al ver aquella escena, Horacio se sonrió y me dijo:
- “¿Estás caliente, verdad? ¿Estás caliente y necesitas una buena polla, no es cierto?”-
No se me ocurrió otra cosa que gritar:
- “¡Sí, fóllame, dame tu verga!”-
Horacio se desnudó en un santiamén y pude apreciar su cuerpo musculoso y bien trabajado. Pero lo que realmente me sorprendió fue el tamaño de su miembro. ¡Era la verga más hermosa del mundo! Debía medir alrededor de 24 centímetros de largo por cinco o seis de diámetro. Yo he visto varias, pero la de Horacio era con ventaja la más grande. Él se sentó sobre mis pechos y me pidió que le chupara la punta para ponerla suave y húmeda. No necesité que me animara, porque me encanta chupar pollas y beberme su carga de leche.
Le trabajé un buen rato la polla en aquella posición antes de que Horacio se tumbara sobre la espalda y me dijera que me la tragara entera. Eso hice y mientras le mamaba la verga furiosamente, con una mano le acariciaba el vientre y con la otra le aplicaba un masaje a sus gordos huevos. Al cabo de un rato, él me cogió de los cabellos y empezó a dirigir el ritmo y la profundidad de la mamada. Me la estaba clavando literalmente hasta el fondo de la garganta y por instantes la dejaba allí un rato y me tapaba la nariz con los dedos, para que me atragantara con su portentosa tranca. Su pollaza estaba cubierta por mi saliva que se derramaba por el tronco hasta los huevos, y yo tenía los ojos enrojecidos mientras trataba de recobrar el aliento.
Luego Horacio me colocó a cuatro patas, al estilo perro, y me penetró desde atrás. Al principio lo hizo con penetraciones lentas y profundas, dejándome sentir cada centímetro de aquella enorme barra de carne. Su verga entraba clavándose hasta los huevos y luego salía casi por completo, lo que provocaba que mi cuerpo entero se estremeciera de placer. Poco a poco, fue incrementando la velocidad y la potencia de sus embestidas hasta llegar a un ritmo verdaderamente bestial, en el que el violento sonido de su pelvis chocando contra mis nalgas era increíblemente excitante. De vez en cuando me daba azotes en el culo que me hacían gritar sin ningún control.
En esa posición, tuve un fuerte orgasmo, mientras Horacio no paraba ni un segundo de bombearme el coño con su magnífica herramienta, en el instante en que sus manos me apretaban las tetas con fruición. Me corrí lo que me pareció una eternidad mientras Horacio seguía embistiendo sin darme tregua. Grité y gemí completamente abandonada al placer que me estaba proporcionando aquel semental. En aquel momento, mi esposo ni siquiera existía.
Horacio todavía no se había corrido y luego de hacerme poner de pie, metió sus brazos por debajo de mis muslos, me cargó en vilo y me clavó en su verga de nuevo. Yo me cogí de su cuello desesperadamente mientras él empezaba a hacerme saltar sobre su enorme tranca una y otra vez. Me jodió varios minutos en esa posición e hizo que me corriera tres veces antes de que sintiera la inminencia de un nuevo orgasmo. Entonces, me depositó en el suelo, puso mis piernas en sus hombros y me dio con toda la potencia de la que era capaz. El orgasmo fue brutal, con oleadas de placer recorriéndome entera y haciendo que me retorciera sobre el suelo de la habitación. Horacio sacó su polla instantes antes de correrse, y terminó eyaculando en mis tetas y en mi cara. Fue un polvo monumental.
Descansamos unos instantes tumbados en el suelo, recuperando el aliento. Horacio se recuperó rápido y luego de comerme el coño un buen rato, lo cabalgué como si no hubiera un mañana. Fue un polvo aún más largo e igual de intenso, en el que me regaló dos orgasmos más. Esta vez Horacio se corrió en mi interior y pude sentir los potentes chorros de leche llenándome la vagina por completo.
Cuando regresé a mi casa, ya eran pasadas las ocho y mi esposo acababa de llegar a casa. Le dije que posar como modelo me había excitado y que iba a darme una ducha. Estaba por bañarme cuando de repente, Orlando entró a la ducha y empezó a comerme el coño. Me excitó terriblemente saber que me lo estaba comiendo con los restos de la corrida de Horacio. Orlando me hizo acabar en la ducha y me dijo que le había gustado el sabor de mis jugos y que debía modelar más seguido.
Sólo más tarde empecé a sentirme culpable. Ahora me encuentro en una encrucijada y no sé qué hacer. Horacio y yo follamos prácticamente cinco días a la semana y mi esposo no sospecha nada. No me gusta engañarlo y he pensado en decirle todo. Pero dudo en contárselo a mi marido. He leído que algunos hombres se excitan viendo follar a sus esposas con hombres mejor dotados, pero no sé si sea el caso de Orlando. Tal vez si le cuento se sentiría más tranquilo al saber con quién y cuándo lo hago. O tal vez se excite al ver como Horacio y yo lo hacemos, con auténtica pasión y maestría. Supongo que tendré que decidirlo tarde o temprano.
4 comentarios - El Egaño