La primera vez que fui a una psicóloga, fue por cuestiones relacionadas con mi trabajo, sobre todo el maltrato de mis jefes. La segunda vez fui a otra más joven, era hermosa, ya tenía problemas con mi pareja, con ella me sentía muy cómodo, aparte de que me encantaba… una vez se arrimó, le di un beso, se enojó, a la sesión siguiente me dijo que no me atendería más, que yo estaba loco, si no sabía que una profesional no se puede involucrar con su paciente y mil sermones más…
A partir de ahí es como que me dio más ganas, morbo, llamale como quieras, así que me propuse buscarme otra psicóloga joven, y en la medida de lo posible, seducirla y cogerla. Así de corta.
La nueva se llamaba Alejandra, tendría unos 30 años, estaba respetablemente buena, me mataba su flequillito y sus lentes de intelectual. Usaba polleras normales, no era que andaba de mini en el consultorio, pero me daba morbo. Lo mío con mi pareja seguía mal, yo me hice un poco la víctima, andaba dando lástima por la vida, le conté que con todo lo bueno que era yo no me merecía esa mujer, ni mucho menos tener que sufrir tanto para poder ver a mi hijo. Ahí le toqué la parte maternal a la mina, y noté que eso la conmovía mucho. Hubo dos meses de confesiones de mi parte, a veces con anécdotas que hicieron que ella se emocionara mucho, pasé de estar sentado al otro lado del escritorio, al diván, donde ella se ponía a mis espaldas, me escuchaba mucho, anotaba todo en un cuaderno, y yo me hacía todos los ratones.
Ya cuando estábamos en el tercer mes, una tarde se vino de mini. Tirarme en el diván, ver sus rodillas a unos centímetros de mi mano izquierda, mientras le contaba que mi ex era muy perversa porque me maltrataba pero a la noche quería sexo, fue todo un combo que hizo que yo me excitara muchísimo. Me interrogaba sobre cómo eran mis relaciones sexuales, si yo gozaba, si ella también gozaba, me pareció que era mucha la curiosidad que le había dado por esa cuestión. Se hizo la hora, y me fui re-alzado.
A la próxima, no sé si era mi imaginación o era verdad, el caso es que tenía una camisita entreabierta, se le asomaban los hermosos pechos, un perfume que me mataba, y las piernas cruzadas que hacían que yo me imagine todos los paraísos debajo de su mini. Comenzó preguntando por las relaciones sexuales, pedía detalles, y yo comencé a excitarme, tratando de que lo mismo se haga ostensible, o sea que en lugar de taparme, dejé que se viera como se me paraba la pija. A los 20 minutos ella miró el reloj, habrá hecho la misma cuenta que yo, el caso es que fue hasta el escritorio y cuando volvía a sentarse, sin ningún tipo de dramas me puso la mano sobre la pija.
-Sacáte la camisa --me dijo mientras me paraba. Hice lo que me pidió y me acosté sobre el diván; ella me montó en las caderas y colocó los muslos a los costados de mis lados desnudos. Luego puso las manos sobre mis hombros y comenzó a sobarme los músculos tensos.
--Relajate --me decía continuamente.
Me quería reír. Cómo haría para relajarme, me preguntaba, cuando se estaba cumpliendo lo que deseé tanto tiempo.
Cuando Alejandra tocó la punta de mi sexo, me senté. --¿Mucha espera, verdad? --me dijo ella mientras su mano me empujaba suavemente en el pecho, forzándome a acostarme una vez más. A continuación bajó la cremallera del pantalón, me bajó también el boxer hasta dejar el miembro totalmente visible, luego lo envolvió con los dedos y besó la punta. Su lengua cálida y húmeda lamió las gotas de líquido lubricante que ya estaba generando abundantemente.
Yo sabía que la situación no era la más tranquilizadora, pero Alejandra me producía tales sensaciones que no atiné a detenerla. Además, pensaba que todo terminaría cuando yo le disparara unos lechazos en la mano. Y a la velocidad que iba ella, eso pasaría pronto.
Mientras Alejandra estaba arrodillada a mi lado lamiendo mi verga palpitante, alargué la mano, le metí debajo de su mini, noté que llevaba una calza corta y elástica que se le metía en la hendidura de las nalgas. Sin pensarlo, alargué la mano e hice correr un dedo por sus piernas separadas. Ella gimió y movió ese culo hermoso y opulento.
Esto era todo lo que yo necesitaba. Deslicé dos dedos por debajo del borde de la pierna y los llevé hasta su vulva jugosa. Ella estaba más caliente que cualquier mujer que yo hubiera tocado hasta entonces.
--Sí, sí, sí --murmuraba con la boca entrecerrada sobre mi miembro mientras llevaba la cabeza hacia arriba y abajo.
Estaba listo para llenarle la boca con mi semen caliente cuando repentinamente ella se apartó y me sonrió. Mi verga se balanceaba enorme y tiesa en el aire, aún brillando con su saliva.
--Sacame las calzas --murmuró.
Me senté. La posición hizo que mi cara quedase a centímetros de su excitada conchita. Le bajé la prenda junto con su bikini hacia los tobillos, recorriendo sus piernas largas y torneadas. Antes de que con ese movimiento llegara a los tobillos, sentí sus manos en mi nuca, haciendo que mi cara se inclinara acercándose a su entrepierna invitante.
Sabía lo que ella deseaba y estaba loco por probarla. Deseaba gustar ese interior perfecto, rosado. Tomé sus nalgas y hundí la lengua profundamente en su vagina. Ella gritó y comenzó a temblar. Yo entraba y salía con la lengua mientras ella empujaba la pelvis contra mi rostro.
Cuando terminó, cayó de rodillas. En esa nueva posición puso ahora su hendidura directamente sobre mi miembro, duro como el acero.
- ¿Sabés cuántas veces me imaginé esto?, me dijo. La tenés más grande que la de mi novio -murmuró.
--No es grande, está muy hinchada --le dije--. No lo he hecho desde hace casi un mes --metí otro par de centímetros en su interior. Deseaba meterla hasta el fondo y bañar su interior con abundantes lechazos calientes, pero al mismo tiempo quería que esto no terminara más.
--Quiero que me digas cosas vulgares. Me gusta eso y mi novio nunca lo hace --me pidió enrojeciendo cuando hablaba.
--Me gustaría llegar en tu garganta --le dije, elevando la cadera salvajemente contra su concha empapada. Quiero que seas mi puta, que te guste cómo te cojo, que por favor me pidas que te penetre… Alejandra abrió la boca mientras agitaba la cabeza de un lado al otro y decía:
--¡Echala adentro! ¡Mojame toda adentro!
Empujaba con fuerza su pubis contra el mío y se estremeció con el segundo orgasmo. Los músculos de su canal ordeñaban mi miembro palpitante. Nunca había imaginado que pudiera haber aguantado tanto tiempo, pero lo acababa de lograr.
--¿Y vos cuándo. . . --me preguntó entre largos y húmedos besos-- cuándo vas a acabar?
--Cuando vos lo desees --le respondí no tan seguro de poder controlarme por mucho tiempo más.
--¿Cuánto tiempo ha pasado? --me preguntó sentándose y apretando el túnel caliente y resbaladizo alrededor de mi verga. Me vuelve loca tener tu pija gruesa y dura en todo mi interior, llenándome.
--De acuerdo, ye te acabaré adentro --murmuré mientras apretaba su breve cintura y elevaba su cola del suelo.
Alejandra gritó cuando su cuerpo comenzó a estremecerse. --¿Ahora? --grité cuando mi líquido saltó de mi miembro.
--¡Sí! --me respondió--. ¡Llename con tu semen caliente! ¡Dámelo todo, guacho, hijo de puta!
El primer chorro de leche se eyectó de mi verga y estalló contra las paredes de su vagina, el resto fue succionado por ese canal hambriento. Era como si mi pija hubiera sido atrapada por una máquina ordeñadora. Todo lo que pedía era quedarme ahí quieto gozando de la emoción que me corría por la columna vertebral mientras mi insospechada amante me dejaba los testículos totalmente vacíos.
Alejandra fue la mujer que mejor me ha cogido de todas las que he conocido, y siempre se arrepentía de lo que hacía, pero en cada sesión venía por más. Siguió siendo mi psicóloga durante un año más, donde hicimos todo lo que puede hacer una pareja caliente. Después dejamos de vernos, y eso forma parte de otra historia.
A partir de ahí es como que me dio más ganas, morbo, llamale como quieras, así que me propuse buscarme otra psicóloga joven, y en la medida de lo posible, seducirla y cogerla. Así de corta.
La nueva se llamaba Alejandra, tendría unos 30 años, estaba respetablemente buena, me mataba su flequillito y sus lentes de intelectual. Usaba polleras normales, no era que andaba de mini en el consultorio, pero me daba morbo. Lo mío con mi pareja seguía mal, yo me hice un poco la víctima, andaba dando lástima por la vida, le conté que con todo lo bueno que era yo no me merecía esa mujer, ni mucho menos tener que sufrir tanto para poder ver a mi hijo. Ahí le toqué la parte maternal a la mina, y noté que eso la conmovía mucho. Hubo dos meses de confesiones de mi parte, a veces con anécdotas que hicieron que ella se emocionara mucho, pasé de estar sentado al otro lado del escritorio, al diván, donde ella se ponía a mis espaldas, me escuchaba mucho, anotaba todo en un cuaderno, y yo me hacía todos los ratones.
Ya cuando estábamos en el tercer mes, una tarde se vino de mini. Tirarme en el diván, ver sus rodillas a unos centímetros de mi mano izquierda, mientras le contaba que mi ex era muy perversa porque me maltrataba pero a la noche quería sexo, fue todo un combo que hizo que yo me excitara muchísimo. Me interrogaba sobre cómo eran mis relaciones sexuales, si yo gozaba, si ella también gozaba, me pareció que era mucha la curiosidad que le había dado por esa cuestión. Se hizo la hora, y me fui re-alzado.
A la próxima, no sé si era mi imaginación o era verdad, el caso es que tenía una camisita entreabierta, se le asomaban los hermosos pechos, un perfume que me mataba, y las piernas cruzadas que hacían que yo me imagine todos los paraísos debajo de su mini. Comenzó preguntando por las relaciones sexuales, pedía detalles, y yo comencé a excitarme, tratando de que lo mismo se haga ostensible, o sea que en lugar de taparme, dejé que se viera como se me paraba la pija. A los 20 minutos ella miró el reloj, habrá hecho la misma cuenta que yo, el caso es que fue hasta el escritorio y cuando volvía a sentarse, sin ningún tipo de dramas me puso la mano sobre la pija.
-Sacáte la camisa --me dijo mientras me paraba. Hice lo que me pidió y me acosté sobre el diván; ella me montó en las caderas y colocó los muslos a los costados de mis lados desnudos. Luego puso las manos sobre mis hombros y comenzó a sobarme los músculos tensos.
--Relajate --me decía continuamente.
Me quería reír. Cómo haría para relajarme, me preguntaba, cuando se estaba cumpliendo lo que deseé tanto tiempo.
Cuando Alejandra tocó la punta de mi sexo, me senté. --¿Mucha espera, verdad? --me dijo ella mientras su mano me empujaba suavemente en el pecho, forzándome a acostarme una vez más. A continuación bajó la cremallera del pantalón, me bajó también el boxer hasta dejar el miembro totalmente visible, luego lo envolvió con los dedos y besó la punta. Su lengua cálida y húmeda lamió las gotas de líquido lubricante que ya estaba generando abundantemente.
Yo sabía que la situación no era la más tranquilizadora, pero Alejandra me producía tales sensaciones que no atiné a detenerla. Además, pensaba que todo terminaría cuando yo le disparara unos lechazos en la mano. Y a la velocidad que iba ella, eso pasaría pronto.
Mientras Alejandra estaba arrodillada a mi lado lamiendo mi verga palpitante, alargué la mano, le metí debajo de su mini, noté que llevaba una calza corta y elástica que se le metía en la hendidura de las nalgas. Sin pensarlo, alargué la mano e hice correr un dedo por sus piernas separadas. Ella gimió y movió ese culo hermoso y opulento.
Esto era todo lo que yo necesitaba. Deslicé dos dedos por debajo del borde de la pierna y los llevé hasta su vulva jugosa. Ella estaba más caliente que cualquier mujer que yo hubiera tocado hasta entonces.
--Sí, sí, sí --murmuraba con la boca entrecerrada sobre mi miembro mientras llevaba la cabeza hacia arriba y abajo.
Estaba listo para llenarle la boca con mi semen caliente cuando repentinamente ella se apartó y me sonrió. Mi verga se balanceaba enorme y tiesa en el aire, aún brillando con su saliva.
--Sacame las calzas --murmuró.
Me senté. La posición hizo que mi cara quedase a centímetros de su excitada conchita. Le bajé la prenda junto con su bikini hacia los tobillos, recorriendo sus piernas largas y torneadas. Antes de que con ese movimiento llegara a los tobillos, sentí sus manos en mi nuca, haciendo que mi cara se inclinara acercándose a su entrepierna invitante.
Sabía lo que ella deseaba y estaba loco por probarla. Deseaba gustar ese interior perfecto, rosado. Tomé sus nalgas y hundí la lengua profundamente en su vagina. Ella gritó y comenzó a temblar. Yo entraba y salía con la lengua mientras ella empujaba la pelvis contra mi rostro.
Cuando terminó, cayó de rodillas. En esa nueva posición puso ahora su hendidura directamente sobre mi miembro, duro como el acero.
- ¿Sabés cuántas veces me imaginé esto?, me dijo. La tenés más grande que la de mi novio -murmuró.
--No es grande, está muy hinchada --le dije--. No lo he hecho desde hace casi un mes --metí otro par de centímetros en su interior. Deseaba meterla hasta el fondo y bañar su interior con abundantes lechazos calientes, pero al mismo tiempo quería que esto no terminara más.
--Quiero que me digas cosas vulgares. Me gusta eso y mi novio nunca lo hace --me pidió enrojeciendo cuando hablaba.
--Me gustaría llegar en tu garganta --le dije, elevando la cadera salvajemente contra su concha empapada. Quiero que seas mi puta, que te guste cómo te cojo, que por favor me pidas que te penetre… Alejandra abrió la boca mientras agitaba la cabeza de un lado al otro y decía:
--¡Echala adentro! ¡Mojame toda adentro!
Empujaba con fuerza su pubis contra el mío y se estremeció con el segundo orgasmo. Los músculos de su canal ordeñaban mi miembro palpitante. Nunca había imaginado que pudiera haber aguantado tanto tiempo, pero lo acababa de lograr.
--¿Y vos cuándo. . . --me preguntó entre largos y húmedos besos-- cuándo vas a acabar?
--Cuando vos lo desees --le respondí no tan seguro de poder controlarme por mucho tiempo más.
--¿Cuánto tiempo ha pasado? --me preguntó sentándose y apretando el túnel caliente y resbaladizo alrededor de mi verga. Me vuelve loca tener tu pija gruesa y dura en todo mi interior, llenándome.
--De acuerdo, ye te acabaré adentro --murmuré mientras apretaba su breve cintura y elevaba su cola del suelo.
Alejandra gritó cuando su cuerpo comenzó a estremecerse. --¿Ahora? --grité cuando mi líquido saltó de mi miembro.
--¡Sí! --me respondió--. ¡Llename con tu semen caliente! ¡Dámelo todo, guacho, hijo de puta!
El primer chorro de leche se eyectó de mi verga y estalló contra las paredes de su vagina, el resto fue succionado por ese canal hambriento. Era como si mi pija hubiera sido atrapada por una máquina ordeñadora. Todo lo que pedía era quedarme ahí quieto gozando de la emoción que me corría por la columna vertebral mientras mi insospechada amante me dejaba los testículos totalmente vacíos.
Alejandra fue la mujer que mejor me ha cogido de todas las que he conocido, y siempre se arrepentía de lo que hacía, pero en cada sesión venía por más. Siguió siendo mi psicóloga durante un año más, donde hicimos todo lo que puede hacer una pareja caliente. Después dejamos de vernos, y eso forma parte de otra historia.
11 comentarios - Con Ale, mi psicóloga...
gracias!!