PARTE I
Soy un chico corriente, de los que no destacan. Los que tienen una vida mediocre, gris, pero que de repente, un suceso, un percance, le cambió su vida radicalmente, la forma de entender el mundo, su propia existencia y la forma de relacionarse con su madre. Pese a haber tenido algún escarceo que otro con alguna chica, sería su propia madre la primera mujer con la que iba a tener un contacto físico, íntimo y carnal.
Mi nombre es Jaime. Mido 1.64 y soy muy normal de físico, moreno, de cara agradable y algo gordo (un poco sólo). Para nada tengo tipo atlético. Mi madre, Eva, es más alta que yo, mide 1.72, tiene 42 años llevados de forma fenomenal: Se cuida, va al gimnasio, come poco, …, es una auténtica hembraza. Su piel es morena, bronceada, y su pelo es muy liso, de media melena color marrón. Tiene la cara huesuda, con mentón prominente, rasgos marcados, etc, lo que le da una apariencia de seriedad que en realidad la distancia de las personas. Primero abrió una óptica en un pueblo, pero por su carácter algo distante, no tuvo éxito y cerró. Acabó como Bióloga y Farmacéutica dirigiendo el Departamento de análisis clínicos de un Hospital.
Lo que me pasó fue un accidente en monopatín que hizo que acabase en el Hospital donde trabaja mi Madre. Pues nada, que saltando por una escalera con una barandilla central, perdí el equilibrio y fui a acabar con mis partes genitales en el borde de hierro del pasamanos. Y en la caída me fastidié del todo la muñeca derecha, que me la escayolaron.
Los huevos se me hincharon de una manera enorme y tuve que ir al urólogo, que curiosamente, conocía a mi Madre.
El urólogo recomendó una crema que había que ponerme dos veces al día en mi paquete, para curarme de la herida. Como la crema había que ponerla bien expandida y mi mano derecha estaba ausente, este Médico recomendó que contratáramos una enfermera o que fuese cada día al Hospital para aplicármela. Mi madre, en ese momento, por amor propio o porque era trabajadora del Hospital, se negó, dijo que ya lo haría ella, que era un incordio llevarme cada día al Hospital y más aun contratar a una enfermera.
Eva, ¿Estás segura?
Si, no te preocupes. Total, no me voy a asustar, ¿No?. No deja de ser mi hijo.
Y así empezó una relación atípica, de esas que tienen que suceder muchas circunstancias para que tengan lugar.
Mi Madre me ayudaba de forma muy cariñosa, haciendo de esa experiencia algo totalmente hermoso, y, de momento, algo que para nada tenía que ver con el incesto. Era sólo una madre ayudando con todo su amor a su hijo enfermo.
Dos veces al día iba a mi habitación. Mi Padre sabía lo que estaba sucediendo en esa habitación entre su mujer y el hijo de ambos, pero nunca protestó ni entró para interrumpir ese momento de intimidad suprema en el cual mi madre estaba acariciando mi zona genital.
Yo me recostaba en la almohada y mi madre hasta me desabrochaba ella el pantalón y me bajaba los calzoncillos, todo con una sonrisa cariñosa para que no me sintiera incómodo. Si para mí era rarísimo verla reír, lo era más que me desnudara.
Cariño, ¿Te hago daño?.
No, mami, no te preocupes.
Si ves que te duele o que aprieto demasiado, por favor, dímelo.
Gracias. Eres un encanto.
Huy!, eso de encanto, que no lo oiga tu padre.
Jejejeje.
Y poco a poco, con total ternura, mi madre extendía la crema por mis aun hinchados genitales. Por cuenta propia, también decidió echarme un poco de crema por la base el pene, por el tronco, "Por si acaso".
Mamá, ¿Y no crees que debería de ponerse un poco erecto el pene?
Hombre, deber, pues debería. Te estoy acariciando tu cosa con mucha suavidad y no noto para nada que esté erecta.
En otras condiciones debería de estar ya empalmado ¿no? [Yo me sentía un emperador con mi madre en mi habitación tocándome el pene].
En otras condiciones esto jamás habría ocurrido, cielo. Y, por favor, Jaime, no digas este tipo de cosas que me pongo roja como un tomate. Además, tu padre está desayunando y te aseguro que para nada le gustaría escuchar esta conversación.
Me guiñó un ojo para que no me sintiera incómodo, pues ella quería que estuviera relajado en esa situación tan comprometida.
Esos 10 días pasaron fugaces, como un relámpago, como unas vacaciones que nadie se las espera. Esa situación hizo que entre mi madre y yo hubiera un clima, una química especial, una mirada diferente, que antes no había. Cualquier muchacho en mi situación se habría enamorado de su madre.
El último día, la última aplicación de esa bendita crema, llegó. Era temprano, como los otros días. Después de desayunar juntos mi padre, mi madre y yo, los dos nos íbamos a la habitación seguidos por la mirada perturbada, dubitativa y perdida de mi padre. Él se quedaba leyendo el periódico sabiendo qué pasaba en la habitación de al lado.
Lo que pasó ese día es que mi madre iba muy mal de tiempo, a toda prisa, estresada de trabajo. Y por eso se olvidó de abrocharse del todo su blusa, con lo que yo tenía una vista perfecta del pecho (talla 100) de mi madre, su sostén y su precioso canalillo. Empezó con la crema y curiosamente ese día sí que se me empalmó.
Vaya !, hoy que es el último día va y se te empalma.
[¿Vaya?, pensé yo. Parecía un lamento. ¿Querría verme empalmado?]
Además, mi mirada estaba totalmente clavada en su escote. Y ella se dio cuenta.
Mamá, perdóname, de verdad. No sé que me pasa, pero hoy no puedo parar esa excitación.
Bueno, tranquilo, es natural y no deja de ser una buena señal. Es normal que te pongas empalmado. Ya me parecía a mí que tardabas.
Gracias, mamá.
Jaime, eso sí, deja de mirarme el escote que tengo la mano llena de crema y no puedo abrocharme.
Si quieres te abrocho yo…
No. No hace falta. Ya estoy acabando. Bueno, caballero, un beso por lo respetuoso que has sido estos días.
Y me dio un estupendo beso en la mejilla que me hizo dar un suspiro.
Hasta este momento, nuestra relación seguía siendo la de una madre y un hijo, con el respeto convencional que obliga nuestra sociedad. Pero al cabo de cinco días, el Urólogo quería ver una muestra de mi semen para ver las secuelas. Para eso fui al Hospital, acompañado de mi madre.
Una enfermera de bastantes años me pasó a una sala para que yo mismo me ordeñase, pues la muñeca derecha ya la movía bien. Me dio un baso de plástico, unas revistas porno, y me pasó a una triste y cutre sala. Obviamente, ni una gota. Pasados 20 minutos, me dijeron que mejor lo dejábamos para otro día pues seguramente ése estaba yo nervioso.
Al día siguiente volví a intentarlo pero tampoco, ni una erección.
Al tercer intento, hasta bajó mi madre toda preocupada, pues parecía que había una secuela. Estaba radiante, como siempre, con una bata blanca que realzaba más el moreno de su piel, y yo estaba enamorado.
¿Qué, Jaime?, ¿Tampoco nada hoy?
Nada, horroroso, lo intenté casi media hora pero ni se me empalmó.
Pues el pasado Lunes tuviste una erección conmigo, ¿No?
¿Aun lo preguntas?. Tú misma la tocaste.
Ya, ya, no me lo recuerdes. A ver si mañana puedes que esto empieza a ser muy preocupante.
Era el cuarto día, y mi madre estaba detrás de la puerta muy ansiosa porque su pequeño lo estaba pasando mal. A los 15 minutos su ansiedad la venció y acabó Golpeando la puerta y entrando en la sala. Ella con su bata blanca y yo sólo con el calzoncillo puesto.
Jaime, cariño, ¿No consigues echarlo?
Nada, mami. Hoy tampoco y estoy muy asustado. ¿Me pasará algo?
Bueno, tampoco te angusties. Aunque me extraña, si en la habitación te empalmaste, no sé por qué aquí no.
Por favor, mamá, igual es eso, …, ¿No podrías ayudarme tú?
¿¿¿ YOOOO ??? ¿Estás loco? ¡ No puedo hacer esas cosas !.
Por favor, lo que te pido es ayuda, nada más.
¿Cómo voy a masturbar a mi hijo? ¡ Jaime, que animaladas dices !
Mamá, es como si me dieras crema. Ya me tocaste los genitales 10 días, ¿Qué más te da uno más uno menos?. Además, mira cómo estoy algo erecto simplemente con tu presencia. [Me bajé los calzoncillos y mostré a mi madre una incipiente erección].
Cielo, esto es una locura. A ver, déjame ver.
Con sumo cuidado, mi madre palpó mi pene y sonrió levemente al ver que tenía una erección, que el problema podría curarse. Se agachó delante mía y así pude ver nuevamente ese escote precioso que empalmaba más y más mi pene. Mi madre me bajó del todo la piel del prepucio y empezó un movimiento de sube y baja que ya se asemejaba a una masturbación. Dejaba de comportarse como una madre normal y actuaba como una madre "especial" empujada por las circunstancias.
Bueno, Jaime, acabemos con esto pronto. Vamos a salir de dudas porque yo tampoco aguanto otros días de preocupación. Pero por lo que más quieras, ni una palabra de esto a tu padre.
Mi amor, mi madre, se quitó la bata y quedó con un top negro algo escotado. Sin poder mirarme a los ojos, acercó, agachada, su cabeza a mi vientre, y así empezó a masturbarme muy lenta y suavemente. Ninguno de los dos hablaba. Éramos conscientes de que rompíamos un tabú y cruzábamos una puerta peligrosa. Me sorprendió cuando empezó a besarme la barriga, alrededor del ombligo. Ella sabía cómo empalmar a un hombre, en esa ocasión peculiar, a su propio hijo, y lo que quería era que esa escena acabase lo antes posible. Movido por ese momento en el que ya poco o nada importa, mi mano derecha acarició como pudo, de hurtadillas, el pecho de mi madre, por encima de su ropa. Fue sólo unos fugaces segundos.
Soy un chico corriente, de los que no destacan. Los que tienen una vida mediocre, gris, pero que de repente, un suceso, un percance, le cambió su vida radicalmente, la forma de entender el mundo, su propia existencia y la forma de relacionarse con su madre. Pese a haber tenido algún escarceo que otro con alguna chica, sería su propia madre la primera mujer con la que iba a tener un contacto físico, íntimo y carnal.
Mi nombre es Jaime. Mido 1.64 y soy muy normal de físico, moreno, de cara agradable y algo gordo (un poco sólo). Para nada tengo tipo atlético. Mi madre, Eva, es más alta que yo, mide 1.72, tiene 42 años llevados de forma fenomenal: Se cuida, va al gimnasio, come poco, …, es una auténtica hembraza. Su piel es morena, bronceada, y su pelo es muy liso, de media melena color marrón. Tiene la cara huesuda, con mentón prominente, rasgos marcados, etc, lo que le da una apariencia de seriedad que en realidad la distancia de las personas. Primero abrió una óptica en un pueblo, pero por su carácter algo distante, no tuvo éxito y cerró. Acabó como Bióloga y Farmacéutica dirigiendo el Departamento de análisis clínicos de un Hospital.
Lo que me pasó fue un accidente en monopatín que hizo que acabase en el Hospital donde trabaja mi Madre. Pues nada, que saltando por una escalera con una barandilla central, perdí el equilibrio y fui a acabar con mis partes genitales en el borde de hierro del pasamanos. Y en la caída me fastidié del todo la muñeca derecha, que me la escayolaron.
Los huevos se me hincharon de una manera enorme y tuve que ir al urólogo, que curiosamente, conocía a mi Madre.
El urólogo recomendó una crema que había que ponerme dos veces al día en mi paquete, para curarme de la herida. Como la crema había que ponerla bien expandida y mi mano derecha estaba ausente, este Médico recomendó que contratáramos una enfermera o que fuese cada día al Hospital para aplicármela. Mi madre, en ese momento, por amor propio o porque era trabajadora del Hospital, se negó, dijo que ya lo haría ella, que era un incordio llevarme cada día al Hospital y más aun contratar a una enfermera.
Eva, ¿Estás segura?
Si, no te preocupes. Total, no me voy a asustar, ¿No?. No deja de ser mi hijo.
Y así empezó una relación atípica, de esas que tienen que suceder muchas circunstancias para que tengan lugar.
Mi Madre me ayudaba de forma muy cariñosa, haciendo de esa experiencia algo totalmente hermoso, y, de momento, algo que para nada tenía que ver con el incesto. Era sólo una madre ayudando con todo su amor a su hijo enfermo.
Dos veces al día iba a mi habitación. Mi Padre sabía lo que estaba sucediendo en esa habitación entre su mujer y el hijo de ambos, pero nunca protestó ni entró para interrumpir ese momento de intimidad suprema en el cual mi madre estaba acariciando mi zona genital.
Yo me recostaba en la almohada y mi madre hasta me desabrochaba ella el pantalón y me bajaba los calzoncillos, todo con una sonrisa cariñosa para que no me sintiera incómodo. Si para mí era rarísimo verla reír, lo era más que me desnudara.
Cariño, ¿Te hago daño?.
No, mami, no te preocupes.
Si ves que te duele o que aprieto demasiado, por favor, dímelo.
Gracias. Eres un encanto.
Huy!, eso de encanto, que no lo oiga tu padre.
Jejejeje.
Y poco a poco, con total ternura, mi madre extendía la crema por mis aun hinchados genitales. Por cuenta propia, también decidió echarme un poco de crema por la base el pene, por el tronco, "Por si acaso".
Mamá, ¿Y no crees que debería de ponerse un poco erecto el pene?
Hombre, deber, pues debería. Te estoy acariciando tu cosa con mucha suavidad y no noto para nada que esté erecta.
En otras condiciones debería de estar ya empalmado ¿no? [Yo me sentía un emperador con mi madre en mi habitación tocándome el pene].
En otras condiciones esto jamás habría ocurrido, cielo. Y, por favor, Jaime, no digas este tipo de cosas que me pongo roja como un tomate. Además, tu padre está desayunando y te aseguro que para nada le gustaría escuchar esta conversación.
Me guiñó un ojo para que no me sintiera incómodo, pues ella quería que estuviera relajado en esa situación tan comprometida.
Esos 10 días pasaron fugaces, como un relámpago, como unas vacaciones que nadie se las espera. Esa situación hizo que entre mi madre y yo hubiera un clima, una química especial, una mirada diferente, que antes no había. Cualquier muchacho en mi situación se habría enamorado de su madre.
El último día, la última aplicación de esa bendita crema, llegó. Era temprano, como los otros días. Después de desayunar juntos mi padre, mi madre y yo, los dos nos íbamos a la habitación seguidos por la mirada perturbada, dubitativa y perdida de mi padre. Él se quedaba leyendo el periódico sabiendo qué pasaba en la habitación de al lado.
Lo que pasó ese día es que mi madre iba muy mal de tiempo, a toda prisa, estresada de trabajo. Y por eso se olvidó de abrocharse del todo su blusa, con lo que yo tenía una vista perfecta del pecho (talla 100) de mi madre, su sostén y su precioso canalillo. Empezó con la crema y curiosamente ese día sí que se me empalmó.
Vaya !, hoy que es el último día va y se te empalma.
[¿Vaya?, pensé yo. Parecía un lamento. ¿Querría verme empalmado?]
Además, mi mirada estaba totalmente clavada en su escote. Y ella se dio cuenta.
Mamá, perdóname, de verdad. No sé que me pasa, pero hoy no puedo parar esa excitación.
Bueno, tranquilo, es natural y no deja de ser una buena señal. Es normal que te pongas empalmado. Ya me parecía a mí que tardabas.
Gracias, mamá.
Jaime, eso sí, deja de mirarme el escote que tengo la mano llena de crema y no puedo abrocharme.
Si quieres te abrocho yo…
No. No hace falta. Ya estoy acabando. Bueno, caballero, un beso por lo respetuoso que has sido estos días.
Y me dio un estupendo beso en la mejilla que me hizo dar un suspiro.
Hasta este momento, nuestra relación seguía siendo la de una madre y un hijo, con el respeto convencional que obliga nuestra sociedad. Pero al cabo de cinco días, el Urólogo quería ver una muestra de mi semen para ver las secuelas. Para eso fui al Hospital, acompañado de mi madre.
Una enfermera de bastantes años me pasó a una sala para que yo mismo me ordeñase, pues la muñeca derecha ya la movía bien. Me dio un baso de plástico, unas revistas porno, y me pasó a una triste y cutre sala. Obviamente, ni una gota. Pasados 20 minutos, me dijeron que mejor lo dejábamos para otro día pues seguramente ése estaba yo nervioso.
Al día siguiente volví a intentarlo pero tampoco, ni una erección.
Al tercer intento, hasta bajó mi madre toda preocupada, pues parecía que había una secuela. Estaba radiante, como siempre, con una bata blanca que realzaba más el moreno de su piel, y yo estaba enamorado.
¿Qué, Jaime?, ¿Tampoco nada hoy?
Nada, horroroso, lo intenté casi media hora pero ni se me empalmó.
Pues el pasado Lunes tuviste una erección conmigo, ¿No?
¿Aun lo preguntas?. Tú misma la tocaste.
Ya, ya, no me lo recuerdes. A ver si mañana puedes que esto empieza a ser muy preocupante.
Era el cuarto día, y mi madre estaba detrás de la puerta muy ansiosa porque su pequeño lo estaba pasando mal. A los 15 minutos su ansiedad la venció y acabó Golpeando la puerta y entrando en la sala. Ella con su bata blanca y yo sólo con el calzoncillo puesto.
Jaime, cariño, ¿No consigues echarlo?
Nada, mami. Hoy tampoco y estoy muy asustado. ¿Me pasará algo?
Bueno, tampoco te angusties. Aunque me extraña, si en la habitación te empalmaste, no sé por qué aquí no.
Por favor, mamá, igual es eso, …, ¿No podrías ayudarme tú?
¿¿¿ YOOOO ??? ¿Estás loco? ¡ No puedo hacer esas cosas !.
Por favor, lo que te pido es ayuda, nada más.
¿Cómo voy a masturbar a mi hijo? ¡ Jaime, que animaladas dices !
Mamá, es como si me dieras crema. Ya me tocaste los genitales 10 días, ¿Qué más te da uno más uno menos?. Además, mira cómo estoy algo erecto simplemente con tu presencia. [Me bajé los calzoncillos y mostré a mi madre una incipiente erección].
Cielo, esto es una locura. A ver, déjame ver.
Con sumo cuidado, mi madre palpó mi pene y sonrió levemente al ver que tenía una erección, que el problema podría curarse. Se agachó delante mía y así pude ver nuevamente ese escote precioso que empalmaba más y más mi pene. Mi madre me bajó del todo la piel del prepucio y empezó un movimiento de sube y baja que ya se asemejaba a una masturbación. Dejaba de comportarse como una madre normal y actuaba como una madre "especial" empujada por las circunstancias.
Bueno, Jaime, acabemos con esto pronto. Vamos a salir de dudas porque yo tampoco aguanto otros días de preocupación. Pero por lo que más quieras, ni una palabra de esto a tu padre.
Mi amor, mi madre, se quitó la bata y quedó con un top negro algo escotado. Sin poder mirarme a los ojos, acercó, agachada, su cabeza a mi vientre, y así empezó a masturbarme muy lenta y suavemente. Ninguno de los dos hablaba. Éramos conscientes de que rompíamos un tabú y cruzábamos una puerta peligrosa. Me sorprendió cuando empezó a besarme la barriga, alrededor del ombligo. Ella sabía cómo empalmar a un hombre, en esa ocasión peculiar, a su propio hijo, y lo que quería era que esa escena acabase lo antes posible. Movido por ese momento en el que ya poco o nada importa, mi mano derecha acarició como pudo, de hurtadillas, el pecho de mi madre, por encima de su ropa. Fue sólo unos fugaces segundos.
11 comentarios - Mi Madre y mi ereccion
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