Hola poringueros y poringueras. Este relato se lo dedico a Marina conocida aquí como @Trompitadebebe que tiene una mami que está re buena. Para la pendejada buena MILF.
Con mi esposa habíamos llegado de nuestro viaje por Cuba con el que festejamos nuestro veinticinco aniversario de casados. Los chicos no estaban, así que aprovechamos para andar cómodos por la casa. Yo me pegué una ducha bien caliente, ella, en cambio, se quedó un rato largo en la bañera. Entré al baño para buscar algo como escusa, más que nada para disfrutar de la belleza de su desnudez. Lleva muy bien sus cuarenta y cinco años, pareciera que los años no pudieran corromper ese hermoso cuerpo. La observo y la admiro. Ella se dio cuenta que la miraba con cara de bobo, desagotó la bañera, tomo la ducha manual, y se empezó a tocar. Empezó a gemir con fuerza a medida que sus dedos exploraban su conchita depilada. Al llegar al clímax, y mientras me miraba, empezó a gritar “Giovanni” “Giovanni”. Giovanni era un instructor de buceo que conocimos en Cuba. Era moreno, de 1,90, de sonrisa blanca y cuerpo bien atlético.
Nos fuimos a la cama. Ella se demoró un poco porque primero se puso una loción humectante por todo el cuerpo. Cuando volvía, desnuda, me observó que tenía la pija firme como un mástil. Viciosa lo tomó con sus suaves manos y lo empezó a acariciar.
- Mi amor. ¿Querés que te cuente las cosas que hice en Cuba? – empezó con su relato. Agitando la cabeza le dije que sí. Ella, acariciando mi pija, empezó su relato.
- Mi amor, sabés que me encanta tu pija, que amo hacer el amor con vos; pero también sabés que me gusta que me cojan como una loca, que quiero otras pijas, si es posible más grande. Hace tiempo que fantaseo con que me agarre un negro con una pija enorme, que me haga brotar lágrimas que me rompa toda, cosa que vos sabés a esta altura ya no es fácil.
Cuando llegamos a Cuba nos llevó en el taxi aquel mulato, Fidel. A él me lo crucé un día que fui a la farmacia por tus benditos antiácidos. No fue difícil, lo encaré y el no se resistió tanto. Me llevó a un paraje apartado de La Habana Vieja, y allí en el taxi mismo se pasó al asiento trasero, sacó su enorme pija y de prepo me lo metió en la boca. Casi no cabía ese pedazo de carne dentro de ella, me la mandaba hasta el fondo hasta provocarme arcadas. Me había quitado la parte superior de mi bikini y pellizcaba con una mano una de mis tetas mientras con la otra me empujaba la cabeza para que no me apartara ni un segundo de su tremenda pija. Me estaba ahogando y el no se daba cuenta. No estaba gozando, estaba sufriendo. En un momento, con mi mano derecha apreté sus bolas con fuerza, tomé el corpiño de la bikini y con los pechos desnudos y el pareo desalineado salí corriendo sin dirección.
La primera experiencia no fue la mejor pero seguía caliente de por un negro bien cargado. Aquél día hicimos el amor más por vos que por mí. Imaginate que después de tan desagradable experiencia no estaba para eso, pero me pareció egoísta de mi parte negarme a que lo hagamos. Obviamente fingí varios orgasmos. No me sentía bien y para colmo seguía caliente con una pija grandota, negra, bien morcillona. Vos no venís mal amor, pero no es lo que me apetecía.
Al día siguiente a vos se te cruzó la idea de bucear y yo seguía con la idea del negro penetrándome. Jamás iba a pensar que el destino nos iba a satisfacer a ambos. Llegamos al lugar y nos atendió Giovanni. Vos lo viste, tenía esa zunga azul que le marcaba un prominente bulto, su cuerpo atlético, su culo firme, y hasta era más alto que vos. Casi de inmediato me mojé toda…
Recuerdo haber corrido a un baño próximo y me empecé a tocar toda, gritaba como loca, estaba enajenada con tan solo una primera impresión. No me había pasado jamás ni con vos, ni con tu socio, ni tampoco con el novio de la nena, ni en ninguna de las fiestas swingers que fuimos.
Cuando terminé me acomodé bien la bikini, salí del baño y me preguntaste si me sentía bien y yo te dije que sí. Subimos a la barca que nos llevó hasta una distancia prudente. Vos te calzaste el equipo y te tiraste de cabeza, parecías un nene en la pileta. Giovanni me ayudó a acomodarme mi equipo y al sentir el roce de sus manos se me erizó la piel al tiempo que largué un suspiro. Él se dio cuenta, me tomó de la cintura suavemente, bajó su mano hasta mi cola y me susurró al oído. “Bajamos”, fue lo que llegué a entender. Nos encontramos los tres como quince metros al fondo, el agua era clara y la luz del bello sol de Cuba pareciera dedicarle un haz de luz a Giovanni. Acaso sea una ilusión mía, quien sabe, pero en el fondo del mar casi no me quería apartar de él. Cuando volvimos a la barca y allí Giovanni te contó una historia del pecio de una nave americana hundida cuando ocurrió la invasión de Bahía de los Cochinos. Vos te pusiste como loco por ir ahí, yo en cambio fingí indiferencia. Llegamos a ese paraje hermoso, hasta daba pena escuchar que en aquel lugar se haya sembrado muerte y destrucción. Giovanni te indicó las coordenadas y vos te tiraste de cabeza en busca de aquel pecio. Apenas te tiraste ya estaba con las tetas desnuda acariciando de atrás a nuestro instructor. Él se dio vuelta y con sus oscuras manos me empezó a acariciar, sus gruesos labios me besaron y su lengua jugaba con la mía. El color de su piel contrastaba con el blanco apenas broceado de la mía. Empezó a chupar de mis pechos en tanto yo le acariciaba su cabeza. Casi de un tirón me quitó la parte inferior de mi bikini, me acomodó de modo tal que le diera la espalda, me quedé agachada para que Giovanni recorriera mi conchita con su lengua. Mi clítoris era un juguete para su lengua y yo, entre gemidos, buscaba agarrarme de algo. Sentía una electricidad suave recorriendo mi cuerpo, algo que jamás sentí. De mi conchita sentía recorrer el néctar que él bebías. A partir de ese momento supe que iba ser suya para siempre. Cuando me di vuelta ya no tenía esa zunga azul, lucía la pija más grande, firme y hermosa que jamás había visto. Ni siquiera aquel imbécil taxista tenía ese tamaño ni mucho menos esa firmeza, esa virilidad.
La tome de las manos, la pajeé, la acaricié y la empecé a chupar, a besar, a darle suaves mordiscos. Giovanni estaba entregado como yo lo estaba a él, nos pertenecíamos el uno a otro. Se sentó sobre uno de los bancos y me subió para que monte esa pija hermosa. Me fue llevando con suavidad hasta estar cómoda con ella adentro. La tenía toda y paulatinamente empecé a cabalgarla. “Que buena puta que eres” me dijo con ese tono caribeño, eso me calentó y empecé a cabalgar su pija con un ritmo frenético. Veía su cara gozando, sus dientes blancos se distinguían sobre su cara oscura. Mi cuerpo parecía perderse en la inmensidad de aquel moreno alto y atlético. “Soy tu puta, papi” le dije con la voz entrecortada al arrancarme un enésimo orgasmo. Él no lo pudo resistir más y me llenó la conchita de leche hasta saturarla. Sentía el cosquilleo de su lechita recorriendo mis piernas a la medida que salía de mi interior. Después de unos minutos nos abrazamos y nos besamos. Me vestí tan solo con la parte inferior de mi bikini y aproveché para hacer topless. Cuando vos volviste de las profundidades casi me ignoraste de la emoción de haber recorrido aquel pecio.
Volvimos al hotel, comimos unas frutas e hicimos el amor. Nuevamente fingí algunos orgasmos, difícilmente hubieras logrado arrancarme alguna sensación. Tenía la cabeza en Giovanni, sentía que aquella vez en la barca había sido incompleta, como que faltaba algo. Nos fuimos a cenar en aquel restaurant, fuimos al Copacabana a ver un show, bebimos, aunque vos te pasaste con los mojitos. Eran como las dos y media de la mañana y no podía pegar un ojo. Mi mente estaba con Giovanni y vos, ebrio, roncabas. Me puse un vestido muy corto blanco, suelto, unos zapatitos con tacos, me maquillé, me puse aquella gargantilla de oro y piedras que me regalaste para navidad y me quité la alianza. No pienses mal, te sigo amando, solo que esa noche estaba que hervía de caliente y te juro que era de cualquiera menos de vos. Salí del hotel, caminé unas cuadras y me tomé un taxi con dirección a la barca. Lo fui a buscar, no te miento, era suya y me iba en busca de mi macho. Llegué a la barca y me desilusioné a no encontrar nadie. Me fui a un bar a beber unos tragos, cuando siento el roce de una piel conocida. Sin mediar palabra, me tomó de la mano y nos fuimos a una humilde casa cerca del bar. “Me faltó darte algo” me dijo al momento que me corría el vestido sin dificultad y me quitaba mi diminuta tanga. “Me falto darte esto” me dijo al tiempo que me acomodó en un sillón de modo tal de quedar en cuatro y empezó a acariciar mi cola. Me empezó a dar unos besos negros que me estremecían. Su lengua penetraba hasta lo más hondo de mi culo. Con sus gruesos dedos empezó a jugar con la puerta de mi culo para estimularlo, empezó a meterlos de a uno con la paciencia de un sensei uno por uno. Cuando me quise darme cuenta ya tenía tres de sus gruesos dedos dentro de mí. Sacó su enorme pija, me di cuenta cuando la suavidad de su cabeza empezó a rozar mi cola. Suspiro y empujo hacia él de modo tal que su pija empiece a entrar dentro de mí. Él empujaba con paciencia, se daba cuenta que me dolía. De mis ojos brotaban gruesas lágrimas pero me negaba a gritar de dolor y mucho menos quitarme esa enorme pija de mi ano. No aguantaba más de dolor pero tomé valor y volví a empujar de modo tal que entrara de un tirón. “AAAAAAAAAAAAYYYYYYYYYYYYYYY!!!!!!!!!!!!” grité del dolor pero así y todo el sentido del morbo me invadía. Poco a poco el dolor se fue transformando en sensación de placer, acaso gozaba del dolor que me infringía aquel moreno. Poco a poco fue bombeando mi colita. Si bien no soy virgen de la cola, vos fuiste el primero, es la preferida de tu socio Oscar y la de los chicos de Anchorena, pero jamás me sentí tan plena, tan llena. Hacía que mucho que una pija no me hacía estremecer como esa. “Rompeme toda, negro” le dije como si fuera una imposición, con tono imperativo. Al rato todo mi cuerpo se movía por la fuerza con la que aquel negro empujaba. Gritaba, sufría y gozaba a la vez; no sé como explicarlo. Gocé como una poseída cuando recibí toda esa leche dentro. Te juro que me sentía toda dolorida pero jamás gocé como aquella noche.
Al día siguiente te levantaste con ganas de no se que, yo dormía boca abajo con un dolor inmenso en mi cola.
Para cuando terminó el relato mi pija explotaba manchando las sábanas. Como una viciosa se tragó los restos de esperma que quedaron. Sabe que me gusta que me meta los cuernos y me cuente como le fue. También sé que puedo hacerle el amor, hacerla feliz, que ella puede coger con quién quiera, pero que su cuerpo tiene amo y señor, Giovanni aquel moreno instructor de buceo. Cada noche me imagino y me pajeo de imaginarlos juntos. Será cuestión de arreglar otro viaje a Cuba.
Con mi esposa habíamos llegado de nuestro viaje por Cuba con el que festejamos nuestro veinticinco aniversario de casados. Los chicos no estaban, así que aprovechamos para andar cómodos por la casa. Yo me pegué una ducha bien caliente, ella, en cambio, se quedó un rato largo en la bañera. Entré al baño para buscar algo como escusa, más que nada para disfrutar de la belleza de su desnudez. Lleva muy bien sus cuarenta y cinco años, pareciera que los años no pudieran corromper ese hermoso cuerpo. La observo y la admiro. Ella se dio cuenta que la miraba con cara de bobo, desagotó la bañera, tomo la ducha manual, y se empezó a tocar. Empezó a gemir con fuerza a medida que sus dedos exploraban su conchita depilada. Al llegar al clímax, y mientras me miraba, empezó a gritar “Giovanni” “Giovanni”. Giovanni era un instructor de buceo que conocimos en Cuba. Era moreno, de 1,90, de sonrisa blanca y cuerpo bien atlético.
Nos fuimos a la cama. Ella se demoró un poco porque primero se puso una loción humectante por todo el cuerpo. Cuando volvía, desnuda, me observó que tenía la pija firme como un mástil. Viciosa lo tomó con sus suaves manos y lo empezó a acariciar.
- Mi amor. ¿Querés que te cuente las cosas que hice en Cuba? – empezó con su relato. Agitando la cabeza le dije que sí. Ella, acariciando mi pija, empezó su relato.
- Mi amor, sabés que me encanta tu pija, que amo hacer el amor con vos; pero también sabés que me gusta que me cojan como una loca, que quiero otras pijas, si es posible más grande. Hace tiempo que fantaseo con que me agarre un negro con una pija enorme, que me haga brotar lágrimas que me rompa toda, cosa que vos sabés a esta altura ya no es fácil.
Cuando llegamos a Cuba nos llevó en el taxi aquel mulato, Fidel. A él me lo crucé un día que fui a la farmacia por tus benditos antiácidos. No fue difícil, lo encaré y el no se resistió tanto. Me llevó a un paraje apartado de La Habana Vieja, y allí en el taxi mismo se pasó al asiento trasero, sacó su enorme pija y de prepo me lo metió en la boca. Casi no cabía ese pedazo de carne dentro de ella, me la mandaba hasta el fondo hasta provocarme arcadas. Me había quitado la parte superior de mi bikini y pellizcaba con una mano una de mis tetas mientras con la otra me empujaba la cabeza para que no me apartara ni un segundo de su tremenda pija. Me estaba ahogando y el no se daba cuenta. No estaba gozando, estaba sufriendo. En un momento, con mi mano derecha apreté sus bolas con fuerza, tomé el corpiño de la bikini y con los pechos desnudos y el pareo desalineado salí corriendo sin dirección.
La primera experiencia no fue la mejor pero seguía caliente de por un negro bien cargado. Aquél día hicimos el amor más por vos que por mí. Imaginate que después de tan desagradable experiencia no estaba para eso, pero me pareció egoísta de mi parte negarme a que lo hagamos. Obviamente fingí varios orgasmos. No me sentía bien y para colmo seguía caliente con una pija grandota, negra, bien morcillona. Vos no venís mal amor, pero no es lo que me apetecía.
Al día siguiente a vos se te cruzó la idea de bucear y yo seguía con la idea del negro penetrándome. Jamás iba a pensar que el destino nos iba a satisfacer a ambos. Llegamos al lugar y nos atendió Giovanni. Vos lo viste, tenía esa zunga azul que le marcaba un prominente bulto, su cuerpo atlético, su culo firme, y hasta era más alto que vos. Casi de inmediato me mojé toda…
Recuerdo haber corrido a un baño próximo y me empecé a tocar toda, gritaba como loca, estaba enajenada con tan solo una primera impresión. No me había pasado jamás ni con vos, ni con tu socio, ni tampoco con el novio de la nena, ni en ninguna de las fiestas swingers que fuimos.
Cuando terminé me acomodé bien la bikini, salí del baño y me preguntaste si me sentía bien y yo te dije que sí. Subimos a la barca que nos llevó hasta una distancia prudente. Vos te calzaste el equipo y te tiraste de cabeza, parecías un nene en la pileta. Giovanni me ayudó a acomodarme mi equipo y al sentir el roce de sus manos se me erizó la piel al tiempo que largué un suspiro. Él se dio cuenta, me tomó de la cintura suavemente, bajó su mano hasta mi cola y me susurró al oído. “Bajamos”, fue lo que llegué a entender. Nos encontramos los tres como quince metros al fondo, el agua era clara y la luz del bello sol de Cuba pareciera dedicarle un haz de luz a Giovanni. Acaso sea una ilusión mía, quien sabe, pero en el fondo del mar casi no me quería apartar de él. Cuando volvimos a la barca y allí Giovanni te contó una historia del pecio de una nave americana hundida cuando ocurrió la invasión de Bahía de los Cochinos. Vos te pusiste como loco por ir ahí, yo en cambio fingí indiferencia. Llegamos a ese paraje hermoso, hasta daba pena escuchar que en aquel lugar se haya sembrado muerte y destrucción. Giovanni te indicó las coordenadas y vos te tiraste de cabeza en busca de aquel pecio. Apenas te tiraste ya estaba con las tetas desnuda acariciando de atrás a nuestro instructor. Él se dio vuelta y con sus oscuras manos me empezó a acariciar, sus gruesos labios me besaron y su lengua jugaba con la mía. El color de su piel contrastaba con el blanco apenas broceado de la mía. Empezó a chupar de mis pechos en tanto yo le acariciaba su cabeza. Casi de un tirón me quitó la parte inferior de mi bikini, me acomodó de modo tal que le diera la espalda, me quedé agachada para que Giovanni recorriera mi conchita con su lengua. Mi clítoris era un juguete para su lengua y yo, entre gemidos, buscaba agarrarme de algo. Sentía una electricidad suave recorriendo mi cuerpo, algo que jamás sentí. De mi conchita sentía recorrer el néctar que él bebías. A partir de ese momento supe que iba ser suya para siempre. Cuando me di vuelta ya no tenía esa zunga azul, lucía la pija más grande, firme y hermosa que jamás había visto. Ni siquiera aquel imbécil taxista tenía ese tamaño ni mucho menos esa firmeza, esa virilidad.
La tome de las manos, la pajeé, la acaricié y la empecé a chupar, a besar, a darle suaves mordiscos. Giovanni estaba entregado como yo lo estaba a él, nos pertenecíamos el uno a otro. Se sentó sobre uno de los bancos y me subió para que monte esa pija hermosa. Me fue llevando con suavidad hasta estar cómoda con ella adentro. La tenía toda y paulatinamente empecé a cabalgarla. “Que buena puta que eres” me dijo con ese tono caribeño, eso me calentó y empecé a cabalgar su pija con un ritmo frenético. Veía su cara gozando, sus dientes blancos se distinguían sobre su cara oscura. Mi cuerpo parecía perderse en la inmensidad de aquel moreno alto y atlético. “Soy tu puta, papi” le dije con la voz entrecortada al arrancarme un enésimo orgasmo. Él no lo pudo resistir más y me llenó la conchita de leche hasta saturarla. Sentía el cosquilleo de su lechita recorriendo mis piernas a la medida que salía de mi interior. Después de unos minutos nos abrazamos y nos besamos. Me vestí tan solo con la parte inferior de mi bikini y aproveché para hacer topless. Cuando vos volviste de las profundidades casi me ignoraste de la emoción de haber recorrido aquel pecio.
Volvimos al hotel, comimos unas frutas e hicimos el amor. Nuevamente fingí algunos orgasmos, difícilmente hubieras logrado arrancarme alguna sensación. Tenía la cabeza en Giovanni, sentía que aquella vez en la barca había sido incompleta, como que faltaba algo. Nos fuimos a cenar en aquel restaurant, fuimos al Copacabana a ver un show, bebimos, aunque vos te pasaste con los mojitos. Eran como las dos y media de la mañana y no podía pegar un ojo. Mi mente estaba con Giovanni y vos, ebrio, roncabas. Me puse un vestido muy corto blanco, suelto, unos zapatitos con tacos, me maquillé, me puse aquella gargantilla de oro y piedras que me regalaste para navidad y me quité la alianza. No pienses mal, te sigo amando, solo que esa noche estaba que hervía de caliente y te juro que era de cualquiera menos de vos. Salí del hotel, caminé unas cuadras y me tomé un taxi con dirección a la barca. Lo fui a buscar, no te miento, era suya y me iba en busca de mi macho. Llegué a la barca y me desilusioné a no encontrar nadie. Me fui a un bar a beber unos tragos, cuando siento el roce de una piel conocida. Sin mediar palabra, me tomó de la mano y nos fuimos a una humilde casa cerca del bar. “Me faltó darte algo” me dijo al momento que me corría el vestido sin dificultad y me quitaba mi diminuta tanga. “Me falto darte esto” me dijo al tiempo que me acomodó en un sillón de modo tal de quedar en cuatro y empezó a acariciar mi cola. Me empezó a dar unos besos negros que me estremecían. Su lengua penetraba hasta lo más hondo de mi culo. Con sus gruesos dedos empezó a jugar con la puerta de mi culo para estimularlo, empezó a meterlos de a uno con la paciencia de un sensei uno por uno. Cuando me quise darme cuenta ya tenía tres de sus gruesos dedos dentro de mí. Sacó su enorme pija, me di cuenta cuando la suavidad de su cabeza empezó a rozar mi cola. Suspiro y empujo hacia él de modo tal que su pija empiece a entrar dentro de mí. Él empujaba con paciencia, se daba cuenta que me dolía. De mis ojos brotaban gruesas lágrimas pero me negaba a gritar de dolor y mucho menos quitarme esa enorme pija de mi ano. No aguantaba más de dolor pero tomé valor y volví a empujar de modo tal que entrara de un tirón. “AAAAAAAAAAAAYYYYYYYYYYYYYYY!!!!!!!!!!!!” grité del dolor pero así y todo el sentido del morbo me invadía. Poco a poco el dolor se fue transformando en sensación de placer, acaso gozaba del dolor que me infringía aquel moreno. Poco a poco fue bombeando mi colita. Si bien no soy virgen de la cola, vos fuiste el primero, es la preferida de tu socio Oscar y la de los chicos de Anchorena, pero jamás me sentí tan plena, tan llena. Hacía que mucho que una pija no me hacía estremecer como esa. “Rompeme toda, negro” le dije como si fuera una imposición, con tono imperativo. Al rato todo mi cuerpo se movía por la fuerza con la que aquel negro empujaba. Gritaba, sufría y gozaba a la vez; no sé como explicarlo. Gocé como una poseída cuando recibí toda esa leche dentro. Te juro que me sentía toda dolorida pero jamás gocé como aquella noche.
Al día siguiente te levantaste con ganas de no se que, yo dormía boca abajo con un dolor inmenso en mi cola.
Para cuando terminó el relato mi pija explotaba manchando las sábanas. Como una viciosa se tragó los restos de esperma que quedaron. Sabe que me gusta que me meta los cuernos y me cuente como le fue. También sé que puedo hacerle el amor, hacerla feliz, que ella puede coger con quién quiera, pero que su cuerpo tiene amo y señor, Giovanni aquel moreno instructor de buceo. Cada noche me imagino y me pajeo de imaginarlos juntos. Será cuestión de arreglar otro viaje a Cuba.
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