Miró sus ahorros y se dijo “Me tiro al agua…”. No se imaginaba el sentido que iba a cobrar su afirmación. En ese momento, solamente se imaginó aceptando la oferta de vacaciones que le ofrecía la revista en una playa paradisíaca, lejos de sus mil preocupaciones y con la posibilidad latente como una puntada de apaciguar su hambre de sexo, tras una persistente sequía causada por su dedicación al trabajo y su falta de habilidades sociales.
Hizo los trámites y fijó la fecha. Llegado el día, puntuales aviones, cómodos medios de superficie y un destartalado camión de safari lo llevaron al exótico y lujoso hotel de cinco rústicas estrellas en una playa solitaria. En un par de días recorrió las instalaciones, se perdió en bosques, caminó por dunas y se zambulló en el mar que intuyó, no sabía por qué, estaba lleno de peligros. Esas intensas aventuras lo hicieron olvidarse de la conquista de mujeres. Por lo demás, sus tímidos avances sobre algunas damas presentes fueron recibidas con correcta frialdad.
Se ponía el sol del cuarto día, el último completo de su fugaz y extravagante escapada, cuando, mientras consumía un destilado en la barra de la playa, el barman, un mulato muy robusto de blanquísimos dientes y mirada pícara, le sugirió que probase el jacuzzi natural que había en unas rocas no muy distantes.
– El agua se entibia entre las piedras castigadas por el sol. Las olas crean corrientes que masajean el cuerpo de forma muy placentera. Además – bajó la voz y sonrió -, cuentan que pasan cosas mágicas…
Escéptico con el más allá pero entusiasmado por la experiencia terrena, siguió, vaso en mano, las indicaciones del barman y encontró la piscinita que le había descrito. Se metió al agua con el sol cayendo rojo sobre el mar y se vio recompensado por el hidromasaje que la naturaleza había diseñado pacientemente en ese lugar. Bebió, entregado a la sensualidad de la experiencia. De pronto, en medio del placer, creyó advertir un movimiento brusco en el agua y un indefinible desasosiego se apoderó de él.
Aventó ese pensamiento y tomó un sorbo del vaso recostándose a mirar el atardecer. Ya estaba recuperando la calma cuando un fuerte chapoteo a su izquierda lo sobresaltó. Asomado entre las rocas, su vista recorrió las irregulares y sombreadas formas sin advertir nada preocupante. Se estaba volviendo a recostar cuando, desde su lado derecho, escuchó una voz de mujer que sonaba como si todas las sopranos del mundo susurrasen con un acento insondable y al unísono una nota que fuese todas las notas:
– ¡Hola!
Lo que se presentó ante sus ojos escapaba a la fácil descripción. Baste decir que la hermosura de aquella mujer sentada en el borde de la piscina tenía algo de sobrenatural, acaso en su voluminoso cabello tornasolado, quizá en su oscura piel, tal vez en el verde ultramarino de sus ojos, seguramente en sus desnudos senos como delineados por la mano de un artista que dejó una firma prominente en los erguidos pezones. Maravillado y absorto, igualmente reparó en que el raro traje de baño le cubría totalmente ambas piernas como si fueran una. Lo esperaba, sin embargo, un asombro mayor: cuando la bella se movió, se percató de que, en vez de pies, tenía como una aleta caudal…
– ¿Qué..? ¿Quién..? – balbuceó en medio del torbellino de sentimientos en los que la estupefacción, la calentura y el más absoluto pavor intentaban abrirse paso en su conciencia.
– Tengo muchos nombres en las lenguas humanas – lo interrumpió ella, con una voz inexplicable –. Por ejemplo, me gusta como suena Mermaid en inglés pero no Sirena en español, porque la palabra se queda con un ruido de peligros. A tus efectos, me llamo Cleo.
“Una broma…” pensó él “¡El barman! El barman me preparó esta broma”. Se decidió a seguirle la corriente, especialmente porque su inevitable erección le indicaba el rumbo a sus pensamientos.
– Entonces, ¿vas a cantar hasta enloquecerme? ¿O me vas a seducir para después matarme?
– Bueno, aunque aquel jovencito Homero nos creó mala fama (¡con lo bien que lo habían tratado mis hermanas!), no siempre los matamos. Estoy acá porque ando alzada. Vas a convertirme en mujer y, si tus habilidades de amante me son satisfactorias, te voy a dejar vivir.
“¡Esto promete!” se dijo en su interior y mirando sus extremidades de pescado, le comentó con buen humor:
– Cleo, lo nuestro es imposible. Al menos, no podremos consumar actos que incluyan una penetración…
Ella sonrió con un poco de desdén pero con mucha arcana, marina lujuria.
– Tu inteligencia está embotada. No me extraña, todo tu ser está acá.
Y le agarró el turgente pene, atrayéndolo a su cuerpo, frotando sus senos suaves como algas por sus brazos. Cuando lo besó, era como si todas las olas se sacudiesen dentro de su boca.
La historia siguió, como lo contará en breve la otra autora de este relato, nada menos que @Lady_GodivaII.
Hizo los trámites y fijó la fecha. Llegado el día, puntuales aviones, cómodos medios de superficie y un destartalado camión de safari lo llevaron al exótico y lujoso hotel de cinco rústicas estrellas en una playa solitaria. En un par de días recorrió las instalaciones, se perdió en bosques, caminó por dunas y se zambulló en el mar que intuyó, no sabía por qué, estaba lleno de peligros. Esas intensas aventuras lo hicieron olvidarse de la conquista de mujeres. Por lo demás, sus tímidos avances sobre algunas damas presentes fueron recibidas con correcta frialdad.
Se ponía el sol del cuarto día, el último completo de su fugaz y extravagante escapada, cuando, mientras consumía un destilado en la barra de la playa, el barman, un mulato muy robusto de blanquísimos dientes y mirada pícara, le sugirió que probase el jacuzzi natural que había en unas rocas no muy distantes.
– El agua se entibia entre las piedras castigadas por el sol. Las olas crean corrientes que masajean el cuerpo de forma muy placentera. Además – bajó la voz y sonrió -, cuentan que pasan cosas mágicas…
Escéptico con el más allá pero entusiasmado por la experiencia terrena, siguió, vaso en mano, las indicaciones del barman y encontró la piscinita que le había descrito. Se metió al agua con el sol cayendo rojo sobre el mar y se vio recompensado por el hidromasaje que la naturaleza había diseñado pacientemente en ese lugar. Bebió, entregado a la sensualidad de la experiencia. De pronto, en medio del placer, creyó advertir un movimiento brusco en el agua y un indefinible desasosiego se apoderó de él.
Aventó ese pensamiento y tomó un sorbo del vaso recostándose a mirar el atardecer. Ya estaba recuperando la calma cuando un fuerte chapoteo a su izquierda lo sobresaltó. Asomado entre las rocas, su vista recorrió las irregulares y sombreadas formas sin advertir nada preocupante. Se estaba volviendo a recostar cuando, desde su lado derecho, escuchó una voz de mujer que sonaba como si todas las sopranos del mundo susurrasen con un acento insondable y al unísono una nota que fuese todas las notas:
– ¡Hola!
Lo que se presentó ante sus ojos escapaba a la fácil descripción. Baste decir que la hermosura de aquella mujer sentada en el borde de la piscina tenía algo de sobrenatural, acaso en su voluminoso cabello tornasolado, quizá en su oscura piel, tal vez en el verde ultramarino de sus ojos, seguramente en sus desnudos senos como delineados por la mano de un artista que dejó una firma prominente en los erguidos pezones. Maravillado y absorto, igualmente reparó en que el raro traje de baño le cubría totalmente ambas piernas como si fueran una. Lo esperaba, sin embargo, un asombro mayor: cuando la bella se movió, se percató de que, en vez de pies, tenía como una aleta caudal…
– ¿Qué..? ¿Quién..? – balbuceó en medio del torbellino de sentimientos en los que la estupefacción, la calentura y el más absoluto pavor intentaban abrirse paso en su conciencia.
– Tengo muchos nombres en las lenguas humanas – lo interrumpió ella, con una voz inexplicable –. Por ejemplo, me gusta como suena Mermaid en inglés pero no Sirena en español, porque la palabra se queda con un ruido de peligros. A tus efectos, me llamo Cleo.
“Una broma…” pensó él “¡El barman! El barman me preparó esta broma”. Se decidió a seguirle la corriente, especialmente porque su inevitable erección le indicaba el rumbo a sus pensamientos.
– Entonces, ¿vas a cantar hasta enloquecerme? ¿O me vas a seducir para después matarme?
– Bueno, aunque aquel jovencito Homero nos creó mala fama (¡con lo bien que lo habían tratado mis hermanas!), no siempre los matamos. Estoy acá porque ando alzada. Vas a convertirme en mujer y, si tus habilidades de amante me son satisfactorias, te voy a dejar vivir.
“¡Esto promete!” se dijo en su interior y mirando sus extremidades de pescado, le comentó con buen humor:
– Cleo, lo nuestro es imposible. Al menos, no podremos consumar actos que incluyan una penetración…
Ella sonrió con un poco de desdén pero con mucha arcana, marina lujuria.
– Tu inteligencia está embotada. No me extraña, todo tu ser está acá.
Y le agarró el turgente pene, atrayéndolo a su cuerpo, frotando sus senos suaves como algas por sus brazos. Cuando lo besó, era como si todas las olas se sacudiesen dentro de su boca.
La historia siguió, como lo contará en breve la otra autora de este relato, nada menos que @Lady_GodivaII.
12 comentarios - Encuentro entre la tierra y el mar (primera parte)
Van mis puntos y espero la segunda parte de La Maestra @Lady_GodivaII
Es sabido que la realidad imita al arte, lo que viene a demostrar sus atributos de Diosa
Excelente introducción, magistralmente relatada, un lujo.
Gracias por compartir 👍
La mejor manera de agradecer es comentando a quien te comenta...
"Cuando lo besó, era como si todas las olas se sacudiesen dentro de su boca."