Cuando volví ya no estaban en la sala, se habían trasladado al dormitorio, allí en donde la Negra duerme con su marido. Pero el marido no está, se encuentra en el norte, dirigiendo un equipo de fútbol, mientras ella se revuelca en su propio lecho conyugal con dos hombres. Uno es su amante, Gustavo, y el otro, alguien a quien recién conoce, Mario.
La imagen es impactante, entrar a la habitación, y verla en la cama, entre esos dos machos terriblemente viriles, besándose con ambos, entre febriles caricias y frotamientos. No quiero interrumpirlos, así que me quedo a un costado, mirándolos embelesada, complaciéndome yo sola mientras ella disfruta aquel desborde de testosterona.
Mario se le sube encima y se la coge, fuerte, rudo, casi con violencia, ella se lo agradece con suspiros, jadeando plácidamente al ritmo de las brutales acometidas. Luego él se pone de espalda y ella se le sube encima, se ensarta en la gruesa poronga y se mueve en torno a ella, arriba, abajo, arriba, abajo. Mientras tanto Gustavo se mantiene a un costado, igual que yo, a la expectativa, sin dejar de meneársela. Entonces algo sucede..., sin salirse de su posición, la Negra se recuesta sobre el cuerpo de Mario a la vez que éste le separa con las manos las nalgas. Sin necesidad de que le digan nada, Gustavo se pone tras ella y apunta su vibrante erección hacia aquel orificio posterior ya abierto y desfondado. Después de la culeada que nos habían dado, cualquier lubricación estaba de más. Entra limpiamente de un solo envión, dejándola "ensanguchada" entre los dos. La Negra brama de placer al sentir las dos vergas pulsando en su interior.
Ya experimenté la doble penetración antes, por lo que les puedo asegurar que se trata de algo único, incomparable. Una experiencia sin par. Y verla a mi amiga gozar de semejante manera, hacía que me pellizcara yo misma los pezones de envidia.
Le dan entre los dos, uno por delante, el otro por detrás, a cual más profundo, entrando y saliendo de esos agujeros como si no tuvieran fondo. La Negra grita y se estremece, hasta llora, totalmente entregada a ese loable sacrificio al cual ninguna mujer debería negarse.
La tienen un buen rato ahí aprisionada, bombeándola sin tregua ni respiro, hasta que ella estalla en su interior, deshaciéndose en mil y un suspiros. Recién entonces la liberan. La Negra rueda hacia un lado, tan mareada, tan fuera de sí, que casi se cae de la cama. Esta empapada en sudor, el pelo alborotado, el rostro congestionado, la mirada como ausente, todavía parece estar en pleno orgasmo. Veo por entre sus piernas y... ¡Madre mía! ¡Cómo le dejaron los agujeros!, creo que podría meter la mano en cualquiera de ellos y sacarla sin siquiera rozarla.
Con la Negra momentáneamente fuera de combate, los compañeros de armas fijan sus ojos en mí. Sí, soy la próxima, quiero ser la próxima. Mario sigue de espalda, con su verga bien firme y endurecida, mojada aun por el flujo que la Negra dejó en ella. Me le siento encima y me la clavo, meciéndome de un lado a otro, sintiendo una vez más que el mundo si puede ser un lugar mejor. Me muevo arriba y abajo, dejándome embriagar por esa placidez que solo una verga bien clavada te puede proporcionar. Me muevo hasta que siento las manos de Gustavo acariciando mis nalgas. Me palmea de un lado y del otro, me las separa y pasea sus dedos por la raya del culo. Lo siguiente que siento es la punta de su verga empujando por... ¡No!, no me la empuja por el orto, está intentando clavármela por la concha, pero ahí ya tengo clavado el vergón del tachero. Quiero hablar pero no puedo, tengo la boca llena de gemidos y jadeos. Quiero decirle que se equivoca, pero no, evidentemente para él no es un error, quiere metérmela también por adelante, junto con Mario, y así cogerme los dos por el mismo agujero. Nunca me lo hubiera imaginado, dos pijas en el mismo espacio, la una frotándose contra la otra, buscando ganar el mayor terreno posible. La de Gustavo es más delgada, por lo que logra filtrarse por entre las paredes de mi concha y la dureza de Mario. Apenas logra introducir la puntita, pero es suficiente para que por lo menos por un instante sienta que me están garchando los dos por el mismo agujero. Como no puede avanzar más, enseguida cambia de objetivo, apuntando todas sus municiones hacia mi expectante ojetito. Bueno, lo de ojetito resulta meramente figurativo, ya que después de la tremenda culeada que ambos me prodigaron, ya se había transformado en un ojetazo. Todavía lo tengo abierto y dilatado, así que por ahí no se le complica para nada metérmela. Es más, me la manda hasta los huevos, impactándome las nalgas con toda la fuerza de su pelvis. Entre ambos me pegan tremenda cepillada, por delante y por detrás, cogiéndome y culeándome con un ritmo feroz y vertiginoso. Me destrozan, me desarman, me rompen toda, y es tan lindo, tan placentero, que moriría feliz entre esos dos tipos, toda rota y deshecha, con las vísceras esparcidas sobre la cama de mi amiga.
Ninguno quiere acabar todavía, por lo que se ven obligados a frenar el ímpetu del garche. Gustavo me hace bajar de arriba de Mario, y tumbándome de espalda, se cuela entre mis piernas, se pone mis tobillos sobre los hombros y metiéndomela por la concha, me coge como si fuera la primera vez que me tiene a su merced. Mario hace lo mismo con la Negra, la pone de espalda junto a mí, y empieza a darle con todo. Así van intercambiando posiciones, primero me coge Gustavo y luego Mario, siempre con las patitas al hombro del que nos toque, a ver quien acaba dentro de quien. Se turnan una, dos, tres veces, hasta que Mario no aguanta y explota dentro de la Negra. Entre exultantes gemidos, mi amiga lo rodea con brazos y piernas, y no lo suelta sino hasta recibir la última gota de leche. Gustavo a su vez acaba dentro mío, sus cargados lechazos golpean pesadamente en mi interior, llenándome con esa deliciosa embriaguez que solo un buen polvo puede proporcionar. Sin dejar de gemir y suspirar, con la Negra nos miramos y juntas estallamos en un agradecido:
-¡ALELUYA!-
No es que seamos religiosas, pero en ese momento como que a alguien debíamos agradecerle lo que estábamos disfrutando.
Al rato de nuevo estamos los cuatro en la sala, ya duchados, vestidos y arreglados. Compartimos un vino de una cosecha añeja que la Negra guardó especialmente para ese momento y brindamos.
-Por que se repita...- deseó uno.
-Por otra tarde como esta...- deseó otro.
-Por que podamos cumplir todas nuestras fantasías...- fue el deseo de mi amiga, mirándome con unos ojos que delataban algún anhelo oculto.
-Por mis nuevos y mejores amigos...- brindé yo.
Chocamos las copas y bebimos.
Un besito en la mejilla con mi amiga, un piquito con Gustavo y nos despedimos. Mario salió eufórico, con ganas de seguirla en algún boliche.
-Sorry, pero ya tengo que irme a casa- me excusé.
Quedamos en hablarnos en la semana, aunque la verdad muchas ganas de volver a verlo no tenía. La habíamos pasado brutal, sí, pero hasta ahí llega mi amor. Se ofreció a llevarme, pero le dije que mejor me iba sola. Así que paré un taxi y me fui a casa a darme un largo, larguísimo baño de inmersión.
EPILOGO:
Por suerte mi marido llegó tarde ese sábado. Yo ya estaba en camisón y bata, simulando algún malestar para que no se le ocurra hacer el amor justo esa noche. Incluso me había frotado la cara al escucharlo entrar, para que se me pusiera roja la nariz y llorosos los ojos.
-Debe ser por este clima tan cambiante- supuso él.
-¡Ajá!- asentí sonándome estruendosamente.
-No te preocupes por nada gordita, vos andá a la cama que yo me caliento la comida y después voy- me dice dándome un paternal beso en la frente.
Le di las gracias, le dije que lo esperaba y me fui a acostar. Me quede dormida enseguida, me desperté el domingo como a las once, ni siquiera sentí a mi marido acostarse.
No me habrán sacado en camilla, pero me dejaron de cama y con las secuelas todavía latentes. Yo, agradecida.
La imagen es impactante, entrar a la habitación, y verla en la cama, entre esos dos machos terriblemente viriles, besándose con ambos, entre febriles caricias y frotamientos. No quiero interrumpirlos, así que me quedo a un costado, mirándolos embelesada, complaciéndome yo sola mientras ella disfruta aquel desborde de testosterona.
Mario se le sube encima y se la coge, fuerte, rudo, casi con violencia, ella se lo agradece con suspiros, jadeando plácidamente al ritmo de las brutales acometidas. Luego él se pone de espalda y ella se le sube encima, se ensarta en la gruesa poronga y se mueve en torno a ella, arriba, abajo, arriba, abajo. Mientras tanto Gustavo se mantiene a un costado, igual que yo, a la expectativa, sin dejar de meneársela. Entonces algo sucede..., sin salirse de su posición, la Negra se recuesta sobre el cuerpo de Mario a la vez que éste le separa con las manos las nalgas. Sin necesidad de que le digan nada, Gustavo se pone tras ella y apunta su vibrante erección hacia aquel orificio posterior ya abierto y desfondado. Después de la culeada que nos habían dado, cualquier lubricación estaba de más. Entra limpiamente de un solo envión, dejándola "ensanguchada" entre los dos. La Negra brama de placer al sentir las dos vergas pulsando en su interior.
Ya experimenté la doble penetración antes, por lo que les puedo asegurar que se trata de algo único, incomparable. Una experiencia sin par. Y verla a mi amiga gozar de semejante manera, hacía que me pellizcara yo misma los pezones de envidia.
Le dan entre los dos, uno por delante, el otro por detrás, a cual más profundo, entrando y saliendo de esos agujeros como si no tuvieran fondo. La Negra grita y se estremece, hasta llora, totalmente entregada a ese loable sacrificio al cual ninguna mujer debería negarse.
La tienen un buen rato ahí aprisionada, bombeándola sin tregua ni respiro, hasta que ella estalla en su interior, deshaciéndose en mil y un suspiros. Recién entonces la liberan. La Negra rueda hacia un lado, tan mareada, tan fuera de sí, que casi se cae de la cama. Esta empapada en sudor, el pelo alborotado, el rostro congestionado, la mirada como ausente, todavía parece estar en pleno orgasmo. Veo por entre sus piernas y... ¡Madre mía! ¡Cómo le dejaron los agujeros!, creo que podría meter la mano en cualquiera de ellos y sacarla sin siquiera rozarla.
Con la Negra momentáneamente fuera de combate, los compañeros de armas fijan sus ojos en mí. Sí, soy la próxima, quiero ser la próxima. Mario sigue de espalda, con su verga bien firme y endurecida, mojada aun por el flujo que la Negra dejó en ella. Me le siento encima y me la clavo, meciéndome de un lado a otro, sintiendo una vez más que el mundo si puede ser un lugar mejor. Me muevo arriba y abajo, dejándome embriagar por esa placidez que solo una verga bien clavada te puede proporcionar. Me muevo hasta que siento las manos de Gustavo acariciando mis nalgas. Me palmea de un lado y del otro, me las separa y pasea sus dedos por la raya del culo. Lo siguiente que siento es la punta de su verga empujando por... ¡No!, no me la empuja por el orto, está intentando clavármela por la concha, pero ahí ya tengo clavado el vergón del tachero. Quiero hablar pero no puedo, tengo la boca llena de gemidos y jadeos. Quiero decirle que se equivoca, pero no, evidentemente para él no es un error, quiere metérmela también por adelante, junto con Mario, y así cogerme los dos por el mismo agujero. Nunca me lo hubiera imaginado, dos pijas en el mismo espacio, la una frotándose contra la otra, buscando ganar el mayor terreno posible. La de Gustavo es más delgada, por lo que logra filtrarse por entre las paredes de mi concha y la dureza de Mario. Apenas logra introducir la puntita, pero es suficiente para que por lo menos por un instante sienta que me están garchando los dos por el mismo agujero. Como no puede avanzar más, enseguida cambia de objetivo, apuntando todas sus municiones hacia mi expectante ojetito. Bueno, lo de ojetito resulta meramente figurativo, ya que después de la tremenda culeada que ambos me prodigaron, ya se había transformado en un ojetazo. Todavía lo tengo abierto y dilatado, así que por ahí no se le complica para nada metérmela. Es más, me la manda hasta los huevos, impactándome las nalgas con toda la fuerza de su pelvis. Entre ambos me pegan tremenda cepillada, por delante y por detrás, cogiéndome y culeándome con un ritmo feroz y vertiginoso. Me destrozan, me desarman, me rompen toda, y es tan lindo, tan placentero, que moriría feliz entre esos dos tipos, toda rota y deshecha, con las vísceras esparcidas sobre la cama de mi amiga.
Ninguno quiere acabar todavía, por lo que se ven obligados a frenar el ímpetu del garche. Gustavo me hace bajar de arriba de Mario, y tumbándome de espalda, se cuela entre mis piernas, se pone mis tobillos sobre los hombros y metiéndomela por la concha, me coge como si fuera la primera vez que me tiene a su merced. Mario hace lo mismo con la Negra, la pone de espalda junto a mí, y empieza a darle con todo. Así van intercambiando posiciones, primero me coge Gustavo y luego Mario, siempre con las patitas al hombro del que nos toque, a ver quien acaba dentro de quien. Se turnan una, dos, tres veces, hasta que Mario no aguanta y explota dentro de la Negra. Entre exultantes gemidos, mi amiga lo rodea con brazos y piernas, y no lo suelta sino hasta recibir la última gota de leche. Gustavo a su vez acaba dentro mío, sus cargados lechazos golpean pesadamente en mi interior, llenándome con esa deliciosa embriaguez que solo un buen polvo puede proporcionar. Sin dejar de gemir y suspirar, con la Negra nos miramos y juntas estallamos en un agradecido:
-¡ALELUYA!-
No es que seamos religiosas, pero en ese momento como que a alguien debíamos agradecerle lo que estábamos disfrutando.
Al rato de nuevo estamos los cuatro en la sala, ya duchados, vestidos y arreglados. Compartimos un vino de una cosecha añeja que la Negra guardó especialmente para ese momento y brindamos.
-Por que se repita...- deseó uno.
-Por otra tarde como esta...- deseó otro.
-Por que podamos cumplir todas nuestras fantasías...- fue el deseo de mi amiga, mirándome con unos ojos que delataban algún anhelo oculto.
-Por mis nuevos y mejores amigos...- brindé yo.
Chocamos las copas y bebimos.
Un besito en la mejilla con mi amiga, un piquito con Gustavo y nos despedimos. Mario salió eufórico, con ganas de seguirla en algún boliche.
-Sorry, pero ya tengo que irme a casa- me excusé.
Quedamos en hablarnos en la semana, aunque la verdad muchas ganas de volver a verlo no tenía. La habíamos pasado brutal, sí, pero hasta ahí llega mi amor. Se ofreció a llevarme, pero le dije que mejor me iba sola. Así que paré un taxi y me fui a casa a darme un largo, larguísimo baño de inmersión.
EPILOGO:
Por suerte mi marido llegó tarde ese sábado. Yo ya estaba en camisón y bata, simulando algún malestar para que no se le ocurra hacer el amor justo esa noche. Incluso me había frotado la cara al escucharlo entrar, para que se me pusiera roja la nariz y llorosos los ojos.
-Debe ser por este clima tan cambiante- supuso él.
-¡Ajá!- asentí sonándome estruendosamente.
-No te preocupes por nada gordita, vos andá a la cama que yo me caliento la comida y después voy- me dice dándome un paternal beso en la frente.
Le di las gracias, le dije que lo esperaba y me fui a acostar. Me quede dormida enseguida, me desperté el domingo como a las once, ni siquiera sentí a mi marido acostarse.
No me habrán sacado en camilla, pero me dejaron de cama y con las secuelas todavía latentes. Yo, agradecida.
12 comentarios - Mi amiga, su amante, mi amante, y yo (Parte 3 y final)
Van puntos
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Me encanta la forma como relatas cada situación con esos detalles tan sabrosos y tan cachondos que no puedo evitar quedar MUY caliente (más tal vez que mirando una película porno), y esperando con ansias el próximo post con una nueva y exquisita aventura tuya querida.
Un gran trabajo y gracias por compartirlos!!
Van unos más que merecidos puntines querida!! + 🔟
te dejo 10 puntos y un beso Misko
Sos una genia!!! tenes que publicar un libro con todas estas historias 😃 😃 😃