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Postal Rosarina

Sobre la vieja central de trenes por la que pasaba el Estrella del Norte nacía en forma transversal la Calle Ovidio Lagos en Rosario. La primera cuadra frente a la puerta del Estación había una serie de bares donde las chicas mal de familias bien desarrollaban su actividad comercial.
Lo interesante de esta situación de hace más de 35 años es que el servicio era completo, y no solo el sexual, sino también que los bares hacían su expendio de bebidas para los parroquianos. El consumo de la muchacha era registrado por una pulsera. También existían Remises……(“truchos”) que arrimaban a los concertantes a viejas casas adaptadas a hoteles alojamientos un poco al “uso nostro”.
Puedo asegurar que siendo apenas un adulto que salía de su adolescencia concurrir a esos lugares me daba vértigo instintivo y por algún prurito no buscaba la belleza de la mujer sino la cantidad de pulseras que tenía en sus muñecas.
Muchas pulseras se suponía muchos clientes, muchos clientes hacían suponer que había mucha promiscuidad en tener una cita con ella.
Por lo que, (bastante nabo por cierto) uno entraba a relojear el ambiente y dejar que las chichis se acercaran a saciar su sed permitiéndome ver esta circunstancia.
La falta de algún elemento como él te en botella de whisky hacia que la pichona volara rápidamente, ya que parecía regla de oro no tomar alcohol en el trabajo.
El día al que me voy a referir concurrí a esos largos mostradores llenos de muchachas dispuestas con un amigo, digamos, algo mayor que yo y por supuesto menos escrupuloso.
Este lugar tenía una particularidad distintiva. A un costado había una amplia escalera que llevaba a un sótano que no se podía ver nada por una impresionante cortina de cretona que tapaba la vista.
Mi amigo, ávido de confraternizar, pagaba copas como si tuviera una visa gold, (aunque lo hacía en efectivo). Como los ludópatas para esos menesteres no escatimaba ahorros.
Como salido de una tira cómica, y habiéndole advertido de las pulseras, como indicadores de los clientes pretéritos, apuro una conversación con una muchacha de aspecto “turca”, digamos que era muy llamativa. Por eso su antebrazo izquierdo parecía de plata por la cantidad de pulseras.
EL caso que decidí no participar aunque mi amigo arreglo con la turquita y se fue. Pero contrario a todo no salió en los Remises truchos camino de los hoteles acondicionados. Por el contrario descendió por las escalares corrió las cortinas y desapareció.
Pedí un café y me dispuse a aguantarlo. Vanos serias mis esfuerzos de que regresara en un tiempo razonable, ya que suponía el juego al que era sometido del que “si te vas, te vas o volves a pagar…..”. La música, la rotación de las chicas me llevaron a dos horas de estar así entre cigarrillos y café normalmente, cuando ese sótano misterioso me llevo a pensar ante la demora intrigantes situaciones de que a mi amigo lo habían secuestrado, o cualquier cosa.
Como a eso de las cinco de la mañana, hora por ese entonces de madrugada y donde aflojaba el laburo, se fue despoblando el bar hasta quedar el cantinero y yo solos. Pero mi amigo no aparecía.
Fue en un momento en el que el cantinero se retiró a hacer algún menester que aproveche y me largue por la escalera que conducía al sótano preso del terror, enigma y miedo de lo que ahí sucedía.
Corrí expectante la cortina húmeda y maloliente y había apenas un cuarto bastante amplio con un sillón Berger eso de alto respaldo y prominente posabrasos en donde la muchacha estaba vestida pero sin su bombacha, abierta de piernas ayudada por mi amigo. Este por otro lado también estaba vestido, su camisa desabrochada y sus calzoncillos y pantalones yacían en el piso parado frente a ese v de la victoria que ofrecía la concha peluda de la turquita. Y andaban traquete que te traca. Sin prisa pero sin pausa. Llevaban por ahí cuatro horas. Y hasta me pareció ridículo que durante tanto tiempo hicieran lo que estaban haciendo en la incomodidad. Pero evidentemente era incómodo para mí que lo miraba de afuera, para ello había que estar adentro. Cosa que entendí y que deduje que podría esperar inútilmente.
Sonaba un tango de Fresedo de fondo que el cantinero había variado de música movida que marcaba el ritmo del horario normal. Todo regresaba a la normalidad y el tango reinaba en el ambiente. De afuera se sentía el silbato del guarda del tren y la sirena del estrella del norte que partía hacia Bolivia.
La mañana clareaba pero estaba gris y frio. Camine por Ovidio Lagos por varias cuadras hasta la plaza del Automóvil Club de Rosario, donde estaba el hotel donde parábamos.
Me dormí, solo pude levantarme a almorzar bastante mal dormido. Por esa hora llego mi amigo con cara muy feliz. No me anime a preguntarle nada. Algo había sucedido que le permitía con una “muchacha de la vida..” haberse entregado mutuamente a tanto mimo…..

4 comentarios - Postal Rosarina

nmmartin
Te felicito. Muy buen relato.
mmmmatu
buenaaa buena rosarino!!!!