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Siete por siete (101): Una noche helada




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Compendio I


Durante estos 2 días, hemos tenido chaparrones esporádicos y la temperatura ha bajado considerablemente por las noches, al ser un clima semi desértico.
Hannah detesta la lluvia y el frio. Como el pueblo está pobre de mercadería, nos hemos visto obligados a cenar en la casa de huéspedes y le molesta caminar los 70 metros que nos separan de la cabaña bajo chubascos moderados.
“¡Apenas siento los dedos de mis manos y mis pies están helados!” exclama al entrar a la cabaña.
Viste un gorro de lana con un pompón, una bufanda y una chaqueta gruesa y térmica, con Jeans y sus botas de seguridad.
A diferencia mía, que uso un polerón grueso y verde que me dio años atrás mi hermano, un pantalón grueso café y las botas de seguridad.
Algunos de sus cabellos dorados quedan empapados y sus blancas mejillas adquieren un tono rosa muy tierno, producto del frio y como si fuera una niña, le ayudo a desabrigarse.
“¿Por qué te gusta la lluvia? ¿Acaso no llueve donde vivías?” me pregunta enfadada al verme sonriente.
“Sí llueve y los inviernos son tan crudos como acá. Pero siempre me ha gustado la lluvia. Saltar en los charcos y mojarme.”
“¿Por qué? ¿Eres un loco?” me pregunta, luego de secarle los cabellos.
“Porque el frio siempre se pasa abrigándose. No así el calor, que puedes refrescarte por un rato, pero vuelve a molestarte después.”
“Pero ¿Cómo aguantas el frio? ¿No te molesta?”
“¡Me he acostumbrado! Antiguamente, existían culturas en la Patagonia, en la parte sur de América, que vivían en tapabarros y algunas cubiertas de cuero. Se dedicaban a la pesca, nadando y no les importaba el frio.” Le respondo, sacándole las botas.
“¡No lo puedo creer!” exclamaba ella sorprendida, mientras enrollaba su bufanda. “¿Y todavía existen?”
“Lamentablemente, no. Fueron absorbidos por las ciudades y dejaron sus costumbres.”
“¡Siempre sabes demasiado!” me dice, sonriendo con ternura.
“¡Las ventajas de estar casado con una profesora de historia!” le respondo.
Mi comentario le pone de mal humor. Sus celos por Marisol eran enormes.
“Pero vivir con frio tiene sus ventajas…” le digo, para romper el silencio.
“¿Cómo cuáles?” pregunta, mientras le quito la chaqueta.
“Por ejemplo, el cerebro está acondicionado para trabajar mejor a bajas temperaturas. Si te fijas, gran parte de las culturas desarrolladas se encuentran cerca o en las zonas más frías del planeta.”
“¡Es cierto!” exclama sorprendida al reflexionarlo.
“Y otra de las ventajas es que uno debe permanecer más tiempo acostado, haciendo cosas…” le digo, indicándole con el mentón la cama.
Ella sonríe avergonzada.
“Pues… con hombres como tú, es una delicia quedarse acostada.”
Nos acostamos en el pequeño catre y nos empezamos a besar. Siento sus piernas heladas, envolviéndose en las mías, buscando el calor.
“Marco, dime la verdad. ¿Qué te gusta de mí?” pregunta de repente.
“¿De qué hablas?”
“Siempre dices que te recuerdo a tu esposa. Yo nunca te comparo con Dougie.” Me dice, con un tono de cansancio.
“¿Y qué te gusta de mí?” le pregunto, besando su pequeña mano.
“¿Tienes que preguntarlo?” me responde, con una sonrisa risueña. “Eres apuesto. Inteligente. Confiable. Tienes unos lindos ojos. Besas muy bien. Eres respetuoso y muy tierno… y en el sexo, ¡Eres excelente! ¡Puedes ir por horas y horas y no te cansas!”
“Pues, a mí me gusta que seas inteligente. Comprendes cosas que no podría hablar con mi esposa.”
Se abriga con las sabanas y retrocede ofendida.
“¿Pero qué hay de mis ojos? ¿Mi pelo? ¿Mi cabello? ¿No te gustan?” pregunta atemorizada.
“Más me gusta tu manera de ser.” Le respondo, mirándola a los ojos.
Pero ella sigue obstinada con lo físico.
“¡Es por mis pechos! ¿Cierto? ¿No los tengo tan grandes como tu Marisol?” pregunta, tomando sus lindos y tiernos senos.
Le doy un suave y profundo beso.
“¡Eso no me importa!”
“¡Pero a mí, si!” responde ella, retrocediendo nuevamente y mirándome con tristeza. “¡Marco, yo no puedo ser como ella!”
“Y nadie te lo está pidiendo…”
“¡No es verdad! ¡Siempre me comparas!” me dice, rompiendo en llanto.
“¡Hannah, no es eso! Es que te veo… y me acuerdas a como era ella… ¡Es sólo eso!”
“¡Pero aun estás con ella!” dice, mirándome con tristeza y enfadada.
“¡Sí, pero no es lo mismo!” Le respondo, tomándole de las manos.
La trato de calmar, besándoselas suavemente y una vez que se serena, intento explicarle mi situación.
“¡Sé que te costará entenderme, Hannah, pero mi esposa fue mi mejor amiga antes de casarme! Fui su primer hombre y ella fue mi primera mujer y hubo muchas experiencias que compartimos que fueron románticas. Ahora somos padres y la sigo amando de la misma manera, pero también extraño a mi amiga, a la chica con que me daba mis primeros besos y en eso, ustedes se parecen bastante. ¡No es que te quiera menos ni vea lo linda que eres! Pero me recuerdas a esa niña rara y jovencita, con la que pensaba casarme alguna vez…”
Nos besamos tiernamente y empezó a suspirar, comprendiendo mejor mis sentimientos. Mis manos empezaban a recorrer su frio cuerpo, mientras que ella me abrazaba fuertemente entre sus brazos.
“Es solo que… tú me gustas mucho.” Me dijo, mirándome con sus intensos ojos celestes.
Empecé a entrar suavemente en ella, mientras me envolvía con sus sedosas piernas, suspirando deliciosamente mientras le besaba el cuello.
Sentía que sus labios me besaban, como si suplicaran que no los dejara escapar. Su saliva dulce y su olorcito propio repercutían en mi corazón, causándome una gran dicha.
Era mi Hannah. Mi “Marisol rubiecita y chiquitita”.
“¡Dime que me amas! ¡Di que quieres hacerme el amor otra vez!” me pedía Hannah entre jadeos intensos, restregando su cara junto la mía.
“¡Te amo, Hannah! ¡Te amo!” le respondía, mientras sentía su pecho hincharse de felicidad y su entrepierna se humedecía más con mis palabras.
“¡Yo te amo, Marco! ¡Yo te amo! ¡Seré tu Marisol, si me lo pides!” me decía ella, moviéndose suavemente bajo mi ser.
“¡No! ¡Yo quiero que seas mi Hannah! ¡Que seas mi novia de la mina!” le respondí, ingresando más adentro.
Otro nuevo orgasmo me recibía.
“¡Me encanta que me digas Hannah! ¡Te amo por eso! ¡Eres el único!” me decía, cuando mi bombeo se volvía más fuerte.
Era una lástima, porque quería decirle “hunny” de cariño.
Aunque comparten personalidades y rasgos físicos similares, los rostros de Hannah y Marisol son muy distintos.
Marisol tiene mejillas más esponjosas, mientras que Hannah son más delgadas y rígidas. Hannah tiene un mentón más amplio y recto, a diferencia de Marisol, que lo tiene más chiquitito y redondeado.
Y la forma de nariz, labios e incluso la anchura de las cejas distinguen una de la otra. Sin olvidar, por supuesto, el lunar sensual que tiene mi ruiseñor en la mejilla derecha.
Pero es el brillo de los ojos el que me hace recordar a ambas.
No sabría describirlo bien con palabras. Ambas son muy honestas con sus sentimientos y puede percibirse la inocencia de sus corazones con el peso de la mirada.
Hannah está tan enamorada de mí como yo de ella y lo mismo puedo decir de Marisol.
Acabamos juntos y la doy vuelta, para que quede encima de mí. Ella me abraza y le cuento algunas de las experiencias, lo que le hace sonreír.
“Pero… ¿Por qué la extrañas? ¿No sigue siendo la misma mujer?” me pregunta, todavía sin poder entenderme.
“¡No sabría explicártelo!” le respondo. “Es que cuando conocí a mi mujer, estaba tan necesitada de cariño como tú. Me encantaba acariciar su cara y mirarla a los ojos… ¡Y todavía lo sigo haciendo!... pero cuando ella lucía como tú, estábamos llenos de ilusiones y es eso lo que extraño. Ahora podemos hacer muchas cosas y seguimos siendo felices, pero sigo teniendo nostalgia de esa chiquilla que me gustaba…”
“¡No sé qué decirte!” me dice, sonriendo emocionada. “Si tú piensas que te recuerdo a ella, lo aceptaré, porque tus ojos se ven muy bonitos y también te quiero. Pero no puedo entender cómo te gusto más por lo que te recuerdo de ella, que por ser distinta. ¡Eres una persona muy extraña!”
“¡Es que sigo enamorado de ella! Como era antes…” le respondo, acariciando su cara. “…al igual que lo es ahora. “
Ella sonríe, encajándola una vez más entre sus piernas.
“¡Espero que ella también te ame!”
Le cuesta y entra hasta la mitad. La guio de la cintura y ella cierra los ojos, disfrutando a medida que la voy ensanchando.
Avanzo lentamente, hasta el final y ella lanza una profunda exhalación.
“¿Ves? Igual extraño sus pechos pequeñitos.” Le digo, acariciando sus senos.
“¿Y qué pasará… si me embarazo… y crecen? ¿No te… gustaran?” pregunta, meneándose con dificultad.
La tomo del vientre y le voy ayudando.
“¡Es que no te quiero solamente por tus pechos, Hannah! Lo que veo en ti y en ella es ese espíritu luchador y competitivo. Me gusta tu cuerpo y me encanta tenerlo, pero más me divierto por como son ustedes.”
Su cuerpo empieza a moverse con mayor entusiasmo y su cara muestra lo mucho que disfruta de tenerme dentro de ella.
“¡Tú me gustas… porque me haces sentir distinta!... ¡Siento que… me miras de otra manera… y me entiendes mejor!... ¡Yo sólo sé… que te amo… y me encanta ser… tu esposa… en la mina!”
El movimiento comienza a ponerse más intenso y siento que me comprime con mayor fuerza. Su cuerpo erguido y estirado hacia atrás me muestra lo mucho que lo disfruta.
Pero yo quiero sentirme más adentro y la tomo una vez más por la cintura, guiándola al ritmo que deseo.
Ella empieza a gemir y suspirar más fuerte, a medida que voy entrando y saliendo de su delicioso ser.
Lanza un suculento lamento cuando lamo sus pechos, besando cariñosamente sus pequeños, pero duritos pezones.
Su respiración se vuelve cada vez más alterada y sus ojos me miran con completo deseo. Nos besamos, mientras sus manos envuelven mi cuello y nuestras lenguas y bocas se vuelven una sola.
Acabo una vez más en su interior y ella se estremece por completo, mientras nos sumergimos en una atmosfera de éxtasis.
“¿Todavía tienes frio?” le pregunto, pero ella responde negando con la cabeza, ya que no puede musitar palabras.
La cubro y nos besamos, hasta poder despegarnos y dormir abrazados.
Así pasamos las noches heladas en mi tierra.


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2 comentarios - Siete por siete (101): Una noche helada

pacovader
Me gustó. Toda la razón de tu discurso. 😀
metalchono
Cuando dices "discurso", me haces creer que me voy a dirigir a las masas, en una conferencia de prensa como los políticos. Pero muchas gracias por comprender el sentimiento.
profezonasur
Excelente relato.
metalchono
Muchas gracias. No he tenido tiempo para leer los suyos en estos días, pero me gustan bastante, ya que puedo identificarme con sus personajes y me gusta quedar con ese saborcito rico de una reflexión escondida entre sus palabras. Saludos y espero que esté muy bien.