Ella 19; yo, 48 (III)
(Sugiero que lean I y II)
Poco antes de las 10, Carolina y yo estábamos desayunando en el bar del albergue. Cualquiera que nos observase creería que el señor maduro y la linda adolescente eran, tal como me había registrado, un tío y su sobrina.
En realidad estaba junto a una preciosa pendeja, sexy, de hermoso rostro, cuello alto, hombros frágiles, brazos delgados, pechos pequeños pero duros, cintura finísima, vientre plano, una vagina sabrosa, depilada… Lo sabía pues ese cuerpito delicioso había lamido, besado, chupado, cogido… ¡Y no era una puta, no tuve que pagarle para culear! Ella, 19 años; yo, 48…
Las diferencias etarias eran perceptibles en los distintos aspectos: yo estaba ojeroso, ojos rojos, andar cansino; ella, radiante, fresca, vital. El corto y vaporoso vestido celeste de una pieza sobre su cuerpo resaltaba su preciosa y sensual figura delgada.
Carolina se acomodó en el asiento a mi lado pues habíamos convenido que la llevaría hasta la ciudad donde vivía. Teníamos seis horas de viaje por delante. Los primeros 90 minutos se entretuvo cebando mate, contando trivialidades y mirando por la ventanilla. Luego se durmió profundamente. De reojo la miré; sus largas piernas semiabiertas y los muslos firmes cubiertos por el vestido, apenas una palma debajo de la entrepierna, me excitaron; sus pechos de adolescentes, sin corpiño, se percibían debido al audaz escote; y su carita de muñequita lograron que tenga que acomodarme la erección. Disminuí la velocidad para estirar mi brazo derecho y apoyar mi mano en el muslito izquierdo. No reaccionó. Comencé a acariciarla y, lentamente, subiendo el vestido. Mi intención era llegar hasta su bombacha, pero casi me salgo del carril al ver que no llevaba ninguna; ¡la hermosa pendeja estaba con la conchita depiladita al aire!
Concentré mi visión en la ruta, que en ese trayecto era una extensa recta, regulé la velocidad a 60 km por hora y puse mi mano con la palma sobre la vagina. Así la deje largo rato, sin mirarla, hasta que suavemente fui bajando y subiendo el dedo mayor entre los labios vaginales. Sin detener el ritmo hice lo mismo con el índice, logrando con los dos dedos entrar en esa cuevita calentita. La nena se movió, abrió algo más sus piernas, y sin despertarse comenzó a gemir. Poco después sentí como se humedecían mis falanges.
En ningún momento retiré mi vista de la ruta, pero como me molestaba mi pija erecta apretada por el pantalón saqué un momento la mano de la concha que estimulaba para aflojar el cinto, bajarme la bragueta y el bóxer para permitir salir la verga dura y mojada. Respiré aliviado y volví con la mano a la conchita. Cada entrada de los dedos, el sabroso agujero se humedecía más, a la vez que Carolina movía su pelvis arriba abajo y gemía, sin abrir sus ojos. Calentísimo, llevé la mano que pajeaba a la pendeja a mi boca para probar esos juguitos; los sentí riquísimos, y sin querer exclamé eso:
- ¡Mmm!; ¡qué ricos…!
- ¿En serio?; gracias…; ¡me encanta lo que me hiciste…!; ¡yo también quiero probar, los tuyos…!
- ¡Nena!; discúlpame, no quería despertarte…
- Despertame siempre así… pero ahora me toca a mí… - dijo Carolina entre suspiros y fue con su boca hacia mi pija levantada.
Pegué un brinco sobre el asiento al sentir la calidez de los labios de la pendeja sobre mi glande. Me esforcé por no cerrar los ojos y atender el manejo mientras la verga bailaba en esa cavidad bucal. Su lengua no se quedaba quieta: lamía el tronco, las pelotas, el agujerito… Y su saliva y mis líquidos presemen mojaban la carita y el asiento. Las sensaciones eran maravillosas, la nenita hermosa chupaba de primera…
Debía hacer algo para no acabar tan pronto, quería gozar más; llevé los dedos que habían andado por la conchita a mi boca, los chupé para dejarlos empapados…
- Bebita, arrodíllate sobre el asiento, pará tu culito… -pedí.
Carolina obedeció sin soltar su chupete. A mi derecha contemplé el mejor paisaje: una cabecita rubia entre mis piernas; una espaldita regia, y unas nalguitas espectaculares, levantadas… Mis dedos fueron a la vagina toda empapada, de allí al agujero trasero y acariciaron, hasta lograr abrirlo, y meterlos, y moverlos adentro. La pendeja comenzó a aullar y a moverse convulsivamente, atravesada por orgasmos continuos.
- Amorcito, pará, si seguís voy a acabar… -alcancé a decirle.
- ¡Eso quiero!, ¡dame toda tu lechita!
Tenía segundos. Llevé el auto hasta la banquina, puse las balizas y detuve el motor. Apenas estacioné salió de mi garganta un alarido, y de la pija un fuerte chorro de semen. Carolina se atragantó, por lo que la leche desbordó su boquita y se derramó por el pene y cayó al asiento. Los restantes chorros los tragó. En tanto la verga continuaba latiendo, ella usó su lengua para lamerla. Yo había cerrado mis ojos. De pronto sentí que sus labios buscaron los míos, los abrió, y me besó, pasándome los restos de mi acabada. La atraje hacia mi cuerpo, tomándola de sus nalgas, para abrazarla fuertemente, buscando su lengua con la mía…
(Continúa)
(Sugiero que lean I y II)
Poco antes de las 10, Carolina y yo estábamos desayunando en el bar del albergue. Cualquiera que nos observase creería que el señor maduro y la linda adolescente eran, tal como me había registrado, un tío y su sobrina.
En realidad estaba junto a una preciosa pendeja, sexy, de hermoso rostro, cuello alto, hombros frágiles, brazos delgados, pechos pequeños pero duros, cintura finísima, vientre plano, una vagina sabrosa, depilada… Lo sabía pues ese cuerpito delicioso había lamido, besado, chupado, cogido… ¡Y no era una puta, no tuve que pagarle para culear! Ella, 19 años; yo, 48…
Las diferencias etarias eran perceptibles en los distintos aspectos: yo estaba ojeroso, ojos rojos, andar cansino; ella, radiante, fresca, vital. El corto y vaporoso vestido celeste de una pieza sobre su cuerpo resaltaba su preciosa y sensual figura delgada.
Carolina se acomodó en el asiento a mi lado pues habíamos convenido que la llevaría hasta la ciudad donde vivía. Teníamos seis horas de viaje por delante. Los primeros 90 minutos se entretuvo cebando mate, contando trivialidades y mirando por la ventanilla. Luego se durmió profundamente. De reojo la miré; sus largas piernas semiabiertas y los muslos firmes cubiertos por el vestido, apenas una palma debajo de la entrepierna, me excitaron; sus pechos de adolescentes, sin corpiño, se percibían debido al audaz escote; y su carita de muñequita lograron que tenga que acomodarme la erección. Disminuí la velocidad para estirar mi brazo derecho y apoyar mi mano en el muslito izquierdo. No reaccionó. Comencé a acariciarla y, lentamente, subiendo el vestido. Mi intención era llegar hasta su bombacha, pero casi me salgo del carril al ver que no llevaba ninguna; ¡la hermosa pendeja estaba con la conchita depiladita al aire!
Concentré mi visión en la ruta, que en ese trayecto era una extensa recta, regulé la velocidad a 60 km por hora y puse mi mano con la palma sobre la vagina. Así la deje largo rato, sin mirarla, hasta que suavemente fui bajando y subiendo el dedo mayor entre los labios vaginales. Sin detener el ritmo hice lo mismo con el índice, logrando con los dos dedos entrar en esa cuevita calentita. La nena se movió, abrió algo más sus piernas, y sin despertarse comenzó a gemir. Poco después sentí como se humedecían mis falanges.
En ningún momento retiré mi vista de la ruta, pero como me molestaba mi pija erecta apretada por el pantalón saqué un momento la mano de la concha que estimulaba para aflojar el cinto, bajarme la bragueta y el bóxer para permitir salir la verga dura y mojada. Respiré aliviado y volví con la mano a la conchita. Cada entrada de los dedos, el sabroso agujero se humedecía más, a la vez que Carolina movía su pelvis arriba abajo y gemía, sin abrir sus ojos. Calentísimo, llevé la mano que pajeaba a la pendeja a mi boca para probar esos juguitos; los sentí riquísimos, y sin querer exclamé eso:
- ¡Mmm!; ¡qué ricos…!
- ¿En serio?; gracias…; ¡me encanta lo que me hiciste…!; ¡yo también quiero probar, los tuyos…!
- ¡Nena!; discúlpame, no quería despertarte…
- Despertame siempre así… pero ahora me toca a mí… - dijo Carolina entre suspiros y fue con su boca hacia mi pija levantada.
Pegué un brinco sobre el asiento al sentir la calidez de los labios de la pendeja sobre mi glande. Me esforcé por no cerrar los ojos y atender el manejo mientras la verga bailaba en esa cavidad bucal. Su lengua no se quedaba quieta: lamía el tronco, las pelotas, el agujerito… Y su saliva y mis líquidos presemen mojaban la carita y el asiento. Las sensaciones eran maravillosas, la nenita hermosa chupaba de primera…
Debía hacer algo para no acabar tan pronto, quería gozar más; llevé los dedos que habían andado por la conchita a mi boca, los chupé para dejarlos empapados…
- Bebita, arrodíllate sobre el asiento, pará tu culito… -pedí.
Carolina obedeció sin soltar su chupete. A mi derecha contemplé el mejor paisaje: una cabecita rubia entre mis piernas; una espaldita regia, y unas nalguitas espectaculares, levantadas… Mis dedos fueron a la vagina toda empapada, de allí al agujero trasero y acariciaron, hasta lograr abrirlo, y meterlos, y moverlos adentro. La pendeja comenzó a aullar y a moverse convulsivamente, atravesada por orgasmos continuos.
- Amorcito, pará, si seguís voy a acabar… -alcancé a decirle.
- ¡Eso quiero!, ¡dame toda tu lechita!
Tenía segundos. Llevé el auto hasta la banquina, puse las balizas y detuve el motor. Apenas estacioné salió de mi garganta un alarido, y de la pija un fuerte chorro de semen. Carolina se atragantó, por lo que la leche desbordó su boquita y se derramó por el pene y cayó al asiento. Los restantes chorros los tragó. En tanto la verga continuaba latiendo, ella usó su lengua para lamerla. Yo había cerrado mis ojos. De pronto sentí que sus labios buscaron los míos, los abrió, y me besó, pasándome los restos de mi acabada. La atraje hacia mi cuerpo, tomándola de sus nalgas, para abrazarla fuertemente, buscando su lengua con la mía…
(Continúa)
6 comentarios - Ella 19; yo, 48 (III)