You are now viewing Poringa in Spanish.
Switch to English

Las piedras del destino (parte 2°)




Su despertador sonó a las siete de mañana, y lo sacó a empujones del mundo onírico en el que descansaba plácidamente.

Salió de la cama, tomó una ducha y comenzó a asearse. Debajo de la ducha recordó por primera vez lo sucedido la noche anterior en ese baño del pub; le costó asimilar si fue un sueño o pasó en realidad, pero a la rigidez de su entrepierna no le importaban esas cavilaciones: su erección matinal era más que un simple despertar entumecido como todos los días. Comenzó a sospechar que había ocurrido en realidad.

Terminó de higienizarse, salió del baño y fue hasta el dormitorio del hotel para terminar de preparar sus pertenencias para el viaje de regreso, luego del desayuno. Y allí lo advirtió: ese encuentro sexual, ocasional, duro y suave, embriagador. El souvenir reposaba sobre el bolso, la diminuta tanga que Sonia le había obsequiado como recuerdo de ese encuentro era real, tan real como el aroma de mujer que aún desprendía y que despertaba -una vez más- sus deseos más básicos.

Tuvo que resistir el impulso de guardarla entre sus pertenencias más preciadas. El sólo tocarla le produjo una descarga eléctrica en todo el cuerpo. La sujetó en sus manos, volteándola una y otra vez como queriendo encontrar alguna explicación, o quién sabe qué. Tuvo que forzarse a comenzar a ubicar esa vivencia en el mundo de los recuerdos. Más allá de la conciencia, más acá del olvido. La arrojó al cesto de la habitación.

Bajó al salón y desayunó su habitual café matinal acompañado con alguna medialuna, con la mente en blanco salvo fugaces destellos de imágenes eróticas que remitían al encuentro de la noche anterior. Sus gemidos, su pecho agitado, sus tetas rozándole el pecho mientras la penetraba con pasión; su mirada -la de ella- lasciva y satisfecha –ahora recodaba que ella acabó- mientras él iba camino de un nuevo orgasmo. Y el beso final.

“Sin preguntas, sin respuestas…” se habían prometido. Y así fue su despedida.

Cumplió con el “check out” y salió del hotel. El auto de alquiler lo esperaba para llevarlo al aeropuerto, y de allí de vuelta a su rutina. Lo esperaban su trabajo, su familia y su esposa, a quien imaginó desnuda en el baño de su propia casa, practicándole sexo oral de rodillas frente a él mientras le sujetaba del pelo y acompañaba rítmicamente la penetración oral. De pronto, su baño ya no era su baño sino ese otro; y su mujer al mirarlo desde su labor oral ya no era su mujer, sino que volvía a ser Sonia, y nuevamente tuvo que acomodarse en el asiento del auto como respuesta a una nueva incipiente erección.

- Tendrás que olvidarla - se dijo. No sabía bien por qué, pero como la tenue claridad que se encuentra en ese instante final en que la noche y el amanecer se funden en una danza efímera, e indica el comienzo de un nuevo día, así su mente repetía ese mandato.

Mientras esperaba para embarcar, tomo su celular. Mecánicamente, como si sus manos tuvieran vida y determinación propia, revisó la agenda y seleccionó su contacto.

“Eliminar a S. Confirmar o cancelar.” Su dedo osciló, tembloroso e indeciso, contradiciendo la seguridad y velocidad con que se movieron hasta ese momento. Miró a la nada y las imágenes volvieron: su desnudez, sus pechos, su culo y su concha, pulcramente depilada e indescriptiblemente deliciosa al tacto de su miembro penetrándola. Nuevos bríos en su entrepierna, y nuevas dudas.

Cerró los ojos y oprimió la tecla. “Miro como te vas adentrando en la niebla, y comienzo a olvidarte…”, recordó. El pasaje era de Benedetti, aunque no recordara si era textual pero era la idea.

***

Llegó a su casa. Su esposa lo saludó con la naturalidad propia de quien -aunque estuvo ausente unos días- lleva años de convivencia a su lado. Cálido y cariñoso, pero para nada particularmente efusivo.

Carla es una mujer con un cuerpo fenomenal. Ojos verdes que enamoran al instante, como si de una Medusa romántica se tratara. Sus labios carnosos eran la combinación exacta para una boca generosa y hábil, y una lengua que no sabía sólo pronunciar palabras. Sus pechos habían cumplido su labor de madre y persistían eróticamente, tersos a pesar del amamantamiento y de las cuatro décadas que ya había cumplido; y su cola, entrenada para vencer la ley de gravedad, se erguía firme y desafiante.

Más de un jovencito hubiera querido tener alguna historia con ella. Y quizá ella fantaseara, íntimamente con eso, pero sin dudas disfrutaba de saber que su figura despertaba pasiones juveniles.

Maxi la atrajo nuevamente contra él y la besó largamente. La abrazó y la besó como cuando eran novios. Como cuando el tiempo era enemigo indeseado, que aceleraba su paso cuando estaban juntos y se perdía lentamente cuando no se veían.

- Eyyy, parece que alguien me extrañó - dijo su esposa, alegre y sorprendida.

Una frase ajena. Maxi percibió esa mueca del destino, como un último movimiento de cartas –o piedras- desesperado por acomodar nuevamente los caminos de él y de Sonia en una encrucijada. Pero su mente empujó ese pensamiento lo más lejos que pudo.

- Más que eso. Te deseo con locura, y te deseo ahora.

La urgencia de su pantalón se notaba, y Carla no pudo resistir mucho más al sentir el vigor de su macho contra su entrepierna. Lo acarició una vez por sobre el pantalón para certificar lo que su cuerpo ya había notado, y la protuberancia cobró vida bajo su mano y acompañó esa caricia con un desenfreno propio de un deseo bestial. Su miembro estaba tan duro que le dolía, placenteramente.

- Los chicos están en la cocina. Vamos al dormitorio. – dijo ella.

-No - dijo él. -Vamos al baño, no llego hasta el dormitorio - mientras contenía la mano de Carla en su entrepierna.

- Uhhh, pero qué pasó acá? - dijo ella mirándolo con cara de cómplice, íntimamente complacida de que despertara tales pasiones tan rápido en su marido, luego de tanto tiempo juntos.

- Te quiero coger ahora. Me muero de ganas.

Ingresaron al baño que estaba más a mano en la casa, el baño de servicio. Pequeño, como toda dependencia de servicio, no permitiría demasiadas maniobras. Tampoco la necesitaban. Ni bien cerraron la puerta, Maxi la volvió a besar con locura atacando su cuerpo como si fueran dos luchadores libres.

Besó su cuello desde su nacimiento hasta su oreja, arrancándole gemidos quedos como quejidos involuntarios. Sus manos eran dos desenfrenadas que recorrían la geografía de su cuerpo como la estuvieran tocando por vez primera. Sus pechos, sus caderas, su culo y su concha fueron manoseados como si la vida le fuera en ello. Maxi hubiera deseado en ese momento tener más manos para poder tocarla más.

Le bajó de un tirón las calzas y la tanga que llevaba puestas, y deslizó una mano por el culo –invadiendo su vagina por detrás- mientras volvía a besarla con pasión. Estaba empapada, y ese mensaje cifrado fue nuevamente interpretado por su verga, que rugía sin sonido, que se encabritaba como si fuera un corcel negro desbocado, que latía con furia… que deseaba penetrarla más allá de la dulzura y del amor que se profesaban: era la pasión la que dominaba.

Ella comenzó a desabrochar su cinto y su pantalón, y los bajó hasta donde pudo sintiendo como la verga saltó libre y golpeó contra su vientre. La sintió caliente y dura, rebosante de urgencia. Con una mano comenzó a masturbarla, desde los huevos hasta la cabeza, lenta y suavemente mientras sus lenguas no paraban de entrelazarse en un beso apasionado como cuando eran jóvenes.

Sin mediar palabra, Maxi levantó una de las piernas de ella y la posó sobre el lavatorio. Así, abierta como un libro, Carla comenzó a jugar con sus labios sabiendo que eso lo terminaría por enloquecer. Lo miraba con una mirada lujuriosa, deseosa, mientras una mano recorría y pellizcaba cada uno de sus pezones, alternadamente; y la otra mano realizaba una rotación rápida, firme y precisa en torno de su clítoris que agradecía esa labor con intensos impulsos de placer. Ella no duraría mucho. Y vio que él tampoco, pues de la cabeza de su miembro ya nacía un líquido que denotaba que la erupción no podía tardar mucho más.

Él se afirmó, y apoyó la punta de su pija en la entrada de su concha. Y comenzó a subir por dentro, penetrándola lentamente, como un ascensor que subiría piso a piso, hasta llegar al final de su recorrido. Su concha lubricada denunciaba el grado de excitación que le había producido no sólo esta situación inesperada, sino también su propio toqueteo. Hizo tope en ella, y comenzó a pistonear suavemente mientras seguía besándola con locura.

- Sí, papito. Estas caliente. Qué hermosa pija tenes. ¿Me vas a dar la lechita?

- Sí, mi amor. Toda te la voy a dar. Tenía muchas ganas de cogerte. Ahh, qué lindo se siente dentro tuyo.

- Y vos tenes una verga hermosa también.

Los diálogos acabaron unos instantes antes de que ellos lo hicieran también. Primero ella, que derramó sus jugos en él, con gemidos quedos para que sus hijos no escucharan; y luego él, que se retiró y derramó toda su eyaculación en su vientre y en sus piernas.

- Qué linda sorpresa! - dijo ella. - Venías caliente luego de una semana sin ponerla.

Él no dijo nada. Sólo la besó, comenzó a higienizarse y a vestirse, aún acalorado y agitado por ese encuentro tan rápido como intenso.

***
Los chats con Sonia ya no fueron los mismos. Una pequeña fisura, al comienzo imperceptible, comenzó a cobrar cuerpo. Siempre es difícil determinar ese punto en la distancia cuando la añoranza comienza a perder la batalla con el olvido. Hasta que pierde la guerra, el olvido blande el pabellón de la victoria.

Los mensajes también fueron espaciándose, hasta desaparecer por completo. Y llegó un punto en que ya no recordaba nada de lo que podría haberlo vinculado a esa persona, a ese encuentro ocasional. Y borrarla de su Skype fue una consecuencia de haberse esfumado de su memoria.

Como en todo final, la mente siempre elabora pequeñas aristas y reescribe la historia. ¿La había deseado tanto? ¿No estaba su mente obnubilada más por la aventura en sí misma que por la persona con quien la llevaría a cabo? ¿Era tan linda? Ya no podía recordarlo, y lo más importante -o triste, como quiera verse- ya no le importaba en absoluto.

Volvió a su rutina, hasta que las piedras volvieran a crujir.

Y esta vez la mujer que aparecería en su vida virtual, Maite, sería por mucho más joven que Sonia y mucho más bella. O eso creía al menos.

“A veces la primer mano no es la mejor.”

Maite era una mujer que aparentaba unos veintitantos años con una figura realmente hermosa y cautivante. Habitual practicante de crossfit, la redondez y la turgencia de su cola eran una poesía de Neruda o de Bécker, o de cualquiera otro. Sus hombros eran perfectamente anchos para que la dimensión de sus tetas, naturales y generosas, fueran un imán para la vista y -de tener la oportunidad- para sus manos y su boca. Pelo largo castaño, ondulado, juvenil. Su vientre chato y terso, descendía hasta una entrepierna jovial, fresca, pulcra y totalmente depilada.

Maxi no sabía por qué todo en ella remitía a la juventud y la briosa potencia que acompaña esa lozanía. Pero su memoria sí lo sabía: las comparaciones son tan odiosas como inevitables, y la más de las veces involuntarias.

Una foto en particular de Maite le marcó el deseo a Maxi. No mostraba nada: era ella de espaldas, arrodillada en una cama, con una tanga puesta y su espalda desnuda. Arqueaba perfectamente su espalda, tanto como para que su culo quedara respingado de un modo inocente pero provocador.

Su mente apagó el último rescoldo que pudiera quedar de Sonia, para siempre. En la radio sonaba “Dust in the wind” de Kansas. Y eso eran los últimos recuerdos de aquella noche de locura: polvo en el viento. El destino, como dice Morfeo en “Matrix”, no está exento del sentido de la ironía.

Como tantas veces, escribió un mensaje y lo envió. Como tantas veces, no esperó respuesta.

Como pocas veces, las piedras se movieron y una respuesta apareció a los días en su casilla.

Intercambiaron un par de mensajes con la pareja de Maite que era quien manejaba esa cuenta. Buena onda, seguramente le pasó el mensaje que Maxi dejó para ella como destinataria final.

- Algo es algo - se dijo.

Hasta que un día ella contestó uno de sus mensajes, escrito con el corazón en la mano. Su romanticismo era más poderoso que su excitación. Como Florentino Ariza en “El amor en los tiempos del cólera”, no podía evitar escribir de modo romántico. Las palabras así venían a su mente, y así salían por sus manos hacia el teclado.

- Qué lindas palabras. Sos un galán – respondió ella.

Sus palabras lograron el efecto buscado. Acercar hasta esa bella mujer las caricias que no podía brindarle en persona. Tocar su alma mientras no pudiera tocar su cuerpo. Y motivar sus deseos más ocultos, y sus fantasías más locas.

- Pobre e imperfecto remedo de tu belleza, que podría lograr que caminemos sobre lava hirviente, preciosa.

Luego de ese mensaje, silencio. Espacio y silencio. Dura espera. Incertidumbre.

Hasta que ella decidió enviarle su contacto para que puedan encontrarse en el chat. Un encuentro que prometía, según las insinuaciones de ella, mucha temperatura.

- Esta vez nada real – se prometió Maxi. Y se repitió, por enésima vez:

- Algo es algo.

(Continuará…)


1° parte: http://www.poringa.net/posts/relatos/2715354/Las-piedras-del-destino.html

3 comentarios - Las piedras del destino (parte 2°)

McFerry_
muy bueno!!!!!!
esperando la tercer parte!
Kelper82
gracias, hermosa. Llegará en breve.

besos,
donsenior
😢 pobre Sonia la borraron de un plumazo, paso sin pena ni gloria.......esto es como cuando era chica y leia " Cuentos para leer sin rimel" 😢
No se si todo es tan sencillo para Maxi...
Kelper82
La historia no está cerrada ni terminada 😉

Gracias por pasar, linda.
donsenior
@Kelper82 😮 😳
Nikita_83 +1
Me encantó!! super erótico y con estilo!!
Kelper82
Gracias, preciosa. Besos 😘