Hola, como andan tanto tiempo. Bueno les cuento que en este caso necesito la ayuda de ustedes, tal vez, más que nadas del sector femenino. Hace un tiempo que a mi novia le estoy escribiendo algunos "cuentos" eróticos cortitos para leer en algún bar cuando salimos. Pero creo que no estoy dando en la tecla, y anoche me comento que son mas para mi que para ella, como que son más fantasías de hombres que de mujeres, y quisiera que le gustaran a ella y no a mí.
Bueno, desde ya agradezco a quien dedique unos minutos a leerlo y FUNDAMENTALMENTE a devolverme una crítica (constructiva) de como orientarlo a un público femenino. Muchas gracias nuevamente y sabrán disculpar mi falta de "todo" conocimiento literario.
Paula vivía en un tranquilo barrio. Desde hacía un tiempo, había notado que un vecino paseaba a un adorable perrito, y como a ella le encantaban los animales, este le había caído muy simpático. Al poco tiempo, siguiendo la correa, encontró algo “simpático” en su dueño también. Todas las tardes alrededor de las siete pasaba por la vereda de enfrente de su casa y se detenía junto a su mascota que olfateaba todo lo que encontraba a su paso. En ocasiones Paula se sentaba en el umbral de la puerta de su casa, esperando que su perrita, luego de investigar su árbol y el de los vecinos, volviera a entrar. En una de estas oportunidades vio salir a su vecino que vivía casi enfrente de su casa, a unos metros de distancia. Este había salido únicamente con un short y unas hawaianas junto a su fiel compañero. Se detuvieron en la esquina como siempre y mientras el escribía unos mensajes de texto en su celular Paula no podía dejar de mirarlo. Estaba todo marcado, la espalda completamente recta, y esta se iba retranqueando hasta llegas a la cintura. El brazo parecía estar tallado sobre un material rígido, como la piedra, no por una concentración excesiva de musculatura, sino que este no cedía ni un centímetro a cada uno de los tirones que ejercía el perro intentando llegar a un árbol que estaba a unos metros de él. Guardo el celular en el bolsillo y camino unos pasos más, guiado por el perro, hasta llegar al deseado árbol. Ahora podía verlo de frente, era pura fibra.
De donde había salido ese vecino, se preguntaba Paula, como pudo ser que nunca lo había visto? Con semejante espectáculo de virilidad, se distrajo perdiendo de vista a su perrita, que aprovecho para seguir alejándose. Se paró y camino hacia donde recordaba que se había ido por última vez, hacía ya varios minutos. Mientras caminaba buscándola, disimuladamente giraba su cabeza hacia donde estaba su vecino, buscando alguna mirada o tal vez, por qué no, un saludo. No recibió nada de todo esto, solo a su perra que cuando la vio corrió a su encuentro y juntas entraron a su casa.
Unas semanas más tarde, Paula había arreglado con sus amigas para ir a la casa de fin de semana de una de ellas, en Chiacras. Si bien el verano se estaba yendo, ese fin de semana el clima ayudo con casi 31° de temperatura. El terreno tenía una casita adelante, con una cocina comedor bastante grande, un baño y un dormitorio; en el fondo estaba el parrillero con un quincho y en el medio la estrella del lugar, la pileta, bastante grande, casi desproporcionada en relación a la casa y el quincho. Las chicas llegaron pasado el mediodía, la dueña de casa les mostro el lugar y les dijo que dejaran las cosas donde quisieran. Se acercaron al quincho y sobre la mesa dejaron sus mochilas, mientras que sin perder tiempo la dueña de casa había ido adentro a buscar unos vasos y un gancia para arrancar la tarde. Las chicas comenzaron a sacarse la ropa y quedaron en bikini, tres de ellas llevaban culote, mientras que Paula y la dueña de casa tenían tanguitas, algo que a Paula le gustaba, ya que sabía que a ella le quedaba mejor. Como todavía era temprano decidieron quedarse un rato más bajo la sombra del quincho, se acomodaron en las reposeras, algunas más cerca de la mesa, tal vez para tener al alcance de la mano la botella y otras en el filo de la sombra, dejando que los rayos de sol pegaran en sus piernas.
El calor hizo que la botella no durara mucho y más rápido de lo que habían pensado pasaran al campari. Paula, con su vaso de campari recién preparado, donde todavía se podía ver con nitidez los colores puros en los extremos del vaso y un pequeño gradiente en el centro, se paró y camino hacia la escalera de la pileta y bajo un escalón, para sentir la temperatura del agua. Era perfecta. Apoyo el vaso en el borde, y de un salto se zabuyó en la pileta. –Vengan chicas, esta hermosa. –Mientras la más precavida miraba el reloj, las otras se pararon, sin dejar que diga nada, y fueron a tocar el agua con la puntita del dedo del pie. En ese momento comenzó la tarde en la pileta, algunas saltaron al agua al grito de ¡bomba!, salpicando a todas, mientras otras bajaban más precavidas por la escalera, tratando de que no se les moje el pelo, que previamente habían atado con un rodete.
Pasada esta euforia inicial y casi vacía la botella de campari, cada una se había acomodado alrededor de la pileta para tomar sol. Paula, estaba de espalda, recostada sobre las losas térmicas y apoyando su cabeza cobre la toalla que había enrollado para usar como almohada, cuando escucha un ruido que parecía provenir del ingreso, pero no le da mayor importancia, sin saber que éste había sido generado por una “jauría” de chicos que estaban entrando. Casualmente, o tal vez calculado con una precisión ingenieril, el hermano había invitado a sus amigos a pasar la tarde en la pile, “sin saber” que su hermana había invitado a sus amigas.
Los chicos saludaron en general y dejaron sus cosas en la casa, para unos minutos más tarde salir en bermuda y con algunas cervezas en sus manos que tomaban del pico. Al principio se notó cierta tensión por parte de la dueña de casa hacia su hermano, pero con el correr del tiempo se fue pasando. Paula no podía creer lo que veía, uno de los chicos era su vecino. Ella no sabía si la reconocería. Giro la cabeza, en dirección opuesta al quincho donde los chicos estaban reunidos, cerró los ojos y siguió tomando sol. Podía escuchar como entre silencios, seguramente por estar hablando de alguna de las chicas presentes, brotaban carcajadas casi unánimes.
Por unos minutos se durmió, perdiendo el conocimiento, hasta que unas gotas, que sintió extremadamente frías, cayeron sobre su cuerpo abrasado por el sol. Se despertó bruscamente, y girando la cabeza en un solo movimiento miro la pileta que para ese momento ya estaba llena de chicos. –Disculpame, fui yo. –Dice el vecino que se acercaba al borde donde estaba Paula. –Está bien, no hay problema, es que me quede dormida y me despertó el agua fría. –Contesta Paula sorprendida por ese primer contacto. El vecino se apoya en el borde de la pileta, y comienza a hablar con Paula, este parecía no haberla reconocido. –Asique te quedaste dormida, bajo el sol? –Pregunta su vecino algo sorprendido.
–Sí, sí, es que estaba cómoda.
–Ojo con el sol, te pusiste protector? –Pregunta el.
–Sí, sí, lo primero que hice. Igual me tendría que volver a poner, por las dudas. Tengo colorado? –Pregunta Paula girando el cuerpo meda vuelta. Detrás de los lentes de sol, al vecino no le daban los ojos para mirar semejante cola.
–No, no tenes colorado. Queres que te busque el protector?
–Dale, porfi. –E inmediatamente sale de la pileta en busca del protector. Esa situación a Paula la excitaba y mientras seguía con la vista al vecino, acomodaba la toalla que usaba de almohada.
Este se acerca con dos vasos de campari y el protector en el bolsillo. –Imagine que tendías sed, tal vez. –Y Paula con una sonrisa acepta el vaso. –No me pasa el protector? –Le dice Paula mientras recogía su cabello y dejaba la espalda libre. Se arrodillo junto a ella y coloco un poco de protector en la palma de su mano y comenzó a frotarlas, una contra la otra mientras Paula apoyaba la cabeza sobre la almohada improvisada. Cerró sus ojos y espero el primer contacto algo ansiosa. El comenzó apoyando sus manos en la cintura, algo que la tomó por sorpresa y en un instante le quito el aire. Un desconocido estaba pasando sus manos sobre ella y eso de alguna extraña manera la excitaba y si bien era su vecino, hasta ese día no se habían dirigido la palabra. Sentía como sus manos recorrían su espalda de arriba abajo y de lado a lado, casi como un masaje, pero sentía que había algo más, tal vez eran los ojos libidinosos de su vecino, o los de sus amigos, que estaban a unos metros viendo como el “campeón” de su amigo en menos de 5 minutos había logrado convencer a esa señorita que tenía que pasarle protector solar por la espalda, o tal vez, los de alguna de sus amigas que con cierta envidia miraban el espectáculo. En un momento dejo de sentir el contacto de sus manos en la espalda y tras una brevísima pausa volvió a sentir el contacto, esta vez en sus muslos y lentamente comenzó a subir las manos hasta llegar a la cola que lentamente recorrió con movimientos circulares, una y otra vez, para bajar de un movimiento por sus largas piernas hasta llegar a los tobillos, que con sus manos podía prácticamente abarcarlos por completo. Nuevamente, recargo algo más de protector y partiendo desde las pantorrillas comenzó a subir, muy lentamente, disfrutando cada centímetro de cuerpo recorrido. Paula para ese momento no daba más, estaba completamente excitada y no le importaba quien estaba a su alrededor. Al llegar a sus muslos, inclino levemente los talones hacia fuera que se encargaron de hacer que sus piernas se abrieran levemente, ofreciendo, de esta manera, a que pasara sus manos por la cara interna del muslo hasta donde considerara necesario. Primero paso una de sus manos tímidamente, y luego con la palma de las manos hacia afuera y los pulgares hacia atrás paso profundamente sus manos hasta llegar a unos centímetros de su vagina, para sacarlas directamente sobre su cola y repitió el movimiento varias veces, mientras Paula sentía la fuerza de esas manos, las manos de su vecino, abrían sus piernas una y otra vez, esperando que en algún momento perdiera la cabeza y con los dedos rozara su vagina.
Finalizado esto, Paula, sin levantar la cabeza agradeció el favor, cerró los ojos y siguió tomando sol. Su vecino volvió con sus amigos que lo recibieron con risas y felicitaciones que Paula podía escuchar.
Bueno, desde ya agradezco a quien dedique unos minutos a leerlo y FUNDAMENTALMENTE a devolverme una crítica (constructiva) de como orientarlo a un público femenino. Muchas gracias nuevamente y sabrán disculpar mi falta de "todo" conocimiento literario.
Paula vivía en un tranquilo barrio. Desde hacía un tiempo, había notado que un vecino paseaba a un adorable perrito, y como a ella le encantaban los animales, este le había caído muy simpático. Al poco tiempo, siguiendo la correa, encontró algo “simpático” en su dueño también. Todas las tardes alrededor de las siete pasaba por la vereda de enfrente de su casa y se detenía junto a su mascota que olfateaba todo lo que encontraba a su paso. En ocasiones Paula se sentaba en el umbral de la puerta de su casa, esperando que su perrita, luego de investigar su árbol y el de los vecinos, volviera a entrar. En una de estas oportunidades vio salir a su vecino que vivía casi enfrente de su casa, a unos metros de distancia. Este había salido únicamente con un short y unas hawaianas junto a su fiel compañero. Se detuvieron en la esquina como siempre y mientras el escribía unos mensajes de texto en su celular Paula no podía dejar de mirarlo. Estaba todo marcado, la espalda completamente recta, y esta se iba retranqueando hasta llegas a la cintura. El brazo parecía estar tallado sobre un material rígido, como la piedra, no por una concentración excesiva de musculatura, sino que este no cedía ni un centímetro a cada uno de los tirones que ejercía el perro intentando llegar a un árbol que estaba a unos metros de él. Guardo el celular en el bolsillo y camino unos pasos más, guiado por el perro, hasta llegar al deseado árbol. Ahora podía verlo de frente, era pura fibra.
De donde había salido ese vecino, se preguntaba Paula, como pudo ser que nunca lo había visto? Con semejante espectáculo de virilidad, se distrajo perdiendo de vista a su perrita, que aprovecho para seguir alejándose. Se paró y camino hacia donde recordaba que se había ido por última vez, hacía ya varios minutos. Mientras caminaba buscándola, disimuladamente giraba su cabeza hacia donde estaba su vecino, buscando alguna mirada o tal vez, por qué no, un saludo. No recibió nada de todo esto, solo a su perra que cuando la vio corrió a su encuentro y juntas entraron a su casa.
Unas semanas más tarde, Paula había arreglado con sus amigas para ir a la casa de fin de semana de una de ellas, en Chiacras. Si bien el verano se estaba yendo, ese fin de semana el clima ayudo con casi 31° de temperatura. El terreno tenía una casita adelante, con una cocina comedor bastante grande, un baño y un dormitorio; en el fondo estaba el parrillero con un quincho y en el medio la estrella del lugar, la pileta, bastante grande, casi desproporcionada en relación a la casa y el quincho. Las chicas llegaron pasado el mediodía, la dueña de casa les mostro el lugar y les dijo que dejaran las cosas donde quisieran. Se acercaron al quincho y sobre la mesa dejaron sus mochilas, mientras que sin perder tiempo la dueña de casa había ido adentro a buscar unos vasos y un gancia para arrancar la tarde. Las chicas comenzaron a sacarse la ropa y quedaron en bikini, tres de ellas llevaban culote, mientras que Paula y la dueña de casa tenían tanguitas, algo que a Paula le gustaba, ya que sabía que a ella le quedaba mejor. Como todavía era temprano decidieron quedarse un rato más bajo la sombra del quincho, se acomodaron en las reposeras, algunas más cerca de la mesa, tal vez para tener al alcance de la mano la botella y otras en el filo de la sombra, dejando que los rayos de sol pegaran en sus piernas.
El calor hizo que la botella no durara mucho y más rápido de lo que habían pensado pasaran al campari. Paula, con su vaso de campari recién preparado, donde todavía se podía ver con nitidez los colores puros en los extremos del vaso y un pequeño gradiente en el centro, se paró y camino hacia la escalera de la pileta y bajo un escalón, para sentir la temperatura del agua. Era perfecta. Apoyo el vaso en el borde, y de un salto se zabuyó en la pileta. –Vengan chicas, esta hermosa. –Mientras la más precavida miraba el reloj, las otras se pararon, sin dejar que diga nada, y fueron a tocar el agua con la puntita del dedo del pie. En ese momento comenzó la tarde en la pileta, algunas saltaron al agua al grito de ¡bomba!, salpicando a todas, mientras otras bajaban más precavidas por la escalera, tratando de que no se les moje el pelo, que previamente habían atado con un rodete.
Pasada esta euforia inicial y casi vacía la botella de campari, cada una se había acomodado alrededor de la pileta para tomar sol. Paula, estaba de espalda, recostada sobre las losas térmicas y apoyando su cabeza cobre la toalla que había enrollado para usar como almohada, cuando escucha un ruido que parecía provenir del ingreso, pero no le da mayor importancia, sin saber que éste había sido generado por una “jauría” de chicos que estaban entrando. Casualmente, o tal vez calculado con una precisión ingenieril, el hermano había invitado a sus amigos a pasar la tarde en la pile, “sin saber” que su hermana había invitado a sus amigas.
Los chicos saludaron en general y dejaron sus cosas en la casa, para unos minutos más tarde salir en bermuda y con algunas cervezas en sus manos que tomaban del pico. Al principio se notó cierta tensión por parte de la dueña de casa hacia su hermano, pero con el correr del tiempo se fue pasando. Paula no podía creer lo que veía, uno de los chicos era su vecino. Ella no sabía si la reconocería. Giro la cabeza, en dirección opuesta al quincho donde los chicos estaban reunidos, cerró los ojos y siguió tomando sol. Podía escuchar como entre silencios, seguramente por estar hablando de alguna de las chicas presentes, brotaban carcajadas casi unánimes.
Por unos minutos se durmió, perdiendo el conocimiento, hasta que unas gotas, que sintió extremadamente frías, cayeron sobre su cuerpo abrasado por el sol. Se despertó bruscamente, y girando la cabeza en un solo movimiento miro la pileta que para ese momento ya estaba llena de chicos. –Disculpame, fui yo. –Dice el vecino que se acercaba al borde donde estaba Paula. –Está bien, no hay problema, es que me quede dormida y me despertó el agua fría. –Contesta Paula sorprendida por ese primer contacto. El vecino se apoya en el borde de la pileta, y comienza a hablar con Paula, este parecía no haberla reconocido. –Asique te quedaste dormida, bajo el sol? –Pregunta su vecino algo sorprendido.
–Sí, sí, es que estaba cómoda.
–Ojo con el sol, te pusiste protector? –Pregunta el.
–Sí, sí, lo primero que hice. Igual me tendría que volver a poner, por las dudas. Tengo colorado? –Pregunta Paula girando el cuerpo meda vuelta. Detrás de los lentes de sol, al vecino no le daban los ojos para mirar semejante cola.
–No, no tenes colorado. Queres que te busque el protector?
–Dale, porfi. –E inmediatamente sale de la pileta en busca del protector. Esa situación a Paula la excitaba y mientras seguía con la vista al vecino, acomodaba la toalla que usaba de almohada.
Este se acerca con dos vasos de campari y el protector en el bolsillo. –Imagine que tendías sed, tal vez. –Y Paula con una sonrisa acepta el vaso. –No me pasa el protector? –Le dice Paula mientras recogía su cabello y dejaba la espalda libre. Se arrodillo junto a ella y coloco un poco de protector en la palma de su mano y comenzó a frotarlas, una contra la otra mientras Paula apoyaba la cabeza sobre la almohada improvisada. Cerró sus ojos y espero el primer contacto algo ansiosa. El comenzó apoyando sus manos en la cintura, algo que la tomó por sorpresa y en un instante le quito el aire. Un desconocido estaba pasando sus manos sobre ella y eso de alguna extraña manera la excitaba y si bien era su vecino, hasta ese día no se habían dirigido la palabra. Sentía como sus manos recorrían su espalda de arriba abajo y de lado a lado, casi como un masaje, pero sentía que había algo más, tal vez eran los ojos libidinosos de su vecino, o los de sus amigos, que estaban a unos metros viendo como el “campeón” de su amigo en menos de 5 minutos había logrado convencer a esa señorita que tenía que pasarle protector solar por la espalda, o tal vez, los de alguna de sus amigas que con cierta envidia miraban el espectáculo. En un momento dejo de sentir el contacto de sus manos en la espalda y tras una brevísima pausa volvió a sentir el contacto, esta vez en sus muslos y lentamente comenzó a subir las manos hasta llegar a la cola que lentamente recorrió con movimientos circulares, una y otra vez, para bajar de un movimiento por sus largas piernas hasta llegar a los tobillos, que con sus manos podía prácticamente abarcarlos por completo. Nuevamente, recargo algo más de protector y partiendo desde las pantorrillas comenzó a subir, muy lentamente, disfrutando cada centímetro de cuerpo recorrido. Paula para ese momento no daba más, estaba completamente excitada y no le importaba quien estaba a su alrededor. Al llegar a sus muslos, inclino levemente los talones hacia fuera que se encargaron de hacer que sus piernas se abrieran levemente, ofreciendo, de esta manera, a que pasara sus manos por la cara interna del muslo hasta donde considerara necesario. Primero paso una de sus manos tímidamente, y luego con la palma de las manos hacia afuera y los pulgares hacia atrás paso profundamente sus manos hasta llegar a unos centímetros de su vagina, para sacarlas directamente sobre su cola y repitió el movimiento varias veces, mientras Paula sentía la fuerza de esas manos, las manos de su vecino, abrían sus piernas una y otra vez, esperando que en algún momento perdiera la cabeza y con los dedos rozara su vagina.
Finalizado esto, Paula, sin levantar la cabeza agradeció el favor, cerró los ojos y siguió tomando sol. Su vecino volvió con sus amigos que lo recibieron con risas y felicitaciones que Paula podía escuchar.
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