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Historias Reales - Cap. XI - 1a parte

HISTORIAS REALES - CAPÍTULO XI.
(Algunos nombres han sido cambiados)

Aquel mediodía, verano, como casi siempre salimos de la oficina a almorzar con Manuel y Ricardo, mis compañeros de laburo. Nos sentamos a una mesa en el mismo boliche de siempre y sin mirar la carta pedimos el plato del día.
Mientras el mozo acomodaba delante de nosotros sendos platos de sorrentinos con salsa rosa, Ricardo encara:
-Che, Juan, hace rato que no te contás alguna historia con una de tus amiguitas…
-Vengo mal, hace tiempo que no la pongo. Si no fuera porque la saco para mear ni me acordaría que la tengo.
Manuel me miraba desconsolado estirándose para agarrar una figazita.
-Me lo imaginaba; tu silencio es muy delator.
-Loco, ¿por qué no te metés otra vez en el chat telefónico? Ahí siempre se emboca algo. –intervino el Gallego-
-Si, la verdad que si. Voy a probar.

Después de volver de jugar al fútbol, tras pegarme una buena ducha y comer a las apuradas unos sándwiches de miga que me compré en el camino, me acomodé en el sillón acompañado de mi infaltable botella de whisky y teléfono en mano disqué el número del chat. No los voy a aburrir con el tema de las presentación y tantas cosas que tenés que sortear para entrar. Después de tantas veteranas estaba con ganas de culearme una pendeja, así que con los 43 que cargaba por entonces me hice pasar por uno de 28 recién llegado del interior.
Ya me había bajado dos whiskies y me estaba sirviendo el tercero cuando en la línea aparece Adriana, 28 años, con quien comenzamos una charla en privado. Afortunadamente, lo primero que hicimos luego de presentarnos fue pasarnos nuestros teléfonos por temor a que se corte… Y así fue. Volví a llamarla y estuvimos conversando cerca de dos horas.
Como dije, Adriana tenía 28 años, con un hijo de 9 se había separado antes de que nazca el pibe. Vivía en Hudson –localidad que ignoraba que existiera- y se había descripto físicamente como morocha, pelo negro, muy delgada y algo hippie. Se había decidido a entrar en el chat porque desde el nacimiento del hijo se había dedicado exclusivamente a él dejando un poco de lado su vida personal y sus relaciones afectivas. El sábado podría dejar al pibe al cuidado de su madre y salir a tomar algo para conocernos. Entendí que lo mejor sería encontrarnos a la tarde y quedamos en que la pasaría a buscar a las 18.

Sábado a la tarde, un calor de puta madre, Autopista, peaje de Hudson, bajada, entrada al pueblo, y allí estaba esperándome. La reconocí porque estaba vestida como me había adelantado: jean gastado y camisa blanca. Debo confesar que si no me hubiera reconocido pegaba la vuelta y me volvía a casa a mirar algún partido de fútbol. No era morocha como me había dicho, era casi mulata, lo cual no me molestaba, pero lo peor es que era extremadamente flaca, a mí que me gustan tetonas y caderonas, esta no tenía culo ni tetas pero sí una estatura que no pasaba el metro 55.
Sin mucho entusiasmo la invito a subir al auto. Tras saludarnos le pregunto:
-¿Dónde vamos?
-No se…
-¿No conocés algún lugar como para tomar un café por acá?
-¡No, acá no hay nada, este es un pueblo de mierda! Tenemos que ir a la Capital.
-¡Pero estamos a 50 kilómetros! –protesté-
-Y, si…
La cosa había empezado mal. Con bronca retomé la autopista con rumbo a Puerto Madero. Y para cagar del todo el encuentro, ya volviendo, me hace este comentario:
-Ni en pedo te doy 28 años…
-Dejá, no me des más que ya tengo unos cuantos.
-Vos no bajás de los 36 o 37… -pensé que me estaba cargando-
-Tengo 43. –rectifiqué-
-¿En serio? –exclamó sorprendida estirando la ‘e’-. Pero entonces estás muy bien.
-Gracias. Y decime…
Su teléfono me interrumpió. La escuché hablar con su hijo sobre no sé qué que había en la heladera y que ya no se metiera en la Pelopincho.
El celular volvió a sonar una vez más en el viaje, interrumpiendo nuestra conversación sobre banalidades como el tatuaje “de colores” que se había hecho hacía un mes o que quería cambiar al pendejo de colegio.
Finalmente llegamos a Puerto Madero y nos sentamos en una mesa en el veredón frente a uno de los diques. Allí, más relajados pudimos conversar más profundamente sobre temas un poco más serios, aunque irrelevantes para mí. Ya más calmo pude notar que no era mulata ni mucho menos sino que como dedicaba largas horas a tomar sol tenía un bronceado espectacular. La cosa estaba mejorando.
Repetimos la vuelta –café y whisky- y cuando ya estaba entrando la noche saca de su cartera el teléfono para por enésima vez saber cómo estaba el pibe. Mientras habla con el pendejo me levanto para ir al baño y pagar la cuenta.
-Ya pagué, ¿Vamos? –le digo cuando vuelvo-
-Si, vamos.
Subimos al auto, andamos unas cuadras, subo nuevamente a la autopista, y me increpa:
-¿A dónde vas?
-Te llevo a tu casa –le respondí naturalmente-
-¿Ya?
-Si… Ya es de noche.
-Yo creí que íbamos para seguirla en otro lugar.
-Es que te veo preocupada por tu hijo, llamándolo a cada rato…
-Ya debe estar dormido. –me interrumpe sin dejarme terminar la frase y dándome a entender que ya no sería un estorbo-.
-Bueno, está bien… ¿Dónde querés ir? –pregunté esperando que me dijera “a un telo” y terminar pronto la velada-
-¿No querés que caminemos por San telmo? –propone, ¡la puta madre!-
Veinte kilómetros más adelante pude retomar la autopista para volver otra vez a la Capital. “Lo menos que merezco es terminar la noche con un polvo medianamente bueno” pensé.
Las calles de San Telmo nos vieron caminar sueltos, de la mano y luego abrazados a medida que avanzábamos entre casas de antigüedades, manteros y artistas callejeros. Finalmente nos metimos uno de esos bares viejos donde había un dúo que tocaba saxo. Elegimos una mesa con sillones en un rincón alejado, nos pedimos unas copas y en la penumbra del lugar recosté mi espalda sobre su pecho. La música ayudaba al clima. Sentía en el lomo una leve presión producida por sus tetitas y sus caricias en mi hombro por debajo de la camisa. Le acaricié las piernas y subí hasta sus huesudas caderas. Giré la cabeza hacia ella intentando robarle un beso que no dudó en entregar. La invito con optimismo:
-¿Seguimos en casa?
-Si, por favor. Creí que nunca ibas a proponérmelo.

CONTINÚA.

1 comentarios - Historias Reales - Cap. XI - 1a parte

Omarbiru
Bueno el relato.pero muy corto y con mucha intriga man.no tengo puntos xq soy nuevo.pero estuvo bueno