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Compendio I
“No tienes que aceptar, si no lo deseas.” Dijo Hannah, la noche del viernes con un poco de aflicción.
Me lo había pedido a la hora del almuerzo y me tomó de improviso. Pero tras reflexionar al respecto, ya tenía una respuesta.
“¡Por supuesto! ¿Por qué no?” le respondí.
Se puso muy contenta. Me abrazó y me besó en la mejilla.
“Y tu esposa… ¿No se pondrá celosa?”
“Para nada. Ella sabe que eres mi mejor amiga del trabajo.”
No quise decirle que sus propios celos son más grandes que los de mi esposa.
El sábado por la noche le avisé a Marisol que me retrasaría un par de horas al regreso. No le quise dar muchos detalles en esos momentos, pero afortunadamente, tenemos esa comunicación y confianza que no necesita de palabras.
De cualquier manera, lo terminaría sabiendo todo.
Así que el lunes por la mañana, cargamos la camioneta, devolvimos las llaves de nuestras cabañas y entregamos nuestros cargos.
Como los días están más helados, Hannah vestía Blue Jeans, una blusa color purpura y una chaqueta color caqui.
Se veía muy feliz y entusiasmada.
“¿Estás segura?” le pregunté una vez más, antes de abandonar el complejo. “Tardarías mucho menos…”
Se afirmó de mi brazo derecho, de una manera tierna y cariñosa, metiéndolo con mucha confianza entre sus piernas.
“¡Sí!” respondió. “Tú lo haces todas las semanas y quiero ver qué tan bueno es. Además, ya cancelé mi boleto y le avisé a mi hermano que me irían a dejar.”
Acaricié su pelo y le di un beso. Ya lo había decidido y no había vuelta atrás.
Algo que les ha pasado desapercibido a los que han seguido estas entregas y a mi esposa también fue que un año atrás, la hermosa rubia que me acompañaba en mi viaje de regreso se encontraba de visita en Adelaide.
En esa época, éramos simplemente buenos amigos. Mi esposa tenía 7 meses de embarazo y me “ponía los cuernos” con el vecino, mientras que yo seducía a su esposa.
Había sido algo de mutuo acuerdo, para que mi esposa también probara las libertades que me ha concedido en este tiempo.
Pero al momento que decidimos llevar la relación al siguiente nivel (que mi esposa se acostara con el vecino), el destino intervino y mis pequeñas llegaron al mundo.
Como padres primerizos en una tierra extraña, no sabíamos mucho del quehacer burocrático y fue por este motivo que asustado y sin tener a nadie más a quién recurrir, llamé a las 5 de la mañana a esta hermosa rubia temperamental, para que me diera una mano.
El motivo de su visita esa vez (y la razón por la que decidió acompañarme en mi regreso ahora) se debía a que su hermano mayor Daniel celebraba su aniversario de matrimonio.
Por eso, Hannah decidió cancelar el vuelo y venirse definitivamente conmigo, en la camioneta.
Fue un viaje agradable, con ella bajo el brazo la primera mitad. Pero cuando recorrimos los primeros 150 km, le propuse tomarnos un pequeño descanso.
“¿Qué te parece?” le pregunté, al mostrarle el letrero.
Ella sonreía, abrazándome por el pecho.
“¿No tuviste suficiente anoche?”
“Si… pero no te veré en una semana.”
Sonrió y encendió la intermitente del tablero. Definitivamente, íbamos a parar.
La primera vez que fui a un motel fue unos 3 años atrás.
Era un viernes, en diciembre. Marisol había rendido la prueba universitaria y yo pedí permiso en la oficina para tomarme el día y poder llevarla a una cita.
Le invité a comer un helado y posteriormente, a ver una película en uno de los cines centrales.
Como era mi costumbre en ese tipo de ocasiones, manosee y besuquee a mi novia en el cine y ella salió “muy refrescada” de la película.
Sin embargo, pasamos por fuera de uno de estos locales y Marisol me pidió por favor si podíamos ingresar.
Entramos con nerviosismo, porque a mi ruiseñor le faltaba poco para ser mayor de edad y el adulto era yo, a pesar que mi apariencia no lo demostraba.
A la encargada no le importó la ilegalidad, luego de recibir la propina para guardar nuestro secreto. Los recuerdos de esa tarde quiero dejarlos para nosotros, porque estábamos todavía aprendiendo a amarnos.
En esta ocasión, arrendé la habitación por 2 horas. Ella estaba nerviosa, porque era su primera vez en un lugar como esos. Incluso, tuve que tomarla de la mano y llevarla a la cama.
La empecé a besar y a desvestir. Lentamente, nos íbamos entregando a nuestros instintos.
Ni siquiera sabía si nos íbamos a meter bajo las sabanas o no.
La habitación era agradable. Era de madera y tenía 2 enormes ventanales, que dejaban pasar la luz, con cortinas naranjas para concedernos mayor privacidad. Una cama matrimonial, 2 veladores, un televisor, un ventilador con lámpara en el techo y un par de sillas.
No muy diferente a las cabañas donde nos hospedamos en la mina.
De a poco, ella fue tomando la iniciativa, sacándome la camisa y desabrochando mi pantalón.
No necesitábamos cubrirnos con la sabana. Queríamos vernos y el calor de nuestros cuerpos era suficiente para mantenernos abrigados.
Descubrí su tímido sostén y ella sonrió, al ver que jugaba con sus lindos senos. Se bajó la tanguita hasta la mitad de los muslos y empezó a meterlo entre sus piernas.
Empezó a moverse, pero de esa manera no entraría completa. Así que tuve que voltearla y hacer una vez más el trabajo pesado.
Ella suspiraba, agitada, mirándome con esos profundos ojos celestes. Yo me preguntaba si acaso su marido le haría lo mismo.
Le daba duro, presionado por el tiempo y la cama se sacudía completamente. Sus gemidos eran intensos y profundos, mientras que ella me seguía abrazando para que le lamiera su oreja y yo levantaba sus muslos con mis brazos, para dejarla en una posición semejante a una rana acostada.
La nueva pose le gustaba y era algo que no podíamos hacer en la cabaña, por el poco espacio del catre.
Finalmente, acabamos juntos, con ella restregando su cara con la mía.
“¡Lo haces muy bien!” me dijo susurrando despacito, mientras suspiraba acalorada, mirándome con esos intensos ojos celestes y una hermosa sonrisa.
Aprovechaba de acariciar sus cabellos, apreciándola por su propia belleza.
Pudimos despegarnos y nos duchamos juntos.
El baño era irrisoriamente pequeño comparado con el de la cabaña. Era muy estrecho, diseñado para una persona, con un lavabo, un excusado y una caseta para la ducha, en un espacio aproximadamente de 3X2 m.
Sin embargo, facilitó las cosas para que pudiera hacerle la colita en la ducha una vez más.
Su piel blanquecina, sonrosada por el calor de la ducha, la hacía ver más deseable con la luz de día que la pequeña ventana dejaba pasar.
Ella se erguía en puntillas, para que pudiera tomarla una vez más. Sus cabellos rubios, su piel mojada y sus pezones erguidos, hacían que el acto de sodomizarla fuera más delicioso.
Rara vez lo hacemos en faena, porque nos termina faltando el tiempo para cenar y casi siempre terminamos los turnos famélicos, por lo que hacemos el amor por la noche.
Luego de hacerla mía una vez más y nos despegamos, salimos de la ducha y nos vestimos. Traté de no mirarla demasiado, porque le volvería a saltar encima.
Desocupamos la habitación con 2 minutos de ventaja. Aprovechamos de pedir unos sándwiches para el camino y retomamos la marcha.
Se fue durmiendo el resto del viaje, pero no me importaba, porque manejar me sigue poniendo tenso.
Salté mi salida acostumbrada y cuando llegábamos a la salida del parque forestal Black Hill, desperté a la bella durmiente.
“¡Tal vez, esto fue una mala idea!” Exclamó muy tensa.
“¿Por qué?”
“Porque Daniel me conoce bien…” respondió y bajando la mirada, muy colorada, agregó. “ Y tú eres el primer amigo que le presento.”
Yo no sabía que para Hannah, que yo conociera a su hermano equivalía a que conociera a su familia y es lo que más le ha simpatizado a Marisol, ya que lo compara cuando fui a pedir su mano para ser pololos.
Estábamos cerca de donde llevé a caminar a Amelia el verano pasado. Las casas en el sector eran muy elegantes, con amplios espacios.
La entrada a la casa de Daniel era enorme, como una mansión elegante, con un par de árboles frondosos y verdes, un jardín inmenso, una piscina y no me habría sorprendido que hubiese una cancha de tenis o un invernadero por detrás.
La casa se veía imponente. Tenía un garaje doble y 2 pisos, con amplias ventanas, en un estilo masón, semejante a un castillo.
“¡Gracias por traerme!” me dijo muy nerviosa, como si estuviera desesperada porque me fuera.
Pero tenía que descargar su equipaje. Al poco rato, apareció el dueño de casa.
Su apariencia es muy agradable, aunque gigantesco. Debe medir como 1.90m, con amplios hombros y complexión musculosa.
Al igual que su hermana, es rubio y de ojos celestes, con un mentón fuerte y pronunciado y labios gruesos, pero proporcionales a su tamaño y una nariz ligeramente puntiaguda, que le daba la apariencia de tenista.
“¡Hunny!” exclamó muy contento de verla.
(Para que comprendan un poco mi título, miel en inglés es “Honey”. Sin embargo, también se le puede decir “Hunny”, que suena muy similar a “Hannah”)
Hannah se rió.
“¿Será posible que seas el único que me llama por mi nombre?” me preguntó, muy avergonzada.
La abrazó y la levantó efusivamente, mientras ella pataleaba, muerta de la risa.
“¿Y él? ¿Quién es?” preguntó, muy contento al verme.
Dudó un poco al responder…
“Él es mi amigo Marco.”
Me dio un fuerte apretón de mano. No fue con mala intención, ni mucho menos, pero le costaba medir su fuerza.
Al poco rato, aparecieron su esposa y sus hijos.
“¡Hannah, te ves hermosa! ¡El matrimonio te queda bien!” bromeó su cuñada. “¿Y él? ¿Quién es?”
(He is her boyfriend) “Él es su amigo.” Respondió su marido.
Boyfriend puede entenderse como “novio” y “amigo-hombre” al mismo tiempo y Daniel no lo dijo con mala intención.
Pero Hannah reaccionó como si le pisaran un callo.
“¡No es mi novio!” exclamó, enfurecida. “Solamente es un amigo… nada más.”
Su hermano y su esposa lucían confundidos por su alteración. Aunque el suave rubor en las mejillas de Hannah les hizo comprender y sonreír en complicidad.
(Let’s just say that I’m her work-friend…) “Solamente, digamos que soy su amigo del trabajo.” agregué, como mediador.
Pero era evidente por el rostro de Hannah que éramos más que eso.
“¡Yo soy Iris! ¡Mucho gusto!” se presentó la cuñada.
Es una mujer preciosa. Un poquito más baja que Hannah y ligeramente gordita, con cabellos rubios teñidos hasta el hombro.
Ojitos achinados, una nariz chiquitita y puntiaguda, unas mejillas ligeramente infladas y unos labios amplios y gruesos, ideales para pasar tardes enteras besándolos.
Pero su mayor atractivo era su prominente busto, que ocultaba discretamente sus kilitos de más.
Sin embargo, para ella, yo era una sola persona más y Daniel era su marido y sus miradas me hacían feliz, porque se miraban igual que Marisol y yo nos miramos.
“¿Y vinieron todo el viaje en camioneta?” me preguntó Daniel.
“Si, es que la uso en casa.”
“¡Tía Miel!” exclamó un trio de pequeños entre 9 y 6 años, abrazando efusivamente a Hannah.
“¡Mark, has crecido mucho!... ¡Lucca, te ves muy linda!... ¡Tim, has perdido otro diente!...” les respondía, mientras los 3 se peleaban por su atención.
“¡Tía, tía! Timmy rompió mi camioneta. ¿Puedes verla?” exclamó Mark, el más alto.
“¡Chicos, recién he llegado!” les respondía, mirándome.
“¡Por favor, tía! ¡Por favor!” le suplicaban los niños.
“¿Quieres tomarte algo?”
“¡Dan, no!” protestó Hannah, inmovilizada por el grupo de niños.
“¡Tranquila! Solamente es para agradecer su molestia.” Le respondió en un tono más tranquilo.
Hannah se veía afligida.
“Solo… trátalo bien… ¿Por favor?” le pidió, al ver que los niños y su cuñada la secuestraban con su equipaje.
Daniel simplemente le sonrió y Hannah se despidió de mí.
Entramos a la casa, a su guarida. Nada comparable con el cuartucho deplorable que tenía mi suegro.
Tenía un bar de verdad, con taburetes incluidos y una amplia variedad de bebidas alcohólicas. Una mesa de pool, un sillón reclinable y una biblioteca con muchos libros.
Daniel es cirujano plástico e Iris trabaja o tiene una joyería, por lo que sus lujos eran justificables.
Me traía recuerdos a la primera vez que fui a la casa de Lucia, acompañando a Pamela. Sin embargo, la gran diferencia es que la mirada de Daniel era más cálida y comprensiva.
“¿Cuál es tu veneno?” me preguntó, mostrándome la variedad de tragos.
“¿Tienes algún jugo?”
Su mirada sonrió con sorpresa y fue hasta un pequeño refrigerador, donde sacó un jugo de manzana.
Él se sirvió un trago fuerte, por la expresión de su cara al beberlo.
“¿Hace cuánto que conoces a Miel?”
“Más de un año. Trabajamos juntos en el yacimiento.”
Él sonreía muy complacido y me facilitó contarle mi historia, de cómo terminé trabajando con su hermana.
“Y eres casado…” exclamó, al ver mi mano.
“¡Si, me casé hace más de un año!”
“¿Y hace cuánto que eres el novio de mi hermana?” preguntó, finalmente.
Yo me atraganté, pero su mirada y su sonrisa parecían que bromeara conmigo.
“¡Tranquilo! ¡Sé que mi hermana te gusta y tú le gustas a ella! ¡No te estoy juzgando, pero tengo curiosidad por saberlo!”
De hecho, su mirada parecía más alegre al saber que yo era el amante de su hermana.
Le conté cómo nos conocimos y nos fuimos enamorando.
Él se rió.
“¡Qué bueno! ¡Pensé que Eli y yo la habíamos arruinado!”
Me contó que él y el mayor de los hermanos, Elijah, fueron muy molestosos con Hannah cuando pequeña: rompían sus muñecas, secuestraban sus peluches y eran muy bruscos al jugar con ella.
Como consecuencia de eso, Hannah creció más masculina y cuando su tío Herb le pidió ayuda para reparar la segadora, se volvió peor.
No tenía amigas y mucho menos amigos, ya que se había vuelto “demasiado ruda” para ellos y obsesionada con las maquinas, las bombas y compresores.
Hasta que finalmente, Douglas se mudó a la casa del lado y Hannah tuvo su primer enamoramiento.
Sin embargo, cuando Hannah ingresó a la universidad, su enamoramiento con Douglas quedó como un simple pasatiempo.
Posteriormente, se graduó e ingresó a la compañía, alcanzando el cargo de Evaluador de Operaciones.
“¡Fue horrible!” me decía Daniel, muy amargado. “¡Lo único que hacía era hablar y hablar de máquinas, programas y trabajo! Incluso mis hijos no la aguantaban… hasta que la transfirieron a la nueva veta.”
Y me dio una sonrisa luminiscente. Como si estuviera agradecido de mí, de alguna manera.
“Al principio, lo odiaba. Encontraba que era una deshonra y una traición, siendo que ella sabía hacer bien su trabajo, para que le rebajaran nuevamente a Jefa del Departamento de Mantención… pero entonces empezó a hablar de un amigo que conoció en la faena…”
Por su sonrisa, sabía que se refería a mí.
“¡Te digo! Yo he visto a esa loca con ojos brillantes, describiendo una caja de cambios… pero jamás la escuché tan alegre hablando de un amigo. Ni siquiera el tonto de Douglas.”
Lo sabía. Las veces que hemos hecho más rico el amor han sido porque los repuestos han llegado a tiempo y sus máquinas funcionan a la perfección.
“¡Vamos, no sea tan rudo!” le sugerí. “Después de todo, es su cuñado ahora.”
Bebió nuevamente su trago.
“¡Lo sé! Pero siempre me opuse a que Hannah se casara con él.” Me respondió, jugueteando con el hielo de su vaso.
“Era algo en su mirada. Hannah no estaba lista… al menos, no para casarse con él y yo sabía que lo hacía por nosotros… por eso me opuse desde un principio…”
Y se sinceró conmigo.
“Siempre quise que sintiera algo como lo que Iris y yo sentimos y en estos meses, he visto cambios muy grandes en ella, que nada tienen que ver con ese idiota. Es más femenina, más alegre y muchísimo más afectuosa. Has visto a mis hijos. Para ellos, es su tía favorita y creo que debo darte las gracias.”
“¿Por qué a mí?”
“¡Eres el primer amigo que le conozco! ¿Crees tú que una marimacha (la expresión más parecida que encontré a “tomboy”) como ella va a traer chicos a la casa?”
“¡Discúlpeme! Pero Hannah no es una marimacha en el trabajo.” le respondí.
Él me quedó mirando boquiabierto.
“Para su equipo y para el que estoy yo a cargo, Hannah nos inspira. Es ruda, testaruda y obsesiva, pero también tiene su lado dulce y cariñoso. La tratamos como una reina y por ella, nos metimos a las fauces de la tierra, con tal de verla sonreír. Nos alegra el día cuando está contenta y la extrañamos cuando no está ahí. Y si hay alguien que debe darle las gracias, debo ser yo, en representación de los otros, porque es una mujer excepcional.”
Él quedó sorprendido. Probablemente, no esperaba que alguien dijera eso de su hermana y tardó en reaccionar al recibir mi apretón de mano.
Su sonrisa de alegría me dio a entender que me había hecho de un nuevo y valioso amigo.
Mientras me acompañaba al recibidor, apoyó su mano sobre mi hombro.
“¡Mira!, yo sé que estás casado y todo eso… pero si alguna vez, deseas juntarte con Miel... háblame y yo te cubro.” Me dijo, mientras me acompañaba hasta el auto. “Es mi hermana y la quiero y si tú la puedes hacer feliz y distraer un poco, yo no seré un obstáculo para ustedes.”
Divisé a Hannah una vez más, mientras seguía el paso de sus sobrinos. Le sorprendió ver que su hermano y yo parecíamos buenos amigos.
Pero su mejor reacción fue bajar la mirada y enrojecer, luego que le tirara un beso por los aires, mientras que su hermano se reía de su vergüenza.
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2 comentarios - Siete por siete (96): Miel
Pasate por el mio.
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