Hola gente de P!. Antes de ir al final de la historia, me gustaría agradecer por el buen recibimiento que ha tenido entre ustedes, por los puntos y comentarios.
Ahora si, aquí el gran final...
Viviendo con mi cuñada 4
Distraídos ambos por la pasión asaltada, solo alcanzamos a oír el portazo de su novio cuando se largó de casa. Seguimos allí tirados, descansando, como siempre sin cruzar una palabra sobre lo sucedido. Subimos a dormir como todas las noches juntos, desnudos ambos y tras dormir hasta el mediodía, pasamos el resto del fin de semana todavía más unidos mentalmente que antes, como si la huída de su novio nos hubiera liberado de una carga invisible. Ambos sabíamos que aún restaba una variable en la ecuación de nuestra vida pero lo dejamos como siempre al devenir de las situaciones.
Y ésta variable surgió antes de lo que esperaba. El lunes, mientras cenaba con mi cuñada ambos desnudos sentados en los taburetes de la barra americana de casa, llamó mi mujer al móvil como todas las noches. Al contestar, mi cuñada terminó su bocado, se agachó entre mis piernas y empezó a besarme la polla, en breves segundos y con la hábil lengua de Alicia jugando con mi glande, mi pene se tensó y ya firme se lo metió entero en la boca. Estaba tan sexy mientras me miraba con sus preciosos ojos excitada.
—¿Qué tal los niños? —le pregunté tras los saludos y ella me puso al día.
Mi cuñada pasó a besarme los huevos, besarlos y pasar su lengua y saliva por todos ellos. Cuando volvió a meterse la polla hasta alcanzar su garganta oí por el teléfono:
—Ha venido a verme Miguel esta mañana —me confesó en un tono algo serio.
Alicia, que hoy la conversación del móvil por el alto volumen, me miró sorprendida, aunque en vez de parar, sonrío ligeramente con mi polla dentro de su boca y siguió mamando.
—¿Y qué quería Miguel? —le pregunté intrigado.
—Voy a dejar a los niños con la canguro este fin de semana y voy a ir a Amsterdam. Llegaré el viernes —fue toda su respuesta—. Nos vemos el viernes cariño.
Y colgó. Imaginé que Miguel le habría contado lo que presenció el fin de semana, era lógico dado el carácter de aquel impresentable, pero que decidiera venir me confundía. Y además ese último “cariño” tenía demasiadas variables. Tardé en dejar de pensar en la conversación lo que tardó mi cuñada en ponerse de pie y girando para darme la espalda, colocó su culo sobre mi cintura y con una mano se la metió. Como siempre, su coño me recibió cálido y húmedo, tras unos segundos con mi polla clavada hasta el fondo, y apoyando sus manos en mis rodillas ligeramente subía y bajaba lentamente. Podía sentir sus labios vaginales recorriendo cada centímetro de mi polla, tan despacio que notaba como la sangre de polla acompañaba sus movimientos.
Estaba disfrutando de tal forma que me alcanzó un orgasmo incontrolado y ella al notarlo, echando su cabeza hacia atrás gimió para mí mientras inundaba su coño. Al terminar, con mi polla ya sin fuerza pero todavía dentro de ella, paró y se relajó apoyando su cuerpo sobre mi ligeramente. Acerqué mi mano a su coño y con mi dedo índice empecé acariciar su clítoris. Como muchas otras veces, conociendo ya el ritmo que necesitaba ese glorioso cuerpo, aceleré mis caricias sobre su coño y en apenas un par de minutos, se corría a gritos en mi mano.
Tras las noticias del viaje de mi mujer, aquella semana subimos la intensidad de nuestra convivencia como si se fuera acabar pronto. Casi todas las tardes de la semana ambos buscamos alguna excusa en nuestros trabajos para poder pasarla juntos en casa. Nada más entrar en casa, nos fundíamos en un intenso abrazo que acababa antes de hacer absolutamente nada, con mi polla dentro de ella y ya formando uno, nos calmábamos y conseguíamos articular palabra. Nuestros cuerpos eran una droga el uno para el otro y no teníamos suficiente.
No volví a recibir llamada de mi mujer durante la semana y por fin llegó el viernes. Como el anterior, al reunirme con el equipo de la empresa para la que trabajaba los viernes, pasé todo el día ocupado y conseguí terminar tarde, demasiado tarde. En el taxi hasta casa, volví a pensar en mi mujer y cómo afrontar su visita. También como el viernes anterior, decidí dejar que la situación se desarrollara por ella misma.
Cuando llegué y abrí la puerta, ambas hablaban en el sofá con una botella de vino casi vacía sobre la mesa. Vestidas. Hablaban como si nada y cuando me vieron en la puerta, me saludaron con efusividad.
—¡Hola cariño! —me dijo mi mujer en tono jovial.
—¡Hola cuñado! ¿Qué tal el día? —preguntó Alicia.
Ante tanta naturalidad, me acerqué primero a mi mujer y la besé en los labios brevemente a modo de saludo. Al terminar, me acerqué a mi cuñada con la naturalidad que había surgido entre ambos y también la besé en los labios, ahora unos segundos demasiado largos. No me giré para ver la cara de mi mujer y preferí esperar acontecimientos.
Me senté en el sillón enfrente de ellas y desatando el nudo de mi corbata, los tres entablamos una conversación trivial sobre Amsterdam, los niños y la familia de mi mujer y su hermana. Hasta que poco a poco el tema fue derivando hasta que mi mujer preguntó:
—Hablando de Miguel, vino a verme el lunes para decirme que lo habíais dejado, pero me tienes que explicar por qué porque es todo un poco misterioso —preguntó mi mujer intrigada.
—¿No te lo contó Miguel? —interrogó mi cuñada sorprendida.
—No, me dijo que no lo entendería, que tenía que verlo con mis propios ojos —nos contó mi mujer—. Que tenía que venir a Amsterdam y preguntarte aquí por qué. Con una cara pálida me dijo que aquí lo entendería todo. Y aquí estoy Alicia. ¿Qué pasó con Miguel?
Mi cuñada me miró y le devolví una mirada de consentimiento. Luego miré a mi mujer y ésta me miró con ojos curiosos. Luego mi cuñada miró a mi mujer con la misma mirada que le dedicó a su novio buscando comprensión. Era yo el que debía dar el primer paso y ante la atenta mirada de mi mujer me desabroché el cinturón, y bajándome la bragueta saqué mi polla del pantalón. Al instante, mi cuñada se levantó y dirigiéndose hasta donde me encontraba se agachó y comenzó una de sus maravillosas mamadas. Como siempre, me concentré en los labios de Alicia y apenas miraba a mi mujer.
Cuando Alicia sintió mi polla en plena erección, me quitó los pantalones y boxer y lentamente me desabrochó la camisa para dejarme desnudo. Luego, delante de mí y de forma sexy como pocas veces la había visto hasta ahora, se quitó primero su falda, luego su blusa, el sujetador y por último su fino tanga. Cuando al separarse de mí se sentó en el mismo sofá que mi mujer, casi al lado de ella, abrió las piernas y con ayuda de su mano se abrió el coño mostrándome el camino. Entendí que quería llevar la situación al límite, y para mi propia sorpresa me pareció una buena idea. Me acerqué sin mirar los ojos de mi mujer, y con brusquedad comencé a follarme a mi cuñada. Ambos disfrutábamos como animales, desatados, gimiendo y besándonos con pasión desaforada, justo al lado de mi mujer. Alicia y yo perdimos la noción del espacio y tiempo y como tantas otras veces, sólo buscábamos conseguir saciar nuestro deseo. Por la vehemencia de nuestros movimientos, mi cuñada y yo, acabamos casi en suelo. La moví contra la moqueta y asiéndola fuerte por la manos, encima de ella la follé tan fuerte que arrancaba sus gritos mezclados de pasión y dolor. A los ojos de alguien de fuera hubiera parecido que la estaba violando, cuando en realidad ambos sabíamos que mis embestidas era lo que necesitaba Alicia para correrse. Lo hizo enseguida mientras me arañaba la espalda y ahogaba entre gemidos su orgasmo. Al notarla satisfecha, me salí de ella y de rodillas acerqué la polla hasta sus labios. Como muchas otras veces, masturbé mi polla sobre sus labios, metiendo a veces tan dentro como me venía en gana hasta su garganta hasta que sentí el placer relajador y mi leche comenzó a caer sobre su lengua, sus labios y sus mejillas.
Al acabar, ya conscientes de la situación de nuevo, miramos hacia mi mujer. Estaba todavía vestida, pero al contrario que Miguel, nos miraba con cara comprensiva. También, con sus piernas abiertas y su mano metida entre sus bragas acelerando cada vez más. Sin apartar su mirada de nosotros, se corrió a continuación de nosotros en un orgamos largo, muy largo. Cuando acabó, se levantó y tras quitarse por completo la ropa nos preguntó:
—¿Es que en esta casa no dais de cenar a los invitados? —dijo con toda naturalidad.
Alicia y yo nos incorporamos y también con naturalidad, y como siempre sin molestar en limpiarnos, nos dirigimos a la cocina y empezamos a hacer la cena entre caricias y manoseos. Mi mujer se acercó a la barra y se sentó apoyando su encharcado coño dónde muchas otras veces había estado el de Alicia. Nos miraba con curiosidad mientras hablábamos los tres. Pasamos una cena muy divertida los tres liberados mentalmente. Mi mujer se sentó delante de los nosotros en el mismo sitio en el que se había sentado Miguel pero a diferencia de él, parecía encontrarse perfectamente cómoda.
Cuando ya estábamos de sobremesa disfrutando del final de la segunda botella que abrimos sonó el móvil de mi mujer y ésta contestó:
—¿Sí? ¿Quién es? —preguntó.
Mi cuñada, a la espera de la conversación de su hermana, alargó su mano hacia mi entrepierna y comenzó a acariciar mi polla todavía recuperándose de la sesión anterior.
—Ah! Hola Miguel, dime —oímos a mi mujer mientras nos miraba divertida.
Noté un pequeño temblor en el brazo de mi cuñada y apretó fuerte sus mano alrededor de mi polla. Ésta también reaccionó y comenzó a endurecerse. Podíamos oír de fondo la voz de Miguel pero no conseguíamos entender lo que decía exactamente.
—¿Qué si he estado en casa de mi marido? Sí, aquí estoy con ellos —contestaba mi mujer y volvíamos a oír la voz de Miguel hablando—. Sí, estoy con los dos. Y si llego a saber lo bonita que es la casa habría venido mucho antes.
Alicia seguía masturbando mi polla ahora de nuevo en total erección, ambos excitados por la conversación y sobre todo por la mirada de mi mujer ahora directa hacia mi polla y la mano de su hermana.
—¿Que si he notado algo raro?. No, ¿por qué lo dices? —fingía mi mujer al telefóno y volvía a escuchar a Miguel—. ¿Qué por qué me ha dicho mi hermana que lo habéis dejado? Bueno, resumiendo me ha dicho que eras un poco ingenuo.
Mi cuñada, con su mano libre acariciaba por encima su coño, masturbándose sin poder ocultar su excitación. Mi mujer la imitó y abriendo sus piernas mientras hablaba con Miguel dirigió su mano directamente hacia su brillante coño.
—¿Desnudos? ¿Follando? Tú eres idiota —le atajó mi mujer—. Tiene razón mi hermana cuando dice que eres un ingenuo.
Escuchamos a Miguel ahora más claro porque subió el tono de su voz hasta casi gritar. Y eso excitó a mi mujer demasiado porque aceleró sus dedos sobre su clítoris y empezó a gemir ligeramente. Conociéndola sabía que se volvería a correr. Al igual que su hermana, abandonó el móvil encima de la mesa para librarse de la conversación que ya le distraía y ayudándose de la otra mano para abrir su coño cuanto pudo se corrió entre gritos con sus dedos fusilando su clítoris.
Alicia tampoco aguantó más y levantándose, colocó sus piernas abiertas frente a mí y se sentó rápido sobre mi polla. Ahora era ella la que me folló. Se levantaba despacio pero cuando apenas tenía mi polla fuera de ella, se sentaba de golpe metiéndosela de golpe. Al rato se corría también ante la atenta mirada de su hermana. Siguió moviendo su cintura para mi placer y fue cuando mi mujer se levantó y se acercó a nosotros. De pie a mi lado me acarició el pelo con cariño:
—Córrete dentro de ella, cariño —nos dijo a los dos suavemente.
En ese instante, siguiendo el consejo de mi mujer, exploté dentro de mi cuñada como venía haciendo desde hace semanas. Cuando nos relajamos, nos subimos los tres a la planta superior de las habitaciones. Al llegar arriba, mi cuñada y yo nos fuimos a la cama juntos como todas las noches. Mi mujer, comprensiva, se fue a dormir a la habitación que había sido de Alicia.
Pasamos el fin de semana de la misma forma habíamos pasado los anteriores cuando estábamos solos, aunque ahora nos acompañara mi mujer. Durante el día aprovechamos para hacer alguna compra los tres juntos y comer en algún restaurante de moda de Amsterdam. Nos divertíamos y en ningún momento tuvimos necesidad de hablar sobre lo ocurrido. Mi cuñada se mostraba feliz como nunca, ahora sí completamente liberada. Mi mujer, para sorpresa de cualquiera que no la conociera, se veía radiante y alegre de forma sincera por su hermana y su marido. Yo además, sabía que con la menta salida que tenía, disfrutaba tanto a más que nosotros sólo con mirarnos y masturbarse.
Al llegar a casa, los tres nos desnudamos y pasamos el fin de semana como el resto del tiempo con mi cuñada entre caricias, besos, manoseos y follar. Mi mujer nos dejaba hacer, nos observaba con curiosidad y deseo constante. Sólo a veces nos dirigía la palabra para darnos el empujón que necesitábamos en un momento puntual, tanto a Alicia como a mí. Nos animaba a corrernos para el otro, a aumentar el ritmo de mis embestidas para que disfrutarámos más. Entendí que disfrutaba tanto como nosotros cuando el domingo antes de que volviera a Madrid, estando los tres en el baño para duchar y prepararnos y el culo en pompa de mi cuñada mientras se apoyaba en la encimera del baño para maquillarse, acercó una mano a mi cabeza y me indicó con el dedo lo que debía hacer.
Obedeciéndola, me agaché y sacando mi lengua jugué con el precioso culo de mi cuñada. Ella al notar la humedad de mi lengua empujó su culo hacia mi cara, y tras lubricarle con tanta saliva que le resbalaba por las piernas, follé esa maravilla de culo mientras sus gritos ensordecían el baño. A nuestro lado, mi mujer sentada en el váter con las piernas abiertas masturbándose enloquecida mientras nos miraba y acababa corriéndose entre gemidos.
Mi mujer volvió a Madrid, pero desde entonces, nos visita cada dos fines de semana en Amsterdam. Alicia y yo pasamos la semana como de costumbre, cada vez más compenetrados si cabe y a pesar del tiempo que ha pasado, mantenemos la misma atracción y deseo que el primer día. Ambos tenemos claro que cuando dos cuerpos están hechos el uno para el otro, una vez que se descubren son insaciables para siempre.
Las semanas suelen seguir la misma rutina. Alicia y yo nos levantamos y tras ducharnos para limpiar nuestros cuerpos de los restos del día anterior nos vamos al trabajo. No es raro que durante el día reciba alguna llamada suya sin ninguna importancia que sé lo hace porque está masturbándose en alguna habitación vacía. Me habla de temas triviales o sobre qué haremos por la noche pero en realidad sé que lo que necesita es oír mi voz. Al llegar a casa por la noche, suele llegar ella antes que yo, ya desnuda para recibir mis caricias y claro, mi polla en su interior. Una vez calmados, decidimos si salir a cenar o quedarnos en casa.
Mi mujer suele llamar todas las noches para mantenernos al día de la familia, pero sabe que mientras hablamos su hermana o bien está penetrada por mí, me está chupando o la polla o tiene mis dedos jugando en su coño. Casi siempre, acabamos dejando el móvil a un lado para que mi mujer pueda oírnos y estoy seguro masturbarse.
Mi mujer, cuando nos vista sigue la misma rutina. Llega el viernes y nada más llegar se desnuda al igual que nosotros. Desde la primera vez que vino no he vuelto a follar con ella pero a ella parece no importarle y consigue saciar su erotismo mientras nos mira y se masturba. En alguna ocasión, cuando hablamos con ella nos ha dado a entender que en Madrid folla de vez en cuando con algún vecino o ligue de una noche al salir con sus amigas, pero me imagino lo hace para conseguir llenar su coño durante alguna noche desesperada y en ausencia del de su marido. Sin embargo, mis sentimientos no son de celos sino de alegría por ella y además estoy seguro ambos nos seguimos queriendo como desde el día en que nos casamos, sólo que ahora nuestra sexualidad a cambiado y además nos gusta.
Recientemente, con mi trabajo en Amsterdam marchando a toda vela, Alicia y yo, mientras hablábamos con mi polla en su interior, hemos comentado con toda naturalidad que nos cambiaremos a una casa más grande en la que puedan vivir al lado mi mujer y mis hijos. Alicia y yo no queremos hijos y a pesar de que no lo hemos hablado, ella, cuando le dije que iría a hacerme la vasectomía me comentó:
—¿Estás seguro cuñado? Quién sabe, a lo mejor a quien te folles necesita sentir tu leche dentro de ella, llenando cada centímetro de su vagina, quemándole por dentro y luego gozando cuando le resbala por sus muslos —mientras se acercaba caliente en busca de mi polla—. Mira yo misma tomo anticonceptivos para no tener riesgo de embarazo y así poder disfrutar el placer de sentirme la mujer de mi amante —dijo hablando en tercera persona.
Me quedó claro y como siempre: ni una palabra.
Ahora si, aquí el gran final...
Viviendo con mi cuñada 4
Distraídos ambos por la pasión asaltada, solo alcanzamos a oír el portazo de su novio cuando se largó de casa. Seguimos allí tirados, descansando, como siempre sin cruzar una palabra sobre lo sucedido. Subimos a dormir como todas las noches juntos, desnudos ambos y tras dormir hasta el mediodía, pasamos el resto del fin de semana todavía más unidos mentalmente que antes, como si la huída de su novio nos hubiera liberado de una carga invisible. Ambos sabíamos que aún restaba una variable en la ecuación de nuestra vida pero lo dejamos como siempre al devenir de las situaciones.
Y ésta variable surgió antes de lo que esperaba. El lunes, mientras cenaba con mi cuñada ambos desnudos sentados en los taburetes de la barra americana de casa, llamó mi mujer al móvil como todas las noches. Al contestar, mi cuñada terminó su bocado, se agachó entre mis piernas y empezó a besarme la polla, en breves segundos y con la hábil lengua de Alicia jugando con mi glande, mi pene se tensó y ya firme se lo metió entero en la boca. Estaba tan sexy mientras me miraba con sus preciosos ojos excitada.
—¿Qué tal los niños? —le pregunté tras los saludos y ella me puso al día.
Mi cuñada pasó a besarme los huevos, besarlos y pasar su lengua y saliva por todos ellos. Cuando volvió a meterse la polla hasta alcanzar su garganta oí por el teléfono:
—Ha venido a verme Miguel esta mañana —me confesó en un tono algo serio.
Alicia, que hoy la conversación del móvil por el alto volumen, me miró sorprendida, aunque en vez de parar, sonrío ligeramente con mi polla dentro de su boca y siguió mamando.
—¿Y qué quería Miguel? —le pregunté intrigado.
—Voy a dejar a los niños con la canguro este fin de semana y voy a ir a Amsterdam. Llegaré el viernes —fue toda su respuesta—. Nos vemos el viernes cariño.
Y colgó. Imaginé que Miguel le habría contado lo que presenció el fin de semana, era lógico dado el carácter de aquel impresentable, pero que decidiera venir me confundía. Y además ese último “cariño” tenía demasiadas variables. Tardé en dejar de pensar en la conversación lo que tardó mi cuñada en ponerse de pie y girando para darme la espalda, colocó su culo sobre mi cintura y con una mano se la metió. Como siempre, su coño me recibió cálido y húmedo, tras unos segundos con mi polla clavada hasta el fondo, y apoyando sus manos en mis rodillas ligeramente subía y bajaba lentamente. Podía sentir sus labios vaginales recorriendo cada centímetro de mi polla, tan despacio que notaba como la sangre de polla acompañaba sus movimientos.
Estaba disfrutando de tal forma que me alcanzó un orgasmo incontrolado y ella al notarlo, echando su cabeza hacia atrás gimió para mí mientras inundaba su coño. Al terminar, con mi polla ya sin fuerza pero todavía dentro de ella, paró y se relajó apoyando su cuerpo sobre mi ligeramente. Acerqué mi mano a su coño y con mi dedo índice empecé acariciar su clítoris. Como muchas otras veces, conociendo ya el ritmo que necesitaba ese glorioso cuerpo, aceleré mis caricias sobre su coño y en apenas un par de minutos, se corría a gritos en mi mano.
Tras las noticias del viaje de mi mujer, aquella semana subimos la intensidad de nuestra convivencia como si se fuera acabar pronto. Casi todas las tardes de la semana ambos buscamos alguna excusa en nuestros trabajos para poder pasarla juntos en casa. Nada más entrar en casa, nos fundíamos en un intenso abrazo que acababa antes de hacer absolutamente nada, con mi polla dentro de ella y ya formando uno, nos calmábamos y conseguíamos articular palabra. Nuestros cuerpos eran una droga el uno para el otro y no teníamos suficiente.
No volví a recibir llamada de mi mujer durante la semana y por fin llegó el viernes. Como el anterior, al reunirme con el equipo de la empresa para la que trabajaba los viernes, pasé todo el día ocupado y conseguí terminar tarde, demasiado tarde. En el taxi hasta casa, volví a pensar en mi mujer y cómo afrontar su visita. También como el viernes anterior, decidí dejar que la situación se desarrollara por ella misma.
Cuando llegué y abrí la puerta, ambas hablaban en el sofá con una botella de vino casi vacía sobre la mesa. Vestidas. Hablaban como si nada y cuando me vieron en la puerta, me saludaron con efusividad.
—¡Hola cariño! —me dijo mi mujer en tono jovial.
—¡Hola cuñado! ¿Qué tal el día? —preguntó Alicia.
Ante tanta naturalidad, me acerqué primero a mi mujer y la besé en los labios brevemente a modo de saludo. Al terminar, me acerqué a mi cuñada con la naturalidad que había surgido entre ambos y también la besé en los labios, ahora unos segundos demasiado largos. No me giré para ver la cara de mi mujer y preferí esperar acontecimientos.
Me senté en el sillón enfrente de ellas y desatando el nudo de mi corbata, los tres entablamos una conversación trivial sobre Amsterdam, los niños y la familia de mi mujer y su hermana. Hasta que poco a poco el tema fue derivando hasta que mi mujer preguntó:
—Hablando de Miguel, vino a verme el lunes para decirme que lo habíais dejado, pero me tienes que explicar por qué porque es todo un poco misterioso —preguntó mi mujer intrigada.
—¿No te lo contó Miguel? —interrogó mi cuñada sorprendida.
—No, me dijo que no lo entendería, que tenía que verlo con mis propios ojos —nos contó mi mujer—. Que tenía que venir a Amsterdam y preguntarte aquí por qué. Con una cara pálida me dijo que aquí lo entendería todo. Y aquí estoy Alicia. ¿Qué pasó con Miguel?
Mi cuñada me miró y le devolví una mirada de consentimiento. Luego miré a mi mujer y ésta me miró con ojos curiosos. Luego mi cuñada miró a mi mujer con la misma mirada que le dedicó a su novio buscando comprensión. Era yo el que debía dar el primer paso y ante la atenta mirada de mi mujer me desabroché el cinturón, y bajándome la bragueta saqué mi polla del pantalón. Al instante, mi cuñada se levantó y dirigiéndose hasta donde me encontraba se agachó y comenzó una de sus maravillosas mamadas. Como siempre, me concentré en los labios de Alicia y apenas miraba a mi mujer.
Cuando Alicia sintió mi polla en plena erección, me quitó los pantalones y boxer y lentamente me desabrochó la camisa para dejarme desnudo. Luego, delante de mí y de forma sexy como pocas veces la había visto hasta ahora, se quitó primero su falda, luego su blusa, el sujetador y por último su fino tanga. Cuando al separarse de mí se sentó en el mismo sofá que mi mujer, casi al lado de ella, abrió las piernas y con ayuda de su mano se abrió el coño mostrándome el camino. Entendí que quería llevar la situación al límite, y para mi propia sorpresa me pareció una buena idea. Me acerqué sin mirar los ojos de mi mujer, y con brusquedad comencé a follarme a mi cuñada. Ambos disfrutábamos como animales, desatados, gimiendo y besándonos con pasión desaforada, justo al lado de mi mujer. Alicia y yo perdimos la noción del espacio y tiempo y como tantas otras veces, sólo buscábamos conseguir saciar nuestro deseo. Por la vehemencia de nuestros movimientos, mi cuñada y yo, acabamos casi en suelo. La moví contra la moqueta y asiéndola fuerte por la manos, encima de ella la follé tan fuerte que arrancaba sus gritos mezclados de pasión y dolor. A los ojos de alguien de fuera hubiera parecido que la estaba violando, cuando en realidad ambos sabíamos que mis embestidas era lo que necesitaba Alicia para correrse. Lo hizo enseguida mientras me arañaba la espalda y ahogaba entre gemidos su orgasmo. Al notarla satisfecha, me salí de ella y de rodillas acerqué la polla hasta sus labios. Como muchas otras veces, masturbé mi polla sobre sus labios, metiendo a veces tan dentro como me venía en gana hasta su garganta hasta que sentí el placer relajador y mi leche comenzó a caer sobre su lengua, sus labios y sus mejillas.
Al acabar, ya conscientes de la situación de nuevo, miramos hacia mi mujer. Estaba todavía vestida, pero al contrario que Miguel, nos miraba con cara comprensiva. También, con sus piernas abiertas y su mano metida entre sus bragas acelerando cada vez más. Sin apartar su mirada de nosotros, se corrió a continuación de nosotros en un orgamos largo, muy largo. Cuando acabó, se levantó y tras quitarse por completo la ropa nos preguntó:
—¿Es que en esta casa no dais de cenar a los invitados? —dijo con toda naturalidad.
Alicia y yo nos incorporamos y también con naturalidad, y como siempre sin molestar en limpiarnos, nos dirigimos a la cocina y empezamos a hacer la cena entre caricias y manoseos. Mi mujer se acercó a la barra y se sentó apoyando su encharcado coño dónde muchas otras veces había estado el de Alicia. Nos miraba con curiosidad mientras hablábamos los tres. Pasamos una cena muy divertida los tres liberados mentalmente. Mi mujer se sentó delante de los nosotros en el mismo sitio en el que se había sentado Miguel pero a diferencia de él, parecía encontrarse perfectamente cómoda.
Cuando ya estábamos de sobremesa disfrutando del final de la segunda botella que abrimos sonó el móvil de mi mujer y ésta contestó:
—¿Sí? ¿Quién es? —preguntó.
Mi cuñada, a la espera de la conversación de su hermana, alargó su mano hacia mi entrepierna y comenzó a acariciar mi polla todavía recuperándose de la sesión anterior.
—Ah! Hola Miguel, dime —oímos a mi mujer mientras nos miraba divertida.
Noté un pequeño temblor en el brazo de mi cuñada y apretó fuerte sus mano alrededor de mi polla. Ésta también reaccionó y comenzó a endurecerse. Podíamos oír de fondo la voz de Miguel pero no conseguíamos entender lo que decía exactamente.
—¿Qué si he estado en casa de mi marido? Sí, aquí estoy con ellos —contestaba mi mujer y volvíamos a oír la voz de Miguel hablando—. Sí, estoy con los dos. Y si llego a saber lo bonita que es la casa habría venido mucho antes.
Alicia seguía masturbando mi polla ahora de nuevo en total erección, ambos excitados por la conversación y sobre todo por la mirada de mi mujer ahora directa hacia mi polla y la mano de su hermana.
—¿Que si he notado algo raro?. No, ¿por qué lo dices? —fingía mi mujer al telefóno y volvía a escuchar a Miguel—. ¿Qué por qué me ha dicho mi hermana que lo habéis dejado? Bueno, resumiendo me ha dicho que eras un poco ingenuo.
Mi cuñada, con su mano libre acariciaba por encima su coño, masturbándose sin poder ocultar su excitación. Mi mujer la imitó y abriendo sus piernas mientras hablaba con Miguel dirigió su mano directamente hacia su brillante coño.
—¿Desnudos? ¿Follando? Tú eres idiota —le atajó mi mujer—. Tiene razón mi hermana cuando dice que eres un ingenuo.
Escuchamos a Miguel ahora más claro porque subió el tono de su voz hasta casi gritar. Y eso excitó a mi mujer demasiado porque aceleró sus dedos sobre su clítoris y empezó a gemir ligeramente. Conociéndola sabía que se volvería a correr. Al igual que su hermana, abandonó el móvil encima de la mesa para librarse de la conversación que ya le distraía y ayudándose de la otra mano para abrir su coño cuanto pudo se corrió entre gritos con sus dedos fusilando su clítoris.
Alicia tampoco aguantó más y levantándose, colocó sus piernas abiertas frente a mí y se sentó rápido sobre mi polla. Ahora era ella la que me folló. Se levantaba despacio pero cuando apenas tenía mi polla fuera de ella, se sentaba de golpe metiéndosela de golpe. Al rato se corría también ante la atenta mirada de su hermana. Siguió moviendo su cintura para mi placer y fue cuando mi mujer se levantó y se acercó a nosotros. De pie a mi lado me acarició el pelo con cariño:
—Córrete dentro de ella, cariño —nos dijo a los dos suavemente.
En ese instante, siguiendo el consejo de mi mujer, exploté dentro de mi cuñada como venía haciendo desde hace semanas. Cuando nos relajamos, nos subimos los tres a la planta superior de las habitaciones. Al llegar arriba, mi cuñada y yo nos fuimos a la cama juntos como todas las noches. Mi mujer, comprensiva, se fue a dormir a la habitación que había sido de Alicia.
Pasamos el fin de semana de la misma forma habíamos pasado los anteriores cuando estábamos solos, aunque ahora nos acompañara mi mujer. Durante el día aprovechamos para hacer alguna compra los tres juntos y comer en algún restaurante de moda de Amsterdam. Nos divertíamos y en ningún momento tuvimos necesidad de hablar sobre lo ocurrido. Mi cuñada se mostraba feliz como nunca, ahora sí completamente liberada. Mi mujer, para sorpresa de cualquiera que no la conociera, se veía radiante y alegre de forma sincera por su hermana y su marido. Yo además, sabía que con la menta salida que tenía, disfrutaba tanto a más que nosotros sólo con mirarnos y masturbarse.
Al llegar a casa, los tres nos desnudamos y pasamos el fin de semana como el resto del tiempo con mi cuñada entre caricias, besos, manoseos y follar. Mi mujer nos dejaba hacer, nos observaba con curiosidad y deseo constante. Sólo a veces nos dirigía la palabra para darnos el empujón que necesitábamos en un momento puntual, tanto a Alicia como a mí. Nos animaba a corrernos para el otro, a aumentar el ritmo de mis embestidas para que disfrutarámos más. Entendí que disfrutaba tanto como nosotros cuando el domingo antes de que volviera a Madrid, estando los tres en el baño para duchar y prepararnos y el culo en pompa de mi cuñada mientras se apoyaba en la encimera del baño para maquillarse, acercó una mano a mi cabeza y me indicó con el dedo lo que debía hacer.
Obedeciéndola, me agaché y sacando mi lengua jugué con el precioso culo de mi cuñada. Ella al notar la humedad de mi lengua empujó su culo hacia mi cara, y tras lubricarle con tanta saliva que le resbalaba por las piernas, follé esa maravilla de culo mientras sus gritos ensordecían el baño. A nuestro lado, mi mujer sentada en el váter con las piernas abiertas masturbándose enloquecida mientras nos miraba y acababa corriéndose entre gemidos.
Mi mujer volvió a Madrid, pero desde entonces, nos visita cada dos fines de semana en Amsterdam. Alicia y yo pasamos la semana como de costumbre, cada vez más compenetrados si cabe y a pesar del tiempo que ha pasado, mantenemos la misma atracción y deseo que el primer día. Ambos tenemos claro que cuando dos cuerpos están hechos el uno para el otro, una vez que se descubren son insaciables para siempre.
Las semanas suelen seguir la misma rutina. Alicia y yo nos levantamos y tras ducharnos para limpiar nuestros cuerpos de los restos del día anterior nos vamos al trabajo. No es raro que durante el día reciba alguna llamada suya sin ninguna importancia que sé lo hace porque está masturbándose en alguna habitación vacía. Me habla de temas triviales o sobre qué haremos por la noche pero en realidad sé que lo que necesita es oír mi voz. Al llegar a casa por la noche, suele llegar ella antes que yo, ya desnuda para recibir mis caricias y claro, mi polla en su interior. Una vez calmados, decidimos si salir a cenar o quedarnos en casa.
Mi mujer suele llamar todas las noches para mantenernos al día de la familia, pero sabe que mientras hablamos su hermana o bien está penetrada por mí, me está chupando o la polla o tiene mis dedos jugando en su coño. Casi siempre, acabamos dejando el móvil a un lado para que mi mujer pueda oírnos y estoy seguro masturbarse.
Mi mujer, cuando nos vista sigue la misma rutina. Llega el viernes y nada más llegar se desnuda al igual que nosotros. Desde la primera vez que vino no he vuelto a follar con ella pero a ella parece no importarle y consigue saciar su erotismo mientras nos mira y se masturba. En alguna ocasión, cuando hablamos con ella nos ha dado a entender que en Madrid folla de vez en cuando con algún vecino o ligue de una noche al salir con sus amigas, pero me imagino lo hace para conseguir llenar su coño durante alguna noche desesperada y en ausencia del de su marido. Sin embargo, mis sentimientos no son de celos sino de alegría por ella y además estoy seguro ambos nos seguimos queriendo como desde el día en que nos casamos, sólo que ahora nuestra sexualidad a cambiado y además nos gusta.
Recientemente, con mi trabajo en Amsterdam marchando a toda vela, Alicia y yo, mientras hablábamos con mi polla en su interior, hemos comentado con toda naturalidad que nos cambiaremos a una casa más grande en la que puedan vivir al lado mi mujer y mis hijos. Alicia y yo no queremos hijos y a pesar de que no lo hemos hablado, ella, cuando le dije que iría a hacerme la vasectomía me comentó:
—¿Estás seguro cuñado? Quién sabe, a lo mejor a quien te folles necesita sentir tu leche dentro de ella, llenando cada centímetro de su vagina, quemándole por dentro y luego gozando cuando le resbala por sus muslos —mientras se acercaba caliente en busca de mi polla—. Mira yo misma tomo anticonceptivos para no tener riesgo de embarazo y así poder disfrutar el placer de sentirme la mujer de mi amante —dijo hablando en tercera persona.
Me quedó claro y como siempre: ni una palabra.
FIN
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