HISTORIAS REALES - CAPÍTULO IX.
(Algunos nombres han sido cambiados)
Con Liliana nos seguimos viendo durante algunos meses siempre que su esposo viajaba, pero la verdad es que después me cansé, sentía mucho compromiso, y nos alejamos. Más tarde supe que al marido lo trasladaron a Venezuela y se fueron a radicar allá. Lo peor es que la hija de puta se llevó también a la colombiana…
Ese día era jueves por la tarde y hacía dos semanas que el técnico se había llevado mi lavarropas descompuesto. La ropa que había dejado en el lavadero que está a unas tres cuadras y que atiende una vecina del edificio muy conocida desde hace años, la debían haber traído ayer y aún no había venido. Entonces llamo:
- Lavadero… -me atienden del otro lado de la línea después de varios ‘ring’-
- Hola ¿Marisa?
- Si, ¿Quién habla?
- Hola Marisa, soy Juan, tu vecino del 10° B.
- Ah, si, hola Juan. Disculpame que no te llevaron la ropa –se anticipa- pero tenemos un inconveniente en una de las fases y estamos trabajando con la mitad de las máquinas con un montón de canastos atrasados…
- Está bien –le interrumpí-, sólo decime cuándo la puedo tener.
- Hoy mismo. Salteo el orden, la ponemos en el lavarropas, la secamos y te la llevo personalmente después que cerramos; tipo 9 y media o 10 está bien?
- Ok. Quedamos así, no me falles, linda. Hasta luego.
- Gracias por la paciencia, Juan. Chau, un beso.
“Un beso…” me quedé pensando. “No estaría mal un beso de esta flaca, y algo más también…”. Marisa era verdaderamente delgada, siempre vestía ropa deportiva de marca y sus anteojos de marco oscuro le daban a su cara un aspecto muy de intelectual. Era flaca, pero no estaba nada mal, la verdad que estaba como para darle…
Un rato más tarde, terminando de ducharme estaba aún en bolas con el toallón en la mano cuando suena el teléfono y voy a atender.
- ¿Hola?
- Hola, Juan!
- ¿Quién habla?
- Rulo, pedazo de puto!
Hagamos aquí un paréntesis porque quiero presentarles a este personaje.
Con Rulo nos conocimos e hicimos juntos la colimba. Es de imaginar que con las cabezas rapadas a “cero” era imposible tener un rulo más que en los pelos de las bolas; pero su rebeldía hacía dejarse crecer el pelo por sobre la frente formándole un ridículo jopo rubio. De ahí el apodo. Era vago, muy vago, caradura, pero tan divino y buen tipo como atorrante. Siempre de buen humor y con una salida jocosa ante cualquier comentario. Éramos muy buenos amigos, íbamos juntos a todos lados: a las guardias, a las imaginarias, de franco, hasta al calabozo fuimos juntos cuando el Cabo Soria, de otra compañía, le levantó la mano y yo salté a defenderlo; siete días nos comimos ahí adentro cagándonos de frio y a pan duro y agua.
Nos dieron la baja el mismo día, un 23 de diciembre –un mes después de la primera, que perdimos por haber pasado por el calabozo- y tras invitar a Soria, ya de civiles, al campito de enfrente para cagarlo bien a trompadas –cosa que no sucedió porque el muy puto sin jinetas no se animó- nos fuimos juntos del cuartel a tomar unas cervezas y ponernos bien en pedo. El paso por la comisaría lo dejo para otro relato.
Seguimos la amistad por mucho tiempo hasta que finalmente, él ya recibido de músico en el Conservatorio, harto de quién sabe qué mierda le daba vueltas por esa cabeza bohemia, decide rajarse del país; así que pone la poca guita que tenía en el bolsillo, se calza el bandoneón al hombro y se larga a hacer dedo. Tras un breve paso por Río que finalizó al mismo tiempo que un romance con una garota que estaba para el crimen, terminó su periplo en Canadá, donde se radicó y le fue muy bien haciendo jingles publicitarios y música para algunos cortometrajes.
Cada tanto viene de paseo, en bolas y a la deriva, sin tener dónde parar y ésta no iba a ser la primera vez que lo aloje con sumo placer en mi casa.
- Rulo! Gran puto! De dónde me llamás?
- Estoy en Ezeiza, recién bajé del avión…
- Qué alegría, loco! Cuánto te vas a quedar?
- Diez días.
- Genial, tenemos que vernos… ¿Y dónde vas a parar? –le pregunté irónicamente-.
- No seas hijo de puta…
- Jajaja!!! Dale, tomate un taxi y venite.
- Sos de fierro, Juancito… En una hora estoy ahí.
Al Rulo le fascina mi pizza y el malbec mendocino, que en Canadá es carísimo. Calculé que llegaría a las ocho entonces aproveché para salir a hacer algunas compras para la cena y estar bien provistos de bebidas para estos diez días que se venían.
Al poco rato de llegar y de acomodar los bártulos me suena el timbre. Era Rulo y su equipaje: el bandoneón y un bolso minúsculo en el que estimé que sólo había traído algo de ropa interior y no mucho más. Después de un fuerte abrazo y de dejar las cosas en la pieza que uso para trabajar desde casa, con la primera botella de vino descorchada nos fuimos a la cocina a preparar los bollos y empezar el relato de los últimos dos años de nuestras vidas. Era como si no fuéramos a tener tiempo de conversar en los próximos diez días: hablábamos rápido, saltando de un tema a otro sin profundizar en ninguno y con la misma velocidad con la que salían las palabras entraba el vino: en menos de una hora habíamos descorchado la tercer botella. Mientras dejábamos levar la masa nos fuimos con los vasos al living.
Entre anécdotas, recuerdos, novedades y carcajadas, Rulo se levantó medio tambaleante a buscar una nueva botella mientras yo iba a mear cuando sonó el timbre.
- ¿Atiendo? –me preguntó con un grito-
- Si, dale…
- Che, es una tal Marisa…
- Si, hacela pasar. Decile que no se vaya.
Escucho que la hace pasar y abre la puerta del baño, que estaba apenas entornada.
- Juan, no me dijiste que te comías esta masita… ¡Qué buena está la flaca! Y parece que se viene a instalar acá porque trae un bolso enorme…
- Callate boludo. Y me rompe las pelotas que me abran la puerta cuando estoy en el baño.
Mientras termino con lo mío los escucho hablar:
- Vení, Marisa, sentate que en un rato viene Juan… Disculpame que no me haya presentado, soy Alejandro pero Juan me dice Rulo.
- Hola Ale. Vengo del lavadero a traerle la ropa a Juan. Te agradezco, me voy a sentar un rato porque estoy agotada.
- Si, claro, ponete cómoda… Tenés cara de cansada…
- Estoy dando vueltas desde las 7 de la mañana, son casi las 10, imaginate. Y este ritmo lo traigo desde hace como 15 días, sábados y domingos también.
- Uy, qué garrón.
Cuando salí del baño los veo a ambos sentados demasiado juntos por ser que no se conocían.
- ¡Hola flaca! Gracias por venir… ¡A la mierda, qué caripela! –me asombré por su rostro de total agotamiento-.
- Hola Juan, no doy más.
- Yo tengo un buen remedio para eso –intervino Rulo yendo a buscar un vaso para servirle abundante vino-.
- Uy, gracias, qué rico –aceptó gustosa-
- Estábamos por entrarle a unas pizzas… ¿Te quedás? –siguió Rulo con sus invitaciones-
- No… no quiero molestarlos.
- Dale, quedate.
- Okey, si insisten… La verdad que se los agradezco porque tengo mucho hambre y ninguna gana de prepararme algo.
- Juancito, somos tres para cenar.
- Con gusto –acepté sin ningún reparo adivinando las ganas de cogérsela que tenía el Rulo y no iba a dejar de hacerle la gamba esta vez-.
La cena trascurrió muy alegremente, eran evidentes las ganas de Rulo de poner en pedo a Marisa no dejando que su copa esté vacía en ningún momento. Obviamente, el centro de atención era él, contando infinidad de anécdotas de su alocada vida. La flaca lo escuchaba con admiración, casi con envidia por llevar su vida a puro trabajo en un local atestado de ropa ajena mientras que la del otro era de pura joda y así y todo tenía una muy buena posición económica. Había un buen feeling.
- ¡Cómo me hubiera gustado tener una vida como la tuya! –se sinceró Marisa mirando al Rulo con fascinación tomándole la mano y llevando la copa a sus labios-.
- Pará, relájate, que no siempre fue tan lindo… -puso su mano sobre la de ella- Al principio costó mucho –advirtió el Rulo poniéndose de pie ubicándose tras ella para masajearle los hombros-.
- Ahh, eso está bueno –agradeció Marisa cerrando los ojos y echando la nuca hacia atrás, completamente entregada a los gruesos dedos de Rulo, que me guiñó un ojo-.
Puse otra botella sobre la mesa, junté rápidamente los platos y me fui a la cocina con la excusa de preparar café. Oía que hablaban, tan bajito que no llegaba a escuchar qué, pero con la seguridad de que estaban a minutos del garche. Preparé la cafetera tomándome más tiempo que lo debido, fui a mear, junté en una bandeja los pocillos, cucharitas, azúcar y la llevé al living. Menuda sorpresa me llevé cuando los encontré apretando en el sillón, ella con su camisa casi completamente desprendida acariciándole la entrepierna mientras Rulo le besaba el cuello. Al escucharme entrar levantó la cabeza:
- Amigo, si no te jode nos vamos a la pieza…
- Vayan a la mía, van a estar más cómodos.
- Gracias loco! ¿Vamos? –la invita-
Se levantaron y enfilaron hacia el dormitorio. Al pasar a mi lado Rulo me palmea el hombro en señal de agradecida confraternidad y Marisa me saluda con un ruidoso beso en la mejilla.
Ya no había más nada que hacer así que puse llave a la puerta, me serví un poderoso whisky, apagué las luces y me fui a la piecita con la intención de ver algo en la tele hasta que me venza el sueño. Recostado en la cama oía como si estuvieran al lado mío los gemidos de Marisa entremezclados con algunas voces que no llegaba a comprender. Imaginaba a este hijo de puta comiéndose a la flaca que yo tantas ganas le tenía; pensaba en cómo le lamería las tetas mientras cabalgaba sobre mi con sus gafas puestas… Empecé a manosearme el ganso sin intención de masturbarme y me encontré con una poderosa erección. No aguanté más y muy decidido -sin importarme las consecuencias- me mandé al dormitorio con ellos.
Al abrir la puerta me encontré con una postal alucinante: Rulo acostado de espaldas, Marisa montado sobre él que la penetraba por la concha. El culo flaco y abierto de ella con sus piernas muy separadas me mostraban un ano estrecho y una vagina empapada. No dudé; bajé mis pantalones y me paré a su lado ofreciéndole a su boca mi chota en plena erección. Llevó sus labios a mi miembro propinándome una mamada descomunal.
Mientras me la chupaba, corrí sus cabellos para apreciar su cuerpo: era pura fibra, ni una gota de grasa, sus tetas apenas sobresalían de su pecho, su culo era chiquito con una zanja que separaba ampliamente sus glúteos exponiendo un ano delicioso.
Unté mis dedos con abundante saliva llevándolos a su culo para acariciar y aflojar su esfínter. Con un gesto de placer aprobó mi actitud mientras que Rulo seguía bombeando y gritando que acababa, justo cuando la sacó derramando el semen sobre su propia panza.
Muy fácilmente levanté el liviano cuerpo de Marisa acomodándolo de espaldas sobre la cama, separó bien las piernas, aparté los pelos de su pubis sin depilar para acariciarle el clítoris mientras le apoyaba la punta del glande en la entrada de su orificio anal. Al tiempo que lamía los restos de semen de la pija de Rulo -arrodillado al lado de su cabeza- separaba con sus manos los glúteos facilitando la entrada de mi polla en su caverna anal implorándome que la penetre.
Su goce era inmenso y mi placer mayor aún, tratando de decidir si acababa en sus tetas, se lo daba a tomar o, lo que siempre me sedujo, derramarle el semen en los anteojos.
Sentía el calor de las paredes de su recto que comprimían mi miembro mientras con movimientos rítmicos lo hacía entrar y salir. Con sus dedos se masturbaba la vagina que desbordaba de jugos, sus piernas temblaban durante largo orgasmo, su cuerpo se estermecía y gemía:
- Ahhh, qué placer…
- Voy a acabar… Ya llego…
- Acabame adentro, Juan… -me pidió en un grito-
Pero no le di el gusto, sentía que se venía un torrente de semen subiendo desde los huevos y opté por volcarlo sobre su velloso pubis… Fue un primer chorro, fuerte, abundante, caudaloso, espeso y caliente, seguido de algunos más, que Marisa recibió gustosa restregándolos por su vientre y por sus tetas…
Esa noche practicamos una doble penetración muy poco profesional antes de quedarnos dormidos los tres abrazándonos al delgado cuerpo de Marisa que retozaba entre ambos.
A la mañana, cuando nos despertamos, casi como una mucama todo servicio, se ofreció a plancharme la ropa que me había traído la noche anterior. No la dejé, pero no dudó en aceptar que volvamos a la cama.
(Algunos nombres han sido cambiados)
Con Liliana nos seguimos viendo durante algunos meses siempre que su esposo viajaba, pero la verdad es que después me cansé, sentía mucho compromiso, y nos alejamos. Más tarde supe que al marido lo trasladaron a Venezuela y se fueron a radicar allá. Lo peor es que la hija de puta se llevó también a la colombiana…
Ese día era jueves por la tarde y hacía dos semanas que el técnico se había llevado mi lavarropas descompuesto. La ropa que había dejado en el lavadero que está a unas tres cuadras y que atiende una vecina del edificio muy conocida desde hace años, la debían haber traído ayer y aún no había venido. Entonces llamo:
- Lavadero… -me atienden del otro lado de la línea después de varios ‘ring’-
- Hola ¿Marisa?
- Si, ¿Quién habla?
- Hola Marisa, soy Juan, tu vecino del 10° B.
- Ah, si, hola Juan. Disculpame que no te llevaron la ropa –se anticipa- pero tenemos un inconveniente en una de las fases y estamos trabajando con la mitad de las máquinas con un montón de canastos atrasados…
- Está bien –le interrumpí-, sólo decime cuándo la puedo tener.
- Hoy mismo. Salteo el orden, la ponemos en el lavarropas, la secamos y te la llevo personalmente después que cerramos; tipo 9 y media o 10 está bien?
- Ok. Quedamos así, no me falles, linda. Hasta luego.
- Gracias por la paciencia, Juan. Chau, un beso.
“Un beso…” me quedé pensando. “No estaría mal un beso de esta flaca, y algo más también…”. Marisa era verdaderamente delgada, siempre vestía ropa deportiva de marca y sus anteojos de marco oscuro le daban a su cara un aspecto muy de intelectual. Era flaca, pero no estaba nada mal, la verdad que estaba como para darle…
Un rato más tarde, terminando de ducharme estaba aún en bolas con el toallón en la mano cuando suena el teléfono y voy a atender.
- ¿Hola?
- Hola, Juan!
- ¿Quién habla?
- Rulo, pedazo de puto!
Hagamos aquí un paréntesis porque quiero presentarles a este personaje.
Con Rulo nos conocimos e hicimos juntos la colimba. Es de imaginar que con las cabezas rapadas a “cero” era imposible tener un rulo más que en los pelos de las bolas; pero su rebeldía hacía dejarse crecer el pelo por sobre la frente formándole un ridículo jopo rubio. De ahí el apodo. Era vago, muy vago, caradura, pero tan divino y buen tipo como atorrante. Siempre de buen humor y con una salida jocosa ante cualquier comentario. Éramos muy buenos amigos, íbamos juntos a todos lados: a las guardias, a las imaginarias, de franco, hasta al calabozo fuimos juntos cuando el Cabo Soria, de otra compañía, le levantó la mano y yo salté a defenderlo; siete días nos comimos ahí adentro cagándonos de frio y a pan duro y agua.
Nos dieron la baja el mismo día, un 23 de diciembre –un mes después de la primera, que perdimos por haber pasado por el calabozo- y tras invitar a Soria, ya de civiles, al campito de enfrente para cagarlo bien a trompadas –cosa que no sucedió porque el muy puto sin jinetas no se animó- nos fuimos juntos del cuartel a tomar unas cervezas y ponernos bien en pedo. El paso por la comisaría lo dejo para otro relato.
Seguimos la amistad por mucho tiempo hasta que finalmente, él ya recibido de músico en el Conservatorio, harto de quién sabe qué mierda le daba vueltas por esa cabeza bohemia, decide rajarse del país; así que pone la poca guita que tenía en el bolsillo, se calza el bandoneón al hombro y se larga a hacer dedo. Tras un breve paso por Río que finalizó al mismo tiempo que un romance con una garota que estaba para el crimen, terminó su periplo en Canadá, donde se radicó y le fue muy bien haciendo jingles publicitarios y música para algunos cortometrajes.
Cada tanto viene de paseo, en bolas y a la deriva, sin tener dónde parar y ésta no iba a ser la primera vez que lo aloje con sumo placer en mi casa.
- Rulo! Gran puto! De dónde me llamás?
- Estoy en Ezeiza, recién bajé del avión…
- Qué alegría, loco! Cuánto te vas a quedar?
- Diez días.
- Genial, tenemos que vernos… ¿Y dónde vas a parar? –le pregunté irónicamente-.
- No seas hijo de puta…
- Jajaja!!! Dale, tomate un taxi y venite.
- Sos de fierro, Juancito… En una hora estoy ahí.
Al Rulo le fascina mi pizza y el malbec mendocino, que en Canadá es carísimo. Calculé que llegaría a las ocho entonces aproveché para salir a hacer algunas compras para la cena y estar bien provistos de bebidas para estos diez días que se venían.
Al poco rato de llegar y de acomodar los bártulos me suena el timbre. Era Rulo y su equipaje: el bandoneón y un bolso minúsculo en el que estimé que sólo había traído algo de ropa interior y no mucho más. Después de un fuerte abrazo y de dejar las cosas en la pieza que uso para trabajar desde casa, con la primera botella de vino descorchada nos fuimos a la cocina a preparar los bollos y empezar el relato de los últimos dos años de nuestras vidas. Era como si no fuéramos a tener tiempo de conversar en los próximos diez días: hablábamos rápido, saltando de un tema a otro sin profundizar en ninguno y con la misma velocidad con la que salían las palabras entraba el vino: en menos de una hora habíamos descorchado la tercer botella. Mientras dejábamos levar la masa nos fuimos con los vasos al living.
Entre anécdotas, recuerdos, novedades y carcajadas, Rulo se levantó medio tambaleante a buscar una nueva botella mientras yo iba a mear cuando sonó el timbre.
- ¿Atiendo? –me preguntó con un grito-
- Si, dale…
- Che, es una tal Marisa…
- Si, hacela pasar. Decile que no se vaya.
Escucho que la hace pasar y abre la puerta del baño, que estaba apenas entornada.
- Juan, no me dijiste que te comías esta masita… ¡Qué buena está la flaca! Y parece que se viene a instalar acá porque trae un bolso enorme…
- Callate boludo. Y me rompe las pelotas que me abran la puerta cuando estoy en el baño.
Mientras termino con lo mío los escucho hablar:
- Vení, Marisa, sentate que en un rato viene Juan… Disculpame que no me haya presentado, soy Alejandro pero Juan me dice Rulo.
- Hola Ale. Vengo del lavadero a traerle la ropa a Juan. Te agradezco, me voy a sentar un rato porque estoy agotada.
- Si, claro, ponete cómoda… Tenés cara de cansada…
- Estoy dando vueltas desde las 7 de la mañana, son casi las 10, imaginate. Y este ritmo lo traigo desde hace como 15 días, sábados y domingos también.
- Uy, qué garrón.
Cuando salí del baño los veo a ambos sentados demasiado juntos por ser que no se conocían.
- ¡Hola flaca! Gracias por venir… ¡A la mierda, qué caripela! –me asombré por su rostro de total agotamiento-.
- Hola Juan, no doy más.
- Yo tengo un buen remedio para eso –intervino Rulo yendo a buscar un vaso para servirle abundante vino-.
- Uy, gracias, qué rico –aceptó gustosa-
- Estábamos por entrarle a unas pizzas… ¿Te quedás? –siguió Rulo con sus invitaciones-
- No… no quiero molestarlos.
- Dale, quedate.
- Okey, si insisten… La verdad que se los agradezco porque tengo mucho hambre y ninguna gana de prepararme algo.
- Juancito, somos tres para cenar.
- Con gusto –acepté sin ningún reparo adivinando las ganas de cogérsela que tenía el Rulo y no iba a dejar de hacerle la gamba esta vez-.
La cena trascurrió muy alegremente, eran evidentes las ganas de Rulo de poner en pedo a Marisa no dejando que su copa esté vacía en ningún momento. Obviamente, el centro de atención era él, contando infinidad de anécdotas de su alocada vida. La flaca lo escuchaba con admiración, casi con envidia por llevar su vida a puro trabajo en un local atestado de ropa ajena mientras que la del otro era de pura joda y así y todo tenía una muy buena posición económica. Había un buen feeling.
- ¡Cómo me hubiera gustado tener una vida como la tuya! –se sinceró Marisa mirando al Rulo con fascinación tomándole la mano y llevando la copa a sus labios-.
- Pará, relájate, que no siempre fue tan lindo… -puso su mano sobre la de ella- Al principio costó mucho –advirtió el Rulo poniéndose de pie ubicándose tras ella para masajearle los hombros-.
- Ahh, eso está bueno –agradeció Marisa cerrando los ojos y echando la nuca hacia atrás, completamente entregada a los gruesos dedos de Rulo, que me guiñó un ojo-.
Puse otra botella sobre la mesa, junté rápidamente los platos y me fui a la cocina con la excusa de preparar café. Oía que hablaban, tan bajito que no llegaba a escuchar qué, pero con la seguridad de que estaban a minutos del garche. Preparé la cafetera tomándome más tiempo que lo debido, fui a mear, junté en una bandeja los pocillos, cucharitas, azúcar y la llevé al living. Menuda sorpresa me llevé cuando los encontré apretando en el sillón, ella con su camisa casi completamente desprendida acariciándole la entrepierna mientras Rulo le besaba el cuello. Al escucharme entrar levantó la cabeza:
- Amigo, si no te jode nos vamos a la pieza…
- Vayan a la mía, van a estar más cómodos.
- Gracias loco! ¿Vamos? –la invita-
Se levantaron y enfilaron hacia el dormitorio. Al pasar a mi lado Rulo me palmea el hombro en señal de agradecida confraternidad y Marisa me saluda con un ruidoso beso en la mejilla.
Ya no había más nada que hacer así que puse llave a la puerta, me serví un poderoso whisky, apagué las luces y me fui a la piecita con la intención de ver algo en la tele hasta que me venza el sueño. Recostado en la cama oía como si estuvieran al lado mío los gemidos de Marisa entremezclados con algunas voces que no llegaba a comprender. Imaginaba a este hijo de puta comiéndose a la flaca que yo tantas ganas le tenía; pensaba en cómo le lamería las tetas mientras cabalgaba sobre mi con sus gafas puestas… Empecé a manosearme el ganso sin intención de masturbarme y me encontré con una poderosa erección. No aguanté más y muy decidido -sin importarme las consecuencias- me mandé al dormitorio con ellos.
Al abrir la puerta me encontré con una postal alucinante: Rulo acostado de espaldas, Marisa montado sobre él que la penetraba por la concha. El culo flaco y abierto de ella con sus piernas muy separadas me mostraban un ano estrecho y una vagina empapada. No dudé; bajé mis pantalones y me paré a su lado ofreciéndole a su boca mi chota en plena erección. Llevó sus labios a mi miembro propinándome una mamada descomunal.
Mientras me la chupaba, corrí sus cabellos para apreciar su cuerpo: era pura fibra, ni una gota de grasa, sus tetas apenas sobresalían de su pecho, su culo era chiquito con una zanja que separaba ampliamente sus glúteos exponiendo un ano delicioso.
Unté mis dedos con abundante saliva llevándolos a su culo para acariciar y aflojar su esfínter. Con un gesto de placer aprobó mi actitud mientras que Rulo seguía bombeando y gritando que acababa, justo cuando la sacó derramando el semen sobre su propia panza.
Muy fácilmente levanté el liviano cuerpo de Marisa acomodándolo de espaldas sobre la cama, separó bien las piernas, aparté los pelos de su pubis sin depilar para acariciarle el clítoris mientras le apoyaba la punta del glande en la entrada de su orificio anal. Al tiempo que lamía los restos de semen de la pija de Rulo -arrodillado al lado de su cabeza- separaba con sus manos los glúteos facilitando la entrada de mi polla en su caverna anal implorándome que la penetre.
Su goce era inmenso y mi placer mayor aún, tratando de decidir si acababa en sus tetas, se lo daba a tomar o, lo que siempre me sedujo, derramarle el semen en los anteojos.
Sentía el calor de las paredes de su recto que comprimían mi miembro mientras con movimientos rítmicos lo hacía entrar y salir. Con sus dedos se masturbaba la vagina que desbordaba de jugos, sus piernas temblaban durante largo orgasmo, su cuerpo se estermecía y gemía:
- Ahhh, qué placer…
- Voy a acabar… Ya llego…
- Acabame adentro, Juan… -me pidió en un grito-
Pero no le di el gusto, sentía que se venía un torrente de semen subiendo desde los huevos y opté por volcarlo sobre su velloso pubis… Fue un primer chorro, fuerte, abundante, caudaloso, espeso y caliente, seguido de algunos más, que Marisa recibió gustosa restregándolos por su vientre y por sus tetas…
Esa noche practicamos una doble penetración muy poco profesional antes de quedarnos dormidos los tres abrazándonos al delgado cuerpo de Marisa que retozaba entre ambos.
A la mañana, cuando nos despertamos, casi como una mucama todo servicio, se ofreció a plancharme la ropa que me había traído la noche anterior. No la dejé, pero no dudó en aceptar que volvamos a la cama.
4 comentarios - Historias Reales - Cap. IX