Hola gente de P!,
Antes que nada muchas gracias por sus comentarios, puntos y la buena recepción que han tenido estos relatos de gente de la red.
Ahora si, vamos a lo importante, acá la segunda parte de esta historia, espero la disfruten.
Estaba equivocado. Al llegar el lunes a Amsterdam me fui directamente al trabajo y cuando llegué ya tarde a casa por la noche, subí a mi habitación a cambiarme y dejar las maletas y ropa. Alicia, al oirme, entró en la habitación y al verla supe que aquello sólo acababa de empezar. Apareció desnuda salvo por un fino tanga que apenas lograba taparle su coño.
—Hola cuñado. ¿Qué tal el fin de semana? —me preguntó tras darme un frugal beso en la mejilla y sentarse encima de la cama con las piernas cruzadas en posición india.
—Muy bien, cuñada. Tenía ganas de ver a Silvia y los niños, aunque también he echado de menos el calor de Amsterdam —le dije entre risas—. ¿Tú que tal? ¿Has trabajado?.
—Sí, el sábado por la mañana; por la noche, salí con unos compañeros del hotel. Éramos varios del hotel, y tras muchas cervezas y algún que otro porro la gente empezó a desfasar. De hecho, uno de los encargados intentó meterme mano —me contaba mientras imitaba la mano del supuesto encargado acercándose a su tanga—. Al principio le dejé por lo colocada que estaba pero enseguida le retiré porque no quería que me tocara él.
Mientras me contaba su juerguecita, yo había empezado a desvestirme y para no ser menos que ella, me quité toda la ropa excepto los boxers. Entre la visión del cuerpo desnudo de mi cuñada y su historia, ya tenía la polla a explotar pero sin ningún pudor, me senté al lado de ella a prestarle atención.
—Entiendo, pero ¿te gusta ese encargado? —le pregunté intrigado.
—Noooo, ¡qué va!. Pero es que llevo una temporada muy caliente, estoy como en celo, y entre las copas y los porros casi pierdo el control —confesó rápidamente—. Y además, tengo novio, ¿no te acuerdas?.
¡Joder! —pensé—, además de volverme loco con ese cuerpo, era tan zorra que mencionaba su novio en bragas delante de mí.
Bajamos a cenar y se repitió la misma ceremonia aquella noche y durante los días siguientes. Cuando llegaba a casa por la noche, ella me acompañaba a mi habitación mientras me desvestía y hablábamos sobre lo que nos había pasado durante el día en el trabajo. Ella me decía que aunque no entendía nada de informática le gustaba oírme hablar sobre ello porque le parecía la persona más inteligente del mundo. A mí me gustaba oír sus historias sobre el hotel porque casi todas eran graciosas y algunas muy morbosas.
Mientras preparamos la cena, nuestras manos no paraban quietas en el cuerpo de otro. Tan pronto ella me acariciaba la espalda, como yo le rozaba el brazo o acariciaba su culo mientras me hablaba. En más de una ocasión, mi polla dura aprisionada en el boxer coincidía con sus caderas o culo, poniéndonos más caliente si cabe. Mientras, ni una palabra al respecto, hablábamos y reíamos como un par de compañeros de piso. Y el mismo ritual, cuando subíamos a dormir: buenas noches y ambos a masturbarnos hasta el orgasmo nada más cruzar la puerta.
Esa semana, al llegar el jueves, sabía que al día siguiente tendría que volver a España para el fin de semana y que otra vez a sufriría esos sentimientos de ansiedad por estar lejos de mi cuñada que me acompañaron el viaje anterior. Nada más entrar en mi habitación, escuché el saludo de mi cuñada y al girarme para verla, descubrí que algo había cambiado: ni siquiera se había puesto el tanga y lucía completamente desnuda.
—¡Qué calor hace hoy!, ¿verdad? —dijo mientras repetía su ritual de sentarse en posición india en mi cama y yo me desvestía.
—Muchísimo —acerté a responder brevemente.
Por ese entonces, ya me había acostumbrado a su cuerpo de diosa, pero la imagen de su precioso coño me fascinó. Al contrario que mi mujer, no lo tenía completamente depilado, sino que mantenía una fina muestra de pelos muy arreglados haciendo un perfecto trapecio sobre su coño. Sus labios vaginales eran gruesos, muy marcados los exteriores y de un color rosa brillantes lo más internos. Al sentarse delante de mí con las piernas abiertas y cruzadas me ofrecía una imagen perfecta de él.
Yo me desvestí e intuyendo su deseo, me despojé completamente de la ropa interior y me quedé luciendo mi polla ya algo dura por la excitación. Me senté en la cama delante de ella y por unos minutos no dijimos ni una palabra. Nos limitamos a observarnos apenas a medio metro de distancia, disfrutando con la visión de cada centímetro del cuerpo que teníamos en frente.
—¿Bajamos a cenar? —le pregunté casi en susurros.
Ella asintió y dándonos la mano, bajamos juntos a preparar la cena. Aquella noche, en la que ya no nos separamos más, preparamos un poco de queso y vino y hablamos de nuevo como si nada estuviera pasando. Ella sentada a mi lado cenaba con las piernas abiertas sin vergüenza, dejándome ver su coño y casi pudiéndo olerlo. Yo totalmente empalmado desde que llegué a casa y la ví desnuda. Cuando acabamos, todavía con la botella de vino a medias, decidimos sentarnos en el sofá a ver una película. Estábamos pegados en el sofá, tanto que poco a poco ella se fue inclinando hasta que quiso tumbarse, apoyó su cabeza en mis piernas. Como tenía su cabeza sobre mi polla y le veía perfectamente su coño marcado entre su culo se me empezó a poner durísima.
Alcé mi mano hasta dejarla en su culo, y mientras veíamos la televisión, la acaricié a placer. Magreaba aquel duro culo a discreción y en el mismo instante en que rocé su coño con uno de mis dedos y ella soltó un gemido apenas perceptible, sonó mi móvil con la llamada de mi mujer. Sin saber qué hacer, fue mi cuñada la que alargando su mano hasta la mesa cogió el móvil, me lo pasó y volvió a apoyar su cabeza sobre mis piernas. Como había parado los magreos sobre su culo, ella buscó mi mano con la suya para a continuación guiarla de nuevo hasta su desnudo culo.
—Hola cariño, ¿qué tal el día? —preguntó mi mujer inocentemente cuando respondí.
Salí en ese mismo instante de mi trance y le respondí:
—Bien, el trabajo va bien. Creo que conseguiré solucionar el problema tarde o temprano —contesté como pude y entonces, tras girar mi cuñada su cara para que pudiera intuir su súplica, le dije a mi mujer—: Pero este fin de semana no podré ir a España porque tengo que acabar una parte del firewall antes del lunes y estaré a tope.
Mi polla descansaba a escasos centímetros de los labios de Alicia y podía sentir su respiración envolviéndome los huevos. En ese momento supe que mi cuñada podía ser más perversa de lo que hubiera imaginado. Incorporó su cabeza y sin ni siquiera mirarme, agarró mi polla con delicadeza y empezó a recorrer su lengua por toda su extensión. Subía su lengua desde la mis huevos hasta la punta, dejando caer su saliva. Al poco, cambió sus lengüetazos por besos y tras repasar mi polla como si se le fuera la vida en ello, se la metió en la boca abriendola todo lo que podía hasta topar con su garganta. Se quedó allí quieta unos de segundos mientras movía nerviosa sus muslos intentando calmar su calentura y cuando se quedó sin aire levantó de nuevo la cabeza lentamente.
—Ohh, vaya, con las ganas que tenía de verte —respondió mi mujer apenada—. ¿Qué tal mi hermana? ¿Qué hacéis?.
Yo estaba fuera de la conversión y tardé en responder:
—Nada, aquí —contesté mientras mi cuñada me miraba con cara desencajada por la excitación y la saliva resbalando por sus labios hasta mi polla—. Estamos viendo una película antes de irnos a dormir. ¿Tú qué tal? —seguía diciéndole a mi mujer cuando mi cuñada volvió a comerme la polla y Silvia empezó a contarme su día y las historias de nuestros hijos.
No me lo podía creer, mi cuñada estaba devorándome la polla mientras hablaba con mi mujer por el móvil como nunca antes me la habían comido, ni siquiera la salida de mi mujer. Alicia primero usaba su lengua y labios para excitar mi pene y luego, cuando la sangre inundaba mis venas hinchandome la polla, usar su garganta para follarme con la boca. La sensación de placer era extrema. Lejos de importarme la conversación empecé a concentrarme en el placer que me inundaba pues ambos sabíamos que tarde o temprano habíamos de explotar.
—¿De verdad? —le decía a mi mujer sin saber bien de qué hablaba.
Notaba cómo mi cuñada estaba disfrutando con la mamada porque cada vez movía más inquieta su culo. Estaba claro que ese momento iba a llegar en un momento dado y aquella llamada fue el detonante. Decidí pasar a la acción y mientras seguía hablando con mi mujer, empecé a guiar la cabeza de mi cuñada con la mano que tenía libre y noté cómo ella se excitaba aún más y aumentó el ritmo de la mamada. Le solté la cabeza y empecé a sobarle el culo para después meterle mano por encima del coño. Lo tenía encharcado.
Entre la perversa de mi cuñada, mi mujer al teléfono y el magreo que le estaba haciendo a al coño que tenía a mi disposición no aguanté más y sabía que me correría. Pensaba avisar a mi cuñada que parara cuando en eso me dice mi mujer:
—¿Está cerca mi hermana? Quiero hablar con ella un rato que nuestro padre está algo enfermo—pidió mi mujer.
—Ahora te la paso cariño —fue todo lo que acerté a contestar.
Mi cuñada paró de chupar, levantó la cabeza y dijo:
—Espera Silvia, que termino una cosa y enseguida hablo contigo —dijo sonriéndome con una cara encendida por el deseo.
Tal cual. Intuyó que me correría y quería regalarme ese momento después de tanta excitación acumulada. Siguió comiéndome la polla hasta que empecé a correrme explotando dentro de su boca, sintiendo como su lengua recogía mi semen con el glande apoyado en ella. Ella tragó con gusto, retorciendo su culo en señal de excitación y no levantó cabeza hasta que me dejó la polla inmaculada. Sin apenas tiempo para tragarse toda la leche que le caía por los labios y barbilla, se levantó, me cogió el móvil y sentándose a mi lado con las piernas abiertas se puso a hablar con mi mujer.
Estaba tan sexy, manchada por mi semen con su mojado coño brillante, todavía tan excitada que no pudo reprimir que su mano se fuera directamente hacia su coño para acariciarse. Me arrodillé en el suelo entre sus piernas abiertas y le retiré con firmeza su mano. Me quedé allí mirando cómo su coño relucía por sus flujos. Ella me miraba con ojos desatados por el deseo, rogándole con la mirada que acercara mi cabeza. La provoqué besando con pasión las comisuras de sus muslos, sus diabólicos pelos sobre el coño, pero sin resistir el maravilloso olor que desprendían aquellos flujos, saqué mi lengua y apuré directamente el clítoris mientras le fui metiendo uno, dos y tres dedos. Estaba tan empapada que mi boca no llegaba a recoger sus líquidos y ya bajaban por sus piernas manchando la moqueta bajo el sofá. Miré para arriba y oí cómo se despedía de mi mujer y colgaba el móvil. Puso sus manos en mi cabeza para que le metiera más adentro mi lengua y se corrió entre espasmos y jadeos todavía con mis besos sobre su hinchado coño.
Cuando se terminó de relajar, me levanté, me fui directo a sus labios que disfrutamos ambos en un largo morreo en la que nos saboreamos uno al otro sin mencionar palabra alguna. Cuando terminamos, nos derrumbamos ambos sobre el sofá, exhaustos pero desbordantes de felicidad en nuestras sonrisas. Al cabo de un rato en la que nos mantuvimos pegados, sintiendo el sudor, mi semen sobre su pecho, sus líquidos en sus piernas y mi barbilla, subimos también de la mano a la planta superior, pero esta vez no pudimos separarnos y entró conmigo en la habitación para dormir juntos, esta noche ya calmados después de nuestros orgasmos y aunque ambos todavía excitados, sin cruzar palabra quisimos posponer lo inevitable un poco más y, sin querer follarnos como animales como nuestros cuerpos nos estaban pidiendo, abrazados con nuestros sexos muy cerca el uno del otro, nos dormimos.
Me desperté todavía abrazado a ella pero decidí dejarla dormir un poco más y me fui al trabajo. No me quité a mi cuñada en todo el día de la cabeza porque lejos de saciarme, la noche anterior había provocado en mí una necesidad de más Alicia, mucho más. Me pareció que a ella también le estaba pasando algo parecido porque me llamó varias veces al móvil para ver qué tal iba el día y le noté algo nerviosa:
—¿Qué hacemos esta noche? ¿Te apetece salir a cenar o nos quedamos en casa? —me preguntó en una de las llamadas.
—Si quieres salimos fuera, pero la verdad es que llevo un día duro y quizás lo mejor es quedarse en casa más cómodos —fue mi sugerencia.
—A mí me pasa lo mismo —me contestó tras unos segundos pensando—y además con este calor que hace lo mejor es quedarse en casa y calmarse tranquilamente. Adiós, un beso, hasta la noche.
Ese viernes por la noche, llegué antes que ella y decidí hacerle la cena, desnudo por supuesto. Cuando ya estaba todo preparado, me senté en el sofá a esperarla mientras saboreaba tranquilamente una cerveza. Al cabo de un rato, se abrió la puerta de casa y apareció mi cuñada. Llevaba un vestido de lino muy liviano por el calor que resaltaba su cintura y apenas cubría sus pechos.
—Hola, ¡qué ganas tenía de llegar por fin a casa! —fue todo lo que dijo al verme allí sentado.
Su mirada fue directa hacia mi polla y sin quitarle mirada y sin decir ni una sola palabra, allí mismo tras cerrar la puerta, dejó el bolso en el suelo, se sacó el vestido sin dificultad por la cabeza y caminó hasta situarse delante de mí. Mi polla empezaba a reaccionar, pero cuando se quitó el sujetador mostrándome sus preciosas tetas y dándose la vuelta se bajó lentamente el tanga, la polla se me puso como un mástil apuntando todo lo que podía hacia su cuerpo. Sin decir nada, pasó su tanga por delante de mi nariz para que pudiera oler lo mojada que había pasado el día.
Cuando comprobó que mi polla estaba al máximo, se sentó a horcajadas sobre mis piernas y con una mano la dirigió hacia la entrada de su sexo. Sin apartar su mirada de la mía y ya con mis manos manoseando su culo, apenas tuvo que mover su cintura unos centímetros hacia mí para meterse mi polla dentro. Entreabrió su boca buscando un poco de aire para seguir y mientras me abrazaba por el cuello, acabó tan dentro como pudo de ella toda mi polla. Se detuvo ahí, totalmente empalada, notando ambos cómo nuestros sexos palpitaban uno dentro del otro, llenando cada centímetro de su ansiado trofeo.
Nuestros cuerpos estaban pegados, ella me agarraba el cuello con fuerza, acariciando mi pelo, y yo apretando fuerte su culo contra mí. Casi ni nos movíamos, sólo un leve movimiento de nuestras cinturas, sin apenas sacar mi polla dentro ella. Mi pene palpitaba dentro ella, creciendo más aún si cabe. Ella respiraba cada vez más fuerte y levantando unos centímetros su cintura, apretando su clítoris contra mi piel, empezó a correrse en segundos. Su orgasmo fue largo, muy largo, con su cabeza apoyada en mi hombro y su gemidos susurrando en mi oído. Las contracciones de su vagina y su respiración en mi oído provocaron que mi polla no aguantara más y empecé a correrme dentro de ella sin apenas movimiento. Empezó a notar mi leche dentro de ella y apretó aún más su coño contra mí y a chuparme la oreja que tenía tan cerca.
—Ahhhhhh —fue lo único que dijo en un volumen tan bajo que si no tuviera sus labios en mi oído no lo habría escuchado.
Cuando acabé de explotar, nos quedamos ambos todavía tan quietos como cuando empezamos hacía unos minutos. Ella se relajó encima mío, los dos impregnados en sudor por el calor y por la excitación. Pasado un buen rato, no queríamos separarnos y mi polla todavía estaba dentro ella, mi leche resbalaba por sus piernas mezclada con sus flujos y poco a poco empezaban a bajar por nuestros sexos. Al ir recuperándose me dijo en voz baja:
—¿Qué tal el día cuñado? —preguntó como si todavía no tuviera mi polla dentro de ella.
—Bien pero algo cansado, estaba deseando también llegar a casa para liberar tensión..., ¿tú qué tal? —le respondí también como si nada.
—Mal. No sé qué me ha pasado pero he estado todo el día algo incómoda, no conseguía controlar la ansiedad. Algo me pasaba porque sentí molestias en mis partes… ya sabes, en mi sexo —relataba Alicia con total normalidad.
—¿Qué te pasaba? ¿Algo grave? —pregunté intrigado siguiéndola el juego.
—Al principio pensé que era grave porque no se me pasaba, pero tras ir al baño y comprobar que por alguna razón mi ropa interior estaba empapada, supe que se me pasaría —me decía ahora en voz baja cerca de mi oído—. Así es que cogí las llaves de una de las habitaciones del hotel vacías, se tumbé en la cama y me masturbé.
—¿Y se te pasó? —ahora sí intrigado.
—Un poco, pero ya sabes que una necesita correrse para calmarse y no lo conseguí hasta que llamé por el móvil y oí su voz.
—¿Llamaste a tu novio? —pregunté mientras le pasaba la mano por el culo, apretando su duro cachete.
—No, necesitaba otra voz —dijo a secas y enseguida nos fundimos en un beso en la que nos devoramos los labios y nuestras lenguas.
Cuando conseguimos separarnos lentamente, nos sentamos a cenar sin molestarnos en limpiarnos. Mi semen resbalaba por sus muslos pero parecía encontrarse perfectamente cómoda. Y la verdad es que yo también lo estaba. Cenamos y bebimos como todas las noches, sólo que a partir de ese día mis caricias se repartían por todo su cuerpo incluyendo su mojado coño. Ella parte, al hablar muchas veces me manoseaba la polla por encima o masturbaba lentamente por segundos. Aquella noche, en más de una ocasión recogió pequeñas gotas de semen de entre sus muslos para mezclarlas con su copa de vino y mirarme con cara maliciosa.
Tras cenar nos sentamos como siempre en el sofá a ver una película, pero nuestros continuos magreos acabaron con la tregua que habíamos tenido durante la cena y ella se colocó delante de mí dándome la espalda. Se agachó poco a poco reclinándose en una mesa baja que teníamos delante de la televisión y apoyando sus antebrazos en la mesa echó su culo para atrás, ofreciéndomelo en toda su plenitud. Con mi polla ya dura de nuevo, me coloqué detrás de ella y tras restregarle mi pene por todo su coño se la metí de golpe. La follaba a placer, esta vez sí llegando tan dentro como podía y sacando de nuevo mi polla casi por completo para volver a embestir. Sus gemidos cada vez que se la volvía a meter eran más fuertes y ella echaba para atrás su culo en busca de mi polla cuando la sacaba desesperada por volver a sentirla.
En unos minutos, como casi todas las noches, su novio llamó para ver qué tal iba todo y para mi asombro mi cuñada, al igual que la noche anterior cuando llamó mi mujer, alargando la mano para coger su móvil sobre la mesa, habló con él mientras recibía mis embestidas por detrás:
—Hola Miguel... ahhh —contestó sin poder reprimir un gemido al recibir mi polla dentro de ella.
—Sí, bien, es que ahora estaba metida hasta el fondo con otro tema. ¿El día? Bien, algo distraída en el hotel… pero en casa no me da tiempo porque tengo muchas cosas por hacer —seguía hablando con él mientras movía su cintura para atrás follandome ahora ella prácticamente sola.
Después de más de diez minutos de conversación en los que habló con él distraída mientras follábamos, cuando notó que se correría, silenció el altavoz de su móvil y gritó mucho más fuerte que la vez anterior, desfogando toda su excitación. Cuando se recuperó, volvió a la conversación con su novio mientras yo seguía follándola ya desatado por las contracciones de su coño. Estaba chorreando. Noté cómo el orgasmo me recorría a lo largo de la espalda hasta la polla y tan excitado como estaba me salí de dentro de ella y rodeando la mesa me sitúe delante con mi polla a la altura de su cara. Como no necesitábamos palabras, ella entendió en un segundo y sonriente sacó su lengua para rozar la punta de mi polla. Sin ningún remordimiento abandonó sin más el móvil encima de la mesa para meterse la polla tan dentro como su garganta se lo permitía.
La agarré del pelo y enloquecido, me follé literalmente su boca tan fuerte como pude. Ella aguantaba mis embestidas, recibiendo sumisa mi polla en su garganta mientras su saliva le caía por su barbilla y ya resbalaba por el cuello. Su novio debía oír las arcadas que Alicia no podía reprimir mientras sentía mi polla golpearla pero ajeno a la situación seguíamos escuchando su voz por el móvil. En breve, me corrí en un orgasmo intenso mezcla de las sensaciones en mi polla y los sentimientos de satisfacción plena por la compenetración con mi cuñada. Éramos dos cuerpos en celo que habíamos encontrado lo que nuestro deseo llevaba buscando probablemente toda la vida y no pensábamos dejarlo escapar.
Recibió en su boca y en su cara mi corrida y comprobé su semblante de felicidad. Me miraba entre excitada y agradecida por mi comportamiento, entendí que salvaje de deseo puro. Mientras oíamos a su novio preguntando si todavía seguía allí o el móvil había perdido conexión, cuando acabó con mi polla, se levantó y ambos de la mano nos subimos a dormir. Ni se molestó en despedirse de su novio o apagar el móvil, simplemente hipnotizada se olvidó del teléfono y subimos. Al llegar a la cama, abrazados tan juntos como podíamos, caímos en un sueño profundo.
A la mañana siguiente, sábado, al despertarnos todavía abrazados y sabiendo que tendríamos todo el fin de semana por delante, decidimos ir a comprar algo de comida que necesitábamos y para después poder “descansar” el fin de semana en casa. Ella se levantó al baño y al quedarme sólo empecé a recordar lo sucedido la noche anterior y claro, enseguida mi polla reaccionó y sin pensarlo ni un segundo me dirigí hacia el baño.
Ella estaba todavía sentada en el váter, con las piernas abiertas, desnuda y acabando su meada. Al verme llegar con la polla enhiesta y acercarme a ella, sonrió. En cuanto le puse la polla a la altura de sus labios la engullió con la misma devoción que la noche anterior y cuando notó que ya estaba bien embadurnada de saliva, se levantó para sentarse de nuevo sobre la encimera del cuarto de baño y abierta de piernas se abrió los labios del coño con sus dedos, invitándome a penetrarla. Allí mismo la follé en el baño hasta que ambos nos saciamos en un orgasmo.
Pasamos el fin de semana en casa, juntos la mayor parte del tiempo así como los siguientes días. Nos acostumbramos el uno al otro de tal forma que sólo estábamos satisfechos cuando nos teníamos cerca. Durante el trabajo mi mente conseguía concentrarse en el software y ordenador, pero mi cuerpo anhelaba el tacto de su piel. Nuestra ansiedad al pasar el día separados alcanzaba límites insospechados. Ese mismo lunes, tras pasar el fin de semana juntos, cuando llegaba a casa sólo pensaba en volver a acariciar su precioso culo. Al entrar la ví en la cocina haciendo la cena, desnuda.
—¿Qué tal el día cuñado? —me preguntó.
—Bien, pero tengo bastante hambre —respondí mientras me desvestía.
Ella sonrió y dándose la vuelta para seguir con la cena me ofreció una vista perfecta de su culo. Cuando acabé de quitarme la ropa, me acerqué por detrás a ella, me arrodillé con ansiedad incontrolable que recorría todo mi cuerpo y se hacía insoportable. Sólo cuando tuve mi nariz enterrada en su culo y mi lengua hurgaba en su coño logré calmar mis pulsaciones. Poco a poco, mientras recorría mi lengua alrededor del agujero de culo, fui encontrando la paz que había perdido por unas horas separado de ella. Ella apoyó sus manos en el borde de encimera y echó su culo para atrás. Mi saliva encharcaba ya su culo, resbalando por sus piernas, y noté como su piel se empezó a erizar desde sus pies y su cuerpo agitarse poco a poco hasta alcanzar un orgasmo entre gritos que la hizo tambalearse hasta caer al suelo. Se mantuvo allí, tirada en el suelo descompuesta y agotada por el orgasmo, susurrando:
—Sí que tenías hambre cuñado, ¿estás ya mejor? —me preguntó.
A mi lado desparramada en el suelo de la cocina, con su culo a mi disposición totalmente encharcado con mi saliva y sus flujos, y mi polla a explotar desde que entré por la puerta, me incorporé levemente y apoyando mi polla en la entrada de su precioso culo la fui metiendo poco a poco hasta que su esfínter se acomodó a la perfección al grosor de ella y entró por completo. Apoyé mi cuerpo encima de su espalda y surrándola al oído:
—No —le contesté ahora firmemente mientras ella sólo acertaba a gemir.
Levantaba mi cintura lo justo para que mi polla saliera apenas unos centímetros de su culo para volver a dejar caer todo mi peso sobre ella y metiéndosela tan dentro que notaba cómo le llenaba todo su culo. En apenas unas embestidas, vacié toda la leche que llevaba acumulando durante el día, descargando sin parar dentro de ella, sintiendo cómo ambos nos quemábamos con el calor mi semen. Ahora sí, satisfecho y feliz me tiré agotado en el suelo a coger aire. Nos quedamos así hasta que recuperamos las fuerzas y después como siempre, sin ni siquiera limpiarnos, nos dispusimos a cenar y hablar divertidamente. El morbo de ver cómo recogía el semen que salía de su culo para saborearlo después mientras hablaba primero con su novio y luego con su madre, mi suegra, provocó que al igual que casi todas las noches, acabara dejando la conversación a medias y juntos nos subiéramos a mi cama a dormir, follar o abrazarnos hasta el amanecer.
Pasamos la semana de la misma forma que la anterior. Trabajando durante el día y cuando llegábamos a casa, dando rienda suelta a nuestros deseos. Sin embargo, ese fin de semana, a pesar de los deseos inexpresados de los dos, ambos teníamos que viajar a Madrid para ver a nuestras respectivas familias. El jueves antes de viajar al día siguiente, ambos notamos una ansiedad especial por reconocer nuestros cuerpos que pasarían un par de días distanciados. Esa noche, a pesar de continuos magreos y manoseos de los dos en nuestros cuerpos, de probar ambos el sabor de nuestros sexos, queríamos de alguna forma probar las sensaciones que nos depararían durante el fin de semana sin poder follar juntos. No duró demasiado porque mientras subíamos por la escalera de la mano a dormir, ella tropezó ligeramente y al abrazarla para que no cayera, coincidiendo mi polla junto a su sexo, con un irrefrenable ligero movimiento se la metí. No pudimos ni quisimos controlarlo y allí mismo en la escalera, abierta de piernas sobre uno de los escalones, la follé hasta que ambos explotamos en un orgasmo que por fin hizo de calmante.
En el avión, sentado uno junto al otro, no separamos nuestras piernas y manos en todo el viaje, y alternamos nuestra conversación con interminables morreos. Aún en el taxi, de camino a nuestras respectivas casas, mientras nos deseábamos buen fin de semana y hablábamos como si tal cosa, tenía mi mano completamente manoseando su encharcado coño y ella acariciaba mi polla con su mano dentro del pantalón. Cuando llegamos a su portal, ya en Madrid, nos despedimos retirando con malestar nuestras manos y dándonos un simple beso en la mejilla nos emplazamos hasta el domingo de vuelta.
Antes que nada muchas gracias por sus comentarios, puntos y la buena recepción que han tenido estos relatos de gente de la red.
Ahora si, vamos a lo importante, acá la segunda parte de esta historia, espero la disfruten.
Viviendo con mi cuñada 2
Estaba equivocado. Al llegar el lunes a Amsterdam me fui directamente al trabajo y cuando llegué ya tarde a casa por la noche, subí a mi habitación a cambiarme y dejar las maletas y ropa. Alicia, al oirme, entró en la habitación y al verla supe que aquello sólo acababa de empezar. Apareció desnuda salvo por un fino tanga que apenas lograba taparle su coño.
—Hola cuñado. ¿Qué tal el fin de semana? —me preguntó tras darme un frugal beso en la mejilla y sentarse encima de la cama con las piernas cruzadas en posición india.
—Muy bien, cuñada. Tenía ganas de ver a Silvia y los niños, aunque también he echado de menos el calor de Amsterdam —le dije entre risas—. ¿Tú que tal? ¿Has trabajado?.
—Sí, el sábado por la mañana; por la noche, salí con unos compañeros del hotel. Éramos varios del hotel, y tras muchas cervezas y algún que otro porro la gente empezó a desfasar. De hecho, uno de los encargados intentó meterme mano —me contaba mientras imitaba la mano del supuesto encargado acercándose a su tanga—. Al principio le dejé por lo colocada que estaba pero enseguida le retiré porque no quería que me tocara él.
Mientras me contaba su juerguecita, yo había empezado a desvestirme y para no ser menos que ella, me quité toda la ropa excepto los boxers. Entre la visión del cuerpo desnudo de mi cuñada y su historia, ya tenía la polla a explotar pero sin ningún pudor, me senté al lado de ella a prestarle atención.
—Entiendo, pero ¿te gusta ese encargado? —le pregunté intrigado.
—Noooo, ¡qué va!. Pero es que llevo una temporada muy caliente, estoy como en celo, y entre las copas y los porros casi pierdo el control —confesó rápidamente—. Y además, tengo novio, ¿no te acuerdas?.
¡Joder! —pensé—, además de volverme loco con ese cuerpo, era tan zorra que mencionaba su novio en bragas delante de mí.
Bajamos a cenar y se repitió la misma ceremonia aquella noche y durante los días siguientes. Cuando llegaba a casa por la noche, ella me acompañaba a mi habitación mientras me desvestía y hablábamos sobre lo que nos había pasado durante el día en el trabajo. Ella me decía que aunque no entendía nada de informática le gustaba oírme hablar sobre ello porque le parecía la persona más inteligente del mundo. A mí me gustaba oír sus historias sobre el hotel porque casi todas eran graciosas y algunas muy morbosas.
Mientras preparamos la cena, nuestras manos no paraban quietas en el cuerpo de otro. Tan pronto ella me acariciaba la espalda, como yo le rozaba el brazo o acariciaba su culo mientras me hablaba. En más de una ocasión, mi polla dura aprisionada en el boxer coincidía con sus caderas o culo, poniéndonos más caliente si cabe. Mientras, ni una palabra al respecto, hablábamos y reíamos como un par de compañeros de piso. Y el mismo ritual, cuando subíamos a dormir: buenas noches y ambos a masturbarnos hasta el orgasmo nada más cruzar la puerta.
Esa semana, al llegar el jueves, sabía que al día siguiente tendría que volver a España para el fin de semana y que otra vez a sufriría esos sentimientos de ansiedad por estar lejos de mi cuñada que me acompañaron el viaje anterior. Nada más entrar en mi habitación, escuché el saludo de mi cuñada y al girarme para verla, descubrí que algo había cambiado: ni siquiera se había puesto el tanga y lucía completamente desnuda.
—¡Qué calor hace hoy!, ¿verdad? —dijo mientras repetía su ritual de sentarse en posición india en mi cama y yo me desvestía.
—Muchísimo —acerté a responder brevemente.
Por ese entonces, ya me había acostumbrado a su cuerpo de diosa, pero la imagen de su precioso coño me fascinó. Al contrario que mi mujer, no lo tenía completamente depilado, sino que mantenía una fina muestra de pelos muy arreglados haciendo un perfecto trapecio sobre su coño. Sus labios vaginales eran gruesos, muy marcados los exteriores y de un color rosa brillantes lo más internos. Al sentarse delante de mí con las piernas abiertas y cruzadas me ofrecía una imagen perfecta de él.
Yo me desvestí e intuyendo su deseo, me despojé completamente de la ropa interior y me quedé luciendo mi polla ya algo dura por la excitación. Me senté en la cama delante de ella y por unos minutos no dijimos ni una palabra. Nos limitamos a observarnos apenas a medio metro de distancia, disfrutando con la visión de cada centímetro del cuerpo que teníamos en frente.
—¿Bajamos a cenar? —le pregunté casi en susurros.
Ella asintió y dándonos la mano, bajamos juntos a preparar la cena. Aquella noche, en la que ya no nos separamos más, preparamos un poco de queso y vino y hablamos de nuevo como si nada estuviera pasando. Ella sentada a mi lado cenaba con las piernas abiertas sin vergüenza, dejándome ver su coño y casi pudiéndo olerlo. Yo totalmente empalmado desde que llegué a casa y la ví desnuda. Cuando acabamos, todavía con la botella de vino a medias, decidimos sentarnos en el sofá a ver una película. Estábamos pegados en el sofá, tanto que poco a poco ella se fue inclinando hasta que quiso tumbarse, apoyó su cabeza en mis piernas. Como tenía su cabeza sobre mi polla y le veía perfectamente su coño marcado entre su culo se me empezó a poner durísima.
Alcé mi mano hasta dejarla en su culo, y mientras veíamos la televisión, la acaricié a placer. Magreaba aquel duro culo a discreción y en el mismo instante en que rocé su coño con uno de mis dedos y ella soltó un gemido apenas perceptible, sonó mi móvil con la llamada de mi mujer. Sin saber qué hacer, fue mi cuñada la que alargando su mano hasta la mesa cogió el móvil, me lo pasó y volvió a apoyar su cabeza sobre mis piernas. Como había parado los magreos sobre su culo, ella buscó mi mano con la suya para a continuación guiarla de nuevo hasta su desnudo culo.
—Hola cariño, ¿qué tal el día? —preguntó mi mujer inocentemente cuando respondí.
Salí en ese mismo instante de mi trance y le respondí:
—Bien, el trabajo va bien. Creo que conseguiré solucionar el problema tarde o temprano —contesté como pude y entonces, tras girar mi cuñada su cara para que pudiera intuir su súplica, le dije a mi mujer—: Pero este fin de semana no podré ir a España porque tengo que acabar una parte del firewall antes del lunes y estaré a tope.
Mi polla descansaba a escasos centímetros de los labios de Alicia y podía sentir su respiración envolviéndome los huevos. En ese momento supe que mi cuñada podía ser más perversa de lo que hubiera imaginado. Incorporó su cabeza y sin ni siquiera mirarme, agarró mi polla con delicadeza y empezó a recorrer su lengua por toda su extensión. Subía su lengua desde la mis huevos hasta la punta, dejando caer su saliva. Al poco, cambió sus lengüetazos por besos y tras repasar mi polla como si se le fuera la vida en ello, se la metió en la boca abriendola todo lo que podía hasta topar con su garganta. Se quedó allí quieta unos de segundos mientras movía nerviosa sus muslos intentando calmar su calentura y cuando se quedó sin aire levantó de nuevo la cabeza lentamente.
—Ohh, vaya, con las ganas que tenía de verte —respondió mi mujer apenada—. ¿Qué tal mi hermana? ¿Qué hacéis?.
Yo estaba fuera de la conversión y tardé en responder:
—Nada, aquí —contesté mientras mi cuñada me miraba con cara desencajada por la excitación y la saliva resbalando por sus labios hasta mi polla—. Estamos viendo una película antes de irnos a dormir. ¿Tú qué tal? —seguía diciéndole a mi mujer cuando mi cuñada volvió a comerme la polla y Silvia empezó a contarme su día y las historias de nuestros hijos.
No me lo podía creer, mi cuñada estaba devorándome la polla mientras hablaba con mi mujer por el móvil como nunca antes me la habían comido, ni siquiera la salida de mi mujer. Alicia primero usaba su lengua y labios para excitar mi pene y luego, cuando la sangre inundaba mis venas hinchandome la polla, usar su garganta para follarme con la boca. La sensación de placer era extrema. Lejos de importarme la conversación empecé a concentrarme en el placer que me inundaba pues ambos sabíamos que tarde o temprano habíamos de explotar.
—¿De verdad? —le decía a mi mujer sin saber bien de qué hablaba.
Notaba cómo mi cuñada estaba disfrutando con la mamada porque cada vez movía más inquieta su culo. Estaba claro que ese momento iba a llegar en un momento dado y aquella llamada fue el detonante. Decidí pasar a la acción y mientras seguía hablando con mi mujer, empecé a guiar la cabeza de mi cuñada con la mano que tenía libre y noté cómo ella se excitaba aún más y aumentó el ritmo de la mamada. Le solté la cabeza y empecé a sobarle el culo para después meterle mano por encima del coño. Lo tenía encharcado.
Entre la perversa de mi cuñada, mi mujer al teléfono y el magreo que le estaba haciendo a al coño que tenía a mi disposición no aguanté más y sabía que me correría. Pensaba avisar a mi cuñada que parara cuando en eso me dice mi mujer:
—¿Está cerca mi hermana? Quiero hablar con ella un rato que nuestro padre está algo enfermo—pidió mi mujer.
—Ahora te la paso cariño —fue todo lo que acerté a contestar.
Mi cuñada paró de chupar, levantó la cabeza y dijo:
—Espera Silvia, que termino una cosa y enseguida hablo contigo —dijo sonriéndome con una cara encendida por el deseo.
Tal cual. Intuyó que me correría y quería regalarme ese momento después de tanta excitación acumulada. Siguió comiéndome la polla hasta que empecé a correrme explotando dentro de su boca, sintiendo como su lengua recogía mi semen con el glande apoyado en ella. Ella tragó con gusto, retorciendo su culo en señal de excitación y no levantó cabeza hasta que me dejó la polla inmaculada. Sin apenas tiempo para tragarse toda la leche que le caía por los labios y barbilla, se levantó, me cogió el móvil y sentándose a mi lado con las piernas abiertas se puso a hablar con mi mujer.
Estaba tan sexy, manchada por mi semen con su mojado coño brillante, todavía tan excitada que no pudo reprimir que su mano se fuera directamente hacia su coño para acariciarse. Me arrodillé en el suelo entre sus piernas abiertas y le retiré con firmeza su mano. Me quedé allí mirando cómo su coño relucía por sus flujos. Ella me miraba con ojos desatados por el deseo, rogándole con la mirada que acercara mi cabeza. La provoqué besando con pasión las comisuras de sus muslos, sus diabólicos pelos sobre el coño, pero sin resistir el maravilloso olor que desprendían aquellos flujos, saqué mi lengua y apuré directamente el clítoris mientras le fui metiendo uno, dos y tres dedos. Estaba tan empapada que mi boca no llegaba a recoger sus líquidos y ya bajaban por sus piernas manchando la moqueta bajo el sofá. Miré para arriba y oí cómo se despedía de mi mujer y colgaba el móvil. Puso sus manos en mi cabeza para que le metiera más adentro mi lengua y se corrió entre espasmos y jadeos todavía con mis besos sobre su hinchado coño.
Cuando se terminó de relajar, me levanté, me fui directo a sus labios que disfrutamos ambos en un largo morreo en la que nos saboreamos uno al otro sin mencionar palabra alguna. Cuando terminamos, nos derrumbamos ambos sobre el sofá, exhaustos pero desbordantes de felicidad en nuestras sonrisas. Al cabo de un rato en la que nos mantuvimos pegados, sintiendo el sudor, mi semen sobre su pecho, sus líquidos en sus piernas y mi barbilla, subimos también de la mano a la planta superior, pero esta vez no pudimos separarnos y entró conmigo en la habitación para dormir juntos, esta noche ya calmados después de nuestros orgasmos y aunque ambos todavía excitados, sin cruzar palabra quisimos posponer lo inevitable un poco más y, sin querer follarnos como animales como nuestros cuerpos nos estaban pidiendo, abrazados con nuestros sexos muy cerca el uno del otro, nos dormimos.
Me desperté todavía abrazado a ella pero decidí dejarla dormir un poco más y me fui al trabajo. No me quité a mi cuñada en todo el día de la cabeza porque lejos de saciarme, la noche anterior había provocado en mí una necesidad de más Alicia, mucho más. Me pareció que a ella también le estaba pasando algo parecido porque me llamó varias veces al móvil para ver qué tal iba el día y le noté algo nerviosa:
—¿Qué hacemos esta noche? ¿Te apetece salir a cenar o nos quedamos en casa? —me preguntó en una de las llamadas.
—Si quieres salimos fuera, pero la verdad es que llevo un día duro y quizás lo mejor es quedarse en casa más cómodos —fue mi sugerencia.
—A mí me pasa lo mismo —me contestó tras unos segundos pensando—y además con este calor que hace lo mejor es quedarse en casa y calmarse tranquilamente. Adiós, un beso, hasta la noche.
Ese viernes por la noche, llegué antes que ella y decidí hacerle la cena, desnudo por supuesto. Cuando ya estaba todo preparado, me senté en el sofá a esperarla mientras saboreaba tranquilamente una cerveza. Al cabo de un rato, se abrió la puerta de casa y apareció mi cuñada. Llevaba un vestido de lino muy liviano por el calor que resaltaba su cintura y apenas cubría sus pechos.
—Hola, ¡qué ganas tenía de llegar por fin a casa! —fue todo lo que dijo al verme allí sentado.
Su mirada fue directa hacia mi polla y sin quitarle mirada y sin decir ni una sola palabra, allí mismo tras cerrar la puerta, dejó el bolso en el suelo, se sacó el vestido sin dificultad por la cabeza y caminó hasta situarse delante de mí. Mi polla empezaba a reaccionar, pero cuando se quitó el sujetador mostrándome sus preciosas tetas y dándose la vuelta se bajó lentamente el tanga, la polla se me puso como un mástil apuntando todo lo que podía hacia su cuerpo. Sin decir nada, pasó su tanga por delante de mi nariz para que pudiera oler lo mojada que había pasado el día.
Cuando comprobó que mi polla estaba al máximo, se sentó a horcajadas sobre mis piernas y con una mano la dirigió hacia la entrada de su sexo. Sin apartar su mirada de la mía y ya con mis manos manoseando su culo, apenas tuvo que mover su cintura unos centímetros hacia mí para meterse mi polla dentro. Entreabrió su boca buscando un poco de aire para seguir y mientras me abrazaba por el cuello, acabó tan dentro como pudo de ella toda mi polla. Se detuvo ahí, totalmente empalada, notando ambos cómo nuestros sexos palpitaban uno dentro del otro, llenando cada centímetro de su ansiado trofeo.
Nuestros cuerpos estaban pegados, ella me agarraba el cuello con fuerza, acariciando mi pelo, y yo apretando fuerte su culo contra mí. Casi ni nos movíamos, sólo un leve movimiento de nuestras cinturas, sin apenas sacar mi polla dentro ella. Mi pene palpitaba dentro ella, creciendo más aún si cabe. Ella respiraba cada vez más fuerte y levantando unos centímetros su cintura, apretando su clítoris contra mi piel, empezó a correrse en segundos. Su orgasmo fue largo, muy largo, con su cabeza apoyada en mi hombro y su gemidos susurrando en mi oído. Las contracciones de su vagina y su respiración en mi oído provocaron que mi polla no aguantara más y empecé a correrme dentro de ella sin apenas movimiento. Empezó a notar mi leche dentro de ella y apretó aún más su coño contra mí y a chuparme la oreja que tenía tan cerca.
—Ahhhhhh —fue lo único que dijo en un volumen tan bajo que si no tuviera sus labios en mi oído no lo habría escuchado.
Cuando acabé de explotar, nos quedamos ambos todavía tan quietos como cuando empezamos hacía unos minutos. Ella se relajó encima mío, los dos impregnados en sudor por el calor y por la excitación. Pasado un buen rato, no queríamos separarnos y mi polla todavía estaba dentro ella, mi leche resbalaba por sus piernas mezclada con sus flujos y poco a poco empezaban a bajar por nuestros sexos. Al ir recuperándose me dijo en voz baja:
—¿Qué tal el día cuñado? —preguntó como si todavía no tuviera mi polla dentro de ella.
—Bien pero algo cansado, estaba deseando también llegar a casa para liberar tensión..., ¿tú qué tal? —le respondí también como si nada.
—Mal. No sé qué me ha pasado pero he estado todo el día algo incómoda, no conseguía controlar la ansiedad. Algo me pasaba porque sentí molestias en mis partes… ya sabes, en mi sexo —relataba Alicia con total normalidad.
—¿Qué te pasaba? ¿Algo grave? —pregunté intrigado siguiéndola el juego.
—Al principio pensé que era grave porque no se me pasaba, pero tras ir al baño y comprobar que por alguna razón mi ropa interior estaba empapada, supe que se me pasaría —me decía ahora en voz baja cerca de mi oído—. Así es que cogí las llaves de una de las habitaciones del hotel vacías, se tumbé en la cama y me masturbé.
—¿Y se te pasó? —ahora sí intrigado.
—Un poco, pero ya sabes que una necesita correrse para calmarse y no lo conseguí hasta que llamé por el móvil y oí su voz.
—¿Llamaste a tu novio? —pregunté mientras le pasaba la mano por el culo, apretando su duro cachete.
—No, necesitaba otra voz —dijo a secas y enseguida nos fundimos en un beso en la que nos devoramos los labios y nuestras lenguas.
Cuando conseguimos separarnos lentamente, nos sentamos a cenar sin molestarnos en limpiarnos. Mi semen resbalaba por sus muslos pero parecía encontrarse perfectamente cómoda. Y la verdad es que yo también lo estaba. Cenamos y bebimos como todas las noches, sólo que a partir de ese día mis caricias se repartían por todo su cuerpo incluyendo su mojado coño. Ella parte, al hablar muchas veces me manoseaba la polla por encima o masturbaba lentamente por segundos. Aquella noche, en más de una ocasión recogió pequeñas gotas de semen de entre sus muslos para mezclarlas con su copa de vino y mirarme con cara maliciosa.
Tras cenar nos sentamos como siempre en el sofá a ver una película, pero nuestros continuos magreos acabaron con la tregua que habíamos tenido durante la cena y ella se colocó delante de mí dándome la espalda. Se agachó poco a poco reclinándose en una mesa baja que teníamos delante de la televisión y apoyando sus antebrazos en la mesa echó su culo para atrás, ofreciéndomelo en toda su plenitud. Con mi polla ya dura de nuevo, me coloqué detrás de ella y tras restregarle mi pene por todo su coño se la metí de golpe. La follaba a placer, esta vez sí llegando tan dentro como podía y sacando de nuevo mi polla casi por completo para volver a embestir. Sus gemidos cada vez que se la volvía a meter eran más fuertes y ella echaba para atrás su culo en busca de mi polla cuando la sacaba desesperada por volver a sentirla.
En unos minutos, como casi todas las noches, su novio llamó para ver qué tal iba todo y para mi asombro mi cuñada, al igual que la noche anterior cuando llamó mi mujer, alargando la mano para coger su móvil sobre la mesa, habló con él mientras recibía mis embestidas por detrás:
—Hola Miguel... ahhh —contestó sin poder reprimir un gemido al recibir mi polla dentro de ella.
—Sí, bien, es que ahora estaba metida hasta el fondo con otro tema. ¿El día? Bien, algo distraída en el hotel… pero en casa no me da tiempo porque tengo muchas cosas por hacer —seguía hablando con él mientras movía su cintura para atrás follandome ahora ella prácticamente sola.
Después de más de diez minutos de conversación en los que habló con él distraída mientras follábamos, cuando notó que se correría, silenció el altavoz de su móvil y gritó mucho más fuerte que la vez anterior, desfogando toda su excitación. Cuando se recuperó, volvió a la conversación con su novio mientras yo seguía follándola ya desatado por las contracciones de su coño. Estaba chorreando. Noté cómo el orgasmo me recorría a lo largo de la espalda hasta la polla y tan excitado como estaba me salí de dentro de ella y rodeando la mesa me sitúe delante con mi polla a la altura de su cara. Como no necesitábamos palabras, ella entendió en un segundo y sonriente sacó su lengua para rozar la punta de mi polla. Sin ningún remordimiento abandonó sin más el móvil encima de la mesa para meterse la polla tan dentro como su garganta se lo permitía.
La agarré del pelo y enloquecido, me follé literalmente su boca tan fuerte como pude. Ella aguantaba mis embestidas, recibiendo sumisa mi polla en su garganta mientras su saliva le caía por su barbilla y ya resbalaba por el cuello. Su novio debía oír las arcadas que Alicia no podía reprimir mientras sentía mi polla golpearla pero ajeno a la situación seguíamos escuchando su voz por el móvil. En breve, me corrí en un orgasmo intenso mezcla de las sensaciones en mi polla y los sentimientos de satisfacción plena por la compenetración con mi cuñada. Éramos dos cuerpos en celo que habíamos encontrado lo que nuestro deseo llevaba buscando probablemente toda la vida y no pensábamos dejarlo escapar.
Recibió en su boca y en su cara mi corrida y comprobé su semblante de felicidad. Me miraba entre excitada y agradecida por mi comportamiento, entendí que salvaje de deseo puro. Mientras oíamos a su novio preguntando si todavía seguía allí o el móvil había perdido conexión, cuando acabó con mi polla, se levantó y ambos de la mano nos subimos a dormir. Ni se molestó en despedirse de su novio o apagar el móvil, simplemente hipnotizada se olvidó del teléfono y subimos. Al llegar a la cama, abrazados tan juntos como podíamos, caímos en un sueño profundo.
A la mañana siguiente, sábado, al despertarnos todavía abrazados y sabiendo que tendríamos todo el fin de semana por delante, decidimos ir a comprar algo de comida que necesitábamos y para después poder “descansar” el fin de semana en casa. Ella se levantó al baño y al quedarme sólo empecé a recordar lo sucedido la noche anterior y claro, enseguida mi polla reaccionó y sin pensarlo ni un segundo me dirigí hacia el baño.
Ella estaba todavía sentada en el váter, con las piernas abiertas, desnuda y acabando su meada. Al verme llegar con la polla enhiesta y acercarme a ella, sonrió. En cuanto le puse la polla a la altura de sus labios la engullió con la misma devoción que la noche anterior y cuando notó que ya estaba bien embadurnada de saliva, se levantó para sentarse de nuevo sobre la encimera del cuarto de baño y abierta de piernas se abrió los labios del coño con sus dedos, invitándome a penetrarla. Allí mismo la follé en el baño hasta que ambos nos saciamos en un orgasmo.
Pasamos el fin de semana en casa, juntos la mayor parte del tiempo así como los siguientes días. Nos acostumbramos el uno al otro de tal forma que sólo estábamos satisfechos cuando nos teníamos cerca. Durante el trabajo mi mente conseguía concentrarse en el software y ordenador, pero mi cuerpo anhelaba el tacto de su piel. Nuestra ansiedad al pasar el día separados alcanzaba límites insospechados. Ese mismo lunes, tras pasar el fin de semana juntos, cuando llegaba a casa sólo pensaba en volver a acariciar su precioso culo. Al entrar la ví en la cocina haciendo la cena, desnuda.
—¿Qué tal el día cuñado? —me preguntó.
—Bien, pero tengo bastante hambre —respondí mientras me desvestía.
Ella sonrió y dándose la vuelta para seguir con la cena me ofreció una vista perfecta de su culo. Cuando acabé de quitarme la ropa, me acerqué por detrás a ella, me arrodillé con ansiedad incontrolable que recorría todo mi cuerpo y se hacía insoportable. Sólo cuando tuve mi nariz enterrada en su culo y mi lengua hurgaba en su coño logré calmar mis pulsaciones. Poco a poco, mientras recorría mi lengua alrededor del agujero de culo, fui encontrando la paz que había perdido por unas horas separado de ella. Ella apoyó sus manos en el borde de encimera y echó su culo para atrás. Mi saliva encharcaba ya su culo, resbalando por sus piernas, y noté como su piel se empezó a erizar desde sus pies y su cuerpo agitarse poco a poco hasta alcanzar un orgasmo entre gritos que la hizo tambalearse hasta caer al suelo. Se mantuvo allí, tirada en el suelo descompuesta y agotada por el orgasmo, susurrando:
—Sí que tenías hambre cuñado, ¿estás ya mejor? —me preguntó.
A mi lado desparramada en el suelo de la cocina, con su culo a mi disposición totalmente encharcado con mi saliva y sus flujos, y mi polla a explotar desde que entré por la puerta, me incorporé levemente y apoyando mi polla en la entrada de su precioso culo la fui metiendo poco a poco hasta que su esfínter se acomodó a la perfección al grosor de ella y entró por completo. Apoyé mi cuerpo encima de su espalda y surrándola al oído:
—No —le contesté ahora firmemente mientras ella sólo acertaba a gemir.
Levantaba mi cintura lo justo para que mi polla saliera apenas unos centímetros de su culo para volver a dejar caer todo mi peso sobre ella y metiéndosela tan dentro que notaba cómo le llenaba todo su culo. En apenas unas embestidas, vacié toda la leche que llevaba acumulando durante el día, descargando sin parar dentro de ella, sintiendo cómo ambos nos quemábamos con el calor mi semen. Ahora sí, satisfecho y feliz me tiré agotado en el suelo a coger aire. Nos quedamos así hasta que recuperamos las fuerzas y después como siempre, sin ni siquiera limpiarnos, nos dispusimos a cenar y hablar divertidamente. El morbo de ver cómo recogía el semen que salía de su culo para saborearlo después mientras hablaba primero con su novio y luego con su madre, mi suegra, provocó que al igual que casi todas las noches, acabara dejando la conversación a medias y juntos nos subiéramos a mi cama a dormir, follar o abrazarnos hasta el amanecer.
Pasamos la semana de la misma forma que la anterior. Trabajando durante el día y cuando llegábamos a casa, dando rienda suelta a nuestros deseos. Sin embargo, ese fin de semana, a pesar de los deseos inexpresados de los dos, ambos teníamos que viajar a Madrid para ver a nuestras respectivas familias. El jueves antes de viajar al día siguiente, ambos notamos una ansiedad especial por reconocer nuestros cuerpos que pasarían un par de días distanciados. Esa noche, a pesar de continuos magreos y manoseos de los dos en nuestros cuerpos, de probar ambos el sabor de nuestros sexos, queríamos de alguna forma probar las sensaciones que nos depararían durante el fin de semana sin poder follar juntos. No duró demasiado porque mientras subíamos por la escalera de la mano a dormir, ella tropezó ligeramente y al abrazarla para que no cayera, coincidiendo mi polla junto a su sexo, con un irrefrenable ligero movimiento se la metí. No pudimos ni quisimos controlarlo y allí mismo en la escalera, abierta de piernas sobre uno de los escalones, la follé hasta que ambos explotamos en un orgasmo que por fin hizo de calmante.
En el avión, sentado uno junto al otro, no separamos nuestras piernas y manos en todo el viaje, y alternamos nuestra conversación con interminables morreos. Aún en el taxi, de camino a nuestras respectivas casas, mientras nos deseábamos buen fin de semana y hablábamos como si tal cosa, tenía mi mano completamente manoseando su encharcado coño y ella acariciaba mi polla con su mano dentro del pantalón. Cuando llegamos a su portal, ya en Madrid, nos despedimos retirando con malestar nuestras manos y dándonos un simple beso en la mejilla nos emplazamos hasta el domingo de vuelta.
CONTINUARÁ...
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