Habían aprovechado la ausencia de la mirada controladora de la directora. Había dejado todo ordenado pero los cuerpos de Marissa y German se las arreglaron para hacer caer los informes, arrugar los proyectos de los próximos años y las cartas de peticiones. el terremoto de sus deseos deshacía embestida por embestida, gemido a gemido el orden a los que habitualmente eran sometidos en la oficina. las manos abandonaban los teclados para posarse en la piel de los amantes, la seguridad de las vestimentas sobrias era desafiada por la necesidad urgente de desnudarse mutuamente, lamerse, besarse y finalmente acabarse, derramarse, morirse entre sonrisas cómplices. Ya habría tiempo de seguir fingiendo subordinación.
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