Dos semanas después de lo narrado en Ida y vuelta, yo seguía en lo de Laetitia, alternando intensa actividad profesional diurna e interminables sesiones nocturnas con la incansable dueña de casa. A Fernanda, que estaba en otro lugar de Europa no muy distante, le pareció buena idea visitarme allí. Le pregunté a Laetitia si le parecía bien y, con su talante hospitalario, aceptó encantada. Esto me planteaba un problema (¡un buen problema!), porque naturalmente que el sexo estaba implícito en la visita de Fernanda y yo estaba en pleno romance con Laetitia.
– No te preocupes – me dijo Laetitia, abierta y liberal como siempre –. Aprovechá a dormir con ella que se queda solamente unos pocos días y después podemos seguir con nuestra historia.
“Dormir”, claro. Le señalé el eufemismo y bromeé con la posibilidad de un trío. Me confesó que, a pesar de los años locos en su primera juventud, nunca había tenido sexo con otra mujer.
– Bueno, en realidad – titubeó – creo que una vez pasó algo pero no estaba en mis cabales.
No pregunté más. Sin embargo, la posibilidad de sumarlas en la cama ya se había adueñado de mí. El día que llegaba Fernanda, a quien no veía desde hacía muchos meses, me ausenté de mis tareas profesionales, fuimos hasta la casa, nos dimos una sensual ducha y pasamos un par de horas en retozos sexuales, entre los que insinué mi fantasía, que sabía compartida por ella. No se negó pero lo condicionó, por supuesto, al devenir de los acontecimientos. Llegó Laetitia y hubo calidez y armonía, amables, sutiles y osadas conversaciones. Al momento de irse a la cama, me señaló Laetitia con gestos que acompañase a Fernanda. Eso hice. Tras el primer polvo, pregunté si invitábamos a Laetitia. Como no se decidía, lo dejamos así y seguimos esa noche de a dos.
Al otro día, Fernanda fue a pasear, Laetitia a su trabajo y yo también. De noche fuimos a bailar los tres y, a la vuelta, estábamos bastante desinhibidos. Fuimos a la cama como el día anterior pero, esta vez, pregunté antes del polvo, mientras mis seductoras caricias demolían dudas. “Sí, invitala a ver qué pasa”, dijo Fernanda. No había terminado esa oración cuando yo ya estaba en el otro cuarto con el mensaje. Laetitia también creyó que nada había que perder y volvimos al cuarto grande. Acostados los tres, vestidos apenas con ropa interior (dos prendas ellas, una yo), estábamos muy nerviosos. “Conversemos”, dijo Laetitia. No recuerdo bien qué dijimos pero sí que, mientras hablábamos, empecé a tocar los muslos de ambas. Besé profundamente a Laetitia y mis caricias a Fernanda, que se volvían más atrevidas, la encontraron húmeda y temblando.
¿Cómo siguió todo? No puedo recordar el orden, porque estaba en cielo, con el corazón saliendo del pecho, alternando de interlocutora de besos y caricias, yendo de una a otra de las bocas y cuerpos de mis bellas amigas. En cambio, recuerdo muy bien el momento clave: resolví salir del medio. Me incorporé y quedé arrodillado a los pies de la cama. Ése fue el momento de la conmoción, del terremoto, del vendaval desatado que se llevó todos los prejuicios. Laetitia, más veterana, sonrió y acercó su anhelante boca a la de Fernanda, que la imitó. Pronto estuvieron licuadas en la pasión, intercambiando salivas, recorriendo los palpitantes cuerpos con golosas manos, exponiendo las pieles al quitar sus escasas ropas, entregadas al fuego que las arrasaba.
Ya dije antes, soy mirón. Contemplaba en primer plano un espectáculo de una genuina pasión que les había arrancado tabúes combatidos pero presentes. No se daban tregua, inmersas en las delicias de Safo, relegándome a un rol de tercero. De maravillado tercero. Así y todo, me las ingenié para participar, agregando capa sobre capa de placeres carnales. Aunque era clara la prioridad que ellas se daban mutuamente, no me rechazaron en absoluto. ¿Qué pasó después? ¡Qué no pasó! Profusos orales recíprocos, probando por primera vez otro sabor femenino, manoseos extenuantes, intensas tijeras que, me decían después, les daba una especial sensación al restregar una vulva a la otra. A manera de conclusión de una noche que nos marcó a los tres, escribo estas palabras supremas sobre un sublime momento: Laetitia lamía mi leche en los senos generosos de Fernanda. Después siguió besándola con la boca sucia de mi néctar… ¡Ah!
– No te preocupes – me dijo Laetitia, abierta y liberal como siempre –. Aprovechá a dormir con ella que se queda solamente unos pocos días y después podemos seguir con nuestra historia.
“Dormir”, claro. Le señalé el eufemismo y bromeé con la posibilidad de un trío. Me confesó que, a pesar de los años locos en su primera juventud, nunca había tenido sexo con otra mujer.
– Bueno, en realidad – titubeó – creo que una vez pasó algo pero no estaba en mis cabales.
No pregunté más. Sin embargo, la posibilidad de sumarlas en la cama ya se había adueñado de mí. El día que llegaba Fernanda, a quien no veía desde hacía muchos meses, me ausenté de mis tareas profesionales, fuimos hasta la casa, nos dimos una sensual ducha y pasamos un par de horas en retozos sexuales, entre los que insinué mi fantasía, que sabía compartida por ella. No se negó pero lo condicionó, por supuesto, al devenir de los acontecimientos. Llegó Laetitia y hubo calidez y armonía, amables, sutiles y osadas conversaciones. Al momento de irse a la cama, me señaló Laetitia con gestos que acompañase a Fernanda. Eso hice. Tras el primer polvo, pregunté si invitábamos a Laetitia. Como no se decidía, lo dejamos así y seguimos esa noche de a dos.
Al otro día, Fernanda fue a pasear, Laetitia a su trabajo y yo también. De noche fuimos a bailar los tres y, a la vuelta, estábamos bastante desinhibidos. Fuimos a la cama como el día anterior pero, esta vez, pregunté antes del polvo, mientras mis seductoras caricias demolían dudas. “Sí, invitala a ver qué pasa”, dijo Fernanda. No había terminado esa oración cuando yo ya estaba en el otro cuarto con el mensaje. Laetitia también creyó que nada había que perder y volvimos al cuarto grande. Acostados los tres, vestidos apenas con ropa interior (dos prendas ellas, una yo), estábamos muy nerviosos. “Conversemos”, dijo Laetitia. No recuerdo bien qué dijimos pero sí que, mientras hablábamos, empecé a tocar los muslos de ambas. Besé profundamente a Laetitia y mis caricias a Fernanda, que se volvían más atrevidas, la encontraron húmeda y temblando.
¿Cómo siguió todo? No puedo recordar el orden, porque estaba en cielo, con el corazón saliendo del pecho, alternando de interlocutora de besos y caricias, yendo de una a otra de las bocas y cuerpos de mis bellas amigas. En cambio, recuerdo muy bien el momento clave: resolví salir del medio. Me incorporé y quedé arrodillado a los pies de la cama. Ése fue el momento de la conmoción, del terremoto, del vendaval desatado que se llevó todos los prejuicios. Laetitia, más veterana, sonrió y acercó su anhelante boca a la de Fernanda, que la imitó. Pronto estuvieron licuadas en la pasión, intercambiando salivas, recorriendo los palpitantes cuerpos con golosas manos, exponiendo las pieles al quitar sus escasas ropas, entregadas al fuego que las arrasaba.
Ya dije antes, soy mirón. Contemplaba en primer plano un espectáculo de una genuina pasión que les había arrancado tabúes combatidos pero presentes. No se daban tregua, inmersas en las delicias de Safo, relegándome a un rol de tercero. De maravillado tercero. Así y todo, me las ingenié para participar, agregando capa sobre capa de placeres carnales. Aunque era clara la prioridad que ellas se daban mutuamente, no me rechazaron en absoluto. ¿Qué pasó después? ¡Qué no pasó! Profusos orales recíprocos, probando por primera vez otro sabor femenino, manoseos extenuantes, intensas tijeras que, me decían después, les daba una especial sensación al restregar una vulva a la otra. A manera de conclusión de una noche que nos marcó a los tres, escribo estas palabras supremas sobre un sublime momento: Laetitia lamía mi leche en los senos generosos de Fernanda. Después siguió besándola con la boca sucia de mi néctar… ¡Ah!
12 comentarios - Décadas de sexo (19): Las dos
Es una de mis fantasías