Déjate llevar por un desconocido
Nos conocimos en un centro comercial, como en la película ‘Enamorarse’ de Meryl Streep y Robert de Niro, pero en la realidad. No me pidáis muchos detalles, pero era de esos días que sales a cazar, inconscientemente, pero a cazar. Eran las doce del mediodía, cervecita, miradas, “¿te importaría pasarme las servilletas?” y, aunque estás casada y probablemente el también, abres la mente y comienzas a fijarte: alto, pelo castaño, cuerpo atlético, bastante más alto que tú. Te sientes como una reina mora poniéndole ojitos, por no hablar de Fátima cuando Morey la mira a los ojos (y, sí, me refiero a la serie El Príncipe) en esas escenas en las que no sabes cuál de los dos te gusta más.
No recuerdo exactamente quién dijo qué pero, me vi comiendo con un desconocido que me contaba su vida, me hacía reír y, al acabar el postre, dice, con esos ojos verdes: “¿vamos a un hotel?” Tu corazón se pone a cien y antes de pensarlo dices “Sí”. Sabes que es peligroso, que no le conoces, que podría ser un sádico, todos esos pensamientos que te han inculcado de pequeña para que seas una mujer precavida, responsable, discreta, pero no te importa: hoy juegas tú y te arriesgas, montas en su coche y te dejas llevar hasta un hotel.
Cuando entras en la habitación sientes que lo único que puedes hacer es desnudarte y aplacar el deseo, la ansiedad y el morbo que te produce esa situación. ¿Y que hace él? Te dice que no vayas tan deprisa, “déjame que te desnude yo”. Completamente vestido, se acerca a ti y comienza a desabrocharte la blusa, despacio, con suavidad, mientras tus manos hacen otro tanto, aunque lo que querrías es morderle la camiseta y sacársela como un animal. Sin embargo, te dejas porque no le conoces y tu turno ya llegará. Sigue con tu falda y tus medias, y acaba tumbándote en la cama mientras observas su cuerpo desnudo y ves que su pene es enorme; su piel, blanca y suave. ¿Qué Dios es éste?
Comenzamos a enredar nuestros cuerpos, a besarnos, a acariciarnos. No hay reglas. Me hace subir hasta el clímax para penetrarme y volverme a soltar y, cuando me suelta, mi boca muerde su pene con rabia, con destreza, con voracidad.
“¡Penétrame otra vez!”, le digo, y él lo hace hasta que no puedo más. Entonces coge mi blusa y dice: “túmbate boca arriba, voy a taparte los ojos, no tiembles, confía en mí”, y tú cedes aunque no ves nada y el terror aparece en tu mente. Comienzas a sentir besos esparcidos por todo tu cuerpo, en los pies, en un pecho, en el estómago, en tu sexo después, y no eres capaz de intuir donde será el siguiente. ¡Dame más!
Volvimos a hacer el amor una vez más, nos duchamos, nos vestimos y nos dijimos adiós. Era bombero, estaba casado y se llamaba Juan, sólo estaba de paso por mi ciudad. ¿Volvimos a vernos? Eso te lo contaré otro día.
4 comentarios - Relato erótico: Déjate llevar
gracias