Debo confesar que no me quise convertir en delincuente, solo admito que mi condición de voyeur me llevo a límites que no creí que jamás alcanzaría. No se entienda como una apología del delito sino el vuelco que ha tenido mi vida a partir de la irrupción del teléfono celular como cámara de fotos y en la forma en que se vuelca en ellos toda la energía de nuestra potencia sexual. Así un día encontré tirado un celular luego de un arrebato a una pendeja de unos 25 o 26 años y fui directamente a la galería de Android. Para mi sorpresa la muchacha tenía un montón de fotos de ella en bolas las que llamamos selfies y además un montón de fotos de sus juegos sexuales con su pareja. Así es como empecé a mirar y entusiasmarme con el tema. Los beneficios no fueron para la Manuela, sino para mi esposa que se ligó una cogida de dioses por mi estimulo de esa pendeja fantástica que ante el espejo del baño o en la habitación del hotel mostraba sus tetas o fotos tragándose una terrible verga.
Este fue el punto de inflexión, fue así que me dedique a sustraer celulares. Primero fue la obsesión de aquellas amigas de mi mujer que los dejaban a la vista en casa y se distraían en alguna tarea domestica que olvidaban de que lo traían. Me llamo la atención que no pusieran un pin para su acceso, se ve que esta práctica es tan sencilla que ya nadie tiene el pudor de que violen su intimidad.
Caras enlechadas, pijas taladrando el orto, pajas brutales y algunos videos donde la mano amateur de las mujeres o la cesión del celular a sus parejas dejaban grabadas escenas inmaculadas.
Un día en el subte y a un miñón infernal, sustraje mi primer celular. Para mi decepción no había nada, a partir de ahí se hizo una búsqueda incesante. Algo en lo que no media el riesgo.
Fueron llegando sin yo percibirme de que era lo que estaba haciendo, fotos cada vez más prohibidas. Bellas mujeres, bagres o cualquier vinagre, empezaron a sucederse en mi larga lista de cosas que había conseguido.
Puedo asegurar que cada una de ellas me provoca morbo. No podía llegar a creer que hubiera tanta sustancia sexual en las memorias de los teléfonos de estas chicas. Como a los dos meses cayo a mis manos el celular de una madura. Una maravilla su falta de límites y algo hermoso viendo como su culo recibía un terrible perico del tamaño de un puño que no entendía como no se le desgarraba el esfínter.
Algunos videos las sentía hablar. Me deliraba. Maravillas de cosas que dicen: Haceme la colita eran las más suaves, rómpeme el culo, dámela toda en la boca, acabame las tetas. Fueron algunas cosas que mi morbo fue aplacado con esta búsqueda infernal de celulares nuevos. No puedo hacer una estadística pero puedo asegurar que 8 de cada 10 de ellos tienen fotos exquisitas. Y casi mitad por mitad, fotos de pornografía amateur.
Es así que me convertí en un voyeur empedernido y no puedo parar. Mi mujer replantea las razones de mi repunte sexual y critica las cosas locas que le pido, no solo en las prácticas sexuales sino también en los disfraces.
Lo peor que aumenta el riesgo y no puedo parar.
Este fue el punto de inflexión, fue así que me dedique a sustraer celulares. Primero fue la obsesión de aquellas amigas de mi mujer que los dejaban a la vista en casa y se distraían en alguna tarea domestica que olvidaban de que lo traían. Me llamo la atención que no pusieran un pin para su acceso, se ve que esta práctica es tan sencilla que ya nadie tiene el pudor de que violen su intimidad.
Caras enlechadas, pijas taladrando el orto, pajas brutales y algunos videos donde la mano amateur de las mujeres o la cesión del celular a sus parejas dejaban grabadas escenas inmaculadas.
Un día en el subte y a un miñón infernal, sustraje mi primer celular. Para mi decepción no había nada, a partir de ahí se hizo una búsqueda incesante. Algo en lo que no media el riesgo.
Fueron llegando sin yo percibirme de que era lo que estaba haciendo, fotos cada vez más prohibidas. Bellas mujeres, bagres o cualquier vinagre, empezaron a sucederse en mi larga lista de cosas que había conseguido.
Puedo asegurar que cada una de ellas me provoca morbo. No podía llegar a creer que hubiera tanta sustancia sexual en las memorias de los teléfonos de estas chicas. Como a los dos meses cayo a mis manos el celular de una madura. Una maravilla su falta de límites y algo hermoso viendo como su culo recibía un terrible perico del tamaño de un puño que no entendía como no se le desgarraba el esfínter.
Algunos videos las sentía hablar. Me deliraba. Maravillas de cosas que dicen: Haceme la colita eran las más suaves, rómpeme el culo, dámela toda en la boca, acabame las tetas. Fueron algunas cosas que mi morbo fue aplacado con esta búsqueda infernal de celulares nuevos. No puedo hacer una estadística pero puedo asegurar que 8 de cada 10 de ellos tienen fotos exquisitas. Y casi mitad por mitad, fotos de pornografía amateur.
Es así que me convertí en un voyeur empedernido y no puedo parar. Mi mujer replantea las razones de mi repunte sexual y critica las cosas locas que le pido, no solo en las prácticas sexuales sino también en los disfraces.
Lo peor que aumenta el riesgo y no puedo parar.
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