Esta historia es sólo un sueño erótico que he tenido.
Pasó hace mucho tiempo atrás. Una familia comandaba los destinos de un pequeño poblado del sur de Italia. Los Freccieri, así se llamaban, habían tenido el poder por un siglo, y se había dictado por decreto de que se heredaría a la persona de ese clan que estuviese más apta. Maria y Carlo eligieron a su hijo Mario para que asuma, a pesar de los 19 años que apenas tenía. Él era absolutamente antipático y vago, y nunca le fue tan bien en la escuela. Tenía una característica notable: era un hombre muy apuesto (rubio de ojos verdes) y las mujeres morían por él. Pero Mario era gay y no quería aún notificarlo a su población. Cuando él tenía una novia se realizaban celebraciones con vino, baile y música, pero le duraban poco. Cada una de ellas casi siempre lo descubría durmiendo con alguno de sus amigos varones, y él manifestaba su pánico. Casi muere cuando salió con una de las hijas del jefe de la mafia local, porque Don Maggio lo amenazó con arrojarlo al río si no desaparecía de allí.
Ni bien tomó posición del cargo, entró en rebeldía. Hacía uso de su egolatría característica para hacer lo que quisiera. Tenía sólo empleados y siervos hombres y ellos le rendían absoluta alabanza (pero en realidad, lo deseaban más que lo que el género femenino). Para ellos, él era como un dios para los mortales, de cuerpo perfecto, querían verlo posar como un kouros (desnudo y mirando hacia el frente) y a escondidas de él, a pesar de que lo sabía, se juntaban para masturbarse en su nombre. En los gimnasios de la ciudad había una política heredada de Grecia y Roma: el cuerpo era significado de belleza y era correcto que sean exhaustivas las jornadas para modelarlo y que fuese sin ropas. Allí iba a lucirse, quería que lo miraran y que se calienten pensando en él. Aprovechaba también para observar a los demás, sobre todo cuando estaban de pie y exhibían sus abdominales, o cuando en las duchas, el agua se encargaba de loar a esos adonis, y por supuesto, a sus miembros viriles estrechos que imaginaban alguna vez poseer. De vuelta del gimnasio hacia el palacio de gobierno, sus tres fieles siervos lo despojaron de prendas y lo abanicaron con grandes hojas de árbol, sabiendo que nadie entraría hasta mañana. Repentinamente llega Lorenzo, un chico que había dejado el pueblo para ir hacia Roma y estaba de paseo por su lugar de origen. Él conocía a Mario, habían asistido al mismo colegio pero nunca se habían llevado bien del todo. Cuando lo vio pancho por su casa trató de disimular que estaba desnudo y lo miró fijo, señal obligatoria de respeto en aquellos tiempos. Le dio la mano y mediaron unas cuantas palabras, lo felicitó por asumir el nuevo cargo y le pidió si tenía algún lugar para quedarse a dormir, porque todos los hoteles estaban ocupados. El reciente soberano local aceptó y le pidió a uno de sus súbditos que lo acompañe. Lorenzo habló con él y le dijo que se había excitado mucho al verlo así; el servil le dijo que aquí era normal eso, que no habría quién que no se excite al contemplar la desnudez del heredero. En secreto le dijo que preparaba un discurso para hacer pública su homosexualidad, pero que aguardaría un tiempo para decirlo. Entonces, el otro joven ingresó a la habitación que le concedieron y se desvistió en la cama para hacer lo mismo que hacían los siervos: auto satisfacerse pensando en ese hombre que hace mucho le llamaba la atención. Un día, Mario estaba en una gran bañera en silencio, realizándose un baño de inmersión. Al no oír ruidos, su antiguo compañero entra y lo encuentra allí. Pide perdón y casi sale, pero el mandamás le dice que se quede. Lorenzo no aguantó y confesó sus fantasías más íntimas: se sacó la parte superior de la vestimenta y tomó una esponja. Comenzó a pasársela al otro por el cuello, luego por los músculos de los brazos, los abdominales (donde repitió el movimiento 20 veces, porque los idolatraba) y obviamente, por el pene y los testículos. Estaban ambos tan excitados que empezaron a gemir en simultáneo, e hizo que se liberara el líquido preseminal de los genitales de Mario. El visitante no aguantó mas y se sacó todo para hacer uso de sus labios carnosos y succionar el pene como si fuese un alimento sagrado y primordial para la vida. Lo hizo hasta que acabó en su boca una espesa cantidad de esperma y decidió deglutirla sin dudar. Se sentó sobre el mismo miembro que había lamido y comenzó a moverse mientras sentía como le apretaban fuerte las nalgas y también le pegaban ahí. Se sostuvo de los hombros del otro joven con una mano, se besaron y con la otra mano acariciaba como un desesperado los abdominales. Para ambos ese placer debía ser infinito, pero nada es para siempre y acabaron en el mismo momento. Mario eyaculó dentro del ano de Lorenzo (6 veces), y éste sobre el abdomen del otro (sin tocarse, y 5 veces seguidas). Cuando terminaron, se desplomaron en el agua caliente y se abrazaron, para iniciar una charla sobre todo lo que no se habían contado desde el inicio de la visita, y pactaron una próxima cita para esa misma noche.
Cuando iba hacia su habitación, a Lorenzo lo sorprende el heredero por la espalda, y con mucha cautela, ingresan a la habitación del primero. Casi sin hablar, se desvisten ambos y el último comienza a introducirle el pene boca abajo en la cama. Los gritos son interminables, y tratan de ser sigilosos, a pesar de que los serviles estaban oyendo en el cuarto de al lado, y se reunieron para alabar a su amo en la intimidad con sus manos. Los amantes ahora habían cambiado de posición, para verse a los ojos y comerse la boca de una forma pasional, como si realmente sintiesen algo más que eso, pero el sexo dominaba sus pensamientos y esto era una consecuencia de esa fiebre. Cuando el amo acabó lo hizo en el torso de su compañero, pero quería hacerle un regalo a Lorenzo, que amaba los chirlos. Estando muy a punto caramelo, se sentó al borde de la cama con el otro joven acostado en sus rodillas, y le pegó muy fuerte unas 20 veces. Al otro le gustaba sentir la firmeza del pene, por lo que a cada nalgada, sentiría una mayor excitación por el roce. Cuando llegó la vez 21, acabaron ambos por la agresividad de la punición, para expulsar sus fluidos en cantidades importantes y tuvieron un orgasmo que casi los mata de placer a ellos, y también a los chismosos que estaban del otro lado. El nuevo jefe del pueblo lo tomó al joven y lo metió en la cama, se subió sobre él y durmieron así: sin ropas y en paz. Se acariciaban mucho la espalda y las piernas, y Lorenzo manifestaba un poquito de dolor por las nalgadas, pero lo olvidó pronto. A la mañana siguiente, la cama había quedado casi vacía. Al huésped lo dejaron durmiendo solo y esperaba encontrarse con su amante, pero estaba en el gimnasio realizando sus labores físicas matutinas. Le dejó una pequeña esquela prometiéndole que esa noche, sólo si se lo permitía, lo haría suyo otra vez.
Fin.
Pasó hace mucho tiempo atrás. Una familia comandaba los destinos de un pequeño poblado del sur de Italia. Los Freccieri, así se llamaban, habían tenido el poder por un siglo, y se había dictado por decreto de que se heredaría a la persona de ese clan que estuviese más apta. Maria y Carlo eligieron a su hijo Mario para que asuma, a pesar de los 19 años que apenas tenía. Él era absolutamente antipático y vago, y nunca le fue tan bien en la escuela. Tenía una característica notable: era un hombre muy apuesto (rubio de ojos verdes) y las mujeres morían por él. Pero Mario era gay y no quería aún notificarlo a su población. Cuando él tenía una novia se realizaban celebraciones con vino, baile y música, pero le duraban poco. Cada una de ellas casi siempre lo descubría durmiendo con alguno de sus amigos varones, y él manifestaba su pánico. Casi muere cuando salió con una de las hijas del jefe de la mafia local, porque Don Maggio lo amenazó con arrojarlo al río si no desaparecía de allí.
Ni bien tomó posición del cargo, entró en rebeldía. Hacía uso de su egolatría característica para hacer lo que quisiera. Tenía sólo empleados y siervos hombres y ellos le rendían absoluta alabanza (pero en realidad, lo deseaban más que lo que el género femenino). Para ellos, él era como un dios para los mortales, de cuerpo perfecto, querían verlo posar como un kouros (desnudo y mirando hacia el frente) y a escondidas de él, a pesar de que lo sabía, se juntaban para masturbarse en su nombre. En los gimnasios de la ciudad había una política heredada de Grecia y Roma: el cuerpo era significado de belleza y era correcto que sean exhaustivas las jornadas para modelarlo y que fuese sin ropas. Allí iba a lucirse, quería que lo miraran y que se calienten pensando en él. Aprovechaba también para observar a los demás, sobre todo cuando estaban de pie y exhibían sus abdominales, o cuando en las duchas, el agua se encargaba de loar a esos adonis, y por supuesto, a sus miembros viriles estrechos que imaginaban alguna vez poseer. De vuelta del gimnasio hacia el palacio de gobierno, sus tres fieles siervos lo despojaron de prendas y lo abanicaron con grandes hojas de árbol, sabiendo que nadie entraría hasta mañana. Repentinamente llega Lorenzo, un chico que había dejado el pueblo para ir hacia Roma y estaba de paseo por su lugar de origen. Él conocía a Mario, habían asistido al mismo colegio pero nunca se habían llevado bien del todo. Cuando lo vio pancho por su casa trató de disimular que estaba desnudo y lo miró fijo, señal obligatoria de respeto en aquellos tiempos. Le dio la mano y mediaron unas cuantas palabras, lo felicitó por asumir el nuevo cargo y le pidió si tenía algún lugar para quedarse a dormir, porque todos los hoteles estaban ocupados. El reciente soberano local aceptó y le pidió a uno de sus súbditos que lo acompañe. Lorenzo habló con él y le dijo que se había excitado mucho al verlo así; el servil le dijo que aquí era normal eso, que no habría quién que no se excite al contemplar la desnudez del heredero. En secreto le dijo que preparaba un discurso para hacer pública su homosexualidad, pero que aguardaría un tiempo para decirlo. Entonces, el otro joven ingresó a la habitación que le concedieron y se desvistió en la cama para hacer lo mismo que hacían los siervos: auto satisfacerse pensando en ese hombre que hace mucho le llamaba la atención. Un día, Mario estaba en una gran bañera en silencio, realizándose un baño de inmersión. Al no oír ruidos, su antiguo compañero entra y lo encuentra allí. Pide perdón y casi sale, pero el mandamás le dice que se quede. Lorenzo no aguantó y confesó sus fantasías más íntimas: se sacó la parte superior de la vestimenta y tomó una esponja. Comenzó a pasársela al otro por el cuello, luego por los músculos de los brazos, los abdominales (donde repitió el movimiento 20 veces, porque los idolatraba) y obviamente, por el pene y los testículos. Estaban ambos tan excitados que empezaron a gemir en simultáneo, e hizo que se liberara el líquido preseminal de los genitales de Mario. El visitante no aguantó mas y se sacó todo para hacer uso de sus labios carnosos y succionar el pene como si fuese un alimento sagrado y primordial para la vida. Lo hizo hasta que acabó en su boca una espesa cantidad de esperma y decidió deglutirla sin dudar. Se sentó sobre el mismo miembro que había lamido y comenzó a moverse mientras sentía como le apretaban fuerte las nalgas y también le pegaban ahí. Se sostuvo de los hombros del otro joven con una mano, se besaron y con la otra mano acariciaba como un desesperado los abdominales. Para ambos ese placer debía ser infinito, pero nada es para siempre y acabaron en el mismo momento. Mario eyaculó dentro del ano de Lorenzo (6 veces), y éste sobre el abdomen del otro (sin tocarse, y 5 veces seguidas). Cuando terminaron, se desplomaron en el agua caliente y se abrazaron, para iniciar una charla sobre todo lo que no se habían contado desde el inicio de la visita, y pactaron una próxima cita para esa misma noche.
Cuando iba hacia su habitación, a Lorenzo lo sorprende el heredero por la espalda, y con mucha cautela, ingresan a la habitación del primero. Casi sin hablar, se desvisten ambos y el último comienza a introducirle el pene boca abajo en la cama. Los gritos son interminables, y tratan de ser sigilosos, a pesar de que los serviles estaban oyendo en el cuarto de al lado, y se reunieron para alabar a su amo en la intimidad con sus manos. Los amantes ahora habían cambiado de posición, para verse a los ojos y comerse la boca de una forma pasional, como si realmente sintiesen algo más que eso, pero el sexo dominaba sus pensamientos y esto era una consecuencia de esa fiebre. Cuando el amo acabó lo hizo en el torso de su compañero, pero quería hacerle un regalo a Lorenzo, que amaba los chirlos. Estando muy a punto caramelo, se sentó al borde de la cama con el otro joven acostado en sus rodillas, y le pegó muy fuerte unas 20 veces. Al otro le gustaba sentir la firmeza del pene, por lo que a cada nalgada, sentiría una mayor excitación por el roce. Cuando llegó la vez 21, acabaron ambos por la agresividad de la punición, para expulsar sus fluidos en cantidades importantes y tuvieron un orgasmo que casi los mata de placer a ellos, y también a los chismosos que estaban del otro lado. El nuevo jefe del pueblo lo tomó al joven y lo metió en la cama, se subió sobre él y durmieron así: sin ropas y en paz. Se acariciaban mucho la espalda y las piernas, y Lorenzo manifestaba un poquito de dolor por las nalgadas, pero lo olvidó pronto. A la mañana siguiente, la cama había quedado casi vacía. Al huésped lo dejaron durmiendo solo y esperaba encontrarse con su amante, pero estaba en el gimnasio realizando sus labores físicas matutinas. Le dejó una pequeña esquela prometiéndole que esa noche, sólo si se lo permitía, lo haría suyo otra vez.
Fin.
2 comentarios - No hay excepciones... (relato gay)
Ojala que todos se animaran a contar sus experiencias o fantasias
Y ojala que la comunidad se comporte a la altura