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Historias Reales - Cap. IV

HISTORIAS REALES - CAPÍTULO IV.
(Los nombres han sido cambiados)

Un buen chapuzón en el jacuzzi previo a los whiskies que nos esperaban, nos devolvió energías… En un suspiro me comenta:
- Mi amor… Hacía tanto tiempo que no la pasaba tan bien…
- ¿Cómo ‘mi amor’? Creí que esto no era más que un touch&go…
- Si, el primero… -acota antes de estallar en una carcajada, que acompañé-.
- Okey, me gusta la idea. Pero sin compromisos, ni boludos mensajitos por celular… Ninguna pendejada –limité-.
- Por supuesto. A mí en particular no me cambia nada. Pero no te borres, te lo pido por favor –me suplicaba al oído mordiéndome la oreja-.

Así fue. Ninguno de los dos se borró. Por el contrario, durante algún tiempo, dos o tres meses quizás, nos volvíamos a encontrar más o menos una vez por semana. Siempre, obviamente, el motivo era el sexo; que dicho sea de paso aumentaba en intensidad con el tiempo. A medida que íbamos tomando confianza a los encames se iban sumando disfraces, posiciones, videos, juguetes. Le fascinaba que la penetre por el culo mientras se masturbaba con un vibrador hasta alcanzar el orgasmo.
Un día, ya habiendo tomado toda la confianza del mundo, en su casa, los dos en bolas relajados en la cama, se da este diálogo:
- ¿Sabés? –empieza no con mucha seguridad-, le hablé de vos y tu existencia a Clarisa.
Tras disipar las dudas del caso, supe que Clarisa era la menor de las tres hermanas de su exmarido con quien –a pesar de la separación- seguía manteniendo una muy buena relación. También que Clarisa era bastante más joven que nosotros, soltera, vivía sola en un depto en La Plata, que era casi su mejor amiga y confidente, que la acompañaba siempre en su rutina de Pilates, y que por lo que describía estaba muy cogible. Hasta me confesó que alguna vez no muy lejana en el tiempo habían tenido algún tipo de relación que iba más allá de la amistad…
- ¿Entonces?
- Te quiere conocer.
- ¡Dejate de joder! Primero se presentan las amigas, después los padres y terminamos en un casorio de blanco…
- ¡Dejá de decir boludeces! –interrumpe-. Esto es distinto…
- ¿Distinto? Es el más obvio de los primeros pasos al altar…
- ¡Pará, boludo! No es fácil pero dejame explicarte. Sabés que con Clari me llevo muy bien, le cuento todo, absolutamente todo y también sabés que nos gustamos. Hace un par de noches vino a cenar y conoció con lujo de detalles cada uno de nuestros encuentros. A la pende se le hacía agua la boca y como es un poco zarpadita no titubeó cuando me propuso un trío…
La cosa me estaba empezando a gustar.
- … así que como a mí me gustan los dos acepté con la condición de consultarte y que estés de acuerdo. Te podés imaginar, pedazo de pelotudo –silabeando el insulto-, que si estuviera pensando en casamiento no te iba a proponer esto…
Intentando vanamente disimular mi entusiasmo, agregué:
- Yo no tengo reparos; es más, te ofrezco un HMHM, traigo un amigo y nos enfiestamos los cuatro.
- ¡Mucho mejor! –se animó-. Ella no va a tener problemas. ¿Y quién sería el cuarto?
Mientras imaginaba lo putita que debía ser esta pendeja y de la cantidad de polvos que le echaría pensé en el Gallego. Se lo describí físicamente, le conté algo de él, de su estilo de vida, de su aberración a las relaciones formales… Además confiaba en que el Gaita no me iba a dejar a pata y se prendería de primera. Todo encajaba y estuvimos de acuerdo. La fecha sería el próximo viernes y el lugar el derpa de Clarisa.

El lunes, como casi todos los días de oficina, salimos con Manuel y Ricardo a almorzar, rutinariamente, el menú del día en el boliche de la vuelta. Ricardo hojeaba distraídamente el Clarín mientras comentábamos la fecha del fútbol del domingo. La foto del zapatazo de Higuaín clavándola en el ángulo contrario de River le recordó a Ricardo que necesitaba un nuevo par de zapatillas: el sábado, una de sus viejas Topper había perdido la suela en la semifinal de paddle del club. Así que comió rápidamente y nos dejó con tres cafés para compartir con Manuel.
Aproveché entonces para narrarle lo del fin de semana y presentarle la propuesta. No tardó ni medio segundo en agarrar viaje.
- Pero Juan, ¿cómo no te voy a hacer la gamba? Ni lo dudes ¡Es el sueño del pibe!... Che, ¿y vale todo?
- Todo. Menos que me cojas.
- ¿Con cambiaditas, con todo?
- Con todo.
- ¿Y no te vas a poner celoso?
- ¡Pelotudo!
Fantástico. Quedamos en que en la semana ultimaríamos detalles, pero sabiendo que el viernes rumbearíamos hacia La Plata en mi auto apenas salgamos del laburo.

El tránsito en la autopista era infernal. Hasta el peaje de Hudson en ningún momento llegué a poner la cuarta. El Gallego se preocupaba:
- Che, ¿todos estos no irán a la fiestita, no?
Finalmente, mucho más tarde de lo deseado llegamos a la puerta del edificio de Claudia. Un toque de celular para que baje y quince minutos después la vemos salir. El Gaita no podía creer lo que estaba viendo…
- Loco, ¿esto es lo que te estás comiendo? ¡Qué máquina!
La hija de puta estaba muy de ropa deportiva: zapatillas, polainas, unas calzas negras hiper ajustadas que se le metían en la raja de la concha y le dibujaban un culo entangado de otro mundo, y una remera lila apretada que le subían las tetas asomándoselas por sobre el escote.
No hicieron falta presentaciones porque Manuel se bajó del auto para dejarla sentar adelante y él se pasarse atrás. Me cagué de risa cuando al lado de la puerta abierta del auto el Gallego le estiró la derecha para saludarla y así poder no dejar de contemplar con los ojos desorbitados cómo se le marcaban los pezones duros por la fresca en el tejido de lycra de la remera.
Tras andar algunas cuadras hablando huevadas, nos dimos cuenta que estábamos sin cenar y no teníamos ni una galletita para pasar la noche. El Gallego me pide que le pare en algún almacén y se ofrece para ir a comprar algunas vituallas. Mientras desde el auto veíamos que pagaba algunas muchas botellas, snacks y sanguchitos de miga, Claudia con sorna me dice:
- Con la poronga de tu amigo me voy a hacer un pancho…
- ¿Ya le marcaste el bulto?
- No, pero sé que los flacos como éste tienen la pija que les llega a la rodilla…

Casi cerca de las 21:30 llegamos a destino. Un edificio muy moderno, apenas recién estrenado parecía. Claudia se acerca al portero visor, toca el timbre, dice un par de boludeces y una chicharra nos indica que podemos entrar. El ascensor era tan grande que entraba una cama matrimonial apoyada en sus cuatro patas; calculo que se podía hacer una mudanza en un solo viaje. Piso 16, penthouse. Nos abre la puerta una petiza de no más de 28 añitos que parecía recién llegada del colegio: cabello largo algo despeinado atado a la nuca con un elástico, descalza, con una pollera escocesa de tablitas muy cortita y una camisa blanca desabrochada hasta el pecho con una mitad dentro de la pollera y la otra por fuera, con un aire de cuidada desprolijidad. Se podía adivinar por su abierto escote un par de duros pechos, pequeños y puntiagudos.
El departamento era un monoambiente enorme, un loft, con pisos de madera entarugada y un amplio ventanal que daba a un gran balcón terraza con deck de madera que ocupaba toda la pared del fondo, desde el que se tenía una hermosa vista de la ciudad y sus luces nocturnas. Dada la altura no había otras ventanas vecinas desde donde se nos pudiera ver. A un costado, formando una “L” con el ambiente y separada por una importante barra desayunadora había una muy moderna cocina que era evidente que tenía un mínimo uso. Al lado estaba el baño. Del otro lado, casi en un rincón, sobre el suelo y sin sommier, un gran colchón “King Size” cubierto con un acolchado de plumas y muchas almohadas. También había un mueble bajo donde estaba el equipo de música, la TV y varios CDs desordenados. Y frente a él, como todo mobiliario, infinidad de almohadones de todo tamaño desparramados por el suelo alrededor de una alfombra peluda de lana. El lugar era muy cálido, despojado de inútiles adornos y perfectamente iluminado con una luz muy cálida y tenue.
Tras las presentaciones de rigor, Manuel, como si fuera el anfitrión, desprovisto de un mínimo de vergüenza se dirigió a la cocina con las bolsas que trajo del almacén. Buscó algunos vasos, puso en el freezer un par de champús, sacó hielo que puso en un bowl y volvió con él junto a una botella de vino blanco joven y otra de whisky. Desenroscando la tapa del vino, muy seguro de sí mismo afirmó:
- A este vinito no hay mujer linda que se le resista.
Mientras servía los vasos –muy torpemente, denotando que no estaba acostumbrado a sentarse en almohadones en el suelo- y Claudia buscaba algo de música para escuchar, Clarisa se acomodó a su lado, frente a mí, en posición de Buda con las piernas cruzadas. Desde mi ubicación podía ver como una minúscula tira de tela blanca de su bombachita cubría apenas los labios de su vagina dejando asomar por los lados unos pelitos rebeldes dignos de una hermosa concha natural.
Escuchando de fondo música de saxo, chocamos las copas brindando por la noche que estaba comenzando. Tras el primer sorbo Clarisa confirmó la aseveración del Gaita asegurando que era el vino más rico que jamás había probado; hizo fondo blanco y volvió a llenar su vaso.
El ambiente estaba algo tenso, es cierto, pero tras la segunda copa Clarisa se animó:
- Chicos, vamos, dejémonos de hinchar que todos sabemos por qué estamos acá. Vinieron a pasarla bien y eso es lo que vamos a hacer. –dijo mientras se paraba desabrochando toda su camisa dejando al descubierto unos senos duritos adornados con unos hermosos pezones hinchados color rosa pálido-.
Se acercó al mueble que estaba tras de mí, abrió un cajón y nos propuso:
- Acá dejo una cámara y una filmadora, grabemos todo, ¿si?
- Dale! –se entusiasmó Claudia buscando el botón de REC en la grabadora-
Pude ver que en el cajón además había un vibrador, un consolador de látex de considerables dimensiones y otro más chico con ventosa.
- Muy bien, quiero! Y también dejemos estos chiches a mano… -propuse acomodándolos al lado del televisor-.
Claudia me pasó la cámara pidiéndome que filme e invitó a Clarisa a desarrollar un streep-show lésbico. Entre besos, caricias y lamidas, poco a poco fueron despojándose de las ropas hasta quedar completamente desnudas. Era por demás excitante ver cómo crecían sus pezones mientras acariciaban sus tetas unas con otras, los enormes pechos redondos de Claudia rozaban los rozagantes pezones rosados de su circunstancial amante al tiempo que jugaban con sus lenguas. Entre besos y caricias se acercaron a la cama. Claudia acostada con las piernas abiertas de par en par invitaba a que Clarisa le lamiera la concha ubicada en cuatro patas ofreciendo su sexo a Manuel, quien ya desnudo y al palo no dudó en penetrarla por detrás. Sin dejar de filmar pude quitarme algo de mis ropas, me bajé los pantalones y acerqué mi pene a la cara de Claudia quien masturbándome lo tomó para llevarlo a su boca. Alcancé a estirar el brazo para tomar el vibrador y pajearle el clítoris. Poco tiempo pasó para que alcance su primer orgasmo.
Dejé la cámara encendida en gran angular sobre la mesa y me recosté. Inmediatamente Claudia comenzó a cabalgar sobre mi polla, Manuel arrimó la suya a su dilatado ano y tuvo así una doble penetración. La escena se completaba con Clarisa en cuclillas sobre mi cara ofreciéndome su vulva para chuparla. Era una concha hermosa, joven, peludita, con unos grandes labios carmesí, que gozaba alocadamente con mi juguetear de la lengua por su clítoris. Acabó pronto y cuando advertí que llegaba mi orgasmo rápidamente se ubicó de tal forma de quitar mi pija de la concha de Claudia para masturbarme hasta hacerme acabar y tomar mi leche…

CONTINÚA…

3 comentarios - Historias Reales - Cap. IV

vaan28
Apaaaaa!!!!! Q fiestonga q se armaaa!!!!!
Bichi37
promete...a ver cómo sigue.