Aporto a lo dicho por @RyanNimo y @Lomorocha: Ya me ordeñó excelsamente María pero deja mi pija en su boca. Juega a envolverla con la boa de su lengua, que pasa, atormentándome, por el borde de mi glande. “¡No resisto! ¡Pará!”, le ruego (porque sé que no me va a hacer caso).
Otra en un auto: voy con Fernanda, que maneja por las calles de su ciudad. Al llegar a cada semáforo, nos dedicamos con gran decisión a la exploración de las respectivas bocas con las propias lenguas y a recorrer los cuerpos a mano. ¡Eso no es la palanca de cambios!
Me encantan las embarazadas, porque no necesitan convencerme con palabras de que les gusta el sexo. Son sus propias, redondas formas corporales las que se transforman en un elocuente signo que manifiesta, sin dejar lugar a la menor duda, “¡Me cogieron!”.
Llevando los platos desde la cocina al comedor para una cena bastante concurrida, paso repetidamente al lado de Gracie, que también va y viene. En una de esas ocasiones, me agarra fugaz pero firmemente los bultos. “Me altera verte de short y medias deportivas”, se justifica.
Otro día, aquel bar. Converso con Vicente sobre mi esposa y amante suya, aún de viaje. Samuel sabe de la historia pero igual se escandaliza por nuestras explícitas referencias íntimas a la ausente. “¿Nos estará siendo fiel?” me pregunta Vicente. “Sí…”, digo. Pero no estoy tan seguro.
Antes de la actual riqueza de los recursos informáticos, Fernanda, en Europa, me escribe cartas. No estoy autorizado a copiarlas pero voy a referirme a algún pasaje. Por ejemplo, se despide con una sensual imagen fotocopiada y el texto: “Con todo mi amor y calentura”. ¿No es muy tierno?
Ya les conté: vengo disfrutando solitariamente con mi ano desde mis años adolescentes. Sin embargo, fue María la primera que lo excitó con sus dedos. Otras la siguieron.
Entre las dunas de la playa solitaria, me abalanzo sobre la Beba que se exaspera de pasión ante mi acometida, mal corrido el bikini tanto arriba como abajo. Nos castiga un sol inclemente pero nuestro calor es mayor. Se pierde la vergüenza en la arena. También una zapatilla.
Me siento en el piso del baño a ver cómo María disfruta del bidé, amante de loza de eyaculación precoz pero continua. Se arquea hacia atrás hasta que cabecea hacia adelante, dice incoherencias obscenas, acompaña con sus dedos. Quiere llenar su boca. Acaba, acaba, chupándome poseída.
En el cómodo sofá, Fernanda me monta. Fácil, cálido y húmedo el camino entre sus piernas que lleva a su interior, musical su secuencia de apagados rugidos, estrecho el ano con el que juegan mis dedos. Mira el barrio por la ventana de ese primer piso pero yo no; me ahogo entre sus tetas.
Quiero sacarle fotos eróticas a María. “Estoy vieja”, dice. “Mis tetas, antes tan orgullosas, están caídas, mis nalgas adelgazaron, tengo arrugas…”. Nunca lo serás para mí, mi amor, mientras me inspires el sacrificio de la leche sagrada en tu altar. U otras partes de tu templo, si viene al caso.
Fuera de todo contexto, Adriana me dice sencillamente “Quiero coger”. Veo en su penetrante mirada que está hablando en serio. Sin alternativa a la vista, es evidente que me está hablando a mí. Buscamos dónde puedo cumplir con mi deber. Yo también tengo algo penetrante.
Pasándome el vibrador por la pija, María me pregunta “¿Las otras nenas te hacen esto?”. La invito a que se sume alguna vez. “De noche todos los gatos son pardos”, dice distraídamente.
Amanece en un cuarto de pensión en el invierno europeo. Hace frío, porque no prendimos la calefacción. Me acurruco contra Fernanda, que ronronea. Nuestra temperatura vence a la nieve; salen despedidas las frazadas y veo su enrojecido cuerpo vibrar rítmicamente junto al mío.
Otra en un auto: voy con Fernanda, que maneja por las calles de su ciudad. Al llegar a cada semáforo, nos dedicamos con gran decisión a la exploración de las respectivas bocas con las propias lenguas y a recorrer los cuerpos a mano. ¡Eso no es la palanca de cambios!
Me encantan las embarazadas, porque no necesitan convencerme con palabras de que les gusta el sexo. Son sus propias, redondas formas corporales las que se transforman en un elocuente signo que manifiesta, sin dejar lugar a la menor duda, “¡Me cogieron!”.
Llevando los platos desde la cocina al comedor para una cena bastante concurrida, paso repetidamente al lado de Gracie, que también va y viene. En una de esas ocasiones, me agarra fugaz pero firmemente los bultos. “Me altera verte de short y medias deportivas”, se justifica.
Otro día, aquel bar. Converso con Vicente sobre mi esposa y amante suya, aún de viaje. Samuel sabe de la historia pero igual se escandaliza por nuestras explícitas referencias íntimas a la ausente. “¿Nos estará siendo fiel?” me pregunta Vicente. “Sí…”, digo. Pero no estoy tan seguro.
Antes de la actual riqueza de los recursos informáticos, Fernanda, en Europa, me escribe cartas. No estoy autorizado a copiarlas pero voy a referirme a algún pasaje. Por ejemplo, se despide con una sensual imagen fotocopiada y el texto: “Con todo mi amor y calentura”. ¿No es muy tierno?
Ya les conté: vengo disfrutando solitariamente con mi ano desde mis años adolescentes. Sin embargo, fue María la primera que lo excitó con sus dedos. Otras la siguieron.
Entre las dunas de la playa solitaria, me abalanzo sobre la Beba que se exaspera de pasión ante mi acometida, mal corrido el bikini tanto arriba como abajo. Nos castiga un sol inclemente pero nuestro calor es mayor. Se pierde la vergüenza en la arena. También una zapatilla.
Me siento en el piso del baño a ver cómo María disfruta del bidé, amante de loza de eyaculación precoz pero continua. Se arquea hacia atrás hasta que cabecea hacia adelante, dice incoherencias obscenas, acompaña con sus dedos. Quiere llenar su boca. Acaba, acaba, chupándome poseída.
En el cómodo sofá, Fernanda me monta. Fácil, cálido y húmedo el camino entre sus piernas que lleva a su interior, musical su secuencia de apagados rugidos, estrecho el ano con el que juegan mis dedos. Mira el barrio por la ventana de ese primer piso pero yo no; me ahogo entre sus tetas.
Quiero sacarle fotos eróticas a María. “Estoy vieja”, dice. “Mis tetas, antes tan orgullosas, están caídas, mis nalgas adelgazaron, tengo arrugas…”. Nunca lo serás para mí, mi amor, mientras me inspires el sacrificio de la leche sagrada en tu altar. U otras partes de tu templo, si viene al caso.
Fuera de todo contexto, Adriana me dice sencillamente “Quiero coger”. Veo en su penetrante mirada que está hablando en serio. Sin alternativa a la vista, es evidente que me está hablando a mí. Buscamos dónde puedo cumplir con mi deber. Yo también tengo algo penetrante.
Pasándome el vibrador por la pija, María me pregunta “¿Las otras nenas te hacen esto?”. La invito a que se sume alguna vez. “De noche todos los gatos son pardos”, dice distraídamente.
Amanece en un cuarto de pensión en el invierno europeo. Hace frío, porque no prendimos la calefacción. Me acurruco contra Fernanda, que ronronea. Nuestra temperatura vence a la nieve; salen despedidas las frazadas y veo su enrojecido cuerpo vibrar rítmicamente junto al mío.
11 comentarios - Décadas de sexo (12): Impresiones
Este me encantó: "En el cómodo sofá, Fernanda me monta. Fácil, cálido y húmedo el camino entre sus piernas que lleva a su interior, musical su secuencia de apagados rugidos, estrecho el ano con el que juegan mis dedos. Mira el barrio por la ventana de ese primer piso pero yo no; me ahogo entre sus tetas."
Muchas gracias!
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