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Compendio I
Siento atrasarme, pero tengo que escribir fondeado en el trabajo, ya que las noches se han vuelto a poner ocupadas.
Me han quedado dando vueltas esas palabras.
“Me he casado…” (I have married…)
Y me hicieron pensar. No sé si entenderán mi punto de vista.
Yo no digo “Me he casado con Marisol…”. En su lugar digo “Me casé con Marisol…” (I got married to Marisol…), porque fue una decisión mía.
Yo quería casarme y ese “he” o en el idioma original, (have), da para especular, porque Hannah quería casarse con Douglas, pero fue antes de lo esperado.
Se puso nerviosa cuando le pregunté de su matrimonio y salió arrancando, diciendo que tenía que revisar un vehículo.
Yo aproveché de almorzar y después, de visitar a Tom, para ver el dichoso camión cisterna.
Se alegró de verme.
“Espero que Cargo vuelva a ser la misma, ahora que has vuelto.”
“¿Por qué?” pregunté.
Me contó que andaba distraída. La cisterna del camión no tenía reparación. Debía comprarse una nueva, por los riesgos de filtración de sustancias corrosivas o peligrosas.
Hannah lo sabía, pero igual le había sugerido parcharlo con una lámina metálica. Tras una breve discusión, logró convencerla para que mandaran al camión a Broken Hill y le consiguieran un repuesto.
También me contó sobre la sabandija que me andaba buscando y me explicó por qué le tiene tanta bronca a los de Mantenimiento.
Resulta ser que el tal Roland tenía un fuerte enamoramiento por Hannah, como muchos otros, pero ella le rechazó y toda esa calentura se transformó en odio.
Finalmente, me preguntó por Pamela y le dije que había vuelto a mi tierra. Le confesé que era la prima de mi esposa y puso unos ojos enormes, para luego felicitarme por mi buena fortuna.
Luego de completar la jornada laboral, Hannah y yo nos encontramos nuevamente en la casa de huéspedes.
Nos tomábamos un jugo y ella, una cerveza, para pasar el tiempo.
“Me he casado en Enero…” (I have married on January), me contó, no muy animada.
“¿Te has casado en Enero?” le pregunté, repitiendo sus palabras.
Ella se enojó.
“Sí, me he casado en Enero.”
“¿Y querías casarte?” le pregunté.
Porque como mencione al principio, ese “He” o (Have) me hace dudar.
“¡Por supuesto!” respondió exaltada. “¡Sabes que Doug y yo nos amamos!”
“¡Eso no lo dudo!” Le dije. “Pero me dijiste que no querías casarte tan pronto. Estabas muy contenta con tu trabajo.”
“Pues… sí. Pero él quiere armar pronto una familia.” Respondió con un tono de voz bajo.
“¿Y tú no?”
Se volvió a enojar.
“¡Mira, lo que tú y yo tenemos es casual! A él, lo conozco por años… y tú, ya estas casado.”
Dijo eso con mucho desagrado.
“¡Hannah, cálmate!” le dije, apoyando mi mano sobre su hombro y su rostro se puso más dulce.
No es que fantasee con casarse conmigo. Ella y Douglas se aman de verdad.
El problema era que el compromiso había salido de repente, en un momento en que ella quería esperar.
Pero se sentía presionada, tanto por las familias, como por la relación de Doug y se vio incapacitada para rehusarse.
Ella se puso colorada cuando le conté mi percepción de las cosas.
“¡Vaya!... ¡Qué bien me conoces!” respondió, asombrada.
Le sonreí.
“¡No es eso, Hannah!” le expliqué, bebiendo el resto de mi té. “Es que has dicho “Me he casado”, en lugar de “Me casé”. Cuando Marisol y yo nos casamos, los 2 queríamos hacerlo y siempre he dicho que me casé con ella. Pero tú lo dices como si no hubieses querido casarte en esos momentos… casi, como si te casaste a la fuerza.”
“Aun así… a veces pienso que me conoces demasiado bien…” suspiró, bebiendo su cerveza.
“¡Tal vez!” le respondí, sonriendo. “Pero es que me fijo en tu cara y en tus expresiones, Hannah y sé cómo piensas. Incluso, me atrevería a asegurar que te sientes indecisa sobre lo que pasara con nosotros…”
Ella se puso roja…
“¿Cómo… lo sabes?” me preguntó.
La miré con dulzura.
“¡Porque te he hecho el amor!” le susurré al oído.
Su rostro parecía una brasa ardiente.
“¡No digas eso!” protestó.
“¡Es la verdad, Hannah!” Le dije, con un tono más serio. “A veces te veo y me acuerdo de mi esposa. Son tus ojos y algunas de tus expresiones. Tal vez, la única diferencia que tengan sea la edad… y tu obsesión poco saludable por tu trabajo.”
Pero ella estaba demasiado nerviosa para sonreír con mi broma.
“Pero… ¿Qué haremos?” me preguntó.
“¡No lo sé! Depende de ti…”
Se volvió a enfadar.
“¡Ay, Marco!... ¿Cuándo vas a tener bolas?...” reclamó, alzando ligeramente la voz.
La persona que nos atendía nos miró y ella se sintió avergonzada.
“¿Por qué tengo que ser yo la que decide? ¿Por qué no actúas, al menos una vez, como un hombre?”
“Porque eres tú la que está complicada con esto.” Le respondí, bebiendo lo que quedaba del jugo que ordené.
Salí de la casa de huéspedes y la esperé en la entrada.
La noche estaba fría y cuando respiraba, se notaba el vapor.
No pasó mucho rato en que apareciera.
“¿Por qué? ¿Por qué no estás complicado?” me preguntó, apenas salió.
“Porque esto no es serio, Hannah.” Le respondí, cuadrándola de los hombros. “Yo tengo a mi esposa y tú tienes al tuyo y lo que tenemos aquí es temporal…”
Se puso a llorar.
“Entonces… ¿No me amas?”
La besé.
Extrañaba sus besos y ella también los míos.
“¡Sí, Hannah! Yo te amo y no solamente porque te pareces a Marisol. Eres hermosa, agradable, tierna y muy inteligente… pero yo tengo a mi esposa y mi familia…”
“Pero entonces… cuando dices que soy “Tu esposa de la mina”…”
“¡Lo eres, Hannah, porque no la tengo a mi lado! Y te trato bien, porque me recuerdas a ella…”
“Pero es que yo… es que yo…” gimoteaba, sin poder completar la oración.
“¡Es que yo te amo!” dijo, finalmente y me abrazó con fuerza. “Y no es porque me recuerdes a Dougie… te amo, porque me siento bien contigo… ¡Eres mi mejor amigo y siempre me cuidas y por eso, no paro de pensar en ti!”
“¡Hannah!” le dije, abrazándola para que se desahogara.
Cuando lo dijo, me recordó más a mi ruiseñor.
“¡Esos días, cuando ocurrió el accidente, te extrañaba tanto, porque no sabía qué hacer!” Me miró a los ojos. “¡Tú me entiendes, Marco! ¡Tú sabes que sin Tom y mis chicos, yo soy nada!… ¡Y no estabas aquí, para defenderlos!...”
“¡Hannah, tranquilízate!” le pedía, mientras sus ojitos celestes brillaban con más lágrimas.
“¡Le pedí auxilio a tus chicos, Marco, pero no sabían qué hacer!... ¡Y todos te mandábamos mensajes para contactarte!...”
Tuve que llevarla a que se sentara en alguna parte para que se repusiera.
“¡No sabíamos qué hacer, Marco! ¡Estábamos desesperados!... y Roland no quería retractarse…” me contó, cuando llegamos a la piscina y afortunadamente, había una banca. “¡Y nos respondiste, Marco!... ¡Nos diste una respuesta!”
En esos momentos, me dio uno de los mejores besos que me han dado jamás.
Su lengua estaba ansiosa por la mía y sus labios tibios y rosaditos succionaban como si no me quisieran dejar ir.
Mi lengua reconocía el dulce sabor de su saliva y acariciaba a su compañera, tras meses de separación.
Ella quería entregarse, ahí mismo, para que hiciera con ella lo que quisiera y sus manos atrapaban mis mejillas, para impedir que me apartara de su lado.
Pero a medida que nos fundíamos en los labios, la serenidad empezaba a inundarla y sus ojitos celestes brillaban como pacíficos rubíes, ante la blanquecina luz de la piscina.
“Cuando tus chicos nos avisaron que les habías hablado, Marco, ellos eran distintos…” me dijo, sobrecogida por la experiencia. “Lo notaba por la manera de mirarnos. Tú sabías todo y ellos confiaban ciegamente en ti… y fue entonces que supe que te amaba, Marco…”
La pobrecita volvía a llorar.
“¡Ponte en mi lugar, Marco! ¡No llevo ni 3 meses casada con mi prometido y ya le he sido infiel!” me decía, mirando el chapotear del agua de la piscina.
Yo me puse a reír y ella me miró indignada.
“¡Imagínate yo, Hannah, que con menos de un año de casado, le he sido infiel a mi esposa contigo!”
Paró de llorar y empezamos a reír juntos, porque hasta eso teníamos en común.
“¡No quería casarme, Marco! ¡Amo a Doug y quería casarme con él, pero no en estos momentos!... más adelante… cuando te fueras… porque quiero estar contigo un poco más…”
Y nos besamos otra vez.
Fuimos a mi habitación, a pesar que ella tenía sus cosas en la suya.
Estaba muy contenta, mientras se acostaba en mi cama y yo la iba envolviendo en besos y en caricias.
Sin embargo, cuando mi mano se aproximaba al velador, para sacar un preservativo, me detuvo.
“¿Sabes?... Doug y yo estamos intentando…” me dijo, con una gran sonrisa.
“¿De verdad? ¡Te felicito!” le respondí y volví a intentar sacar el preservativo, gesto que nuevamente interrumpió.
“Y estaba pensando que… ahora que te he dicho que te amo también… que a lo mejor… para conmemorar lo ocurrido con mi equipo… ¿Podríamos hacerlo sin eso?” me preguntó, con una sonrisa lujuriosa.
Me puse a reír.
“¡Hannah, la primera vez que lo hice sin preservativo con Marisol, ella quedó embarazada!”
“Sí… me lo has dicho antes…” me respondió, volteando los ojos.
A ella le da celos que Marisol sea mi esposa.
“Pero estaba pensando que… no sería tan malo… si yo saliera embarazada… de otra manera…”
En esos momentos, la encontraba idéntica a Marisol.
“¡Hannah, Douglas y yo no nos parecemos en lo absoluto!” le expliqué, muerto de la risa. “¡Incluso tú eres rubia natural! ¿Qué pasara si tu hijo tiene el cabello negro como el mío o mis ojos café?”
Su marido es un Adonis: rubio, de ojos celestes, complexión atlética…
Y muy inteligente…
“Pero mi abuelo tenía el cabello negro… y tal vez… saque mis ojos…” me insistía, casi suplicando.
Me recordaba tanto a mi ruiseñor, porque parecía a punto de armar un puchero si le decía que no, que tuve que consultarle una vez más.
“Hannah, ¿Estás segura?”
Ella movió la cabeza frenéticamente, muy sonriente.
Y cerré la cajonera, haciéndola muy feliz.
“Mañana iremos al pueblo y compraremos pastillas.” Le avisé, con mucha calma, dejando que hiciera lo que quisiera conmigo. “Si quieres que lo hagamos así, tendrás que tomar pastillas todos los días y me mostraras cuando te las tomas.”
“¡Así lo hare!” me respondió, desabrochando mi pantalón con desesperación.
Al sentirla hinchada entre sus manos, me miraba dichosa.
“¡La he extrañado mucho!”
“¿Más que la de tu esposo?” le pregunté, con picardía.
Ella se puso roja de vergüenza.
“La de él… es distinta…” me dijo, tratando de no mirarme a los ojos, mientras yo desabrochaba su camisa. “Es… más pequeñita… no es tan resistente… y no me llena tanto… como la tuya…”
Yo sonreía por sus palabras, pero más por el parecido con mi esposa, que también me da explicaciones cortadas, cuando hace algo que le avergüenza.
Con la diferencia que mi esposa lo hace en español.
“Entonces, ¿Te gusta más la mía?” le pregunté, desabrochando sus bermudas y deslizando suavemente la cremallera, rozando el contorno de su húmeda rajita, a través de sus calzones negros.
Ella me miró suplicante.
“¡Por favor, no me hagas decirlo!” suspiró. “¡Ya es malo que sea yo la que quise venir contigo!... y aun así, yo lo amo.”
Y le acaricié la mejilla.
“¡Hannah, está bien!” le dije. “Es cierto que tú y mi esposa tienen un parecido… pero me gusta hacerte el amor, porque me siento el hombre más afortunado en la faena… y si me hubieras dicho que no, te habría besado hasta convencerte.”
Ella sonreía muy feliz y me besaba.
“¡Siempre me ha gustado que digas que hacemos el amor!... porque te miro a los ojos y me hace sentir que es cierto… y es algo que Dougie nunca me ha dicho…”
Nos empezamos a besar y la lubriqué, masajeándola con mis dedos.
“¡Me gusta cuando me tocas!” dijo, al sentir mi dedo deslizándose en su interior. “¡Siento una corriente cuando lo haces!”
Y le presenté la puntita… y ella suspiraba ansiosa.
“¡Estoy tan nerviosa!” me comentó, poniéndose las manos en la cara para cubrir su vergüenza. “¡Siempre llegas tan adentro y quiero sentir cuando te corras en mí!”
La había probado antes, pero siempre con preservativo o cuando se rompían.
Pero así era distinto. Delicioso, húmedo y candente.
“¡Hannah, estás tan apretada!” le dije, forzando la entrada.
“¡No! ¡Eres tú el que me llena!” protestaba.
Era una discusión deliciosa. Quería meterla más y más.
“¡No tan fuerte!... ¡No tan fuerte!” me pedía.
“¡Lo siento, Hannah!... se siente bien…”
“¡Es que estás… muy adentro!... ¡Ahh!... ¡Por favor!... ¡Detente!...”
Intentábamos contenernos, pero nuestras caderas se movían por su propia cuenta.
“¡Por favor!... ¡No me tomes la cola!... ¡No la toques!...”
Ni siquiera la estaba tocando, pero me la recordó y me aferré a esas hermosas carnosidades.
Se corrió intensamente.
“A todos les gusta mi cola… a todos… pero eres tú el que más me gusta que la toque…” me dijo, besándome ardorosamente.
No íbamos a parar. Llegaríamos hasta el final. Juntos.
“¡Dámela! ¡Dámela toda!” me pidió.
Y se la di. Se la di completamente.
5 disparos en su interior.
Ella suspiraba en éxtasis y me abrazaba con fuerza, disfrutando que todavía seguía duro en su interior.
“¡Es tanta!... ¡Me siento tan bien!...” me dijo, en un tono tan agradado y tranquilo.
Ya no le importaba estar casada ni le preocupaba su esposo. En esos momentos, yo era todo lo que necesitaba para ser feliz.
Nos besamos y nos acurrucamos juntos.
Y cuando pude despegarme, le bajo el sueño.
Pero yo quería más de ella.
“¡Oye, no te duermas!” le dije.
“¡Es que estoy cansada!” respondió, acomodándose con la sabana.
Eran apenas las 11 de la noche.
“¡Pero no te he visto desde diciembre!” le insistí.
Ella se rió.
“¡Tenemos que levantarnos temprano!”
“¡Solamente una vez más!” le pedí, punteándola entre sus nalgas.
Vio que no bromeaba.
“¡Está bien!” me respondió.
Y lo hicimos a lo perrito. La espalda de Hannah es deliciosa y la lamía como si fuera leche.
“¡Vamos, Marco!... ¡Acaba pronto, que quiero descansar!...” me pedía ella, aunque lo disfrutaba tanto como yo, porque le apretaba los pechos y se los estrujaba.
Es lo que me gusta de hacerle el amor a Hannah. Sus pechos son pequeños, comparados con los de mi esposa.
Pero son muy parecidos a los que tenía ella, cuando éramos novios.
Nuevamente, la llené y ella estaba rendida, sudada, bella y muy satisfecha…
“¿Con eso… estás contento?” me preguntaba, riéndose sola y respirando agitada y cubierta de un sudor que la hacía ver más sensual.
Pero para mí, no era suficiente.
“Más o menos…” le confesé. “Mi esposa me deja hacerle la cola al final.”
Su mirada era divina.
“¡Vamos, Marco!... ¡Mañana no me podré levantar!...” protestaba, sin parar de sonreír por lo ganosa que estaba.
Y se puso en posición.
“¿Sabes?... Dougie siempre me acaricia, pero nunca me la ha pedido como tú…” me contaba, a medida que la enterraba lentamente.
Es un trasero jugoso, blanco y apretado. De no ser porque ella es más baja, sería tan delicioso como el de Marisol.
Pero por lo mismo, mis embestidas son tan fuertes que la sacuden entera.
“¡Ve más despacio!... ¡Ve más despacio!...” me pedía ella.
Pero yo no me podía detener. Estaba tan delicioso y apretado, que tenía que continuar.
Era lo que todos envidiaban y yo era el único que podía disfrutarlo como corresponde.
“¡Ya no más, Marco!... ¡Ya no puedo!... “me pedía, sonriendo muy cansada.
Yo tampoco podía más. Eran casi las 2 de la mañana y a las 5 y media se disparaba mi alarma.
Pero a la hora convenida, la noté que me acariciaba sin mucho reparo…
“¡Lo siento!... pero sigue dura…” me avisó, con deseos de sentirla en su interior.
“Es que me he acostumbrado a que Marisol la pruebe por las mañanas.” Le respondí.
Y ella, por no ser menos que mi esposa, empezó a probarla.
“¿Lo hace… así?” preguntó, lamiéndola por los lados.
Se sentía bien, pero mi esposa lo hace mejor.
“¡No, ella usa su boca!”
¡Y le dio en el clavo!
Empezó a chuparla con el ímpetu que usa mi ruiseñor por las mañanas y me sentía genial.
No pude aguantar más y acabé.
Y a pesar del asco que le da, se lo tragó de golpe.
Nos besamos y se marchó de regreso a su dormitorio.
Y así lo hemos hecho en estos días: alrededor de la una, aparece para la inspección diaria y por las noches, se aparece en mi cabaña.
Tom no tiene problemas, porque Hannah ha vuelto a ser la misma de antes e imagina los motivos por los que a su jefa le cuesta sentarse.
Pero por la noche, somos descarados, porque nos vemos cómo conversamos con nuestras respectivas parejas en pijama, usando mi portátil.
Aprovecho de contarle a Marisol parte de lo que hemos hecho en español, dado que Hannah no conoce el idioma.
Mi esposa se pone fogosa, al saber que su “doble” está ansiosa porque corte la conversación.
Pero también me dice que me extraña y que afortunadamente, las pequeñas no dan sus primeros pasos.
Hannah, por su parte, le cuenta más de su día a Douglas. Le cuenta de los equipos que revisa, que el problema con la administración está resuelto y que lo extraña.
Que le encantaría que estuviera a su lado.
Pero la noche del martes, la primera noche que oficialmente le “pondría los cuernos a su pareja”, él le complementó por el sensual camisón negro que usaba para dormir.
Ella, avergonzada, le decía que las noches eran muy calurosas y que por eso lo usaba.
“¡Es una lástima que lo uses tan lejos!” le decía su marido. “¡Te ves demasiado sensual en él!”
“¿Tú crees?” le preguntó, alejándose de la pantalla, para que la apreciara de cuerpo completo.
“¡Por supuesto! ¡Te viera así, te haría cosas!”
Ella se reía y me miraba, porque exactamente eso pasaría después.
“Bueno, cariño… creo que tendrás que esperar hasta que vuelva, entonces… porque estoy muy cansada y lo único que quiero es acostarme…”
“¡Si, no te preocupes!” Respondió Douglas, con resignación. “¡Me dormiré pensando en ti!”
“¡Yo también!” le mintió.
Cerró el portátil y engañó al hombre con el que “se había casado”.
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