Hola a todos, el día de hoy les voy a relatar una historia, que llegó a mi directamente de los labios de su protagonista.
Si es real o no es algo que ustedes mismos tienen que decidir.
En nuestra relación de pareja siempre hemos intentado que no entrara en la rutina.Disfrutamos de una posición económica más que desahogada, pero a un alto precio, mi actual trabajo no me dejaba mucho tiempo para mis relaciones familiares. Había conseguido esa plaza y tenía el tema económico resuelto, a cambio de mi tiempo.
Mi marido, no paraba de colmar de atenciones, sin que fuera correspondido, así había sido desde el principio de nuestra relación. …él esforzándose una y otra vez, inasequible al desaliento, por mantener viva nuestra relación y yo, sin querer asumir que mi trabajo, aún dándome cuenta, estaba empezando a arruinar mi vida.
Así, aprovechando un puente, organizó con todo mimo y detalle, un maravilloso viaje a un hotel de lujo en Canarias con un único plan: descanso y relax. Todo pintaba de color de rosa hasta que dos días antes de la salida, mientras compramos ropa para nuestra escapada, recibí una llamada del trabajo anunciándose que tenía que hacer una suplencia con toda urgencia para ese fin de semana. A pesar de mi oposición, no tuve más remedio que aceptar que nuestra escapada habría de posponerse. Mientras hablaba con mi jefe, por mi tono y respuestas, él adivinó lo que ocurría.
Cuando colgué me miró, y simplemente dijo con un tono de profunda decepción:
-No digas nada, ya lo sé -. Intenté justificarme por todos los medios pero fue inútil, ni siquiera quiso volver conmigo a casa. Dijo que quería dar una vuelta solo para despejarse.
Al volver a casa se me hundió el techo encima. Decidí que no podíamos seguir así y que si quería recuperar a mi marido tenía que compensarle de una forma especial. Cuando regresé le pedí perdón y traté de convencerlo que tendríamos una mejor ocasión.
- Sé que estás enfadado, y te entiendo. Dije, pero por favor, ten paciencia, será la última vez. Podemos aplazarlo para el próximo fin de semana.
Respondió con desilusión y el próximo fin de semana volvería a surgir algo muy importante e inaplazable, - déjalo, no te esfuerces, da igual.
- Te prometo que no, repliqué. Yo misma elegiré un sitio muy especial, donde podamos olvidarnos de todo, los dos solos, haremos todo lo que tu quieras, por favor.
-¿Lo que yo quiera?, Me preguntó incrédulo, por fin conseguía despertar su interés.
Lo que quieras, acepté, sin darme muy bien cuenta de lo que decía, desde que lleguemos hasta que nos vayamos. Seré tu esclava por un fin de semana.
-Estás segura de lo que dices? Insistió.
- Te lo prometo, acepté, a pesar de que su tono ahora me intimidaba. - Todo lo que me pidas, le remarqué.
De acuerdo, concluyó . - Espero que luego no te rajes.
-No te arrepentirás.
Esto último lo dije sin saber muy bien lo que decía. Quizás quien se tuviera que arrepentirse sería yo de mis palabras, aunque en ese momento no le di mayor importancia.
Estuve trabajando todo el puente sin apenas ir a casa más que para dormir, pero en ningún momento emitió la más mínima protesta. Cada vez que me disculpaba por la poca atención que le podía dedicar, él le restaba importancia y anunciaba que ya se resarcirá el próximo fin de semana.
Busqué un lugar idílico, un hotel de lujo, con su zona spa, en una zona turística, etc. Fuimos en coche. Durante todo el viaje yo le preguntaba qué es lo que haríamos, y él simplemente me repetía que lo que él quisiera. Me recordaba que había prometido ser su esclava.
Durante todo el trayecto se mostró muy atento conmigo, parecía haber dejado atrás completamente su decepción de la semana anterior. Yo le recordaba, que ese fin de semana era él quien mandaba, y le preguntaba que deseaba hacer, pero simplemente contestaba que ya lo vería, que me sorprendería.
Llegamos al hotel, deslumbrante y con todo tipo de detalles. Nos registramos y el botones nos acompañó a nuestra habitación. Cuando nos dejó solos nos abrazamos dándonos un tierno beso.
-Bueno, tú mandas le pregunté - ¿Qué te apetece hacer?
A todo esto, él se sentó en la cama, se quitó los zapatos y comenzó a quitarse los pantalones.
-Vaya, continué. Me estoy imaginando lo que te apetece.
No, no te lo imaginas, contestó, quitándose los calzoncillos y tumbandose sobre la cama.
-Ah, ¿No? le dije haciéndome la interesante. Pues dímelo.
- De momento me vas a hacer una buena mamada para que me vaya relajando, ya que el viaje me ha puesto un poco tenso de tanto conducir. Ah!, y no vas a dejar que ni una gota de mi leche se pierda. Va a ser tu aperitivo de hoy.
- ¿Qué? pregunté sorprendida.
- Ya lo has oído, contestó. Creía que este fin de semana serías mi esclava, es lo que me prometiste. No me decepciones otra vez.
Estaba petrificada. Pero pensé que quizás después de todo no haría falta hacerlo al 100% como me lo pedía.
- Y te recuerdo. Ni una gota perdida, me recordó.
Siempre había tenido reparos en tragarme el semen. No tenía ningún problema en hacer que se corriera en mi boca, me gustaba, pero de ahí a tragárselo era otra cosa. Lo había hecho alguna vez y no era un gran deseo para mi. Pero pensé:
- Bueno, si ya lo he hecho, lo puedo repetir, y de paso contentarle.
Como pareja disfrutamos del sexo, cada vez menos, es cierto, porque nuestros encuentros sexuales se espacian en el tiempo y no solíamos pasar de la penetración con algunas variantes de posturas y alguna caricia prohibida.
Yo era una persona algo inhibida sexualmente. No llegué virgen al matrimonio, pero la primera vez que lo hicimos fue dos meses antes de nuestra boda tras un largo noviazgo, durante el cual nuestra actividad sexual se limitó a besos en la boca y toqueteos, normalmente por encima de la ropa, como mucho algún roce furtivo en el pecho. Y desde luego, el sexo oral no era una de nuestras prácticas. Tan sólo lo había intentado una vez, al poco de casarnos, tras una gran insistencia por su parte, pero únicamente llegué a rozarle el pene con los labios y la lengua, ya que mi repulsión no me dejo continuar. Por su parte, él intentó alguna vez hacérmelo a mí, pero siempre cerraba las piernas y le decía que no me hiciera guarrerías, por lo que no insistía.
Así, no podía creerme lo que acababa de oír. No sólo por las formas ni el tono de su voz, sorprendentemente imperativo, sino por la petición en sí.
Sin contestar me acerqué a la cama y me arrodillé ante él. Comencé a besarle el tronco del pene, aún flácido, y a rozarle la punta con mis labios.
-Muy bien, me decía. -Así me gusta, que me des placer. Lo estás haciendo muy bien, ahora métetela en la boca, pásame la lengua por el capullo. Eso es, quiero que me comas toda la verga, muy bien.
Perpleja, oyendo sus palabras, continuaba con mi labor sin saber muy bien como hacerlo, pero no debía hacerlo mal porque notaba como aquello comenzaba a engordar en mi boca. …el me daba instrucciones utilizando un lenguaje y unas expresiones inusuales en él, y yo procuraba seguirlas, con notable éxito, porque enseguida dejó de hablar y ví en sus gestos que estaba a punto de correrse. Comenzó a gemir.
Al poco noté un chorro caliente en mi garganta. Mi primer instinto fue apartar la boca para dejar que se derramara, pero él me sujetó del pelo haciendo que su semen inundaba mi garganta, no permitiendo que saliera una sola gota de mi boca. Para mi sorpresa apenas sentí asco al hacerlo, aún más el morbo y la sensación de romper un absoluto tabú hizo que me mojara como no solía hacerlo. También descubrí que si introduces el pene lo más profundo posible, el sabor ni se nota.
Fui tragando su leche, manteniendo su pene en mi boca hasta que volvió a quedarse flácido. Entonces me incorporé hasta ponerme a su altura tumbandome a su lado. Me abrazó y me dio un beso en la boca, que inevitablemente, tenía que oler a leche caliente.
-Has estado estupenda ,dijo. -Ves que fácil es contentar a tu amo. Tu sigue así y obtendrás tu recompensa. Debes seguir mis instrucciones, sumisa, y todo irá bien.
-Será como tu ordenes, mi señor, le respondí aceptando con total resignación mi destino por los próximos dos días, y empezando mi rol de sumisa esclava.
continuará...
Si es real o no es algo que ustedes mismos tienen que decidir.
En nuestra relación de pareja siempre hemos intentado que no entrara en la rutina.Disfrutamos de una posición económica más que desahogada, pero a un alto precio, mi actual trabajo no me dejaba mucho tiempo para mis relaciones familiares. Había conseguido esa plaza y tenía el tema económico resuelto, a cambio de mi tiempo.
Mi marido, no paraba de colmar de atenciones, sin que fuera correspondido, así había sido desde el principio de nuestra relación. …él esforzándose una y otra vez, inasequible al desaliento, por mantener viva nuestra relación y yo, sin querer asumir que mi trabajo, aún dándome cuenta, estaba empezando a arruinar mi vida.
Así, aprovechando un puente, organizó con todo mimo y detalle, un maravilloso viaje a un hotel de lujo en Canarias con un único plan: descanso y relax. Todo pintaba de color de rosa hasta que dos días antes de la salida, mientras compramos ropa para nuestra escapada, recibí una llamada del trabajo anunciándose que tenía que hacer una suplencia con toda urgencia para ese fin de semana. A pesar de mi oposición, no tuve más remedio que aceptar que nuestra escapada habría de posponerse. Mientras hablaba con mi jefe, por mi tono y respuestas, él adivinó lo que ocurría.
Cuando colgué me miró, y simplemente dijo con un tono de profunda decepción:
-No digas nada, ya lo sé -. Intenté justificarme por todos los medios pero fue inútil, ni siquiera quiso volver conmigo a casa. Dijo que quería dar una vuelta solo para despejarse.
Al volver a casa se me hundió el techo encima. Decidí que no podíamos seguir así y que si quería recuperar a mi marido tenía que compensarle de una forma especial. Cuando regresé le pedí perdón y traté de convencerlo que tendríamos una mejor ocasión.
- Sé que estás enfadado, y te entiendo. Dije, pero por favor, ten paciencia, será la última vez. Podemos aplazarlo para el próximo fin de semana.
Respondió con desilusión y el próximo fin de semana volvería a surgir algo muy importante e inaplazable, - déjalo, no te esfuerces, da igual.
- Te prometo que no, repliqué. Yo misma elegiré un sitio muy especial, donde podamos olvidarnos de todo, los dos solos, haremos todo lo que tu quieras, por favor.
-¿Lo que yo quiera?, Me preguntó incrédulo, por fin conseguía despertar su interés.
Lo que quieras, acepté, sin darme muy bien cuenta de lo que decía, desde que lleguemos hasta que nos vayamos. Seré tu esclava por un fin de semana.
-Estás segura de lo que dices? Insistió.
- Te lo prometo, acepté, a pesar de que su tono ahora me intimidaba. - Todo lo que me pidas, le remarqué.
De acuerdo, concluyó . - Espero que luego no te rajes.
-No te arrepentirás.
Esto último lo dije sin saber muy bien lo que decía. Quizás quien se tuviera que arrepentirse sería yo de mis palabras, aunque en ese momento no le di mayor importancia.
Estuve trabajando todo el puente sin apenas ir a casa más que para dormir, pero en ningún momento emitió la más mínima protesta. Cada vez que me disculpaba por la poca atención que le podía dedicar, él le restaba importancia y anunciaba que ya se resarcirá el próximo fin de semana.
Busqué un lugar idílico, un hotel de lujo, con su zona spa, en una zona turística, etc. Fuimos en coche. Durante todo el viaje yo le preguntaba qué es lo que haríamos, y él simplemente me repetía que lo que él quisiera. Me recordaba que había prometido ser su esclava.
Durante todo el trayecto se mostró muy atento conmigo, parecía haber dejado atrás completamente su decepción de la semana anterior. Yo le recordaba, que ese fin de semana era él quien mandaba, y le preguntaba que deseaba hacer, pero simplemente contestaba que ya lo vería, que me sorprendería.
Llegamos al hotel, deslumbrante y con todo tipo de detalles. Nos registramos y el botones nos acompañó a nuestra habitación. Cuando nos dejó solos nos abrazamos dándonos un tierno beso.
-Bueno, tú mandas le pregunté - ¿Qué te apetece hacer?
A todo esto, él se sentó en la cama, se quitó los zapatos y comenzó a quitarse los pantalones.
-Vaya, continué. Me estoy imaginando lo que te apetece.
No, no te lo imaginas, contestó, quitándose los calzoncillos y tumbandose sobre la cama.
-Ah, ¿No? le dije haciéndome la interesante. Pues dímelo.
- De momento me vas a hacer una buena mamada para que me vaya relajando, ya que el viaje me ha puesto un poco tenso de tanto conducir. Ah!, y no vas a dejar que ni una gota de mi leche se pierda. Va a ser tu aperitivo de hoy.
- ¿Qué? pregunté sorprendida.
- Ya lo has oído, contestó. Creía que este fin de semana serías mi esclava, es lo que me prometiste. No me decepciones otra vez.
Estaba petrificada. Pero pensé que quizás después de todo no haría falta hacerlo al 100% como me lo pedía.
- Y te recuerdo. Ni una gota perdida, me recordó.
Siempre había tenido reparos en tragarme el semen. No tenía ningún problema en hacer que se corriera en mi boca, me gustaba, pero de ahí a tragárselo era otra cosa. Lo había hecho alguna vez y no era un gran deseo para mi. Pero pensé:
- Bueno, si ya lo he hecho, lo puedo repetir, y de paso contentarle.
Como pareja disfrutamos del sexo, cada vez menos, es cierto, porque nuestros encuentros sexuales se espacian en el tiempo y no solíamos pasar de la penetración con algunas variantes de posturas y alguna caricia prohibida.
Yo era una persona algo inhibida sexualmente. No llegué virgen al matrimonio, pero la primera vez que lo hicimos fue dos meses antes de nuestra boda tras un largo noviazgo, durante el cual nuestra actividad sexual se limitó a besos en la boca y toqueteos, normalmente por encima de la ropa, como mucho algún roce furtivo en el pecho. Y desde luego, el sexo oral no era una de nuestras prácticas. Tan sólo lo había intentado una vez, al poco de casarnos, tras una gran insistencia por su parte, pero únicamente llegué a rozarle el pene con los labios y la lengua, ya que mi repulsión no me dejo continuar. Por su parte, él intentó alguna vez hacérmelo a mí, pero siempre cerraba las piernas y le decía que no me hiciera guarrerías, por lo que no insistía.
Así, no podía creerme lo que acababa de oír. No sólo por las formas ni el tono de su voz, sorprendentemente imperativo, sino por la petición en sí.
Sin contestar me acerqué a la cama y me arrodillé ante él. Comencé a besarle el tronco del pene, aún flácido, y a rozarle la punta con mis labios.
-Muy bien, me decía. -Así me gusta, que me des placer. Lo estás haciendo muy bien, ahora métetela en la boca, pásame la lengua por el capullo. Eso es, quiero que me comas toda la verga, muy bien.
Perpleja, oyendo sus palabras, continuaba con mi labor sin saber muy bien como hacerlo, pero no debía hacerlo mal porque notaba como aquello comenzaba a engordar en mi boca. …el me daba instrucciones utilizando un lenguaje y unas expresiones inusuales en él, y yo procuraba seguirlas, con notable éxito, porque enseguida dejó de hablar y ví en sus gestos que estaba a punto de correrse. Comenzó a gemir.
Al poco noté un chorro caliente en mi garganta. Mi primer instinto fue apartar la boca para dejar que se derramara, pero él me sujetó del pelo haciendo que su semen inundaba mi garganta, no permitiendo que saliera una sola gota de mi boca. Para mi sorpresa apenas sentí asco al hacerlo, aún más el morbo y la sensación de romper un absoluto tabú hizo que me mojara como no solía hacerlo. También descubrí que si introduces el pene lo más profundo posible, el sabor ni se nota.
Fui tragando su leche, manteniendo su pene en mi boca hasta que volvió a quedarse flácido. Entonces me incorporé hasta ponerme a su altura tumbandome a su lado. Me abrazó y me dio un beso en la boca, que inevitablemente, tenía que oler a leche caliente.
-Has estado estupenda ,dijo. -Ves que fácil es contentar a tu amo. Tu sigue así y obtendrás tu recompensa. Debes seguir mis instrucciones, sumisa, y todo irá bien.
-Será como tu ordenes, mi señor, le respondí aceptando con total resignación mi destino por los próximos dos días, y empezando mi rol de sumisa esclava.
continuará...
2 comentarios - Esclava y Sumisa un fin de semana.