Es más fácil contar anécdotas gloriosas, esas que incluyen caricias intensas, besos profundos, cuerpos que se encuentran acompasados y exquisitos orgasmos que dejan ganas de volver a empezar, una, otra y otra vez.
Pero no siempre sucede así.
Nos habíamos prometido tanto, habíamos imaginado situaciones, sus palabras me llenaban de sensaciones, sólo bastaba una frase para que mi piel quedara erizada, más de una vez las cosquillas invadían mi entrepierna cuando leía sus mensajes.
Yo deseaba su boca, él deseaba la mía, yo soñaba con su aliento en mi cuello, él con mi piel expectante, yo casi podía oír su susurro en mis oídos, el percibía mi respiración agitada.
Le gustaba provocar mis sentidos, sus mensajes quedaban dando vueltas en mi cabeza, me incendiaba y cuando podía oír su voz enloquecía de ganas.
Muy atrevido se metía en mi cama, mis manos eran las suyas acariciándome, sus dedos poseían los mios y me daban placer. Tan atrevido que se hacia carne en mi amante, cerraba los ojos y era él quien me besaba, quien me hacia el amor, quien me cogía salvajemente, el que me hacia acabar entre gemidos y sudor.
La distancia era nuestra enemiga, cada kilómetro nos separaba y al mismo tiempo nos unía en deseo, no era fácil encontrar el momento para derribar esa barrera, pero tampoco imposible.
Y allí estaba yo, viajando con una excusa en la valija, dedicando algunos días al descanso en familia, esperando ansiosa la noche indicada, esa que con un buen motivo me daba la pauta para verlo al fin.
Tenía bien escondida la ropa interior que iba a usar, su color favorito, sensual y excitante. Bajo la ducha no pude evitar imaginarlo una vez más, nuestras bocas explorando, nuestras manos recorriendo cada centímetro de la piel del otro, sus dientes en mis pezones, mis caricias en su erección, sus dedos en mi humedad, nuestros cuerpos latiendo juntos. Mientras el agua tibia me abrigaba le dedique un nuevo orgasmo.
Me vestí discretamente, dejando debajo toda la pasión que iba a entregarle, volví a mirar la hora casi gastando el reloj, me sentía una quinceañera a punto de entrar al salón, hasta que la carroza se convirtió en calabaza...
Un mensaje me sacó de mi exultante estado, palabras que decían que no iba a poder ser, que otra vez no iba a poder ser.
Ya no era la distancia, era el destino o como cada uno quiera decirle.
De nuevo imaginar, acrecentando el deseo. Esperar, buscar una nueva excusa y saber que cuando al fin se dé habrá valido la pena tanto desencuentro.
Pero no siempre sucede así.
Nos habíamos prometido tanto, habíamos imaginado situaciones, sus palabras me llenaban de sensaciones, sólo bastaba una frase para que mi piel quedara erizada, más de una vez las cosquillas invadían mi entrepierna cuando leía sus mensajes.
Yo deseaba su boca, él deseaba la mía, yo soñaba con su aliento en mi cuello, él con mi piel expectante, yo casi podía oír su susurro en mis oídos, el percibía mi respiración agitada.
Le gustaba provocar mis sentidos, sus mensajes quedaban dando vueltas en mi cabeza, me incendiaba y cuando podía oír su voz enloquecía de ganas.
Muy atrevido se metía en mi cama, mis manos eran las suyas acariciándome, sus dedos poseían los mios y me daban placer. Tan atrevido que se hacia carne en mi amante, cerraba los ojos y era él quien me besaba, quien me hacia el amor, quien me cogía salvajemente, el que me hacia acabar entre gemidos y sudor.
La distancia era nuestra enemiga, cada kilómetro nos separaba y al mismo tiempo nos unía en deseo, no era fácil encontrar el momento para derribar esa barrera, pero tampoco imposible.
Y allí estaba yo, viajando con una excusa en la valija, dedicando algunos días al descanso en familia, esperando ansiosa la noche indicada, esa que con un buen motivo me daba la pauta para verlo al fin.
Tenía bien escondida la ropa interior que iba a usar, su color favorito, sensual y excitante. Bajo la ducha no pude evitar imaginarlo una vez más, nuestras bocas explorando, nuestras manos recorriendo cada centímetro de la piel del otro, sus dientes en mis pezones, mis caricias en su erección, sus dedos en mi humedad, nuestros cuerpos latiendo juntos. Mientras el agua tibia me abrigaba le dedique un nuevo orgasmo.
Me vestí discretamente, dejando debajo toda la pasión que iba a entregarle, volví a mirar la hora casi gastando el reloj, me sentía una quinceañera a punto de entrar al salón, hasta que la carroza se convirtió en calabaza...
Un mensaje me sacó de mi exultante estado, palabras que decían que no iba a poder ser, que otra vez no iba a poder ser.
Ya no era la distancia, era el destino o como cada uno quiera decirle.
De nuevo imaginar, acrecentando el deseo. Esperar, buscar una nueva excusa y saber que cuando al fin se dé habrá valido la pena tanto desencuentro.
18 comentarios - No todo son victorias
😉
redactas excelente, beso
Muy buen relato, lamento no tener puntos hoy, volveré mañana.
perdón! me recuerda a otro ahuevado pór quien hice 28 horas de viaje! Dioooor ! los tienen de adorno! Posta!
Lo vivi, fue tremendo.
(además de maldecirme en mil idiomas a mi mismo)
Te voy a buscar al día siguiente a donde estés ..... 🔥 🔥 🔥
😀 😀 😀
Lo comparto, y festejo con pito y matraca.
Como siempre muy buen relato amiga...EXCELENTE linda!! Besos ;)