¿Mi primera Ama?
Buenos Aires, década del 80.
Por medio de un grupo de amigos conocí a Viviana, ella en esa época tenía 19 años y yo 21. Desde un principio me llamó la atención, aunque ella nunca me demostraba demasiado interés.
Una cierta vez se organizó una salida grupal a la que no fui, cuando nos volvimos a ver ella me preguntó por qué no había ido y yo le dije que yo no tenía ganas de salidas en grupo, sino de salir solo con ella.
Viviana me preguntó por qué no se lo había dicho directamente. Ella era demasiada extrovertida y yo todo lo contrario. Empezamos a salir solos, en esos encuentros, ella era la que hablaba más y yo la miraba como embobado, pero nunca me animaba a avanzar más con ella. Siempre me daba miedo que me rechazara y no verla más.
En la tercera salida, se ve que ella se cansó de esperarme y tomó la iniciativa y me besó. Esa misma noche me confesó que ella era virgen y que ella entendería que yo necesitara estar con otra mujer al menos hasta que ella estuviera dispuesta a algo más. Yo ni lo había pensado, pero le dije que estaba bien si ella lo decía.
En las siguientes salidas, los besos fueron más intensos, las caricias mutuas fueron cada vez mas explicitas y en una de las salidas ella me dijo que había cambiado de opinión, que ella no quería que yo estuviera con nadie salvo con ella y que ella se ocuparía de satisfacerme de alguna manera aunque sea con sus manos. Esa fue la primera vez que ella me hizo acabar dentro de ese juego de besos y caricias en los que nos trenzábamos.
En esos juegos, ella me fue enseñando de qué forma tenía que tocarla a ella y cómo hacer para que ella también tuviera sus orgasmos. Una vez que aprendí, ella comunicó una regla que iba a poner. De ahora en más, siempre primero tenía que acabar ella y que si era al revés, “la magia se perdía” y que eso era “malo para los dos”.
En los siguientes encuentros, hubo un hecho que cambió nuestra relación radicalmente.
Estábamos en su casa vestidos pero acariciándonos y besándonos intensamente. Yo le dije que iba al baño y una vez ahí, por la calentura que tenía, me masturbe y al rato volví.
Ella se disponía a seguir con lo nuestro y al tocarme se dio cuenta que algo había pasado. Y al interrogarme, me hizo confesarle lo que había hecho un rato antes en el baño.
Al confirmar lo que ella sospechaba se puso como loca y me hechó de la casa. Me acuso de infiel, de desleal, de egoísta y muchas otras cosas más.
La llamé muchas veces por teléfono y nunca me quiso atender. Siempre me decían que no estaba hasta que unos 5 días después, me atendió ella. Y me dijo que esa actitud mía le había molestado mucho. Yo le prometí que nunca más volvería a pasar y que estaba muy mal sin ella.
Así fue que me citó en su casa para charlar de lo que había pasado.
Cuando llegué con cara seria me llevó a su cuarto. Nos sentamos en su cama uno al lado del otro. Mirándome a los ojos me dijo algunas cosas que sentía con respecto a lo sucedido. Comenzó a acariciarme el pene, lo que yo interpreté como un perdón y una invitación a besarla. Pero ella me paró en seco y me dijo, “NO, solo tenes que escucharme y no mover un musculo, sin mi permiso, solo escuchar”, y siguió diciendo “no te confunda, esto que te estoy haciendo es para que vos me entiendas mejor, quiero toda tu atención y que abras tu mente”.
Ella sabía que caliente yo no obraba de la misma manera que “en frio”.
Mientras acariciaba mi pene duro, me dijo que nunca más podría usar este pene si no estaba en su presencia y apretando mis huevos me dijo, “todo lo que esta acá dentro me pertenece”.
Me indicó que de ahora en más nunca más acabaría sin su permiso expreso, ni siquiera por masturbación. Y que ella se encargaría de que yo estuviera siempre satisfecho viéndonos las veces en la semana que fuera necesario. Pero “no más sexo de ningún tipo <solo>”.
En ese estado de calentura, y mientras jugaba con mi pene y mis bolas me hizo prometerle que cumpliría con eso que ella me indicaba y que fallarle implicaría no verla nunca más.
Así fue que ella comenzó a manejar y controlar mis orgasmos, los que en general provocaba con sus manos, su boca o rozando su concha contra mi pene. Siempre con la instrucción que primero acabaría siempre ella y recién después lo haría yo, cuando ella me lo indicara con una mirada o un gesto que me trasmitía: “ya tenes permiso”.
Nuestro noviazgo era como cualquier otro de nuestros amigos y amigas, nadie lo sabía, solo nosotros conocíamos la forma en que nos relacionábamos sexualmente y quien era que dominaba esos momentos.
A veces –en público- sin que nadie lo notara, me tocaba el pene debajo de la mesa y al oído me decía “¿vos sabes quién manda acá no?”. O “tengo planes de jugar con esto, esta noche”.
Pasado algún tiempo, ella accedió a dejar de ser virgen y me dejaba penetrarla, pero siempre siguió controlando mis orgasmos.
Buenos Aires, década del 80.
Por medio de un grupo de amigos conocí a Viviana, ella en esa época tenía 19 años y yo 21. Desde un principio me llamó la atención, aunque ella nunca me demostraba demasiado interés.
Una cierta vez se organizó una salida grupal a la que no fui, cuando nos volvimos a ver ella me preguntó por qué no había ido y yo le dije que yo no tenía ganas de salidas en grupo, sino de salir solo con ella.
Viviana me preguntó por qué no se lo había dicho directamente. Ella era demasiada extrovertida y yo todo lo contrario. Empezamos a salir solos, en esos encuentros, ella era la que hablaba más y yo la miraba como embobado, pero nunca me animaba a avanzar más con ella. Siempre me daba miedo que me rechazara y no verla más.
En la tercera salida, se ve que ella se cansó de esperarme y tomó la iniciativa y me besó. Esa misma noche me confesó que ella era virgen y que ella entendería que yo necesitara estar con otra mujer al menos hasta que ella estuviera dispuesta a algo más. Yo ni lo había pensado, pero le dije que estaba bien si ella lo decía.
En las siguientes salidas, los besos fueron más intensos, las caricias mutuas fueron cada vez mas explicitas y en una de las salidas ella me dijo que había cambiado de opinión, que ella no quería que yo estuviera con nadie salvo con ella y que ella se ocuparía de satisfacerme de alguna manera aunque sea con sus manos. Esa fue la primera vez que ella me hizo acabar dentro de ese juego de besos y caricias en los que nos trenzábamos.
En esos juegos, ella me fue enseñando de qué forma tenía que tocarla a ella y cómo hacer para que ella también tuviera sus orgasmos. Una vez que aprendí, ella comunicó una regla que iba a poner. De ahora en más, siempre primero tenía que acabar ella y que si era al revés, “la magia se perdía” y que eso era “malo para los dos”.
En los siguientes encuentros, hubo un hecho que cambió nuestra relación radicalmente.
Estábamos en su casa vestidos pero acariciándonos y besándonos intensamente. Yo le dije que iba al baño y una vez ahí, por la calentura que tenía, me masturbe y al rato volví.
Ella se disponía a seguir con lo nuestro y al tocarme se dio cuenta que algo había pasado. Y al interrogarme, me hizo confesarle lo que había hecho un rato antes en el baño.
Al confirmar lo que ella sospechaba se puso como loca y me hechó de la casa. Me acuso de infiel, de desleal, de egoísta y muchas otras cosas más.
La llamé muchas veces por teléfono y nunca me quiso atender. Siempre me decían que no estaba hasta que unos 5 días después, me atendió ella. Y me dijo que esa actitud mía le había molestado mucho. Yo le prometí que nunca más volvería a pasar y que estaba muy mal sin ella.
Así fue que me citó en su casa para charlar de lo que había pasado.
Cuando llegué con cara seria me llevó a su cuarto. Nos sentamos en su cama uno al lado del otro. Mirándome a los ojos me dijo algunas cosas que sentía con respecto a lo sucedido. Comenzó a acariciarme el pene, lo que yo interpreté como un perdón y una invitación a besarla. Pero ella me paró en seco y me dijo, “NO, solo tenes que escucharme y no mover un musculo, sin mi permiso, solo escuchar”, y siguió diciendo “no te confunda, esto que te estoy haciendo es para que vos me entiendas mejor, quiero toda tu atención y que abras tu mente”.
Ella sabía que caliente yo no obraba de la misma manera que “en frio”.
Mientras acariciaba mi pene duro, me dijo que nunca más podría usar este pene si no estaba en su presencia y apretando mis huevos me dijo, “todo lo que esta acá dentro me pertenece”.
Me indicó que de ahora en más nunca más acabaría sin su permiso expreso, ni siquiera por masturbación. Y que ella se encargaría de que yo estuviera siempre satisfecho viéndonos las veces en la semana que fuera necesario. Pero “no más sexo de ningún tipo <solo>”.
En ese estado de calentura, y mientras jugaba con mi pene y mis bolas me hizo prometerle que cumpliría con eso que ella me indicaba y que fallarle implicaría no verla nunca más.
Así fue que ella comenzó a manejar y controlar mis orgasmos, los que en general provocaba con sus manos, su boca o rozando su concha contra mi pene. Siempre con la instrucción que primero acabaría siempre ella y recién después lo haría yo, cuando ella me lo indicara con una mirada o un gesto que me trasmitía: “ya tenes permiso”.
Nuestro noviazgo era como cualquier otro de nuestros amigos y amigas, nadie lo sabía, solo nosotros conocíamos la forma en que nos relacionábamos sexualmente y quien era que dominaba esos momentos.
A veces –en público- sin que nadie lo notara, me tocaba el pene debajo de la mesa y al oído me decía “¿vos sabes quién manda acá no?”. O “tengo planes de jugar con esto, esta noche”.
Pasado algún tiempo, ella accedió a dejar de ser virgen y me dejaba penetrarla, pero siempre siguió controlando mis orgasmos.
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